INTRODUCCIÓN AL DOSSIER:
LA CONQUISTA DEL MARE TENEBRARUM. INTEGRACIÓN Y OCCIDENTALIZACIÓN DEL OCÉANO ATLÁNTICO EN EL PLANETA HABSBURGO
Víctor Mínguez Cornelles
Universitat Jaume I, España
Recibido: 15/08/2021
Aceptado: 14/09/2021
Resumen
Desde finales del siglo XV el océano Atlántico dejó de ser el inmenso horizonte ignoto e inexplorado que se hallaba más allá de las columnas hercúleas. A partir de ese tiempo las armadas comerciales y de guerra de España, Portugal, Francia, Inglaterra y Holanda, y cientos de navíos piratas y corsarios, lo surcaron convirtiéndolo en puente entre dos mundos y escenario inagotable de hazañas, aventuras, riquezas y destrucción. De esta manera el Atlántico sustituyó al Mediterráneo como escenario estratégico y espacio cultural preferente en la forja de la identidad europea. Los distintos proyectos políticos sucesivos que articularon el imperio de los Habsburgo hicieron del Atlántico un espacio propio recorrido por grandes flotas y sembrado de prósperas ciudades portuarias en ambas orillas, que alcanzó su plenitud durante las seis décadas de la unión ibérica (1580-1640). Y si América se vio obligada occidentalizarse por la fuerza de las armas y la evangelización masiva, Europa tuvo que adaptarse a una nueva realidad planetaria muy distinta a la que durante siglos había imaginado.
Palabras clave: océano; imaginario; conquista; occidentalización.
THE CONQUEST OF MARE TENEBRARUM. INTEGRATION AND WESTERNIZATION OF THE ATLANTIC OCEAN IN THE HABSBURG PLANET
Abstract
Since the end of the 15th century, the Atlantic Ocean was no more an immense, unknown and unexplored horizon laying beyond the Columns of Hercules. From that time on, the commercial and war navies of Spain, Portugal, France, England and Holland, and hundreds of pirate and corsair ships turned it into a bridge between two worlds and an inexhaustible scene of exploits, adventures and destruction. In this way, the Atlantic replaced the Mediterranean as a strategic scenario and a preferential cultural space in the forging of European identity. The successive political projects that articulated the Habsburg empire made the Atlantic a space traveled by large fleets and sown with prosperous port cities on both shores, which reached its peak during the six decades of the Iberian Union (1580-1640). And if America was westernized by the force of arms and mass evangelization, Europe had to adapt to a new planetary reality very different from the one imagined for centuries.
Keywords: ocean; imaginary; conquest; westernization.
Víctor Mínguez Cornelles. Doctor en Historia del Arte por la Universitat de València y Catedrático de Historia del Arte en la Universitat Jaume I. Su trayectoria científica ha sido reconocida por la CNEAI con la concesión de cinco sexenios de investigación. Ha sido adjunto de Historia del Arte en la Agencia Estatal de Investigación, y evalúa para la ANECA y otras agencias. Ha dirigido numerosos proyectos de investigación I+D. Sus dos líneas de investigación prioritarias actualmente son la fabricación visual de las batallas de la Edad Moderna como artefactos culturales, y la recepción de la Antigüedad en las cortes del Barroco. Entre sus libros más recientes destacan La invención de Carlos II (2013), Infierno y gloria en el mar (2017), La biblioteca barroca (2021) y Europa desencadenada (2022). Actualmente es director del Departamento de Historia, Geografía y Arte de la Universitat Jaume I.
Correo electrónico: minguez@his.uji.es
ID ORCID: 0000-0002-9330-8789
INTRODUCCIÓN AL DOSSIER:
LA CONQUISTA DEL MARE TENEBRARUM. INTEGRACIÓN Y OCCIDENTALIZACIÓN DEL OCÉANO ATLÁNTICO EN EL PLANETA HABSBURGO
La Civilización Occidental se construyó a lo largo de dos milenios, sucesivamente sobre dos mares. Dos inmensos espacios acuáticos que envolvían y envuelven el Viejo Continente, convertidos en rutas de exploración y comercio, escenarios de expediciones y combates navales, y cunas de mitos y leyendas. La integración de una y otra frontera marina en la mentalidad europea forjó paulatinamente una identidad geográfica y cultural propia que pervive aún en el siglo XXI.
En primer lugar, y desde un milenio antes de Cristo, fue el Mediterráneo -Mar Medi Terraneum. El mar de los héroes homéricos, del Imperio Romano -Mare Nostrum-, de las Cruzadas, de la ruta de la Seda y la República Serenísima, de los piratas berberiscos y de los caballeros de San Juan, de la guerra interminable entre otomanos y Habsburgo. Las aguas por las que navegaron Ulises, Eneas, Temístocles, Julio César, Marco Antonio, Octavio Augusto, Belisario, Ricardo Corazón de León, Federico II de Hohenstaufen, San Luis IX de Francia, Marco Polo, Roger de Lauria, Andrea Doria, Barbarroja y don Juan de Austria (NORWICH, 2008). El mar Blanco cerrado al Oeste por las columnas de Hércules y abierto al Este al mar Negro y al mar Rojo.
En segundo lugar, y desde el siglo XV, fue el Atlántico -Mar Océano-, el inmenso horizonte ignoto que se hallaba más allá de las columnas hercúleas y que durante siglos permaneció inexplorado cobijando supuestos continentes perdidos, abismos sin fondo y monstruos indescriptibles. No es casual que a lo largo de la Edad Media fuera conocido como el Mar de las Tinieblas -Mare Tenebrarum o Mare Tenebrosum. Pero durante esta centuria audaces navegantes castellanos y portugueses lo surcaron en continuas expediciones que culminaron en 1492, cuando el almirante Cristóbal Colón desembarcó, tras cruzarlo, en una isla desconocida, la primera de otras muchas tierras de un Nuevo Mundo que marcaría los límites occidentales del gran mar. A partir de ese momento las armadas comerciales y de guerra de España, Portugal, Francia, Inglaterra y Holanda, y cientos de navíos piratas y corsarios, lo surcaron convirtiéndolo en puente entre dos mundos y escenario inagotable de hazañas, aventuras, riquezas y destrucción.
Aunque a partir de 1492 los dos mares convivieron en la Historia y en el imaginario de Occidente, lo cierto es que desde ese año crucial el Atlántico sustituyó al Mediterráneo como escenario estratégico y espacio cultural preferente en la forja de la identidad europea. El proceso de reemplazo empezó en realidad en 1453, cuando tras la caída de Constantinopla en manos de los turcos las rutas comerciales con Oriente que habían dinamizado el despertar económico de Europa durante la Baja Edad Media quedaron cortadas, y las aguas del mar interior dejaron de ser fluidas rutas de intercambio para convertirse en un escenario peligroso en el que se enfrentarían durante más de un siglo dos imperios en expansión situados en sus dos extremos; dos dinastías, Habsburgo y Osmanlí, que luchaban por la supremacía planetaria y que revitalizaron las guerras entre el Cristianismo y el Islam. El Mediterráneo convertido en permanente campo de batalla arruinó a los pequeños estados surgidos en sus orillas, como Venecia, Pisa, Ragusa, Rodas o Génova, y para restaurar el comercio interrumpido con Asia y las Indias los navegantes más atrevidos buscaron y trazaron rutas alternativas circunnavegando África y viajando hacia el desconocido occidente marino. Fue entonces cuando el Atlántico se convirtió en un mar imprescindible para evitar el colapso de Europa.
De un ultramar a otro ultramar. Si durante dos siglos y en el contexto de las Cruzadas los confines orientales del Mediterráneo habían sido la frontera de la Civilización y su campo de batalla, a partir de la segunda mitad del siglo XV esta se desplazaría a los confines occidentales de Europa. Es muy significativo que, en 1454, tan solo un año después de la caída de Constantinopla, el papa Martín V expidiera la bula Romanus pontifex, bendiciendo las empresas navales de los reyes de Portugal en el Mar Océano, iniciadas en realidad un siglo antes. Y dos años después, otra bula del papa Calixto III, Inter coetera, concedía jurisdicción sobre el Atlántico a la Orden militar portuguesa de Jesucristo –serían navíos con la enseña de esta orden los primeros que llegarían a las costas del Brasil en 1500 (TABOADA, 2004: 66-67 y 71-72). Al tiempo que el Mediterráneo oriental se convertía en un mar musulmán -con la excepción de la isla de Rodas defendida por los caballeros de la Orden del Hospital-, una nueva frontera para la Cristiandad empezaba a dibujarse en el Oeste de Europa antes incluso de que Cristóbal Colón emprendiera su primer viaje. La historia de Europa ya no podría escribirse adecuadamente sin contemplar ambos horizontes acuáticos (FRANÇOIS & ISAACS, 2001).
Mientras todo esto sucedía, la Península Ibérica avanzaba progresivamente hacia su unificación política, proceso llevado a cabo finalmente entre 1492 y 1580. Primero fue la unión dinástica de las coronas de Castilla y de Aragón, luego la conquista del reino nazarí de Granada, y después la sucesiva anexión de los reinos de Navarra y Portugal. Desde 1517 la dinastía Trastámara se vio sustituida en el trono de la naciente España por la Casa de Austria de la mano de Carlos V de Habsburgo. Carlos, duque de Borgoña y conde de Flandes, y convertido en emperador del Sacro Imperio en 1520, incorporó a los viejos reinos peninsulares medievales a un proyecto hegemónico personal de escala planetaria sostenido por la naciente cultura humanista, para el que resultaría imprescindible la conquista y colonización del Nuevo Mundo transoceánico -puerta de acceso a su vez a otro océano aun mayor-, y por lo tanto el control del Atlántico (MÍNGUEZ y RODRÍGUEZ, 2020).
La incorporación definitiva del mar Océano al mundo europeo se produjo por una convergencia de intereses castellanos, portugueses e imperiales durante los siglos XVI y XVII. Los distintos proyectos políticos sucesivos que articularon el imperio de los Habsburgo -el Sacro Imperio, el imperio carolino, la Monarchia Universalis, o la Monarquía Católica- hicieron del Atlántico un espacio propio recorrido por grandes flotas y sembrado de prósperas ciudades portuarias en ambas orillas, que alcanzó su plenitud durante las seis décadas de la unión ibérica (1580-1640). Durante ese tiempo, súbditos de un mismo monarca que hablaban diversas lenguas -español, catalán, vasco, gallego, portugués, italiano o flamenco- se embarcaban en galeones atracados en Sevilla, Lisboa, Veracruz, Cartagena, San Salvador, Callao, Portobelo, Panamá o Buenos Aires, y en puertos más pequeños de multitud de islas, en un viaje permanente en dos direcciones que transformó para siempre la economía, la cultura y la sociedad del Viejo y del Nuevo Mundo. Soldados, aventureros, funcionarios, clérigos, intelectuales y comerciantes que, tras someter a los pueblos e imperios nativos precolombinos, gobernaron a sus descendientes y convivieron con ellos, así como con la multitud de esclavos traídos de África para trabajar las nuevas tierras, en un proceso marcado ante todo por el mestizaje racial y cultural.
El descubrimiento de América obligó a Europa a reubicarse en el mundo. Inicialmente los europeos buscaron en las nuevas aguas y tierras la constatación de los viejos mitos y leyendas que procedían de su propia Antigüedad y de su Edad Media. Descartados estos paulatinamente, tuvieron que asimilar asombrados las informaciones, objetos, productos y seres que llegaban del Nuevo Mundo, y que dieron lugar a la aparición de un imaginario americano propio. Si América se vio obligada occidentalizarse por la fuerza de las armas y la evangelización masiva, Europa tuvo que adaptarse a una nueva realidad planetaria muy distinta a la que durante siglos había construido. En medio de ambos mundos el Atlántico fue durante dos siglos el inmenso espacio acuático por cuyo conocimiento y control disputaron ferozmente los estados europeos, pues solo su dominio permitiría la aparición de los imperios atlánticos. Y el primero de todos en materializarse fue el habsbúrgico, un proyecto político familiar integrado en una ambición aun mayor, un planeta gobernado por un solo rey y sometido a un único dios. Un sueño inalcanzable pero que, para intentar conseguirlo, resultaba necesario el control de las rutas atlánticas, pues además de unir los dos mundos enlazaban con otros dos océanos -Pacífico e Índico- y las tierras más remotas -como Catay o Cipango.
Hace ahora justo veinte años que John Elliott publicó una sólida reflexión sobre la necesidad de definir y construir una Historia atlántica (ELLIOTT, 2001). En su texto comparaba la historia de este océano con la del Índico y la del Mediterráneo, y respecto a la historia de este último recordaba la relevante aportación de Fernand Braudel que convirtió al mar interior en sujeto histórico e historiográfico (BRAUDEL, 1949). No obstante, Elliott objetaba a la obra de Braudel que impusiese una unidad artificial basada en el determinismo geográfico; subrayaba asimismo que la historia atlántica por construir aun sería más problemática que la mediterránea; y finalmente ponía en valor, más allá de la tradicional historiografía de los imperios atlánticos y de la historia comparada, definiciones más integradoras -empleadas por otros historiadores o por el mismo-, como región atlántica, civilización atlántica o Europa atlántica, términos que permitiesen a los investigadores avanzar hacia una historia del océano basada en la interacción y el análisis de las mutuas influencias.
Las reflexiones y aportaciones de Braudel y Elliott sin duda han abierto numerosos y novedosos caminos en la ciencia histórica, y uno de los más importantes ha sido precisamente la consideración de los respectivos mares -Mediterráneo y Atlántico- como espacios políticos, económicos y culturales con un relato propio. Estos últimos años otros historiadores han abundado en este camino, como por ejemplo David Abulafia (ABULAFIA, 2013 y 2021), John Julius Norwich (NORWICH, 2018) o Barry Cunliffe (CUNLIFFE, 2019), en un contexto de globalización creciente característico del siglo XXI.
Los autores que participan en este dossier de la revista Magallánica somos historiadores del Arte, especialistas en la cultura renacentista y barroca en el ámbito de la Monarquía Hispánica a ambos lados del Atlántico. Desde esta perspectiva que sustenta nuestras distintas líneas de investigación aportamos en las páginas siguientes una mirada particular sobre las arquitecturas e imágenes artísticas generadas durante el fascinante proceso de exploración, conquista e integración del gran mar Océano en la cultura Occidental en el tiempo en que la Monarquía Hispánica estuvo gobernada por la Casa de Austria. Un Atlántico visual, imaginado, fabricado y recreado, tan real y decisivo en la mentalidad europea de su tiempo como el político, económico y geográfico. Un océano de imágenes integrado en un Imperio Ibérico que pretendió ser planetario.
Bibliografía
ABULAFIA, D., (2013). El gran mar. Una historia humana del Mediterráneo, Barcelona: Critica.
ABULAFIA, D., (2021). Un mar sin límites. Una historia humana de los océanos, Barcelona: Critica.
BRAUDEL, F., (1949). La Méditerranée et le Monde méditerranéen à l’époque de Philippe II, París: Armand Colin.
CUNLIFFE, B., (2019). Océano: una historia de conectividad entre el Mediterráneo y el Atlántico desde la prehistoria hasta el siglo XVI, Madrid: Desperta Ferro.
ELLIOTT, J., (2001). En búsqueda de la historia atlántica, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria.
FRANÇOIS, L. & ISAACS, A. K., (2001). The Sea in European History, Pisa: Edizioni Plus - Università di Pisa.
MÍNGUEZ, V. & RODRÍGUEZ MOYA, I., (2020). El tiempo de los Habsburgo. La construcción artística de un linaje imperial en el Renacimiento, Madrid: Marcial Pons.
NORWICH, J. J., (2008). El Mediterráneo. Un mar de encuentros y conflictos entre civilizaciones, Barcelona: Ático de los Libros.
TABOADA, H., (2004). La sombra del Islam en la conquista de América, MéxicoD. F.: Fondo de Cultura Económica-UNAM.
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