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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto - ISSN 2451-6961 (en línea)

El baúl del militante. Del archivo privado al relato en escala

Marcela Patricia Ferrari

Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional de Mar del Plata,

Centro de Estudios Históricos Argentina, Facultad de Humanidades, Argentina

marcelapatriciaferrari@gmail.com

Recibido: 19/09/2019

Aceptado: 22/11/2019

Resumen

El archivo del militante aporta dimensiones que suelen perderse de vista en los estudios de historia reciente. Nos familiariza con documentos emanados desde la organización, elaborados por los propios militantes o por distintos organismos de conducción, destinados a ser discutidos o difundidos para orientar la acción del conjunto. También informa acerca de las prácticas y las condiciones que hacen al día a día de la militancia. En especial, constituye un muy buen punto de mira para contribuir a comprender la dinámica política de una época en clave microanalítica y reensamblar una red política pero también social. A partir del encuentro con un repositorio privado, la autora de este artículo describe su contenido, modos de clasificación posible, señala estrategias analíticas posibles y recupera algunas de las tensiones entre la realidad de la militancia cotidiana y el militante ideal al que se dirigen las organizaciones partidarias.

Palabras clave: Archivo personal, militancia política, configuraciones políticas, actor social

The militant's trunk. From the private archive to the scale story

Abstract

The militant’s archive provides dimensions that are often lost sight of in recent history studies. It familiarizes us with documents issued by the organization, prepared by the militants themselves or by different leadership organizations, intended to be discussed or disseminated to guide the action of the group. It also informs about the practices and conditions that make the day to day of the militancy. In particular, it constitutes a very good point of view to understand the political dynamics of an era in a microanalytical way and reassemble a political but also a social network. From the encounter with a private repository, the author of this article describes its content, possible classification modes and analytical strategies and recovers some tensions between the reality of everyday militancy and the ideal militant organizations are targeting.

Keywords: Personal archive, political militancy, political configurations, social actor


El baúl del militante. Del archivo privado al relato en escala

Tres cajas archivo repletas, prestadas en confianza después de una larga entrevista. Años de vida y juventud, sueños y compromisos político-partidarios, pasan de las manos de un militante a las de una investigadora, en un acto envuelto, a cada lado, en generosidad y agradecimiento. Las subimos a mi auto, pesan, nos despedimos. Vuelvo a casa entusiasmada, curiosa. Temporalmente, seré la depositaria de “papeles” atesorados desde los años ochenta por quien fuera un dirigente de la JUI, la Juventud Universitaria del Partido Intransigente, y con posterioridad de esa organización partidaria cuya historia intento reconstruir, desde hace algún tiempo, en un juego de escalas (Ferrari, 2020). Convertiré esos materiales en documentos históricos al recuperar su valor heurístico, los seleccionaré a partir de las preguntas orientadoras de mi investigación. Finalmente, ya en su carácter de fuentes históricas, los integraré en un relato.

¿Qué pretendo encontrar? Durante décadas de interdisciplinariedad hemos repetido que la historia del pasado reciente recupera fuentes no tradicionales entre las que se confiere una merecida importancia a los testimonios orales.[1] Aceptamos con naturalidad que las entrevistas en profundidad permiten recuperar memorias y percepciones individuales que, de otro modo, pasarían inadvertidas, en especial cuando se trata de rescatar representaciones y actitudes de personas alejadas no necesariamente de la política pero sí de los centros de poder donde se toman decisiones que afectan con fuerza a un colectivo mayor y cuyo desempeño transcurre en espacios locales. A esa altura, terminada mi entrevista número 20, contaba con un relevamiento exhaustivo de la prensa periódica, con algunos documentos partidarios, en especial tomados de los fondos del CEDINCI, audios radiales y reportajes televisivos del Centro Audiovisual de la Universidad Nacional de Córdoba. Entonces, ¿por qué ese entusiasmo? La respuesta es sencilla: soy historiadora y me fascina contar con un archivo individual entre mis manos, el más viejo de los archivos, el archivo personal, que puede aportar más novedades, o un ángulo no contemplado de los problemas indagados. Para la disciplina que ejerzo, tan potente a la hora de aportar trama al conocimiento de una sociedad, “hacer archivo” es atravesar una puerta de entrada indispensable para una buena investigación. En este caso, para contribuir a construir historia desde abajo, repensar la militancia a la luz de los trazos del propio pasado construido por un actor político-social en relación con otros, formando parte de una configuración que los contuvo y que ellos mismos contribuyeron a construir en tanto aliados o adversarios, pero siempre en interdependencia (Elias, 1970).

Pero el archivo del militante aporta otras dimensiones que los estudios elaborados a partir de entrevistas y prensa periódica suelen perder de vista. Una es la que proporcionan los documentos específicos, emanados desde la organización, ya sean elaborados por los propios militantes de base o de los organismos centrales de conducción, destinados a ser discutidos o, simplemente, aprobados y difundidos para orientar la acción del conjunto. Otra, la de las prácticas y las condiciones concretas de funcionamiento que la memoria suele omitir y que hacen al día a día de la acción militante. Fundamentalmente, considero que constituye un muy buen punto de mira para contribuir a comprender la dinámica política que va -en este caso concreto- de mediados de los años ochenta y a los de la década siguiente, en clave microanalítica (Levi, 1990), explicando lo mayor por lo menor para contribuir a reensamblar la red partidaria (Latour, 2008).

El contenido del archivo

El archivo individual, en tanto tal, es a la vez el más viejo y el más novedoso. Cada vez que incorporamos a nuestro análisis períodos del pasado cercano, a través de algún contacto o entrevistado, recibimos material más o menos exiguo que, en nuestras manos, convertiremos en un fondo documental. Las tres cajas están rotuladas: “PI – JI – JUI, 80-93” (Partido Intransigente, Juventud Intransigente, Juventud Universitaria Intransigente, 1980-1983). Reúnen 438 documentos muy variados, como se verá. Comienzo a clasificarlos artesanalmente, siguiendo criterios resultantes de mi experiencia de investigación. Pese a su diversidad, el material acumulado tiene una organización mínima. En la caja 1 predominan documentos varios; en la 2, los producidos por agrupaciones estudiantiles universitarias; en la 3, documentos partidarios y revistas.

Construyo una base de datos para asentar el contenido y poder manipular posteriormente la información, en base a las fuentes que luego digitalizaré. Las etiquetas de cada columna de mi planilla son las siguientes. (1) N° de caja; (2) N° de orden del documento; (3) Tipo de documento: actas de centros de estudiantes, afiches, apuntes, boletas electorales de centros de estudiantes o de elecciones partidarias, boletines, capítulos de libros, comunicados, documentos elaborados por agrupaciones u organismos partidarios para su difusión o su discusión (algunos propios, escritos a mano), dossiers de lectura, entrevistas, folletos, facturas de compra, gacetillas de prensa, historietas destinadas a ser incluidas en algún folleto (una dibujada a mano), notas, ordenanzas y proyectos, prensa periódica -diarios, semanarios, revistas, recortes- de tipo comercial, partidario o de agrupaciones, plataformas y propuestas, sueltos, volantes. Pero también hay hojas y sobres en blanco, anotaciones al margen, dibujos; (4) Temática de los documentos, según origen y contenido: agrupaciones estudiantiles, centros y federaciones, actividades culturales, cuestiones gremiales, cuestiones de interés internacional -entre las que se destacan las actividades en reclamo por un Chile democrático-, documentos oficiales de gobierno, documentos producidos por o relacionados con los organismos de DDHH, documentos partidarios, políticos, referidos a la universidad, y algunos varios, inclasificables (una credencial, un brazalete, unos ejercicios de parcial). Esta columna es la más difícil de construir porque su etiqueta no viene dada por el documento en sí, sino porque implica una ponderación de quien clasifica; (5) Autoría del documento: partido, agrupación, centro, federación, editor; (6) Título, y cuando no existe un título, la primera línea o una frase que sintetice el documento; (7) Fecha: año y, fecha completa -si había- en otra columna, en título cuando se trataba de una revista o en observaciones; (8) Lugar, tanto como en fecha, en muchos casos no estaba explicitado pero se extrajo de menciones en el propio documento; (9) Observaciones.

Este archivo presenta algunas limitaciones y dificultades. La principal es la datación del material. Sólo 220 documentos pueden ser fechados al menos con un año. La proporción descendería si no hubiéramos inferido una fecha luego de la lectura del contenido. Debemos confiar en los rótulos de las cajas, en la curaduría de quien construyó este archivo de manera espontánea pero no azarosa.

Interpelar un archivo personal

Tardé bastante tiempo en abrir las cajas del que denomino Archivo JJL. Temía empatizar con el ladrón de Following, el primer largometraje de Christopher Nolan (1988), que disfrutaba de vulnerar la intimidad de la gente y beber su vino, más que de lo robado. Escudriñar esas cajas era meterme en una época de la vida de una persona, mirar parte de su mundo con mis ojos e interpretar una época según mi saber-hacer histórico a partir de los trazos que dejaron sus apuestas. Siempre hacemos así; de alguna manera los historiadores nos convertimos en un poco voyeurs; mis reparos provenían de que se trata de un archivo personal que me confiaron. Pero abrí las cajas, con el propósito de no caer en la descripción arborescente. Para eso, el archivo personal debe ser “domado”. ¿Cómo?

¿Quién lo reunió y en qué contexto?

“Todo aquí se origina en el individuo, no sólo los materiales sino el diseño general del todo y los bosquejos detallados también”

Gabriel Tarde

(En Latour, 2008: 32)

Una primera aproximación para saber desde qué lugar se seleccionó este material y luego analizarlo, es reconocer quién reunió ese material y cuál era su contexto. Parto del supuesto de que en la trayectoria de JJL se intersectan redes de relaciones que, en los aspectos políticos, ponen de manifiesto tensiones y conflictos internos y externos al partido dentro de un contexto social, cultural y económico específico, situado espacial y temporalmente. Considero que el material reunido en su archivo refleja, en buena medida, esa condición.

A mediados de los últimos años ochenta, JJL era un estudiante universitario, inicialmente de Ingeniería y, desde 1985, también de Historia. Era un migrante interno de la zona costera bonaerense, que se trasladó solo a Mar del Plata para realizar estudios universitarios. Procede de una familia de clase media. Llegó a la ciudad en plena reconstrucción democrática, sucesiva a la última dictadura, un período en el que las juventudes políticas, en su gran mayoría, reconocían la experiencia setentista de la lucha armada como un marco regulatorio a no reivindicar (Larrondo y Cosachcow, 2017). Comenzó a militar en 1986, cuando se incorporó a la JUI, la juventud universitaria del PI, un partido minoritario de la izquierda nacional, popular y revolucionaria, según rezan los Aportes para el proyecto nacional redactado como resultado de la Convención Nacional partidaria reunida en Córdoba en 1975, especie de biblia de la militancia partidaria en la apertura democrática. Ese frente estudiantil formaba parte de la oposición de la agrupación hegemónica, Franja Morada, sector estudiantil del radicalismo que desde 1983 había conquistado la mayoría de los centros de estudiantes de la UNMdP (Castro, 2018). En 1986 habían concluido los cortos años dorados del PI (1983-1985). En Mar del Plata, esa lejana tercera fuerza electoral no logró consolidarse por varias razones entre las que se destaca la muy heterogénea composición de sus fuerzas. Era un partido predominantemente de jóvenes, conducidos por un líder anciano, Oscar Alende. En él confluían integrantes del Viejo Tronco Radical (VTR) que habían acompañado a Alende desde antes de la fundación del partido (1972), algunos sectores con una mirada nacional procedentes del peronismo, un grupo que contaba con militancia previa en el ERP y una buena cantidad de jóvenes inexpertos en política partidaria, incorporados en pleno fervor democrático (Ferrari, 2019). ¿Cómo conciliar la mirada de ex presos políticos con las de quienes provenían del VTR, que en la provincia de Buenos Aires había aportado intendentes a la dictadura?[2] Con poca estructura y contradicciones internas que impedían realizar una construcción política común, después de no haber logrado acceder a una sola concejalía en 1985 (el mejor momento del PI), el partido comenzó a desmembrarse.  En 1986 hubo un fuerte drenaje de jóvenes que recalaron en el Movimiento Todos por la Patria. En ello, se ha observado la concreción del objetivo que el grupo procedente del ERP había tenido desde 1983 dentro de ese “gran paraguas” que fue el PI, cuando su líder sostenía que “no importa de dónde vengan, sino hacia dónde vamos” (Ferrari, 2019).

JJL ingresó al PI en ese momento, cuando el partido declinaba. En el contexto local y universitario, su acción se desplegó en relación con jóvenes intransigentes y de otros partidos, como adversarios o coyunturales aliados.[3] Militante del Frente Estudiantil de la Juventud Intransigente, que se dividía en Secundarios Intransigentes y JUI, era un cuadro de base que aspiraba a lograr adhesión de sus pares, los jóvenes universitarios. Así, participaba de la disputa electoral por ocupar posiciones en el movimiento estudiantil, tomar decisiones que influyeran en otros o expresaran demandas de y ante otros, en un espacio político-social, dinámico, donde se expresaban tensiones, conflictos y consensos. En las elecciones generales de 1987 el PI de Mar del Plata tuvo una mala performance electoral, pues descendió del 10% al 2% del total de sufragios (Ferrari, 2018). También fue desplazado del tercer lugar electoral en la provincia de Buenos Aires y en la Nación por una alianza de la derecha liberal, la Unión de Centro Democrático. Para las elecciones siguientes formó un frente con el Partido Justicialista, el Frente Justicialista Popular, que llevó a Carlos Menem a la presidencia y a Oscar Alende como primer diputado nacional por la provincia de Buenos Aires. Pero el partido nunca se recuperó. En 1994 integró el Frente Grande y, desde él, se incorporó al FREPASO en 1995. Por entonces JJL, como integrante del FREPASO, resultó electo presidente del Centro de Estudiantes de la carrera de Psicología.

“Era pura voluntad, nadie tenía un mango, sólo un diputado nacional, un concejal en La Plata, era fundamental para crecer en La Plata donde había una organización grande. En el 90-91, el partido (en Mar del Plata) era muy chico, unos 20 militantes. Era un sin sentido, un juego casi. No tenía ningún horizonte de acumulación. Éramos unos buenos chicos, con voluntad, pero que no iban a acumular mucho, no. Con poca lógica del aparato, de la construcción del aparato (…) teníamos esa mirada de la militancia en términos idealizados. Se desdeñaba el aparato porque eso era aburguesarse (…). Yo la miro muy críticamente a toda esa etapa mía. (Pero también) Fue un semillero, un aprendizaje y también había gente muy sana, muy buena gente, yo no puedo decir de nadie que haya sido un chanta, en el sentido de traicionar a alguien. Puede haber habido diferencias, o que desiste o afloja un ideal, pero visto posteriormente me parece una injusticia decir eso de alguien. (…) Había mucha potencia (…) Fue un buen aprendizaje”.[4]

La breve trayectoria descripta, la cita anterior y el extracto de la entrevista realizada, confirman en JJL buena parte de las características y los atributos que la bibliografía especializada atribuye a los militantes. Es un ciudadano comprometido, altruista, involucrado en la vida de su comunidad, dispuesto a fortalecer al conjunto al que representa (Gaxie, 1977). Expresa una creencia en la capacidad transformadora de la política (Matonte y Poupeau, 2005), que justifica el sacrificio de buena parte de su tiempo y de su vida privada al servicio de un ideal, una causa, un proyecto de sociedad (Guillot, 1998: 99). Su pertenencia a la JUI pone en evidencia la división del trabajo interna de su partido (Offerlé, 1987: 64). Ejerce esa función con carácter transitorio y en ella aprende el saber-hacer de la política. Recibe a cambio una remuneración de carácter simbólico: estima, afectos, admiración, prestigio, el ejercicio de ciertas funciones de responsabilidad partidaria (Gaxie, 1977). En el ejercicio de la sociabilidad militante acumula capital relacional, pero también actúa con racionalidad política, realiza opciones, elige estrategias.

Pero, más allá de esas cuestiones universales, la trayectoria descripta ofrece especificidad a la de los jóvenes que comenzaron a militar en un partido de izquierda nacional en los últimos años ochenta. Por entonces, la militancia universitaria era un vivero, un espacio de reclutamiento fundamental para las clases medias. Como en este caso, algunos concebían la necesidad de realizar estudios humanísticos que les permitiera comprender la dinámica social y las condiciones objetivas y subjetivas para la acción colectiva. Aunque tenían como referencia la militancia setentista revolucionaria, se adaptaron al imperativo de la democratización, a la que -sin quererlo en el comienzo- comprendieron como único marco posible para expresar no sólo los consensos sino también para contener tensiones y conflictos. Esa concepción de la militancia se refleja, directa o indirectamente, en el contenido del archivo JJL.

 Domar el archivo

El archivo debe ser controlado para no caer en la mera descripción acumulativa. Como ha afirmado Lila Caimari (2017), de ese suelo irregular y heterogéneo, sólo algunas partículas, las que se aparten, se convertirán en documentos. El historiador se desprende de la mayoría, renuncia a ellas una y otra vez a medida que la lógica de la escritura absorbe la del archivo. Reflexionar, jerarquizar y, muy en especial, someter el material a preguntas de investigación, evita un avance desordenado.

La renuncia es probablemente más difícil cuando un archivo personal “cae en nuestras manos” y reposa sobre nuestro escritorio. La mejor forma de hacerlo, una vez conocido y clasificado el contenido, es formulándole preguntas, que dependerán de los objetivos del investigador. Este archivo permite vislumbrar cuestiones de dos grandes órdenes: por un lado, las prácticas militantes que, aunque parcialmente, se reflejan en la materialidad del repositorio y, por otro, las ideas, las estrategias y las relaciones de poder que circulan en el universo político-partidario.  

1. En un primer contacto, llaman la atención los soportes materiales, sobre los que quedó registrada la acción de la militancia de los años ochenta. Haciendo un ejercicio de ajenidad respecto de lo naturalizado, como sugiere el método etnográfico, es posible reconocer el día a día de la militancia de aquel período, las prácticas concretas de las agrupaciones juveniles del PI (JI, JUI, MUI) entre 1985-1994, del tiempo dedicado a la difusión de distintos eventos y de los recursos disponibles por una agrupación universitaria que respondía a un partido con escasa estructura. Se ven los aspectos materiales de lo que los militantes, al menos en una primera entrevista, no hablan, porque de tanto conocerlos los banalizan. Los volantes convocando a actos, movilizaciones, actividades culturales para recaudar solían partir de un collage con un primer escrito a mano en el que se pegaba la foto de algún referente (Fidel Castro, por ejemplo) y luego se fotocopiaba una y otra vez hasta cubrir una hoja completa, tamaño oficio, también destinada a ser fotocopiada, para luego cortar los volantes uno a uno y repartirlos entre los compañeros. La prensa del JUI marplatense, esa arena de lucha de los militantes, solía escribirse a mano y luego se compaginaba, se fotocopiaba y se replicaba en cuadernillos. Las historietas de contenido partidario eran dibujadas y escritas con lápiz, a mano alzada, por algún talentoso compañero. Los folletos fotocopiados, las tapas de algunas plataformas políticas, eran pintadas por los propios militantes con los colores rojo y negro del partido. Los documentos manuscritos, tachados una y otra vez, que eventualmente eran pasados a máquina y, en ocasiones, luego recortados y vueltos a compaginar con un orden distinto del inicial, porque no se había generalizado el uso de computadoras. En conjunto, reflejan un estado de la técnica y de los recursos de producción y difusión de la actividad militante en aquellos años, que puede ser un tema en sí mismo.

Más cerca de las cuestiones que hacen a las ideas del partido, se encuentran afiches improvisados con contratapas arrancadas de revistas partidarias, que hasta llevan restos de cinta adhesiva transparente porque seguramente adornaban algún local destinado a las actividades de la agrupación o del partido. Esas imágenes remiten al panteón de héroes que recuperaban y en los que, con seguridad, aspiraban reconocerse: Rodolfo Walsh, Raúl Scalabrini Ortiz, Agustín Tosco, Túpac Amaru, Salvador Allende, Eva Perón, John William Cooke, el Che Guevara, los ex combatientes de Malvinas, escolares de barrios periféricos cuya imagen era acompañada con una poesía de Juan Gelman. Un panteón complejo, integrado por notables y compatriotas anónimos, siempre ligado a lo nacional, popular, revolucionario y antiimperialista. Un brazalete rojo y negro cosido a mano, remite a la disputa ganada por la juventud que se referenciaba en la Revolución Sandinista, sobre el VTR que proponía los colores de la Revolución del Parque (verde, blanco y rosa). Junto con una copia del himno partidario, estos objetos remiten al “arsenal” del intransigente a la hora de acudir a las movilizaciones. Pero, mucho más que eso, estos materiales habilitan un salto hacia otras reflexiones, cuando los objetos, las imágenes -y no sólo los discursos- se constituyen en una puerta de entrada para atender cuestiones tan profundas como la identidad política y las disputas internas por la identidad.[5] En términos de organización partidaria remiten a los incentivos colectivos ofrecidos por el partido (Panebianco, 1980), esa amalgama unificadora de las diferencias internas, subnacionales o de otro tipo.

De esos soportes materiales se desprende el aprendizaje de la política realizado por estos militantes que, tal como se pensaba desde el partido, se desempeñaban transitoriamente en el frente universitario, cumpliendo con la división del trabajo que el PI les asignaba, para, en palabras de la propia fuerza, contribuir a la organización popular “como único camino para alcanzar la liberación nacional y social de nuestro pueblo”. [6]

2.   Partido, militancia y poder en un juego de escalas.

Desde los rastros dejados por la actividad de una persona, recurriendo al procedimiento del microanálisis, aparecen esas cuestiones ocultas a escala macro, que iluminan problemas generales (Levi, 1990) en tanto permiten rastrear asociaciones antes no observadas o desatendidas (Latour, 2008). Este archivo, que refleja lo cotidiano de las actividades desplegadas por un militante y su entorno, ilumina la política como construcción reticular, alejada del sustancialismo que atribuiría el mayor peso explicativo de la formación y el funcionamiento de los colectivos de izquierda a la conciencia de clase (Charle, 1996).

Los documentos seleccionados del AJJL ponen en evidencia cursos de acción en espacios situados, subnacionales. Muestran asimismo la red de vínculos de la militancia, la relación con los adversarios, los contactos entre el frente universitario y el partido en escala local (recortes de diarios). La condición reticular de la política que reflejan los documentos no se agota en la militancia estudiantil ni en la ciudad, sino que remite a otras arenas -diferentes ciudades (La Plata, San Luis, Rosario, Santa Fe, Bahía Blanca), pero también con los órganos de conducción provinciales y nacionales. Es decir, el baúl del militante pone en evidencia procesos de politización desde abajo (Déloye, 2007) y, muy especialmente, la dimensión relacional del quehacer y del poder político. ¿Cuáles relaciones? De los militantes de base con los estudiantes universitarios (convocatorias, volantes, invitaciones), con otras agrupaciones estudiantiles (hay una cantidad de plataformas de las diferentes agrupaciones, que permiten reconocer la propuesta del adversario para relacionarse con él, prever sus movimientos para cooptar el voto de los compañeros, responderles y, eventualmente, deslegitimarlos con fundamento), dirigentes de otros frentes de la JI (folletos de difusión del frente barrial o gremial, con participación de militantes de la JUI), con los dirigentes locales del PI (recortes de diarios, afiches y volantes de candidatos -por ejemplo- un billete de propaganda política, boletas electorales), con dirigentes de la JI o la JUI de otras ciudades o universidades (cantidad de folletos y propaganda política de centros y agrupaciones de La Plata, el MUI del CEILP), con asociaciones locales de carácter internacional (folletos de la asociación pro defensa de Chile democrático), con organismos de DDHH (denuncias, convocatorias a movilizaciones). En suma, se desprende con claridad que el quehacer político, y el poder, forman parte de una construcción relacional (Crozier y Friedberg, 1990).

En cuanto a las relaciones internas entre las arenas nacional/subnacional, el baúl también es un terreno de exploración fértil, porque los militantes reciben, leen y discuten documentos emanados de la cúpula. Así, en 1988, después de que el PI fuera desplazado del tercer lugar en las elecciones nacionales, la HCN partidaria publicó el documento “El PI cambió para renovar la esperanza”, que llegó a las distintas regionales. Allí se alertaba acerca de las “nefastas consecuencias de la construcción y consolidación de un nuevo bloque hegemónico traerían para el pueblo argentino”, dado su carácter explotador. Se proponía un análisis crítico, con ánimo de “brindar a nuestros militantes y al campo popular propuestas básicas, racionales y concretas para la Unidad Popular, capaz de resolver los conflictos fundamentales que afronta nuestro pueblo en su lucha contra el imperialismo y la oligarquía”.[7] En esta cita se puede apreciar el discurso de matriz gramsciana que la HCN, “bajaba” deliberadamente a los militantes, con un sentido didáctico. Cada una de las partes que sucedían a esta introducción referían a un minucioso diagnóstico acerca de la crisis múltiple por la que atravesaba el país (de orden político, militar, económico, social, ideológico), el modo de revertir la situación creando una contrahegemonía popular, en democracia, régimen político al que se concebía como el “más propicio para la organización de las fuerzas populares y para el progreso de sus demandas”, una democracia social-participativa, fundamento del socialismo, en la cual era “ineludible el protagonismo de las masas en las organizaciones de base, asociaciones intermedias, y el control directo de la gestión del Estado”.[8] Luego de una crítica a “las clases dominantes que han optado en forma sistemática por la alteración de la estabilidad política del país” y se beneficiaron del caos generado.[9] Reconocían la dificultad de constituir y llevar al poder “un partido o una alianza de partidos, cuya coalición social esté comprometida con los sectores más desposeídos de la población”.[10] El PI, se afirmaba en la tercera parte, tenía como objetivo modificar la relación de fuerzas, revolucionariamente, construyendo la Unidad Popular. Para eso, en una situación de crisis como la que atravesaba el partido, propiciaba el acuerdo con el peronismo renovador. El texto concluía con la resolución de la convención, que establecía fortalecer la acción partidaria, aportar al diseño y elaboración del proyecto alternativo y movilizador del campo nacional y popular, asumiendo la iniciativa de transformarlo en una real opción de poder, buscando acuerdos programáticos y llamando a la conformación de la alianza al PJ, el PDC, el PSP y el PS Auténtico.[11] 

La “bajada de línea”, ante la cual los militantes de base no tendrían más que aceptar, se contradecía con las pretensiones de los militantes de la JI marplatense que sostenían el centralismo democrático para dar organicidad y dinámica a sus acciones.[12] Según este criterio, se aceptaba que la conducción elegida por los frentes de masas, ejecutara las políticas teniendo en cuenta una metodología de trabajo ascendente-descendente, donde las decisiones se discutieran tanto en el vértice como en la base, para luego tomar las decisiones más importantes en los plenarios. Mientras definían cuestiones tan trascendentes, los militantes de la JI marplatense, acuciados por su cotidianeidad, necesitaban resolver lo que con ciertas pretensiones denominaban “política de finanzas”, que se reducía a cómo alquilar un local, para lo cual proponían vender prensa partidaria o realizar aportes solidarios a determinar.[13] Es decir, pese a la ida y vuelta que proclamaban, a la grandilocuencia del lenguaje, a la red organizativa del Partido de la que eran un eslabón de base, era muy poco lo que podían expandirse sin recursos y lo que podían decidir a nivel local en un partido afectado por “los desbandes que periódicamente hemos sufrido”. Se proponían “pequeñas tareas” para obtener “pequeños triunfos”, acorde a la capacidad operativa del grupo que, al mismo tiempo, reconocían el grupo militante más importante de Mar del Plata por su elevada capacidad de trabajo.[14]

Ciertamente, el archivo personal tiene sus limitaciones y, como cualquier manual de metodología sugiere, se debe triangular la información. La abundancia de documentos platenses del MUI (Movimiento Universitario Intransigente) y la JUI agrupados en el FULAZI (Frente Universitario LAZI),[15] del Centro de Estudiantes de Ingeniería de la Universidad Nacional de La Plata (CEILP), podría sugerir cierta relación de dependencia respecto de esta organización de la capital provincial, posiblemente adoptada como modelo, en función de la fortaleza alcanzada en esa ciudad. Sin embargo, esto se explica también a partir de los vínculos establecidos por el propio JJL con un militante de la JUI platense, amigo de la infancia, a quien denominaba “mi comandante”.[16] Esta relación que le aportó una visión distinta, “más montonera”, de la que poco después se alejó y optó por “el frente de masas” -en palabras de JJL-, con reminiscencias setentistas, a primera vista impensable en los años 90. Es decir, los documentos permiten reconsiderar cuánto de la dimensión organizativa del partido y de la orientación que adoptara dependía no de la estructura sino de la red de vínculos personales de los dirigentes. Esto confirma la instrumentalidad de los lazos primarios -en este caso, amicales- aplicados a la política, aun en sociedades complejas (Ferrari, 2008).

La multiplicidad de documentos que reflejan la participación de JJL en el PI hasta mediados de 1995 dispara una pregunta acerca de por qué permanecer militando activamente en un partido reducido a una veintena de personas cuando la organización no era más que una “cáscara vacía” sin “horizonte de acumulación política”.[17] Los rastros de la militancia de esa época no van en zaga respecto de los años anteriores: las revistas Mano a mano, o Roja y Negra, destinadas a la venta, los registros de participación periódica en encuentros sindicales ante SUTEBA, Luz y Fuerza, ATE, los folletos de distintas instancias partidarias, muestran la continuidad de la actividad sostenida de este militante. Allí entra en juego la racionalidad del militante. Nuevamente, el cruce con la entrevista oral, pone de manifiesto que, pese a la apariencia de continente vacío, de mero sello político al que quedó reducido el PI, ofrecía una investidura, la posibilidad de ocupar una posición ante el afuera (sindical o político) desde la cual presentarse e incorporarse con voz -y, en ocasiones, hasta con voto- en formaciones más articuladas (frentes sociales, sindicales, coaliciones partidarias) para pasar a integrar coaliciones más fuertes. La oportunidad más clara fue la de sumarse al Frente Grande y desde él, posteriormente, al FREPASO.

¿Qué importancia tiene el archivo personal? A modo de conclusión

En tiempos del “giro digital”, fetiche o no, el papel que documenta el pasado y llega a manos de una historiadora que lo interpela, se transforma en una instancia riquísima del proceso de indagación, indispensable para producir avances en el conocimiento científico. En tal sentido, la confrontación empírica con un repositorio original y privado como el aquí exhibido, permite controlar o corregir versiones de pretendido valor general.

El archivo de un militante, sin pretensiones de representatividad, permite comprender un modo de ejercer la militancia y aprender la política, en una coyuntura determinada, en relación con otros. Las formas de protesta, los tipos de acción, las condiciones de las movilizaciones, las interrelaciones con las otras agrupaciones estudiantiles, transmiten una lógica personal y colectiva al asumir el compromiso político. Los registros materiales de este repositorio muestran la intensa vida del militante, sus prácticas, que generan el humus necesario para que crezca una identidad, un nosotros, frente a los otros. Desde un anclaje inicialmente universitario y estudiantil, permite explorar la construcción socio-política en el que el militante se encuentra inmerso, en escala, en relación con otras arenas políticas, provincial, nacional y hasta internacional. En ese sentido, su “baúl” contribuye a entender la dinámica del campo político, que excede lo local y las lógicas de la competencia universitaria.

Contextualizar, situar, plantear discusiones con afán propositivo no significa caer en la torpe operación de desacreditar comprobaciones previas a la luz de un caso que, en tanto tal, sólo puede explicarse en sí mismo. En cambio, ofrece la posibilidad de complejizar análisis previos y aporta nuevas claves de lectura en clave microanalítica. La esfera privada-individual resulta fundamental en ese sentido, para desnaturalizar afirmaciones que provienen de trabajos centrados en factores macro (el orden democrático, las instituciones de la transición, la macroeconomía, los discursos ideológicos) y proporcionar a las explicaciones históricas una carnadura más humana.

Bibliografía

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Marcela Ferrari. Es historiadora, doctora por la École des Hautes Études en Sciences Sociales, Investigadora principal del CONICET y Profesora Titular de Historia Argentina del siglo XX en el Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Actualmente dirige el Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales (INHUS, UNMDP-CONICET). Sus líneas de investigación refieren a tres grandes temas: partidos políticos, élites políticas y cuestiones electorales. Entre sus principales obras se cuentan Los políticos en la república radical. Prácticas políticas y construcción de poder (2008), y la compilación en coautoría La Renovación peronista. Organización partidaria, liderazgos y dirigentes, 1983-1991 (2016). Actualmente analiza partidos minoritarios y trayectorias de dirigentes y militantes de izquierda democrática y centroizquierda a partir de la recuperación democrática de 1983.

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[1] Entre otras fuentes no tradicionales de la historia, además de los testimonios orales, cabe destacar, por ejemplo, los soportes audiovisuales (cine, TV), el humor gráfico, la música, la pintura. Los testimonios orales han sido largamente utilizados por otras disciplinas como la sociología o la ciencia política, con las que dialoga la historia reciente.

[2] Cabe aclarar que, durante el proceso reconstructivo de la democracia, ese tipo de heterogeneidades no era exclusiva del PI, pero así se manifestaba en este partido minoritario.

[3] En la interpretación subyacen definiciones sobre los actores políticos (Guerra, 1990; Bourdieu, 1997; Elias, 1970) y otras, derivadas de la propia experiencia de análisis.

[4] De la entrevista a JJL, realizada por la autora, Mar del Plata, 10 de mayo de 2018.

[5] En los ochenta, los jóvenes de la JI ganaron una batalla simbólica sobre el Viejo Tronco Radical (VTR) cuando impusieron los colores de la revolución sandinista, que tanto lo influyó sobre ellos, sobre los tradicionales del radicalismo de los años de la abstención revolucionaria (verde, blanco y rosa).

[6] “Acción política para el frente universitario”, en AJJL, Caja 2, N° 232.

[7] HCN - PI, El PI cambió para renovar la esperanza. Buenos Aires, mimeo, (c.1987), 33 pp. Cita en Introducción, p. 1.

[8] HCN - PI, El PI cambió para renovar la esperanza. Buenos Aires, mimeo, (c.1987), 33 pp. Cita en Introducción, p. 16.

[9] HCN - PI, El PI cambió para renovar la esperanza. Buenos Aires, mimeo, (c.1987), 33 pp. Cita en Introducción, p. 17.

[10] HCN - PI, El PI cambió para renovar la esperanza. Buenos Aires, mimeo, (c.1987), 33 pp. Cita en Introducción, p. 18.

[11] HCN - PI, El PI cambió para renovar la esperanza. Buenos Aires, mimeo, (c.1987), 33 pp. Cita en Introducción, p. 18.

[12] “Modelo organizativo”, suelto, en AJJL, Caja 3, N° 347. s/f, s/l.

[13] “Modelo organizativo”, suelto, en AJJL, Caja 3, N° 347. s/f, s/l.

[14] “Modelo organizativo”, suelto, en AJJL, Caja 3, N° 347. s/f, s/l.

[15] Hasta el momento, desconozco el significado de la sigla LAZI.

[16] De la entrevista a JJL, realizada por la autora, Mar del Plata, 10 de mayo de 2018.

[17] De la entrevista a JJL, realizada por la autora, Mar del Plata, 10 de mayo de 2018.

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