Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº19. Mar del Plata. Enero-junio 2024.
ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
Experiencia viajera e identidad en mujeres cronistas del siglo XXI
Mariana Bonano
Instituto de Investigaciones sobre el Lenguaje y la Cultura,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,
Universidad Nacional de Tucumán,
Argentina
mariana.bonano@filo.unt.edu.ar
Recibido: 05/03/2024
Aceptado: 20/04/2024
ARK CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24516961/vtdx7tyka
Resumen
La propuesta a desplegar apunta a examinar dos volúmenes de crónicas de viaje escritos por mujeres, publicados en los últimos años: Huaco retrato (2022), de la peruana Gabriela Wiener, y Otoño Alemán (2019), de la argentina Liliana Villanueva. En ambos textos, la memoria de la vida personal se abre a la experiencia histórica colectiva y a las preguntas acerca de la identidad en tanto búsqueda que inquiere en el pasado, en la lengua, en los orígenes familiares, y activa, al mismo tiempo, procesos de subjetivación que permiten rearticular nuevas formas de identificaciones migrantes. Tomando en cuenta que existe una genealogía del relato de viaje de mujeres, el presente trabajo se pregunta acerca de las inflexiones de la crónica migrante en el momento actual y propone pensar las escrituras de mujeres a la luz de categorías como “flexión de género” y “experiencia” delimitadas por las teóricas del feminismo.
Palabras clave: viaje, mujeres, crónica latinoamericana, siglo XXI, identidad.
Traveling Experience and Identity in Women Chroniclers of the 21st Century
Abstract
The proposal aims to examine two volumes of travel chronicles written by women, published in recent years: Huaco retrato (2022) by Peruvian Gabriela Wiener, and Otoño Alemán (2019) by Argentine Liliana Villanueva. In both texts, the memory of personal life opens up to the collective historical experience and to questions about identity as a search that inquires into the past, language, and family origins. At the same time, it activates processes of subjectivation that allow for the rearticulation of new forms of migrant identifications. Taking into account that there is a genealogy of the women's travel narrative, this work asks about the inflections of the migrant chronicle in the present moment and proposes to think about women's writings in the light of categories such as "gender bending" and "experience" delimited by feminist theorists.
Keywords: travel, women, Latin American chronicle, The 21st century, identity.
Experiencia viajera e identidad en mujeres cronistas del siglo XXI
Mujeres y relatos de viajes[1]
El viaje en tanto motivo de autoexploración identitaria en la narrativa de mujeres hispano y latinoamericanas se incorpora a una genealogía de textos de no ficción en los que históricamente han dominado la mirada y la voz masculinas. Las razones de la vinculación tardía de la subjetividad femenina con este tipo de relatos se asientan, como se conoce, en las condiciones históricas de la situación de las mujeres hispanoamericanas, relegadas en general de la experiencia del viaje en tanto este constituyó un ámbito más de la esfera pública hegemonizada por la autoridad masculina (Chavez Díaz, 2020; Borovsky, 2020). No obstante ello, la posibilidad de desplazarse hacia otros países o continentes que ciertas mujeres de la aristocracia disponían en calidad de acompañantes de sus maridos, abrió en el siglo XIX un espacio privilegiado para “dejar de ser espectadoras pasivas” (Borovsky, 2020: 7) y devenir en “observadoras de nuevas dimensiones espaciales y emocionales, e incluso en narradoras que exploraban la propia subjetividad” (Borovsky, 2020: 7). Con el tiempo y ya entrado el siglo XX, las mujeres ocuparon paulatinamente nuevos espacios de la esfera pública y la figura femenina de la viajera cobró fuerza en los escritos de mujeres destinados tanto a testimoniar —y traducir— una realidad extraña para los y las eventuales lectores/as locales, como al mismo tiempo, a reponer la experiencia personal a través del “registro privado, íntimo, de la autobiografía, el diario o las cartas” (Borovsky, 2020: 7).
De Juana Manuela Gorriti en el siglo XIX a una escritora viajera de fines del siglo XX como Hebe Uhart, las cronistas argentinas se apropiaron de una práctica escrituraria que, en la actualidad, deviene en heredera de un ejercicio ya atravesado por inflexiones a lo largo del siglo XX -entre otras, el Nuevo Periodismo[2] y la impronta del feminismo y de sus debates, movimientos con los que el presente estudio dialoga.
Desde la segunda mitad del siglo XX hasta el presente, proliferan las crónicas de escritoras que dan cuenta de sus desplazamientos a distintos lugares dentro de su país de origen o bien, al exterior. Mónica Bernabé, quien se ha ocupado del estudio de los y las cronistas actuales, señala algunos aspectos de estos viajes de escritores/as: en primera instancia, aduce, “implican el abandono de un espacio en donde escritura y ciudad se correspondían” (Bernabé, 2017:103); a partir de Beatriz Colombi, Bernabé agrega que “el desplazamiento de un escritor (ya sea migrante o residente) implica siempre una dispersión, una fuga del centro y una profusión temática” (Bernabé, 2017:103), “una desterritorialización de su trabajo de cronista, y esto supone, necesariamente, la invención de otra realidad” (Bernabé, 2017:103). Si satisfacer la curiosidad de los lectores había sido, desde finales del siglo XIX, una de las funciones básicas de la crónica modernista (Bernabé, 2017: 103), en los albores del XXI, la idea de la crónica de viaje se desvía de la del viaje turístico. Lejos del periplo de la enumeración asociado a ese tipo de trayecto, los/as cronistas trazan un recorrido caótico, metafórico, incluso alucinatorio, susceptible de ser identificado con la figura de la “errancia”[3] delimitada por Laura Arnés (2020) para gran parte de la producción de ficción y de no ficción de autoras argentinas actuales. La dimensión de la errancia carece de “identidades fijas”, realiza “desvíos de los caminos demarcados (de las citas de autoridad y de los cánones)” y construye “nuevas cartografías imaginarias (de nuevos estados y Estados)” (Arnés, 2020: 380).[4] Constituye una “potencialidad” y a diferencia de las figuras del “exilio” o del “migrante”, no hay una sensación de pérdida como tampoco de centro, impulsa sí “la reflexión sobre sus límites” (Arnés, 2020: 381).
Los periplos erráticos tan presentes en las crónicas del emblemático Banco a la sombra (2007), de la argentina María Moreno, cobran fuerza en las crónicas de otras autoras en viaje, aparecidas en años más recientes. Tanto Otoño alemán (2019), de Liliana Villanueva, como Huaco retrato (2022), de Gabriela Wiener, delinean esos recorridos caóticos y fragmentarios en donde las narradoras se desplazan entre países, zonas topográfica y culturalmente delimitadas, cuyos límites dejan de ser “la marcación de un término para constituir una apertura donde algo inicia su presencia” (Bernabé, 2017: 128).[5]
Apelando a las conceptualizaciones de Bernabé, nos preguntamos acerca de qué es lo propio de estas escrituras de viaje emergentes en el siglo XXI o qué las diferencia de los relatos migrantes de mujeres decimonónicas. Ensayamos como primera aproximación a la cuestión, la imposibilidad de situarlas “en el lugar del corte entre hombre y mujer, entre vida y muerte, entre sanidad y enfermedad, entre lo valiente y lo mariquita”, como advierte Bernabé (2017: 128) en relación con la crónica de Moreno. Aunque están narradas desde una primera persona, recusan “el pacto autobiográfico o la fijeza de una identidad” que las “llevaría a recaer en la moral tranquilizadora de las buenas conciencias o de lo políticamente correcto” (Bernabé, 2017:128). Por esto, antes que autobiografías, pueden ser leídas como criptografías: “Lo propio de una subjetividad migrante es la de sostenerse por raíces portátiles que se hacen evidentes aquí en la impotencia del yo para afincar en un relato, menos aún, en un relato donde la nacionalidad emerja de un espacio topográfico” (Bernabé, 2017:136-137). En términos de Sylvia Molloy, podemos pensar que operan una lectura desde la “flexión del género”, esto es, según advierte Nora Domínguez (2021):
“(…) “leer” desde el género, lo que implica no leer en el punto de la dicotomía masculino/femenino para tautológicamente detectarla y confirmarla sino para determinar que en ese núcleo de lo decible y lo visible siempre está presente tanto lo no dicho, como su excedente” (Domínguez, 2021:225).
En diálogo con lo arriba explicitado y tomando como eje la narrativa del viaje en mujeres, el propósito del presente trabajo es examinar las crónicas migrantes de Wiener y Villanueva a la luz de la categoría “experiencia”, la que utilizamos aquí no tanto para dar cuenta de algo efectivamente vivido sino para desbaratar el supuesto de un conocimiento abstracto-general que garantice universalidad y trascendencia en nombre de lo masculino.[6] En esta dirección, seguimos a las teóricas del feminismo que como Nelly Richard, conciben la experiencia ya no como “la plenitud sustancial del dato biográfico-subjetivo que preexiste al lenguaje” sino como “el modo y la circunstancia en las que el sujeto ensaya diferentes tácticas de identidad y sentido, reinterpretando y desplazando las normas culturales” (Richard, 1996: 738-39). Es decir, designa “una zona políticamente diseñada a través de la cual rearticular procesos de actuación que doten a un sujeto de movilidad operatoria para producir identidad y diferencia como rasgos activos y variables” (Richard, 1996: 739).
Retomando las ideas antes explicitadas, la aproximación a los textos de la peruana Wiener y de la argentina Villanueva, tendrá como fin preguntarse por el viaje femenino y las inflexiones de la mujer en viaje, poniendo foco en los desplazamientos identitarios. Si concebimos la identidad en tanto “práctica articulatoria: un proceso de subjetividad que se deshace y rehace mediante identificaciones tácticas con diferentes posiciones móviles y cambiantes” (Richard 2002: 100), el nomadismo de identidades en transición se formula “sin una unidad esencial y contra ella” (Richard 2002: 100); no renuncia, sin embargo, al desafío de “conciliar la parcialidad y la discontinuidad con la construcción de nuevas formas de interrelación y proyectos políticos colectivos” (Braidotti, citado en Richard 2002: 100). Es en función de esta articulación entre lo íntimo y lo colectivo que la idea de viaje se resignifica en los textos de estas autoras, emergentes en el s. XXI. Si las escrituras viajeras actuales se inscriben dentro del denominado “giro subjetivo” (Beatriz Sarlo, 2005) y “giro afectivo” (Leonor Arfuch, 2016), tendencias culturales marcadas por la proliferación de las narrativas del yo en una época donde se resquebrajan los grandes relatos modernos y afloran las subjetividades diversas y subalternas, ello no impide que dichas escrituras se abran a la otredad y a lo colectivo. De esta forma, la “espectacularización del yo” como fenómeno actual en el que tan exhaustivamente ha indagado la antropóloga Paula Sibilia (2008),[7] adquiere, como veremos, una dirección diferente tanto en Huaco retrato como en Otoño alemán. Mientras que en Wiener, la historia personal que exhibe la cronista, dialoga permanentemente con la historia del continente americano y la problemática relación entre colonizados y colonizadores, en Villanueva, la apelación al relato en primera persona permite introducir la experiencia colectiva de la extranjería y de una sociedad plebeya montada sobre subjetividades que fluyen entre relaciones de mismidad y alteridad.[8]
Huaco retrato (2022) de Gabriela Wiener y un periplo hacia la descolonización del deseo
Según advierte Nancy Fraser, “la familia no es un ‘refugio’ en un mundo despiadado. En este mundo, lo ominoso está en la misma cadena semántica donde habita lo familiar, en el sentido que señala Freud (1990): como retorno de una variación de lo terrorífico que proviene de lo familiar” (Minici, 2020: 131). Es así como se presentan muchas de las escenas familiares en los textos de Gabriela Wiener, sobre todo en aquellos que como Huaco retrato, pueden ser inscriptos dentro de ese amplio y variado repertorio denominado “narrativas del yo”. La propia Wiener —autora peruana actualmente radicada en Barcelona— ha llamado a sus relatos “crónicas personales, esas que se mueven en la frontera de lo público y lo privado” (2012: s/p).[9] Si bien prácticamente todos sus textos están atravesados por esa conjunción entre un yo íntimo y un yo espectacular (Angulo Egea, s/f) que caracterizan una parte de los relatos en primera persona actuales, dos de sus obras, Nueve lunas. Viaje alucinado a la maternidad (2012 [2009]) —dedicada a ficcionalizar la experiencia de la maternidad— y ahora Huaco retrato (2022), adquieren sobre todo esta impronta.
La recurrencia en la narración a la experiencia cotidiana o a diferentes registros de la intimidad, ligados con la novela familiar, el cuerpo y la enfermedad,[10] posibilita al yo narrativo construido por la autora identificarse con un sujeto femenino, reivindicativo y crítico de la condición de la mujer en las sociedades heteropatriarcales. Angulo Egea (s/f) ha señalado bien que tal posición no aparece explicitada en los textos de Wiener, en donde “el cambio social no es el principal objetivo” (Egea, s/f: 152); en este sentido, podemos afirmar que la escritora no despliega explícitamente un enfoque de perspectiva de género en sus crónicas. Sin embargo, delimita un yo narrativo fuerte, un ethos exhibicionista que atrae al lector como un voyeur y emplea su sexualidad como un arma combativa para remover conciencias (Angulo Egea, 2010).
De manera semejante a lo señalado por Darrigrandi, Mahieux y Méndez (2020) respecto de la cronista Moreno, en Wiener, la disidencia se construye como un diálogo entre la acción y la escritura. De hecho, la autora de Huaco retrato no solo se identifica en su escritura con los posicionamientos de las disidencias de sexo-género, sino que participa activamente en el espacio público a través del activismo performático y el poliamor. Al respecto, la investigadora española María Angulo Egea ha señalado que Wiener se acerca en su militancia a “un compromiso feminista más bien ligado a la experiencia del postporno, defendido en España por activistas como Itziar Ziga y María Llopis, o en Francia por Virginie Despentes” (s/f: 152). De acuerdo con Angulo Egea, el postporno abarca “una serie de discursos que rompen con el régimen hegemónico de representación de la sexualidad” (Angulo Egea, s/f: 152), al figurar sexualidades alternativas o disidentes, sobre todo con fines político-sociales.[11]
En Huaco retrato, la cronista viaja y habita intermitentemente entre Perú y Barcelona, entre su lugar de origen y su lugar de residencia actual, pero también entre un pasado ligado a la colonización y un presente marcado por la expropiación de aquellos “huaqueros”, hombres como su tatarabuelo, que devinieron en “saqueadores de yacimientos arqueológicos” y que “extraen y trafican, hasta el día de hoy, con bienes culturales y artísticos” (Wiener, 2022: 12).[12]
La escena que abre el relato no transcurre en Lima ni en otro lugar de Perú, tampoco en Barcelona. La figura de la autora/cronista asoma en una sala de un museo etnográfico de París, casi debajo de la Torre Eiffel; parada frente a la vitrina que alberga piezas precolombinas aportadas por su ancestro, el explorador austríaco Charles Wiener, observa su contorno reflejado en esas figurillas que a la vez se le parecen: “personajes de piel marrón, ojos como pequeñas heridas brillantes, narices y pómulos de bronce tan pulidos como los míos hasta formar una sola composición, hierática, naturalista” (Wiener, 2022: 11). De repente, lo ajeno deviene en familiar; la mirada sobre el cuerpo propio permite a la cronista introducir su historia familiar a la luz de la historia occidental del continente americano, marcado desde sus inicios por la violencia de las expropiaciones coloniales:
“Un tatarabuelo es apenas un vestigio en la vida de alguien, pero no si este se ha llevado a Europa la friolera de cuatro mil piezas precolombinas. Y su mayor mérito es no haber encontrado Machu Picchu, pero haber estado cerca.
El Musée de quai Branli se encuentra en el VII Distrito, en el centro del muelle del mismo nombre, y es uno de esos museos europeos que acogen grandes colecciones de arte no occidental, de América, Asia, África y Oceanía. O sea que son museos muy bonitos levantados sobre cosas muy feas” (Wiener, 2022:11).
Desde ese mismo momento, en la sala que lleva su apellido, la narradora deambula, erra, entre su historia personal y privada y la colectiva de los habitantes americanos; su historia íntima le permite acceder a la memoria compartida porque, como advierte Arnés, “Lo privado, la intimidad y los afectos no son ni fueron nunca otra cosa que públicos y políticos” (2020: 380). Una historia atravesada por negaciones e invisibilizaciones, productos de un orden heteropatriarcal impuesto por el sujeto europeo y blanco: “En la familia no hay una sola foto de María Rodríguez. Nunca sabremos cómo era su cara. A la mujer que inicia la estirpe de los Wiener en el Perú, la que llevó un embarazo solitario y amamantó a un semihuérfano, a ella se la ha tragado la tierra” (Wiener, 2022: 57).
El viaje errante se presenta como la oportunidad para acceder a ese pasado borrado dentro de la historia familiar y, sin embargo, omnipresente en la vida de la cronista, quien encuentra en sus antepasados maternos su filiación indoamericana. Físicamente, su rostro se acerca al de los indígenas de los huacos retratos, una “foto de carnet prehispánica” tan realista que el observarlo, aduce, “es para muchos como mirarnos en el espejo roto de los siglos” (Wiener, 2022: 61). Si “huaquear” es “abrir, penetrar, extraer, robar, fugarse, olvidar” (Wiener, 2022: 57), el periplo emprendido en busca de ese linaje americano, actúa para la narradora como aquello que intenta restituir lo que le ha sido arrebatado a través de los tiempos y cuya falta resulta imposible de reponer. La colonización ha actuado sobre los cuerpos, marcándolos; estos constituyen la máscara impostada de una identidad construida sobre los despojos acuñados, ante la mirada perpleja de ese “otro/el mismo” europeo blanco, a la vez extraño y familiar:
“¿Qué pensaría Charles de mí si me viera ahora? ¿Me acercaré al menos en parte a ser la culminación de su proyecto civilizador o seré, más bien, otro intento fallido? La india que vino a estudiar a España y no aprendió nada. La que vino con su esposo cholo y se enamoró también de una mujer blanca que practica el amor libre” (Wiener, 2022: 60).
El discurso de Huaco retrato deconstruye las instancias de enunciación identitarias sustentadas en una idea de homogeneidad sociocultural, lingüística o de sexogénero. Entre la familiaridad y la alteridad, lo propio y lo ajeno, la figura de la cronista emerge frente a la de un tatarabuelo quien, como ella, resulta “un escritor que viaja”, escribe “autoficción” y expresa una “postura involuntariamente antiacadémica y ególatra” (Wiener, 2022: 99). Aunque denosta “los pasajes coloniales, racistas y crueles de los libros de Wiener” (Wiener, 2022: 98), no puede evitar identificarse con “su forma atroz de intervenir en la realidad cuando la realidad falla y de hacer de su experiencia la medida de todo” (Wiener, 2022: 98). Es justamente esa línea de continuidad en su historia familiar, la que le permite introducir la dimensión de lo histórico colectivo: “Se revela así un puente hasta ahora invisible entre nosotros, uno que atraviesa la historia, lo que somos y no fuimos para cada uno, lo que no nos atrevimos a ser, algo que se llama impostura” (Wiener, 2022: 99).
La mirada ambigua, de rechazo y a la vez de reconocimiento, que la narradora expresa en relación con su ascendiente paterno, es también erigida por ella en relación con el cuerpo. Frente a la idea de un cuerpo siempre igual a sí mismo, un cuerpo cuya identidad es fundada y se asienta en la anatomía,[13] el discurso de Wiener apunta a descentrar y a descolonizar, al desenmascarar el “engaño” con el que opera la cultura patrística del colonizador. Tienta una intervención que se pretende descolonizadora, al cuestionar la imagen proyectada a partir del espejo ancestral en el que se mira y observa su cuerpo y su propia identidad erigida en la frontera de la conciencia propia y la ajena.[14] El cuerpo deja de ser el lugar primigenio asociado a una identidad social y sexual natural, para pasar a ser un lugar fluctuante, el asiento de una identidad vivida y experimentada como proceso.
En el relato, emerge la figura de una practicante del poliamor, en un trío conformado junto a un hombre mestizo de origen peruano y una mujer blanca de origen español. De esta manera, el discurso tiende a desorganizar el sistema de oposición binario sobre los que se erigen la identidad social y sexual de la cronista e instaura el autocuestionamiento, descentrando las certezas: “Pero cuanto más disidente me presumo, más instalada en el establishment me encuentro” (Wiener, 2022: 70). “La sexualidad en convivencia demanda pedagogía diaria, actitud contrita, libertad hasta donde empieza el sueño o la inapetencia del otro, onanismo o más amantes” (Wiener, 2022: 86). “Yo creía que tenía ese poder, no el de querer y desear a más de una persona, (…), sino el de lograr con mucho esfuerzo compaginar esas dos dimensiones del amor, (…), sin tener que escapar, sin dejar a ninguno atrás, haciéndome cargo, (…). Pero no tengo ese poder y si lo tuve, lo perdí” (Wiener, 2022: 86-87). El lenguaje subvierte, desestabiliza, tornando “ambiguo el significado de cualquier oposición binaria” (Richard, 1996: 744). En la duda, está la afirmación, que solo es posible en su relación con un colectivo:
“Me entero de que se está organizando entre varias un grupo de afinidad llamado “Descolonizando mi deseo” para hablar de cuerpos y sexoafectividad. Solo para racializarlas. Me apunto. Estoy decidida a ir y trabajar en esto. El nombre me representa ahora mismo como nada. Quiero cercenarme el patriarca que me habita y dejar de celar a mi novia española” (Wiener, 2022: 105).
La identidad sexual es como plantea Nelly Richard, trabajada en términos de “relacionalidad”,[15] en la frontera identidad/diferencia, “desatando en su interior la revuelta espasmódica de la desidentidad” (1993: 139). La racialización permite la descolonización del deseo identificado este con el cuerpo sexualizado blanco y delgado de la mujer europea. El discurso performativo del texto da cuenta de un colectivo que no niega la diferencia, pero tampoco excluye y subyuga la otredad. Construye una subjetividad “contaminada”, “ya no como autoexpresión coherente de un yo unificado (...), sino como una dinámica tensional cruzada por una multiplicidad de fuerzas heterogéneas que la mantienen en constante desequilibrio” (Richard, 1993: 138).
A partir de las marcas que el texto de Huaco retrato delimita, podemos establecer que la crónica de viaje de Wiener impulsa una discursividad que cruza la genealogía familiar de la narradora con la historia colectiva del continente americano, a la vez que apunta a descentrar la idea de un cuerpo sexualizado según la lógica binaria imperante en las sociedades heteropatriarcales de los colonizadores occidentales. El yo narrativo se mueve entre el reconocimiento de la mismidad y el extrañamiento frente a la otredad; hay algo de lo familiar en lo que se identifica y a lo que rechaza al mismo tiempo: “Hay algo de esta mezcla perversa de huaquero y huaco que corre por mis venas, algo que me desdobla” (Wiener, 2022: 61), afirma la cronista. En ese devenir, la experiencia personal se inscribe en una experiencia común y a la vez heterogénea, atravesada por posiciones identitarias que se diseminan y proponen dimensiones alternativas, descolonizadoras. La racialización de los cuerpos y de las sexoafectividades actúa en este sentido como una forma de intervención que procura cuestionar los intercambios de sexo género establecidos por el statu quo del colonizador.
La Berlín de Otoño Alemán: entre la desterritorialización y las voces plebeyas
En Otoño Alemán, de la argentina Liliana Villanueva, el lenguaje da cuenta de una experiencia móvil, cambiante, en permanente proceso de construcción y autoconstrucción del sujeto. La narración explora los avatares de una joven arquitecta llegada a Berlín en el otoño de 1989, poco antes del histórico suceso de la caída del Muro, ocurrido el 9 de noviembre de ese mismo año. Advenediza, la cronista presencia ese día como “el más largo de la historia” (Villanueva, 2020: 114).[16] La caída de la frontera que dividía a la ciudad impulsa una narración atravesada por la experiencia del “entre” a la vez que por la reflexión acerca del lenguaje:
“Herbst se dice otoño en alemán y en la palabra se siente la humedad de la escarcha, se escucha, las pequeñas gotas que se forman en una mañana fresca sobre la superficie aterciopelada de una hoja. La traducción del adjetivo herb es áspero, ácido, agrio o seco (para el vino), pero no puedo dejar de asociar la palabra con algo suave, una superficie acariciable, de consistencia textil, más terciopelo que piel, el vello intocado de una flor de loto” (35).[17]
El relato, dividido en tres partes, “Otoño Alemán”, “Berlín 1990” y “La noche de Alemania”, discurre a través de diferentes zonas de Berlín entre las que la cronista se desplaza con una cámara de fotos y un cuaderno de notas en las manos. La escritura que adviene treinta años después, interviene en esos recorridos por la ciudad alemana antes y después de la unificación, mediante el intento de restitución y traducción de la experiencia pasada a un público lector alejado en tiempo y en espacio de ese momento histórico y sobre todo, demarcatorio para la vida personal de la narradora, quien a la distancia advierte: “(…) estaba por empezar mi vida de arquitecta. Por primera vez sentía, con una intensidad nueva, que mi vida estaba en mis manos” (38). Años más tarde, esa seguridad atañe una certeza diferente: “(…) no sabía, no podía saber, que estaba practicando un ejercicio que muchos años más tarde se convertiría en un hábito y una profesión, la de cronista y viajera” (36).
La apertura de esa frontera o esa pared -nominaciones españolas en femenino para su equivalente en alemán die Mauer por las que opta la narradora- constituye para ella, según señala, una inauguración o un inicio de vida alejado de lo que ella advierte como “lugares comunes” de la lengua, “automatismos”, “callejones sin salida de los que sólo se puede salir marcha atrás” (113). Sus desplazamientos por la ciudad alemana, atañen entonces también a esos desplazamientos identitarios que signarán la existencia de la cronista a lo largo de los diez años que reside itinerantemente en el país germánico, en su anhelo por “no caer en las mismas comodidades del idioma” (113). La desterritorialización en tanto fuga de los lugares establecidos, interviene en la posibilidad de acercarse a esos otros “lugares imaginarios” que le permiten la creación de realidades en las que puede perderse a la vez que reencontrarse en su vuelta al idioma materno, aquel que la cobija como “las paredes de una casa amiga” (277). En estas dispersiones topográficas, culturales e identitarias, en el camino de esa errancia, es justamente la lengua la que adquiere centralidad para la narradora, en la medida en que actúa como mediadora entre sus lugares conocidos y aquella realidad todavía ajena a la que intenta aproximarse. Justamente es a partir de la “escucha” de la lengua extranjera y de su extrañeza, cuando la categoría de género interviene para desnaturalizar aquello que aparece como espontáneamente incorporado al idioma materno: “Desde que el idioma alemán se convirtió en mi lengua de cada día me pregunto si el género influye en la manera en que las personas ven la realidad y la interpretan” (111).[18] Así también, la familiaridad con esa otra lengua impele a la cronista a posicionarse y esa toma de posición se liga a una mirada desde el género y desde la flexión feminista, dispuesta a leer en la textualidad de la lengua el núcleo de lo no dicho, o bien, su excedente:
“¿Cómo puede la guerra ser un sustantivo masculino? La guerra está para mí representada por una madre que sufre, pero cuando escucho la misma palabra en alemán, der Krieg, pienso en un soldado que cae en la batalla sobre un campo helado. Hasta en ruso la palabra guerra es femenina, (…) y está asociada a mi concepto de madre que sufre” (111).
Este ejercicio de torsión sobre la lengua es asimismo llevado a cabo por la cronista en relación con los instantes de la narración que marcan una posicionalidad identitaria. Si bien la escritora de Otoño alemán tampoco despliega explícitamente un enfoque de perspectiva de género en sus crónicas, lee la experiencia desde un lugar que permite desmontar el régimen hegemónico de representación de la realidad basado en binarismos; desplaza la mirada hacia la escucha de esas otras voces plebeyas. Acuñamos la expresión “lo plebeyo” en el sentido otorgado por Bernabé para caracterizar los textos de otras cronistas. De acuerdo con la autora, se trata de “un movimiento, un gesto dinámico de apropiación escandalosa, un uso y una ocupación —una invasión— violenta de un espacio preservado” (Bernabé, 2017: 119). En Otoño alemán, lo plebeyo se identifica con las figuras de las múltiples mujeres con las que la cronista se cruza y en torno a las cuales ensaya diferentes identificaciones. Mientras que para la mayor parte de los berlineses, su identidad de mujer argentina/latinoamericana se compone mediante una “discriminación positiva” (Villanueva, 2019: 204),[19] el contacto con las mujeres extranjeras le ofrece otras posibilidades: la de la risa cómplice, la del actuar fuera de la norma, la del abrazo y el amparo, la del ejercicio de la libertad:
“Bailamos entre nosotras pero estamos tan borrachas que nos caemos al piso. Hasta que el tipo grandote de la entrada se nos acerca y nos dice que no se aceptan parejas de mujeres solas. Janina lo enfrenta:
-¡Somos rioplatenses! ¡El tango nació en el Río de la Plata!” (253).
A lo largo del texto, la enunciación discursiva refrenda la pertenencia de la narradora a una comunidad socioidentitaria que excede los límites topográficos del territorio argentino. El relato transcurre entre la ajenidad que concitan los lugares de género tradicionalmente asignados en la división sexual y el autocuestionamiento provocado por los prejuicios que la propia cronista detenta. Por una parte, desnaturaliza los lugares comunes en los que suelen incurrir los hombres cuando se dirigen a las mujeres: “-Quizás usted, Frau Vilanova, se convierta en la nueva musa de Andreas./ Le contesté que no había estudiado siete años de arquitectura para convertirme en la musa de nadie” (216). Por otra, dedica capítulos enteros a retratar a las mujeres que conoce a lo largo de su travesía y con las cuales mantiene un vínculo perdurable. Entre dichas figuras, aparece Renate, la “bella berlinesa del Este” con quien entabla una amistad que se prolonga a lo largo de treinta años, o Elisabeth, su vieja amiga de Aquisgrán, considerada por muchos como una persona fuera del sistema, alguien que “por su comportamiento o rechazo a las normas sociales” queda “fuera de la sociedad” (182).
Las imágenes de mujeres que habitan en/ y transitan a través de Berlín, posibilitan a la autora la identificación con una comunidad plural, integrada por etnias y culturas diversas, una comunidad plebeya que actúa como referencia más allá de las diversas nacionalidades de origen. Aquí, como en Wiener, la identidad de la figura en primera persona que se construye en el relato, fluye entre el reconocimiento de la mismidad y la alteridad. Las identidades femeninas que la autora delinea, se alejan de un estereotipo genérico, tal como resulta pautado por las normas reguladoras de la sociedad heteropatriarcal. Es en virtud justamente de la negación del estereotipo y de la construcción de núcleos de sentido diversos, que Villanueva puede afirmar la existencia de subjetividades fluyentes al tiempo que su propia subjetividad.
Conclusiones
Según vimos a lo largo del análisis, la aproximación a los libros de viaje de Wiener y de Villanueva, respectivamente, tuvo el objeto de abordar dos crónicas de mujeres escritoras situadas en el siglo XXI, en las cuales la apelación a la narrativa del yo se vincula con la posibilidad de plantear subjetividades políticamente articuladas, subjetividades fluyentes, desencializadas, pero a la vez capaces de interpelar a la historia y a la sociedad. De este modo, la experiencia del viaje no se integra en estos textos como un producto de una vivencia particular ni tampoco en los términos de un relato unificado del yo. Hay en estas narraciones un ímpetu cuestionador de la realidad y de la propia subjetividad de las cronistas, quienes emergen como figuras en la narración que desplazan categorías de lectura binarias y proponen nuevas formas de relaciones con los/as otros/as. En Wiener, el impulso decolonizador se conjuga con la propuesta de racialización de los cuerpos y de las sexoafectividades, una forma de intervención que procura delimitar intercambios de sexo género alejados de los de la historia cultural patrística. En Villanueva, los desplazamientos -a la vez topográficos y simbólicos- se vinculan con la desterritorialización y al mismo, tiempo, con la posibilidad de articular la pertenencia a una comunidad socioidentitaria diversa pero susceptible de integrar subjetividades plebeyas. En esta dirección, hacemos extensivo a estas crónicas lo que advierte Jezreel Salazar (2023) respecto del movimiento llevado a cabo por Wiener en otros de sus textos:
“(…) interesa de la escritura autobiográfica actual, aquella que logra constituir subjetividades políticas. Esto es posible en la medida en que tales maneras de representar al yo se vuelvan al mismo tiempo formas de subjetivación y modos de desidentificación. Como afirma Jacques Rancière, “Si la literatura testimonia de algo que importa a la comunidad, es por ese dispositivo que introduce la heteronomía en el yo” (53). Así, las retóricas autobiográficas en el mundo contemporáneo se vuelven más o menos valiosas, dependiendo de la manera en que representen el problemático lazo entre identidad y otredad. O, para decirlo con otras palabras, las obras autobiográficas significativas políticamente son las que consiguen llevar a cabo procesos de des-identificación del yo en su relación con el otro, son las que logran romper la cárcel narcisista del yo priorizando espacios para formas de vida otras” (Salazar, 2023:70).
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Mariana Bonano es Profesora, Licenciada y Doctora en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán. Investigadora Adjunta del CONICET-INVELEC. Profesora Adjunta en “Periodismo” y “Seminario de Trabajo Final” de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UNT. Directora del Proyecto de investigación PIUNT H706 “Emergentes culturales e identitarios en el campo comunicacional argentino del siglo XXI”. Representante Alterna de la Facultad de Filosofía y Letras en el Consejo de Investigaciones de la UNT. Integra el cuerpo docente de la Especialización en Estudios de las Mujeres y de Géneros de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT. Sus líneas de investigación actuales son la crónica y el periodismo narrativo latinoamericano del paso del siglo XX al XXI, y en particular, la escritura de mujeres cronistas latinoamericanas.
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[1] Este trabajo se enmarca dentro de la investigación más amplia que desde 2022, llevo a cabo como Investigadora Adjunta del CONICET. La misma está dedicada a las crónicas de viaje en autoras latinoamericanas e incluye textos de las escritoras María Moreno, Hebe Uhart, Liliana Villanueva, Alma Guillermoprieto, Gabriela Wiener y Leila Guerriero.
[2] En términos estrictos, se llamó Nuevo Periodismo -o también, non ficción novel- a un movimiento que irrumpe con fuerza en la década de 1960 en Norteamérica, ligado fundamentalmente a la actividad de escritores reporteros como Tom Wolfe o Truman Capote, quienes demandan una renovación profunda de la práctica periodística frente a una realidad cambiante. Los principales cultores de esta tendencia platearon una variedad compleja en sus modos de asumir dicha renovación. En América latina, la práctica del Nuevo Periodismo o periodismo narrativo, está vinculada con la obra de autores como Rodolfo Walsh o Gabriel García Márquez, quienes abogaron por una escritura más comprometida y conjugaron el despliegue de una narrativa de no ficción con un afán de denuncia de la realidad social y/o de crímenes políticos. Para una indagación más acabada, cfr. entre otros, los artículos de nuestra autoría “Las transformaciones de la prensa en la década de 1960. El Nuevo Periodismo y su relación con la narrativa de no ficción en Estados Unidos y en Argentina” (Bonano, 2008) y “Prensa y literatura en Estados Unidos y en Argentina. Hacia el Nuevo Periodismo de los ‘60 y el periodismo narrativo del paso del siglo XX al XXI” (Bonano, 2020).
[3] Las cursivas son del original.
[4] Arnés ancla esta figura en la del nomadismo de clase, género y sexualidades propuesta por la feminista Rosi Braidotti en la medida en que “evoca o expresa salidas alternativas a la visión falocéntrica” e implica “la subversión de las convenciones, el deseo de transgresión y tránsito constante” (Arnés, 2020: 380). Aclara que la misma es “localizada sexualmente, racialmente, históricamente y geográficamente” (Arnés, 2020: 380).
[5] El remarcado es del original.
[6] Respecto de la categoría “experiencia”, remitimos a la bibliografía crítica que anuda experiencia y narración/ experiencia y arte, núcleos presentes en autores como Walter Benjamin o Hans-George Gadamer, este último impulsor de la hermenéutica filosófica. En línea con estos pensadores, Beatriz Sarlo piensa a la experiencia como “lo que puede ser puesto en relato, algo vivido que no solo se padece sino que se transmite” (Sarlo, 2005: 31) y Leonor Arfuch (2005) postula que tanto la propia experiencia como la experiencia histórica requieren de la mediación del discurso de la narración para su configuración.
[7] Hemos desarrollado este aspecto de la producción de cronistas mujeres con mayor detenimiento en un trabajo anterior de nuestra autoría. Cfr. Bonano (2022).
[8] Explicamos la idea de “lo plebeyo” más abajo, en el segmento dedicado al análisis de Otoño alemán.
[9] Respecto del posicionamiento político de Wiener en su escritura, introduzco a continuación algunas de las proposiciones vertidas en un trabajo previo de nuestra autoría, dedicado al estudio de otro libro de la cronista. Al respecto, cfr. Bonano (2022). Aunque no es nuestro propósito indagar en la bibliografía crítica sobre Wiener y las cuestiones de la intimidad en sus textos, remitimos a los trabajos de reciente aparición que abordan este aspecto de la autora, además del propio mencionado con anterioridad: "La intimidad del cronista como materia de estudio del propio cronista. Un estudio de caso: Gabriela Wiener", de A. López Hidalgo e de I. López Redondo (2020) y "Entre el cuerpo social y el deseo íntimo: la crónica del yo de Gabriela Wiener", de Jeezrel Salazar (2023). Entre los aportes sobre Huaco retrato, mencionamos los de Peinador (2022) y Sánchez y Sensini (2022), ambos incluidos en el número 29 de la Revista Letral: Revista electrónica de estudios trasatlánticos de literatura.
[10] Tres de los aspectos que Julián Gorodischer (2018) señala en relación con la crónica íntima en periodistas narrativos actuales.
[11] La posición política implicada en la escritura de Wiener es reconocida por la propia cronista, de acuerdo con lo señalado por Angulo Egea en una de las entrevistas realizadas a la autora. Allí, la cronista peruana destacaba que “[…] al principio de los tiempos no tenía tanta conciencia de eso, después sí que me he interesado en entender que también la exposición que hacía de mi intimidad y de las cosas personales tenía un punto decididamente político” (citado en Angulo Egea, s/f: 152). La propia Wiener establece sin embargo la distancia de su posición con la del feminismo existencialista de Simone de Beauvoir: “En lo conceptual, muchas veces coincido con Simone. En lo concreto, menos” (Angulo Egea, s/f: 152).
[12] Todas las citas de Huaco retrato introducidas en el presente trabajo, pertenecen a la edición de 2022 referenciada en el listado bibliográfico al final. Respecto del origen de la palabra “huaquero”, la narradora se explaya al respecto: “La palabra huaquero viene del quechua huaca o wak’a, como se le llaman en los Andes a los lugares sagrados que hoy son en su mayoría sitios arqueológicos o simplemente ruinas. En sus catacumbas solían estar enterradas las autoridades comunales junto a su ajuar funerario” (Wiener, 2022: 13. Las cursivas son de la autora).
[13] La idea de una anatomía ligada a una determinada comunidad sociocultural e identitaria es enunciada por la cronista cuando se encuentra con la mirada de otros, identificados con aquellos que habitan en España. En ese encuentro, la imagen del otro es enunciada desde la alteridad: “Desde que vivo en España, me encuentro por lo habitual con gente que me dice que ‘tengo cara de peruana’. ¿Qué es la cara de una peruana? La cara de esas mujeres que ves en el metro. La cara que sale en el National Geographic. La cara de María que vio a Charles” (Wiener, 2022: 60).
[14] Hacemos uso del concepto bajtiniano de “frontera”. Para Bajtin, el hombre siempre se representa ubicado en el umbral, en un estado de crisis; la autoconciencia se determina por la relación a la otra conciencia (al tú). Toda palabra es dialógica, se vuelca hacia el interior y está vuelta hacia el exterior, se ubica en la “frontera”, en el encuentro entre el yo y el otro. Al respecto, cfr. Mijail Bajtin (1986, 1990).
[15] Richard propone imaginar una “experiencia de discurso” fluida, interdialéctica, situada en la frontera de lo concreto-material y lo lógico-categorial, entre la identidad y la diferencia; esto es, una experiencia que trabaje una noción de diferencia que sea relacionalidad.
[16] Todas las citas del libro incluidas en el presente trabajo, corresponden a la edición de 2019 referenciada en la Bibliografía final.
[17] Las cursivas pertenecen al original.
[18] “El sol y la luna tienen en alemán otro género gramatical que en castellano, (…). Para quien vive en las dos lenguas son muchas las palabras que se convierten en incondicionales transgéneros, como plaza (der Platz) o guerra (der Krieg), y además están las palabras neutras, das Land es el país o la región, das Mädchen es señorita. Lo interesante es que, con la excepción del plural masculino, los plurales en alemán son siempre femeninos, (…)” (Villanueva, 2019: 111. Las cursivas son del original).
[19] De manera similar a lo referido respecto de Huaco retrato, en la crónica de Villanueva emerge la pregunta por la alteridad y se cuestiona la idea del cuerpo asociado a un determinado estereotipo identitario: “Ya me acostumbré a que me cambien el nombre, a que me crean francesa, española, italiana o Indianerin, como una sobrinita de Jan que me acarició la mejilla y desilusionada con mi cara pálida me preguntó por qué la piel de mi cara no era roja, transformando mi nombre en Lilianerin” (Villanueva, 2019: 204. Las cursivas son del original). “Desde que vivo en Alemania, ya sea por mi aspecto o el color de mi pelo, por mi pelo o por mi impronunciable nombre, me veo irremediablemente expuesta a una discriminación positiva, pero es suficiente con viajar a España o a Francia para mimetizarme por completo, o hablar en alemán –(…)- para que por un rato se olviden de mi origen” (204).
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