UN CUERPO NO TAN MUERTO. REVISITANDO EL ESCENARIO
IBÉRICO, 1680-1740[1]
Pablo Fernández Albaladejo
Universidad Autónoma de Madrid
Recibido: 02/10/2015
Aceptado: 04/20/2015
Pablo Fernández Albaladejo es Catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Trabaja sobre historia política y constitucional del Antiguo Régimen, atendiendo últimamente a las relaciones entre historiografía e identidad. Es autor de una extensa serie de publicaciones en revistas científicas especializadas y dirigido asimismo numerosos trabajos de investigación. Es coordinador del Master Interuniversitario en Estudios Avanzados de Historia Moderna sobre Monarquía de España. Siglos XVI-XVIII, impartido por las universidades Autónoma de Madrid, Cantabria y Santiago de Compostela. Entre sus publicaciones recientes se cuentan La crisis de la Monarquía. Barcelona, Crítica-Marcial Pons, (2009); Materia de España: cultura política e identidad en la España moderna. (2007); Fénix de España: Modernidad y cultura propia en la España del siglo XVIII, (1737-1766) (Ed.). (2006); Los Borbones. Dinastía y memoria de nación en la España del siglo XVIII (Ed). (2001); Fragmentos de monarquía: trabajos de historia política (1992). Correo electrónico: pablo.albala@uam.es
UN CUERPO NO TAN MUERTO. REVISITANDO EL ESCENARIO
IBÉRICO, 1680-1740
En su memoria sobre La guerre de la succesión d’Espagne concluida en agosto de 1701, François Fénelon, de acuerdo con la trascendente lógica de moderación que informaba el conjunto de su pensamiento (CUCHE, 2000: 73-95), exponía aquellos medios capaces de impedir un conflicto que se tenía por inevitable. Desmarcándose de los postulados de la razón de Estado pero lejos al mismo tiempo del confesionalismo militante de un Bossuet, el arzobispo de Cambray buscaba una tangente política, le milieu entre hacer la guerra vigoureusement o ceder los Países Bajos al Archiduque. Francia se enfrentaba a una situación complicada. Además de las désaventages derivadas de la lejanía de los escenarios bélicos, sus enemigos contaban con el agotamiento de un reino sacrificado por la acumulación de guerras y cuya denuncia, justamente, había conllevado el apartamiento político de Fénelon. España jugaba un papel crucial en esas reflexiones, presentaba unos inconvénients no menos inquietantes y acaso más difíciles de resolver. Como hacía notar Fénelon, el monarca francés se veía obligado a “défendre un corps mort qui ne se défend point”, un cuerpo cuyo peso podría aplastar finalmente al propio soberano. Dicho en los términos caracterológicos del momento, se trataba de una nation que “n’est pas moins jalouse et embrageuse, qu’imbécile et atardie” y ante la que precisamente por ello todas las precauciones eran pocas. Ni el uso de “l’autorité absolue” ni el “laissez-les faire” aparecían como opciones deseables; los españoles podrían estar de acuerdo en aceptar una ayuda, pero en modo alguno estaban dispuestos a “se mettre en servitude”. Bajo ningún concepto, Francia debía tratar a “la nation espagnole” de igual forma que “le roi traite le roi d’Espagne”. De ahí que militares, técnicos y demás ministros enviados a España nunca debían dar la sensación de que intentaban “les gouverner comme des enfants”. Si algo estaba claro, advertía nuestro arzobispo, era que los españoles no contemplaban “se mettre en tutelle” (FÉNELON, 1835: 410-411).
Fenelón reiteraba la importancia táctica de una línea de actuación que, por lo demás, no coincidía con la que venía observándose en la corte de Francia desde el último tercio del siglo XVII. Y no sólo. La condición de menor del reino de España así como la necesidad de una tutela sobre el mismo dominaba la correspondencia diplomática entre las cancillerías europeas y se proyectaba sobre las consideraciones políticas del momento. Portugal quedaba incluida asimismo dentro de esa condición y el propio Montesquieu se encargaría de anotar en Mes pensées la perspectiva desde la que se contemplaba a los ibéricos en la primera mitad del siglo XVIII: “Les Espagnols et les Portugais sont encore en tutelle dans l’Europe” (FERNÁNDEZ ALBALADEJO, 2007: 149-176).
Dentro de ese nuevo escenario de efectiva construcción de Europa y abandono de Cristiandad sería España quien, mayormente, sufriría las consecuencias de esa posición tutelada. Por de pronto su presencia como miembro activo de ese nuevo orden quedaba severamente limitada, condicionada como estaba a superar una auditoría de civilité tan poco contemporizadora como la que plantearía Masson de Morvilliers en 1782. Convertida en “exterioridad colonial” (MEDINA, 2009: 33) de la modernidad cualquier reconocimiento que pudiera llegar desde ese nuevo orden exigía previamente la abdicación de la identidad propia. Un proceso que, inevitablemente, conllevó una lectura tan demoledora como políticamente interesada del pasado cultural hispano. A su vez -y vista desde el interior- la modernidad pasó a ser percibida “como invasión”, condicionando la aparición de una dinámica reactiva que informaría la Ilustración propia (TORRECILLA, 2008: 9-15). La tensión entre la exaltación castiza de una singularidad que se quería al margen del molde europeo y, simultáneamente, la adopción militante de esas normas, no careció de consecuencias. Entre ellas se cuenta la marginación cuando no el olvido deliberado de lo que pudo dar de sí la fábrica cultural de los ibéricos en el tiempo anterior a las luces. Es ésta una indagación que urge. Entre otras cosas porque la parcial tenacidad con la que se evitó esa evaluación - mayoritariamente observada por la historiografía posterior- ha impedido ponderar la densidad y la aportación de una cultura que, operando con registros distintos, no había dejado de participar desde los primeros momentos en la querelle entre antigüos y modernos (FERNÁNDEZ ALBALADEJO, 2009: 477-515). Siendo ese el taller donde en última instancia se fraguó la modernidad misma, la necesidad de una revisión de ese proceso no parece que requiera mayores justificaciones
Desde perspectivas diversas, los trabajos que aquí se recogen intentan aportar alguna luz sobre la complejidad de un período (1680-1740) en el que, sufriendo los rigores de una pérdida de hegemonía y de un evidente retroceso material, no escasearon sin embargo respuestas creativas formuladas desde el propio interior. Hubo también una mirada exterior no menos creativa, aunque interesada en este caso en consolidar la imagen de incapacidad de la Monarquía de España para gestionar el nuevo orden de cosas. En este sentido las reflexiones de Eva Botella ponen de manifiesto la forma en la que, desde Inglaterra, se proyectó la imagen de una modernidad propia sustentada sobre una expansiva cultura del comercio cuyas exigencias resultaban inalcanzables para la monarquía de Carlos II. Nada inocente, el décalage cultural abría las puertas a la invención de una nueva narrativa y legitimación de la presencia europea en América, justificada en nombre de la propia humanidad y sustentada en los supuestos de conocimiento y mejora de la naturaleza. En esa clave de modernidad, la deslegitimación de los argumentos tradicionales del dominio hispano quedaba fuera de toda duda. La entidad de los protagonistas de ese giro, de la Royal Society a John Locke, pasando por un plantel no menos visible de piratas y novelistas (que incluía a Daniel Defoe) dejaría su impronta en el debate. Terminarían de conformar una primera identidad inglesa como líder de la modernidad y sede de un expansivo imperio basado en la ciencia y en el comercio. El contramodelo, punto por punto, del imperio dinástico-territorial de la Monarquía del sur.
La cuidada contextualización de los avatares de la versión española (1696) del Testament politique de Richelieu -llevada a cabo por José Mª Iñurritegui- sugiere en cualquier caso que, tras la aparente imagen desencuadernada que podía presentar la Monarquía de España, había también indicios de nueva vida, de una reflexión que se negaba a recluirse en la defensa numantina de sus esencias. Su cultura política ponía de manifiesto una permeabilidad que, entre otras cosas, le permitía incorporar sin grandes sobresaltos piezas de una literatura de la razón de Estado alejada de las aduanas confesionales del catolicismo. Finalmente pudo recibirse y discutirse en ese cuerpo monárquico un entendimiento de lo político que repudiaba abiertamente “cualquier forma de ejemplaridad transhistórica”. Se habilitaba en suma una política práctica que, con discreción pero sin concesiones, instauraba una ruptura con el núcleo duro de la literatura política propia. La necesidad de adaptación de las máximas a las circunstancias del momento terminaría por establecer la mudanza de estilo como exigencia ineludible a la hora de enfrentar los nuevos tiempos. Una inyección de realidad que definitivamente conformaría el análisis hispano de lo político a partir de 1700, tal y como pondría de manifiesto el Theatro Monarchico de España de Pedro de Portocarrero, un insospechado testamento a efectos de ese nuevo entendimiento.
A esas alturas ya podía verse que la mudanza en cuestión no era una alusión retórica. Ideas nuevas y planteamientos no menos novedosos empezaban a acumularse, con formulaciones cuyo alcance último implicaba una auténtica reconfiguración de la Monarquía. El trabajo de Fidel Tavarez ofrece abundantes pruebas al respecto, procedentes en este caso del análisis contextual de un texto como el Nuevo sistema de gobierno económico para la América. Sus resultados son de importancia no sólo porque sustentan una razonable hipótesis alternativa sobre su autoría, sino porque la posible imputación a Macanaz del texto acredita lo temprano del cambio y, al propio tiempo, la entidad misma de lo que se empezaba a proponer ya desde los primeros momentos del nuevo siglo. Estaba en juego una nueva arquitectura política de la Monarquía que en su conjunto implicaba la postergación de la lógica de agregación sobre la que hasta entonces se había venido sustentando y, no menos, el evidente compromiso con los nuevos supuestos del comercio como matriz moral, política y económica con la que rearmar el viejo cuerpo político hispano. Bien informado de las novedades de literatura económica que llegaban del laboratorio europeo, y nada distante de los argumentos de Montesquieu en sus Considérations sur les richesses de l’Espagne, no por ello el Nuevo gobierno dejaba de aportar su cuota propia de modernidad, formulada en este caso en clave de nación y protagonismo de patria. Su propuesta de un imperio comercial cerrado construía materialmente la noción de colonia y adelantaba un entendimiento del espacio imperial que alumbrará la reflexión española de la segunda mitad del siglo XVIII.
Atrapada entre lógica de restauraçao -convertida en la raison d’être del movimiento de 1640- y la necesidad de compartir los supuestos del nuevo orden europeo, el reino de Portugal experimentó incertidumbres similares a las de la Monarquía de la que acababa de separarse formalmente en 1668. Partiendo de una secuencia cronológica que arranca del siglo XVI, la investigación de Marília Azambuja apunta a la necesidad de revisar el papel jugado por las corrientes de mesianismo, milenarismo y profetismo en una secuencia que se extiende hasta comienzos del siglo XVIII. Corrientes que, constituyentes de la cultura popular del reino, venían acreditando su capacidad para desdoblarse y adaptarse a las exigencias del contexto político. Antes -y sobre todo- después de 1640. La presencia de António Vieira (1608-1697) en la corte portuguesa resultaría decisiva a esos efectos. La singular combinación entre profetismo y universalismo llevada a cabo por el jesuita abrió nuevas expectativas en la reconstrucción del imaginario identitario. Con la particularidad de que la reivindicación para Portugal de una dimensión imperial propia no le impedía hacer suyos al propio tiempo los supuestos del diseño universalista de la Monarquía de la que acababan de separarse. O de incorporar propuestas (negociaciones con las Provincias Unidas) irreconciliables con la matriz cultural de la que se partía (CARDIM, 2010). Restauración y modernización no resultaban excluyentes. Dependiente de la movediza dinámica política de la corte, la trayectoria del Quinto Imperio de Vieira fue víctima de las inconsistencias de ese marco, inconsistencias que -por esa misma dependencia de lo político- mantendrían encendida la llama imperial bastante más allá de la muerte de su formulador.
El trabajo de Saúl Martínez Bermejo ratifica la continuidad de esas aspiraciones en el reino de Portugal. Las dos primeras décadas del reinado de D. João V (1706-1750) se ofrecen al respecto como una cumplida demostración de la presencia de ese ideario. En esa línea de continuidad D. João convirtió a las serenatas en un eficaz medio de “auto-representación imperial” y, con ello, de proyección del propio poder del monarca. Reconociendo que por su obligada ubicación en sede cortesana las serenatas no pueden considerarse -en puridad- como formando parte de un ámbito público, ello no quita para que con relativa frecuencia constituyesen algo más que un estricto ritual de corte. El efecto de esas representaciones, donde la figura del monarca aparecía como “Campeón del Imperio Lusitano”, reforzaba y proyectaba a la vez un imaginario alimentado a partir de la memoria del imperio romano. Lisboa pudo figurarse así como dotada de la misma capacidad de irradiación cultural que la propia Roma. Convertido en tema principal de ese momento, el argumento de un supuesto dialogo entre el Tíber y el Tajo escenificaba una armoniosa translatio imperii que, si bien plagada de admiración mutua, no dejaba de reconocer el destino superior que en última instancia aguardaba a la capital del Tajo. Independientemente de las limitaciones que la realidad política se encargaría de poner de manifiesto, la fijación de ese proyecto en el imaginario político propició una moderna cultura representacional que, compitiendo con los planteamientos tradicionales, acabó por convertirse en un decisivo sostén político de la monarquía y de su cabeza.
A diferencia de la evolución del reino de Portugal, la monarquía de España atravesó ese período afectada por una crisis identitaria que, entre otras consecuencias, dio lugar a la elaboración de una narrativa nueva de los orígenes. Continuando con la línea de investigación de algunos trabajos anterior, el autor de estas líneas expone la gestación y el alcance de esa nueva construcción de identidad. La Población y lengua primitiva de España (1672) de Pellicer y la España primitiva (1738-40) de Huerta y Vega enmarcan el análisis de un período condicionado en última instancia por la voluntad nacionista de desmarcarse de la sombra de los Habsburgo. Atentos a las propuestas metodológicas que llegaban desde la modernidad -aunque desigualmente instalados en ella- ambos autores alumbraron un momento originario de España que marcaba sus distancias con el relato tradicional. La aportación más importante consistió en el establecimiento de un pueblo primero e instituyente que, encarnado en los atlantidas españoles, se ofrecía como auténtica fábrica de la cultura europea y creador al propio tiempo de un Imperio grandioso que incluía las Indias y del que derivaban la mayor parte de los reinos de Occidente. La pérdida de credibilidad de esa propuesta a manos de la crítica ilustrada no disminuye en cualquier caso su condición de punto de partida de una reconstrucción identitaria que, con diferentes planteamientos, dominaría la historia posterior.
Bibliografía
CUCHE, F. X. (2000). “Fénelon. Une politique tirée de l’Evangile?”. Revista XVII Siècle, N° 206, pp. 73-96.
FÉNELON, F. (1835). Oeuvres de Fénelon. Paris. Chez Lefevre.
FERNÁNDEZ ALBALADEJO, P. (2007). “Entre la gravedad y la religión: Montesquieu y la tutela de la monarquía católica en el primer setecientos”. Materia de España. Cultura política e identidad en la España moderna. Madrid. Marcial Pons: 149-176.
FERNÁNDEZ ALBALADEJO, P. (2009). La crisis de la Monarquía. Madrid. Marcial Pons Crítica.
MEDINA, A. (2009). Espejo de sombras. Sujeto y multitud en la España del siglo XVIII. Madrid. Marcial Pons.
TORRECILLA, J. (2008). Guerras literarias del XVIII español. La modernidad como invasión. Salamanca. Universidad de Salamanca.
[1] La presente recopilación se inscribe dentro del proyecto de investigación MICIN: HAR2012-37560-CO2-01
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