Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº6. Mar del Plata. Julio-Diciembre 2017.
ISSN Nº2451-6961.
http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
Historia Política y Sociología Política.
Reflexiones en torno al abordaje de los partidos políticos
Gonzalo Cabezas
Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur, Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
gonzacabezas@gmail.com
Recibido:03/10/2017
Aceptado: 23/11/2017
Resumen
El desarrollo intenso de la Nueva Historia en las últimas décadas del siglo XX, significó una renovación de perspectivas teóricas y una diversificación y multiplicación de fuentes, que contribuyeron al crecimiento del interés por los análisis procesuales, relativistas y constructivistas. En este contexto, cobró mayor relevancia el diálogo entre disciplinas y los trabajos interdisciplinarios. Procurando aportar en esta línea, el presente trabajo pretende reflexionar, a partir de nuestra experiencia de investigación, sobre los modos en que el diálogo entre Historia Política y Sociología Política nos permitió repensar el funcionamiento de los partidos políticos, en particular a través de la problematización de la concepción de lo político, de la variación de la escala de análisis y de la recuperación de la perspectiva de los actores y de sus prácticas concretas.
Palabras claves: historia política, sociología política, partidos políticos, socialismo
Political History and Political Sociology.
Reflections on the approach of political parties
Abstract
The intense development of the New History during the last decades of the twentieth century, meant a renewal of theoretical perspectives and a diversification and multiplication of sources, which contributed to the growth of the interest in procedural, relativistic and constructivist analysis. In this context, the dialogue between disciplines and interdisciplinary work became more relevant. Aiming to contribute in this line, the present work pretends to think, from our experience of investigation, on the ways in which the dialogue between Political History and Political Sociology allowed us to rethink the functioning of political parties, in particular through the problematization of the conception of the political, the variation of the scale of analysis and the recovery of the perspective of the actors and their concrete practices.
Keywords: political history, political sociology, political parties, socialism
Historia Política y Sociología Política.
Reflexiones en torno al abordaje de los partidos políticos
En el último cuarto del siglo XX se desarrolló intensamente la Nueva Historia, interesada por el estudio de toda la gama de actividades humanas a través de una multiplicidad de fuentes, desde una perspectiva procesual, relativista y constructivista que contribuyó a la interdisciplinariedad (Burke, 1996).
Esta renovación de objetos, fuentes y perspectivas encontró su traducción entre los historiadores interesados por lo político en el libro Pour une histoire politique (Rémond, 1988). Dicha obra colectiva fue considerada como uno de los textos fundantes de la Nueva Historia Política, corriente que fue caracterizada por su mayor interés por “lo político” antes que por “la política”, partiendo de un concepto pluridisciplinario de poder, que conserva su especificidad pero se vincula con factores económicos, sociales, culturales y simbólicos (Le Goff, 1997: 36).
Junto con estos cambios se revitalizó el diálogo entre distintas disciplinas. Procurando aportar en esta línea, el presente trabajo pretende reflexionar, a partir de nuestra experiencia de investigación, sobre los modos en que el diálogo entre Historia Política y Sociología Política nos permitió repensar el funcionamiento de los partidos políticos. [1]
El trabajo se divide en dos apartados. En el primero, analizamos algunos de los desarrollos recientes que se dieron en el campo de la Sociología Política francesa, que rediseñaron la forma de pensar las instituciones en general y los partidos políticos en particular. En el segundo, señalamos algunos de los desarrollos recientes de la Nueva Historia Política en Argentina, para luego observar sus conexiones y puntos en común con la Sociología Política, tales como la forma de concebir lo político, la problematización de la escala de análisis y la recuperación de la perspectiva de los actores y de sus prácticas concretas.
La Sociología Política francesa y el estudio de los partidos políticos
Los partidos políticos han constituido un objeto de interés para la Sociología Política desde comienzos del siglo XX, tal como lo muestran obras clásicas de autores como Moisei Ostrogorski (1902), Robert Michels (1911/1972), Max Weber (1922/2002) y Maurice Duverger (1951/1992), quienes se interesaron sobre todo por los aspectos organizacionales y por la construcción de la dominación al interior de las instituciones partidarias.
En las últimas décadas del siglo XX se dio un intenso desarrollo de la Sociología Política en Francia, gracias al trabajo interdisciplinario de historiadores, sociólogos y politólogos que combinaron un análisis crítico de la obra de Pierre Bourdieu, una postura constructivista —interesada tanto en las prácticas de los actores como en su dimensión histórica— y un fuerte interés por el trabajo empírico, la problematización teórica y la diversidad metodológica. Estos desarrollos se expresarían a través de distintas sub-corrientes específicas pero íntimamente relacionadas: la Sociología de la Institución, la Sociología de los Partidos Políticos y la Socio-Historia
Por un lado, la Sociología de la Institución reconoce uno de sus primeros hitos en la propuesta de Bernard Lacroix y Jacques Lagroye en el congreso de la Association Française de Science Politique de 1988, que analizaron las condiciones, mecanismos y efectos de la institucionalización (entendida como proceso, no como un momento originario), y optaron por hacerlo a partir de una piedra clave del orden institucional francés: la figura presidencial. La propuesta era poner el acento en cómo los individuos, en función de su posición en el espacio social, permanentemente construyen dicha institución, hacen distintos usos de ella y le asignan diferentes características. Las reflexiones producto de este debate luego serían publicadas en el libro Le président de la République. Usages et genèses d’une institution (Lacroix y Lagroye, 1992). A partir de estos planteos, las instituciones fueron pensadas como lugares de tensión y de ajuste permanente, de reinvención continua de prácticas, por lo que creció el interés por las formas de apropiación de las normas, los roles y las costumbres institucionales, los cuales nunca son replicados sino que son retraducidos y reapropiados en función del contexto espacio-temporal y de las opciones, estrategias y experiencia de cada individuo. Así, el estudio de las tensiones existentes en el orden institucional fue concebido como clave para comprender la dialéctica entre lo instituido y lo instituyente, entre lo prescriptivo y lo habilitante, entre las formas objetivadas de la institución y las expresiones subjetivas de las personas, ya que los sujetos interiorizan y reproducen la institución, pero también la construyen y la transforman, en un juego de constantes negociaciones y redefiniciones, más o menos conflictivas (Lagroye y Offerlé, 2011).
Por otro lado, la Sociología de los Partidos Políticos cobró fuerza en el año 1988 con la publicación del libro Les partis politix (Offerlé, 2004), que cuestionó los sesgos de las principales tradiciones de análisis de los partidos: la normativa, que reemplazó el análisis de los partidos por su estigmatización o enaltecimiento; la juridicista, que reificó el objeto de estudio, personificando la actuación de los partidos y considerándolos un actor colectivo homogéneo, análogo a un Estado en miniatura; la funcionalista, que devino en simples enumeraciones descriptivas de las funciones de los partidos; y la tipologista, que llevó a cabo un uso rutinizado de los tipos ideales, con lo cual la clasificación devino un fin en sí mismo. Procurando superar dichos sesgos, Offerlé destacó la utilidad de concebir a los partidos como empresas políticas, es decir asociaciones basadas en el reclutamiento libre, motivadas por fines políticos y que funcionan de acuerdo con la lógica específica del campo político. Asimismo, planteó que mientras los afiliados hacen al partido mediante sus prácticas y disposiciones, el partido hace a los afiliados imponiéndoles determinadas normas y obligaciones.
Además, la Sociología de los Partidos Políticos problematizó la cuestión de la escala, haciendo hincapié en el “análisis localizado de lo político” (Briquet y Sawicki, 1989), que entiende a las agrupaciones partidistas como un conjunto de relaciones entre una multiplicidad de formas locales articuladas con instancias más amplias (regional, provincial y nacional). Se planteó que la relación entre lo nacional y lo local no tiene un carácter fijo y abstracto ni se reduce a un vínculo de dominación centro/periferia, sino que forma parte de un ensamblaje que liga diversos espacios de manera permanente, donde agentes que a priori serían definidos como locales pueden influir sobre ámbitos como el provincial o nacional. Lo local, entonces, no sería un lugar de verificación de las conclusiones generales obtenidas sobre el plano nacional, sino que sería concebido a partir de su especificidad (sus prácticas localizadas, su historia propia y su conjunto de relaciones sociales particulares), sin abandonar la reflexión sobre la imbricación y las relaciones entre los ámbitos micro y macro.
Por último, la Sociohistoria se desarrolló especialmente a través de la revista Genèses. Sciences sociales et histoire (surgida en 1990) y de la colección “Sociohistoires” (1996), codirigida por Gérard Noiriel y Michel Offerlé (Corcuff, 2012: 43). Recuperando los planteos de Passeron (1991) de que la Historia y la Sociología comparten un mismo régimen epistemológico, los sociohistoriadores abogaron por una mayor colaboración en la que los sociólogos aportarían sobre todo su preciso bagaje teórico y conceptual, mientras que los historiadores ocuparían un rol de vigilancia frente al carácter ahistórico de ciertas teorías y conceptos, a partir de la reconstrucción de los múltiples contextos espacio-temporales en los que fueron creados (Noiriel, 1997: 168). Así, el enfoque sociohistórico surgió vinculado al intento de situar en términos espaciales y temporales no sólo las categorías históricas de los agentes sino también las categorías analíticas de los investigadores, poniendo especial énfasis en cuestiones como la génesis del Estado, del voto y de los partidos políticos (Noiriel, 2011). Los principios metodológicos que caracterizan a la Sociohistoria son (Offerlé, 2001, en Gené, 2014: 98): un ejercicio de extrañamiento frente a las instituciones, rutinas y objetos cotidianos (a fin de desnaturalizarlos y poder concebirlos como fruto de procesos accidentados y conflictivos); un fuerte énfasis en las prácticas, en la creación (y re-creación) de roles y de dispositivos habilitantes y estimulantes de ciertos modos de actuar, así como también en su apropiación situada; y la atención a los conceptos y a los sentidos vehiculizados por ellos.
Al tiempo que tomaban forma estas variantes de la Sociología Política, en 1991 se publicó la obra Sociologie Politique (Lagroye, 1994), que a la postre se convertiría en un libro de consulta obligada para los interesados en realizar un abordaje interdisciplinario, relacional, procesual y constructivista de lo político. Según este enfoque, los objetos de estudio de la Sociología Política no se circunscriben a las actividades e instituciones políticas especializadas (como las elecciones y los partidos políticos) sino que abarcan lo político en sus múltiples formas y ámbitos de expresión social, incluyendo las formas de incorporación e interiorización de las maneras de pensar y de actuar (reglas, roles, etc.), las prácticas y su impacto en las instituciones, y las tensiones que se generan en el proceso de reproducción y/o transformación del orden institucional.
En suma, estos autores coincidieron en la adopción de un enfoque comprensivo e históricamente situado como una vía útil para analizar el sentido que los agentes otorgan a la acción en un contexto natural, procurando evitar anacronismos, confusión entre categorías nativas y analíticas, y visiones normativas.
A lo largo de nuestra experiencia de investigación, los planteos de la Sociología Política nos permitieron repensar el funcionamiento de los partidos políticos, estableciendo redefiniciones en un continuo diálogo con la Nueva Historia Política argentina. En tal sentido, en el siguiente apartado analizamos algunos desarrollos recientes de esta corriente, para luego señalar algunos puntos de contacto entre ambas.<
La Nueva Historia Política argentina y el estudio de las prácticas políticas
La Nueva Historia Política revitalizó el interés por el estudio de lo político, que fue analizado a través de las formas de soberanía, representación y participación, los lenguajes políticos e identidades colectivas, y la esfera pública y sus instituciones, en el marco de una reformulación de los interrogantes sobre las dirigencias, organizaciones y mecanismos para alcanzar y conservar el poder (Sabato, 2007).
Entre las reformulaciones sobre la vida política argentina de comienzos de siglo XX, una de las de mayor relevancia estuvo vinculada con la interpretación del impacto de la sanción de la denominada Ley Sáenz Peña (1912). Como observó Hilda Sabato (1990), la interpretación canónica había considerado al sufragio como el mecanismo por excelencia de la representación ciudadana, por lo que la reforma electoral fue entendida en un sentido rupturista, como un quiebre en la historia del sistema político nacional, en tanto éste se habría modernizado mediante la ampliación de la ciudadanía política y mediante la extensión de la práctica del voto. Sin embargo, esta visión desestimaba ciertos datos claves: el sufragio fue universal para todos los hombres adultos nativos y nacionalizados desde al menos mediados de siglo XIX, y los votantes —antes que minorías privilegiadas que ejercían su derecho ciudadano a título individual— eran en buena medida grupos de jornaleros, peones y empleados movilizados colectivamente para la ocasión, combinando la emisión del voto con la violencia controlada, en un proceso dirigido por los sectores minoritarios que concentraban el poder político.[2]
El relato canónico de la vida política argentina fue problematizado en un marco de reavivada discusión sobre el caudillismo (Balmori, Voss y Wortman, 1984) que dio cuenta de la interrelación entre caudillos y partidos políticos, poniendo en cuestión la interpretación dicotómica de los actores políticos que había instalado la sociología de la modernización, la cual consideraba a las prácticas facciosas, personalistas y clientelares como “tradicionales”, en oposición a las “modernas”, más vinculadas con lo racional, lo impersonal y lo orgánico-programático, entendiendo asimismo que las primeras estarían vinculadas a agrupaciones inorgánicas y atrasadas, y las segundas a partidos orgánicos destinados a prevalecer. Los estudios insertos en la Nueva Historia Política, evitando partir de definiciones dicotómicas de las prácticas políticas, consideraron la utilización de vínculos personales como la base del hacer político, más allá de que se puedan encontrar en sociedades definidas como tradicionales o modernas (Da Orden, 1994: 229-230; Ferrari, 2009: 17-21). De esta manera, sin minusvalorar el impacto de la reforma, se adoptó un enfoque que recupera elementos de continuidad (Bertoni y De Privitellio, 2009), considerando que aquella no significó un quiebre total en las ideas y las prácticas políticas, lo cual puede observarse en la persistencia de modalidades clientelares y prácticas fraudulentas en el ejercicio político.
Este tipo de reflexiones sobre las formas de hacer política en Argentina no se dieron sólo entre los historiadores ni exclusivamente para lejanos períodos históricos. De hecho, al analizar las prácticas políticas peronistas en la década de 1990, el sociólogo Javier Auyero (2001: 35-37) señaló que la antinomia entre política tradicional-clientelística y las formas de participación modernas —muy utilizada pero rara vez sometida a investigación empírica— constituyó más una simplificación basada en supuestos normativos (sobre cómo debería ser la política) que una herramienta analítica útil, por lo que operó como un obstáculo epistemológico para la comprensión del funcionamiento concreto de la democracia. Por su parte, los hacedores de la Antropología de la Política, propusieron suspender nuestras certezas e ideas a priori sobre lo que es o debería ser la política en la modernidad republicana, e intentar comprenderla tal como la conciben y actúan los actores analizados. En tal sentido, la perspectiva etnográfica permite desnaturalizar tanto las categorías nativas de los actores estudiados como las herramientas analíticas de los investigadores, y así evitar valoraciones programáticas y morales atribuidas por/a las poblaciones estudiadas. De hecho, las relaciones personalizadas y las impersonales (construidas de manera dicotómica en el mundo académico) pueden haber constituido lógicas diferenciadas pero no por ello excluyentes ni incompatibles en el terreno de las representaciones y prácticas concretas de los nativos (Frederic y Soprano, 2008: 152-153).
Las fuerzas políticas que más han concitado el interés de los historiadores por problematizar el par tradicional-moderno han sido el radicalismo y el conservadurismo para la primera mitad del siglo XX y el peronismo para el resto de la centuria. El PS, en cambio, permaneció hasta hace poco tiempo prácticamente ajeno a estas discusiones en torno a las formas de hacer política. De hecho, como señalaron los autores de una de las compilaciones más recientes y actualizadas sobre el socialismo argentino, “el PS viene siendo entendido como un “partido moderno” en la Argentina de comienzos del siglo XX, según una caracterización en boga en el campo historiográfico” (Camarero y Herrera, 2005: 67).
En este contexto, el análisis de las prácticas políticas concretas se ha presentado como una prometedora línea de investigación que permite eludir estas visiones prescriptivas implícitas sobre cómo debería ser el comportamiento político de las personas o el funcionamiento de los partidos políticos.[3] Ello ha sido posible en buena parte gracias a la utilización de la perspectiva microanalítica, enfoque constructivista que plantea la reducción de escala como una operación que realiza el investigador para dar forma a su objeto de investigación (Levi, 1993; Man, 2013; Revel, 2015). Lo local tiene su especificidad, por lo que no es un mero reflejo que sólo sirve para confirmar lo investigado en otras escalas sino que busca dialogar con ellas, cuestionando y matizando ideas instaladas en la escala pretendidamente “nacional” (Serna y Pons, 2003). En este sentido, la recuperación de la multiplicidad de sentidos y prácticas nativas analizadas a ras de suelo permite comprender problemas de alcance general a partir de experiencias localmente situadas, evitando preconceptos y generalizaciones etnocéntricas que operan como obstáculo epistemológico para la comprensión de lo social (Frederic y Soprano, 2005).
Así, recientes trabajos sobre las prácticas políticas socialistas problematizaron ideas instaladas en la historiografía sobre el PS, como el alcance de la disciplina y de las prácticas políticas cívicas, elementos tradicionalmente señalados en su caracterización como partido “moderno”. En tal sentido, Andrés Bisso (2007) señaló la existencia de tensiones entre la figura del militante y la del jugador, ya que entre las prácticas de ocio de la izquierda antifascista del interior bonaerense en la década de 1930 podían encontrarse actividades que eran consideradas un pasatiempo frívolo y superfluo (como el fútbol) o una conducta inmoral (como las apuestas). Por su parte, Pablo Pérez Branda (2011) destacó la existencia de prácticas mezquinas, faccionalistas y aprogramáticas (alejadas de la disciplina que caracterizaría a los socialistas) a partir del análisis de las prácticas implementadas por los referentes barriales porteños en la disputa por el control de los centros en el conflicto que dio origen al Partido Socialista Independiente en 1927. Para la segunda mitad del siglo XX, Silvana Ferreyra (2012) evidenció el fortalecimiento de la inserción territorial socialista gracias al intercambio de bienes y servicios con asociaciones intermedias mediante militantes que participaban en su dirección —prácticas que a otras fuerzas políticas le habían valido el calificativo de clientelares—.
Nuestra investigación continúa el derrotero trazado por dichos estudios. Así, a través del análisis en escala microanalítica de las formas de hacer política de los afiliados del Centro Socialista de Bahía Blanca a comienzos del siglo XX, observamos ciertas prácticas y dinámicas institucionales que nos llevaron a matizar la concepción del PS como una institución centralista y disciplinada, elementos clave en su caracterización como partido “moderno”. Por ejemplo, detectamos tensiones entre los afiliados vinculadas con la moral socialista, debido a los altos índices de morosidad, al ausentismo asambleario, al escaso compromiso de algunos adherentes con las actividades partidarias (como fiscalización de mesas electorales y distribución de propaganda) y a numerosos conflictos de índole meramente personal, lo que nos permitió relativizar la férrea disciplina de la que se jactaban los socialistas (Cabezas, 2017). También advertimos que el centralismo partidario encontraba obstáculos materiales y resistencias, ya que si bien el Comité Ejecutivo Nacional y la Federación Socialista Bonaerense pretendían coordinar la propaganda y las finanzas partidarias, los centros conservaban importantes márgenes de autonomía tanto en la organización de las campañas electorales como en la decisión de cómo y cuándo abonar sus cotizaciones a los organismos centrales (Cabezas, 2015).
Reflexiones finales
En Argentina, el abordaje interdisciplinario de lo político que vincula corrientes como la Sociología Política y la Nueva Historia Política se ha desarrollado con fuerza recientemente. Entre sus principales aportes, uno de ellos ha sido la problematización de las lógicas orientadoras de la acción de los agentes estatales, procurando escapar a la dicotomía valorativa racional/irracional —utilizada normalmente como eje clasificatorio, considerando a la racionalidad instrumental como asociada a los saberes técnicos y a las prácticas estatales— (Heredia, Gené y Perelmiter, 2012). En el presente trabajo hemos procurado mostrar cómo el estudio de las formas concretas de hacer política nos faculta a repensar otro tipo de dicotomías valorativas, como la que establece la oposición entre prácticas políticas “tradicionales” (faccionalismo, personalismo, clientelismo) y “modernas” (partidos orgánico-programáticos, con una estructura burocrática impersonal y sostenidos financieramente por las cuotas de los afiliados y una parte de las dietas de los legisladores). A lo largo de nuestra investigación, el intento por analizar las prácticas de manera situada, desde una perspectiva relacional y constructivista, nos llevó repensar el abordaje de los partidos políticos en tres aspectos clave.
En primer lugar, la forma de concebir lo político, considerando al poder como un fenómeno relacional[4] y como una construcción social, que no se circunscribe a las actividades e instituciones políticas especializadas sino que encuentra múltiples formas y ámbitos de expresión social, entre las cuales las instituciones ocupan un lugar central, ya que son lugares de tensión y de ajuste permanente y de reinvención continua de prácticas, que permiten analizar las formas de apropiación de las normas, los roles y las costumbres institucionales, poniéndolos en diálogo con las estrategias y las trayectorias biográficas de los agentes.
En segundo término, la problematización de la escala de análisis, considerando lo local en su especificidad y a la vez inserto en una multiplicidad de ámbitos que articulan lo local con lo regional, lo provincial y lo nacional, en una relación siempre cambiante y que no se reduce a la dominación de la periferia por parte del centro. Así, la reducción de escala es una operación que realiza el investigador a fin de cambiar el foco pero sin dejar de dialogar con las ideas de alcance general instaladas en la escala macro (Revel, 2015: 15).
Por último, la recuperación de la perspectiva de los actores y de sus prácticas concretas permite captar el sentido que otorgaban a su acción, lo que posibilita evitar visiones normativas, anacronismos y confusión entre categorías nativas y analíticas. En este sentido, el seguimiento de las trayectorias de los agentes se presenta como una manera de recuperar su propia visión de la realidad, desnaturalizando determinado tipo de relaciones o prácticas para no darlas por sentado, y así reflexionar en torno a los “marcos de pensamiento heredados que delimitan nuestras visiones de la realidad” (Offerlé, 2011: 212), que pueden considerar determinadas relaciones o formas de actuar como las correctas o las mejores entre las disponibles.
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Gonzalo Cabezas es Profesor y Licenciado en Historia por la Universidad Nacional del Sur. Actualmente se desempeña como Becario doctoral del CONICET, Doctorando en Historia y Ayudante de Docencia en la Universidad Nacional del Sur. Forma parte del Grupo de Investigación sobre La historia sociocultural hispanoamericana contemporánea en clave regional, transnacional y comparada, del Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur. Su investigación aborda las prácticas políticas de los militantes socialistas a comienzos de siglo XX y las dinámicas institucionales de la agrupación partidaria. Ha publicado diversos trabajos sobre estos temas en revistas nacionales y ha participado en encuentros académicos vinculados a su área de investigación.
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[1]Agradezco los comentarios y sugerencias de los evaluadores anónimos. El trabajo no pretende ser un estado del arte sobre las confluencias entre Historia Política y Sociología Política, sino una serie de notas sobre las reflexiones que las intersecciones entre ellas nos motivaron a lo largo de nuestra trayectoria de investigación.
[2]Recientemente, se ha señalado que también el secreto y la obligatoriedad del voto pueden rastrearse con anterioridad a la reforma electoral: el primero comenzó a instalarse hacia la década de 1870 y se consagró en 1905, y la segunda se impuso paulatinamente desde 1902, cuando se confeccionó el primer padrón obligatorio (De Privitellio, 2012).
[3]Como señalaron Fretel y Lefebvre (2004) para el caso francés, las concepciones prescriptivas sobre los partidos políticos se apoyan en un supuesto teórico y normativo (en general implícito) sobre lo que debería ser un “verdadero” partido, supuesto que lo concibe sobre todo como una organización, por lo que mide su fortaleza o debilidad en base al grado de desarrollo formal e institucional.
[4]Este planteo había sido establecido por Crozier y Friedberg (1977/1990: 27).
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