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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº20. Mar del Plata. Julio-diciembre de 2024.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

                                                                                       

Los eufemismos de Ana Negri. Rememorar el exilio desde la mirada de una hija argenmex

Andrea Candia Gajá

Universidad Iberoamericana, Departamento de Letras y de Historia, México

andreacandia@gmail.com

Recibido:        04/09/2024

Aceptado:        24/10/2024

ARK CAICYT: https://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24516961/ezdpseawa

Resumen

Los eufemismos, novela debut de la escritora argenmex Ana Negri, se coloca como un referente clave dentro de las representaciones literarias elaboradas por la generación de hijas e hijos del exilio político derivado del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Su protagonista dialoga con el pasado militante de su madre, su exilio político, y la elaboración de una identidad propia que explora a partir de esa experiencia previa que, aunque no es suya, también la define. El presente artículo pretende hacer un recorrido por la obra de la escritora y explorar las propuestas que, en su escritura, giran en torno al diálogo con la historia que le precede, la necesidad de nombrar para existir, la condición de ser argenmex, y de comprender la ambigüedad como punto de partida para la elaboración de una identidad desdoblada de sur a norte de América Latina.

Palabras claves: exilio político, argenmex, lenguaje, identidad, generación.

Los eufemismos of Ana Negri. The memory of the exile from the perspective of an argentinian-mexican daughter

Abstract

Los eufemismos, debut novel by the argentinian-mexican writer Ana Negri, is actually positioned as a key reference within the literary representations developed by those who are recognized as the ‘children of the exile’ after the argentinian Coup d’etat (1976-1983). Its protagonist dialogues with her mother’s militant past, her political exile, and, although that experience is not completely hers, it also defines her life and the development of her own identity. This article aims to take a tour of the writer’s work and explore the proposals that, in her writing, revolve around the dialogue with the history that precedes it, the need to name in order to exist, and to understand ambiguity as a start point for the elaboration of an identity unfolded from south to north of Latin America.

Keywords: political exile, language, identity, generation, argentinian-mexican.

Los eufemismos de Ana Negri. Rememorar el exilio desde la mirada de una hija argenmex

Presentación

El presente artículo se propone generar un acercamiento crítico a la novela Los eufemismos, de la escritora Ana Negri, como una de las representaciones literarias de los hijos/as del exilio político argentino en México más actuales. Asimismo, se pretende problematizar alrededor del concepto argenmex como elemento fundacional de la construcción identitaria de la generación de hijos/as y su relación con la noción de eufemismo que lleva la novela en sí misma.

La elección del texto de Negri se debe a la puntual representación que la novela elabora de dos momentos clave en la historia del destierro argentino: la construcción de la vida familiar en México como consecuencia del exilio político generado por la última dictadura cívico-militar argentina (1976-1983), y el tiempo presente en el que los hijos/as elaboran sus propios relatos en torno a la experiencia pasada de sus padres y reconstruyen ese espacio complejo, dividido y poderosamente resignificado. La narrativa de Negri permite establecer un vínculo continuo entre tiempos que se comunican y rearticulan en un presente que no deja de ser pasado.

De esta forma, el artículo presenta, de manera introductoria, un recorrido por la experiencia del exilio político argentino en México derivado del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y su consecuencia en la generación de hijos/as. Posteriormente, se muestra el análisis en torno a la novela mencionada y el vínculo que se establece entre la experiencia de la generación de la militancia política y las representaciones culturales, en este caso específico la literatura, que los hijos/as desarrollan actualmente.

Es posible considerar que este texto se constituye como un material que se inscribe en el marco de las discusiones académicas situadas en torno al estudio de las representaciones del exilio político en los hijo/as y que vincula, de manera interdisciplinar, la relevancia de los contextos sociales, históricos y políticos con las manifestaciones culturales que, en este caso, se sitúan en la mirada de un texto en particular. Bajo este planteamiento se espera establecer vínculos con campos de investigaciones amplios con los cuales el texto dialogue y contribuya a la reflexión del tema en cuestión.

Hacia el exilio político. Una introducción

La década de los setenta del siglo XX representó para América Latina uno de los momentos más cruentos de su historia política. Los golpes de Estado que se impusieron en la región redefinieron los parámetros conocidos en torno a la violencia ejercida desde los mecanismos estatales. Para Argentina ese día quedó grabado el 24 de marzo de 1976 cuando las fuerzas armadas destituyeron del cargo a Isabel Martínez de Perón para dar inicio al autollamado Proceso de Reorganización Nacional. Comenzó en aquel momento el periodo más oscuro en la historia argentina, etapa que no vería su desenlace hasta finales de 1983 con la restitución de la democracia.

Es sabido que como parte de las modalidades del terrorismo de Estado, se llevaron a cabo fusilamientos, desapariciones forzadas, encarcelamientos y la apropiación de menores. A estas prácticas se sumó el exilio político como una demostración más de violación a los derechos humanos. Es importante detallar el carácter político que dicho exilio tuvo. Como afirman Sznajder y Roniger (2013: 470),

Definimos el destierro o exilio político como un mecanismo de exclusión institucional, no el único, mediante el cual alguien involucrado en la política y la vida pública, o alguien al que quienes detentan el poder perciben de ese modo, es forzado o presionado a abandonar el país de origen o lugar de residencia, imposibilitado de regresar hasta que haya una modificación en las circunstancias políticas.

Bajo esta lógica, militantes políticos, intelectuales, obreros, estudiantes, académicos, artistas, entre otros, marcharon a un destierro que modificó y reestructuró su historia personal y su vínculo con la región latinoamericana.

Muchos países abrieron sus puertas a la recepción de los contingentes de exiliados políticos que, desde 1974, bajo los ejercicios de intimidación de la Triple A, llegaban de forma permanente. Sin embargo, pocos lugares lograron crear una dinámica exiliar tan elaborada como sucedió en el caso de México.

Personificar la experiencia del exilio político es intentar darle forma a lo intangible. En el destierro se dejan anhelos que, en un espacio inexplorado, transmutan en figuraciones esquivas de nostalgia y melancolía. La cotidianidad se trastoca y la temporalidad, con su lógica progresiva, queda fragmentada en un tiempo que se resiste a ser pasado y que se yuxtapone en imágenes de nuevas tonalidades, sonidos y aromas. En ese sitio, un tanto indefinido por tiempos que se entrelazan, se lleva a cabo la reconstrucción de una identidad que encuentra su arraigo en la indeterminación de fronteras difusas.

Es importante aclarar que el exilio político fue una estrategia clave por parte de la dictadura y que además se trató de un fenómeno masivo que afectó a familias enteras.

Las narrativas que se desprenden del exilio político argentino derivado de la última dictadura militar, (1976-1983) dan cuenta de gran parte de las circunstancias y desafíos que rodearon a los contingentes de desterrados que se asentaron en nuevos espacios territoriales. Desde la literatura testimonial, hasta el recurso de la ficción, la escritura permeó y visibilizó el acontecer de un proceso de inserción social y rearticulación cultural que redefinió la dinámica regional de América Latina.

La represión, censura y persecución que se recrudecía en Argentina, obligó a los exiliados políticos a replantear el sentido de lo habitual. De esta forma, a pesar de las dificultades que representó la distancia, y lejos de ser ese exilio dorado que, por momentos se percibía en el país de origen, los nuevos lugares de acogida permitieron construir espacios de denuncia y continuar con la militancia política. Sobre este tema, Jorge Bernetti y Mempo Giardinelli (2014: 146) comparten esta definición de la condición exiliar:  

Una de las mayores preocupaciones políticas fue, justamente y más allá de las definiciones ideológicas, hacer entender a los más cercanos en la propia Argentina que el exilio (el mexicano y los otros, con sus diferencias) no era lo que se suele llamar un ‘exilio dorado’ sino, al contrario, un proceso de difícil acomodamiento en términos legales, económicos y culturales.

 Los rasgos que marcaron la literatura del exilio, quedaron fuertemente representados en una enorme muestra de ejercicios escriturales que lograron un buen posicionamiento en los catálogos editoriales.

La nostalgia y la melancolía por lo que quedó atrás, aunado al dolor de las pérdidas que provocaba la represión, encontraron un espacio catártico en las letras. El proceso de adaptación a un nuevo entorno, la capacidad de algunos de aprehender nuevos códigos culturales de convivencia, y la posibilidad del retorno o del no-retorno al lugar de origen, quedaron fielmente representados en un sinfín de narrativas que conforman la literatura del exilio y que se mantienen vigentes. Soledad Lastra (2021: 204) afirma que la complejidad que implicó el fenómeno del retorno o el no-retorno se debió “por un lado, porque los exilios se produjeron de forma forzada y supusieron para las personas el deseo de regreso, mientras que en los retornos se resignificó el origen del exilio y en algunos casos se reactualizaron padecimientos o emociones vinculadas al carácter forzado de la salida”.

 Bajo aquella temporalidad, y en ese espacio algo difuso, creció y se gestó una generación que conformó su identidad a partir de la experiencia previa de sus padres. La clandestinidad, la cárcel, la desaparición, o el exilio político, se situaron como ejes de elaboración identitaria y de replanteamiento de su accionar político frente a las nuevas coyunturas histórico-sociales. Son, como afirman Arenes y Pikielny (2016: 9), “hijos e hijas de hombres y mujeres que estuvieron relacionados de algún modo con la violencia política de los años 70 […] Hijos que defienden lo actuado por sus padres. Hijos que los cuestionan y toman distancia”. El tiempo fue abriendo espacios a las voces que se levantaban cada vez con más fuerza.

De las narrativas del exilio político a la escritura de hijos/as

Con la llegada del nuevo milenio, los espacios literarios empezaron a ser testigos del nacimiento de narrativas que retoman el golpe de Estado de 1976 como punto de partida, pero que ofrecen un giro en el planteamiento de problemáticas ampliamente representadas en la ficción exiliar. El foco de los textos ya no está centrado únicamente en la figura del militante de la década del setenta y su valor testimonial. En esta nueva producción literaria, la ficción es abordada por aquellos que nacieron o crecieron en coordenadas lejanas al país de los padres.

Una vez más las expresiones culturales, en este caso particular, la literatura, se posicionó como lugar de reflexión, catarsis y crítica a través del cual los hijos/as emprendieron su viaje en el tiempo.

Desde sus narrativas, han hecho visibles las complejidades de vivir siendo hijos/as de…, los asegunes de la herencia militante de sus padres y las vicisitudes de la construcción y reestructuración de la memoria familiar. Recordemos que “el exilio se examina como una práctica represiva que impacta en la vida entera del desterrado, afectando sus entornos familiares, laborales, profesionales y provocando pérdidas irreparables y heridas en su subjetividad” (Basile y González, 2024: 14-15). De esta forma, los hijos/as reivindican y cuestionan la lucha de la generación que los precede y, a partir de ahí, construyen un nuevo diálogo que les permite conversar y problematizar con su propia elaboración identitaria.

No es de sorprender que un acontecimiento de la relevancia que tuvo el golpe de Estado de 1976, sea abordado por estas nuevas miradas.[1] La generación de hijos es atravesada, inevitablemente, por las consecuencias de la violencia estatal. El exilio político, que no fue una decisión propia, también les pertenece. Sobre esto, la historiadora Silvia Dutrénit (2013: 208) comparte que los hechos ocurridos durante la dictadura

son experiencias que históricamente suelen afectar a varias generaciones tanto por constituir un hecho que cuando se produce afecta al involucrado directo, a sus padres y a sus hijos, dando lugar a un hecho multigeneracional, sino también porque de manera habitual desembocan en una transmisión generacional. Aún más cuando las circunstancias cargan con desaparecidos y ejecutados como saldo de la represión y la violencia políticas.

Si los padres se vieron obligados a reconstituirse en una identidad provisoria de fronteras elusivas, los hijos e hijas se elaboran y comprenden a partir del arraigo y el simultaneo extranjerismo, en ambos territorios.

El exilio político en México: ser argenmex

Como parte de la dinámica exiliar en México es importante resaltar que, si bien hubo muchos países de habla hispana que brindaron un puerto seguro para los desterrados y sus hijos, la experiencia registrada en territorio mexicano representó un fuerte componente de arraigo y vinculación con el nuevo lugar de residencia. La identidad desprendida de ese tiempo suspendido, tuvo en el exilio político argentino en México la particularidad de ser conceptualizada bajo la figuración de un término lingüístico inexplorado hasta entonces. Surge el concepto del argenmex entendido, en primera instancia, como un sujeto que empezó a ser tanto de un lugar como de otro y, en ocasiones, de ninguno.[2] 

El argenmex, se configuró, de esta manera, como un ave migratoria que surcó los cielos del sur para posarse al lado del águila de la gran Tenochtitlán, aletear en las aguas de su historia y acicalarse mutuamente el plumaje, hasta hacer de esa penca de nopal, uno de sus lugares en el mundo. En ese vuelo, se articuló una región que estaba siendo atacada por los más crueles regímenes autoritarios del siglo XX. La Patria Grande creció de una punta a otra, y la cultura de México y Argentina respectivamente, se salpicaron del caleidoscopio de Latinoamérica; un vitral heterogéneo y ensamblado por la unión de las luchas populares. En este sentido, es posible afirmar que “si hay un aspecto  que  marca  la  cuestión  ‘exiliar’  que  se  vivió  en  la  segunda  mitad  de  los setenta y por lo menos hasta 1983, es la adopción de puntos de vista y de lectura del acontecer  político  latinoamericano  a  partir  de  la  impronta  institucional  y  cultural mexicana” (Candia, 2017: 194).

Además del lugar refugio que representó México para los desterrados políticos, la vinculación con una cultura que en muchos sentidos se sentía ajena, significó el nacimiento de una mirada geopolíticamente latinoamericana.[3] México impulsó al exilio político argentino a salir de una dinámica fuertemente centrada en Sudamérica y a pensar críticamente en la región como un colectivo de batallas contra la violencia, la represión y la injusticia.

Los argenmex se volvieron referente de una comunidad que, además de compartir un vínculo evidente entre naciones, impregnaron a esa identidad de una carga política e ideológica. Esta característica definió y modificó prácticas cotidianas de convivencia, que los distinguió de otras migraciones que poco tenían que ver con los exilios políticos y, al mismo tiempo, posicionaron una nueva manera de comprender la dinámica regional de América Latina. Esa mirada territorial de la que ya se habló previamente, en la que México brindó al exilio político argentino un importante sentido de lo latinoamericano, se vio fuertemente enraizada en la elaboración y adopción de la identidad argenmex. Una conceptualización que en su núcleo fundacional lleva consigo la formación de un pensamiento político que dio origen al destierro de los padres y se consolidó en la generación de hijo/as que nacieron o crecieron en el exilio por aquel componente ideológico.

En dicha dinámica exiliar, la nueva generación de argenmex creció en medio de dos tradiciones culturales que, a pesar de que cada vez se compenetraban más, también brindaron realidades distintas. La casa que se habitaba era, en sí misma, un país con sus propias costumbres, modismos y códigos culturales. El exterior era otro; aquel que, por cuestiones fuera de su alcance, aprendieron a llamar hogar y que les mostraba la inevitable diferencia con la dinámica que vivían puertas adentro. Argañaraz y Valderrama (2024: 222) sugieren el concepto del argenmex en la generación de hijos/as de la siguiente manera:

Un neologismo que abarca no solo rasgos identitarios entre la Argentina y México, sino que también engloba las problemáticas de una lengua híbrida capaz de expresar el desarraigo de padres/madres e hijos/hijas. Por tanto, cabe resaltar que lo argenmex se relaciona no sólo con las consecuencias vividas por la primera generación del exilio, sino también por la subsiguiente.

 

Entre esos dos espacios de realidades latinoamericanas que sucedían en simultáneo, nacieron muchos hijos/as del exilio político argentino en México. Entre ellos está Ana Negri, la autora que hoy, a través de su novela debut Los eufemismos, nos convoca a reflexionar y redactar estas páginas.

Ana Negri: la argenmex en su eufemismo

Ana Negri, hija de madre y padre argentinos exiliados en México, nació en 1983, año en el que se restableció la democracia en Argentina. Como una integrante más de este colectivo de niños y niñas nacidos en el destierro de sus padres, la escritora habla hoy con voz propia sobre su experiencia personal. Es maestra en Letras Latinoamericanas por la Universidad Nacional Autónoma de México y doctora en Estudios Hispánicos por McGill University, Montreal. Fue becaria del proyecto de literatura del exilio español de El Colegio de México y ha trabajado como editora en varias colecciones. Actualmente vive en Argentina.

En Los eufemismos Negri logra hacer una representación que va más allá de los complejos lazos entre una madre y su hija para situar, como punto de partida, incluso para esa relación filial, la fractura de una vida atravesada por el terrorismo de Estado.[4] 

Resulta interesante pensar que a casi cincuenta años de la conmemoración del golpe de 1976, los ejercicios escriturales sigan marcados por las consecuencias de la violencia de Estado. Como ya se ha mencionado, el foco novedoso de estas narrativas recae en la percepción que dicho hito histórico representa para la generación de hijos/as, y no para la anterior. Al respecto, la investigadora Guadalupe Campos (2013: 36) señala que,

delimitar un corpus de trabajo para lo ‘nuevo’ implica historizar un quiebre con lo ‘viejo’, crear un punto mítico de partida que permita configurar un ámbito de convergencia diacrónica en la producción difusa que cualquier corte más o menos sincrónico implica. En el caso de la Argentina de fin de siglo veinte y principio del veintiuno, ese corte resulta dolorosamente fácil: los siete años de dictadura militar operan como separador ineludible de censura, sangre y fuego.

Teresa Basile y Cecilia González en su libro Los trabajos del exilio en les hijes: Narrativas argentinas extraterritoriales se preguntan, oportunamente, a partir de qué momento surgen las narrativas de los hijos/as del exilio político argentino. Su emergencia, afirman, “puede situarse en los inicios del nuevo milenio” (Basile y González, 2024: 61). En este sentido, Eva Alberione en su texto Infancias exiliadas. Memorias y narrativas, que se incluye en el mencionado trabajo de Basile y González pone especial énfasis en el momento de surgimiento de estas representaciones culturales. Para Alberione (2024), el nacimiento de estos trabajos se sitúa en un tiempo histórico y también en uno personal. De acuerdo con la investigadora, casi todas las producciones se desarrollan cuando las artistas han superado los treinta años.[5] 

El caso de Negri, se ajusta puntualmente a la temporalidad señalada por Alberione. La escritora publica su primera novela a los treinta y siete años. En la misma línea, podemos pensar también el caso de otra autora y artista visual argenmex: Verónica Gerber Bicecci. La escritora publicó su primera novela, Conjunto Vacío, en 2015 con treinta y cuatro años.[6]

Sobre el caso puntual del exilio en las manifestaciones culturales de la segunda generación, Eva Alberione (2024: 172) afirma que “la posibilidad de indagar en estas experiencias parece requerir no sólo de la distancia que impone el tiempo, sino del uso de ciertas estrategias formales y estéticas gracias a las cuales las artistas logran abordar la propia historia”.

De esta manera, Ana Negri encuentra en su propia experiencia de hija del exilio la inspiración y, quizá, la necesidad de narrar la vida de Clara, su protagonista, y la de su madre. Con la ineludible presencia de la violencia como un espectro, la novela de Negri se suma a las narrativas que, para contar el presente, necesitan explicar ese pasado ajeno y a la vez tan íntimo; ese exilio político que no eligieron, pero que les define; ese ser argenmex que se desenvuelve como pergamino a lo largo de todo un continente reconstruyendo un sentido de identidad latinoamericana.

Entonces, ¿Por qué nombrar a su primera novela Los eufemismos? De acuerdo con la Real Academia Española, un eufemismo es “una manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”.[7] Una historia cuyo punto de partida se encuentra situado en la experiencia exiliar de los padres de la protagonista se esconde detrás de la figuración; los eufemismos para comprender lo implícito sin tener que nombrarlo.

Clara, la protagonista del relato, es una mujer de treinta años que, como la autora, es hija de padres argentinos exiliados en México. Conforme cuenta la historia de su madre y su disminución física y cognitiva/emocional, narra también su propia historia desde un exilio que no fue suyo pero que marcó su lugar en el mundo –literal y metafóricamente-. Pasado y presente, determinan el hilo conductor de un relato en el que uno no puede desprenderse del otro. Mientras Clara recuerda su infancia sellada por una evidente dinámica bicultural, y enumera sus recuerdos de la mano de acontecimientos históricos como el terremoto de 1985 de la Ciudad de México, narra también el momento presente por el que pasa su vida y la de su madre. La búsqueda de la reparación económica a las víctimas de la dictadura por parte del gobierno argentino, las lleva a ambas a remover los escombros de la historia mientras su madre se diluye en la fragilidad y el deterioro físico y psicológico. La enfermedad mental, la complejidad del fenómeno del exilio político y la dinámica represiva del régimen militar, se esconden detrás de los eufemismos que el texto de Negri presenta como una estrategia de sobrevivencia por parte de la sociedad afectada por dicho fenómeno histórico. Evadir la enunciación para evitar la confrontación. La vida exiliar como un eufemismo en sí mismo.

En aquella dinámica de figuraciones y silencios que presenta la novela, “la hija deberá comprender los eufemismos de su familia para descifrar su propia identidad […] En ese camino visualizamos las consecuencias de un exilio heredado que Clara debe enfrentar” (Argañaraz y Valderrama, 2024: 228).

La escritura de Negri se inserta en un conjunto de textos de la generación de hijos/as que, de manera novedosa, juegan con cierta hibridación narrativa y con la percepción del lector.[8] El contenido narrativo, tan apegado a la vida personal de la autora hace inevitable no interrogarse continuamente sobre qué aspectos de lo que se dice forman parte de una especie de confesión testimonial. Lo relevante de la novela, sin embargo, no recae –o no debería recaer- en esa búsqueda incesante del lector, sino en el reconocimiento de la evolución que estas literaturas han tenido en torno a temas sumamente trabajados desde otras posturas críticas y literarias.[9]

La autoficción determina la cadencia de las páginas de un texto en el que, como sucede con la novela de Mariana Eva Pérez Diario de una princesa montonera -110% Verdad-, y con otros textos producidos por hijos/as, la protagonista es un poco la autora, y otro poco no; los hechos son un poco suyos y otro tanto no. [10] Este ir y venir hacen del texto de Negri una experiencia compartida entre realidad y ficción; entre la autora y el lector. Como afirma Alberca (2007: 33), este ejercicio autoficcional en comunión con quien lee “le invita a cotejar estos datos con los del texto, y por tanto podría ser inducido a equivocarse o confundirse […] provocar la vacilación interpretativa del lector”.  

 La escritura de la autora transforma a la narración en una serie de imágenes y circunstancias en las que más de uno se ve reflejado. Clara, la protagonista, es, en su enorme complejidad y dicotomía, la personificación y la voz de muchos hijos/as del exilio político. La madre de Clara es, a su vez, todas y todos los padres y madres que llegaron en el destierro.

La descripción que hace Clara sobre la persecución a la que fue sometida su madre, su salida de Argentina y su tiempo de desarraigo, se entrelazan con la imagen de un cuerpo que, a pesar del paso de los años, de la llegada de la democracia y de la seguridad de una vida fuera de peligro, se debilita conforme avanza el relato. La escena en donde ese cuerpo maternal se encoge en angustia conforme el pelo gris le descubre los omóplatos puntiagudos y las costillas, hacen inevitable pensar en los procesos de tortura que los detenidos pasaron en los centros clandestinos, aquellos lugares que, como afirma Pilar Calveiro (1998: 147), “sólo pueden existir en medio de una sociedad que elige no ver, por su propia impotencia, una sociedad ‘desaparecida’, tan anonadada como los secuestrados mismos”. Sin hacer una alusión directa, la escritora aborda, desde esas sutilezas figurativas, a partir de esos eufemismos descriptivos, las consecuencias de la violencia del terrorismo de Estado. El cuerpo de la madre de la protagonista es más que la simple descripción de una persona en deterioro físico como consecuencia de la disminución cognitiva; es la representación de la violencia ejercida sobre un colectivo. Cuerpo y mente se desmoronan a años de lo acontecido. Y en esa imagen se entrelazan las dolencias de una vida salvada –literalmente- por el exilio, pero llena de fracturas. La fragilidad corporal muestra también el quiebre cognitivo como resultado de una experiencia traumática ocurrida tiempo atrás.[11] En este sentido es importante recordar que, con la llegada de los contingentes de exiliados políticos a México, también llegaron muchos profesionales de la salud mental que fueron piezas clave para crear una red de sostén que acompañara a las y los desterrados en sus procesos de adaptación, aceptación y duelo, entre otras cosas. Como lo explica Soledad Lastra (2021: 10),

Al destierro partieron centenares de psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras […]. Desde el exilio, estos actores recibieron a hombres, mujeres y niños afectados por la violencia de Estado y pusieron en marcha herramientas terapéuticas para abordar las secuelas de dolor y pérdida que llevaban consigo.

Las descripciones de la narrativa sitúan al lector en la coyuntura argentina y, la protagonista, describe el espacio en el que se lleva a cabo la acción. Detalles puntuales de la Ciudad de México, sus calles, las construcciones, e incluso la referencia al implacable paso del tiempo del que también ha sido víctima la metrópoli, generan un vínculo entre espacios, narración e historia que remite, una y otra vez, al proceso de exilio político de la década de los setenta. La historia del país del sur, se narra y adolece desde el norte de América Latina como esa ave migratoria que nunca para y que, en sus vuelos de ida y vuelta, aletea fragmentos de un pasado que no pierde vigencia.

La presencia de la construcción de la cotidianidad en un lugar ajeno y la formación de lazos familiares que traspasaron lo sanguíneo, quedan descritos en los recuerdos que la protagonista comparte mientras intercala pasado y presente. “Esas relaciones, entendería después de golpe –como casi siempre-, no respondían a líneas de filiación, sino a vínculos que sus papás establecían para remplazar la familia que perdieron al irse” (Negri, 2021: 13).

Los eufemismos se constituye como una novela en la que la dinámica del exilio político en la generación de hijos/as, se aprecia de forma clara –como el nombre de la protagonista- y evidente. La construcción de familias por elección, la dificultad de poder viajar con cierta frecuencia a Argentina, el vínculo con los afectos a la distancia, y la presencia constante del destierro como suceso determinante de la dinámica cotidiana y como lenguaje para entender el mundo, son las directrices de un relato que permite ser leído sin pausas.

El lenguaje de Negri es un juego de vocablos y referencias que hacen que el lector se movilice, entre párrafo y párrafo de sur a norte de América Latina, y viceversa. Es precisamente a través de la dinámica lingüística que el lector encuentra uno de los rasgos más potentes del texto. Los eufemismos, comentó Ana Negri (2022) en una entrevista “rodea un vacío en el que se va configurando algo más y trata de darle un lugar a lo indefinido”. A través de sus personajes, sus diálogos y circunstancias, esta novela propone un uso del lenguaje que “va más allá de la literalidad” (Argañaraz y Valderrama, 2024: 238).

El lenguaje dividido: una identidad desdoblada

El uso de los eufemismos en el habla cotidiana, implica un trasfondo que no sólo roza con la romantización del sentido de las palabras, o la búsqueda de una cierta poética en los textos. El eufemismo evade, rehúye, y evita el golpe de la confrontación. En la novela de Negri, la muestra del uso de este recurso retórico encuentra al lector con la imposibilidad de la huida. Lo que no se nombra, se deja ver de tal forma, que resulta imposible no colisionar con la realidad que impone límites y condiciones.

Si en la actualidad es posible repensar el concepto, anteriormente referido de lo argenmex, la novela de Ana Negri es, indiscutiblemente, un faro que sitúa de forma simultánea la historia de los padres/madres, en representación del pasado, con la de los hijos/as del exilio político, en tiempo presente. ¿Es argenmex un eufemismo? ¿Hay más detrás de ese concepto? ¿Será que como lo escribe la autora en su novela: “decía más de lo que decía decir”? (Negri, 2021: 21) Nos construimos en eufemismos, nos reconocemos en la ambigüedad de un lenguaje que cubre a la realidad. El argenmex para no nombrar al exiliado político, los argenmex para no referirse como los hijos/as del destierro. El argenmex: ese eufemismo perfecto.

Detrás de la conjunción de nacionalidades, de luchas y de ideales, se nombra en silencio el exilio político y sus dolencias, y se deja ver en un cuerpo que libró la muerte, pero que, aún así, como la madre de Clara, adolece.

“Lo argenmex señala una cuestión central que todos conocemos, pero que no ha sido indagada de forma sistemática: el modo en que el lugar de llegada condiciona, redefine, permea el exilio y permite establecer vínculos entre las violencias de cada país” (Basile y González, 2024: 24). Como ya se mencionó anteriormente en este texto, aunque el origen del vocablo es incierto, algo sobre lo que no hay duda es que se tiene registro del mismo a partir del exilio político provocado por el golpe de Estado del 24 de marzo 1976.

El argenmex como eufemismo carga en sí la experiencia del destierro de la generación de la militancia política con todas las complejidades que ésta conlleva: el posicionamiento político, el dolor, la pérdida, la ausencia, la nostalgia, la denuncia; pero también la adaptación, el asombro, el aprehender, el porvenir, la vida. Para los hijos/as es aquel bagaje heredado; la indefinición, la fractura, la confusión y, también, la riqueza de la simultaneidad de culturas, la conciliación, la apropiación, la potencia creadora.

En este sentido, cabe retomar la propuesta que Silvia Dutrénit (2013: 211) desarrolla cuando explica que en las narraciones de integrantes de la segunda generación,

se encontrarán aspectos intangibles de creencias y afectos, lo mismo que se observará hasta dónde algunas circunstancias han perdurado recreándose en sus memorias. Asimismo, se apreciará hasta dónde también lo narrado es fruto de la construcción memorística de la familia y los grupos políticos.

La construcción del ideario de pertenencia a través de una identidad desdoblada no sólo explica este sentido primario, anteriormente mencionado, de la referencia de los argenmex. Dicho concepto, carga en sí mismo, experiencias que detallan al vínculo que se estableció entre los hijos/as del exilio político con la familia que quedó en Argentina. Cierta sensación de no-pertenencia y de ausencia de un lugar fijo en el mundo, llevan en sí dolores y nostalgias que son subordinados por la necesidad de adecuación al entorno. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos, aquel eufemismo se diluye cuando la realidad golpea. Y para muchos hijos/as del exilio, uno de esos enfrentamientos de recepción se vivió con los primeros encuentros de “extranjerismo” en su propio entorno familiar.

“¡Chicos, llegó Clarita, la prima mexicana!”, anunció el abuelo y los juegos cesaron para mirar a ese espécimen tropical. “¿La prima mexicana?”, pensó. -¿Cuántos años tenés?- preguntó una niña que se resguardaba detrás de otro que sostenía un balón. –Voy a cumplir doce en diez días. ¿Y tú? Estallaron, al unísono, las risas de todos los primos. “¡Y tú!”, repetían a carcajadas, “¡y tú! ¿Querés jugar al fútbol, tú?” (Negri, 2021: 47).

Esa identidad que por momentos dotaba de capacidades extraordinarias de adaptación a los hijos/as del exilio político, también generaba ciertos choques cuando el ser de aquí y de allá, se transformaba en un ni de aquí, ni de allá.

En esa ambigüedad, Clara, la protagonista de la novela, busca, como lo dice su nombre, todas las formas posibles de nombrar. Frente a la neblina de eufemismos que rodean la locura de su madre, ella denomina biculturalmente todo lo que la rodea “como dirían en Argentina […] y como se dice en México” (Negri, 2021: 23).

Este recurso literario, que se repite en toda la novela, es la herramienta a la cual recurre la autora para enfatizar una dualidad identitaria. Clara es absorbida por la enorme Ciudad de México, sus autos, su transporte público al borde del colapso, el andar de la gente y sus costumbrismos. El lenguaje en el que Clara se reconoce, se bifurca como ella misma. En su esfuerzo por combatir los eufemismos, nombra en todas las formas que conoce: el argentino y el mexicano. El castellano, lenguaje en común de ambas naciones, tiene una potencia distinta en la novela cuando más allá de ser una generalidad que vincula, la autora lo aborda desde el detalle y la diferencia. En el conocimiento de la particularidad está el saber de una cultura, y la protagonista, a través del ejercicio de la enunciación, hace de la indeterminación un lugar habitable. “Repodrido –como dirían en Argentina-, de la chingada, para acabar pronto […] Ignora la corcholata –chapita, en argentino- […] su camita –cucha, dirían en Argentina” (Negri, 2021: 32). En el eufemismo del argenmex existen trozos de esa identidad caótica y, a la vez,  enriquecida por la indeterminación y la potencia creativa de una mirada que observa más allá de los límites territoriales. Los eufemismos, en este caso, por lo tanto, “no son solo aquello que no se puede mencionar o que se dice de otro modo, son también las nominalizaciones mexicanas y argentinas que madre e hija, pero sobre todo la hija, necesitan para continuar con sus vidas y ser escuchadas” (Argañaraz y Valderrama, 2024: 228).

En este sentido de la relevancia del reconocimiento lingüístico, la protagonista hace una evocación a una dinámica que fue común entre las familias de exiliados políticos que inscribían a sus hijos en instituciones educativas. Varios colegios funcionaron como punto de reunión para los hijos/as del destierro. Algunos de ellos, herencia del exilio español republicano, fueron el Colegio Luis Vives, la Escuela Herminio Almendros, y el Colegio Madrid, espacios que brindaron una mirada profunda a los hilos de solidaridad que el fenómeno del exilio político tejió en tierras aztecas. Esta dinámica permitió que en dichos colegios coincidieran hijos/as del exilio argentino que pudieron compartir, desde una cierta familiaridad, su forma de vida. “Casi todos los niños compartían una relación con el exilio. […] Nunca tuvo que preocuparse por responder ‘mande’ cuando alguien la llamaba y si pedía algo suavemente, podía omitir el ‘por favor’. Todos decían o entendían ‘el coso’…” (Negri, 2021: 73). Aún habitando en México, estos espacios educativos representaron un lugar de reconocimiento cultural en el que el lenguaje funcionó como eje constructivo de una difusa identidad compartida.[12] 

De esta manera, mientras Clara nombra, define y da forma a todo lo que puede, su madre se difumina en eufemismos y alegorías que la alejan, cada vez más, de la realidad cotidiana y la sitúan en un pasado que nunca dejó de estar presente y que ahora se asoma como el intruso que, ella piensa, le roba la casa poco a poco. “Hacía mucho tiempo, se dio cuenta entonces, que su madre se las había ingeniado para ocultarle la batalla silenciosa en la que vivía” (Negri, 2021: 89).

En ese devenir de la mamá en una presencia que se desdibuja en un pasado que no le permite estar presente, la madre de Clara tiene una sola certeza: la destrucción que la dictadura hizo de su capacidad para poder nombrar.

Hasta el lenguaje nos violentaron: ‘Proceso de Reorganización Nacional’, le pusieron. Nos cambiaron el significado de todo, nos retorcieron las palabras y nos dieron vuelta el mundo. ‘Criminales’, nos llamaban los torturadores, los secuestradores…¡A nosotros! (Negri, 2021: 107).

Más adelante agrega: “Silencio es salud, decía el cartelito para todos los ángulos de la ciudad. ¿Te das cuenta? Hacían lo que querían con las palabras. ¡Silencio es muerte, debieron haber escrito! Y lo cumplían” (Negri, 2021: 124).

La batalla de la protagonista contra la figuración y la búsqueda de claridad para nombrar aquello que, de alguna forma, ha dejado de tener sentido para ella, recuerdan de nueva cuenta un cierto guiño a otros trabajos de la generación de post-dictadura como la novela, ya mencionada, de Mariana Eva Pérez. Es importante recordar que, como ya se comentó anteriormente, los casos presentan similitudes en cuanto a las estrategias narrativas en la búsqueda de la enunciación, más no en la experiencia personal de las autoras ya que con respecto a Negri hablamos de una hija de exiliados políticos y en el caso de Pérez nos referimos a una hija de víctimas de desaparición forzada.

Sin embargo, aunque se trabaja desde tónicas distintas, en ambos casos se hace evidente la búsqueda de conceptos que logren representar, de la manera más fiel, lo que el terrorismo de Estado provocó en las protagonistas de las respectivas historias, más allá de los discursos de las organizaciones de derechos humanos.

En Diario de una princesa montonera -110% Verdad- Pérez emplea como recurso narrativo la unión de palabras comúnmente usadas en los discursos de derechos humanos para dotarlas de un nuevo sentido; uno que resuene en ella y su generación y que, más allá de los aspectos legales, los vincule con su propia historia y con la complejidad de la ausencia. Su protagonista lo describe así: “No había otras palabras de repuesto. Ahora las estamos inventando” (Pérez, 2012: 125). Las nuevas palabras-frases que elabora la protagonista, agrupan la condición de muchos sujetos que se ven representados en esa nueva propuesta para nombrar personas o hechos. Algunas de esas palabras reestructuradas son: detenidodesaparecido y compañerosdetenidosdesaparecidosyasesinados.

Ambas escritoras buscan nombrar. Clara, la protagonista de Negri, lucha constantemente contra los eufemismos que circundan no solamente la locura de su madre, sino sus vínculos personales y afectivos. Frente a la figuración que evade la realidad, ella nombra en argenmex; enuncia doblemente.

Por otro lado, M, la protagonista de Pérez, inventa palabras para poder denominar lo que el lenguaje hasta hoy conocido ya no puede hacer. No sólo nombra, sino que elabora un nuevo idioma.          

Una lengua híbrida define a la protagonista de Los eufemismos y, de esta forma, pareciera que su lugar en el mundo se encuentra también en esa difuminación de fronteras.

Cuando ha tenido que leer en voz alta siente una inmensa vergüenza de hacerlo mal, por no saber qué acento usar. O más bien, de saber que el acento que está por escapar todo el tiempo, es el de una argentina cuya pertenencia no pende más que del recuerdo de otros. El mexicano…ése le sirve para vivir, no para leer. (Negri, 2021: 25)

        Dos lenguas, que en el fondo son la misma, la hacen habitar dos espacios y dos tiempos de forma simultánea. El argenmex es más que una identidad: es un lenguaje. Es una forma de narrar y comprender la realidad desde la complejidad de la hibridación latinoamericana.

Conclusiones

Los eufemismos de Ana Negri se suma al conjunto de expresiones literarias que la generación de hijos/as del exilio político presenta como un ejercicio de revisión y reelaboración del pasado reciente. Con la mirada puesta en el golpe de Estado de 1976 como el hecho histórico que trastocó la vida de la militancia política a la que pertenecieron sus padres, los hijos/as observan, reevalúan y se apropian de una experiencia que hoy también comprenden como suya. Advierten que su papel en la historia no es el de sus progenitores y, desde ahí, logran darle voz propia al exilio político y a las consecuencias que éste ocasionó en un enfoque transgeneracional.

Más allá del fenómeno del destierro argentino generalizado, la novela que se analiza en este trabajo se inscribe en la particular dinámica del exilio político en México. En este sentido es importante recordar “el alcance familiar de muchos de estos desplazamientos, que sumó en ocasiones a abuelos y otros miembros de una familia ampliada […]” (Basile y González, 2024: 14).

A diferencia del desarrollo de otros colectivos exiliares que se asentaron en distintos países, el caso mexicano derivó en una identidad particular denominada bajo el concepto de argenmex. Entendida como una noción que, además del vínculo cultural, conlleva una innegable perspectiva política, una mirada latinoamericana y una importante carga de experiencias vinculadas al destierro que han sido mencionadas en el texto, el argenmex, de primera generación, hereda esta identidad difusa, dividida y compleja a los hijos/as de ese exilio.

De esta forma, se reconfigura la noción del argenmex a partir de una generación que no enfrentó el golpe de la necesaria e inevitable reconstrucción identitaria, sino que analiza y se replantea el sentido de la indeterminación y la dualidad como algo propio. Parte de ese desdoblamiento se da a partir de la lengua y la complejidad de nombrar en argenmex.

La escritura de Ana Negri en esta, su primera novela, permite precisamente repensar la experiencia del exilio político en México, su identidad como colectivo y el surgimiento de esta nueva generación de argenmex que reconoce y nombra la diferencia a partir de la ambigüedad de una identidad y, de una forma de entender el mundo que se desdobla de sur a norte del continente. “Para la generación de las hijas e hijos la hibridez argenmex no será entendida como la culpa por una lengua que se diluye, puesto que esa hibridez es parte de su propia identidad” (Argañaraz y Valderrama, 2024: 238).

De esta forma, Negri, a través de Clara, su protagonista, elige la hibridez para narrar porque se reconoce en ella, en su complejidad y en su riqueza simbólica y discursiva.

Los eufemismos aporta una mirada crítica a las consecuencias que el exilio político, como una violación a los derechos humanos, tuvo en los padres y madres que formaron parte de la militancia política, así como en la generación de hijos/as que crecieron o nacieron en el exilio en México. La historia de Clara y su madre entrelazan un tiempo pasado que no termina y cuyas repercusiones se tornan evidentes en un presente que, en su cotidianidad, camina surcando un pasaje de historias de lucha y justicia social.

En ese espacio de confrontación y reconciliación, el lenguaje dividido y fragmentado como la propia identidad argenmex, hace de esa característica su poder creador. Y como ave migratoria en pleno vuelo, deja caer plumas que llevan nuevos saberes y vocablos, de un lugar a otro, a miles de kilómetros de distancia de una región con historias y luchas lejanas en la geografía y cercanas en los objetivos y esperanzas.

Bibliografía

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Bouziane, Sara y Harfouchi, Nachida (2021). La hibridación genérica en la novela postmoderna “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel. Revista Caribeña de Ciencias Sociales, Vol. 10, N° 5, pp. 62-72.

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Infobae, canal de Youtube (2022). Ana Negri: El “argenmex” trata de ubicar un espacio indefinido, sin territorio que lo ancle. [archivo de video]. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=XQ5i-SW_jvA

Lastra, Soledad (2021). Introducción y El exilio-retorno y las redes de salud mental en el Cono Sur (1978-1989). En Lastra, Soledad (comp). Exilios y salud mental en la historia reciente (pp. 9-36 y 203-231). Argentina: Universidad Nacional de General Sarmiento.

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Andrea Candia Gajá es Doctora y Maestra en Estudios Latinoamericanos en el área de Literatura por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente imparte cátedra en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México en los Departamentos de Letras y de Historia. Sus líneas de investigación son el estudio de la literatura del exilio argentino en México como consecuencia de la última dictadura cívico-militar (1976-1983) y la producción literaria de la generación de post-dictadura. Entre otros textos, ha publicado la antología Relatos del exilio. Escritores argentinos en México (Del Ermitaño 2014), misma que compiló y prologó. Es colaboradora de la revista literaria argentina En-tropía.

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[1] Es importante señalar que la magnitud del golpe de Estado tiene que ver, en parte, con la escalada represiva que se conoció después a través de las denuncias de los organismos de derechos humanos así como de los colectivos que se encontraban en el exilio.

[2] El origen del concepto argenmex, ha sido ampliamente debatido por la comunidad exiliar. El escritor Mempo Giardinelli, que vivió su exilio político en México, aduce su autoría con la primera aparición del término en su novela El cielo con las manos (1984) y posteriormente lo retoma en el libro que elabora junto a Jorge Bernetti, México, el exilio que hemos vivido: memoria del exilio argentino durante la dictadura (1976-1983).

[3] A pesar del apoyo que el gobierno del entonces presidente de México, Luis Echeverría, brindó a los exiliados políticos sudamericanos, los servicios de inteligencia mexicanos, específicamente la Dirección Federal de Seguridad (DFS) realizaron un puntual y constante seguimiento a dichos contingentes. Para conocer más sobre este tema se sugiere revisar el libro Espionaje y control en el país refugio. La DFS frente a los exiliados sudamericanos en México, coordinado por Soledad Lastra.

[4] La escritora y crítica literaria Elsa Drucaroff, en su libro Los prisioneros de la torre, resalta el hecho de que la nueva narrativa argentina (NNA) a la que pertenecen autores como Félix Bruzzone, Mariana Eva Pérez y Laura Alcoba, tenga, en sus textos, el mismo punto de partida que los trabajos de la generación de la militancia política. Respecto a esto, aclara que el eje comunicador entre estas narrativas, más allá de asuntos generacionales de evidente cronología, se define por el vínculo que los escritores tienen con ciertos hitos históricos. En este caso el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Aunque en el trabajo de Drucaroff no se incluye a Ana Negri o a Verónica Gerber Bicecci –en parte debido a que para ese entonces ellas aún no habían publicado sus novelas- resulta pertinente pensarlas dentro de este concepto generacional considerando que el punto de partida de sus trabajos se remite al mismo hito histórico que los otros autores, es decir el golpe de Estado de 1976.  

[5] Nos referimos a artistas en género femenino ya que en su trabajo, Alberione hace un análisis alrededor de obras producidas por mujeres que vivieron su infancia en el exilio al que llegaron muy pequeñas o en el cual nacieron.

[6] Es importante señalar que, a pesar de que Negri y Gerber comparten ciertas características biográficas, mientras Negri se autodefine como argenmex, Gerber ha expresado cierta problemática personal alrededor de dicho concepto. De igual forma, es pertinente mencionar que, aunque en este caso hablamos específicamente sobre la publicación de la primera novela de cada una de ellas, ambas cuentan con trabajos publicados previamente. Ya sea en el ámbito de las artes visuales y el ensayo respecto a Gerber y a la coordinación, edición y gestión editorial por parte de Negri.

[7] Esta definición puede consultarse en la siguiente página: https://dle.rae.es/eufemismo

[8] Sobre este tema, Bouziane y Harfouchi (2021: 65) afirman que “la hibridación genérica es la caída de las fronteras genéricas y su disolución en una multiplicidad de discursos. El hibridismo es un fenómeno que afecta tanto a los géneros como al propio texto”. En el caso de Los eufemismos, además de las fronteras genéricas del texto es posible percibir, desde un inicio, la hibridación lingüística entre modismos argentinos y mexicanos utilizados de forma simultánea.

[9] Por momentos, el trabajo de escritura que hace Negri recuerda a narrativas como la de Mariana Eva Pérez en su novela híbrida Diario de una princesa montonera -110 %Verdad-. Las dos escritoras presentan esta enorme cercanía de su vida personal con los hechos que atraviesan la vida de sus protagonistas. En el caso de Pérez, es posible observar un trabajo un poco más cercano al testimonio –sin llegar a serlo-. Ambas generan un vínculo con el lector en el que se despierta la curiosidad de conocer los hechos detrás de la ficción. Es indispensable aclarar que, a pesar de esta similitud, se trata de casos distintos. Con respecto a Negri, hablamos de una hija de exiliados políticos; en el caso de Pérez nos referimos a una hija de desaparecidos. La similitud que se rescata es únicamente en el registro de algunas estrategias narrativas como la cercanía entre testimonio y ficción, no de experiencias personales. En el caso de la novela de Mariana Eva Pérez lo híbrido se observa también en la estructura escritural, la cual parte de un esquema de blog y de diario fracturado que derivó en una especie de novela que es, más bien, un texto híbrido.

[10] Para situar el concepto de autoficción acudiremos al planteamiento de Manuel Alberca. Él afirma que “las autoficciones tienen como fundamento la identidad visible o reconocible del autor, narrador y personaje del relato. En este contexto, identidad no quiere decir necesariamente esencia, sino un hecho aprehensible directamente en el enunciado, en el cual percibimos la correspondencia referencial entre el plano del enunciado y el de la enunciación, entre el protagonista y su autor, como resultado siempre de la transfiguración literaria” (Alberca, 2007: 31). Para la mayoría de estos textos la autoficción ha permitido a sus autores contar su historia desde la ficción situando sus voces en las de sus personajes.

[11] El personaje de la madre de Clara, la protagonista de la novela, representa en su decadencia física y mental aspectos que formaron parte de las temáticas tratadas por los contingentes del exilio político argentino que se radicaron en México. A través de las casas de solidaridad que se conformaron durante los primeros años de asentamiento en el país, se trabajó por atender, entre muchos otros temas, asuntos de índole médica y de salud mental. Sobre este tema se recomienda consultar el libro compilado por la investigadora Soledad Lastra, Exilios y salud mental en la historia reciente.

[12] La solidaridad de la sociedad mexicana con el exilio político argentino permitió que se crearan vínculos que trascendieron las esferas de lo profesional. Los espacios académicos, sobre todo las universidades, se convirtieron en puntos estratégicos para debatir la realidad latinoamericana y fortalecer lazos con organizaciones y actores políticos de la comunidad mexicana. Muchos académicos e intelectuales argentinos se sumaron a las filas de instituciones educativas como la UNAM y el Colegio de México. La unión de ambas perspectivas fortaleció la formación y el crecimiento de la UAM, la FLACSO, el CIDE y el CIESAS. Asimismo, las escuelas de nivel de educación básica superior, como las mencionadas en el texto, con claras políticas de integración y de apoyo a los exilios sudamericanos, se sumaron a este círculo fraterno de acogida constituyendo un importante lugar de encuentro para la comunidad exiliar.

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