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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº13. Mar del Plata. Enero-junio 2021.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

                                                                           

Los musulmanes, la caballería y la monarquía. Análisis comparativo y representación discursiva (siglos XII-XIII)

Juan Cruz López Rasch

Instituto de Estudios Americanos y Europeos, Facultad de Ciencias Humanas,

Universidad Nacional de La Pampa, República Argentina.

jclopezrasch@gmail.com

Recibido:         24/08/2020

Aceptado:        02/03/2021

Resumen

En el presente trabajo analizamos cómo es representada la relación entre la monarquía castellano-leonesa y la caballería. Para efectivizar el abordaje comparamos tres obras: la Chronica Adefonsi Imperatoris (c. 1147-1149), el Cantar de Mio Cid (cuya versión del copista Per Abbat sería de comienzos del siglo XIII) y la Crónica de la población de Ávila (c. 1255). Se trata de dos crónicas y un cantar de gesta, diferenciables entre sí, además del género al que pertenecen, por el contexto histórico dentro del cual los textos son escritos, los objetivos que persiguen sus redactores, la extracción sociopolítica de cada uno de ellos y el mensaje que intentan transmitir. En todos estos textos, los musulmanes aparecen como enemigos de caballeros que, de acuerdo al caso, son de extracción nobiliaria, o cuentan con un origen plebeyo. Esa hostilidad, en el plano discursivo, permitiría configurar un determinado vínculo con el rey.

Palabras clave: Chronica Adefonsi ImperatorisCantar de Mio CidCrónica de la población de Ávila, caballería, monarquía.

The Muslims, the chivalry and the monarchy. Comparative analysis and discursive representation (XII-XIII centuries)

Abstract

In the present work, we analyze how is represented the relationship between the Castilian-Leonese monarchs and the knights. In order to make the approach effective, we compared three works: the Chornica Adefonsi Imperatoris (ca. 1147-1149), the Cantar de Mio Cid (whose version by copyist Per Abbat would be from the early thirteenth century) and the Crónica de la población de Ávila (ca. 1255). These are two chronicles and an epic poem, differentiable from each other, not only by the literary genre but the historical context within which they are written, the objectives pursued by their editors, the socio-political extraction of each of them, and the conveyed message. In all these texts, Muslims appear as enemies of knights who, according to the case, are of noble extraction, or have a plebeian origin. Such hostility, on the discursive level, would allow to establish a certain kind of link with the king.

Keywords: Keywords: Chronica Adefonsi ImperatorisCantar de Mio CidCrónica de la población de Ávila, cavalry, monarchy.

Los musulmanes, la caballería y la monarquía. Análisis comparativo y representación discursiva (siglos XII-XIII)[1]

Planteo del problema

En el siguiente trabajo analizamos cómo es representada la relación entre la monarquía castellano-leonesa y la caballería medieval. Dentro de ese amplio grupo social consideramos el caso de los milites que forman parte de la nobleza,[2] como así también el de los que poseen un sustrato plebeyo. Tratándose de un tema amplio y complejo, reducimos la escala de análisis y seleccionamos un conjunto de narraciones. No es la intención de este artículo esbozar explicaciones generales, o aplicables a todo un espacio y período, sino desplegar un estudio comparativo e indagar en algunas cuestiones puntuales. Por eso, para efectivizar el abordaje, se cotejan tres obras, las cuales poseen determinadas particularidades. Concretamente, nos detenemos en la Chronica Adefonsi Imperatoris (c. 1147-1149), el Cantar de Mio Cid (cuya versión de Per Abbat sería de comienzos del siglo XIII), y la Crónica de la población de Ávila (c. 1255).[3] La primera diferencia que observamos entre las tres narraciones es tipológica, y bastante evidente, puesto que se trata de dos crónicas y un cantar de gesta.[4] Asimismo, consideramos otros aspectos relevantes que distinguen a las obras entre sí: el contexto histórico particular dentro del cual son escritas, los objetivos que persiguen sus autores, la extracción sociopolítica de cada uno de ellos, y el mensaje que procuran transmitir.

No obstante, también encontramos algunos paralelismos entre los textos. En primer lugar, todas las obras hacen mención a diferentes reyes castellano-leoneses.[5] Los redactores apelan a esa autoridad monárquica por distintos motivos, los cuales varían en función del período y de las circunstancias políticas. En segundo lugar, en los tres relatos identificamos episodios en los cuales los musulmanes figuran como uno de los antagonistas principales de los milites.[6] En el plano discursivo, se describe a un enemigo con el cual resultaría imposible un vínculo pacífico. La imagen que se nos presenta está alejada de una realidad histórica mucho más compleja, en la que se producen relaciones de distinto tipo entre personas con diferentes identidades religiosas. Por eso, es importante tener en claro que las escenas en las cuales se relatan los enfrentamientos con los musulmanes poseen una funcionalidad intrínseca a cada narración. Por último, pero no menos importante, tenemos que advertir que, en cada uno de las obras, aparecen caballeros que forman parte de la nobleza (como en el caso del CMC), o bien, que son de origen plebeyo (como en la CAI y la CPA). La representación que se hace de ellos nos obliga a reflexionar sobre los procesos históricos que configuran la morfología sociológica de la caballería.

Los caballeros

Historiadores como Fleckenstein (2006) o Rodríguez Velasco (1993; 2006; 2010) explican los múltiples y variados orígenes de la caballería medieval. Ambos detallan el largo y complejo proceso de formalización que experimentan los integrantes de este grupo social. En ese derrotero histórico se desarrollan discursos narrativos que pretenden legitimar a quienes integran el estamento de los bellatores, otorgándoles o confirmándoles una serie de prerrogativas, e imponiéndoles un conjunto de limitaciones y obligaciones. Asimismo, para comprender la génesis histórica del combatiente medieval, debemos tener en claro que guerrear a caballo no es un atributo exclusivo de los sectores privilegios. Tanto en los pueblos bárbaros que migran hacia Europa occidental, como en los reinos romano-germánicos que aparecen con posterioridad, la totalidad de los hombres libres, pero también algunas personas con estatus jurídico servil, integran los cuerpos de combate. En el territorio franco, por lo menos hasta el siglo VIII, quienes no están sometidos a la esclavitud tienen el derecho, y a veces también la obligación, de portar armas. Esto implica seguir al señor de la guerra en sus campañas anuales, “con la expectativa de participar en el botín y la fama” (Fleckenstein, 2006: 22). Los campesinos que prestan este tipo de servicios se hacen responsables de su propio avituallamiento, lo cual conlleva, entre otras cosas, descuidar la gestión de sus granjas. En este sentido, quienes disponen de grandes patrimonios, tienen ventajas para pertrecharse. Esa doble funcionalidad como soldados y labradores explica por qué, a lo largo del tiempo, el número de personas que accede a los ejércitos, como por ejemplo el carolingio, es cada vez menor (Fleckenstein, 2006: 26).

En el trascurso de los siglos los diferentes tipos de jinetes, la gran mayoría de ellos con un origen popular,[7] encuentran en la caballería medieval un denominador común, una práctica cultural que permite unificarlos bajo una sola identidad.[8] En ese proceso homogeneizador, visible desde el siglo XI, participa activamente la Iglesia, configurando un modelo prototípico que es apropiado por la elite feudal, aproximadamente, desde la decimosegunda centuria.[9]

Consideremos ahora qué ocurre, puntualmente, en la península ibérica. Nos encontramos allí con una nobleza encumbrada que acompaña y asiste al monarca, posee amplios dominios, exenciones e inmunidades cedidas por el rey, además que dispone de sus propios vasallos. Estos subordinados son caballeros feudales que alcanzan protagonismo, especialmente, al norte del Río Duero. Aunque algunos provienen de reconocidas familias astur-leonesas, muchos de ellos, en un principio, son labradores, o incluso siervos domésticos. Su situación cambia porque realizan un servicio honorable para su señor a cambio de beneficios. Como en el resto de Europa, la imposición de la renta agraria, y las necesidades militares, consolidan una diferenciación cada vez más notoria entre quienes se vuelcan de lleno a las tareas rurales, y otros que se dedican al combate. La distancia entre unos y otros termina de fraguarse cuando los guerreros que responden a los aristócratas de alto rango acceden al grupo de los privilegiados, además que obtienen feudos e incrementan un patrimonio formado, en un primer momento, por tenencias alodiales.[10]

Quienes integran los estratos más bajos del estamento nobiliario adquieren relevancia en los diferentes espacios geográficos de la península ibérica. Ahora bien, Díaz de Durana (2015) no cree que los hidalgos tengan un papel secundario, es más, considera inadecuado identificarlos como parte de la “baja nobleza, pequeña nobleza o nobleza de segunda fila” (Díaz de Durana, 2016: 336). Los caracteriza como parte de un grupo activo y dinámico, que cuenta con sus propios intereses y posee un origen muy variado.[11] Se trata, por lo general, de personas que disponen de privilegios: están exentos de algunas contribuciones, poseen bienes inembargables y no pueden recibir determinados castigos. Su influencia es tan relevante que, en algunas ciudades de la corona castellano-leonesa, monopolizan el gobierno urbano (Diago Hernando, 2010).

Los caballeros villanos poseen características similares a las de los hidalgos. No obstante, es importante captar las similitudes y diferencias entre unos y otros. Al sur del río Duero, la amenaza islámica es considerable, o por lo menos lo es hasta fines del siglo XII.[12] Esta circunstancia permite que algunos jinetes, emergidos del mundo campesino, logren distinguirse del resto de los labradores, sin perder completamente el vínculo con ellos. Consideremos que, entre los siglos XI y XII, los caballeros villanos se hacen responsables de las tareas militares y de vigilancia. En un contexto peligroso, el grupo obtiene botines, además que garantiza seguridad a los poseedores de tierras y ganado. Progresivamente, los caballeros adquieren protagonismo y afianzan su liderazgo.

Si observamos lo acontecido en otros reinos, podemos comprender los mecanismos de promoción social de la caballería villana castellana. En Aragón, villas como Teruel reciben un código foral que recupera el derecho consuetudinario, pero que también deja allanado el camino para que quienes posean armamento consigan diferenciarse política y económicamente del resto. Con el paso del tiempo, esa elite, formada por caballeros, controla el concejo y recibe la confirmación legal de sus privilegios. El proceso de encumbramiento, y el reconocimiento formal de la monarquía, obedece, en un primer momento, al peligro que representan los almohades en las inmediaciones de las localidades cristianas (Nicolás-Minué Sánchez, 2011; Ríos Conejero, 2016; Utrilla Utrilla, 2012).

En Castilla ocurre algo parecido, puesto que el ascenso social de los caballeros villanos es acompañado por la confirmación de prerrogativas, algunas similares a las que disfrutan los integrantes del orden privilegiado, como la exención tributaria (Jara Fuente, 2001: 35-36, 38-39). De hecho, entre los siglos XIII y XV, los reyes convalidan determinados atributos, convirtiéndolos en hereditarios y aplicándolos, especialmente, a las familias que monopolizan los cargos de gobierno municipales (Sánchez Saus, 2014-2015: 185). Durante las últimas centurias del medioevo, los intereses extractivos del dominus villae son resguardados por los caballeros villanos, ahora garantes de la absorción de tributos.[13] Aun así, los integrantes de este grupo no cuentan con un derecho de mando individual ni retienen el excedente en sus manos, puesto que la autoridad que ejercen sobre las aldeas es colectiva y no puede privatizarse (Astarita, 2005: 63). Tampoco reciben la compensación de quinientos sueldos cuando alguien los ofende (Gibert, 1953: 417), ni están facultados para portar una enseña, recibir investiduras o dignidades (Rodríguez Velasco, 1993: 49-50, 53, 56-57; Rodríguez Velasco, 2010: 8, 49-50). Retengamos esta información y avancemos con el cantar de gesta y las crónicas seleccionadas.

Los textos

La primera de las obras consideradas en el presente artículo, en términos cronológicos, es la CAI. Se trata de un enérgico panegírico que enaltece la figura de Alfonso VII, rey de León y Castilla. La crónica es redactada entre 1147 y 1149 (Ubieto Arteta, 1957: 325), probablemente por un clérigo cortesano, o por un advenedizo que busca ascender dentro de las jerarquías establecidas (Montaner Frutos, 2013).[14] En el relato, la aristocracia cristiana rebelde y los musulmanes figuran como los dos antagonistas principales del rey. En algunas de las batallas contra los islámicos, representadas por la CAI, adquiere relevancia el accionar de los jinetes concejiles, particularmente, el de los oriundos de Salamanca. Se trata de caballeros cuyo proceso de emergencia es similar al verificado en otros casos, como por ejemplo el abulense (Villar García, 2009: 90-92).

Pasemos ahora al CMC, el cual constituye, probablemente, una de las expresiones narrativas más significativas de toda la cultura hispánica. En su contenido se refiere, con importantes licencias poéticas, a las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador, quien combate en el Levante hispánico durante el siglo XI. El cantar aporta datos relativos a la historia peninsular. Además, el poema nos permite constatar las características peculiares de aquellos guerreros que forman parte de la jerarquía feudal. La primera versión que nos llega de la obra es realizada por el copista Per Abbat, razón por la cual distintos filólogos fechan el texto entre fines del siglo XII y comienzos del XIII (Funes, 2007b: 314). La datación no es un detalle. La trascripción del poema inaugura una tradición ideológica de compromiso con la monarquía, confiriéndole a ésta y otras obras una funcionalidad propagandística (Querol Sanz, 2015: 53).

El último de los textos contemplados, en términos cronológicos, es la CPA. En ella se relatan distintos acontecimientos heroicos protagonizados por los caballeros abulenses entre los siglos XI y XIII. Presumiblemente redactada entre 1255 y 1256 (Gómez Moreno, 1943: 16), su motivación y autoría son motivo de polémica. Para Monsalvo Antón (2010: 194-199) con la CPA se busca legitimar a los miembros de una elite concejil antigua, la cual considera injustas las prerrogativas concedidas por Alfonso X a los advenedizos. Ras (1999) discrepa. Para ella, el autor de la CPA es un jinete plebeyo. Diferentes indicios le permiten pensar en la obra como una auto-representación de personas cuya mentalidad es esencialmente campesina. La CPA constituye entonces, para la autora, la expresión discursiva de guerreros con un origen popular.[15] Más allá de los diferentes puntos de vista, la mayoría de los investigadores coinciden en que la crónica tiene como principal destinatario a Alfonso X, un rey que confirma legalmente los privilegios de los caballeros villanos. Esto nos permitiría entender las razones por las cuales el cronista está tan preocupado por exaltar el heroísmo y la valentía de los caballeros concejiles al enfrentarse a los enemigos de la monarquía, entre los que se encuentran los musulmanes.[16]

Desarrollaremos a continuación el abordaje comparativo. No lo haremos a partir de un criterio temporal, sino en función de ejes temáticos. Comenzaremos por el CMC, proseguiremos con la CPA y concluiremos con la CAI.

Los caballeros, la monarquía y el enemigo

En uno de los episodios del CMC, algunos personajes de la elite, cercanos a la monarquía, injurian al Cid.[17] Ese trato despectivo indicaría que el Campeador pertenece a un estamento inferior de la nobleza. Es una interpretación que contradice la tesis de Porrinas González (2019), según el cual el Cid proviene de un linaje importante. No obstante, el autor también reconoce que el padre de este señor de la guerra es un segundón de una familia leonesa, la cual es desterrada en el siglo XI por Fernando I. Dicho esto, tal vez el desdén que observamos en el poema de la alta aristocracia hacia el Cid no es más que un recurso narrativo. La mención le permitiría al redactor, entre otras cosas, subrayar los rasgos heroicos del protagonista de la obra. Tengamos en claro que aquí nos enfocamos en la construcción mítica del Cid, tal y como la podemos observar en el CMC, y no en el sujeto histórico real. En términos discursivos, el Campeador exhibe un importante coraje y una notable performance en el combate. Precisamente, uno de los principales atributos del Cid, y de las tropas que él lidera, es el valor con el que lleva adelante distintas hazañas,[18] así como el temor que produce entre los musulmanes.[19] En este sentido, no es una casualidad que el cantar concluya proyectando la boda entre las hijas del Campeador, a quienes les resarcen su honor tras los acontecimientos ocurridos en el robledal de Corpes.[20] Nótese que ese vínculo matrimonial, con miembros de la aristocracia elevada, es un final feliz para un protagonista que, al parecer, busca la aprobación y el reconocimiento de los grupos más importantes del reino a lo largo de la obra.[21]

Consideremos cómo empieza el poema. En los primeros versos leemos que el Campeador es desterrado por Alfonso VI, puesto que es acusado de quedarse con los tributos recaudados a los monarcas musulmanes en la región sevillana.[22] A pesar de todo, el Cid continúa recuperando territorios y entregando obsequios al rey.[23] Podríamos pensar que el protagonista actúa de ese modo porque persigue sus propios intereses e intenta obtener el perdón, pero tengamos en cuenta que es acusado injustamente. Por eso, una de las intencionalidades del CMC, en cuanto relato articulado, es divulgar la historia de un caballero cristiano valiente y leal, un guerrero de la nobleza que, más allá de las circunstancias, mantiene su fidelidad con la monarquía.

En el cantar de gesta referido, los musulmanes figuran como enemigos de los caballeros que caen frente a la habilidad táctica y militar del Campeador.[24] El personaje posee, incluso, cierta resonancia mesiánica (Funes, 2007a: XX). La documentación histórica, sin embargo, revela la existencia de contactos permanentes, así como de alianzas y conflictos circunstanciales, entre los cristianos y los islámicos. El mismísimo Rodrigo Díaz de Vivar, en quien está basada la historia del Cid, presta servicios para diferentes taifas.[25] De hecho, se conjetura que “Cid” es la deformación lingüística de una palabra árabe que significa “señor”. Estas y otras referencias a la relación del Campeador con los musulmanes son ignoradas, deliberadamente, en la representación discursiva. Esto ocurre porque el objetivo del CMC es forjar la imagen de un caballero ideal que es fiel al rey y al dios cristiano. La reconstrucción del pasado y de la memoria histórica adquiere así un sentido determinado cien años después de la muerte del personaje histórico, entre los reinados de Alfonso VIII y Alfonso X. En ese entonces, hay una necesidad política de unidad frente al peligro exterior e interior que queda plasmada en la versión que nos llega del cantar (Querol Sanz, 2015: 56).

Avancemos ahora con la CPA. Tengamos en cuenta que la obra es redactada durante uno de los períodos de mayor exaltación caballeresca, el siglo XIII. En ese entonces, los reyes castellano-leoneses obtienen diferentes victorias que permiten circunscribir el poder musulmán al reino nazarí de Granada. El cronista, un jinete plebeyo que busca el reconocimiento formal de sus privilegios, elabora un discurso con el que procura colocar a los caballeros villanos dentro de un lugar destacado en la historia del reino. Por eso, en la crónica observamos cómo las tropas concejiles se enfrentan, recurrentemente, a la nobleza cristiana que se opone al legítimo monarca,[26] y a los musulmanes. Los caballeros figuran entonces como protagonistas de acontecimientos que son decisivos para los proyectos geopolíticos de la monarquía. Destacan, entre todas ellas, la batalla de las Navas de Tolosa (o de Úbeda, de 1212), en la cual alcanza la victoria el ejército liderado por Alfonso VIII.[27]

En la CPA también observamos cómo las correrías efectuadas contra los musulmanes permiten a las tropas concejiles obtener botines y satisfacer sus necesidades económicas. En una ocasión, los caballeros de Ávila solicitan permiso al monarca para llevar adelante una cabalgada.[28] Nótese que los jinetes se presentan como respetuosos ante las decisiones del rey, actor político con el cual procuran establecer un trato cordial. Si consideramos la historia política castellana medieval, de por sí conflictiva, esa fidelidad resultaría significativa, especialmente para los gobernantes, quienes pujan con el resto de los aristócratas del reino. En ese mismo episodio, los caballeros abulenses arrebatan una enorme cantidad de animales. El rey aparece celebrando la victoria.[29] Si consideramos las lógicas de don y contradón que operan en la construcción del poder político feudal, y que también son observables en otros pasajes de la crónica,[30] estaríamos en condiciones de conjeturar que al monarca le otorgan una parte de lo sustraído tras el combate.

En uno de los últimos capítulos, el número XXIV, el cronista necesita explicar por qué los caballeros no colaboran, en su momento, con el infante que luego asumirá como Alfonso X. Concretamente, la CPA nos informa que el hijo de Fernando III solicita auxilio a las tropas de Ávila para efectivizar su actuación militar en Portugal, la cual precede a las campañas llevadas adelante contra los musulmanes en Sevilla. Sin embargo, los caballeros abulenses deciden no acompañarlo, especialmente, por “temor” al rey de por aquél entonces, Fernando III (CPA: 74).[31] El redactor de la obra es lo suficientemente hábil para indicar que los caballeros son cautelosos y respetuosos, puesto que prefieren acatar las decisiones del monarca que está en funciones. En el contexto de una crónica llena de referencias elogiosas hacia la caballería villana, esa actitud funciona como un acto simbólico de subordinación frente a la autoridad política de turno.[32]

Al final de la CPA, Alfonso X convoca a todas las tropas del reino. En la reunión se decide que los jinetes de Ávila no acompañen al mandatario como lo hicieron en otras oportunidades, con todo lo que ello implica, como no disponer de las recompensas económicas que depara la conquista. Es entonces cuando los jinetes abulenses le recuerdan a Alfonso X la asistencia suministrada a los monarcas castellanos en innumerables ocasiones.[33] El rey acepta los argumentos. Con posterioridad, los combatientes de Ávila demuestran su lealtad: mientras los caballeros de Zamora sólo cumplen su servicio durante los tres meses estipulados y retornan a su hogar, los abulenses continúan bajo las órdenes del rey e incluso incentivan al resto de las tropas concejiles para que procedan del mismo modo.[34]

Queda claro que la CPA posee tintes apologéticos a favor de los caballeros villanos. Esto se explica, en buena medida, cuando recordamos la autoría de la obra. Diferente es la imagen que nos trasmite la CAI. Como ya lo mencionamos, esa crónica enaltece la figura de Alfonso VII, rey de León y Castilla que combate contra la nobleza insurgente y se corona como Imperator totius Hispaniae. Esto también nos permite entender cómo y por qué se narra el desempeño de los milites salmantinos. Según la CAI, en un momento determinado, un caudillo o príncipe musulmán, Texufin, pregunta a las milicias concejiles quién es su líder y éstas responden que cada uno de ellos es su propio comandante.[35] En esta ocasión, los cristianos son derrotados. La lógica discursiva de la fuente nos conduce hacia la conclusión que los caballeros concejiles son merecedores de castigo.[36] A partir de ese momento, los jinetes son más prudentes, ganan importantes batallas, gozan de buena fama y logran enriquecer a Salamanca.[37] El episodio busca aleccionar a aquellos grupos demasiado independientes, procurando condicionar su voracidad y dinamismo.

Con posterioridad, la CAI nos indica que algunos de los combatientes de la Extremadura deciden cruzar el río Guadalquivir para saquear territorios. Toman esa decisión sin permiso del monarca. Las tropas rebeldes queman y destruyen todo a su paso, haciéndose con un importante botín. Una vez satisfechos, los jinetes pretenden retornar, pero la inmensa cantidad de bienes que acarrean los caballeros salmantinos, producto de su rapiña, les dificulta movilizarse con facilidad. Luego, comienza una copiosa lluvia que incrementa el caudal del río, lo cual les impide cruzar.[38] Atrapados, un importante grupo de musulmanes se dirige a masacrarlos. La codicia y la desobediencia constituyen las principales causas de su debacle. Cuando los islámicos llegan, asesinan a los jinetes, excepto a uno de ellos, que logra salvarse milagrosamente. El enemigo musulmán, a diferencia de la CPA, tiene aquí una funcionalidad moralizante, vinculada a un objetivo político monárquico: solidificar la autoridad del rey Alfonso VII, y aleccionar a aquellas tropas que pueden actuar sin el consentimiento del monarca.

Consideraciones generales

Sin desconocer las diferencias que existen entre los tres textos, tanto por su fecha y autoría, como por el género dentro del cual se encuadran, en todos ellos se presenta a un enemigo prototípico de los caballeros medievales o, mejor dicho, del prototipo de caballero que opera en la mentalidad de la época. Ese antagonista, en términos discursivos, permite que los milites articulen un determinado vínculo político con la monarquía. Consideremos cada caso en particular.

La versión del CMC que recuperamos del copista Per Abbat se constituye como un relato atravesado por los intereses monárquicos de consolidar la unidad interior y afianzarla frente a los peligros del exterior (Querol Sanz, 2015). Ese tipo de proyectos, motorizados por reyes como Alfonso VIII y Alfonso X, explicaría cómo y por qué son representadas diferentes escenas en el relato. Tengamos en cuenta la forma en la que es narrada la victoria sobre los musulmanes en Alcocer, o cómo aparecen listados, luego de los combates, los principales caballeros del ejército cidiano.[39] Los episodios dan cuenta de la valentía, la capacidad bélica y la inteligencia táctica de un guerrero con extracción nobiliaria. El protagonista del poema, y de las tropas que tiene bajo su responsabilidad, constituyen todo un ejemplo del tipo de caballero que, de acuerdo al discurso que impregna el CMC, necesita el reino.

En la CPA los musulmanes figuran como enemigos ideales de combatientes dispuestos a servir a la monarquía, desde los tiempos de Alfonso VI, hasta los de Alfonso X, a quien está dirigido el texto. Çorraquín Sancho es el caballero mejor ponderado en toda la obra, de hecho, llega a ser comparado con Roldán y Oliveros.[40] Es un jinete valiente, que incluso se arriesga por proteger a los indefensos pastores cristianos que son capturados por los musulmanes.[41] Su carácter se contrapone con el de Vlasco Cardiel, un caballero que huye de un combate contra los almohades. Sobre este personaje, a diferencia de lo que sucede con Sancho, se establece una valoración negativa.[42] La mención a Cardiel no es casual, sino que responde a la idea de contraponer a los buenos con los malos caballeros (Porrinas González, 2015: 78-80). Dentro del primer grupo estarían aquellos que acompañan los planes de la monarquía y que se enfrentan sin temor a sus enemigos. De acuerdo con la crónica, además, este tipo de caballero abulense sería la norma, mientras que el guerrero que huye del combate, la excepción. Así, la presencia de Cardiel en el relato permitiría contrastar y resaltar positivamente al resto de los milites abulenses. El texto, recordemos, está dirigido a Alfonso X. El mandatario es quien confirma legalmente los privilegios de un grupo que protagoniza el relato. La forma de presentar las hazañas de los caballeros de Ávila contra los musulmanes, entonces, no es azarosa, ni es ajena a los objetivos políticos de su redactor.

En la CAI, los islámicos no sólo aparecen como antagonistas del monarca y del dios cristiano, sino también como articuladores de una narración que, por momentos, busca disciplinar a las tropas del reino. En este sentido, el redactor de la CAI no parece enorgullecerse de algunas de las acciones que realiza la caballería de Salamanca. Inmediatamente antes que entre en escena el líder musulmán que derrota a las tropas cristianas, el cronista nos indica que los caballeros salmantinos efectúan estragos y capturan mujeres.[43] Sus rapiñas se desarrollan para obtener una gloria y un prestigio personal que no están dispuestos a compartir con ningún miembro de la aristocracia.[44] No es casual que el episodio en el cual las tropas de Salamanca cometen esos estragos, el de su derrota en manos de un líder enemigo, y el de su redención, estén conectados, y figuren uno detrás del otro.[45] La manera en la que son representados los caballeros, entonces, no sólo responde al momento de redacción de la CAI, o a quién es su autor, sino también a los objetivos del cronista. Recordemos que se trata de un relato propagandístico favor de un rey cuyo objetivo es consolidarse como la máxima autoridad política de la península.

Los sucesos descritos en cada uno de los textos presentan grados de veracidad variables. Nuestro objetivo, en todo caso, no es determinar el límite preciso entre ficción y realidad, sino dilucidar los mecanismos políticos e ideológicos que operan en el discurso.[46] Se trata de expresiones narrativas que evocan hechos relativamente verídicos que, al ser plasmados por escrito, no sólo aluden al pasado, sino también al presente, de sus redactores.[47] Es, en última instancia, un pasado abierto, susceptible de ser representado de diferentes maneras y con distintas finalidades.

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Juan Cruz López Rasch es Profesor, Licenciado y Doctor en Historia. Cursó sus carreras de grado en la Universidad Nacional de La Pampa, y de postgrado en la Universidad Nacional de La Plata. Especializado en el período medieval, se desempeñó como Becario Doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) entre 2011 y 2016. Actualmente, trabaja como docente en la cátedra Historia Medieval (Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de La Pampa) y desarrolla investigaciones sobre la caballería villana.

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[1] Una versión preliminar de este artículo fue presentada, oralmente, en las XXIV Jornadas de Investigación de la Facultad de Ciencias Humanas, desarrolladas durante el mes de octubre del año 2019. El trabajo se encuentra inédito.

[2] El término “aristocracia”, tal y como lo concibe Morsel (2008), resultaría más atinado que el de “nobleza”. Sin embargo, aquí empleamos ambos conceptos, de manera indistinta, con finalidades meramente ilustrativas.

[3] Respectivamente, utilizamos las ediciones de Maya Sánchez (1990), Michael (1973) y Abeledo (2012). Nos referimos a cada una de esas obras, en adelante, con las abreviaturas CAI, CMC y CPA.

[4] En las crónicas nos encontramos con el “enunciador de un discurso narrativo que se atribuye un valor de verdad histórica” (Funes, 2010: 2).

[5] A lo largo del presente artículo se mencionan diferentes monarcas y se hace alusión a sus reinados. Una buena síntesis historiográfica, para comprender cada período, en Luis Corral (2016: 196-211). También es aconsejable consultar la primera parte del libro de Monsalvo Antón (2019), en el cual se analizan los diferentes reinados, en clave sociopolítica.

[6] En realidad, en las tres obras consultadas, aparecen dos tipos de enemigos: la nobleza cristiana rebelde, y los islámicos. Como ya lo indicamos, nos concentraremos en la imagen que se construye sobre estos últimos. La presencia de antagonistas musulmanes constituye un denominador común en las crónicas del período (Saracino, 2017: 84-85). Incluso en el CMC, el cual no forma parte del género histórico, advertimos esa característica.

[7] Duby (2004: 119) observa una considerable diversidad social entre los caballeros del reino franco, especialmente entre los siglos X y XI.

[8] Por eso, la caballería no constituye tanto un modelo militar, sino más bien uno del tipo político (Rodríguez Velasco, 2006: XXI).

[9] Morsel (2008: 139-141, 146-147) no cree que la palabra miles, tan difundida durante el período medieval, designe únicamente a un hombre de guerra, ni que las aristocracias medievales aguarden hasta los últimos siglos de la Edad Media para hacer uso de ese término. Así lo demuestran las distintas fuentes históricas en las cuales ese vocablo es utilizado para designar a distintas personas que forman parte de la elite. Para el autor, el verdadero cambio hay que buscarlo en la aparición del sistema castral. Esa diferenciación social, que acompaña novedosos modos de habitar el espacio, transforma a los aristócratas de menor rango de la época carolingia en caballeros de los castellanos. Barthélemy (2005) coincide en algunos puntos con ese planteo.

[10] Astarita (2007: 281-291) revisa diferentes posturas historiográficas e indaga en distintos documentos para desarrollar la caracterización que sintetizamos en este párrafo. Otros investigadores exponen ideas similares, como Falcón Pérez (2007: 297-299).

[11] Díaz de Durana y Dacosta (2014: 93-94) advierten, entre otras cosas, la diversificación de las fuentes de renta de los hidalgos en el País Vasco.

[12] Véase una síntesis de esto en Monsalvo Antón (2003).

[13] Prácticamente todos los especialistas concuerdan en que el concejo funciona como un señorío que establece una dependencia feudal entre un poder colegiado situado en el espacio urbano y las aldeas de su término (Monsalvo Antón, 1992: 222-223). Además, la mayoría de los especialistas afirma que, para la época del rey sabio, la caballería villana forma parte de una elite local que establece su autoridad sobre los pecheros. Advierten esta coincidencia, Santamaría Lancho (1985), Monsalvo Antón (1992) y López Rasch (2018), autores cuyos estados de la cuestión relativos a los problemas que nos competen validan nuestras afirmaciones.

[14] Martínez (2017) considera que el obispo Arnaldo de Astorga es el autor de la obra.

[15] La tesis de la historiadora argentina es esbozada, previamente, por Gómez Moreno (1943); González Jiménez (1993-1994: 201), por su parte, expone una idea parecida a la de Monsalvo Antón (2010).

[16] Lo central, entonces, es comprender cómo la matriz ideológica que opera en este tipo de relatos ordena narrativamente los datos caóticos de la experiencia (Saracino, 2017: 77-78).

[17] Esto puede observarse cuando un hermano de los infantes de Carrión, Asur González, le dice al Campeador que debería regresar al río Ubierna a afilar los molinos y a cobrar la renta en harina (Astarita, 2007: 288).

[18] El Cid y los suyos son “omnes valientes” (CMC, verso 418: 109).

[19] A modo de ejemplo, podemos citar este pasaje: “Por todas essas tierras ivan los mandados / que el Campeador Mio Çid allí avié poblado / venido es a moros, exido es de christianos; / en la su vecindad non se treven ganar tanto. / Aguardándose va Mio Çid con todos sus vassallos, / el castiello de Alcoçer en paria va entrando” (CMC, versos 564-569: 120).

[20] El Cid exige justicia por los agravios sufridos, y apela a una autoridad superior, el monarca. El rey interviene y falla a favor del Campeador, a quien le devuelven las dotes que fueron entregadas a sus ex yernos. Véase CMC (versos 3199-3214: 282-283).

[21] Véase CMC (versos 3382-3730: 292-310).

[22] El rey manda “que a Mio Çid Ruy Diaz, que nadi nol’ diessen posada” (CMC, verso 25: 79). Tengamos en cuenta que el tributo del conducho es uno de los que definen la relación feudal.

[23] El Cid procura comportarse como un vasallo ideal, precisamente, para ser reconocido nuevamente por su señor. El monarca, por su parte, revé su decisión luego de recibir varias ofrendas.

[24] Podemos mencionar la campaña en Castejón, las andanzas en Alcocer, y el asedio a una fortaleza ubicada al norte de Valencia (“Cebolla”). Véase CMC (versos 439-492, 557-622 y 1127-1154: 111-114, 120-124, 157-159).

[25] El accionar de Rodrigo Díaz de Vivar, a favor de autoridades políticas y militares con una y otra identidad religiosa, es analizado por López Pita (2003: 355-361).

[26] Un ejemplo es cuando la ciudad aloja y protege al rey Alfonso VII de su padrastro, Alfonso I el Batallador, véase CPA (11-17).

[27] Tampoco es insignificante que la divinidad aparezca apoyando al monarca: “E el rey don Alfonso mandó al concejo de Ávila que entrasen en la batalla con el rey de Navarra e sirviéronle ý bien e lealmente, ansí que quisso Dios e la su buena ventura que nuestro señor el rey don Alfonso benció la fazienda e fuyó el miramamolín” (CPA: 45). La palabra “miramamolín” hace referencia al término árabe Amīr al-Mu’minīm o “Príncipe de los Creyentes”.

[28] Los de Ávila le solicitan al rey “que los dexase ir en cabalgada si pudiessen aver alguna ganancia porque se pudiessen bastesser la hueste” (CPA: 55).

[29] Véase CPA (56).

[30] “E tan grande fue la ganançia que en aquella fazienda ganaron, que dieron al conde don Remondo en quinto quinientos cavallos” (CPA: 10).

[31] “Assí el infante ovo de entrar luego a Portogal e el rey don Fernando embió decir a los de Ávila que non fuesen ý, e por temor del rey non fueron…” (CPA, 74).

[32] No obstante, los caballeros entregan la mitad de la fonsadera, quizás para financiar la expedición (Calderón Medina, 2013: 624-625).

[33] “E dixo Gonçalo Mateos: “señor, en que’l concejo de Ávila en las huestes siempre ovo las primeras feridas e guardaron la seña del rey’” (CPA: 79).

[34] “E después el rey ovo de tardar su venida a Soria, e cumplieron se los tres meses e vinieron los de Zamora al rey e dixéronle que eran complidos los tres meses, e que non estarién ý más” (CPA: 80). Los jinetes de Ávila le prometen al monarca que “non se quitarién de allí e serién en su servicio” (Ibídem).

[35] Al hablar de Texufin se está haciendo referencia, presumiblemente, a Yúsuf ibn Tašufín (c.1010/1020-1106). Se trata del primer emir de la dinastía bereber de los almorávides.

[36] “Et rex Texufinus iussit suis interpretibus ut interrogassent Christianos qui esset princeps aut dux militie eorum. Quibus Christiani responderunt: ‘Omnes sumus principes et duces capitum nostrorum’. Hoc audito, rex Texufinus cognouit quod essent insensati et sine sensu et magno gaudio gauisus est et dixit circunstantibus: ‘Scitote quia Deus illorum dereliquit illos insensatos’” (CAI, Libro Segundo, 28: 208).

[37] “Et ciuitas Salamantie facta est magna et inclyta et peditum et diues ualde” (CAI, Libro Segundo, 29: 209).

[38] CAI (Libro Segundo, 37-39: 213).

[39] CMC, versos 726-743: 130-131.

[40] CPA (26).

[41] CPA (25).

[42] CPA (23-24).

[43] “… et uastauerunt totam illam regionem et fecerunt magnas strages et incendia et magnam captiuationem uirorum et mulierum et paruulorum et totam supellectilem domorum et locupletationem auri et argenti abundanter” (CAI, Libro Segundo, 27: 207-208).

[44] Cuando los integrantes de la tropa proclaman que se internarán en las tierras de Badajoz, dejan en claro sus objetivos: “… et faciamus nobis nomen grande et non demus nomen glorie nostre ullo princopi aut duci” (CAI, Libro Segundo, 27: 207).

[45] Véase CAI (Libro Segundo, 27-29: 207-209).

[46] En el caso de las crónicas, Ward (2000) considera que lo relevante, en todo caso, es analizarlas como discursos históricos que dejan al descubierto todo aquello que las originan.

[47] Para elaborar esa afirmación nos inspiramos en Aurell (2016: 79-86).

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