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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº19. Mar del Plata. Enero-Junio 2024.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

                                                                           

La propaganda antirromana. Un no caso de Leyenda negra

Fernando Blanco Robles

Department of the Ancient and Byzantine World,

Institute for Mediterranean Studies, Grecia

ferblanrob@gmail.com 

Recibido: 06/03/2024

Aceptado: 30/04/2024

ARK CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24516961/ipm3g0mxi

Resumen

Se presenta una reflexión sobre la propaganda antirromana y si es pertinente su inclusión dentro de los parámetros que definen al fenómeno histórico denominado como “Leyenda Negra”. Para ello, establecemos, en primer lugar, una definición de “Leyenda Negra” y sus características, y, en segundo lugar, hacemos una descripción somera de los principales hitos que marcan la propaganda antirromana, a fin de poder valorar la pertinencia o no de su calificación como leyenda negra. El objetivo último es, a partir de este ilustrativo ejemplo, abrir un espacio de debate sobre estas cuestiones, aplicable a toda la Antigüedad, pero también al resto de etapas históricas.

Palabras clave: Leyenda Negra, Tácito, Salustio, Imperio Romano, Mitrídates, Propaganda antiimperial.

Anti-Roman propaganda. A non-case of black legend

Abstract

A contemplation on whether anti-Roman propaganda can be included within the parameters that define the historical phenomenon and referred to as the “Black Legend”, is presented. To achieve this, we first establish a definition of “Black Legend” and its characteristics. Secondly, we make a brief description of the main milestones that mark the anti-Roman propaganda to assess the possible relevance of its qualification as a black legend. The ultimate goal is, from this illustrative example, to open a space for debate on these issues, applicable not only to the whole Antiquity world but also to the rest of History.

Keywords: Black Legend, Tacitus, Sallust, Roman Empire, Mithridates, Anti-imperial propaganda.

La propaganda antirromana. Un no caso de Leyenda negra[1]

1. Razones y principios teóricos

No hay duda de que existió una “propaganda antirromana” en la Antigüedad.[2] Esta afirmación no es novedosa en sí misma, ni pretende serlo, al fin y al cabo es un fenómeno que, aunque individualizado por nosotros sobre Roma y su imperium, puede ser catalogado de “universal” en sus dimensiones geográficas y cronológicas. Todas las naciones, estados, pueblos, etc. han sufrido y sufren de ataques de corte propagandístico por parte de sus pares, con diversos objetivos de descrédito que, a la vez, pueden buscar reafirmaciones identitarias propias. ¿Qué tiene que ver entonces la “leyenda negra” en todo esto? Desde hace unas décadas en España, se viene observando una tendencia renovada sobre el problema, quizá decimonónico, de la Leyenda Negra Española dirigida contra su Imperio[3] durante los siglos XVI a XVIII –iniciada previamente ya en la Baja Edad Media en Italia contra la Corona de Aragón (Arnoldsson, 1960: 11-23)–, que ha suscitado la aparición y multiplicación de los estudios y monografías sobre el tema, tanto desde la Historia profesional como desde la divulgación histórica (Straehle, 2020). Ello es lo que nos ha impulsado a plantearnos si la propaganda antirromana podría ser calificada al mismo tiempo como “leyenda negra”, sobre todo porque la autora Roca Barea (2016: 51-69) así parece entenderlo al incluirla dentro de lo que ella denomina “imperiofobia” conectada con la “leyenda negra”, que sería un fenómeno más propiamente español; aunque el término se ha popularizado en general en ámbitos diversos y para distintos fines.[4]

Para cumplir con tal objetivo, lo primero que necesitamos es establecer una definición de “leyenda negra”. Aunque pueda parecer sencillo, por la abundante bibliografía, lo cierto es que nos encontramos con un hecho paradójico: carecemos de una definición general de “leyenda negra”. La famosa definición de Julián Juderías de 1913 (en La Leyenda Negra), que se cita hasta la saciedad, no nos sirve más que para establecer alguna línea básica –incluso aunque el autor solo habla de España–, y tampoco encontramos en los numerosos autores siquiera unos parámetros precisos con los que trabajar (García Cárcel, 1992: 13-19; 2022: 20-31; Molina Martínez, 2012: 1-5; Villanueva, 2011: 1-6), con la excepción de Vélez Cipriano (2018: 23-25) que trata de afinar un poco más; ni siquiera Roca Barea (2016: 23-38), aunque le dedica varias páginas, termina a nuestro juicio de rodear la cuestión, pues al final uno sigue haciéndose la pregunta ¿qué es una “leyenda negra”?, sobre todo si se pretende aplicar a casos que no son España. Es, cuando menos, revelador. Ello nos obliga, entonces, a tener que, de manera un tanto sencilla y precaria, reconstruir una definición de “leyenda negra” a partir de las observaciones que han hecho los diversos autores. Será, por tanto, una definición eminentemente práctica, global, que nos permita, posteriormente, determinar si puede emplearse dicho término para el caso de la propaganda antirromana.

 Puede decirse que una “leyenda negra” es: un conjunto de tópicos procedentes de la propaganda negativa que inevitablemente reciben todas las potencias políticas por parte de sus adversarios, con mayor incidencia las de escala mundial o las hegemónicas en sus respectivas áreas geográficas de influencia, sobre todo en los contextos de expansión territorial y conflicto político entre ellas. Tópicos, por otro lado, tendentes a considerar a esas sociedades políticas como inferiores a aquellos que los emiten –donde puede haber o no razones raciales o eugenésicas–, e inferiores también en aquellas cualidades que comúnmente se consideran civilizadas o como rasgo esencial de civilización. Con esta definición, lo cierto es que nos valdría entonces solo con calificarla de propaganda, ya que sus perfiles pueden ser imprecisos, pero para ser “leyenda negra” dos rasgos más esenciales habrían de añadirse: 1-su persistencia en el tiempo, es decir, que no sea únicamente fruto de un periodo, más o menos extenso, de enfrentamiento entre potencias; esto implica que, desaparecido el hegemón receptor de esa propaganda negativa, si ésta persiste siglos después, podemos identificarla como “leyenda negra”;[5] 2-un empleo constante de mecanismos deformatorios de la realidad y omisiones de hechos. Esto hace a una “leyenda negra” un poderoso discurso que ayudaba a afianzar la identidad como cuerpo político de los pueblos que se oponían a la hegemonía de otros; alzándose en un elemento más de la dialéctica de estados, de imperios y una herramienta geopolítica, pero con la particularidad de que se hacía permeable a los propios pueblos que la sufrían hasta el punto de asumirla como propia.

2. El caso de la propaganda antirromana

Debemos entonces ahora estudiar el caso de la propaganda contra Roma, tratando de buscar los elementos que pudieran ayudarnos a caracterizarla, o no, como leyenda negra.[6]

El fenómeno de oposición que, especialmente desde el mundo griego, se gestó contra Roma durante su proceso de expansión por el Mediterráneo oriental, con especial intensidad durante el siglo I a.C., dio como resultado que en este espacio geográfico, y por instigación de los reyes helenísticos, se elaborara y difundiera de manera premeditada una propaganda que intencionadamente quería minar y deslegitimar la actuación de Roma en Grecia y Asia; así como, debemos sospechar, contrarrestar la imagen con la que los romanos estaban presentándose ante los habitantes de estos reinos helenísticos (Ferrary, 2014: 117-132; 158-186 y 186-209). Propaganda que puede relacionarse de manera estrecha con la corte de Mitrídates VI Eupátor, rey del Ponto, quien debió organizar, recurriendo a diferentes eruditos del ámbito intelectual griego, una campaña propagandística dirigida contra Roma en el contexto de los múltiples enfrentamientos que se conocen como Guerras Mitridáticas (89-64 a.C.); aunque no debió de ser el único rey, da la impresión de que sus mensajes sí contaron con especial aceptación y difusión (Gabba, 1959; 1974: 640-642; Candiloro, 1965: 145-157; Mastrocinque, 1977-1978; Salomone Gaggero, 1976; Ferrary, 1998: 803-856; 2014: 471-483; Russo, 2009; Donaire Vázquez, 1989; Ballesteros Pastor, 2013: 61-76).

Es cierto que casi todo lo que conocemos de esta propaganda antirromana no es de forma directa a través de escritos que conservemos,[7] sino que tenemos noticias de forma indirecta a través de los autores griegos y romanos que, de una forma u otra, querían, o bien criticar a sus conciudadanos de la koiné por dejarse engañar por estas afirmaciones falsas, que no les permitían entender la realidad de Roma –en el caso de los autores griegos–, o bien ilustrar a sus compatriotas y dejar constancia de la propaganda difamatoria que desde Grecia y Asia se lanzaba contra la acción romana –en el caso de los autores itálicos o romanos–.

Con todo, ha sido posible identificar a algunos autores que contribuyeron a la creación de este programa propagandístico y no por casualidad su procedencia era helena. Nos referimos a Metrodoro de Scepsis (145-70 a.C.) y a Timágenes de Alejandría (?-post. 4 d.C.). Aunque no conservamos ni tenemos noticia de ninguna de sus obras, todo lo que sabemos de ellos por otras fuentes indica que, entre sus oficios, se dedicaron a escribir y organizar la propaganda contra los romanos, cuyas huellas pueden rastrearse en las obras de Salustio y Pompeyo Trogo (Alonso-Núñez, 1982: 132-135; Alonso-Núñez, 1984: 253-255; Ballesteros Pastor, 1996: 81-82). No obstante, personajes como Metrodoro de Scepsis no debieron ser los únicos eruditos al servicio de los reyes helenísticos que se dedicaron a crear esta propaganda antirromana, pues como nos dice Dionisio de Halicarnaso:

 “Pero, ¿qué necesidad hay de hablar de otros, cuando también algunos historiadores se atrevieron a dejar escritas estas ideas en sus historias, por complacer con relatos injustos y falsos a reyes bárbaros que odian la hegemonía de Roma, reyes a quienes ellos sirvieron y adularon?”.[8]

Aunque el siglo I a.C. fue el momento más importante de desarrollo y consolidación de la propaganda antirromana, sus primeras noticias podemos situarlas en torno al año 146 a.C., según podemos deducir de Polibio cuando nos comenta las impresiones que circulaba en Grecia en relación a la destrucción de la ciudad de Cartago[9]; sin haber acontecido la de Corinto, que tendría lugar unos pocos meses después. No podemos extendernos en detallar todos y cada uno de los trece motivos propagandísticos resultado de nuestras pesquisas (Blanco Robles, 2022a), lo que aquí nos interesa es mostrar su prolongación en el tiempo, dado que su contenido difamatorio y distorsionador, tratando de crear una imagen muy negativa de los romanos, es suficientemente explícito. Polibio nos enuncia cinco tópicos que van a tener, posteriormente, una clara continuidad temporal: 1- el del imperium romano como causa de la Fortuna;[10] 2- la idea de que el poder de Roma nunca hubiera sido posible sin la muerte de Alejandro Magno;[11] 3- el topos de la «expansión sine fine»;[12] 4- el topos de la «ruptura del orden previo establecido»;[13] 5- el topos de la «traición y el fraude».[14] 

Brevemente, por si no se entendiera la dimensión propagandística del hecho, los dos primeros quieren denigrar claramente la expansión y poder de Roma, el primero resaltando el hecho de que en ello ha obrado la Fortuna, lo que poco menos quiere indicar que es causa ajena y voluntad de la caprichosa diosa que Roma (y no el mundo heleno) esté disfrutando de ese poder sobre los demás, en otras palabras, que de no ser por el azar, Roma, como pueblo, no tendría capacidad para ello; el segundo, es un viejo tema de discusión intelectual de estos autores, que desde el caso griego pretende, como el anterior, indicar que el poder de Roma sería inexistente de no ser por la muerte de Alejandro Magno, a quien no hubieran podido derrotar (Champion, 2004: 197-199; Ferrary, 2014: 265-276 y 327-334; Mazzarino, 1974: 130-132 y 339-363; Walbank, 2002: 209-210 y 248-249). Estos dos tópicos nos los volveremos a encontrar en los autores de época augustea, como Dionisio de Halicarnaso[15] y Tito Livio,[16] así como en Plutarco,[17] ya a mediados del siglo I d.C. Es decir, fijémonos que el tópico propagandístico sigue presente dos siglos después de que empezara a circular, incluso puede que más, porque las noticias de Polibio, en algunos casos, entendemos que se refieren a algunas décadas antes del 146 a.C.; probablemente fue en el contexto de la II Guerra Púnica (218-202 a.C.) cuando emergieron, pues el primer contacto directo militar y político de Roma con las póleis griegas y con el reino de Macedonia, fuera de la península Itálica (Russo, 2009: 380).[18] 

Pero suponiéndole tal antigüedad, el otro dato interesante es que los contextos políticos han cambiado notablemente: todavía en la época de Augusto, puede ser comprensible su presencia, pues muchos territorios del ámbito helenístico, particularmente del Próximo Oriente, hacía apenas unas tres décadas que habían quedado bajo amparo de Roma, con la excepción de Pérgamo (la provincia de Asia, a partir del 133 a.C.) y de Egipto, incorporada como tal por Augusto en el 30 a.C. Pero ya a mediados del siglo I d.C., es obvio que estamos ante un escenario totalmente distinto, donde han perdurado, casi diríamos fosilizado, como un topos antirromano que puede ser esgrimido a voluntad, como hace Plutarco, pero que no tenía ya ninguna incidencia práctica puesto que no quedaba ningún estado helenístico en pugna con Roma (desde luego, ni Armenia ni Partia pueden entenderse como tales, pues sus raíces son autóctonas).

Los restantes tres tópicos que faltan tienen un objetivo diferente. Aunque el contenido es difamatorio, están más claramente enfocados al campo dialéctico de la contienda entre Roma y los estados helenísticos, pues quieren, al mismo, distorsionar y ridiculizar la imagen de los romanos, mostrándolos como un pueblo vil e infame, que incumple sus tratos y palabras; pero también quiere causar el pánico y el miedo entre la población, para que se resista al invasor. A los tres detectados en Polibio, se sumaría la nómina más extensa que aparece en la archiconocida carta de Mitrídates de Salustio.[19] Una recopilación genuina de la propaganda mitridática, que nos demuestra que ésta fue mucho más variada y compleja, con un alcance mayor. Tendríamos, entonces, unos tópicos que continuaron durante la primera mitad del siglo I a.C., a los que se añadieron un número mayor (hasta ocho), y que Salustio nos trasmite a finales del mismo siglo. Ahora bien, en su perduración temporal, podemos establecer dos grupos tomando la obra de Tácito como eje:[20]

1- Por un lado, están aquellos que no parecen prolongarse más allá de época augustea, cuando todavía estaba fresca la derrota de Mitrídates, o reaparecen en el siglo II o III d.C., pero siempre mencionados justamente en relación al conflicto con Mitrídates.

2- Aquellos que, cumpliendo lo anterior, aparecen además en la obra de Tácito, en el contexto del enfrentamiento contra los britanos y contra los bátavos; lo que a nuestro juicio supone una noticia de la revitalización que en algunos círculos, nos atreveríamos a decir que orientales, tuvo la propaganda antirromana, recuperando los tópicos mitridáticos para utilizarlos activamente otra vez.

En el primer grupo, se encontrarían a aquellos que acusan la criminalidad romana,[21] su carácter hipócrita y falso,[22] su comportamiento traicionero y fraudulento,[23] la idea del perjuicio ocasionado cuando Roma eliminaba las instituciones previamente establecidas,[24] un motivo obvio ya que perjudicaba a una parte de las élites (Eddy, 1961: 324-342; Ma, 2003: 179-183 y 191-194; Shipley, 2001: 99-110 y 418-419; Wool, 1994: 130-135); su afán de destrucción.[25] En fin, todo conducente a la idea de que su Imperium era injusto e ilegítimo,[26] lo cual se fundó en un tópico dirigido directamente a uno de los pilares y principios rectores que estaba permitiendo la consolidación territorial de Roma. Nos referimos a la imagen griega de los romanos como resultado de una “mezcolanza de gentes” de “orígenes no honorables”[27] y de la condición más baja posible (pastores, ladrones, forajidos, gente de aluvión, sin patria ni padres como se dice en Salustio); aquí se oponía la idea griega de la “pureza étnica” (homophilía), frente al concepto romano de aceptación, asimilación e incorporación del otro (Russo, 2009: 381-387; Sordi, 2001; 2002; Wulff, 2014; 2021: 97-135), cuya máxima expresión poética es sin duda la Eneida de Virgilio (Montenegro Duque, 1949: 69-72 y 151-153; 1950: 73-97; 1991: 304-309; Galinsky, 1998: 86-88 y 121-128).

En el segundo, son constantes aquellos que acusan la avaricia por las riquezas y el poder de los romanos (la famosa sentencia de la cupido profunda imperii et divitiarum)[28] y muy especialmente aquel que relaciona el Imperium Romano o la pax romana como sinónimo de esclavitud o servidumbre,[29] al que Tácito da mayor importancia probablemente porque debía ser el más difundido tanto entre los críticos internos del Imperio como entre los enemigos externos (Blanco Robles, 2022b).[30] La idea de la “expansión sine fine[31] también es frecuente o la imagen de los romanos como ladrones.[32]

El punto intermedio de Tácito nos parece muy significativo precisamente porque marca un receso en la narrativa entre la de época de Augusto, con algunos autores de la koiné quejándose de la ignorancia de sus compatriotas, y los autores de finales del I y de la primera mitad del II d.C., que alternan entre un Plutarco que sigue recurriendo a alguno de estos tópicos para sus disquisiciones filosóficas y los historiadores como Apiano que los ponían en boca de sus ejecutores originales. Tácito parece más preocupado no en hacer un compendio general de tópicos encadenados, al estilo de Salustio, sino más bien en centrarse en algunos muy concretos, lo que parece indicar que estos estaban siendo usados y difundidos nuevamente; incluso es posible que el propio Iulius Civilis los utilizara en su propaganda cuando trataba de convencer a los galos de que se unieran a ellos y se alzaran contra Roma, en el contexto de la revuelta bátava. El extremo cronológico lo tendríamos en Dion Casio que recurre a los mismos tópicos pero al estilo de Apiano, como algo eminentemente histórico.

Pero el espectro de la propaganda antirromana es mucho más amplio que las fuentes clásicas y deben ser atendidos otros frentes. No podemos detenernos en detalle en ello, pero conviene al menos que lo planteemos de manera general para determinar su dimensión dentro del tema que estamos estudiando. En el caso judío, podemos acudir fundamentalmente a los libros de los Oráculos Sibilinos, dentro de la tradición apócrifa judía, con un total de 14 libros datados entre el 163/145 a.C. y el 646 d.C. (Suárez de la Torre, 1982: 363-405; 1994: 182-205; 2001: 245-249; 2007: 61-67). Los libros III, IV y V son los que contienen referencias a Roma: el III data de esa segunda mitad del siglo I a.C., mientras que el IV y el V fueron elaboradas después del 70 d.C., es decir, después de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén por Tito, por lo que son los más virulentos. Sin embargo, es un tipo de propaganda diferente ya que tiene sus raíces en la profética judía con una influencia clara tanto de los primeros profetas de los siglos VIII, VII y VI a.C., Isaías, Sofonías, Nahúm, como del Libro de Daniel en época seléucida. Haciendo un breve resumen esta es la imagen que nos presentan: durante época tardorrepublicana, Roma es la amenaza calamitosa que traerá hambre, guerra y destrucción, a la vez que se trata de una ciudad/pueblo de ínfima moralidad e impudicia, la bíblica imagen de la prostituta que, como el resto de los imperios, será también castigada por Dios.[33] En época imperial romana, ante la destrucción del Templo, los oráculos acrecientan su dialéctica contra Roma y emergen dos motivos para amedrentarla: una inminente catástrofe que incendiará Italia y la misma Roma, con la muerte temprana de su emperador y el regreso de Nerón.[34]

Influenciada por esta profética y probablemente también como consecuencia de las guerra contra los judíos, algunas comunidades de judeocristianos que mantuvieron su arraigo con su comunidad religiosa anterior, al no ser distinguidos por los romanos del resto de los judíos probablemente debieron sufrir también los efectos de la guerra y generaron, como causa de esta opresión, una imagen negativa y de resistencia hacia Roma que volcarán en sus escritos, aunque con algunos cambios de perspectiva fruto de la nueva teología cristiana subyacente. Particularmente el Evangelio de Juan contiene algún pasaje que podemos interpretar en este sentido (Aldave, 2021: 79-95),[35] pero sobre todo es Apocalipsis el que lo hace de una manera explícita donde la Roma convertida en una bestia con diez cuernos y siete cabezas que se enfrenta a Israel y sus hijos es derrotada por el Cordero que trae el ansiado reino de Dios (Piñero, 2006: 497-519; Bernabé, 2015: 357-365; Rosell, 2021: 142-153; Noguez, 2019: 122-138).[36]

3. La propaganda antirromana ¿una leyenda negra?

Con todo lo expuesto y dicho, volvemos a la cuestión inicial: ¿podemos considerar a la propaganda antirromana como una leyenda negra? Es evidente que existió una propaganda antiimperial y antirromana por parte de los pueblos que interactuaron dialécticamente con Roma y que tacharon a los romanos como un pueblo inferior a ellos –el empleo constante de elementos deformatorios es obvio, recuérdese la idea de los romanos como un pueblo originado por ladrones–. Hay una persistencia en el tiempo de algo más de un siglo –desde tiempos de Polibio– hasta Augusto y, tras un aparente olvido, hasta Tácito, que sería la prueba de ello precisamente, pero después podemos considerar su silencio dado que aparentemente queda reducida a un elemento meramente histórico, que aparece solo en las obras de este género; a lo que habría que sumar la propaganda judía y cristiana nacida en un momento coyuntural muy concreto, pero, nuevamente, de enfrentamiento bélico. Desde luego, no es comparable en su extensión temporal con otras leyendas negras, como la española. Como señalamos, la obra de Tácito es significativa porque vuelve a recuperar esos tópicos que parecía que estaban silenciados desde época de Augusto, pero tanto en su caso como en el de Plutarco, es obvio que en realidad simplemente permanecían latentes. La cuestión es que, al quedar restringidos al ámbito filosófico y de la prosa histórica, hasta qué punto podemos considerar que la población común estaba familiarizada con ellos, es algo difícil de discernir; porque, además, no proceden de una potencia enemiga –el Imperio Parto sería el único candidato, pero carecemos de fuentes al respecto–, sino que es una cuestión reducida al interior de las fronteras del Imperio.

Todo ello dificulta sobremanera la forma en cómo debemos interpretar la permanencia temporal de la propaganda antirromana. Es clara la primera fase de creación, cuyo uso y recurso responde a las guerras, de la etapa republicana, que está librando Roma en el Mediterráneo oriental contra los reinos helenísticos; lo que se prolonga hasta tiempos de Augusto, como testimonian los diversos autores (Tito Livio, Diodoro Sículo, Dionisio de Halicarnaso) que refrendan que entre los griegos siguen circulando. En una segunda fase, no los volvemos a encontrar hasta Tácito y otra vez en el contexto de un enfrentamiento bélico; que coincide además con la judía y la cristiana –aunque Tácito, claro, está escribiendo unas décadas después de esos acontecimientos–. La tercera y última fase, nos llevaría hasta el siglo II y comienzos del III, donde solo emergen en discusiones filosóficas y textos históricos, dando la impresión de que han quedado fosilizados y han perdido utilidad, más allá de su uso retórico y como topos literario.

¿Se convirtió la propaganda antirromana en una leyenda negra? Ante todo esto que decimos, con reservas y como mera hipótesis a priori, nos atreveríamos a decir que no, porque siguió usándose principalmente en contextos bélicos y, cuando pudo haber sido usada como tal invectiva atemporal, simplemente decayó en un recurso retórico y literario; casi con seguridad por la ausencia de potencias estatales enemigas de Roma –insistimos, a falta de saber qué ocurría más allá del Éufrates–. No parece por tanto que podamos incluirla bajo el término “leyenda negra” propiamente dicha. En vez de eso, debemos tratarla como una propaganda antiimperial o como un topos literario, según proceda (y según épocas), anidado, eso sí, entre los intelectuales griegos y helenísticos, sin que podamos asegurar con rotundidad si existía en ellos un sentimiento de animadversión hacia Roma y los romanos. Es posible que así fuera, al menos en este plano intelectual, a causa precisamente de la extensión de los dichos topoi.

Sin embargo, como reflexión última, en la actualidad sí podría estarse en camino de convertir algo que, en origen, fue un conjunto de ideas propagandístico, en una leyenda negra. Contemplamos como, desde la escuela anglosajona, todos estos elementos que acabamos de analizar, todas estas fuente y referencias, vienen interpretándose en su más pura literalidad, convirtiendo a Salustio, Tito Livio o Tácito, en consumados antiimperialistas; lo cual, sumado al debate sobre la romanización, está conduciendo a una interpretación historiográfica del Imperio Romano bajo un prisma “negrolegendario”, donde se entiende la civilización romana en términos actuales de poscolonialismo. Un claro anacronismo que la Historia Antigua no puede permitirse.

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Fernando Blanco Robles es Doctor en Historia antigua por la Universidad de Valladolid (España), actualmente investigador postdoctoral en el Department of the Ancient and Ayzantine World del Institute for Mediterranean Studies de la Universidad de Creta (Grecia).

 

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[1] Trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación “SlaVEgents: Enslaved persons in the making of societies and cultures in Western Eurasia and North Africa, 1000 BCE - 300 CE”, financiado por el European Research Council (ERC) (Advanced Grant 2022, Grant Agreement nº 101095823) del European Union’s Horizon 2020 research and innovation program. Agradezco al profesor y colega Roberto López Casado, gran conocedor de la Historia de España y de la Leyenda Negra, sus comentarios y observaciones. Así como, los del profesor Santos Crespo Ortiz de Zárate. También me gustaría agradecer los comentarios y sugerencias de los revisores, y a los miembros del consejo editor de la revista la oportunidad de publicar un estudio de esta naturaleza. Recae solamente en nosotros la responsabilidad de todo lo puesto por escrito en este trabajo.

[2] La bibliografía sobre este tema es amplia y transversal, aunque la calificación de este fenómeno como “propaganda” rara vez vea su aplicación. La escuela italiana siempre ha sido más propensa a utilizar este calificativo (Gabba, 1974; Mastrocinque, 1977-1978; Russo, 2009; Salomone, 1976), en tanto en la escasa española se prefiere hablar de “literatura” o “críticas” (Ballesteros Pastor, 2013); por citar solo algunas referencias mínimas. Puede denominarse perfectamente como “propaganda” este conjunto de topoi antirromanos, no hay más que atenerse a la definición de la Real Academia Española (Diccionario de la lengua española, ed. electrónica vigesimotercera-sexta, 2022), en su primera acepción: “Acción y efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores” y los “textos, trabajos y medios empleados” a tal fin (en su segunda acepción).

[3] Nos vamos a referir a la España de la Edad Moderna como Imperio, por facilitar la comprensión de lo que vamos a discutir de la leyenda negra, pero somos conscientes del carácter historiográfico del término. De hecho, el término histórico propiamente sería “Monarquía de España” o “Reino de España e Indias” (según épocas), tal y como aparece en la documentación de la época (Ribot, 2023).

[4] Nos parece pertinente aclarar la referencia a la obra de Roca Barea por su carácter, en teoría, divulgativo, y porque ha sido una obra criticada abundantemente, tanto para bien como para mal. Sin entrar en las partes del citado libro que escapan a nuestro conocimiento exhaustivo, a nosotros, como historiadores de la Antigüedad, nos interesan las páginas dedicadas a Roma, ya que la autora trata de hacer una exposición interpretativa y argumentativa bien sostenida en fuentes y bibliografía (aunque sumamente sucinta, tanto en una cosa como en la otra, y sin llegar al fondo de la cuestión). Este hecho y sus argumentos encaminados a tratar de demostrar la existencia de la “imperiofobia” (y/o leyenda negra) desde la misma Antigüedad, apegada al caso del Imperio Romano, nos parecen ya motivos suficientes, ante la muy escasa bibliografía española sobre este fenómeno en el mundo antiguo. Pero si hubiera todavía dudas, diremos lo siguiente: María Elvira Roca Barea, no es una simple “periodista divulgadora”. María Elvira Roca Barea, es doctora en Filología Clásica por la Universidad de Málaga (1995), fue investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) –una de las instituciones de investigación más prestigiosas de España y del Mundo–, profesora visitante en la Universidad de Harvard y actualmente miembro de la Academia Malagueña de Ciencias (fundada en 1872). Cuenta en su haber, además, con un nutrido conjunto de publicaciones que dan fe de sus conocimientos tanto de las fuentes clásicas como de las hispánicas (https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=8400). En definitiva, no se trata de una “intrusa” o una “foránea” (una peregrina, por usar el término latino), se trata de una académica bien conocedora de las fuentes y el método científico propios de nuestras áreas. Razón todavía más si cabe para que su obra sea sometida a crítica, como hacemos nosotros aquí, en lo que nos atañe. Y diremos más. Es nuestra obligación y deber como historiadores, en este caso del mundo antiguo, prestar atención a este tipo de publicaciones que popularizan conocimientos de nuestras épocas, con el fin de corregir, criticar y alabar lo que sea o no pertinente; sobre todo cuando una obra, como la de Roca Barea, surte en el público general y el académico reacciones encontradas. En definitiva, es el tipo de situaciones que no pueden ser ignoradas u obviadas y a las que hay que dar respuesta, siempre desde el conocimiento teórico de las fuentes que preside la Historia.

[5] Para comprender mejor esto que decimos, si pensamos en el conocido caso del Imperio Español, la secuencia sería la siguiente: primero, tendríamos la fase de propaganda negativa en el contexto de hegemonía de la Monarquía de España en Europa y América, que se extendería los tres siglos que duró el Imperio y, por tanto, los tres siglos en que se sucedieron los enfrentamientos con el resto de potencias europeas (ss. XVI-XVIII). Posteriormente, comenzaría la segunda fase cuando, desaparecido el Imperio Español, los motivos de la propaganda negativa de época Moderna, se perpetuaron en los siglos siguientes hasta la actualidad; pese a no ser la nación española una potencia hegemónica. Este último hecho nos permitiría hablar, a partir de ese momento, propiamente de leyenda negra.

[6] Hemos estudiado personalmente este asunto, con publicaciones donde adelantamos algunas de nuestras hipótesis, conclusiones y establecemos un catálogo de topoi identificables; por lo que, para profundizar en el tema y en la bibliografía pertinente, remitimos a ellos (Blanco Robles, 2022a; 2022b). Aquí tan solo daremos unas notas mínimas, pues es otra nuestra pretensión.

[7] La única y reveladora excepción es una carta de Mitrídates del año 88 a.C., que fue grabada en piedra en la ciudad de Nysa (Asia Menor), donde califica a los romanos de “enemigo común de la humanidad” (ll. 6-7: τοὺς κοινοὺ[ς πολε]μίους διαπέμπεται Ῥωμαί<ους>) (Welles, 1934: nº 74; McCabe, 1991: nº 8).

[8] Ant. Rom. I.4.3 (Jiménez y Sánchez, 1984).

[9] Pol. XXXVI.9.1-5 (Balasch, 1983): “En Grecia se habló mucho y muy diversamente de los cartagineses cuando fueron derrotados por los romanos; también de Filipo el Impostor. Pero, primero, se habló de los cartagineses y, después, de Filipo el Impostor. Las opiniones y las tesis acerca de los cartagineses eran varias, pues unos alababan a los romanos y sostenían que habían deliberado sobre su imperio de manera prudente y práctica. Destruir el miedo al enemigo siempre inminente, la ciudad que les había disputado tantas veces la hegemonía y que todavía ahora podía disputársela si se ofrecía la oportunidad, asegurar el dominio de la propia patria, fue cosa de hombres juiciosos y que ven muy lejos. Algunos contradecían todo esto”. La polarización de la opinión es obvia, aunque el tiempo demostró que fue la imagen más negativa la que terminó sepultando las voces que, como la de Polibio, trataban de contrarrestar crítica y filosóficamente la incipiente propaganda negativa contra Roma que emergía entre los griegos.

[10] Pol. I.63.9 (Balasch, 1981): “Ello evidencia lo que ya establecimos al principio: no por la Fortuna, según sostienen algunos griegos, ni por casualidad, sino por una causa muy natural, los romanos, entrenados en tales y tan rudas campañas, no sólo intentaron audazmente la hegemonía y el gobierno del universo, sino que, además, consiguieron su propósito”.

[11] Deducimos indirectamente de las palabras de Polibio y, sobre todo, por la referencia posterior de Tito Livio (IX.17-19) que nos confirma que los griegos estaban pensando, naturalmente, en Alejandro Magno: “Creí indispensable hacer memoria del tema con cierta amplitud, porque algunos griegos, con ocasión de la derrota de los macedonios, juzgaron que lo sucedido era increíble y, luego, muchos se preguntaron el cómo y el porqué de la inferioridad de la ordenación en falange ante el armamento romano” (Pol. XXXVIII.32.13) (Balasch, 1983).

[12] “No fue tal la causa que llevó a los romanos a hacerse con la hegemonía, sino que poco a poco habían caído en la ambición de poder que habían tenido los atenienses y lacedemonios” (Pol. XXXVI.9.5) (Balasch, 1983); “Los romanos habían guerreado contra todos los pueblos hasta someterlos y hacer aceptar irremisiblemente a sus oponentes una sumisión total y un cumplimiento estricto de lo ordenado” (Pol. XXXVI.9.6) (Balasch, 1983).

[13] “Roma desarraigó de cuajo el Imperio macedonio, y había culminado ahora, en su decisión con respecto a los cartagineses. Éstos no cometieron nada irremediable, pero se les trató de manera dura e irreversible” (Pol. XXXVI.9.7-8) (Balasch, 1983).

[14] “Ahora, al tratarse de los cartagineses, habían recurrido a fraudes y engaños (…). Esto era más propio de las intrigas de un déspota, que de una actitud civilizada y romana: el nombre lógico que merecía era sacrilegio y traición” (Pol. XXXVI.9.10-11) (Balasch, 1983).

[15] Ant. Rom. I.4.2; I.5.2.

[16] IX.17-19.

[17] Mor. De fort. Rom. 1.316C; 2.316E; 4.318A; 13.326A-B.

[18] En un momento, además, de una intensa propaganda cruzada entre romanos y cartagineses, como parece deducirse de los pasajes de Tito Livio (XXI.40-41; XXIII.5.11, 6.1-2; XXIV.47.4-5; XXV.1.6-12, 12.1-11; XXVI.13.7; XXVIII.12.2-4; XXIX.10.4-6). También Polibio alude a este hecho (III.61.5; IX.19.3-4; XV.12.9; XXIII.13).

[19] Hist. IV.69.

[20] Nos posicionamos totalmente en contra de aquellos autores que ven en estos y otros pasajes de Salustio, Tácito, o incluso Tito Livio o Pompeyo Trogo, una suerte de “antiimperialismo encubierto”, buscando criticar su propia patria y su expansión territorial a través de las orationes puestas en boca de los enemigos de Roma (Blanco Robles, 2022b). Claramente, se ha llevado al extremo la lectura e interpretación de dichas fuentes, y creemos que la raíz del problema pueda ser la confusión entre las críticas que estos autores hicieron a su sociedad, o mejor, a determinados grupos de la sociedad –principalmente las élites dirigentes, a las que ellos mismo pertenecían–, que entran dentro de la normalidad filosófica e intelectual de todos los pueblos en la Historia, pero que no debe mezclarse y confundirse con una crítica destructiva de la propia entidad e identidad estatal, o lo que es lo mismo, abogar por la desaparición de la República y/o el Imperio Romano. Esa es una interpretación que creemos desafortunada y no real, ni siquiera los autores griegos o de la koiné, de época imperial, aunque no comulgaran con el hecho de que Roma y los romanos fueran los gobernantes absolutos, probablemente quisieran que esa situación desapareciera en favor de los antiguos reinos helenísticos; preferían simplemente denigrarla. Creemos que este es un tema que merece investigación y que será muy prolijo, pues las obras de los autores clásicos no pueden leerse solamente en una única dirección.

[21] Sall. Hist. IV.69.2; 10; Liv. XXI.44.5; Diod. Sic. XXXII.fr.3.5.

[22] Sall. Hist. IV.69.5-6; App. Mith. XII.16; Dio Cass. LXII.3.1.

[23] Sall. Hist. IV.69.6-8; 19.

[24] Sall. Hist. IV.69.15; Just. Epi. XXXVIII.6.1; 7.

[25] Sall. Hist. IV.69.17; 21.

[26] Sall. Hist. IV.69.18; 20; Dion. Hal. Ant. Rom. I.4.1.

[27] Sall. Hist. IV.69.17; 22; Dion. Hal. Ant. Rom. I.4.1-2; Tac. Agr. 32.2; Just. Epi. XXVIII.2.1-10; XXXVIII.6.7.

[28] Sall. Hist. IV.69.5; 9-10; 16; 20; Just. Epi. XXXVIII.6.8; 7.8-9; App. Mith. XII.16; XII.70; Dio Cass. LXII.3.3-5; 4.2

[29] Es lo que en los autores latinos aparece siempre con el término servitus y sus derivados, frente a obsequium que suele aparecer en boca de los romanos cuando se refieren a su propio imperium sobre los demás; como es el caso de Tácito (González-Conde, 1996: 630-632). Sall. Hist. IV.69.11-12; 17; Liv. XXI.44; Just. Epi. XXXVIII.4.11-14; App. Mith. XII.16; XII.70; Dio Cass. LXII.3.1.

[30] Agr. 15; 30.2; 31.1-2; 32.4; Hist. IV.14.2-3; IV.17.2-4; IV.32.2-3; IV.64.2-3; Ann. II.9; IV.24; IV.46; IV.48; XIV.35. Tácito responde a todos estos tópicos propagandísticos únicamente una vez, a través del discurso de Petilius Cerialis (Hist. IV.73-74). Su extensión y los motivos incluidos en el mismo son de sumo interés, sobre todo porque rompen un tanto la narrativa que Tácito estaba imprimiendo en la obra, tratándose de un discurso pensado para enfrentarse claramente a todas las acusaciones antirromanas que Tácito venía recogiendo entre los bátavos y demás pueblos.

[31] Sall. Hist. IV.69.17; 20; Liv. XXI.44.5-7; Just. Epi. XXIX.2.2-5; Tac. Agr. 30.1-4.

[32] Sall. Hist. IV.69.17; Tac. Agr. 15.3; 30.5.

[33] Or. Sib. III.173-186; 334-336; 356-367; 410-412; 464-469.

[34] Or. Sib. IV.102-106; 115-118; 125-127; 130-136; V.28-34; 137-154; 155-178; 164-169; 214-219; 390-394; 408-413.

[35] Jn 11.47-48; Jn 18.28-38a; 19.1-16a.

[36] Ap 12; 13.1-8; 13.11-18; 14.6-13; 14.8-11; 16.17-21; 17.1-6; 18.20-24; 19-20. 

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