Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº19. Mar del Plata. Enero-junio 2024.
ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
“Montañas inmensas empachadas de nieve eterna”
Impresiones de viajeras en la Patagonia argentina, primera mitad del siglo XX
Gisela Paola Kaczan
Centro de Investigaciones Proyectuales y Acciones de Diseño Industrial, Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño, Universidad Nacional de Mar del Plata, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina gisela.kaczan@gmail.com
Paula Gabriela Nuñez
Universidad de Los Lagos, Chile
Instituto de Investigación en Diversidad Cultural y Procesos de Cambio,
Universidad Nacional de Río Negro,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Recibido: 28/02/2024
Aceptado: 30/04/2024
ARK CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24516961/15kge3u4m
Resumen
El artículo analiza representaciones de viajeras en la Patagonia argentina en la primera mitad del siglo XX. Revisaremos estas ideas partiendo de la noción de viaje y su significado para las mujeres, y lo entrecruzaremos con las nociones de cuerpo y su vinculación con el espacio desde los estudios de género. Se busca, desde aquí, descubrir particularidades acerca del viaje femenino en las montañas y reflexionar sobre ellas prestando especial atención a las experiencias que se dan desde la corporalidad y los efectos sensoriales que estimula el imaginario patagónico. Para abordar el estudio revisaremos discursos narrativos y visuales desde fuentes que repararon en el turismo como actividad tales como registros de Parques Nacionales y guías de turismo, hasta revistas de amplia circulación y fotos de archivos regionales, públicos y privados, propios de la zona andina.
Palabras clave: mujeres andinistas, cuerpo, espacio, siglo XX, Patagonia.
“Huge mountains, covered by eternal snow.” Perceptions of female travelers in Argentine Patagonia, mid-20th century
Abstract
The paper analyzes representations of female travelers in Argentine Patagonia first half the mid-20th Century. We will review these ideas starting from the notion of travel and its meaning for women, and we will intersect it with the notions of the body and its connection with space from gender studies. From here, we seek to discover particularities about the female journey in the mountains and reflect on them, paying special attention to the experiences that occur from the corporality and the sensory effects that the Patagonian imaginary stimulates.
To approach the study, we will review narrative and visual discourses from sources that focused on tourism as an activity such as records of National Parks and tourist guides, to widely circulated magazines and photos from regional, public and private archives of the Andean zone.
Keywords: Andean women, Body, Space, 20th Century, Patagonia.
“Montañas inmensas empachadas de nieve eterna”
Impresiones de viajeras en la Patagonia argentina, primera mitad del siglo XX
Introducción
Entendemos que los viajes se originan por numerosos motivos y en numerosas formas, pero podemos decir que, en su generalidad un viaje implica movilidades, tanto físicas cuanto simbólicas. Es desplazarse geográficamente del lugar de origen hacia un destino que puede ser conocido o no. Es activar las expectativas, las dudas, las emociones para cambiar, de algún modo, lo que sucede en la vida cotidiana.
De allí, el hecho de que no sea casual que el viaje haya alimentado diferentes imaginarios y, para las mujeres, haya sido un móvil para trascender espacios, alejarse de los otros, alcanzar posiciones, superarse y activar otras sensibilidades (Kaczan, 2020). Pero no todos fueron concretados ni ajenos a la provocación de controversias. Atender al sentido de viaje de mujeres en un contexto de fuerte disciplinamiento social, como fue la primera mitad del siglo XX (Moriana Mateo, 2021) nos ubica en una disrupción, en tanto el movimiento en sí resultaba disruptivo para personas cuya naturaleza se entendía asociada a un orden doméstico fijo (Hontoria y Berenguer, 2013).
Estas estructuras de disciplinamiento social no solo condicionaban las formas de conducirse en la sociedad, también imponían criterios sobre la agencia corporal, sobre cómo sentir y gestionar las emociones. Desde aquí, la perspectiva de género ofrece miradas a través de las cuales interpretar argumentos e imaginarios instalados y su correspondencia con marcas y sensibilidades más estables o transgresoras y disidentes. Al poner en valor la experiencia, la subjetividad y la dimensión sensible de la existencia corporal permite revisar comportamientos asentados en las desigualdades entre varones y mujeres en prácticas cotidianas y también en aquellas que resultan distantes de lo habitual, como los viajes.
Los primeros estudios acerca de las relaciones entre viajes y mujeres, se han nutrido principalmente del aporte de narrativas sobre sus movilidades y del rescate de sus palabras, iniciados en las últimas décadas y en el marco de los estudios de las ciencias sociales y humanas. Se trata de historias y relatos de mujeres que, en la medida en que atravesaron geografías y campos culturales desiguales durante los siglos XIX y XX, abrieron horizontes, rompieron ciertas limitaciones sociales, descubrieron, se transformaron. Se coincide con Miseres (2017) toda vez que propone que cada viajera, cuando habla de los modos en los que se contactó con su sociedad, con la de otros y en cómo se construyó a sí misma y a esos territorios en medio de un espacio cultural en tránsito, está ofreciendo una forma más compleja y completa de pensar las relaciones culturales e identitarias en el siglo XIX.
En este camino, proponemos analizar representaciones de viajeras en la Patagonia argentina en la primera mitad del siglo XX, tomando este territorio como ámbito de exotismo y vacío donde el recorrido adquiría un carácter de aventura y desafío (Lema y Nuñez, 2021; Vicens, 2019; Piglia, 2018). Se busca, desde aquí, descubrir algunas de estas disidencias y reflexionar sobre ellas prestando especial atención a las experiencias que se dan desde la corporalidad y los efectos sensoriales que estimula el imaginario patagónico.
La hipótesis que guía este trabajo es que la fortaleza reconocida a las mujeres que transitan la montaña, se vincula no solo a una conciencia de género sino, también, a una pertenencia social, lo cual no quita valor a los logros, pero nos muestra la complejidad del avance del reconocimiento a las mujeres. Es decir, estas mujeres se inscriben como un ideal del empoderamiento femenino en relación con la demostración de sus capacidades de trascender espacios, pero apoyado en pertenencias sociales que reiteran prácticas androcéntricas.
Es decir, los sistemas de dominación se dan interseccionalmente. La interseccionalidad (Crenshaw, 1991) permite entender y visibilizar que hay un sistema de estructuras de opresión múltiples y simultáneas, que pueden generarse en diferentes contextos que tiene varios vectores como el género, la raza, la corporalidad, la clase, entre otros. A través de ella se pueden interpretar de otra forma los sistemas de opresión ya que aporta nuevos matices y variantes para repensar dimensiones de desigualdad.
Para abordar el estudio revisaremos discursos narrativos y visuales desde fuentes que repararon en el turismo como actividad, tales como registros de Parques Nacionales y guías de turismo, hasta revistas de amplia circulación y fotos de archivos regionales, públicos y privados propios de la zona andina, crónicas y relatos de viajes femeninos. Vale aclarar que las fuentes que empleamos no siempre gozaron de validez en el estudio historiográfico, sin embargo, aceptamos que tanto las imágenes cuanto los relatos personales, favorecen la reducción de la escala de observación e iluminan enfoques desde otros ángulos para interpretar aspectos menos convencionales o conocidos de los grupos y sus manifestaciones en clave de género a lo largo del tiempo.
El artículo se organiza en seis apartados. En el primero se esbozan algunas referencias teóricas que fundamentan el enfoque que se aplicará en los casos de estudio sobre espacios, cuerpos y emociones. En el segundo se avanza sobre las condiciones particulares de la región patagónica como espacio para el ocio y el turismo. En el tercero y cuarto apartado se exploran las experiencias de mujeres en la montaña en función al objetivo expuesto líneas arriba, articulando el sentido del género y de la idea de excepcionalidad. En el quinto se expone otra forma de viaje por una mujer al territorio sur argentino para establecer desigualdades y conexiones entre las percepciones y sus estrategias de comunicación. En el último apartado se desandan algunas reflexiones.
Cruces entre espacios, cuerpos y emociones
El marco teórico que fundamenta nuestras miradas en torno a los cuerpos que transitan los espacios son los aportes del pensamiento geográfico y la geografía feminista. Desde aquí, comprendemos el espacio en términos de “complejidad de relaciones”, dado que el mundo se construye en relación, los espacios se superponen, se entrecruzan y sus límites son variados, móviles, nunca acabados. De acuerdo con Massey (2004: 79) “la especificidad de cada lugar es el resultado de la mezcla distinta de todas las relaciones, prácticas, intercambios, que se entrelazan dentro de este nodo y es producto también de lo que se desarrolle como resultado de este entrelazamiento”.
Para las geógrafas feministas, el cuerpo sexuado y generizado se convirtió en el lugar por excelencia para explorar nuevas formas de entender el poder y las relaciones sociales entre personas y lugares (Ortiz Guitart, 2012). En él habitan, se encarnan y se producen las emociones y los afectos al tiempo que se comunican y se comparten, el cuerpo es el sitio de la experiencia emocional y por ende el espacio forma parte de la corporeidad (Soto Villagrán, 2013; Longhurst, 2003; McDowell, 2000).
A partir de los estudios de McDowell (2000), se entiende que tanto las personas como los espacios tienen un género y que las relaciones sociales y espaciales, se crean mutuamente, en función de ideas, comportamientos, imágenes y símbolos que son variables y complejos en el tiempo. Entendemos que es imposible pensar en la experiencia humana sin una inscripción en su medio. El cuerpo permite el anclaje, cuerpo y espacio están interconectados y de allí las normas y las disidencias se cruzan. El paso de los cuerpos y de las experiencias corporales sobre un territorio modifica uno y otro (Lindón, 2006). En este punto, el cruce entre cuerpo y espacio implica abandonar el compromiso individualista de la modernidad hacia un foco que ponga en juego lo relacional (Haraway, 1998). Así, el cuerpo modelo, deja de ser el cuerpo humano, y el espacio y la mirada se presentan como imbricados.
En el cuerpo habitan, se encarnan y se producen las emociones al tiempo que se comunican y se comparten, el cuerpo es el espacio donde se da la experiencia emocional, ese entretejido, denominado betweenness por Lindón (2012) da la posibilidad de estudiar una serie de transversalidades e intersecciones analíticas a partir de las microsituaciones singulares desplegadas por los habitantes. En las últimas décadas, la influencia de los estudios de género y la crítica feminista generaron nuevas perspectivas para estudiar la dimensión afectiva, a partir de la teorización sobre las emociones en tanto diferencia capaz de desestabilizar las dicotomías generizadas que oponen emoción y razón, cuerpo y mente, privado y público, naturaleza y cultura (Solana y Vacarezza, 2020).
Si bien tanto la capacidad física como cognitiva para experimentar las emociones se entiende como algo propio de todos los seres humanos, no se expresan ni se experimentan de manera uniforme y no son motivadas por las mismas condiciones. Por lo tanto, no solo dependen de cómo lo experimenta cada persona sino, de la influencia del medio cultural donde se inscribe (Kaczan y González, 2022).
Ahora bien, los cuerpos que transitan los espacios no necesariamente repiten las normas preestablecidas por la cultura, de hecho, hay espacios con permisos especiales para ese tránsito, como la montaña, donde las reglas conocidas, los comportamientos, incluso la apariencia y la forma de cubrirse cambian (Nuñez y Kaczan, 2023). En estos lugares, donde lo cotidiano de los cuerpos se resignifica en la construcción de una práctica diferente como el viaje y donde los mismos cuerpos serían vistos como disidentes en otros escenarios, allí se dan los cruces entre la norma y la transgresión.
En las montañas el comportamiento alternativo, con actitudes empoderadas, aparece con una fuerza particular por la exigencia física del tránsito en las mismas. Las características geográficas de las montañas, que implican sendas precarias, altura, precipitaciones, temperaturas extremas, imponen condicionantes hostiles al cuerpo de las personas que eligen el viaje en esos espacios. Allí el sobreponerse es una condición individual. La voluntad y la capacidad física pueden necesitar desplegarse en contextos de emergencia, donde la búsqueda de salida al desafío del momento puede llegar a prevalecer sobre las condiciones morales, sociales o de diferencia cultural. Quienes no logran sobrellevar el cansancio, la ausencia de comodidades, la sed, falta de aire, el malestar, incluso la enfermedad, no importa de qué género se trate, pueden incluso arriesgar su integridad física por el sólo hecho de elegir este viaje.
Pensando desde las relaciones espacio-cuerpo en el caso de la montaña, los rasgos de la naturaleza parecieran ignorar las prescripciones de la cultura, se trata de cuerpos que deben resistir, esa es la condición determinante, no importa si se es mujer o varón. La preparación no es solo física, también es mental y emocional, es decir, la experiencia afectiva con el lugar, en el aquí y el ahora, con las vicisitudes externas y las propias internas.
El recorrer las montañas operaba como viaje iniciático a la naturaleza pura. Santamarina (2016) explora cómo, por las valoraciones surgidas de las miradas conservacionistas de fines del siglo XIX, la naturaleza quedó localizada en el “imperio vertical de la montaña” (Santamarina, 2016: 159). El conservacionismo surge “del gusto de las élites por la cacería y el alpinismo” (Santamarina, 2016: 158), que en el deporte establecen prácticas de pertenencia social que se vivencian en espacios de montaña alejados de los centros urbanos y administrados bajo la figura de parque nacional. De allí la pregunta por este viaje, y por el efecto de estos momentos de posible desvanecimiento de patrones sociales disciplinantes en la configuración de las tramas pertenencia de las viajeras.
Corporalidad en las montañas
La región patagónica, como espacio elegido para el análisis, tiene particularidades que merecen mencionarse. Es el punto más extremo de Sudamérica, un espacio que, para ser incorporado al Estado Nacional a fines del siglo XIX, fue presentado como límite mismo a la civilización, (Navarro, 2011). Todo en Patagonia se presenta como peligro a los ojos de la apropiación militar y científica que se abre en el siglo XIX, y se profundiza en las primeras décadas del siglo XX al punto de plantear que el sólo hecho de vivir en el espacio generaba una limitación a un accionar racional (Lema y Nuñez, 2019). Así, la disidencia estaba en el mero hecho de existir, sea cual fuera esa existencia. Sin embargo, este carácter no impidió que el mismo sitio fuera crecientemente convirtiéndose en destino turístico (Vejsbjerg, Nuñez y Matossian, 2014), en una concepción del área como espacio vacío, donde la propia naturaleza exuberante era reconocida como ámbito cuyo destino era ser disfrute de sociedades urbanas de otras latitudes (Diegues, 2000).
Vale recordar que, en los inicios del siglo XX, recorrer el territorio argentino era sinónimo de experiencias difíciles e incómodas. Pocos caminos pavimentados se extendían hasta la capital de Buenos Aires y en su interior el tránsito se desarrollaba sobre huellas (Kaczan, 2023). Luego de un largo proceso de transformaciones políticas, culturales y urbanísticas, el Estado comenzó a intervenir en diferentes áreas y proveyó de infraestructura, equipamiento y servicios adecuados para el esparcimiento, reconfigurando las formas del paisaje local en la vasta diversidad de llanuras, montañas, valles, sierras, playas, bosques, ríos, lagos.
A pesar de la promesa por extender el turismo a clases sociales más plurales, hacia la cuarta década del siglo, algunos lugares estaban más democratizados que otros. La costa del océano Atlántico de Mar del Plata, por ejemplo, se ofrecía como el balneario de todos y para todos, mientras que la zona del sur andino, se reservaba para niveles altos, reiterando el sentido de naturaleza aristocrática (Santamarina, 2016). Esto se evidencia, por ejemplo, en que la primera ruta asfaltada de la Patagonia fue el camino al hotel Llao Llao, de gran exclusividad, hasta el día de hoy (Calarota y Silin, 2018). Esta zona presenta la ambigüedad del disfrute de la belleza de la vida silvestre y naturaleza prístina y el desencanto de una leyenda fundadora: los viajes son largos, fatigosos y caros, que la Guía del Ferrocarril Sud (1947-8) pretende destituir.
El viaje hacia las montañas, en los desafíos que implicaban, nos llevan a traer la noción de cuerpo entre excepcionales y disidentes, que transitan caracteres entre admirables e incorrectos como la descripción ontológica de un cuerpo, donde la normalidad se evidencia en la presencia de un ser cuya materialidad resulta el límite de lo considerado normal (Muyor y Alonso, 2018). Parece oportuno pensar en las ideas de Femenías (2023) cuando explora la noción de “cuerpo de las exclusiones” que remite a la extrañeza de la propia cotidianeidad corporal como característica. Las montañas de la Patagonia comparten esta extrañeza, en tanto resultan ajenas a la propia población que vive y se plantean como propias de quienes las recorren en forma temporal. Este espacio tiene parte de su atractivo en este exotismo, por ello, en el sólo recorrerlo se plantea el enfrentar un desafío que aleja la posibilidad de sostener la normalidad presupuesta en la sociedad modelo de la época, que era la urbana.
La disidencia en los sitios de vacaciones cobra elementos propios que no pueden ser reducidos a la generalidad de las sociedades cada época. Así, por ejemplo, la escasez de ropa que fue una representación hasta de locura (Dillon, 2005), en los espacios de playa se torna normalidad. Desde el turismo podemos pensar que, a mediados del siglo XX la disidencia se “domestica” de algún modo, porque se plantean ejercicios claros de integración en espacios diferentes, como son los de las vacaciones. Lo vivido como lo disidente en lo cotidiano se presenta como una situación dentro de lo convencional cuando el espacio cambia.
En particular el turismo en Bariloche se origina marcado por esta pertenencia como base de la correcta forma de vivir el paisaje. La política turística establecida en Bariloche, desde la década de 1930, presenta a los bosques como la representación más extrema de lo argentino (Núñez y Lema, 2019). Los cuerpos que transitan no sólo remiten a vacaciones, sino a la admiración de un paisaje que “educa” (Fortunato, 2005). Y aun cuando las iniciativas del Estado hayan asegurado el acceso a mucha más gente, esta marca continúa, tanto en las políticas relativas al cuidado del Parque Nacional como en el ordenamiento urbano o en la propia presentación en las guías turísticas.
Fortunato (2005) reconoce cómo, en el período que nos ocupa, el recorrer las montañas se presenta como parte de una educación ciudadana de privilegio, donde las mujeres, en estas prácticas, se encuentran con importantes niveles de reconocimiento, al tiempo que es un ejercicio que se enmarca en un nacionalismo androcéntrico que, paradójicamente, atenta contra ese mismo lugar de reconocimiento.
Viajeras entre hielos eternos
Las mujeres que transitan las montañas por deporte no son débiles, nadie carga sus mochilas y caminan a la par del grupo en donde estén. Pero sus voces son menos registradas, los relatos son mayormente de varones. Incluso en las fuentes consultadas, como revistas ilustradas o guías de turismo, lo común era que se refirieran un universal genérico masculino los viajeros, los turistas, los veraneantes, y así. La aparición de “la viajera” femenina era una cuestión singular. Se la mencionaba en notas sobre consejos de viaje como “no conviene trepar cerros con medias de seda” sobre el flirt de vacaciones, croquis humorísticos o historias extraordinarias (El Hogar, 1937: 20).
En la actualidad, hay más oportunidades donde escucharlas. Algunas de ellas están presentes en registro específicos sobre actividades de excursionismo, viajes y cultura de andinismo. Entre ellas la periodista norteamericana Martha Louise Root (1872-1939), Beatriz Magdalena Im Obersteg de Ibañez (1928-?), profesora de educación física, kinesióloga y deportista, la antropóloga franco-estadounidense Anne Chapman (1922-2010), Dora Eisenhut de Marmillod (1914-1978) compañera del montañista Féderic Louis, la alemana andinista, escritora, dibujante, fotógrafa y botánica, Ilse Von Rentzell Atkinson (1893-1985) o la kinesióloga, scout y montañista Jaqueline Tevil de Watzl (1934-?).[1]
Hay mujeres que aparecen mencionadas en las Actas del Club Andino de Bariloche como socias y se encuentran algunas fotos. No escriben, pero sí se presentan (Memorias CAB de 1932 a 1954). Lo interesante de las mujeres del CAB es que, en la práctica del andinismo, evidencian una pertenencia social diferenciada en una sociedad estratificada. Uno de los mayores ejemplos es el de Hedy Frei de Newmeyer, hija de Emilio Frey y esposa de Javier Newmeyer, dos protagonistas del andinismo de Bariloche. Esta mujer, además de ser retratada en numerosas imágenes de montañas, será la presidenta de la primera convención constituyente de la Provincia de Río Negro, destacándose como una renombrada política provincial a mediados del siglo XX.
Las fuentes consultadas aportan diferentes perfiles de las viajeras que se acercan a la Patagonia argentina hacia mediados del siglo XX. Algunas de ellas van en busca de aventuras a través de la práctica del andinismo. El deporte es lo distintivo y el ejercicio del mismo se presenta como una profundización de la pertenencia y corrección corporal ligada a la clase, o a la inclusión a sectores singulares de la sociedad barilochense. El esquí y el andinismo no son experiencias masificadas. El esquí, como un deporte de turismo, aparece mencionado en la década de 1930, como novedad, “la nieve se asocia infaliblemente con el norte de Europa o con los polos y tan alejada estaba en considerarse una cosa criolla, que casi no existe en nuestra literatura y folklore” (El Hogar, 1937: 116). El practicarlas deviene en muestra de privilegio, aun en el marco de las políticas de turismo social de la década de 1950. Es un juego que tiene la virtud de propiciar el contacto con la naturaleza “estimulando tanto el espíritu como a los músculos” (El Hogar, 1937: 116).
El andinismo es una idea que ha evolucionado con el tiempo. Las grandes expediciones para “conquistar” las cumbres más altas del mundo en la primera mitad del siglo XX, requerían numerosas herramientas y personal que asistía y apelaba al imaginario masculinizado del varón conquistador como actor excluyente de la práctica de montaña. Ya para mediados de siglo, lo importante era cómo llegar, así se modificó la técnica y la filosofía del andinismo en grupos más pequeños que subían con menos equipaje. El reconocimiento a las viajeras se modificará en la misma línea.
Sin embargo, algo se mantuvo, las formas particulares de vivir el andinismo, que resultarían extrañas en escenarios urbanos, son muestras de capacidades tanto físicas como mentales. Se llega, entre otros condicionamientos, por capacidad física, para desarrollar una práctica de alta exigencia. El cuerpo que se moviliza en la montaña está expuesto a los peligros del entorno, se provocan impresiones de temor e incertidumbre que se perciben desde el inicio, por ello la emocionalidad es tan significativa y de hecho es el argumento del porqué llevar adelante la actividad.
Los relatos reflejan el saberse capaces en territorios inhóspitos y hostiles, los relatos y las memorias de las viajeras expresan con claridad las dificultades con las cuales convivir y, a pesar de ello, sobreponerse:
“Allí, entre un nevé y la base de la pared, encontramos un lugar relativamente bueno para instalar nuestro segundo vivac, a los 6.400 metros. Durante la noche el tiempo se descompuso, soportamos repetidas duchas de escarchilla barrida por el viento violento. Poco a poco, la nieve se filtraba en nuestras bolsas, empapando todo. A la mañana, nos extrajimos penosamente de nuestros caparazones helados. Eran poco los bríos y dado el tiempo inestable no se podía pensar en salir hacia arriba.”[2]
“me juré nunca más haría excursiones tan agotadoras…pero estos malos momentos se olvidaron luego, al haber podido superar todas las etapas y tener la satisfacción de poder realizarlo, pese a todas las penurias sufridas”.[3]
Es evidente que el énfasis está puesto en registrar el esfuerzo físico cuando se está a la intemperie y los afectos y efectos de las relaciones cuerpo-espacio. La vivencia es emocional en un sentido profundo, el frío se traduce en inseguridades, en la sensación de no saber qué se va a poder y en la alegría del logro.
Las mujeres en la montaña aparecen con un reconocimiento de igualdad. No son “cualquier mujer” sino algunas especialmente reconocidas, para quienes se asume que es natural la actividad pero que están lejos de representar a las mujeres en general. Es un cuerpo social, que comparte con otros esas percepciones porque, en su mayoría, las viajeras van acompañadas. En la clave de interseccionalidad citada, es una actividad que, en una primera lectura, evidencia más condicionamientos de clase que de género.
El montañismo, aun presentándose como una actividad para toda la población, termina siendo practicado por ciertos grupos, donde la desigualdad de género no se explicita como condicionante para la práctica, pero habilita ciertas formas de reconocimiento a las mujeres que permiten una jerarquización como sector dentro de la sociedad en general. Es una construcción de elite que se propone como promesa para toda la población nacional, que se incorpora a la identidad de quienes transiten este espacio como viajeros, en una población negada en diferentes formas, donde no se sabe qué elementos resultan anclajes de una disidencia ignorada o indeseada.
Algunas viajeras recorrían los senderos de montaña a pie, otras, quienes podían pagarlo, se trasladaban en mulas. Esto permitía un contacto más crudo con el territorio irregular, de bruscos descensos, quebradas, subidas en terrenos ásperos, cornisas. También cruzando surcos de ríos y arroyos, perdiendo aire, requiriendo agua y descanso. La movilidad es ciertamente un desafío para la adaptación del cuerpo:
“Las personas debimos bordear a pie la orilla Sur del lago, lo que requirió seis días. Después que hubimos cruzado el Brazo Sur, en bote y remando entre icebergs [...] El camino llevaba en muchos sitios a través de una selva de hayas antárticas y de prados pantanosos” (Ilse Von Rentzell Atkinson).[4]
La idea de persona permitiría la ilusión de la equidad, pero esta rápidamente se diluye. La argentina Nelly Noller, que alcanzó en 1952 la cima del Aconcagua, la montaña más alta del continente, comentó en una entrevista que para avanzar en la montaña la dejaban adelante “como era mujer, decían que yo tenía que encabezar para ellos seguir mis pasos, porque si iban primero ellos, yo tal vez no los alcanzaba”[5]. El relato deja entrever que las marcas aparecen como una excusa sostenida en mandatos culturales y lo que verdaderamente importaban eran las condicionantes físicas, el ritmo de cada uno era el condicionante para decidir la ubicación.
Las fotografías muestran las formas de permanecer en la montaña, los refugios y las carpas. En el primer caso, el cuerpo está protegido en una construcción precaria y suele predominar el encuentro y la sociabilidad con otros viajeros, una pausa con rasgos de “civilidad”, un espacio cerrado y efímero para huir, del exterior.
En el segundo caso, si la distancia al refugio lo requería, había que montar las carpas. En la prensa se hace referencia a este artefacto como elemento prioritario, recinto de lona que servía durante las horas de sol, de mal clima o como habitáculo donde dormir en la noche (Kaczan, 2023). Una forma de vivir transitorio y con cierto resguardo, pero al mismo tiempo vulnerable por las condiciones materiales y técnicas de una tela desplegada en medio de la montaña. Las fotografías transmiten la sensación de pequeñez frente a la magnitud de la naturaleza, un cuerpo individual con emociones íntimas frente al impacto estético, afectivo y también peligroso del paisaje.
Figura 1: Refugio Frey, 1960.
Fuente: Archivo Fotográfico Club Andino Bariloche. San Carlos de Bariloche.
Figura 2: Ilse Von Rentzell en campamento de altura, 1931.
Fuente: Diario La prensa Biografía de la andinista y botánica Ilse Von Rentzell Atkinson. Disponible en Centro Cultura Argentino de Montaña, https://www.culturademontania.org.ar/articulo/6480793c097a15d087d997f0
Figura 3: Dorly, asomándose desde la carpa, aún en la bolsa cama. Ascensión a la Paloma, 23 de octubre de 1938.
Fuente: Biografía de Dora Eisenhut de Marmillod, por José Herminio Hernández. Disponible en Centro Cultura Argentino de Montaña, https://www.culturademontania.org.ar/Historia/biografia-dorly-marmillod.htm
Un dato que no es menor es la forma de cubrir el cuerpo. La Patagonia no es ejemplo de subversión sexual explícita, como podrían serlo las playas de la Costa Atlántica, pues en general los cuerpos caminan el espacio, cubiertos. Tampoco predomina el sentido estético del vestir. En un lugar donde la juventud y el deporte aparecen con permisos para estar, los relatos y las imágenes muestran varones y mujeres, que se distinguen poco en el abrigo que llevan para subir cumbres. Las mujeres aparecen vestidas con ropas similares a las de sus compañeros varones, las indumentarias no los diferencian, más bien refieren sus condiciones de semejantes. Es evidente que no hay rasgo femenizados en el traje. No son cuerpos sexualizados, son cuerpos heroicos.
Sin embargo, cuando se reflexiona sobre ellas, se marca el carácter femenino, como excepción por la fuerza que demuestran, pero también diferente a la virilidad desde la cual se describe la actividad de montaña. Vale el ejemplo de la botánica Ilse Von Rentzell. Su actividad en la montaña es relatada por su compañero de expediciones, el montañista Federico Reichert, considerado “padre del andinismo argentino” (Fundación Parques Nacionales, 2010). El mismo, presentó las expediciones con la bióloga señalando, por ejemplo
“… mi esposa aprovechó la brillante oportunidad para invitar a Frau (dama) Ilse, a permanecer durante algún tiempo en mi finca chilena a orillas del Lago Todos los Santos, para allí lograr reponerse, bajo la sombra de la cordillera; para que se entretuviera en la casa, en los patios y el jardín, amén de colaborar en los múltiples menesteres del hogar de los Reichert. Aquel cambio de aires, que fue aceptado con entusiasmo y que al principio se calculó de breve duración, fue acompañado por una cordial comprensión mutua y se extendió hasta un lapso de cinco años. Durante ese lustro tuve la suerte de contar con Frau Ilse, como miembro de mi familia y como tal conocerla bien, reconocer sus méritos y brindarle toda mi estimación. La común inclinación a la observación científica de la naturaleza, la tendencia a llevar dicha observación al gran mundo cordillerano y una vez allí, saber demostrar su utilidad y su valor mediante incursiones, escalamientos y viajes de exploración”.[6]
Destacamos la referencia al acompañamiento en “los menesteres del hogar”, un elemento ausente en la invitación a varones. Debemos señalar que Reichert destacó siempre la capacidad física e intelectual de Ilse Von Rentzell, sin embargo, en sus relatos, sistemáticamente destacaba un carácter diferente. En el relato de Reichert sobre la ascensión al volcán Osorno acompañado de Von Rentzell, arma un relato en plural, donde no diferencia su propia actividad de la de su compañera, en una subida especialmente desafiante, sin embargo, cierra el relato diciendo
“En total, la excursión nos exigió más de diecisiete horas en el manto del hielo del Osorno, ello debido a las travesuras de su colega juvenil llamado Calbuco. En la posada de Petrohue, a donde llegamos empapados, mi compañera de aventura, Ilse, se mostró sumamente contenta por la hazaña que habíamos realizado; pero parecía todavía más contenta cuando nos sirvieron una bebida caliente. Porque entonces dijo: ¡Vaya, no hay nada que supere a una buena taza de té caliente!”.[7]
Desde aquí podemos pensar que la feminidad, como subalterna, se debilita en el momento del recorrido donde parece transitarse un marco androcéntrico de menor intensidad que en los espacios de vida cotidiana, en una ilusión donde la desigualdad de género pareciera impactar menos cuanto mayor es la exigencia física. Posiblemente el tipo de ropas utilizadas dan pistas acerca de esta referencia, en tanto se utilizan ropas que resultarían extrañas en los espacios urbanos, porque antes que la diferencia de género, marcan un heroísmo compartido en el tránsito. De hecho, son ropas rústicas que se utilizan en actividades de montaña, que tienen como objeto recorrer la zona sureña, como el resto de las montañas del mundo en las expediciones que se propician desde el Estado Nacional (CAB 1952, 1953, 1954). El deporte aparece en los documentales que promueven la zona y en las referencias turísticas, donde se destacan las caminatas en los senderos, tanto como los paseos lacustres. No es el cuerpo en el paisaje, es el paisaje marcando el cuerpo. La emotividad permitida y deseada es el heroísmo de la conquista de la montaña (Nuñez y Kaczan, 2023).
Figura 4: Jacqueline Watzl en la escuela de Otto Meilling. Bariloche, invierno de 1953.
Biografía de Jacqueline Tavil de Watzl. Alumna en la escalada primero, luego compañera y esposa, por José Herminio Hernández. En Disponible en: https://www.culturademontania.org.ar/Historia/HIS_jacqueline_watzl.htm
Figura 5: De izq. a der.: Fernando Grajales, Francisco G. Ibáñez y Dorly Marmillod en la cima Sur del Aconcagua, 23 de enero de 1953
Fuente: Dorly Marmillod, Montañista, Aventurera y compañera fiel. Una historia de Amor y compañerismo junto a su esposo y las montañas, por Marcelo Lisnovsky. Diseponible en https://www.culturademontania.org.ar/Historia/HIS_dorlymarmillod-alpinista.htm
A mediados del siglo XX, los mismos viajeros se ocupaban de la confección de su indumentaria para la montaña y los accesorios para dormir. De acuerdo con un testimonio de viajera no existían los equipos térmicos, lo único que prestó el Ejército, en Puente del Inca, fueron las camperas de plumón de contraviento y los borceguíes. “Todo lo demás era doméstico: dos o tres pares de medias de lana, los mitones (guantes) los hacíamos nosotros, también los pasamontañas. Las bolsas de dormir eran de lana y nos poníamos tres pantalones”.[8] Parecería que cuanto más compleja y tecnificada resulta la indumentaria, más grande es el límite fronterizo que resguarda las contingencias de la naturaleza. Pero es al mismo tiempo el nexo que habilita la permanencia en ella. Las características del clima ponen al cuerpo en extrema fragilidad, la indumentaria era básicamente, uno modo de sobrevivir en el entorno.
En todo esto hay una necesidad existencial que necesita saciarse, es conocer, es alejarse de la vida conocida, es modificar los ritmos, toparse con lo inexplorado. Acercarse a una misma, a sus sentimientos y con ello, conectarse con quienes acompañan el tránsito, avivar los vínculos sensibles con el espacio y sus virtudes. La satisfacción de crear buenos momentos personales, y la posibilidad de compartirlo con otras viajeras o viajeros, es el contexto de la diferencia de relaciones en donde viajar a la montaña es asumir lo efímero y excepcional de la experiencia.
Lo excepcional
Desde aquí, podemos pensar que las viajeras ponen en evidencia la existencia de femineidades entre excepcionales y privilegiadas, que se viven de formas diferentes según sea el contexto. El ser mujer es diferente si se lo intercepta como pertenencias de clase que lleva a que ciertas vivencias sean aceptadas, e incluso celebradas, de acuerdo a las pertenencias sociales. Pero es una feminidad cuya carga de equidad termina en cuanto se termina el viaje.
Las acciones excepcionales de las mujeres recorriendo la Patagonia han sido elogiadas desde la instancia de apropiación militar del territorio (Nuñez, 2018), y la propia Patagonia se ha presentado como mujer mítica, indómita y poderosa para explicar sus características geográficas en los recorridos iniciales sobre el territorio (Hudson [1871], 1997). Las mujeres que recorren las montañas son reconocidas desde estos caracteres en el período que nos ocupa, y posiblemente la investidura mítica del territorio se proyecta en los momentos en que estas mujeres caminan y enfrentan el desafío de la montaña.
Las mujeres deportistas asumen la práctica del tránsito en la montaña como conquista, pero hay otras mujeres, que también recorren el lugar, no ya para llegar a las cumbres pero sí para cruzar la cordillera por sus propias prácticas pastoriles. Estas mujeres patagónicas, aun atendiendo a las que realizan actividades de montañismo, pertenecen a otras esferas muchas veces rurales y el caminar, antes que el deporte, es parte de una modalidad productiva que las exige físicamente. Pero las viajeras, como mujeres visitantes tienen otra característica, muchas escriben (Ada María Elflein, llegada como corresponsal a Bariloche a principios de siglo XX es un ejemplo de ello), y forman parte de los sectores económicos más acomodados del país, que permiten la financiación de la actividad de montaña.
Hay un carácter heroico, que se reconoce en las mujeres que transitan el espacio como deportistas, que no es propio de la femineidad del período en las mujeres que viven permanentemente en la región, a menos que, como Hedy Frey, asuman el andinismo desde el deporte. Ahora bien, ese heroísmo, asociado a ese androcentrismo de baja intensidad que se contextualiza en esta acción de transitar, no se extiende a su vivencia en la cotidianeidad urbana donde transitan, de hecho, la mayor parte de su vida.
Podríamos contrastar este carácter excepcional de una femineidad heroica acotada en el tiempo, con la mirada sobre las mujeres que de hecho vivían en los territorios de montaña. En este punto la figura de Hedy Frey resulta llamativa, porque de hecho vive en la localidad de montaña. De ella podemos reconocer su capacidad para tornarse en una figura política, pero sin discutir los sitios sociales de las mujeres. La capacidad física que se desprende hasta de las fotos se agota en la costumbre en tanto se termina el tránsito en la montaña, aún para las mujeres que viven en poblaciones de montaña.
Diferente es el caso de las mujeres que de hecho viven en las regiones rurales, que diariamente deben recorrer las montañas para agrupar el ganado, por ejemplo, o como búsqueda de recursos mínimos para asegurar la propia vida, como por ejemplo leña o agua. En estas mujeres no hay heroísmo excepcional porque el esfuerzo es lo cotidiano. Nuñez, Ríos y Barría (2022) recuperan las memorias de mujeres rurales en el espacio aledaño chileno poniendo en evidencia que el esfuerzo cotidiano de la ruralidad ubica a las mujeres en un sitio de empoderamiento respecto de la capacidad de tomar decisiones de gestión sobre los predios, pero ello no modifica los dinamismos de androcentrismo en tanto el empoderamiento personal consolida una pertenencia social como fundamento de lo excepcional.
Viajes a través de las palabras
Si la práctica del andinismo es uno de los móviles del viaje femenino a la Patagonia, también lo es la escritura. Uno de los casos más reconocidos en la literatura argentina es el de Ada María Elflein (1880-1919), una de las primeras mujeres en escribir en un diario como columnista, que realizó varios viajes a destinos que no eran turísticos. Tomamos su experiencia, más temprana que la del resto, por rescatar emociones que deben atenderse en este análisis. Elflein viajaba con mujeres e incentivaba el viaje de la población femenina. Su caso nos permite conocer otro tipo de acercamiento al paisaje, los registros de sus emociones y las vivencias corporales con el territorio donde el intelecto y el deseo de transferir sus vivencias para animar al público que leía sus crónicas. Uno de sus recursos que utiliza es describir la belleza de los lugares, apela a la estética poética con el empleo de metáforas y alegorías para hacer más vívido su encanto: “… la visión convierte en castillos, en atalayas, en miradores y templetes, esfinges y troncos de árboles, dedos gigantescos que se alzan amenazadores, en columnatas y portentosas figuras de monjes y penitentes de pasmosa semblanza humana” (Elflein, 2023, 161). También, pese a no estar en condiciones extremas, como las viajeras deportistas, Ada se compromete a transmitir el significado de transcurrir en la intemperie y el efecto que esto provocaba. Si las viajeras excursionistas van acompañadas de compañeros y esposos andinistas, Elflein, en su viaje al Sur hace saber que nunca está sola, va con alguna otra mujer y siempre la acompañan varones “experimentados y seguros” en cada territorio, designados por la autoridad —masculina— de la zona. Al mismo tiempo revive los aspectos más íntimos “momentos de intensa emoción” y también las impresiones negativas de las etapas del viaje, del compromiso del cuerpo, pero más bien en tono de aventura, es el cuerpo frente a las vicisitudes de la naturaleza, a decir de Vicens (2019), con un carácter pasajero y controlado como parte de la promoción de este tipo de viaje a sus lectores que la leían desde la ciudad.
Quizás la diferencia con las viajeras de montaña reside en que Elflein viaja y su objetivo es contar ese viaje, no sólo alimenta su espíritu, sino que debe transferir las características de la patria para animar a otras personas a conocer esos caminos y esos territorios. A las montañistas no necesariamente les interesa contar sus experiencias, aún en busca de conocimiento o investigación, lo que las alimenta es el deseo de explorar e improvisar en el momento, interactuar con el lugar, pasar por diferentes estados mentales para resolver los desafíos. Motiva la sensación de libertad física, emocional, filosófica que no tiene que ver solo con llegar a la cumbre, también con superar las limitaciones que se presentan en las cuestas. Se controla lo que el cuerpo hace, pero no las condiciones de la nieve, del viento, las cosas impredecibles. Estas condiciones parecen estar ajenas en el caso de Elflein que, si bien pone en evidencia la exigencia del viaje, no es ella quien abre camino y resuelve. Su posición disruptiva tiene más que ver con penetrar espacios de varones más que conquistar la naturaleza indómita.
Es en ese transitar donde puede desplegar esta feminidad empoderada, cuando termina el mismo, al igual que lo que pasa con las mujeres deportistas, el orden social establecido vuelve a ser la normalidad.
Conclusiones
El viaje a las montañas, desde las mujeres que las recorren, o a causa de las mujeres que encuentran, permite ver la pluralidad de aristas y acepciones de lo femenino como constitutivo de lo social. La femineidad domesticada, homogenizada en los espacios urbanos, se modifica por el sólo hecho del viaje. El androcentrismo se descubre con intensidades diferenciadas de acuerdo a los contextos. La interseccionalidad entre género y clase se descubre en tanto el recorrido de ciertas mujeres es invisible, y el de otras es ubicado en el heroísmo.
Las mujeres andinistas plantean diferencias con sus congéneres de clase. Las montañas, como desafío físico, exponen a las mujeres desde capacidades no reconocidas en las descripciones históricas de lo femenino, pero la admiración que provocan estas capacidades no redunda en un cambio sobre las mujeres, sino en la sobre estimación de lo que diferencia a estas mujeres viajeras de las otras, como la capacidad económica para realizar el viaje o la capacidad física para llevarlo adelante. Es una construcción de diferencias dentro del homogéneo de lo femenino.
Viajar es rupturista, es muestra de capacidades imposibles de observar, reconocer o admirar en órdenes urbanos, es incluso una invitación a probar y ampliar lo conocido como límite personal, pero los relatos nos hacen pensar de un reconocimiento que no sólo se agota en la persona sino también en el momento del viaje. Es el cuerpo individual en el que habita la experiencia, el que percibe el entorno, el cuerpo que se moviliza y las percepciones de ese movimiento y el cuerpo que sufre las condiciones de la intemperie, el esfuerzo, las formas de sobreponerse al peligro y a los propios límites. La emoción aparece a flor de piel en el tránsito por espacios hostiles e inhóspitos.
Así, el logro de estas mujeres es de ellas como individuos, no como individuos aislados, también como pertenecientes a un grupo y a una clase, y estableciéndose como una excepción en esa pertenencia. La montaña es un lugar de mujeres poderosas físicamente, pero constructoras de androcentrismos, porque acompañan el reconocimiento personal como una excepcionalidad efímera. No modifican los órdenes androcéntricos que viven al retornar a sus lugares de origen, o al terminar del viaje, donde una simple taza de té las devuelve a la diferencia.
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Gisela Paola Kaczan es Doctora en Historia y Diseñadora Industrial por la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP), Investigadora Adjunta CONICET con lugar de trabajo en el Centro de Investigaciones Proyectuales y Acciones de Diseño Industrial, Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño (FAUD), UNMdP. Directora del Grupo de Estudios en Diseño. Género, Historia y Visualidades. Docente de grado y posgrado FAUD, UNMdP. Sus temas de investigación giran en torno a la historia cultural y de los ocios, los estudios de género y la historia del cuerpo, los estudios sobre la cultura visual.
Paula Gabriela Nuñez es Doctora en Filosofía (UNLP). Magister en Historia y Filosofía de las Ciencias (UNCo). Docente en la Universidad de Los Lagos, Chile y en la Universidad Nacional de Río Negro, Argentina. Investigadora Independiente de CONICET. Miembro del Instituto de Investigación en Diversidad Cultural y Procesos de Cambio. Lleva adelante investigaciones desde una perspectiva ecofeminista en estudios regionales rurales y urbanos en regiones de frontera. Ha publicado más de 100 artículos científicos. Entre sus publicaciones más destacadas se encuentran “Rural women’s invisible work in census and State rural development plans: the Argentinean Patagonian case” (Revista Land) y “La construcción de lo femenino en territorios de integración tardía” (Revista Feminismo/s).
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[1] https://www.culturademontania.org.ar/Historia/historia.html Consultado en 29/05/2024.
[2] Biografía de Dora Eisenhut de Marmillod, por José Herminio Hernández. Disponible en: https://www.culturademontania.org.ar/Historia/biografia-dorly-marmillod.htm.Consultado en 29/05/2024.
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[4] https://www.culturademontania.org.ar/articulo/6480793c097a15d087d997f0. Consultado en 29/05/2024.
[5] El testimonio corresponde a la argentina Nelly Noller, que alcanzó la cima de la montaña más alta del continente cuando solo tenía 21 años. Al descender, una periodista le avisó que había sido la primera argentina en lograrlo. “La mujer que fabricó su propia ropa para escalar montañas y fue la primera argentina en hacer cumbre en el Aconcagua”. En Infobae, 12 Feb, 2022. Disponible en https://www.infobae.com/sociedad/2022/02/12/la-mujer-que-fabrico-su-propia-ropa-para-escalar-montanas-y-fue-la-primera-argentina-en-hacer-cumbre-en-el-aconcagua/?fbclid=IwAR2-7NNb3uImMwyO0n5MSe_g9zkwl2BNHY5Qs9DEnBf62mfxBmrs6cfLmk0. Consultado en 29/05/2024.
[6] https://www.culturademontania.org.ar/articulo/6480793c097a15d087d997f0 de Reichert, 1967. Consultado en 29/05/2024.
[7] https://www.culturademontania.org.ar/articulo/6480793c097a15d087d997f0 de Reichert, 1967. Consultado en 29/05/2024.
[8]El testimonio corresponde a la argentina Nelly Noller. Disponible en https://www.infobae.com/sociedad/2022/02/12/la-mujer-que-fabrico-su-propia-ropa-para-escalar-montanas-y-fue-la-primera-argentina-en-hacer-cumbre-en-el-aconcagua/?fbclid=IwAR2-7NNb3uImMwyO0n5MSe_g9zkwl2BNHY5Qs9DEnBf62mfxBmrs6cfLmk0. Consultado en 29/05/2024.
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