Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº20. Mar del Plata. Julio-diciembre de 2024.
ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
Repensando las categorías segunda generación y posmemoria:
límites de su aplicación en las hijas e hijos exiliados no retornados
Mariana Norandi
Kontu Laborategia, Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación,
Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, España
Recibido: 31/07/2024
Aceptado: 12/09/2024
ARK CAICYT: https://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24516961/44lcxezn0
Resumen
A partir del caso del exilio uruguayo, en este artículo se problematizan las categorías segunda generación y posmemoria aplicadas a la hija o hijo exiliado no retornado. Una figura que encarna a un sujeto exiliado durante su infancia o adolescencia y que, al menos con carácter permanente, no ha regresado a su país de origen. Un sujeto que, habiéndose construido como olvidado en las narrativas de la posdictadura, hoy se construye como exiliado y no retornado y, desde ese espacio de identidad, produce memoria. El artículo invita a leerse como una crónica en el que se cuenta la construcción de ese objeto y que comienza con el problema de la nominación.
Palabras clave: exilio, infancia, no retorno, segunda generación, posmemoria.
Rethinking the categories second generation and postmemory:
Limits of their application to non-returned exiled children
Abstract
Based on the case of the Uruguayan exile, this article problematizes the second generation and postmemory categories applied to the non-returned exiled children. A figure that embodies a subject exiled during his childhood or adolescence and who, at least permanently, has not returned to his country of origin. A subject who, having been constructed as forgotten in the narratives of the post-dictatorship, today is constructed as an exile and non-returner and, from that space of identity, produces memory. The article invites you to read it as a chronicle in which the construction of that object is told and that begins with the problem of nomination.
Keywords: exile, childhood, no return, second generation, postmemory.
Repensando las categorías segunda generación y posmemoria:
límites de su aplicación en las hijas e hijos exiliados no retornados
Introducción
Comencé a estudiar el exilio en la infancia en 2011 a través del caso de niños y niñas exiliadas durante la dictadura uruguaya. En aquel entonces, aunque parezca un pasado muy próximo, era escasa la literatura publicada sobre este tema, pero la que había era muy valiosa y resultó un referente para quienes comenzábamos a estudiarlo (Castillo y Piper, 1997; Costa, 2002; Fried, 1991; Porta, 2004, 2006). Luego, poco a poco, fueron surgiendo textos académicos, películas, obras de teatro, grupos de Facebook, ponencias en congresos y pancartas en manifestaciones que indicaban que el interés por la memoria del exilio en la infancia, en el contexto del Cono Sur, era algo que estaba emergiendo con fuerza y creatividad y que se estaba produciendo un cambio generacional en las narrativas de los exilios. Mientras eso pasaba, yo avanzaba con mis investigaciones. Primero hice una tesis de maestría sobre la memoria de los hijos e hijas exiliadas no retornadas en España (Norandi, 2012)[1] y luego una tesis doctoral, en donde estudié, desde un enfoque sociológico y autoetnográfico, la construcción de la identidad de los hijos e hijas exiliadas no retornadas (Norandi, 2021)[2].
Aquel trabajo de maestría, con la distancia del tiempo, hoy lo interpreto como la primera toma de conciencia de mi propio exilio, mi primer balbuceo como hija exiliada no retornada. Algo todavía –en aquel entonces– muy indescifrable en términos de identidad, muy introspectivo en parámetros científicos, pero sobre lo que comenzaba a pensar y a pensarme.
Cuento esta experiencia para explicar que mi trabajo es fruto del cruce de un pasado –mi exilio– y una nueva disciplina en mi trayectoria profesional –la sociología– y responde asimismo a una época de cambio generacional, en el que, quienes vivimos el exilio en la infancia, comenzamos a tomar la palabra para contar el exilio de nuestra generación.
Así, lo que desarrollo en este artículo son algunas reflexiones teóricas sobre exilio, generación y memoria extraídas de mi tesis doctoral. Una reflexión hecha desde el no retorno del exilio como realidad social y como espacio de identidad, en el que vivo y en el que habita mi objeto de estudio: los hijos y las hijas exiliadas no retornadas (HENR) de Uruguay[3]. Condición, la de ser sujeto y objeto de estudio, que atraviesa toda la investigación, comenzando por el problema de la nominación, que ocupa una parte central de este artículo.
Siguiendo con esta especie de crónica sobre el proceso de construcción de mi objeto, diré que este comenzó con una pregunta de tipo clasificatoria que consistía en situar generacionalmente a aquellos hijos e hijas que estaba estudiando. ¿A qué generación pertenecían? ¿a la primera o a la segunda generación del exilio uruguayo?
Pregunta (y problema) que se enmarca (y se tensiona) en un contexto social en el que los hijos/as objetaban cada vez más ser denominados “segunda generación” al identificarse y definirse como “víctimas directas” de la dictadura. Esta reivindicación se vuelve más acuciante con la formación de colectivos de derechos humanos de hijos/as exiliados (HE) en Argentina, Chile y que en Uruguay están integrados en el colectivo Memoria en Libertad, conformado por hijas/os de distintas figuras de la represión dictatorial (desaparecidas/os, presos/as políticos, asesinados/as políticos…) y que sostiene una postura crítica hacia el discurso que considera a las/os hijas/os “segunda generación”.
Esta discusión fue permeando en el campo de estudios de los exilios conosureños generando un debate teórico que empezó también a cuestionar el uso de “segunda generación” para denominar a las/os HE (Alberione, 2016; Aznárez, 2019; Rivero, Marotta, Ledesma, González, y Albistur, 2009). Este debate, que al inicio de mi investigación era apenas un indicio, a medida que fue avanzando la tesis se fue consolidando, sobre todo, a partir de una mayor presencia de HE en el campo académico (en una doble posición de sujetos y objetos de la investigación). Así que aquello que en un principio –cuando esta categoría no representaba un problema relevante en el campo académico y el objeto era solo una forma difusa– había pensado como “segunda generación” se fue tensionando y complejizando. La nominación y sus tensiones –del objeto con el nombre y del sujeto con la nominación– se convirtió en un problema capital en la construcción de mi objeto de estudio. Así, la categoría “segunda generación”, que no había sido un problema, se convirtió en un nombre tremendamente incómodo. Un problema para el sujeto con su objeto de investigación, pero también para el sujeto como objeto porque, en un momento, esa categoría dejó de encajar. Dejó de encajar en el objeto y en el sujeto de la investigación. No la veía en mi objeto ni me sentía representada en ella. Después de mucho discutirlo con mi director de tesis, con actores del campo de los exilios, en congresos y con hijas exiliadas encontré en uno de los clásicos de la sociología una forma más cómoda para pensarlo, ordenarlo y nombrarlo. El problema: el objeto tiene componentes de la segunda generación y de la primera, sin embargo, no es exactamente ni una ni otra. El guía: Karl Mannheim.
Segunda generación, una categoría incómoda
En las ciencias sociales el concepto “segunda generación” ha estado vinculado principalmente a dos campos del conocimiento, al de las migraciones y al de la memoria. En los estudios sobre migraciones esta categoría alude a los hijos e hijas de inmigrantes nacidos en el país de acogida, pero, si bien mantiene vigencia, su uso es cada vez más cuestionado por considerar que atribuye al acto de emigrar un carácter hereditario. “¿Cómo se puede considerar ‘inmigrantes’ a personas que no han ‘emigrado’ de ninguna parte y de las que se dice, además, que son de ‘segunda generación’”? se interrogaba, en este sentido, Pierre Bourdieu (2000: 29, destacado en el original). Las críticas sostienen que este concepto atribuye una identidad a un sector de la sociedad con la que puede no identificarse (García Borrego, 2003) y, por otro lado, discrimina a los hijos e hijas de inmigrantes al otorgarles una experiencia biográfica distinta respecto a las otras personas de su generación fruto de la trayectoria migratoria de sus progenitores (Moncusí, 2007).
En el campo de la memoria el concepto “segunda generación” se utiliza principalmente para nombrar a hijos e hijas de víctimas de violencia política o paraestatal (genocidios, dictaduras, masacres…). Los estudios del Holocausto son pioneros en vincular “segunda generación” y “memoria” y, por ende, en problematizar los efectos que las experiencias de los sobrevivientes han tenido en sus descendientes (Hirsch, 2015). En este tipo de estudios, la categoría “segunda generación” comprende a las hijas e hijos de víctimas directas del Holocausto, nacidos después de la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, designa a individuos que no han vivido la violencia del nazismo en primera persona. Pero ¿qué ocurre cuando los sobrevivientes son niños y niñas? ¿Se categorizan como primera o segunda generación?
La investigadora Susan Rubin Suleiman propone el concepto “generación 1.5” para referirse a los niños y niñas sobrevivientes del Holocausto, es decir, para nombrar a quienes eran demasiado jóvenes para haber tenido una comprensión adulta de lo que les pasaba, pero lo suficientemente mayores como para haber estado allí (Suleiman, 2002: 277). [4]
Con este término, Suleiman (2002) describe a una generación de judíos situada entre los que nacieron antes y después del Holocausto. Hijos e hijas de víctimas que vivieron el genocidio cuando aún no tenían una identidad estable asociada con una edad adulta y, en algunos casos, antes de tomar conciencia de sí mismos. A diferencia de la segunda generación que nació después de la guerra, la generación 1.5 alude a hijos e hijas sobrevivientes; una identidad sin “de” (sobrevivientes) que sitúa a estos actores en el tiempo y en el espacio del Holocausto. El punto decimal que añade Suleiman marca la diferencia entre nacer antes o después de la catástrofe. El haber estado ahí, con o sin recuerdos, sitúa a esta generación en ese “punto cinco”, en medio, entre ser y no ser segunda generación. Una figura situada fuera de los límites de representación jerárquica de la idea de generación, entre la primera y la segunda de una escala estable. Así, dibuja a un individuo que analíticamente no encaja del todo ni en una ni en la otra generación, que no es ni generación uno ni dos, sino uno y medio.
Ahora bien, si extrapolamos el concepto “segunda generación” del contexto del nazismo en Europa al de los exilios de las dictaduras del Cono Sur, esta categoría se utiliza para referirse a los descendientes directos de los/as exiliados/as, esto es, para nombrar a aquellos hijos e hijas nacidos antes, durante o después del exilio de sus progenitores (Aruj y González, 2007; Ayala y Kondolf, 2016; Cintras, Eatip, GTNM/RJ, y Sersoc, 2009; Costa, 2002; Dutrénit, 2013; Fried, 1991; Irrazabal, Sapriza, Montealegre, y Peirano, 2012; Latapiatt, Moscoso, y Zilveti, 2007; Norandi, 2015).
A partir de los años noventa esta categoría se había ido extendiendo y consolidando dentro del campo de estudios de los exilios sin que, con ello, escapara al cuestionamiento de “insuficiente” para describir la realidad de la población referida (Díaz, 1995). Pero lo que hasta inicios de este siglo era una discusión menor o, cuando menos, de escasa visibilidad, desde hace aproximadamente una década asistimos a la articulación de un discurso crítico que problematiza su uso teórico y empírico; su uso sociológico y social. Un debate que se refuerza, se asienta y cambia sustancialmente de dirección con la llegada de HE al espacio público y, en particular, al campo de estudios de los exilios. La presencia de esta nueva generación en el mundo académico ha generado un discurso incisivo que objeta el uso de esta categoría usada por la generación anterior. Un discurso que descansa en una serie de argumentos enunciados desde la autobiografía del investigador/a. Un razonamiento situado, fraguado en distintas disciplinas académicas y que desplaza el encuadre analítico de la experiencia exiliar de los padres a la de los hijos e hijas. Una de las manifestaciones más tempranas fue la de Antonio Picatto, argentino, exiliado durante su infancia en México y profesor de derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México. Hace unos años decía:
“Hay una razón por la que yo no creo que los hijos de exiliados seamos exiliados de segunda generación, o por lo menos que no somos solamente eso. Yo creo que más bien somos otra cosa, todavía muy ambigua y que a falta de una categorización más ilustrativa seguimos llamando exilio de segunda generación (…) Entonces el llamado exilio de segunda generación es para mí una cosa distinta y prefiero entenderla como la primera generación de algo distinto”(Picatto, 2008:153-154).
Uno de estos argumentos, planteado principalmente por HE académicos/as, considera que la categoría “segunda generación” desprovee de agencia al sujeto que designa y, por ende, “oculta e invisibiliza el hecho de que esos niños fueron víctimas en primera persona de la represión y el destierro” (Alberione, 2016, destacado en el original). Demandan otro protagonismo y un lugar propio en el discurso hegemónico al considerar que la representación de “acompañantes” del exilio de sus ascendientes, “niños paquete” dice Fried (1991: 73), no contempla la subjetividad de estos actores. “Signados por una suerte de ‘invisibilidad’ o de inclusión dentro de la categoría general de ‘exiliados’, los hijos de los emigrantes pierden protagonismo como actores y se pierden por tanto las particularidades que la misma experiencia tiene para cada una de las generaciones involucradas” (Costa, 2002: 3).
Otro de los argumentos, sostiene que “segunda generación” encierra al sujeto en una categoría que lo vincula exclusivamente a la paternidad y a las trayectorias de sus progenitores (Jedlicki, 2007: 299). Arguye que estos actores, hayan o no nacido en el lugar de acogida de sus padres, reciben un calificativo que revela más el origen que la participación en la comunidad nacional. Con lo cual, la migración o el exilio dejaría de ser un estado temporal para convertirse en un estigma heredado, dando paso a una identidad adjudicada e inamovible que no tiene en cuenta la movilidad y la subjetividad (Jedlicki, 2007). Este discurso, articulado principalmente por individuos nacidos en el país de acogida de sus padres/madres, considera que la categoría “segunda generación” restringe la posibilidad de pensar lo singular de quienes nombra, atribuyendo a los hijos/as cierta dependencia de la experiencia parental.
“Pensar a los nacidos en el exilio como sujetos portadores de una historia y de un contexto que les da sentido es distinto a considerarlos anclados en ese origen, determinante de una situación marcada por la pasividad y el registro de la experiencia de otros, la de sus padres” (Leis, 2015: 74).
Vemos así cómo estos hijos/as, interpelados por la categoría “segunda generación”, construyen un discurso académico distinto al de la generación anterior y enunciado desde otro lugar, el de la propia experiencia. Este debate, y estos nuevos discursos, obliga a problematizar su uso más allá de la biología y pensarlo desde la subjetividad como desde la teoría social.
Como ya comenté, mi primer acercamiento sociológico al exilio en la infancia fue cuando realicé mi tesis de maestría. El planteamiento de ese trabajo fue un estudio de caso con enfoque testimonial sobre la memoria de la segunda generación del exilio uruguayo en España (Norandi, 2012). Desde un principio utilicé la categoría “segunda generación” que era la predominante en la literatura de la época para designar a los hijos (de) exiliados y que emanaba de un campo de estudios –el de los exilios del Cono Sur–en el que, salvo escasos trabajos (Aruj y González, 2007; Buquet, 2008; Costa, 2002; Latapiatt et al., 2007; Picatto, 2008; Porta, 2004, 2006; Rodríguez, 2009), esa generación no constituía un objeto de estudio[5]. La muestra fue de doce entrevistas a hijos/as (de) exiliados uruguayos en España, con distinto origen y trayectorias que, a grandes rasgos, podían clasificarse en tres grupos. Un primer grupo comprendía a hijos/as nacidos en Uruguay y llegados a España con sus padres y/o madres. Otro estaba compuesto por hijos/as que habían nacido en terceros países durante el periplo exilar de sus progenitores después de haber salido de Uruguay y antes de haber llegado a España. Y había un tercer grupo, que integraba a quienes habían nacido en España durante el exilio de sus padres/madres. Aunque había otras variables que diferenciaban a los integrantes de cada uno de estos grupos –como la edad en la que habían llegado a España, la continuidad militante parental en el exilio o intentos de retorno– para el interés de ese estudio el denominador común era que todos eran hijos/as de uno o dos exiliados de la dictadura uruguaya y que vivían en España. Así que a todos los incluí en la categoría “segunda generación”, que definí como: “la descendencia directa de los exiliados y exiliadas, independientemente de su edad y su lugar de nacimiento” (Norandi, 2012: 30). Aunque para los objetivos de ese trabajo la categoría resultó suficiente, requirió algunos desdoblamientos analíticos porque no se ajustaba por igual a todos los grupos y, según con qué variables (memoria, identidad, retorno, etc.) se desencajaba. Por ejemplo, al aplicar la variable “retorno” a toda la segunda generación, en los/as hijos/as nacidos en España surgían cuestiones del tipo ¿cómo retornar a un lugar del que nunca se ha salido? o, más preciso aún, ¿en el que nunca se estuvo? ¿cómo pensarse no retornado en el lugar de origen?
Cuando comencé la tesis y enfoqué mi interés en las identidades, fui encontrando literatura que me permitió un análisis generacional más específico para problematizar la categoría. No tanto para justificar su uso –que también– sino para construir el objeto. Si bien un contexto crítico sobre su uso exigía fijar una posición discursiva, su problematización y disgregación, además, representaba un ejercicio necesario de recorte y delimitación del objeto. Una de esas obras clave para comenzar a pensar el exilio de los hijos/as fue el Problema de las generaciones de Mannheim (1993), publicado en 1928, y que representa un ensayo seminal para pensar algo tan complejo de describir y de delimitar como es el concepto de “generación”.
La construcción de la categoría hija exiliada no retornada
La noción de “generación” tanto en la ciencia como en la vida social tiene varios significados. Una de sus acepciones es de tipo genealógico y alude a la sucesión de descendientes en línea recta[6], a aquellos seres que componen una línea de sucesión –ascendente o descendente– respecto a un individuo de referencia. De este modo el individuo referencial es considerado “primera generación”; sus hijos, “segunda generación”; sus nietos, “tercera generación” y así sucesivamente. Otra de las acepciones de este vocablo se refiere al conjunto de las personas que tienen aproximadamente la misma edad[7] o, en otros términos, al grupo etario de pertenencia según fechas de nacimiento (generación de jóvenes escritores, generación de veteranos de guerra, generación de niños sobrevivientes, generación Z…). Estas acepciones tienen una base biológica propia de las ciencias naturales, sin embargo, su uso se ha extendido en las ciencias sociales. En ese sentido Mannheim sostiene que la sociología no puede deducir los fenómenos sociales de las leyes de la naturaleza y, por lo tanto, no es suficiente el ritmo biológico y la edad para inferir una pertenencia generacional sino también por acontecimientos que marcan la biografía, en especial antes de la edad adulta, y que tienden a influir el resto de la vida. Así, para problematizar las generaciones distingue entre tres conceptos: “posición”, “conexión” y “unidad” generacional. La posición generacional se refiere al nacimiento de un individuo en un determinado periodo histórico social. Según la fecha de nacimiento “cada individuo se encuentra en una posición parecida a la de otros en la corriente histórica del acontecer social” (Mannheim, 1993: 208).
“Resulta fácil probar que el hecho de la contemporaneidad cronológica no basta para construir posiciones generacionales afines […]. Solo se puede hablar, por lo tanto, de la afinidad de posición de una generación inserta en un mismo periodo de tiempo cuando, y en la medida en que, se trata de una potencial participación en sucesos y vivencias comunes y vinculados” (Mannheim, 1993:216).
Ahora bien, pensemos en nuestro caso. Para aplicar estas ideas, partimos de un hecho histórico social. En Uruguay, como en otros países del Cono Sur, a finales de los años sesenta y principios de los setenta surgió un actor social (el/la militante) que, desde distintas posiciones o espacios políticos (partidos, movimientos armados, sindicatos, organizaciones sociales, culturales…) enfrentó el autoritarismo y la posterior dictadura civil-militar. La respuesta del Estado fue una acción represiva extrema y sistemática que produjo la desaparición forzada de personas, la cárcel masiva, la tortura, la persecución, el asesinato político y, entre otras formas de violación de los derechos humanos, el exilio.
Visto desde un tiempo presente, esos militantes, como sujetos con agencia política y objetivos principales del accionar represivo de la dictadura, podríamos fijarlos como la generación de referencia a partir de la cual podemos trazar la línea sucesoria que conduce a nuestro objeto de estudio. Así, sus descendientes, nacidos antes, durante o después de aquel periodo devastador, tendrían una posición generacional de hijos/as respecto a la generación referente. Desde esta perspectiva sociológica, el concepto “segunda generación” resulta viable para nombrar a sujetos cuya posición respecto a la generación referente es la de hijos/as de (desparecidos, expresos, exiliados, asesinados, clandestinos…). Una segunda generación cuyo vínculo, según la configuración generacional de Mannheim, descansa sobre una estructura biológica (descendientes directos de la generación referente) y se construye en un contexto socio-histórico común (dictadura uruguaya).
Por otro lado, dentro de esta estructura, Mannheim nos habla de un vínculo menos general que el de posición o, en otros términos, de un tipo específico de posición social al que denomina conexión generacional. Con este concepto el autor se refiere a un nexo entre individuos que se da al estar vinculados por algo, al participar “en el destino común de esa unidad histórica-social” (Mannheim, 1993: 221, destacado en el original). En nuestro caso ese “algo”, ese “destino común”, sería el ser hijos/as de exiliados, independientemente de la edad, el origen nacional y la trayectoria de estos sujetos (retornado, no retornado, nacido en el exilio de sus padres, emigrado al país de sus padres, retornado y vuelto a emigrar…). La conexión entre estos individuos se fundamenta en ser hijos/as de uno o dos exiliados y, por añadidura, la experiencia compartida que esa singularidad pueda entrañar (familia en Uruguay, infancia sin abuelos, transitoriedades culturales, militancia de los padres, añoranzas, etc.). Con lo cual, si la posición generacional representa un vínculo más extensivo (hijos de víctimas producto de la represión), la conexión alude a una relación concreta, con un denominador común más afín. Por tanto, desde un prisma exiliar, a los descendientes directos de exiliados, nacidos antes, durante o después del exilio de sus padres, los podríamos denominar “segunda generación del exilio”. Una categoría analítica que nos permite continuar el proceso de acercamiento al objeto (hijos e hijas no retornados). Sin embargo, no es suficiente para llegar a él. Forma parte de ese grupo, pero apenas se distingue. Queda diluido entre otras figuras de la segunda generación del exilio. Para ello, avanzamos un poco más allá en la estructura generacional de Mannheim hasta llegar a la unidad generacional.
El sociólogo sostiene que en el ámbito de una misma conexión generacional se pueden dar grupos que emplean las vivencias de modos diversos. Cada uno de estos grupos constituiría lo que Mannheim denomina “unidad generacional” y que implica un tipo de vínculo más concreto que la conexión (1993: 223). Aplicado a nuestro caso, dentro de la conexión “segunda generación de exiliados” identificamos diferencias internas que podríamos denominar unidades generacionales y que, para el interés de este estudio, nos centraremos en dos a las que denominamos: hijos de exiliados (HDE) e hijos exiliados (HE). La primera unidad (hijos de exiliados) está conformada por hijos/as nacidos durante o después del exilio de sus padres y la segunda unidad (hijos/as exiliados), por hijos/as nacidos en Uruguay, antes del exilio de sus padres/madres, y desplazados de su país de origen, durante la infancia o adolescencia, como parte del grupo familiar exiliado. Es decir, los HE nacieron en Uruguay y vivieron el exilio en primera persona, mientras que los HDE, nacieron en el exilio de sus padres o en el retorno de ellos, pero no experimentaron el exilio en primera persona. El hijo exiliado puede ser, a la vez, retornado o no retornado, de acuerdo a si regresó a su país de origen o no después del exilio. De esta forma, fue a través de las unidades generacionales como pude llegar a mi objeto de estudio (el hijo exiliado no retornado), observarlo desde distintos ángulos, situarlo en un contexto generacional y analizarlo.
Figura: Estructura generacional de K. Mannheim aplicada al exilio (Fuente propia).
En ese sentido, Mannheim realiza una disertación crítica de la idea naturalista y unitaria de “generación” heredada de la tradición positivista, en la que destaca su visión estructural del concepto en el cual de un mismo vínculo pueden formarse grupos concretos. Esta estructura generacional permite observar, en primer lugar, que la idea de “generación” está lejos de poder explicarse por el solo hecho biológico compartido por un grupo o incluso por la sola simultaneidad histórica. En segundo lugar, que la categoría “segunda generación” es útil como instrumento analítico para representar posiciones, conexiones y unidades generacionales. En el caso que nos ocupa, para observar que la “segunda generación” del exilio uruguayo no es homogénea y que en su interior alberga distintas figuras, experiencias y subjetividades. Y, en tercer lugar, nos permite llegar hasta el/la HENR.
El debate teórico, académico y social sobre la nominación de esta generación en la actualidad no ha concluido, es más, se ha complejizado y enriquecido con nuevos estudios y perspectivas (Chmiel, 2022; Dutrénit, 2015; Montealegre y Sapriza, 2022), sin embargo, a mí esta disgregación me ayudó a observar algunas especificidades de mi objeto y algunas diferencias respecto a otras experiencias y subjetividades de hijos e hijas.
Teniendo en cuenta esas diferencias entre hijos exiliados (nacidos en Uruguay, retornados y no retornados) e hijos de exiliados (nacidos en el exilio), a continuación, analizaremos cómo esta generación construye memoria y si es posible pensarla como productora de posmemoria.
Posmemoria aplicado a los hijos (de) exiliados
Debido a la edad en la que tiene lugar el exilio en la biografía de los/as HENR, nos encontramos con un relato que se construye sobre una experiencia lejana respecto a un tiempo presente y acaecida en un periodo de formación de la subjetividad en donde el olvido es significativo, cuando no total. Un relato que se construye con escasos recuerdos, discontinuidades temporales, imprecisiones e imágenes en forma de destellos. Desde un punto de vista teórico, al estudiar estos relatos y cruzar las categorías “memoria” y “generación”, con frecuencia nos encontramos con la idea de posmemoria (Hirsch, 1992). Un concepto extendido en este campo de estudios y que se aplica al problematizar las memorias de hijos e hijas de víctimas de genocidios o, entre otras violencias, terrorismo de Estado. De ahí que utilizaremos este concepto para pensar en las memorias de hijos (de) exiliados y, posteriormente, observar algunas diferencias entre unidades generacionales.
El concepto de posmemoria fue acuñado por Marianne Hirsch en los años noventa, asociado a los estudios del Holocausto y en un momento en que las investigaciones sobre memoria se habían extendido por el mundo. Cuando los testigos y protagonistas directos del Holocausto iban muriendo, su memoria cedía el paso a quienes conservaban sus relatos y garantizaban su continuidad. A esos hijos e hijas de supervivientes, verdugos y testigos del Holocausto, nacidos tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, Hirsch (2015) los llama “segunda generación”. Una generación que, más tarde, Eva Hoffman (2004) denominaría “posgeneración”. [8]
Hija de judíos rumanos sobrevivientes, Hirsch crea el término posmemoria para describir una estructura de transmisión generacional inserta en varias formas de mediación que van desde la fotografía y representaciones visuales, a comportamientos y narrativas familiares (2015: 20). Una forma de memoria —y de transmisión— producto de una conexión emocional y psíquica entre la primera y la segunda generación, entre los testigos directos de las atrocidades y sus descendientes inmediatos. Recuerdos sobre experiencias colectivas traumáticas ocurridas antes del nacimiento de los hijos pero que dominan el entorno familiar y cultural en el que crecen (Hirsch, 2012).
En su obra Hirsch analiza cómo la memoria sobre acontecimientos traumáticos de una generación moldea la vida de sus descendientes y qué tipo de expresiones estéticas (fotografías, literatura…) median en esa transmisión. Indaga en cómo la memoria de los padres sobre experiencias devastadoras puede ser transmitida a los hijos y cómo los efectos del pasado pueden permanecer en el presente a través de conexiones intergeneracionales. La posmemoria representa, pues, la construcción de una memoria heredada y mediada por las narrativas de la generación precedente, por imágenes y documentos de archivo.
En sus más recientes definiciones enfatiza el carácter figurado y no literal de la apropiación intergeneracional del recuerdo. Con lo cual, no es que los hijos construyan su memoria con los recuerdos de sus padres como propios, sino que, al tratarse de una herencia profundamente interiorizada, “parecen” propios. De hecho, la conexión de la posmemoria con el pasado está mediada por el recuerdo, así como por un ingrediente imaginativo, creativo y de proyección (Hirsch, 2015). De esta manera Hirsch describe una modalidad de memoria transferida de padres a hijos a través de expresiones narrativas y corporales, de lenguajes verbales y no verbales.
Aunque la noción de posmemoria fue concebida para comprender la memoria de los hijos e hijas de sobrevivientes del Holocausto, esta categoría se ha extrapolado a otros capítulos históricos para analizar la memoria de otras “segundas generaciones”. Así, en los últimos años este concepto se ha problematizado en otras experiencias como en las dictaduras del Cono Sur (Basile, 2019; Forné, 2014; Levey, 2010, 2014; Logie, 2019; Peller, 2018; Ros, 2009). Sin entrar en valoraciones teóricas o críticas sobre su solidez y viabilidad, para lo que aquí nos interesa, recurro a este concepto únicamente como instrumento analítico para pensar y problematizar la memoria de los hijos (de) exiliados y pensar si aplica en algún caso.
De esta manera, al preguntarnos si la “segunda generación” del exilio uruguayo produce posmemoria, partimos de la base, como vimos en el apartado anterior, de que nos encontramos ante una generación que no es uniforme y que presenta experiencias internas plurales. No es lo mismo retornar del exilio, que no retornar; haber nacido en Uruguay que en la sociedad de acogida; haber salido de Uruguay con un año que con doce o, entre otras tantas diferencias, haber formado parte de una familia que continuó la militancia en el exilio, que de una que no. En ese sentido, su diversidad es un elemento cardinal a tomar en cuenta al analizar la memoria de estos hijos/as y sus nexos con la posmemoria. Abordar esta “segunda generación” como si fuera un todo uniforme, eludiendo su composición interna y sus contrastes, supondría homogenizar una realidad que, empíricamente, revela que es sumamente compleja (Norandi, 2021).
Tras la realización de 50 entrevistas a HE (retornados y no retornados) e HDE, observamos que tanto su memoria como su identidad respecto al exilio se construye diferente. Los HDE construyen el exilio como una experiencia perteneciente a un tiempo y a un espacio que no identifican como propios; de una historia de la cual no son testigos ni tienen recuerdos, más que los transmitidos a través del relato familiar. [9]
“Yo me doy cuenta que soy la única de mi familia que nunca fue perseguida, y eso me da una posibilidad de pensar y de elaborar que no es lo mismo. Yo no tuve la urgencia de irme; nunca, nunca me sentí entre la vida y la muerte (…) no tengo esa presión en la piel, nunca la sentí, nunca sentí ese pánico que me lo imagino” (HDE). [10]
Crecieron en una realidad impregnada por el pasado de la generación anterior y la memoria que construyen no es la vivida, sino la transmitida por la vía de los recuerdos, expresiones culturales, comportamientos, valores o nostalgias de otros. Por lo tanto, para estos hijos/as, que no nacieron en Uruguay, la memoria de la dictadura y el exilio es una memoria contada de algo que no constituye la propia biografía pero que, de diferentes formas, ha estado presente. En muchos casos no es tanto la memoria del exilio, sino del Uruguay dejado en los años setenta, idealizado en la distancia desde el no retorno.
“Yo idealizaba por completo Uruguay porque me lo han hecho vivir así. Porque, quieras o no, es algo que lo vivo y lo mantengo hoy en día. Cuando se juntan dos o tres uruguayos siempre terminan hablando de Uruguay; o de las calles, o del cine, no sé cuánto o del boliche de no sé quién (…) He ido ya varias veces, pero he conocido Uruguay sin haber estado en Uruguay. Cuando voy me hace gracia porque vivo las anécdotas de otros, porque voy a la calle tal con la calle cual, a ver el boliche no sé qué, por una anécdota que me habían contado” (HDE). [11]
“He conocido Uruguay antes de haber viajado al país (…). Mi padre es que no salió de Uruguay cuando vino para aquí, él tenía su país en la cabeza. Aquí se pasaba todo el día escribiendo cartas a máquina y sonaba la máquina continuamente. Él lo comparaba todo con allí, aparte, en San Cugat[12] había una comunidad de uruguayos bastante grande y todo el mundo se juntaba, entonces, claro, estabas en Uruguay, pero en Sant Cugat. Todo el mundo hablaba de allí, contaban cosas que pasaban y además con las costumbres de allí, claro (…) Yo he nacido con Uruguay en mi casa, aunque no estuviera en Uruguay” (HDE).[13]
En el caso de las dictaduras del Cono Sur, como en otras experiencias donde se han cometido crímenes y atrocidades contra una población, las víctimas y testigos sintieron la necesidad de hablar y relatar lo vivido; en otros casos, sin embargo, optaron por el silencio, bien por la falta de escucha o como una forma de olvido (Jelin, 2002; Levi, 2010; Pollak, 2006). Esta doble posición, se refleja en las narrativas de los HDE que, por un lado, se narran desde un lugar de exposición intensiva al pasado de sus padres/madres y, por otro, desde una percepción de inaccesibilidad a los recovecos del pasado.
“Yo sé que ella [madre] siempre fue muy reivindicativa, pero me ha costado mucho saber. Ha sido hace un año o dos que me ha empezado a contar cosas. Poco a poco va sacando cosas. Un día me dijo que no decía nada porque no podía porque, cuando llegó, habían matado a alguien en París y no sé qué más. Pero es como que falta algo, hay un vacío que yo no sé” (HDE).[14]
“En mi casa no se hablaba nada, de hecho, yo empecé a preguntar... mi padre un poco más. A ver, no es que lo hablara, pero si le preguntaba explicaba, pero mi madre era en plan “ya no voy a hablar”, o sea, directamente no” (HDE).[15]
“Siempre fui atando cabos y al fin, de grande, pregunté mucho porque, claro, yo tenía dudas, no sabía. (…) A los treinta, como que yo hice una especie de catarsis, yo justo viajé [a Uruguay] en ese año, estuve allí casi dos meses y hablé y pregunté mucho. Esto se ve que era algo que me ató todos los cabos sueltos que me quedaron, y la verdad que es bonito, o sea, es bonito porque me siento hecha” (HDE). [16]
La producción de la memoria de las HDE requiere un recorrido de búsqueda y reconstrucción de un relato ajeno a la propia experiencia pero que constituye el entorno familiar. Una memoria que da la impresión que sacraliza objetos, fotos o documentos que pertenecen a una vida que no es la de ellos/as pero que se construye como extraordinaria y con la urgencia de descubrir. Objetos que constituyen piezas de un puzle incompleto y reservado.
“Una vez encontré una agenda telefónica de las de antes, donde se escribía el nombre y teléfono, y venían nombres de mucho peso aquí en España, como Joan Manuel Serrat y el número del teléfono al costado; Felipe González y el número del teléfono al costado, y así toda una lista de políticos, cantantes, gente de la cultura, escritores…entonces dije: “¿esto qué es?”. Y ahí, sí recuerdo ese momento, yo ir a mi padre y decirle: “¿papá, por qué tenemos el teléfono de todas estas personas que salen en la tele?”. Entonces ahí un poco mi padre me explicó” (HDE). [17]
“Me siento una privilegiada por no haber sido perseguida. Por las historias que me contaron, por cosas que nos transmitieron… digo, de la persecución (…) yo creo que ahí está la historia del arraigo, yo busqué en las historias narradas, en mi abuela, en mi madre, en fotos de situaciones… de cuando vinieron en el barco, qué sentían cuando la dictadura se estaba armando” (HDE).[18]
Las HDE producen una memoria mediada por los recuerdos de sus progenitores y moldeada por la propia imaginación. Una construcción que idealiza la memoria de la generación militante y que concibe la biografía de sus padres/madres en el plano de lo épico, de seres atravesados por un pasado excepcional que transitan entre el espacio de la víctima y del héroe.
“Cuando nos lo contaron aluciné. Y la imagen de mis padres cambió para mejor, porque, simplificándolo mucho, tus padres pasan a ser héroes de alguna forma (…) Porque de repente ves que a la edad que tu estas yendo a fumar porros y beber cervezas por la tarde, ellos estaban luchando por una causa súper bestia que influía en un país entero y entonces para ti es un shock” (HDE). [19]
Estos elementos no los encontramos en las narrativas de los HE quienes producen una memoria con otras características. Estos hijos/as reivindican una experiencia exiliar propia y, por ende, no se construyen como la generación “de después” del exilio, sino como la del exilio, la de las “víctimas directas” (Rivero et al., 2009). De esta manera, se construyen como actores de una historia vivida, no solo transmitida a través de relatos de otros. Que vivieron en dictadura y que el exilio fue consecuencia de ello. Que estuvieron allí, aunque, en algunos casos, los recuerdos sean escasos. Que salieron de Uruguay, por lo general después de haber experimentado situaciones de extrema violencia; que vivieron en el exilio y que, en el caso de este estudio, no retornaron.
“Yo tengo recuerdos de lo contado, o sea, me acuerdo de mi abuelo, pero, por ejemplo, con mi madre durante un año entero íbamos cada semana a la prisión de Punta Carretas (…) no me acuerdo de nada de eso. Y de las puertas, y de que había un nene me acuerdo, un nene adentro, en la cárcel, que a mí me dejaban hablar con él, pero yo todo eso, y las puertas y los ruidos, no me acuerdo de nada, es algo vivido, pero no lo recuerdo” (HENR).[20]
“Era una guerra realmente, o sea, no nos dispararon directamente a nosotros, pero, bueno, estábamos ahí” (HENR).[21]
El hecho de haber nacido o vivido parte de la infancia durante la dictadura, en el seno de una familia políticamente activa contra ese régimen, determina que en sus narrativas no figure la descripción de un proceso de descubrimiento e indagación de un pasado familiar ocurrido antes de su nacimiento. A diferencia de los HDE, la memoria que construyen los HENR no es solo la de las vivencias de sus madres y padres durante la dictadura y el exilio, sino la propia. De ahí que en sus narrativas se diluya la frontera entre saber y no saber el pasado de sus progenitores y los motivos de la salida de Uruguay, o entre empezar a conocer y conocer. Las HENR nacieron o crecieron en un entorno atravesado por la violencia política y la militancia, por el exilio y sus consecuencias.
“No hacía falta preguntar nada, estaba ahí” (HENR).[22]
“No me preguntes desde cuándo lo sé, siempre lo supe” (HENR).[23]
“Era lo que había en mi entorno, no era necesario preguntar” (EHNR).[24]
Las HENR hacen un giro de perspectiva respecto a las narrativas de la generación anterior, donde los padres/madres eran los protagonistas, para situarse en el centro del relato y contarse a partir de su propio exilio. Es decir, ya no como “hijo de”, sino como hijo/a exiliado/a, apropiándose de una categoría —exiliado/a— de la que se sentían excluidos en las narrativas de la generación anterior y que consideran que les pertenece. Se constituyen así en el reclamo de un exilio en primera persona y de una memoria propia con la que buscan legitimar su experiencia como sujeto exiliado (Norandi, 2023).
“Yo sí soy exiliada. Yo he entendido que por ser “hija de” lo soy, pero también a mí me echaron de mi tierra, de mi vida y de mi mundo” (HENR).[25]
“Siempre ¿quiénes fueron los sujetos centrales de la película? Papá y mamá. (…) Entonces ahí, por primera vez, te colocas tú. Es que eso también me pasó a mí, también lo viví yo, también tuvo consecuencias para mí. (…) siempre estábamos como aparte, un poco invisibles, porque lo de los mayores era tan escandaloso, que tú es como si no estuvieras” (HENR).[26]
Vemos que el concepto posmemoria puede quizás calificar a otros grupos similares, pero no encaja en los HENR, al haber nacido en Uruguay antes o durante la dictadura; haber vivido el exilio y al tener recuerdos de la dictadura y/o del exilio. Esto no significa que los HENR puedan construir una memoria mediada, pero su memoria del exilio no es solo mediada, es también una memoria vivida.
Llego a esta conclusión luego de haber aplicado la categoría posmemoria a un grupo semejante —el de HDE— para contrastarla e identificar las singularidades de mi objeto. Fue necesario realizar un análisis derivado para, a través de las diferencias, definir al HENR; pensar su identidad y su producción de memoria.
La disgregación de la categoría “segunda generación” en dos unidades generacionales y el análisis de la producción de memoria de ambos grupos, fueron necesarios para afianzar el nombre que le había puesto a mi objeto: hijo/a exiliado/a no retornado/a. Posiblemente este objeto pueda adoptar otros nombres, pero fue el que, durante el proceso, se dejó atrapar. Un nombre sin presencia en la vida social pero que, para el caso, articula los tres ejes principales de su andamiaje: su condición de hijo/a, de exiliado/a y de no retorno/a. Pero HENR es solo eso, un nombre con el cual aproximarse a una identidad escurridiza, su dificultad de calificación no termina con este nombre, empieza con él.
A modo de cierre
Durante todo el proceso de investigación, fui presentando adelantos de resultados en distintos congresos y encuentros académicos, por lo general vinculados a mi campo de estudio. Como es lógico, siempre me ubicaban en aquellos paneles en los que se abordaba el tema de exilio y/o de “segunda generación”. En aquel contexto muchas veces me preguntaban por qué había excluido de mi estudio a las hijas e hijos nacidos en el exilio. Lo que contestaba creo que se resume, en gran medida, en este artículo. No se trata de una decisión azarosa ni discriminatoria, sino razonada, que se fue dando con el avance de la investigación, y que responde a criterios científicos y metodológicos.
Uno de esos argumentos es porque estudio identidades y los HE e HDE revelan procesos de construcción de identidad (nacional, cultural, exiliar…) distintos. Unirlos implica homogenizar identidades diferentes, producto de experiencias disímiles. Supone también omitir especificidades de una y otra unidad generacional y, con ello, simplificar un proceso –el de construcción de identidad– tremendamente complejo y dinámico. Otra de las razones es porque estudio el no retorno del exilio y esa categoría, “no retorno”, no encaja en los HDE porque, de acuerdo a los datos recabados en el trabajo de campo, no pueden pensarse como “no retornados” respecto a un lugar del que no han salido, del que, en varios casos, conocieron de adultos y del que no identifican como su país de origen. Lo que para los HE significa retorno, para los HDE irse. Algo similar sucede cuando se aplica la categoría “exiliado/a”. Quienes han nacido en la sociedad de acogida, no se sienten exiliados/as de ningún lugar, ni tienen memoria de una huida, ni de haber tenido que dejar el país en el que han nacido. Incluirlos en la misma unidad generacional resulta problemático y comporta atribuirles una identidad –“exiliado/a”– con la que no se identifican. Implica adjudicarles una identidad ajena, heredada de un desplazamiento parental que no han realizado, biologizar su identidad, como producto de una experiencia social de sus progenitores (Norandi, 2015). El exilio para los HDE forma parte del entorno familiar pero no consta en su biografía. Como señala María Rosa Lojo, los exiliados pueden condicionar –para bien o para bien– la vida de sus descendientes, pero el exilio no se transmite de padres a hijos como si fuera una enfermedad genética (2013: 57).
Una tercera razón radica en que, al trabajar con un enfoque metodológico autoetnográfico, construyo el objeto de estudio a partir de mi propia experiencia exiliar, como hija exiliada no retornada, y, desde ahí, analizo la identidad de mi objeto. Por último, considero que estudiar estas dos unidades generacionales supone analizarlas como dos grupos, conectados pero distintos. Eso amerita realizar un estudio profundo de cada grupo y, probablemente, hacer un análisis comparativo. No dudo que esto llenaría un vacío científico importante, pues hasta ahora no existe un estudio comparativo entre HDE e HENR. Sin lugar a dudas, queda mucho por investigar sobre exilios e infancia, más aún sobre la experiencia de los HDE. Creo que un análisis comparativo podría ser una veta interesante de explorar en futuras investigaciones. Porque si bien la fusión de ambas unidades generacionales no resultó viable para lo que quise estudiar, en otras instigaciones puede funcionar, de hecho, hay estudios que así lo utilizan.
Con estas respuestas, a aquellas preguntas iniciales, quiero cerrar este intento de crónica en la que he querido contar la historia de un nombre, con el que designar una identidad, y de algunos caminos por los que he transitado hasta llegar a él. De modo que no es la historia de una identidad, sino del nombre con el que he conseguido empezar a pensar esa identidad.
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Mariana Norandi es doctora en Sociología por la Universidad del País Vasco (UPV-EHU), magíster en Sociología por la Universidad Pública de Navarra (UPNA) y licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Sus líneas de investigación giran en torno a las identidades contemporáneas, exilios y memoria. Actualmente es docente del máster de Género y Comunicación de la UAB y forma parte del Grupo de investigación Kontu Laborategia. El trabajo de contar en la investigación de frontera de la UPV-EHU.
Pasado Abierto, Facultad de Humanidades, UNMDP se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
[1] Trabajo Fin de Máster realizado en la Universidad Pública de Navarra y tutorizado por Carmen Innerarity y Enrique Coraza de los Santos.
[2] Tesis realizada en la Universidad del País Vasco y dirigida por Gabriel Gatti.
[3] Parto de propuestas lingüísticas feministas que dan cuenta de la necesidad de repensar el uso del idioma con miras a construir un lenguaje inclusivo de representación social. Sin embargo, no siempre resulta fácil y esta es una de esas veces, ya que la categoría vertebral de mi investigación está conformada por palabras variables: hijo/a exiliado/a no retornado/a. Teniendo en cuenta que el masculino genérico es insuficiente para representar a un grupo de género mixto como es el de mi objeto, he intentado sustituirlo por otras modalidades como el desdoblamiento léxico o el uso del género neutro. Sin embargo, estas recetas resultan incómodas para la lectura debido al uso continuo de esta categoría por lo que, finalmente, opté por el uso de acrónimos. Por ello, debo advertir al lector/a que, en este texto, a veces se denominarán a los hijos e hijas exiliadas no retornadas con el acrónimo HENR; a los hijos e hijas exiliadas, HE y a los hijos e hijas de exiladas/os, HDE.
[4] El concepto “generación 1.5” fue acuñado por el sociólogo cubanoamericano Rubén G. Rumbaut en sus estudios sobre segundas generaciones de inmigrantes y refugiados en Estados Unidos, remplazando este término por el anterior “generación uno y medio” (The One-and-a-Half Generation) de su misma autoría. Posteriormente, en el emblemático Estudio Longitudinal de Niños de Inmigrantes (CILS, por sus siglas en inglés) que dirigió junto al también sociólogo cubanoamericano Alejandro Portes disgrega la categoría “segunda generación” en unidades de cohortes generacionales. De esta manera establece una tipología según edad y etapa de la vida en el momento de la migración de niños y adolescentes formando los siguientes subgrupos dentro la categoría “segunda generación”: Generación 1.25: Adolescentes (13-17 años); generación 1.5: Infancia intermedia (6-12 años); generación 1.75: Infancia temprana (0-5 años) y generación 2.0: Nacidos en el país recepción. (Rumbaut, 2006).
[5] Utilizo hijos (de) exiliados para nombrar a los hijos exiliados (nacidos en Uruguay) y a los hijos de exiliados (nacidos en el exilio).
[6] REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.7 en línea]. <https://dle.rae.es>
[7] REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.7 en línea]. <https://dle.rae.es>.
[8] La categoría “posgeneración” dialoga con el concepto de “generación post-dictadura” para los casos del Cono Sur. Este término se refiere a aquellos hijos que eran pequeños o recién nacidos en el momento de los golpes de Estado y que, por ende, crecieron bajo regímenes militares alcanzando la edad adulta después de las dictaduras (Contreras, 2018; Drucaroff, 2016; Peller, 2016; Ros, 2012). Ana Ros (2012) va más allá, y no solo incluye en esta categoría a los hijos de militantes, sobrevivientes o víctimas, sino a todas aquellas personas que crecieron en regímenes militares, al considerar que la situación política afectó a todo ese grupo etario.
[9] Identificaré cada verbatim de entrevistas con un código indicativo para distinguir entre hijas/os exiliadas/os (HENR) e hijas/os de exiliadas/os (HDE). La fecha la pondré entre paréntesis, omitiendo el lugar porque todas fueron realizadas en España.
[10] Nacida en la República Democrática de Alemania en 1977, llega a Barcelona en 1978 (2015).
[11] Nacida en marzo de 1973 en Chile durante el primer país de exilio de sus padres y llegada a España en 1982 (2012).
[12] San Cugat del Vallés es un municipio situado en la provincia de Barcelona y durante los años setenta se asentó una de las comunidades de exiliados uruguayos más grande de Cataluña.
[13] Nacido en Barcelona en 1976 (2015).
[14] Nacida en Barcelona en 1982 (2012).
[15] Nacida en Barcelona en 1975 (2015).
[16] Nacida en Viena en 1976. Vive en Uruguay de 1984 a 2002, que se instala en España (2015).
[17] Nacida en Barcelona en 1986 (2015).
[18] Nacida en la República Democrática de Alemania en 1977, llega a España en 1978 (2015).
[19] Nacido en Barcelona en 1984 (2012).
[20] Nacida en Uruguay en 1969, exiliada en España en 1973 (2014).
[21] Nacida en Uruguay en 1970, exiliada en España en 1980 (2016).
[22] Nacido en Uruguay en 1966, exiliado en España en 1978 (2012).
[23] Nacida en Uruguay en 1972, exiliada en España en 1976 (2012).
[24] Nacido en Uruguay en 1967, exiliado en España en 1977 (2012).
[25] Nacida en Uruguay en 1968, exiliada en España en 1976 (2012).
[26] Nacida en Uruguay en 1972, exiliada en España en 1973 (2012).
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