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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto - ISSN 2451-6961 (en línea)

Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº11. Mar del Plata. Enero-junio de 2020.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

                                                                                       

Reseña de Lida, Miranda (2019). Amado Alonso en la Argentina. Una historia global del Instituto de Filología (1927-1946). Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 182 páginas. ISBN 978-987-558-587-4

Beatriz Figallo

Instituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e Internacionales, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,

Nodo Instituto de Historia, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Rosario, Universidad Católica, Argentina

beatrizfigallo@conicet.gov.ar

Recibido:        03/04/2020

Aceptado:      13/05/2020

Palabras claves: Amado Alonso, Universidad de Buenos Aires, filología

Keywords:  Amado Alonso, University of Buenos Aires, philology

Después de consolidar una distinguida trayectoria como historiadora del catolicismo argentino, casi de un modo natural Miranda Lida fue virando el registro de su producción científica hacia la historia intelectual con sesgo transnacional. Ese derrame hacia temas en apariencia nuevos, contiene tanto su atención al pulso de la historia política, social y cultural de la Argentina, como su experiencia en el manejo de algunas de las múltiples interconexiones mundiales impulsadas por la Iglesia Católica –es que podría decirse, como el especialista en historia del catolicismo francés Étienne Fouilloux y el internacionalista Robert Frank, que no hay historia del siglo XX sin la intromisión del hecho religioso. Munida de ese rico bagaje, distintos trabajos muestran esta deriva hacia ámbitos que, por razones familiares, le son muy cercanos, inscribiéndose también allí su atención al Instituto de Filología, fundado en 1922 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Condensado dicho haz de propicias circunstancias en este breve y delicioso libro centrado en la figura de quién fuera su director entre 1927 y 1946, el español Amado Alonso, la autora reconoce la directa relación con su anterior obra Años dorados de la cultura. Los hermanos María Rosa y Raimundo Lida y el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires –enriquecido por la consulta de más archivos, epistolarios y fuentes. La perspectiva global en la que lo enmarca –que podría interpretarse como un ejercicio de transdisciplina–, supera el espacio cultural de la Buenos Aires de los años veinte, treinta y cuarenta, para extenderse a la vez por diversos circuitos que van de Europa a las Américas, de España a la Argentina, y por variados registros temporales, que atraviesan categorías históricas complejas –es decir, no simples– como hispanismo, americanismo, regeneracionismo, fascismo, franquismo, peronismo. Son aquellos tiempos de plurales iniciativas culturales sobre la Argentina y la región, provenientes de distintas naciones, como EEUU, Francia, Alemania, Italia, España, que apenas logran disimular propósitos de crear comunidades de intereses e identidades. Todo este recorrido se colige en los Agradecimientos y la Introducción, así como en las Fuentes y Bibliografía de la obra.

Los capítulos 1 y 2 exponen los nexos académicos y universitarios que operaron en el espacio iberoamericano en las primeras décadas del siglo XX favoreciendo una nueva vinculación en clave cultural, que Miranda Lida expone en la singularidad del caso argentino. La presencia de los inmigrantes españoles, el lazo vivo del idioma y los principios del movimiento reformista, ayudan a explicar la decisión del entonces decano Ricardo Rojas, empeñado en dotar a los tradicionales campos humanísticos, de mayores dosis de profesionalidad y cientificidad. El autor de La restauración nacionalista gestionó ante el erudito Ramón Menéndez Pidal el concurso del Centro de Estudios Históricos de Madrid y de los estudiosos españoles que desde allí ampliaban sus saberes en los principales núcleos universitarios europeos y norteamericanos. Tras una breve y controvertida dirección del catedrático Américo Castro, seguido de efímeras gestiones, el más eficaz organizador arribó desde una España regida por la “blanda” dictadura de Primo de Rivera, donde aún persistían ciertas dosis de convivencia, como lo demuestran los encuentros de Alonso con su embajador en Buenos Aires, el escritor tradicionalista Ramiro de Maeztu, de las que hace mención Lida. El joven filólogo se introdujo bien pronto en los círculos frecuentados por las clases cultas, en foros y tertulias literarias, replicando su voz en la prensa periódica. Argumenta que ello era acorde con la expectativa de jugar un papel público conveniente para consolidar los propósitos que albergaban junto con Menéndez Pidal. Con un creciente pero trabajado respaldo universitario y social, el hacer de Alonso hizo una diferencia notable, ampliando per se o a través de sus colaboradores, los estudios filológicos españoles hacia los temas latinoamericanos y particularmente, argentinos, con análisis sobre su léxico gauchesco, relevamientos fonológicos en zonas andinas, estudios del guaraní. También se prodigó con publicaciones y conferencias en asociaciones regionales españolas en la Argentina, en particular con la Institución Cultural Española. Si transitó el circuito cultural trazado entre Buenos Aires y La Plata, recorrió diversas universidades de la región, hasta que, como consigna Lida, en 1941 comenzó a relacionarse con las principales de los Estados Unidos, como Chicago, Columbia, Harvard, Princeton y Los Ángeles.  

En los apartados 3 y 4 de libro, Miranda Lida procura distribuir los ricos aspectos de la Vida Universitaria, la Vida Literaria y la Vida Pública de Amado Alonso en la Argentina. Ya estallada la guerra civil en España, se sumó al esfuerzo de Gonzalo Losada y otros socios para levantar una editorial que difundió la labor de intelectuales transterrados y donde él mismo contribuyó con obras propias y traducciones, arrimando novedades literarias y obras de los más prestigiosos especialistas de la teoría del lenguaje, en un momento que la industria editorial argentina se erigió en la más pujante de Hispanoamérica. No eligió el exilio español, pero a él se plegó, frecuentando aquellos que ya habían comenzado a llegar al Río de la Plata tras la sublevación contra la II República y los que, amparados en sus contactos preexistentes, se refugiaron en una Argentina que lejana a los focos bélicos, era “un lugar europeo y civilizado”, al decir de Emilia de Zuleta. Mientras en España se implantó la dictadura del general Franco, el Instituto de Filología argentino alcanzaba su “edad dorada” –en 1939 su alma mater madrileña era disuelta por decreto–, con una notable capacidad de irradiación continental.

Instalado en la Argentina, en 1932 había encabezado la lista de los primeros incorporados como miembro correspondiente por España de la Academia de Letras creada por el general Uriburu –proyecto por el que Menéndez Pidal y Alonso laboraron entre las figuras del canon literario de la época– y en 1936, de la Academia de la Historia impulsada por el general Justo.  Las mudanzas de la II Guerra Mundial, y cómo subraya Lida, el rechazo por el régimen militar de 1943 del que nació el peronismo, arrastrando características que herían a significativos ámbitos sociales y culturales, empujaron a Alonso a aceptar ofrecimientos laborales de América del Norte, emigración que impactó negativamente en el derrotero del Instituto. Lida relata en el último de los cinco capítulos de su libro, titulado “Desenlace y conclusión”, las excusas burocráticas con que las autoridades universitarias lo obligaron a tomar tal camino a los pocos meses de asumir el general Perón, a los que habría que sumar concretos actos de amedrentamiento policial que sufrió.

Alonso llegó a echar raíces en el país: fruto del matrimonio con Joan Evans habían nacido cuatro hijos -aspectos privados a los que el libro no hace referencia. Según sus biografías, lo hizo, no sin antes visitar “privadamente” la España de Franco con su prole, lo que muestra que no se trató de un perseguido o represaliado, sino más bien, de quién prefirió libertad.

Más allá de alguna intrascendente errata de nombres –una que sí es importante es la confusión entre los posteriormente exiliados Luis Jiménez de Asúa, el renombrado jurista, y su hermano médico Felipe, encargado de negocios español en Buenos Aires entre abril de 1937 y junio del 38–, el libro de Miranda Lida reconstruye vicisitudes de personajes claves del escenario cultural argentino y compone una cercana descripción de los avatares de un instituto de investigación universitaria, que no han cambiado demasiado con los años. Lo que si lo hace propio del contexto son, por ejemplo, los vericuetos de las relaciones con los EEUU, los que se consignan y los que se imaginan, dado los intercambios y propuestas que desde allí llegaban. Resulta curioso, por ejemplo, la preocupación de Alonso por John Griffiths, profesor de Literatura Hispánica en la University of Southern California, quién a mediados de 1940 había llegado al Instituto para realizar un nonato doctorado de Estudios Hispánicos, para luego ser designado agregado cultural por el Departamento de Estado y después special assistant e informante del embajador Spruille Braden.

Cómo demuestra acabadamente con este libro, es dable esperar mucho de la productividad de Miranda Lida, capaz de promover la discusión y remover un territorio de conocimientos tan rico que incluye la internalización de las ciencias, la diplomacia cultural, los exilios, las vinculaciones trasnacionales.

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