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Magallánica : revista de historia moderna - Año de inicio: 2014 - Periodicidad: 2 por año
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LA BIBLIOTECA DE UN INDIANO EN LA ESPAÑA DIECIOCHESCA. LIBROS Y LECTURAS DE DON BENITO AGAR

 

 

 

Daniel Mena Acevedo

Universidad de Santiago de Compostela, España

 

 

 

 

Recibido:        27/12/2021     

Aceptado:       14/03/2022

 

 

 

Resumen

 

Don Benito Agar y Leis (1722-1792) fue un importante indiano gallego que logró acumular su fortuna y conquistar el prestigio social en el virreinato de la Nueva Granada entre 1749 y 1777. Retornado a España, sentó su residencia en La Coruña, puerto gallego abierto al comercio colonial, donde falleció en 1792. El inventario post-mortem que fue elaborado entonces nos permite conocer los libros que formaban la biblioteca de este comerciante. Nuestro objetivo es profundizar en la vida y en las lecturas de Agar, ¿cuáles eran sus inquietudes profesionales y personales? y ¿cuáles eran las características de su horizonte cultural a medio camino entre la tradición y los aires de la Ilustración?

 

Palabras clave: bibliotecas privadas; comerciantes; Bogotá; A Coruña; siglo XVIII.

 

 

THE LIBRARY OF AN INDIANO IN SPAIN DURING THE 18th CENTURY. DON BENITO AGAR`BOOKS AND READINGS

 

Abstract

 

Don Benito Agar y Leis (1722-1792) was an important Galician indiano who managed to accumulate his fortune and achieve social prestige in the viceroyalty of New Granada between 1749 and 1777. Upon his return to Spain, he settled in La Coruña, a Galician port open to colonial trade, where he died in 1792. The probate inventory that was carried out then allows us to know the books that made up the library of this merchant. Our aim is to delve into the Agar`life and readings, what were his professional and personal concerns? And what were the characteristics of his cultural horizon halfway between tradition and the airs of the Enlightenment?

 

Keywords: private libraries; merchants; Bogotá; A Coruña; 18th century.

 

 

 

Daniel Mena Acevedo. Contratado Predoctoral para la Formación del Profesorado Universitario (F.P.U.). Es graduado en Historia con Premio Extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela y Máster Universitario en Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas, especialidad Ciencias Sociales y Humanidades con Premio Extraordinario por la misma universidad. Actualmente, realiza una tesis doctoral bajo la supervisión de Ofelia Rey Castelao y Pegerto Saavedra Fernández. Participa en los proyectos de investigación Culturas Urbanas y Resistencias en la Monarquía Hispánica en la Edad Moderna (PGC2018-093841-B-C31) y Rebellion and Resistance in the Iberian Empires, 16th-19th centuries (778076-H2020-MSCA-RISE-2017).

Correo electrónico: danielsteven.mena.acevedo@usc.es

ID ORCID: 0000-0001-6471-3219

 

 

 

 

 

LA BIBIBLIOTECA DE UN INDIANO EN LA ESPAÑA DIECIOCHESCA, LIBROS Y LECTURAS DE DON BENITO AGAR[1]

 

 

 

 

 

A lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, los grupos burgueses asentados en Galicia iniciaron una renovación como consecuencia del desarrollo comercial que conoció la región a partir de la apertura del puerto de La Coruña al tráfico colonial en 1764 (SAAVEDRA FERNÁNDEZ, 1994: 195-220; REY CASTELAO, 2003: 2021-256). El estudio pionero de Barreiro Mallón (1981: 449-494) para las elites de Santiago de Compostela del Setecientos y las sucintas apreciaciones de Alonso Álvarez (1999: 101-110) sobre las lecturas de los empresarios coruñeses entre 1700 y 1820 permitieron sentar una base interpretativa sobre el horizonte cultural de la burguesía comercial gallega, si bien la cuestión aún está lejos de ser agotada.

La biblioteca que nos proponemos estudiar constituye un caso excepcional, que trasciende el interés local, tanto por la relevancia del propietario, el opulento indiano gallego don Benito Agar, cuya fortuna se fraguó en el virreinato de la Nueva Granada, como por el tamaño relativamente importante de la biblioteca y los contenidos de los libros, a medio camino entre la tradición y los aires ilustrados. 

 

Vida de don Benito Agar (1722-1792)

 

Don Benito Agar y Leis nació en el año 1722 en el lugar de Santa Mariña de Prado, parroquia y coto de San Xulián de Moraime[2], en la comarca noroccidental de Galicia. Era el primero de los cuatro hijos del matrimonio formado por don Pedro de Agar, nacido en la misma parroquia, y doña Lucía de Moreira, natural de la vecina feligresía de San Pedro de Coucieiro, ambos procedentes de familias hidalgas enraizadas en la región (MARTÍNEZ BARBEITO, 1986: 596-597; CRESPO POZO, 1982: 29). De acuerdo con la declaración de Fabian Toba, vecino de Moraime, tomada el 24 de julio de 1755 con motivo del proceso de concesión de la ejecutoria de hidalguía a don Benito y a su hermano, don Manuel Agar, procedían de la “casa y solar conocido de Leyes, sita en la feligresía de San Pedro de Leys, de la jurisdicción de Bimianzo de esta provincia de Santiago, Reino de Galicia”[3].

A mediados del siglo XVIII, como recordaba don Pedro Agar en su testamento firmado en 1751, su hijo don Benito se hallaba “ausente en la ciudad de Santafé de Bogotá, en el Nuevo Reino de Granada, al qual desde la villa y corte de Madrid llevó en su compañía el señor don Joseph Pizarro, quando fue de virrey para dicha ciudad de Santa Fe"[4]. En efecto, don Benito Agar había llegado a la capital virreinal en 1749 como criado de escalera de abajo del virrey Pizarro (VÁZQUEZ VARELA, MARÍN LEOZ, 2017: 46). Desconocemos su trayectoria previa, pero, en cualquier caso, lo cierto es que logró prosperar rápidamente en el virreinato de la Nueva Granada gracias a sus relaciones y actividades comerciales. Como explicó el 10 de septiembre de 1772 don Gregorio Sánchez Manzaneque, teniente de una de las compañías de milicianos de Bogotá y diputado de su comercio:

 

“Don Benito de Agar pasó de la peninsula de España a este nuevo reino de Granada con el excelentísimo señor virrey don Josef Alfonso Pizarro de uno de sus familiares que estubo sirviendo a su excelencia y después tomo el giro del  comercio en esta dicha ciudad en el que se ha mantenido y mantiene con cabal reputación, crédito y fama de buena arreglada conducta cristiana y por el mismo hecho se ha merecido y merece de los excelentísimos señores virreyes y demás personas de graduación eclesiástica y secular el primer lugar y aprecio a que han dado lugar sus cabales prendas y genio amable que respira una buena crianza y nacimiento y propenso a hacer vien es notorio ha habilitado a muchos en el comercio y a otros fomentado a costa de su caudal por distinta carrera.”[5]

 

Como ya adelantamos, el primer logro de don Benito Agar fue la Real Carta de Ejecutoria de hidalguía expedida por la Real Chancillería de Valladolid el 22 de octubre de 1755. Avalada la nobleza de la estirpe del indiano, el 17 de abril de 1759 contrajo un ventajoso matrimonio con la asturiana doña Josefa Bustillo Pérez, quien había llegado a Santafé de Bogotá a comienzos de la década de 1750 en compañía de su tío, don Fernando Bustillo Varas y Valdés, fiscal protector de indios[6].

A partir de entonces, el triunfo social y económico de Agar en las Indias se consolidó. Menos de un año después del enlace matrimonial, el 4 de febrero de 1760, fue nombrado comisario de la compañía de caballería del batallón de milicias de Santafé por renuncia de don Baltasar José Salazar Caicedo (VÁZQUEZ VARELA, MARÍN LEOZ, 2017: 46); y algo más de una década más tarde, el 8 de enero de 1771, fue designado alcalde ordinario del cabildo santafereño (ORTEGA RICAURTE, 1957: 173-174). No menos importantes fueron sus actividades comerciales, crediticias y fiscales desarrolladas por entonces. Así, el 9 de marzo de 1770 el propio don Benito declaraba que

 

“En mi se celebró el remate de los Reales Tributos del partido de Ubaté y haviendo sido admitida mi postura con la precisa calidad de que mi obligación se entendiese por cinco años, los tres forzosos y los dos voluntarios, teniendo ya cumplidos con los primeros y restándome solo uno de los dos últimos, no pudiendo continuar en la recaudación de aquellos por la precisa ocupación que me asiste así de varios negocios personales como agenos y siéndome por este motivo incompatible su intendencia desde luego hago absoluta dimisión del año que me resta y en su virtud suplico a la superioridad de Vuestra Excelencia que mediante a ser capitulación expresa de dicho remate se sirva admitírmela y en su consecuencia declararme por libre de la obligación que tenía”.[7]

 

Conquistada la fama y la fortuna en Nueva Granada, las aspiraciones de este gallego se vieron satisfechas en 1774 con su nombramiento como caballero de la orden de Santiago (SÁNCHEZ GARCÍA, 2001: 187-188). Es posible que por entonces ya barajara la posibilidad de instalarse de forma definitiva en la península ibérica junto con su esposa, sus tres hijos y cuatro hijas[8]. Lo cierto es que dicha decisión no se tomó hasta finales de 1777 o comienzos de 1778[9]. El lugar de residencia elegido fue la ciudad de La Coruña, que desde 1764 venía experimentado un importante desarrollo económico como resultado de la apertura de este núcleo portuario al comercio colonial y, por ende, ofrecía a don Benito Agar múltiples oportunidades económicas y la continuación de sus intereses en los territorios coloniales.

Al poco tiempo de la llegada de la familia Agar a Coruña, se puso en marcha el proyecto de construcción de una residencia urbana cuyos planos fueron firmados por José de Elejalde el 16 de mayo de 1779. Se trataba de una importante vivienda conservada hasta la fecha y levantada en el centro neurálgico del barrio coruñés de la Pescadería, donde se concentraba la actividad comercial y financiera de la ciudad. Hablamos de todo un hito en la historia del urbanismo coruñés ya que la casa de los Agar constituyó un punto de partida para el proceso de remodelación de la fachada de la ciudad hacia el puerto (SÁNCHEZ GARCÍA, 2001: 199-228; VIGO TRASANCOS, 2007: 196-201)

A lo largo de la década de 1780, don Benito destacó como uno de los principales miembros de la oligarquía comercial coruñesa, siendo uno de los mayores prestamistas de la ciudad y participando activamente en el comercio colonial (ALONSO ÁLVAREZ, 1986: 143-144), razones por las cuales estuvo estrechamente vinculado al Real Consulado de la ciudad desde su origen en 1785 (SÁNCHEZ RODRÍGUEZ DE CASTRO, 1992: 58)[10]. En el terreno personal, mantuvo una estrecha amistad con ilustres personajes como don José Cornide (LÓPEZ GÓMEZ, 1997). Así, en una carta firmada el 3 de octubre de 1781, don Benito le expresa al ilustrado coruñés que

 

“antes de ayer fui paseando por las montañas de Arillo […] y si no fui a su casa de Vuestra Merced fue porque sabía no lo había de hallar y porque no habiendo de detenerme más que aquel día habían mis hijos de sentir no comiese en su compañía”[11].

 

El 2 de febrero de 1788, consciente de su avanzada edad y a fin evitar inconvenientes a sus herederos, solicitó al Consejo de Castilla la no intromisión de la justicia durante el proceso de confección del inventario post-mortem de sus bienes.

 

“La esperiencia le tiene mostrado que de apoderarse la justicia formando ynbentario, tasación, reconocimiento y partición judicial, no solo se consumen los más opulentos caudales en perjuicio de los legítimos herederos y desfalco de aquellos, sino que iguales negocios son interminables y que la intención del otorgante es de evitar este grabamen e incomodidad que causara a sus hijos para que cada uno después de los días de su vida entre, se aprobeche y disfrute sin dispendios yndibidos lo que le corresponda con tranquilidad, prontitud y la armonía que es deuda lo que consiguirán berificándose el ynbentario, tasación y pagos por simismo y a su fallecimiento de uno i otro la liquidación y partición de dichos caudales, vienes y erencia extrajudicialmente por allos”[12].

 

Pocos años más tarde, una Real Cédula de Carlos IV firmada en San Lorenzo del Escorial el 4 de noviembre de 1791 amparó la realización de inventarios extrajudiciales. Por consiguiente, la responsabilidad de confeccionar el recuento de los bienes quedaba limitada a los cumplidores, albaceas y testamentarios del magnate gallego. En concreto, don Fernando y don Pedro Agar, sus hijos, como ya había previsto en su testamento firmado el 12 de agosto de 1780[13].

 

La biblioteca de Agar (1792)

 

Don Benito Agar falleció el 22 de enero de 1792 y fue enterrado dos días más tardes en el Real Colegio de San Agustín de la ciudad de La Coruña[14]. Sin embargo, el inventario de bienes del acaudalado indiano no dio comienzo hasta el 23 de marzo de dicho año y no fue hasta la quinta jornada, el 27 de marzo, cuando se efectuó el recuento de la biblioteca. La tarea fue encomendada al librero coruñés don Manuel de Soto, quien reconoció un total de 66 títulos y 234 volúmenes, lo cual nos permite hablar de una biblioteca de tamaño mediano (superior a los 100 volúmenes, pero inferior a los 300) si extrapolamos el criterio aplicado por Quéniart (1978: 147-336) para las bibliotecas de las elites bretonas del Setecientos. Ahora bien, de acuerdo con el criterio empleado por Weruaga Prieto (2008: 251) para las bibliotecas salamantinas durante el período 1600-1789, cabría calificar la biblioteca de Agar como propia de un lector “exquisito” (superior a 100 volúmenes).

Sea como fuere, la biblioteca de don Benito Agar supera ampliamente el tamaño de otras bibliotecas de comerciantes que conocemos para La Coruña con anterioridad al estallido de la Guerra de Independencia. Tras el fallecimiento de don José Álvarez de la Braña en 1796 solo se reconocieron 15 volúmenes[15]; en el caso de don Manuel Fernández Portal hablamos de 55 tomos en 1804[16]; y solo las bibliotecas de don Antonio Gregorio Vaamonde (1800)[17] y don Pedro María de Mendinueta (1803)[18]superaban ligeramente el centenar de volúmenes. Para el resto de Galicia, cabe citar los libros recontados en 1809 tras el óbito de don Ramón Pérez Santamarina, importante empresario asturiano afincado en Santiago de Compostela, que sumaban un total de 23 títulos y 137 volúmenes (BARREIRO MALLÓN, 1981: 490).

En lo que respecta a los puertos cantábricos, los resultados obtenidos hasta la fecha ofrecen un panorama mediocre, que enfatiza el carácter excepcional de la biblioteca que estudiamos. Así, las investigaciones de Maruri Villanueva (1990: 239) sobre la burguesía comercial santanderina pusieron de manifiesto una media de 12,7 títulos y 26,1 volúmenes sobre un total de 7 bibliotecas identificadas para el siglo XVIII, entre las cuales solo cabe reseñar los 69 volúmenes del comerciante don José de Haza (1769). Sin embargo, no hay que olvidar que, en el sur de la Península, más concretamente en Sevilla, tenemos constancia ya en 1715, de bibliotecas de comerciantes superiores a los 400 volúmenes (ÁLVAREZ SANTALÓ, 1984: 182). Ni que hablar de las dos bibliotecas del comerciante don Sebastián Martínez, que llegó a ser miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La primera, custodiada en Cádiz, estaba formada por 844 títulos, mientras que la segunda, localizada en Madrid, constaba apenas de 158 libros (ARIAS DE SAAVEDRA ALÍAS, 2009: 54; GARCÍA BAQUERO, 1988).

En términos económicos, los 234 volúmenes de la biblioteca de Agar fueron tasados en 2.950 reales, cifra que supera ampliamente el valor económico de importantes bienes de lujo inventariados en la casa del indiano como un reloj de caoba valorado por don Ignacio Álvarez Peñaflor, maestro relojero, en 1.800 reales. No obstante, el valor económico total de los libros distaba mucho de los 55.276 reales en que se tasó la plata del difunto.  

Más significativo resulta el valor económico medio los libros que, para el caso que estudiamos, se situaba en los 12,6 reales, equiparables al valor económico de algunas colchas de indiana halladas en la casa mortuoria. Ahora bien, si analizamos los valores de cada libro encontraremos una realidad más compleja. El 87,18% de los volúmenes fueron tasados por debajo de los 20 reales, mientras que solo el 12,39% se situaban en valores económicos comprendidos entre los 20 y los 40 reales. Tan solo en un caso hemos identificado un libro tasado en más de 100 reales.

El valor económico de un volumen era el resultado de la convergencia de distintos factores, principalmente el estado de conservación, el formato y la encuadernación. Para el caso que nos concierne, no nos resulta posible analizar el primer factor enunciado dado que solo se recogió de forma excepcional. Ofrece mayores posibilidades el estudio del formato, aunque no se debe perder de vista que este dato fue omitido en el 43,16% de los libros. En cuanto a la encuadernación, mencionada en el 98,29% de los volúmenes, podemos conferir plena fiabilidad a los resultados (Tabla 1).

Como acabamos de ver, solo un caso superaba los 100 reales. Se trata de un Diccionario de la lengua castellana valorado en 110 reales. Posiblemente, se trataba de la edición de 1780 o la de 1783, aunque no hay que descartar la de 1791. En cualquier caso, nos referimos a un volumen de gran tamaño, en formato folio, y con una encuadernación en pasta de excelente calidad. A estos factores cabe añadir la calidad y el número de páginas -o, en otras palabras, el grosor del libro-, pues las ediciones de los diccionarios de la lengua antes citadas se aproximaban a las 1.000 páginas.

Si bien hemos indicado que el estudio del formato resulta a priori problemático debido a la omisión de este dato en más del 40% de los casos, resulta evidente la relación directa de esta variable con el valor económico. De esta manera, si el formato a cuarto representa al menos el 73,33% los libros cuyos valores económicos estaban comprendidos entre los 30 y los 40 reales, su presencia se reduce al 1,52% en los libros valorados en 5 reales o menos -tramo económico al que cabe otorgarle cierta fiabilidad ya que la omisión del formato solo afecta al 7,58% de los libros en este caso-. Por el contrario, si el formato en octavo representa al menos el 7,14% de los volúmenes valorados entre 20 y 30 reales, su porcentaje aumenta progresivamente hasta alcanzar el 57,58% de los libros menos valorados en términos económicos. Precisamente, entre los volúmenes de 5 reales o menos, se registra el formato doceavo (3,03%).

 

Tabla 1. Biblioteca de don Benito Agar (1792): valores económicos, formatos y encuadernaciones

Valor económico

Formato

Encuadernación

Reales

Volúmenes

%

Folio

12º

No se indica

Tafilete

Pasta

Pergamino

No se indica

0≤5

66

28,21

30,30

1,52

57,58

3,03

7,58

_

34,85

59,09

6,06

5≤10

67

28,63

_

38,81

23,88

_

37,31

4,48

34,33

61,19

_

10≤20

71

30,34

2,82

4,23

11,27

_

81,69

_

94,37

5,63

_

20≤30

14

5,98

_

28,57

7,14

_

64,29

_

100

_

_

30≤40

15

6,41

_

73,33

_

_

26,67

6,67

93,33

_

_

100>

1

0,43

100

_

_

_

_

_

100

_

_

Total Vol.

234

100

9,83

19,23

26,92

0,85

43,16

1,71

60,68

35,90

1,71

Fuente: elaboración propia.

 

 

En cuanto a la encuadernación, predomina la pasta con un 60,68% de los casos, seguida del pergamino con 35,9% de los libros y, por último, tienen una presencia residual los libros en tafilete o cuero delgado, que tan solo representan el 1,71%. Así pues, entre los volúmenes superiores a los 10 reales la pasta representa porcentajes claramente hegemónicos (entre el 93,33% y el 100% de los casos), mientras que para los libros iguales o inferiores a los 10 reales apenas excede el tercio del total. El pergamino presenta una evolución inversa, pues si en el tramo comprendido entre los 10 y los 20 reales apenas representa el 5,63% de los tomos de la biblioteca, en los valores económicos inferiores o iguales a los 10 reales la presencia del pergamino asciende al 60% del total de volúmenes. No parece casual que las omisiones de la encuadernación de los libros se concentren en los valores económicos más bajos (6,06%), posiblemente como resultado de la desidia del librero. Así, se omitió la encuadernación -y también el formato- de un tomo “viejo” de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola, tasados en tan solo 1 real, y de tres ejemplares del Pensador matritense, valorados conjuntamente en 8 reales.

El sentido económico imperante en la formalización de cualquier inventario post-mortem supone que algunos libros pudieron haber sido desdeñados durante el recuento de bienes con independencia de su relevancia para comprender los gustos e inquietudes del difunto. Así, no resulta extraña lo omisión de los libros en pésimo estado de conservación y/o de los ejemplares con un escaso valor económico per se como los volúmenes de tamaño muy reducido (doceavo o menos) y la prensa. A este problema se añaden las posibles sustracciones posteriores al fallecimiento y las cesiones de libros realizadas de forma temporal (préstamos) o definitiva (regalos) en vida del propietario. No deja de ser significativo que durante el recuento de la biblioteca de Agar no se dejara constancia de ningún ejemplar del Memorial literario, instructivo y curioso de la corte de Madrid, a pesar de que sabemos que el caballero gallego era uno de sus suscriptores a la altura de 1787[19].

Igualmente, debemos tener presente que la biblioteca particular no constituye el único cauce de lectura de nuestro lector en la medida en que el préstamo de libros era una realidad generalizada en el seno de le las elites (BARREIRO MALLÓN, 1981: 472 y CHARTIER, 1994: 146-148). Así, gracias a los papeles de don José Cornide sabemos que el ilustrado coruñés prestó libros a don Benito Agar[20].

El estudio de los contenidos[21](Tabla 2) pone relieve el protagonismo de los títulos de carácter religioso (28,8%). Ahora bien, sin salir de la ciudad de La Coruña, cabe señalar que en la biblioteca de un contemporáneo de nuestro opulento indiano como don Pedro María de Mendinueta, comisionado del Banco Nacional de San Carlos en La Coruña, la temática religiosa representa más de la mitad de los títulos (Tabla 3). Ciertamente, hablamos de un rasgo común a las bibliotecas de la burguesía comercial del norte peninsular durante el siglo XVIII como pusieron de relieve los estudios de Barreiro Mallón (1981: 474) para Santiago de Compostela, Maruri Villanueva (1990: 239) para Santander y Angulo Morales (2000, 198) para Vitoria. La misma conclusión cabe extraer para el puerto francés de Bayona, estudiado por Duhart (2001: 237-238). Sin embargo, hay que tener en cuenta que Quéniart (1978: 303) destacó para el caso bretón un retroceso de la materia religiosa en las bibliotecas de los comerciantes y artesanos a fines del siglo XVIII, pasando de un 27% a la altura de 1760 a un 18% en vísperas de la Revolución. En el caso coruñés, este cambio no se verifica con claridad hasta el tránsito del Setecientos al Ochocientos (ALONSO ÁLVAREZ, 1999: 110)[22].

 

Tabla 2. Biblioteca de don Benito Agar (1792): temáticas

Temática

Títulos

%

Volúmenes

%

Religión

19

28,8

48

20,5

Ciencias y artes

15

22,7

50

21,4

Historia

13

19,7

45

19,2

Bellas Letras

6

9,1

18

7,7

Derecho

1

1,5

1

0,4

Miscelánea

9

13,6

63

26,9

No identificados

3

4,5

9

3,8

Fuente: elaboración propia.

 

 

Tabla 3. Biblioteca de don Pedro María de Mendinueta (1803): temáticas

Temática

Títulos

%

Volúmenes

%

Religión

10

52,63

48

47,52

Ciencias y artes

2

10,53

10

9,90

Historia

3

15,79

8

7,92

Bellas Letras

2

10,53

9

8,91

Derecho

_

_

_

_

Miscelánea

2

10,53

26

25,74

No identificados

_

_

_

_

Fuente: elaboración propia.

 

 

La familia Agar tenía a su disposición clásicos de la teología cristiana como las Confesiones de San Agustín, las obras de Santo Tomás de Aquino y la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, título fundamental de la devotio moderna que se encontraba habitualmente en los anaqueles de los comerciantes (MARURI VILLANUEVA, 1990: 240). La influencia de la Compañía de Jesús, expulsada de los territorios de la monarquía hispánica en 1767, resulta evidente en obras como los Ejercicios de San Ignacio de Loyola o los 18 volúmenes del Año cristiano escritos por el jesuita Jean Croisset y que fueron traducidos a mediados del siglo XVIII por el célebre padre Isla.

Se cuentan varios títulos del Setecientos como la Luz de la fe y de la ley de fray Jaime Barón y Arín, de la Orden de Predicadores; las Conversaciones familiares de doctrina cristiana de Jeanne Marie Le Prince de Beaumont, traducidas por Miguel Ramón y Lancero y publicadas en 1773; y la Instrucción de la juventud en la piedad cristiana de Charles Gobinet, traducida al castellano por don Juan Antonio Turbique en 1731 y reeditada en 1773.La presencia de las obras de Madame Beaumont y de Gobinet cobra sentido si tenemos presente el elevado número de hijos de la familia Agar, tres varones y cinco mujeres.

Los libros destinados a la liturgia son escasos, pero cubren los aspectos esenciales de esta. Nos referimos a una obra sobre el “ceremonial de la Iglesia”, al Tratado de la oración y meditación de San Pedro de Alcántara y a dos ejemplares del oficio parvo de la Virgen, muy en boga a fines del Setecientos. Las obras de temática religiosa se completaban con las Cartas del papa Clemente XIV y la Exhortación pastoral del arzobispo compostelano don Alejandro de Bocanegra, que fueron publicadas en la década de 1770, amén de varios títulos de carácter hagiográfico como varemos más adelante.  

Las ciencias y las artes ocupan un segundo puesto entre los títulos (22,7%). Una buena parte corresponden a obras de educación de mujeres y jóvenes. Como vimos en el campo de la teología, la elevada presencia de hijos en el seno familiar constituye un factor esencial a la hora de analizar los contenidos de la biblioteca de don Benito Agar. Nuevamente, debemos referirnos a Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, autora de El almacén de los niños, que fue traducido al castellano en 1778, y de la Biblioteca completa de educación para la educación de las señoras y jóvenes, traducido en 1779-1780. Títulos de carácter moral e intelectual que marcaron un hito en la literatura infantil y juvenil durante el Setecientos (BOLUFER PERUGA, 2002: 5-109). Sabemos que en 1815 a la muerte de doña María de las Nieves Flórez Villamil, viuda de don Ramón Pérez Santamarina, se recontaron varias obras de Madame Beaumont, que se explica por la abundante progenie de la familia -al igual que acontecía en la familia Agar-, pero también por los cambios culturales que se estaban produciendo en el seno de la elite social durante el tránsito del siglo XVIII al XIX (MENA ACEVEDO, 2022).

Igualmente, la importante presencia de mujeres en el seno de la familia Agar, cinco hijas frente a tres hijos, nos permite comprender la presencia de obras dedicadas expresamente al género femenino. En concreto, Adela y Teodoro o cartas sobre la educación, escrita por Madame Genlis y traducida por don Bernardo María de Calzada en 1785; y La mujer feliz dependiente del mundo y de la fortuna, publicada de forma anónima en 1786. Esta preocupación de don Benito Agar y/o su esposa, fallecida antes del magnate, por la formación de sus hijas resulta coherente con las impresiones recogidas en las memorias de don José García de León y Pizarro (1770-1835), hijo del presidente de la Real Audiencia de Quito -lo que, por cierto, demuestra la continuidad de las relaciones de Agar con ciertas elites neogranadinas-. Así, en 1786 “en casa de D. Benito Agar, donde viví y donde mis padres recibieron muy buen hospedaje, me manejé con galante urbanidad con las hijas del dueño de la casa, señoritas de mérito, y una de ellas de interesante personal” (GARCÍA DE LEÓN Y PIZARRO, 1894: 20).

Los títulos que versaban sobre filosofía, física y matemática se componían esencialmente de las obras escritas por el sacerdote ilustrado de origen portugués don Teodoro Almeida (1722-1804): las Cartas físico-matemáticas (1784), las Recreación filosófica o diálogo sobre la filosofía natural (1785), El filósofo solitario (1788) y El hombre feliz independiente del mundo y de la fortuna (1790), lo que apunta a un claro interés por la obra de este contemporáneo. Asimismo, en la biblioteca de don Benito se conservaban diez volúmenes de la Historia natural de Georges-Louis Leclerc de Buffon, traducida al castellano en 1773. Si atendemos a la categoría de miscelánea, que ocupa el primer puesto en cuanto a volúmenes (26,9%), podemos afirmar que nuestro comerciante estaba al tanto de las obras de ilustrados españoles como Feijoo, Sarmiento y Sempere y Guarinos, lo que apunta a la existencia de inquietudes intelectuales que, tal vez, pudo compartir con amigos personales como don José Cornide.

En cuanto a las obras carácter económico, estrechamente ligadas a las actividades profesionales del propietario, podemos afirmar que, a priori, su presencia era escasa -como, por cierto, también ocurría en la biblioteca de don Pedro María Mendinueta-, pero significativa. Se recontaron, entre otras, la Historia política de los establecimientos ultramarinos de las naciones europeas (1784), compuesta por Eduardo Malo de Luque, y La perla de la América, provincia de santa Marta (1787), escrita por Antonio Julián, un claro testimonio de la continuidad de los intereses del comerciante gallego en la economía neogranadina. Si atendemos a las obras de miscelánea, constatamos la presencia de 20 volúmenes sobre aranceles y tres tomos de las “Juntas del Banco de San Carlos”, institución creada en 1782 de la cual don Benito Agar llegó a tener 160 acciones, lo que lo convertía en uno de los principales accionistas gallegos (CEBREIRO ARES, 2017: 334 y 2020: 57-58).

La Historia ocupa un tercer lugar en cuanto a títulos (19,7%). Abundan obras de carácter hagiográfico sobre las vidas de Santa Genoveva, Santa Rosalía, San Ignacio de Loyola, San Carlos Borromeo y San Francisco de Sales, que refuerzan el protagonismo religioso en la biblioteca. Igualmente, Agar disponía de la biografía de Cicerón, seguramente la compuesta por Middleton y traducida por don José Nicolás de Azara en 1788; una vida de Clemente XIV, de cuyas Cartas ya hemos hecho mención más arriba; y otra de Carlos III, compuesta por el conde de Fernán Núñez y publicada en 1791, un año antes del fallecimiento del comerciante.

Por lo demás, las obras de contenido histórico se componen de títulos esenciales de la historia española escritos durante el siglo XVIII: El Compendio de la historia de España del padre Duchesne, traducido por el padre Isla a mediados de siglo, y la Historia critica de España y de la cultura española, publicada por don Juan Francisco Masdeu en 1783. Ahora bien, si exceptuamos la Historia política de los establecimientos ultramarinos de las naciones europeas (1784), se echan en falta títulos sobre la historia moderna de otras potencias vecinas, como Francia e Inglaterra (QUÉNIART, 1978: 334).

Los libros de viajes ocupaban un lugar destacado como prueban los 17 tomos del Viaje de España y del Viaje fuera de España, escritos por Antonio Ponz y ampliamente reeditados en el último tercio del Setecientos. Asimismo, cabe mencionar El lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima, obra a medio camino entre la literatura de viajes y la economía que fue publicada en la década de 1770 por Alonso Carrió de la Vandera, por lo que don Benito Agar bien pudo leerla durante sus años de residencia en Santafé de Bogotá.

Las Bellas Letras apenas representan el 9,1% de los títulos y el 7,7% de los volúmenes. Entre los títulos encontramos dos obras del Siglo de Oro, las Novelas de Cervantes y La Perfecta Casada, comedia compuesta por don Álvaro Cubillo de Aragón. Más recientes son las Aventuras de Gil Blas, escritas a comienzos del Setecientos por Alain-René Lesage y traducidas al castellano en la década de 1780, y las Obras en prosa y verso (1778-1781) de don Diego Antonio Cernadas y Castro, cura de Fruíme, autor que recogió la vida social y cultural de la Compostela dieciochesca.

Llama la atención la ausencia de gramáticas y diccionarios sobre lenguas extranjeras como el inglés, el italiano y, sobre todo, el francés, lo que contrasta con el panorama en otros puntos del norte peninsular (ANGULO MORALES, 2000: 194)[23]. Solo se identificó un diccionario de la lengua española, volumen de elevado valor económico del cual ya hemos dado razón, que resulta coherente con el predominio de la lengua cervantina en la biblioteca del indiano, pues sabemos que aún los títulos de autores extranjeros inventariados fueron traducidos al castellano con anterioridad a 1792. Solo cabe citar una excepción, el Codecriminel de l'empereur Charles V, vulgairement apelle La Caroline (1767), que constituye el único ejemplar de derecho inventariado.

Ciertamente, la escasez de obras de derechos, que podían tener una función práctica en caso de litigios, no constituye una singularidad de la biblioteca estudiada. Cabe recordar que en la biblioteca de don Pedro María de Mendinueta no se recontó ningún volumen consagrado a esta materia (Tabla 3).

 

Conclusión

 

Las tres grandes preocupaciones que marcaron la vida de don Benito Agar fueron la distinción social, el poder económico y el lustre cultural. Ciertamente, el indiano gallego cumplió estos tres objetivos, convirtiéndose en un miembro destacado de la elite social neogranadina y, años más tarde, en el cabeza de una de las familias más distinguidas de la ciudad de La Coruña.

Los libros que fueron recontados tras el fallecimiento de Agar en 1792 son el testimonio de las inquietudes profesionales y personales de su propietario, que iban desde la economía colonial al saber ilustrado. Asimismo, las obras inventariadas dan cuenta de un momento de cambio en el horizonte cultural de la burguesía comercial coruñesa y española. Así, frente al tradicional predominio de obras de temática religiosa e histórica, se constatan libros centrados en los saberes científicos y en los modelos de educación en boga en la época.

 

 

 

Bibliografía

 

 

Fuentes primarias

 

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Fuentes secundarias

 

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[1] Investigación financiada por el Proyecto de Investigación Culturas Urbanas y Resistencias en la Monarquía Hispánica en la Edad Moderna (PGC2018-093841-B-C31), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (España) y fondos FEDER (Unión Europea).

[2]Actualmente, la parroquia de San Xulián de Moraime forma parte del municipio de Muxía, comarca de Finisterre, provincia de A Coruña, Galicia, España.

[3] Archivo Histórico Universitario de Santiago [AHUS], Ejecutorias de Hidalguía, nº28.

[4]Archivo Histórico Nacional [AHN], Consejo de Órdenes, Exp.73.

[5]AHUS, Ejecutorias de Hidalguía, nº28.

[6]AHUS, Ejecutorias de Hidalguía, nº28 y AHN, Inquisición, Exp.17.

[7] Archivo General de la Nación de Colombia [AGNC], Colonia, SC.60, 21, D.18, f. 653r.

[8] El matrimonio tuvo doce hijos, seis varones y seis mujeres, pero a la altura de 1780 quedaban con vida ocho: don Fernando, don Pedro, doña María Antonia, doña Josefa, don Domingo, doña Estefanía, doña Teresa y doña Tadea.

[9]Sabemos que en el cabildo santafereño del 17 de junio de 1777 se hizo constar que “Estando vacante la Compañía de milicias corazas de esta capital por ausencia de don Benito de Agar, de la orden de Santiago que la obtenía, nombro para ella a don Mateo González del Castillo por quanto concurren en él las circunstancias que corresponden para su desempeño, libresele el título en la forma ordinaria”. AGNC, Colonia, SC.37, 4, 33, f.194r.

[10] Por la Real Cédula de erección del Real Consulado de A Coruña de 1785, don Benito Agar fue nombrado consiliario en la clase de comerciantes junto con don Pedro María de Mendinueta.

[11] Archivo del Reino de Galicia [ARG], Papeles de Cornide, 44997-281B.

[12]AHN, Consejos, 27328, Exp.28.

[13] Ilustre Colegio Notarial de Galicia (ICNG), Protocolos notariales de A Coruña, Leg.7021, ff.66r-73v.

[14] Archivo Histórico Diocesano de Santiago de Compostela [AHDSC], Fondos Parroquiales, P008920, 1v-2r. Don Benito Agar manifestó su voluntad de ser enterrado en el Real Colegio de San Agustín “por parecerle más conforme al instituto que profesava como cavallero de la orden de Santiago y por su cariño a la de San Agustín”, Archivo de la Real Academia Gallega [ARAG], Documentos Históricos, 23/9.

[15]ICNG, Protocolos notariales de A Coruña, Leg.6802, f.128r-v.

[16]ICNG, Protocolos notariales de A Coruña, Leg.7036, ff.37r-38v.

[17]ICNG, Protocolos notariales de A Coruña, Leg.7029, ff.62r-63v.

[18]ICNG, Protocolos notariales de A Coruña, Leg.7801, ff.5r-38v.

[19]Memorial literario instructivo y curioso de la Corte de Madrid, Madrid, Imprenta Real, 1787, tomo X, p. 177.

[20]ARG, Papeles de Cornide, 44825-281 A (5), no nos ha sido posible identificar la obra que se menciona.

[21]Para la clasificación de los libros hemos tomado como referencia el Systema Bibliothecae jesuita, más concretamente, el formulado por Jean Garnier en 1678, que sirvió como modelo a los libreros franceses del siglo XIX y a los historiadores galos desde la década de 1970 (MIGUEL ALONSO, 2003: 361-422).

[22]Los contenidos religiosos decrecieron frente al aumento de obras de economía política y ciencias.

[23] Angulo Morales destaca la abundante presencia de diccionarios en las bibliotecas de la burguesía de Vitoria durante la segunda mitad del Setecientos, especialmente, el Diccionario de la Lengua Castellana de la Real Academia Española, el Diccionario español-francés-latino de Sejournant y el Diccionario de la lengua española y francesa de Sobrino.

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