Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº7. Mar del Plata. Enero-Junio 2018.
ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
Las identidades políticas como creencias. Sobre la Unión Cívica Radical como “religión cívica”
Francisco Reyes
Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales del Litoral, Universidad del Litoral, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
reyesfranciscoj@live.com
Recibido: 09/02/2018
Aceptado: 02/05/2018
Resumen
Este trabajo analiza, partiendo de los interrogantes que se desprenden de la obra de Natalio Botana, un aspecto relativo a la identidad política de los que aquel autor denominó “partidos nuevos” del cambio del siglo XIX al XX. Se indaga en particular la cuestión de radicalismo entendido como “religión cívica”, un aspecto que ha sido reiteradamente aludido pero escasamente problematizado por la historiografía. Con ese objetivo, se realiza un recorrido por los aportes más importantes en relación con este aspecto del radicalismo, tanto durante el llamado “orden conservador” como en tiempos de la “República verdadera”. Se concluye defendiendo la necesidad de establecer un nuevo marco conceptual-analítico, más abarcativo y a la vez más preciso, para abordar dicho fenómeno como parte de los procesos de sacralización de la política moderna.
Palabras clave: Argentina finisecular, identidades políticas, sacralización de la política, religión cívica, Unión Cívica Radical
Political identities as beliefs. On the Union Cívica Radical as “civic religion”
Abstract
Following questions posed by the work of Natalio Botana, this essay analyses the political identity of the so-called "new parties" in the turn of the 19th century. The paper examines in particular the characterization of radicalism as a “civic religion”, a feature has been repeatedly referred to but not problematized by historiography. With that aim, the paper reviews the most important contributions in the field regarding this issue, and puts forward a proposal to establish a new conceptual-analytical framework, more comprehensive and at the same time more precise, to address this phenomenon as part of the broader processes of sacralisation of modern politics.
Keywords: Revolutionary Violence, militarism, Fanon, Humanism, guevarism, revolutionary war
Las identidades políticas como creencias. Sobre la Unión Cívica Radical como “religión cívica”[1]
En la “agenda pendiente del orden conservador”[2]
Una de las virtudes de la obra de Natalio Botana sobre la política del cambio del siglo XIX al XX es que obligó a discutir en sus propios términos, a partir de la cronología que propuso y de los objetos de estudio que delineó. Un actor importante del período, la Unión Cívica Radical (UCR), aparecía como secundario en su análisis y retratado como la “oposición externa”, “revolucionaria”, al “régimen” (Botana, 1985 [1977]: 174, 231-236). Ello daba cuenta del éxito de la imagen construida por los mismos radicales, así como de la forma en que la UCR fue reconocida por sus “otros”: una fuerza coherentemente impugnadora de ese “régimen” con una misión histórica que finalmente triunfaría.
¿Qué había de novedoso en los llamados “partidos nuevos” como la UCR? ¿Fue su capacidad para crear una solidaridad política que trascendió a la llamada “República oligárquica” la que aportó solidez a esa imagen? Este ensayo se propone responder a estos interrogantes, plantear algunas discusiones y avanzar propuestas de investigación. Se tomará en cuenta la producción más relevante sobre el radicalismo y los aportes que relacionaron su singularidad con una cierta religiosidad. Luego, considerará una serie de insumos teórico-metodológicos que permiten indagar en una dimensión escasamente recorrida por aquella producción. Finalmente, presentará una desagregación de instancias analíticas para las identidades político-partidarias surgidas en la década de 1890, sosteniendo que las mismas deben ser pensadas en su propia historicidad del cambio de siglo, focalizando en sus orígenes, tanto dentro como fuera de las lógicas del “régimen” descripto por Botana, en las coordenadas de tendencias más generales del mundo occidental.
La bibliografía abocada a la UCR retomó, con distintos énfasis, ciertas nociones “nativas” de la retórica del militantismo radical, como su auto-concepción en tanto religión cívica, y el hecho de que Botana haya aludido a la misma en la última edición de su obra demuestra los avances historiográficos efectuados al respecto. Importa entonces revisitar estos aportes y el lugar omnipresente pero, al mismo tiempo, incómodo de esa noción, debido a la dificultad para conceptualizarla. Una agenda paralela, con líneas de contacto y tensión, a la del “régimen oligárquico”, los “gobiernos electores” y la relación entre “partidos tradicionales” y “partidos nuevos”. ¿A qué respondía la religiosidad emanada de la fuerza política más importante de la primera mitad del siglo XX argentino?
Desde trabajos seminales de las décadas de 1960 y 1970 inspirados en la teoría de la modernización, hasta las recientes obras fundamentales que recorren los distintos momentos del radicalismo –su origen opositor y su llegada al poder– con foco en sus características organizativas, sus ideas, sus liderazgos y su popularidad, la cuestión atraviesa en un discreto segundo plano la historiografía sobre el radicalismo. Así, se habla de una base de legitimación de tipo “sacro” con sentido secular (Gallo y Sigal, 1963: 179); de un “tono notoriamente ético y trascendentalista” en su discurso (Rock, 1975: 62-63); de una “ideología de contenido específico” con una misión “restauradora-regeneracionista” expresada retóricamente por la idea de “revolución” (Alonso, 2000: 18, 142 y 150-151); de un partido de vocación hegemónica que ofrecía una “visión del mundo” expresada por una “religión cívica” que asociaba su “causa” a una “máquina electoral”, produciendo “cismas” a su interior (Persello, 2004: 13-17); del paso de un “liberalismo pluralista” a un “unanimismo organicista” encarnados en líderes (Alem e Yrigoyen) que le imprimían la tónica a los “momentos” de la UCR autoconcebida como tal “religión cívica” (Persello, 2007: 33 y 37; Padoan, 2002: 15-33; Valdez, 2012); o de una “fervorosa masa de adherentes” que, por el peso de la “herencia católica”, perseguían una “causa santa” personificada en un “apóstol” (Horowitz, 2015: 59 y 64).
El argumento que atraviesa estas investigaciones debe algo a la historiografía militante de Gabriel Del Mazo, quien postuló que la “misión histórica” de la UCR era “colocar a la Nación sobre bases éticas espirituales”, convirtiéndola en una “religión cívica de la Nación” (Del Mazo, 1957: 18, 21 y 52). Fue Tulio Halperin Donghi el que consagró al radicalismo como religión cívica. En una lectura de las tradiciones políticas argentinas concluía que, sobre todo en su versión yrigoyenista, el radicalismo continuaba una lógica propia de las facciones decimonónicas: la “visión apocalíptica de la lucha final entre el Régimen y la Causa”, una recíproca denegación de legitimidad que se extendería al peronismo. Yrigoyen había hecho de una “fe cívica común a todas las facciones argentinas” un “moralismo cuasi religioso” que actuaba como “coartada ideológica” de una formidable máquina electoral (Halperin Donghi, 1994: 12-15 y 24-25).
Esta dualidad señalada por Halperin fue retomada por los trabajos dedicados al período de los gobiernos radicales, interpretaciones en las que el radicalismo de los años fundacionales opera como prolegómeno de la consolidación de la religión cívica. El carácter sacro de la identidad continúa explicándose como parte de la excepcionalidad radical o, mejor, yrigoyenista. Se quita peso así, en su fundamentación, a las formulaciones originarias del noventa y a posibles comparaciones con otras fuerzas y casos internacionales.
En cuanto a esto último, los casos pueden pensarse, por un lado, como antecedentes históricos largamente conocidos en la Argentina finisecular. Desde las “religiones de la humanidad” y las “religiones del ciudadano” esbozadas sucesivamente por la sensibilidad romántica y por la intelectualidad positivista en Europa y América Latina (Gentile, 2005; Di Stefano, 2010; Saldivia, 2011),[3] hasta las “religiones de la patria” vinculadas a los movimientos de liberación nacional y republicanos surgidos luego de 1848, con expresiones como el mazzinismo en Italia (Gentile, 2007: 17-42) o en los avatares de la búsqueda de un “religión civil” en la laicista Tercera República Francesa y en los Estados Unidos post-guerra civil (Ihl, 2000). Por otro lado, como manifestaciones que fueron contemporáneas a ese radicalismo temprano, las cuales llegaron a ostentar en el caso del socialismo segundointernacionalista las características de un “socialismo religioso” (Italia), de una “religión del socialismo” (Francia), de una “religión nueva” (en Bélgica e incluso en Argentina) o de una “profesión de fe socialista” (Uruguay) (Reyes, 2017).
Vale la pena volver en este punto al planteo de Botana respecto del contexto argentino. En su descripción original los “partidos nuevos” (la UCR, el PS y la Liga del Sur/PDP) se caracterizaron en su oposición al PAN –“partido tradicional” por excelencia– por ser “rígidos y disciplinados” y por los pretendidos alcances de su estrategia política: “un nuevo tipo de amalgama política (…) en estructuras nacionales y en el caso del radicalismo avanzaban sobre estos rasgos de carácter organizativo, para condensar expectativas populares en un nuevo caudillo” (Botana, 1985 [1977]: 311). La dimensión organizativa, como la clave explicativa del éxito, influyó en los planteos posteriores, como el de Alonso –su tesis sobre un temprano sistema interpartidario en la década de 1890– y el de Persello –vincula la deriva organizativa de la UCR con la falta de consolidación de un régimen institucional–. Estas importantes contribuciones se vieron obligadas a conjugar sus análisis del “modelo norteamericano” de los partidos políticos (democracia interna, sistema de comités y convenciones, aporte de los afiliados) (Persello, 2000) con las ideas, la ideología o la identidad partidaria, términos nunca del todo diferenciados.
En este plano Botana realizó sus aportes más recientes sobre el radicalismo. Primero, rescató junto a Ezequiel Gallo el momento fundacional, la figura de Alem y su trasfondo ideológico. Conociendo la investigación de Alonso,[4] aseguraban que las ideas republicanas y un regeneracionismo liberal habían desempeñado un papel significativo. Nuevamente, las ideas del líder condensaban la ideología partidaria, ya que sería el regeneracionismo de Yrigoyen, intransigente en una “reparación ética de la política”, el que aportaría la matriz conceptual al partido (Botana y Gallo, 1997: 50-55). Finalmente, la “segunda parte” sumada a El orden conservador ubica a la “religión cívica [radical] que fusionaba el partido con la nación” en el clima más general del Centenario. Este tono “espiritual” demostraría una ubicuidad extendida entre las distintas fuerzas políticas que encararon el proceso de democratización (Botana, 2012: 331-334).
Precisiones conceptuales y periodizaciones
Si se lo entiende como religión cívica, conviene referirse al del radicalismo como un caso particular de un fenómeno largamente aludido pero escasamente profundizado en sus implicancias, el de la sacralización de la política (algo distinto y concomitante a la politización de lo religioso), cuestión vinculada a las distintas experiencias políticas de la modernidad. Ante el retroceso y adaptación de las “religiones tradicionales” frente a ciertos aspectos nodales de la vida pública y la legitimación del poder, distintos movimientos y regímenes políticos comenzaron a asignar características sacras a entidades seculares como la Patria/Nación, el Estado, la Raza, la Ciencia, la Clase o el Partido, anunciando una “nueva era de regeneración” (Gentile, 2005).[5] En cuanto a la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX, se han postulado términos similares sobre la “fragmentación de las fuentes de trascendencia” (Di Stefano, 2011: 15) y, si bien este tipo de planteos ha profundizado escasamente en experiencias partidarias para focalizarse en una más genérica historia de las ideas o en iniciativas estatales –sobre todo los regímenes antiliberales del siglo XX–, vale la pena considerar sus implicancias para pensar la singularidad de ciertas experiencias partidarias.
Esta tesis permite así comprender un componente diferencial de los “partidos nuevos” que surgen en la década de 1890, su identidad política, algo distinto pero vinculado a la “ideología”: la naturaleza del vínculo político dentro de determinado partido, agrupación o colectivo, el compromiso militante, volviéndose así necesario atender a cómo sus seguidores concebían ese vínculo como una “comunidad de creyentes”.[6] Fenómeno que se advierte en la autoconcepción de los radicales como creyentes de una religión cívica, que debían lealtad a “causa” de sentido trascendente: la regeneración política y moral de la Patria. Causa sagrada de la cual se derivaban ciertos valores supremos irreductibles a la controversia (la Patria, la República, los mártires), donde los componentes pasional e irracional jugaban un papel significativo. La clave analítica reside en desentrañar la racionalidad histórica de esas expresiones, donde se articulan lo mítico, lo ritual y lo simbólico.
La pregunta por cuándo y cómo surgieron estas expresiones no parece insignificante. La mayor parte de la bibliografía establece una distinción de “momentos” y la misma periodización propuesta por Botana estableció un parteaguas hacia 1912/1916, entre el “primer radicalismo” y la “tradición yrigoyenista” (Delamata y Aboy Carlés, 2001). Todavía no existe una explicación satisfactoria que permita establecer qué une al primero con el éxito del segundo, por lo cual una tarea pendiente es analizar qué elementos de continuidad se advierten entre ambos: organización de sus bases en el país; la resignificación de sus mitos fundacionales (la Revolución regeneradora, el destino de grandeza de la nación); líderes con aura de “apóstoles”. En suma, qué significaba ser radical en ese cambio de siglo en que la UCR nació, entró en crisis y se disolvió o reconvirtió en los espacios locales, para reorganizarse sucesivamente entre 1903 y 1916, por no mencionar las posteriores divisiones y reorganizaciones luego de esa fecha.
Tampoco se ha dado cuenta de las modalidades que adoptó la construcción de una identidad colectiva mucho más rica y compleja que los discursos producidos por sus principales líderes. Dimensiones que discurren entre la construcción de representaciones utópicas acerca de lo que los radicales consideraban su misión histórica, la utilización de un lenguaje plagado de metáforas religiosas para connotar su acción política y, vinculando los anteriores, la puesta en escena regular de esa utopía en actos más o menos multitudinarios que exaltaban el mito revolucionario y su carácter inconcluso, la figura de los combatientes caídos por la causa y los símbolos que los sintetizaban.
La sacralización de la política en el radicalismo se inició durante la “República posible”, es previa a la consolidación del yrigoyenismo dentro de aquel y contribuye a explicar su deriva en la “República verdadera” (algo que también puede plantearse para el Partido Socialista).[7] Esto supone restituir significación a lo acontecido en la década de 1890, en la cual se darán una serie de cambios que permiten pensarla como un corte alternativo al de 1880 propuesto por Botana. Si éste privilegió la dinámica de un régimen de dominación política, los partidos políticos, las formas de legitimar su intervención pública, sus prácticas y sus imaginarios, necesitan ser pensados en su propia lógica y devenir histórico, como argumentara Alonso en su estudio sobre los orígenes de la UCR –aunque recientemente parece haber prolongado hacia atrás su perspectiva anterior (Alonso, 2010) –.
Tender puentes entre los “dos radicalismos” y rastrear la huella de una identidad conlleva ubicar a la UCR en las dinámicas interpartidarias del cambio de siglo. Momentos de altos y bajos de las agrupaciones políticas –nacimientos, crisis, virtuales desapariciones, fusiones– a los cuales los desprendimientos de la originaria Unión Cívica no escapan. Ello se evidencia en las “reorganizaciones” de inicios del nuevo siglo (1903-1906) y la coyuntura crítica de 1909/1912, cuando se activaron rápidamente viejos y nuevos núcleos militantes en distintas provincias; o en los intentos de “fusión” de partidos de 1897/1898 y 1903/1904 que ponían en tensión la fortaleza de una identidad distintiva del radicalismo al licuarse en alianzas o en consignas genéricas que no eran monopolio radical.
Aquí se perciben los problemas del modelo “organizativo” para captar esta continuidad: ¿cómo y mediante qué dispositivos toma forma y se reformula una identidad política? ¿Qué ocurre cuando, con una institucionalidad laxa, sus adherentes no se constriñen a sus marcos? El radicalismo emergió y evolucionó a partir de una suerte de dialéctica entre el partido que se estaba gestando y una identidad que iba tomando forma al calor del mismo proceso, adquiriendo una intensidad inusitada al apelar a una serie de mitos, ritos y símbolos que fueron periódicamente puestos en escena y resignificados. Referencias que otorgaban al partido el lugar de centro simbólico de dicha identidad. Pero una cuestión estriba en la forma en que ser radical devino una condición que excedía la pertenencia institucional a la UCR y –entre 1898 y 1903– llegó a convertirse en un culto popular, con manifestaciones públicas de miles de personas, sin que existiera una organización que reclamara dicho nombre.
En términos analíticos es posible distinguir una serie de dimensiones que se hallan íntimamente vinculadas en la constitución de este fenómeno histórico (Reyes, 2016). Por un lado, debe tenerse en cuenta el imaginario que actuó como condición de posibilidad del radicalismo. Esa “causa” partió de un diagnóstico compartido en buena medida por las elites de la Argentina finisecular donde se aseguraba que el país atravesaba una profunda crisis. La propedéutica otorgaba así un sentido trascendente a la acción militante, reformulándose al reactualizarse aquel diagnóstico, por ejemplo, a inicios del siglo XX y al momento de la reforma política, incluso por medio de actores que excedían la militancia radical. De allí que los voceros de la UCR encontraran un eco general para su prédica, jugando un papel no menor su idea de representar al conjunto de los intereses nacionales y de un “pueblo” genérico.
Un aspecto clave es la utilización de un vocabulario religioso para el específico campo político, tema abordado por la teoría política y la historia conceptual. Esta cuestión debería llamar una atención mayor de los historiadores de las identidades, ya que desde una cultura política diferente a la de los miembros de la UCR, como era la del socialismo y el anarquismo (Suriano, 2001), la utilización de figuras de la “religión tradicional” se encontraba en boga. Asimismo, a partir de los aportes de disciplinas como la antropología política, se han rescatado los rituales conmemorativos como momentos de creación y exhibición de los mitos y símbolos que constituyeron el núcleo de liturgias políticas consolidadas, lo que se vincula con nuevos temas de la renovación historiográfica como las formas de movilización popular (Tato y Rojkind, 2012).
Comentarios finales
Habiéndose centrado en las expresiones del oficialismo hasta 1912, se entiende que en El orden conservador se pasara por alto a las identidades políticas en su caracterización de los “partidos nuevos”. Sí resulta más sorprendente que los trabajos referidos al radicalismo, probablemente por su discusión parcial con los postulados de aquel y abocándose mucho más a la dimensión organizativa o discursiva del partido, hayan dado por sentado su asociación con una religión cívica sin atender a las instancias y sentidos mediante los cuales ella tomó forma –el de Persello, sin mencionar esa noción el de Alonso, en parte el de Padoan y Valdez–. Al mismo tiempo, se soslayó un tema como la ritualización de las manifestaciones públicas que permite comprender mejor un tópico del proceso de democratización: el involucramiento y constitución de las formas de identificación de las multitudes durante la “República posible”.
Pese a una importante renovación historiográfica, las identidades políticas han permanecido en la agenda pendiente del “orden conservador”,[8] constituyendo fundamentalmente una prioridad de segundo orden entre las inquietudes de los trabajos más recientes, debiendo subordinarse al estudio de las organizaciones y la institucionalidad partidarias.[9] Una mayor atención a las identidades políticas –como son, por supuesto, las partidarias– permitiría establecer posibles puentes entre los temas y problemas del período analizado por Botana con aquellos que dieron su tónica a una incipiente democracia de masas. El radicalismo fue capaz de fidelizar la adhesión de sus seguidores en la Argentina finisecular, otorgando un sentido trascendente a su acción política, pero esa intensidad del vínculo de los “creyentes” también reveló la virulencia con que se sucedieron luego las divisiones dentro de la fuerza electoralmente dominante. Resta por explorar aquí de qué manera operó esta forma de sacralización de la política –sus resignificaciones a la luz de la consolidación de liderazgos, el cruce entre sus mitos fundacionales y los de la misma nacionalidad argentina, las posibles novedades que exhibirá en un contexto ideológico tan agitado como el de entreguerras, dialogando con otras experiencias internacionales– cuando la UCR pasó a ocupar nuevos espacios institucionales en el Estado,[10] algo bien estudiado para otras cuestiones (como la administración pública) por Persello (2004).
Así y todo, la experiencia radical debe ser puesta en diálogo con otros casos de sacralización de la política, de distinto alcance, que le eran contemporáneos e imponen pensar el problema desde una óptica más general. Los citados ejemplos del socialismo y del nacionalismo pueden ofrecer un espejo interesante para captar singularidades y diferencias. Finalmente, se vuelve necesario romper con la ilusión de continuidad y la coherencia que aporta la idea de la identidad radical como religión cívica, esencial y siempre idéntica a sí misma, pensando la fluidez de la política en tiempos de la “República posible”. En estos términos, el radicalismo no deja de formar parte de la política del cambio de siglo: de aquella más “oligárquica”, internotabiliar (Castro, 2012), así como de una más “popular” y contestataria sobre la que aún escasean trabajos monográficos que profundicen en coyunturas y actores (Rojkind, 2009).
De allí que una potente identidad, sustentada en un vínculo trascendente que pretendía colocarse por encima de las disputas del momento, podía actuar como un hilo que enhebraba experiencias signadas por la discontinuidad partidaria del radicalismo. Un análisis en estos términos, antes que ofrecer una nueva explicación general alternativa sobre la historia de la UCR, permite echar luz sobre algunas dimensiones significativas de ese recorrido que no han sido indagadas en profundidad hasta el momento.
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Francisco Reyes es Licenciado en Historia (UNL) y Doctor en Ciencia Política (UNR). Becario post-doctoral del CONICET con sede en el IHUCSO/CONICET-UNL. Secretario de Redacción de Estudios Sociales. Revista universitaria semestral de la UNL desde el año 2016. Se desempeña como docente en las cátedras de “Historia Institucional Argentina” en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNL y de “Problemática Contemporánea de Europa y Estados Unidos” en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL. Ha publicado artículos y capítulos de libros en libros y revistas nacionales e internacionales. Sus líneas de investigación se focalizan en las identidades político-partidarias, el nacionalismo, la sacralización de la política y sus formas simbólicas en el cambio del siglo XIX al siglo XX.
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[1] Se agradecen los pertinentes comentarios y sugerencias de Luciano De Privitellio y, a una versión posterior, de Inés Rojkind y Laura Cucchi, reservándose la responsabilidad de los argumentos y las opiniones vertidas en el texto.
[2] La frase es de Inés Rojkind, Flavia Macías y María José Navajas, en el Foro 5 de Historia Política (2016). Recuperado de: http://historiapolitica.com/foros/legitimidad-participacion-y-conflicto-politico-la-agenda-pendiente-del-orden-conservador/ (consulta: 09/02/2018).
[3] En el caso del radicalismo del cambio de siglo será el ejemplo de la llamada “generación romántica de 1837”, condensada sobre todo en la obra de Esteban Echeverría, el más recurrentemente mencionado como fuente de inspiración para sus postulados en torno a una “creencia común” que aglutinara las opiniones nacionales, ya que se trataba no casualmente de la tradición intelectual más prestigiosa que podía exhibir el país (ver Reyes, 2017).
[4] El autor agradece a Paula Alonso el haberle proporcionado esta valiosa información.
[5] Gentile establece, a partir de sus orígenes, sus formas y consecuencias, una diferencia fundamental entre las religiones civiles, típicas de “sociedades abiertas”, con formas discretas y no coercitivas, y religiones políticas, propias de “sociedades cerradas” signadas por formas integristas (2005: 14-23).
[6] Para aludir a la sugestiva caracterización que hiciera Anthony Smith (2000) de los nacionalismos.
[7] Para un estudio comparativo de los procesos de sacralización identitaria en ambas fuerzas políticas, ver Reyes (2017).
[8] Así se ha expresado en un detallado estudio sobre la historiografía del período (Míguez, 2012: 62).
[9] Como se desprende de una valoración y jerarquización reciente del lugar de los partidos políticos entre el conjunto de los posibles objetos de indagación de la política del “orden conservador” (Alonso, 2017: 162-163).
[10] En efecto, uno de los postulados teóricos fundamentales que sustentan la tesis de Gentile reside en el hecho de que las religiones civiles siempre se mantuvieron en (y sostuvieron) el marco de una sociedad liberal, sea desde posiciones de gobierno o desde el llano; en tanto las religiones políticas hicieron del Estado un instrumento para imponerse sobre la sociedad, traspasando las libertades características de aquella. Si bien algunas lecturas han postulado dos “momentos” para el devenir de la UCR (un primero más “liberal” y un segundo más “organicista”), el control del aparato estatal a partir de 1916 podría evidenciar las nuevas estrategias desplegadas por la dirigencia radical en un marco liberal.
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