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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº18. Mar del Plata. Julio-diciembre 2023.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

Reflexiones a 40 años de la recuperación democrática

Mariana Pozzoni

Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales,

Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina

marianapozzoni@gmail.com

Sebastián Pattin

Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas-

Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina

sebapattin@gmail.com

Recibido:        30/11/2023

Aceptado:        07/12/2023

Resumen

Con motivo de cumplirse los 40 años de la recuperación democrática, este trabajo reúne entrevistas a cinco investigadores de reconocida trayectoria, quienes responden a tres interrogantes orientados a: 1) realizar un balance historiográfico sobre los estudios dedicados a la recuperación democrática; 2) analizar los desafíos de la sociedad argentina en democracia a la luz de la coyuntura electoral; y, por último, 3) anticipar las demandas que marcarán la agenda democrática a futuro.  

Palabras clave: reflexiones, recuperación democrática, desafíos.

Reflections 40 years after democratic recovery, introduction

Abstract

On the 40th democratic recovery anniversary occasion, this work brings interviews with five recognized researchers, who answer three questions: 1) carrying out a historiographical assessment of the studies dedicated to democratic recovery; 2) analyze challenges of Argentine society in democracy in light of the electoral situation; and, finally, 3) anticipate demands will mark democratic agenda in the future.  

Keywords: reflections, democratic recovery, challenges.


Reflexiones a 40 años de la recuperación democrática

Introducción

Desde diciembre de 1983 Argentina dejó atrás un largo ciclo de inestabilidad política. El triunfo de Raúl Alfonsín en elecciones libres de toda proscripción abrió una etapa cargada de ilusión y expectativas de lograr un orden estable, sustentado en la defensa de la vida y la libertad, pero también de temores acerca de un pasado que condicionaba los alcances de ese proceso.[1]

Pasaron 40 años de ese momento histórico y las fechas aniversario constituyen instancias propicias para realizar balances, evaluar alcances e identificar obstáculos o deudas de los procesos históricos. Desde el Taller del Historiador nos propusimos convocar a un conjunto de investigadores de reconocida trayectoria, especializados en distintas perspectivas analíticas y campos del saber, para reflexionar en torno al ejercicio ininterrumpido de la democracia en la Argentina desde entonces. A cada uno le propusimos realizar un balance historiográfico sobre los estudios dedicados a la recuperación democrática; analizar los desafíos de la sociedad argentina en democracia a la luz de la coyuntura electoral y, por último, anticipar las demandas que marcarán la agenda democrática a futuro.

Fueron convocados, y aceptaron responder a nuestra entrevista, Marcela Ferrari, Mónica Gordillo, Martín Vicente, Marcelo Rougier y Dora Barrancos. A continuación, podrán leer las colaboraciones en el orden cronológico en que fueron recibidas, algunas con anterioridad al ballotage del 19 de noviembre de 2023, otras con posterioridad a dichos comicios, por lo que incluyen reflexiones posteriores a esa instancia electoral. Creemos que el resultado resulta sumamente interesante y estimulante para continuar pensando en forma conjunta la construcción permanente de la democracia argentina. Esperamos que disfruten de la lectura tanto como nosotros.

                 

Entrevista a Marcela Ferrari[2]

1) A los 40 años de la recuperación democrática, ¿qué balance realiza usted sobre los estudios dedicados a la misma? ¿Qué temas, perspectivas, abordajes o metodologías considera que podrían arrojar nuevos matices sobre la democracia?

Los estudios sobre la democracia en Argentina fueron variando de manera dinámica conforme se transitaron los 40 años que median desde 1983. Los sucesivos presentes, con sus propias urgencias, motivaron las preguntas con las cuales primero sociólogos y politólogos y, posteriormente, historiadores indagaron esas cuatro décadas de nuestra historia reciente y aun inmediata. Como en todo proceso de construcción científica, las primeras interpretaciones sucesivas fueron posteriormente recuperadas, matizadas, enriquecidas y aun dieron lugar a nuevos aportes. De manera que hoy, realizar un balance de largo plazo en pocas líneas obliga a seleccionar algunos de los grandes nudos que expresaron las inquietudes prevalecientes y dejar fuera numerosas cuestiones que también incidieron en el desarrollo de la democracia argentina y sus interpretaciones.

Comencemos por el gran problema de la democracia recuperada, que se sostuvo durante la corta década del ochenta: cómo dotar de estabilidad al sistema político y a la democracia naciente, en un contexto de fuerte estanflación, mientras las Fuerzas Armadas se resistían a ser cuestionadas en su accionar represivo en el pasado inmediato y la sociedad procuraba satisfacer lo más pronto posible sus demandas postergadas. En el que llamaremos “momento Alfonsín”, los principales interrogantes planteados por politólogos y sociólogos, giraron en torno al par antagónico democracia – autoritarismo y a la transición a la democracia. De aquellos años se cuenta con un sólido corpus de análisis transitológicos, que indaga la descomposición del régimen autoritario, la instalación del gobierno democrático que, al final del recorrido, aspira a ver concretada su consolidación. Los contemporáneos se preguntaban cuándo comenzaba y cuándo finalizaba la transición colocando la lente en las instituciones y analizaban a los actores políticos y sociales -en especial a los partidos y el movimiento obrero-, en función de cuán capaces eran de contribuir a la consolidación democrática, a partir de sus prácticas y discursos. La transición como problema perdió interés como objeto de estudio en sí, después de que el gobierno de Carlos Menem sancionara las llamadas leyes del perdón, en las que algunos autores creyeron ver la aceptación de que la democracia era el único juego posible de ser jugado como contrapartida por parte de las Fuerzas Armadas, con lo cual la democracia se habría consolidado. Más larga vida tuvieron los estudios transitológicos, como marco teórico, hasta que en la segunda década del nuevo milenio comenzaron a ser cuestionados por adolecer de cierto etapismo y se comenzó a reemplazarlos por otras categorías que, acorde al avance del conocimiento de la trama histórica del período, permitían también flexibilizar las periodizaciones, eludir cortes temporales para avanzar en el reconocimiento de continuidades en las rupturas.

La década del noventa, con el giro neoliberal del gobierno menemista y su forma de construcción de poder sobre bases sociales territoriales, diferentes de las que tradicionalmente habían sostenido al peronismo una vez que las reformas estructurales generaron fragmentación social y una expulsión del mercado de trabajo, introdujo un nuevo nudo problemático: la crisis de representación, el descrédito de los partidos y, en relación con ella, la emergencia de una democracia delegativa. La pérdida de credibilidad en la palabra política, habría arrastrado al desprestigio de los actores políticos e institucionales ante la ciudadanía. En su lugar, habría crecido la preminencia de medios de comunicación y lobbies empresariales, entre otros. De todo ello resultarían grandes dificultades para organizar consensos a partir de los partidos, otras maneras de seleccionar liderazgos y de administrar el poder político. Los nuevos líderes concentrarían el poder en sus manos y los electorados confiarían, delegarían en esas personas el poder de decisión. De esa manera, la relación entre ciudadanos e instituciones quedaría transformada, al retirarse los primeros de la vida política activa. La pérdida de la capacidad de agencia, se suponía, provocaba entre las nuevas generaciones cierta aversión por la política tradicional y desalentaba su incorporación a las organizaciones partidarias. Estudios más recientes cuestionaron ese supuesto desinterés, en especial entre los jóvenes, a quienes observan atraídos por la participación en los movimientos sociales que proliferaron a raíz de la fragmentación social y la desocupación como expresión de rechazo hacia las reformas estructurales aplicadas por la administración menemista. A su vez, es posible observar otro fenómeno en la democracia argentina del período, que obligaría al campo científico a reorientar sus análisis: la centenaria Unión Cívica Radical, principal adversaria hasta entonces del justicialismo, resultó tercera en las elecciones generales de 1995. En adelante, para vencer, saldría de su aislamiento partidario y, en un intento de superar su propia crisis de representatividad, se sumaría a la política coalicional, al aliarse con el Frente País Solidario (FREPASO) para formar la Alianza. Esta nueva característica de la competencia electoral en democracia entre coaliciones, que es anterior a la crisis general de 2001, tuvo consecuencias para transformar la democracia, que no pasaron inadvertidas a las interpretaciones de las ciencias sociales.

Situamos el tercer nudo como consecuencia de la crisis generalizada de 2001 y a la deriva electoral que llevó a Néstor Kirchner a la presidencia. La adhesión o el rechazo a los gobiernos que se sucedieron hasta 2015, remozaron los viejos debates en torno al peronismo y sus credenciales como fuerza política democrática, profundizándolo. En el campo de las ciencias sociales se agitaron interpretaciones que contraponían a la noción de democracia procedimental republicana, otra vinculada a la ampliación de derechos, a la luz de las cuales se leyeron la actualidad y el pasado democráticos. Por un lado, se enfatizó en una concepción liberal de la democracia asociada a la organización de un Estado con convocatoria periódica de elecciones, organización republicana con respeto por la división de poderes, los derechos políticos y el buen funcionamiento de las instituciones de gobierno, del sistema de partidos y de organizaciones político-partidarias. Por otro, se desplegaron con fuerza indagaciones fundadas en una noción que entiende a la democracia no sólo como un conjunto de procedimientos e instituciones formales, sino también una tendencia a transformar un orden dado en pos de lograr una sociedad más justa e igualitaria. En esta línea, la democracia no puede ser considerada como una meta a alcanzar ni como un punto de llegada sino como un proceso en constante expansión, en el cual se avanza cuando se conquistan nuevos derechos, se accede a nuevas formas de participación y se toman medidas redistributivas.

Existe todo un abanico de problemas, que contemplan actores y relaciones de poder que permiten explicar también cómo se desplegó la democracia argentina en los últimos cuarenta años. Los estudios que analizan las políticas derivadas de las relaciones entre el Estado con los organismos de derechos humanos, las Fuerzas Armadas, el movimiento obrero, la Iglesia, el empresariado, los organismos internacionales de crédito, entre otros, tienen mucho que aportar acerca de los condicionamientos y las deudas de la democracia. Ese conjunto de temas, cuyo desarrollo es maduro y robusto, continuará aportando trama a los estudios sobre la democracia en Argentina, desde enfoques conocidos y desde otros menos explorados. Entre los segundos, me refiero a los procedentes de las humanidades digitales, que ofrecen la posibilidad de procesar grandes masas de información a través de nuevos lenguajes informáticos, adecuados para aplicar al tratamiento de la información que circula en redes sociales y se ha incorporado como fuentes no tradicionales de la historia.

 2) A la luz de los resultados electorales de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) y/o elecciones generales del 22 de octubre, ¿qué desafíos considera que enfrenta la sociedad argentina democrática?

Buena parte de la sociedad argentina en algún momento creyó que se había llegado a sedimentar un consenso: considerar a la democracia como el mejor sistema de alternancia política y de respeto por la vida, la libertad y los derechos humanos. Coincido con esa afirmación, en parte por haber vivido en dictadura y celebrado la recuperación de la democracia, y no se me escapa que mi respuesta deriva de esa trayectoria se inserta en el presente condicionado por el horizonte del ballotage del 19 de noviembre próximo.

Considero que hoy ese consenso se ve amenazado y horadado por los discursos de odio y por un negacionismo extendido, que pone en peligro la estabilidad de la convivencia en democracia. Se escuchan consignas que, lejos del respeto al pluralismo de ideas inherente a la democracia, no sólo proponen la destrucción de un adversario político que es la expresión de buena parte del electorado, sino que, llevados al extremo, ponen en cuestión valores básicos y derechos adquiridos por los que luchó la sociedad argentina. Entre ellos, algunos son de largo plazo y fueron logrados en una construcción incluso secular, tales como el derecho a la educación pública y gratuita hasta alcanzar el grado universitario, pero también a la salud pública, al trabajo digno, a la existencia de un organismo científico del Estado como el CONICET puesto al servicio del desarrollo de la Nación. Otros, fueron alcanzados en las últimas décadas: la responsabilidad parental compartida, el derecho al aborto, la Educación Sexual Integral, la profundización de la asistencia social a los sectores vulnerables y a la ancianidad, entre otros.

¿Cómo accionar ante líderes emergentes de la crisis y el crecimiento internacional de las derechas, que no responden a los atributos que ya Max Weber señalaba como indispensables entre los políticos profesionales: responsabilidad, pasión y racionalidad? Es cierto que los cuarenta años de estabilidad política arrastran numerosas deudas y que no va de suyo que con democracia se coma, se cure y se eduque, como pretendía Raúl Alfonsín. Las crisis económicas, la actual inflación, la profundización de la vulnerabilidad social que arrastró la pandemia, y la falta de oportunidades de los jóvenes que no encuentran inserción laboral, generan desazón y desencanto.

Ante ello, el gran desafío parece ser mostrar, a quienes no fueron atravesados vivencialmente por la dictadura militar y el autoritarismo, que la inmediatez de la propaganda política que consumen en las redes merece ser sometida a crítica, que la crisis no se supera con destrucción; hacer comprender que en esta democracia ya se goza de libertades, de manera tal que deberíamos plantearnos cómo lograr mayores y mejores oportunidades, a sabiendas de que el predominio de las reglas del mercado haría imposible generar condiciones favorables a quienes menos tienen; y que priorizar la vida y la defensa de los derechos humanos en los que la Argentina es modelo en el mundo está por encima de cualquier situación económica. Pero para lograr ese compromiso del electorado, el desafío de los dirigentes políticos, debería ser forjar un modelo que pondere los intereses de la Nación por encima de los partidarios o coalicionales, para poder responder a la ciudadanía con ampliación de derechos, no sólo civiles, sino también sociales que satisfaga la demanda de la población, en especial de los jóvenes y los sectores más vulnerables.

3) Si se considera a la democracia como un régimen indeterminado sobre el cual se busca un contenido específico o un horizonte al cual se propende -cuando no se puja o se batalla dentro del Estado de derecho-, ¿cuáles piensa usted que serían las próximas demandas que marcarán la agenda democrática de los próximos años?

En lo político, ligado con las respuestas anteriores, la demanda global sería, en mi criterio, dar prioridad a la búsqueda de consensos que permitan llegar a políticas de Estado capaces de poner freno a las demandas ilimitadas del capitalismo que encarnan ciertas propuestas políticas neoliberales y neofascistas, que han traspasado todo límite ético y moral.

Por cierto, hablo en primer lugar de la espeluznante propuesta de venta de órganos y de la libre comercialización y portación de armas. Pero también del intento de dolarización, que implicaría renunciar a ejercer una política monetaria y cambiaria soberana; de la definitiva pérdida de control sobre la hidrovía, que proporcionaría recursos necesarios para resolver los agobios de la economía nacional y contribuiría a reconstruir las bases materiales sobre las cuales podría sustentar una democracia más estable; de la privatización de nuestros recursos naturales, tales como el litio y el agua.

Buena parte de la comunidad historiadora desde los años noventa ha trabajado en torno a la hipótesis de la autonomía de la política. Cada vez es más claro que esa autonomía es relativa y que si bien la política no es un epifenómeno de la economía, ya que se conduce a través de sus propias reglas, de ningún modo es independiente de ella, salvo que sólo la interpretemos como un juego entre quienes no se miran más que a sí mismos. Es probable que esa perspectiva predominante derive de una experiencia: la de una parte de la elite dirigente preocupada en su continuidad y su reproducción más que en el ejercicio de las funciones para las cuales recibieron el voto ciudadano. Esa proyección banal de los políticos profesionales generó una expresión contundente en el “que se vayan todos” de 2001 y se reflejó, en la actual coyuntura en el voto a Milei, en el repudio a “la casta”.

En los próximos años, política y reconstrucción de una economía sólida, con mayor equidad en la distribución del ingreso, deberían ir de la mano para darle mayor credibilidad al sistema democrático arbitrado por el Estado argentino. Un gobierno que no sólo suponga unidad entre una selección de los mejores dirigentes, sino que tampoco pierda de vista el apoyo que pueden brindarle las bases sociales de la política, parece ser el camino de la recuperación nacional. Porque la dirigencia política cuenta con una sociedad organizada, movilizada y resuelta trabajar en el territorio -algo que se fortaleció durante el período de pandemia- capaz de contribuir con el gobierno en acciones comunes para dar respuestas a sus demandas.

Entrevista a Mónica Gordillo[3]

1) A los 40 años de la recuperación democrática, ¿qué balance realiza usted sobre los estudios dedicados a la misma? ¿Qué temas, perspectivas, abordajes o metodologías considera que podrían arrojar nuevos matices sobre la democracia?

Los primeros estudios dedicados a la recuperación democrática siguieron el derrotero establecido por la agenda del gobierno de Alfonsín. De este modo se centraron en la acción de los definidos por ese gobierno como principales actores, tales como los sindicatos y las Fuerzas Armadas que, desde un rol corporativo, parecían poner en peligro la gobernabilidad. De igual modo se analizaron las políticas económicas y su fracaso, los cambios operados en el partido justicialista, donde los estudios se centraron en la vertiente renovadora sobre otras que se reconfiguraron y que -en un primer momento- no fueron tenidas en cuenta|, para destacar en cambio el aporte de la Renovación Peronista en el fortalecimiento de la institucionalización del sistema político. En líneas generales esos estudios señalaron el éxito en la consolidación del sistema democrático, al garantizarse la sucesión del gobierno mediante elecciones, sin embargo, también comenzó a caracterizarse esa primera etapa democrática como la “década perdida”, en el sentido de no haber podido dar respuesta a los graves problemas sociales y económicos que debió enfrentar. En general, en los abordajes parecía predominar la idea de la existencia de deudas de la democracia, como cuestiones pendientes que no se habían podido alcanzar por priorizar otras cosas, como la consolidación de la gobernabilidad, sin comprenderse tal vez la naturaleza de la democracia en el marco de un sistema capitalista, donde el ejercicio de la voluntad popular para la elección de sus representantes, el respeto de la institucionalidad y la división de poderes son condiciones necesarias pero no suficientes para la democratización. En este sentido las deudas pueden mantenerse eternamente, no es una cuestión de etapas o escalones, sino de entender que se debe trabajar sobre las características mismas de la dominación y desarmar sus mecanismos para poder producir efectos democratizadores.

La segunda etapa de gobiernos democráticos, los comprendidos entre 1989-1999 bajo la presidencia de Menem, fue en cambio estudiada inicialmente como si la democracia no fuera ya un problema, como si estuviera asegurada, siempre teniendo en cuenta el concepto estrecho de régimen político; entonces la atención se centró en las novedades introducidas por estos gobiernos: las reformas estructurales de mercado. En general, con algunas excepciones, se tendió a separar la esfera económica de la política sin poder calibrar, por ejemplo, el peso de ésta última para explicar la crisis de hiperinflación con la que entregó el gobierno Alfonsín a Menem en 1989. Fue recién luego de la crisis de 2001, que volteó al gobierno radical de De la Rúa, cuando se hicieron nuevas aproximaciones, situando la conflictividad social como resultado esperable y constitutivo de la acción de demandantes y contra demandantes. Pareció entonces salir a la luz la importancia de la capacidad estatal de los gobiernos para intervenir y arbitrar en un sentido o en otro, como tarea imprescindible para garantizar el funcionamiento democrático, si éste es entendido como democratización, es decir como un proceso que tiende a disminuir las desigualdades sociales y a procesar las demandas de los sectores con menos recursos, materiales y simbólicos. Durante la primera década del siglo XXI comenzaron entonces nuevas interrogaciones sobre los mecanismos que no se habrían desarticulado para efectivizar la democratización, limitando la potencialidad de la reconstrucción democrática. No es posible realizar aquí un estado de la cuestión sobre esa producción, solo destacaré la atención prestada a algunos problemas en los que aparecieron para entonces como trabajos con nuevas perspectivas, como las presentadas en el libro de Pucciarelli, preocupados por las presiones de actores antes no considerados (como los grandes grupos económicos ligados al poder estatal, corporaciones agrarias, Iglesia, entre otros) que habían representado fuertes obstáculos para democratizar el poder, según la excelente síntesis que aparece como subtítulo del libro.[4] Del mismo modo comenzó a considerarse la incidencia de las formas de hacer política por parte del primer presidente democrático quien, basado en preconceptos ideológicos hacia algunos de sus contrincantes, por ejemplo, hacia el movimiento sindical, limitó las posibilidades de gestionar sus propios proyectos y de apaciguar la conflictividad social, sin intentar abrir espacios de negociación en los que el gobierno tuviera un rol arbitral entre sectores. Este problema aparece en el libro compilado por Gargarella, Murillo y Pecheny,[5] quienes destacaron la pretensión del presidente de otorgar derechos “desde arriba”, avaladas sus iniciativas en la legitimidad otorgada por las urnas, sin considerar suficientemente las demandas y tradiciones existentes a ras del suelo, que era necesario escuchar.

Luego de 2001, los estudios sobre los diferentes gobiernos democráticos que se fueron sucediendo no pudieron dejar de considerar la existencia de los conflictos sociales y las formas en que los distintos gobiernos los fueron procesando. Esta forma de aproximación resultó, desde mi punto de vista, metodológicamente más adecuada para analizar los momentos democráticos, partiendo del supuesto de que éstos no son constantes -aun dentro de un régimen democrático- sino, por el contrario, aparecen como un resultado contingente de la confrontación entre demandantes y contrademandantes. Esto habla de cierta dinámica histórica en la que, la consecución de logros en términos de derechos, son siempre respondidos por contra demandas por parte de actores que no aceptan que se avance sobre lo que entienden son sus prerrogativas. Su afianzamiento requiere entonces de la movilización colectiva y de la acción estatal para la construcción de nuevas hegemonías políticas y culturales que aseguren lo conseguido.

Lo anterior puede parecer abstracto, sin embargo, es posible observar algunos indicadores, tanto en micro como en macro espacios sociales y políticos, que permiten concluir si el resultado es la democratización, entendida como la ampliación de la participación, la disminución de la desigualdad categorial, el control de los representados sobre sus representantes a través de consultas vinculantes o, en cambio, la desdemocratización dentro de un régimen formalmente democrático.[6]   

El reconocimiento del papel del Estado en su rol arbitral y distributivo entre sectores apareció como una demanda mayoritaria a partir de la crisis del modelo neoliberal del menemismo. Los “años del Kirchenismo”[7] han generado ya una cuantiosa bibliografía sobre diferentes aspectos. Tal vez menos atención se prestó al problema de la derrota cultural de una matriz estadocéntrica que se fue socavando desde finales de los años ‘80 y se acentuó con los gobiernos de Menem. Esa visión del mundo, individualista y meritocrática, cuyo objetivo parecía ser la satisfacción económica personal vía el acceso al consumo, fue creciendo gradualmente como una especie de contrahegemonía que comenzó a renegar de la política como el medio de solución de los problemas sociales.

Un anticipo muy interesante de los desafíos del presente, ya aparecieron planteados en un libro surgido de un encuentro en la UNSAM, realizado en 2011 al conmemorarse los diez años de la crisis de diciembre.[8] Allí ya se alertaba sobre la desintegración de los valores que habían forjado una cultura política basada en la igualdad, la solidaridad y la justicia social, reemplazada por el quiebre de los lazos sociales.

Por eso identificar las demandas y contrademandas en cada momento histórico puede servir para valorar el nivel de democratización en cada etapa y prestar más atención a los síntomas y magnitud de las acciones desdemocratizadoras. Por ejemplo, podría ser muy interesante reconstruir proyectos, demandas que movilizaron actores y que no lograron concretarse, como la de reforma agraria, democratización del mundo del trabajo, reconocimiento de los cambios operados en la concepción sobre el trabajo y sobre la necesidad de reconocer e incorporar con derechos las distintas formas de trabajo que no adoptan la forma asalariada.

Sin duda la perspectiva de análisis señalada habilita avanzar en el estudio de una gran diversidad de temas, dado que en general se ha prestado atención a los actores y proyectos que lograron imponerse, considerando menos las resistencias, las corrientes subterráneas que circulan, según Tilly, bajo el aparentemente tranquilo lago de la democracia.

2) A la luz de los resultados electorales de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) y/o elecciones generales del 22 de octubre, ¿qué desafíos considera que enfrenta la sociedad argentina democrática?

Estamos hoy claramente ante una amenaza desdemocratizadora, que mostró una serie de indicadores con anterioridad pero que hoy se expresan abiertamente en el espacio público. Esa amenaza no solo busca disminuir la participación del otro sino, directamente, su eliminación. Esa posición cree necesario aplicar una selección natural donde triunfe el más apto, por consiguiente, el Estado no debe tratar de disminuir la desigualdad categorial e histórica (racial, sexo-genérica, de capacidades diferentes, entre otras) y la acción política deja de ser el mecanismo para ejercer el control y acercar las demandas de la sociedad a los representantes. Indicadores que, como señalamos más arriba, en su aspecto positivo (ampliar la participación, disminuir la desigualdad categorial, recurrir a consultas vinculantes) hablan de un proceso democratizador, mientras que lo contrario de uno desdemocratizador. Ante esta situación, y más allá de los resultados electorales, es decir aun triunfando el candidato de Unión por la Patria, Sergio Massa, será necesario refundar el sistema democrático en base a una serie de acuerdos que delimiten su campo, un espacio de acciones permitidas y otro que debiera quedar fuera de las fronteras de la democracia. Esto requerirá fortalecer la capacidad estatal para actuar, pero, también, un gran trabajo cultural y social que ponga límites y se plantee construir una nueva hegemonía sobre la base de una apuesta a los derechos humanos en su integralidad.  Hoy, como en 1983, parece jugarse la opción de autoritarismo o democracia.

3) Si se considera a la democracia como un régimen indeterminado sobre el cual se busca un contenido específico o un horizonte al cual se propende -cuando no se puja o se batalla dentro del Estado de derecho-, ¿cuáles piensa usted que serían las próximas demandas que marcarán la agenda democrática de los próximos años?

En realidad, no creo que la democracia sea un régimen indeterminado. Como régimen político tiene reglas para expresar la voluntad popular en momentos específicos: elecciones, referendums, etc. y una serie de normativas y mecanismos que garantizan o, debieran hacerlo, esa expresión. Lo que aparece como contingente o más indeterminado es el contenido de lo que cada momento histórico considera y expresa como demandas democráticas y/o mayoritarias. ¿Lo mayoritario es siempre lo más democrático? Tilly nos da una pauta para responder a esto. Lo es en la medida en que amplíe la participación y los derechos; en caso contrario por más que una demanda sea mayoritaria no sería democrática. Es decir, se coloca un límite donde en un régimen democrático, no puede aceptarse cualquier demanda.

El problema con esto tiene que ver con la manera en que se construyen las demandas en el marco de una crisis generalizada de la tolerancia, de la solidaridad, del respeto por lo humano y la vida no humana, por la tierra y el planeta en la fase de un capitalismo expropiador, que parece no encontrar límites. Frente a ello es fundamental la acción política, la movilización y el compromiso social para mitigar la supuesta acción despolitizadora de los grandes medios que aparecen como portavoces o construyen demandas que, luego, son replicadas aun por los que se verían afectados de concretarse las mismas.

Entonces, los desafíos y las nuevas demandas de una agenda democrática para los próximos años debieran ser, en primer lugar, el respeto a la vida y a su dignidad por encima de cualquier valor, en todas sus expresiones, la defensa de los derechos ambientales y al sustento, a la vivienda, a la salud, la educación, a un trabajo que permita disponer de tiempo libre; para ello será necesario actuar sobre las pautas establecidas por el capitalismo y redefinirlas, para limitar la acumulación en pos de una necesaria redistribución.

Entrevista a Martín Vicente[9]

1) A los 40 años de la recuperación democrática, ¿qué balance realiza usted sobre los estudios dedicados a la misma? ¿Qué temas, perspectivas, abordajes o metodologías considera que podrían arrojar nuevos matices sobre la democracia?

El estado de la cuestión puede verse marcado por una doble línea: por un lado, los temas que conforman una agenda epocal donde el tránsito desde la última dictadura y los legados de esa etapa se colocan en primer plano (centralmente sobre instituciones y economía); por el otro, lo que podríamos llamar la cuestión democrática en sentido amplio y que se proyectó más allá del momento transicional. Aquellas preocupaciones que marcaron el campo de estudios en la misma década de 1980, donde la ciencia política, la sociología, la economía y las perspectivas jurídicas tomaron la delantera, generaron una cierta unidad temática fuerte que derivó en una estructuración de esos temas en dos sentidos: en proyectarlos hacia adelante, organizando tópicos que recorren la historia posterior; en permitir desde esa fortaleza una revisión que en los últimos años se ha hecho clara si se miran trabajos de los últimos años, como los de Adrián Velázquez Ramírez sobre radicalismo y peronismo en la etapa, Marina Franco sobre Derechos Humanos y recientemente sobre el propio año 1983, Martina Garategaray y Ariana Reato sobre lenguajes políticos, por dar sólo unos ejemplos. A ello deberíamos sumar las investigaciones sobre temas que fueron centrales en la etapa y no habían recibido hasta aquí aportes de gran envergadura: para mencionarlo en casos, Natalia Milanesio trabajó sobre el destape; la investigadora estadounidense Jennifer Adair sobre las representaciones de los déficits sociales de la democracia en las cartas enviadas a Raúl Alfonsín; el trabajo en proceso de Florencia Osuna sobre la política social alfonsinista, como otro caso. No es un detalle menor que se trate de autoras, mientras los trabajos escritos en el contexto de los años ’80 tenían una presencia predominantemente masculina: es reflejo de una transformación en el mundo académico que expone uno de los mejores cambios sociales.  

Si tuviera que decirlo en términos de un balance por medio de ejemplos, sabemos bastante sobre las implicancias del paso de la dictadura a la democracia en el plano nacional pero menos en el subnacional; conocemos más sobre las facetas culturales por trabajos periodísticos o memoriales que por medio de investigaciones académicas; podemos entender procesos de más larga duración mediante una articulación de trabajos diversos, pero tenemos chances menores de hacerlo mediante estudios abarcativos de mediano plazo.

Yendo a lo temático, creo que la reconstrucción democrática debe entenderse en varios planos: las relaciones democracia-dictadura a lo largo del siglo XX; el contexto de los años ’70 y el tercer gobierno peronista; el propio “Proceso de Reorganización Nacional”; el momento de transición y el ciclo del primer gobierno democrático, el de Raúl Alfonsín; las derivas posteriores de la democracia, entendida en términos tanto generales (como una forma de lazo social) como particulares (desde la faceta institucional en sus diversos pliegues). Las coyunturas en las que vivimos determinan agendas para mirar el pasado reciente pero también modos en los cuales abordar esas investigaciones y a medida que nos alejamos del momento, la historiografía ha comenzado a hacer colaboraciones de relevancia desde la perspectiva de la historia reciente.

 2) A la luz de los resultados electorales de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) y/o elecciones generales del 22 de octubre, ¿qué desafíos considera que enfrenta la sociedad argentina democrática?

El contexto de crisis económica y de dinámica política en el que se desarrollaron estas elecciones coloca a la democracia en un punto crítico desconocido desde 2003, tras el colapso de diciembre de 2001, lo que más allá de las urgencias del momento permite rever una serie de puntos. En primer lugar, más allá de los problemas de mediano plazo y de la coyuntura, debe marcarse la persistencia de la democracia y subrayarse su fortaleza que permitió superar momentos de tensión aguda (los alzamientos carapintadas, los ciclos hiperinflacionarios, la propia caída del gobierno de Fernando De la Rúa). En un segundo plano, esa continuidad está marcada por una serie de problemas que la agrietan: los números de pobreza actuales y la entidad de la pobreza estructural deben ponerse en primer plano no sólo desde un reclamo por inclusión e igualdad, sino para reconstituir una movilidad social e intergeneracional que ha sido, históricamente, una perspectiva relevante para construir ciudadanía; el federalismo debe ser ya no una alternativa sino una clave para repensar una rearticulación política general: desde la relación fiscal de la nación con las provincias y de estas con los municipios a una reformulación de la estructura poblacional por regiones, pasando por una descentralización del área metropolitana de Buenos Aires en la política nacional. Para ello se necesita un acuerdo entre espacios partidarios, que se mostró imposible durante la polarización que caracterizó a la última década, un reordenamiento macroeconómico ante una economía marcada por la deuda externa y problemas agudos como la inflación, una participación ciudadana más constante y capaz de ser atendida con fluidez desde el Estado.

La aparición de una fuerza política como La Libertad Avanza, que presenta una perspectiva de alejamiento y crítica del pacto democrático, llevó a la derecha radicalizada a un nivel electoral inédito para nuestra historia, al punto de vencer en el ballotage y alcanzar la presidencia de la nación. No se trata de una expresión ideológica doctrinaria sino de un fusionismo entre diversas alternativas radicales del neoliberalismo, el nacionalismo y el conservadurismo. A la luz de la agenda que mencioné antes, implica una señal de alerta en varios niveles: la centralidad de una mirada que siembra tensiones evidentes con la democracia en sus niveles sustanciales tanto como formales; el proceso de circulación social y cultural de ideas en oposición a la democracia o donde esta aparece supeditada a una primacía del economicismo; el lugar especialmente destacado que el ataque a la dirigencia tradicional, los partidos políticos consolidados y las elites culturales tiene en la discursividad del espacio; el impacto de esas perspectivas sobre el universo de la centro-derecha mainstream, centralmente representado en el apoyo de una parte de Juntos por el Cambio de cara al ballotage. Eso plantea un escenario inédito en la historia democrática posterior a 1983 que tendrá como característica resolverse desde la propia gestión nacional.  

Este último punto debe subrayarse en tanto un proceso de fronteras porosas entre el universo de la centro-derecha y los márgenes a su derecha operó como un efecto de sinergia que no sólo corrió los límites del debate público sino que impactó de modo sistémico en la dinámica político-partidaria: sectores de Juntos por el Cambio, especialmente de su partido central, Propuesta Republicana (PRO) se corrieron hacia un borde que redibujó la polarización previa entre el pan-peronismo y el no-peronismo en términos de kirchnerismo-antikirchnerismo. Ello podría redundar en la creación de un nuevo mapa político: el oficialismo nacional por un lado (con posibles internas latentes) reformulando su eje desde una posición no kirchnerista o redibujando el peso del kirchnerismo en el pan-peronismo; el sector moderado de Juntos por el Cambio por otro (con una parte de la Unión Cívica Radical, la Coalición Cívica y un PRO reformulado sin el ex presidente Mauricio Macri y su núcleo cercano); un espacio de convergencia entre La Libertad Avanza y sectores sumados desde la derecha de Juntos por el Cambio y aliados de aquel pan-peronismo.

Si bien de cara al ballotage la campaña de Unión por la Patria no fue estrictamente “democracia contra autoritarismo”, esa oposición apareció tanto en las palabras del candidato Sergio Massa como en los apoyos que recogió o los pronunciamientos de espacios o actores contra la figura de Javier Milei, quien representó el crecimiento acelerado de la opción de derecha radicalizada. Es destacable que en esas estrategias hubo una recuperación de la política tradicional como interlocución democrática, en contra de uno de los tópicos centrales del libertariano, quien a su vez se vio beneficiado por representar la opción de cambio, un pedido que en encuestas de mediano recorrido tendió a coincidir con los votos que obtuvo en el ballotage. Asimismo, vale la pena también resaltar dos puntos ligados a ello: el primero, que no debemos considerar el grueso del voto a La Libertad Avanza como un voto derechista, sino antes bien como una combinación de elección ideológica con votos críticos de los espacios políticos dominantes, de votos sólo referenciados en el propio Milei con votos frente a la opción oficialista ante la opción de ballotage; el segundo, que esa característica y el voto diagonal (en sentido etario, social, territorial) pueden permitir ordenar a una fuerza nueva y radical, efervescente y porosa, como un sello consolidado: parece paradójico, pero para eso el mejor resultado suele ser una derrota en un ciclo de crecimiento electoral, que permita ordenar desde afuera de las urgencias de la gestión. El triunfo, en cambio, abre un interrogante en varios niveles: al tratarse de una fuerza que no cuenta con gobernadores de su signo, suma sólo tres intendencias nacionales y es minoritaria en ambas cámaras, lo que la vuelve la presidencia con el punto de partida de mayor debilidad desde 1983, las estrategias de acuerdos, la capacidad de negociación, serán estratégicas. Allí se pondrán en juego la dinámica entre los postulados doctrinarios del propio Milei y el necesario equilibrio de articulación política, pero el impacto no será solo sobre la gestión. Con La Libertad Avanza en el gobierno se abrirá una etapa de gran complejidad, cuyos resultados no impactarán sólo sobre la relación sociedad-gobierno y el propio partido (así como con los aliados directos), sino sobre los criterios de validez de la democracia, de modo más acuciante que en el ya sumamente complejo escenario previo.

3) Si se considera a la democracia como un régimen indeterminado sobre el cual se busca un contenido específico o un horizonte al cual se propende -cuando no se puja o se batalla dentro del Estado de derecho-, ¿cuáles piensa usted que serían las próximas demandas que marcarán la agenda democrática de los próximos años?

Creo que el mejor modo de enfocar la respuesta es considerar tres ejes. En primer lugar, subsanar los resultados de una economía que tiene problemas evidentes desde hace más de una década, con la pobreza como eje, pero con necesidad de avanzar sobre la situación habitacional y urbanística (que incluye agendas como seguridad, transporte y acceso a espacios verdes y dinámicas de recreación). En segundo punto, asegurar el cumplimiento de las pautas legales de ciudadanía y motorizar sobre ellas nuevas perspectivas, dinamizando la lectura de nuestros ordenamientos legales con perspectivas atentas a la cuestión de género, las transformaciones generacionales o el reconocimiento de las comunidades originarias y migrantes, entre los más destacados. Finalmente, las agendas de nuevos derechos en sentido amplio, entendidos en un abanico que implica desde los de reconocimiento de identidades hasta los ambientales, serán un eje tanto por su rol como articuladores de activismos, militancias y su capacidad de imbricarse con demandas más tradicionales como con otras hoy minoritarias.

La agenda de La Libertad Avanza no se interesa en esos ejes, incluso se muestra reactiva a varios puntos dentro de ellos, con lo cual pueden ser retomados desde las posiciones opositoras, tanto como marcos generales de contra-propuesta cuanto como puntos de negociación. Esta lectura no implica una mirada ingenua que cree que, en otro escenario político (por ejemplo, si el gobierno que asumiera el 10 de diciembre de 2023 fuese de signo progresista o de una perspectiva centrista y negociadora) todo ello será inmediato o sin riesgos, más bien lo contrario: se trata de una hoja de ruta que no debería ser subsumida por un realismo político cínico ni reducida a una promoción fetichista de ejes desperdigados. Esta nota es posible porque si bien el contexto actual está marcado por una serie de problemas de diversa dimensión y el horizonte inmediato tiene trazos de empeoramientos cuyo impacto puede ser perdurable en el mediano plazo, los logros de la democracia en la Argentina, en perspectiva regional, son relevantes. Si bien no es el eje de esta charla, volver a marcar la fortaleza institucional ante situaciones de gran inestabilidad y destacar una vida pública dinámica y pacífica permiten ver que hay una entidad democrática sobre la cual apoyar una mirada en favor de proceso reformista, no sólo cuando lo inmediatamente venidero se articule en un signo contrario, sino precisamente también por ello. Retomando el final de la respuesta anterior, reencauzar desde una perspectiva democrática una serie de posiciones, reclamos y agendas que son contrarios a un robustecimiento de la democracia es, finalmente, una tarea de la propia democracia.

Entrevista a Marcelo Rougier[10]

1) A los 40 años de la recuperación democrática, ¿qué balance realiza usted sobre los estudios dedicados a la misma? ¿Qué temas, perspectivas, abordajes o metodologías considera que podrían arrojar nuevos matices sobre la democracia?

Voy a sesgar mi respuesta a los estudios sobre la historia económica, que es mi área de investigación y docencia. Si bien existen numerosos estudios sobre la restauración democrática, los trabajos sobre la dinámica económica en esos años no han sido tan numerosos, al menos hasta el cambio de siglo, salvo algunos destacados trabajos escritos por economistas sobre coyunturas y temáticas específicas (hiperinflación, privatizaciones, etc.). En los últimos veinte años quizás sí, con más fuerza, se advierte una preocupación por anudar el proceso político posterior a la última dictadura con lo sucedido a nivel de la estructura económica o de la política económica. Lo que sucedió durante la experiencia del gobierno de Raúl Alfonsín se entendió, básicamente, como resultado de los condicionantes generados por la política económica de Alfredo Martínez de Hoz… esa herencia (en particular el impacto de la deuda externa) se presentaba como determinante de la imposibilidad de equilibrar las variables monetarias y financieras, de sostener cierta estabilidad macroeconómica que permitiera condiciones para retomar el crecimiento económico a través de un plan heterodoxo. Entonces muchos de los estudios se abocaron a analizar esos condicionantes (con especial énfasis en los cambios en la dinámica financiera internacional) con el propósito de explicar la volatilidad macro y dar cuenta de cómo se llegó a una crisis hiperinflacionaria al final de esa gestión. Luego, el tema se engarzó con las políticas de privatizaciones de los años noventa, y el estudio de ese proceso también necesariamente tuvo que rastrearse en la situación previa: los intentos privatizadores y avances en ese sentido de la dictadura militar y del primer gobierno democrático, la avanzada de la concepción neoliberal y la enorme deslegitimación social a la que fueron sometidas las empresas públicas en un contexto de predominio del “pensamiento único” y de la globalización omnipresente. En los últimos años, han surgido algunos trabajos más específicos sobre los cambios en la estructura económica, industrial en particular, que revelan también las transformaciones significativas producidas por la política económica de la dictadura, recuperando los condicionantes internacionales, y las escasas modificaciones que se produjeron después, en el sentido de que se mantuvo mucho de lo que allí sucedió pese a distintas políticas que se aplicaron (caída de la participación del sector industrial en el producto, menor participación de sectores complejos, mayor grado de extranjerización, pérdida de participación de los trabajadores en el ingreso, etc.).

Con todo, creo que el gran tema pendiente, aunque ha sido tratado marginalmente, es la discusión sobre democracia y desarrollo económico focalizada en el caso argentino. Es evidente que las reglas de juego del sistema político se han mantenido luego de la restauración democrática de 1983, aun cuando existieron situaciones de crisis muy severas (incluso que se han puesto en duda valores básicos del sistema capitalista como el derecho de propiedad con saqueos, incautación de depósitos y otras manifestaciones de ese tipo). Aun así, nunca se dejó de votar (como sí ocurrió en países vecinos) y los conflictos se resolvieron dentro del sistema democrático (este sería uno de los pilares de la “densidad nacional” de la que hablaba Aldo Ferrer). Existe cierto consenso en estudios internacionales de que el sistema democrático favorece el logro del crecimiento y el desarrollo económico, al menos desde una perspectiva teórica, pero hay muchos casos que no confirman esta teoría (en particular los avances económicos de los países del sudeste asiático, muchos de ellos basados en regímenes políticos autoritarios). En un mismo sentido (aunque como espejo invertido) Argentina sería un caso de no desarrollo (más aun de involución económica y social) bajo un régimen democrático consolidado. La Argentina pasó de un sistema que brindaba relativa igualdad e integración social a pesar de convivir con una aguda crisis de legitimidad política (marcada por la exclusión del peronismo, principalmente) a otro en el que se resolvió la disputa por la legitimidad bajo el sistema democrático, pero con una sociedad cada vez más desigual y excluyente. Lo anterior resulta evidente si se divide el período en dos mitades: en los primeros 20 años la economía argentina no creció (de hecho, el PBI pc de 2003 fue menor al de 1983) y se incrementó fuertemente la pobreza y la desigualdad social (medido a través del coeficiente de Gini). En los segundos 20 años la situación se modificó parcialmente, sobre todo durante la experiencia de los dos primeros gobiernos kirchneristas, para luego seguir un derrotero de estancamiento con un nuevo incremento de la pobreza y mayor desigualdad durante los dos últimos gobiernos (M. Macri y A. Fernández). Todo ello en un marco de políticas muy diferentes, pendulares, extremas en algún sentido, que parecían echar por la borda todo o buena parte de lo logrado en la gestión previa… en suma, políticas de vuelo corto, sin grandes consensos de largo plazo (políticas de Estado).

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Fuente: Elaboración propia sobre la base de INDEC y Ferreres, Orlando (2018). Dos siglos de economía argentina (1810-2004). Buenos Aires: Norte y Sur.

        Si se hubiera mantenido el ritmo moderado de crecimiento de las décadas anteriores a la dictadura militar el PBI por habitante sería hoy al menos un 120% más alto (niveles de riqueza similares a los actuales de España, por ejemplo). Se trata de una frustración incuestionable del desarrollo económico que tiene consecuencias funestas sobre el mismo proceso político; en otras palabras, la persistencia del estancamiento y el aumento generalizado de la pobreza genera las condiciones para que se horade el propio sistema democrático.

 2) A la luz de los resultados electorales de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) y/o elecciones generales del 22 de octubre, ¿qué desafíos considera que enfrenta la sociedad argentina democrática?

Dado el escenario comentado, no es casual el surgimiento de propuestas y alternativas políticas con rasgos autoritarios (como las presentes en las últimas elecciones por parte de La Libertad Avanza) que, en parte, reflejan la desazón y la falta de esperanza de importantes capas de la población respecto a su realidad y posibilidades futuras de progreso y bienestar. Se trata de una sociedad hastiada por la crisis permanente, la inflación y la falta de posibilidades que sólo quiere escuchar “recetas mágicas” de alivio, recetas blandidas por algún marisabidillo que ponen en entredicho consensos históricos de la sociedad argentina; por ejemplo, en torno a la educación o la salud pública y, en general, con todo aquello que se relacione con el Estado (cualquiera fuese su modalidad de intervención). Desde esta perspectiva, si la democracia no pudo resolver los grandes problemas económicos durante cuatro décadas, incluso más, los agravó, entonces ¿por qué seguir confiando en ese sistema político de manera indefinida? No puede sorprendernos… la democracia incluye como elemento sustancial la igualdad de oportunidades y el bienestar social que, a pesar de los discursos libertarios ramplones de estas latitudes, son atributos de base a la hora de garantizar la “libertad” efectiva. Por lo tanto, el conjunto del sistema democrático argentino se torna endeble al no tener el sistema político un asiento económico que lo sustente y le de consistencia.  

3) Si se considera a la democracia como un régimen indeterminado sobre el cual se busca un contenido específico o un horizonte al cual se propende -cuando no se puja o se batalla dentro del Estado de derecho-, ¿cuáles piensa usted que serían las próximas demandas que marcarán la agenda democrática de los próximos años?

Resueltos los grandes problemas de la sociedad argentina del siglo XX, la continua interrupción del orden institucional, la violencia y proscripción política, la censura y otras manifestaciones autoritarias, el gran desafío es erradicar la pobreza y la marginalidad social. Para ello son necesarias políticas de Estado consensuadas y legitimadas socialmente que promuevan el crecimiento económico y la inclusión social, revirtiendo la tendencia de largo plazo señalada. Se ha destacado con énfasis que el mejor remedio para el desarrollo económico es la fortaleza democrática. En ese sentido, entre mayores libertades sociales mayor sería la oportunidad en el crecimiento de una nación. No obstante, frente a la comprobación de distintas experiencias nacionales exitosas donde la democracia no es el común denominador, la visión del desarrollo debe focalizarse no solo en la fortaleza democrática sino también a la estructura de las instituciones.  Se trata de robustecer la presencia del Estado, pero de un Estado que adquiera ribetes desarrollistas (que oriente las conductas empresarias en un sentido positivo) y no solo compensador del bajo crecimiento económico a través de transferencias dirigidas a los sectores vulnerables… un Estado que promueva el desarrollo económico y social, la mejora de la productividad, las exportaciones con valor agregado, el desarrollo científico y tecnológico. Para ello es indispensable establecer una relación virtuosa entre el sector privado y las empresas públicas bajo un diseño institucional que ponga fin al péndulo devastador que ha marcado la política y la política económica en los últimos cuarenta años; ese proceso que nos ha llevado a plantear “que se vayan todos” hace 20 años y hoy se renueva con el “basta de casta” bajo un discurso sicofanta que esconde un profundo riesgo democrático de penosas consecuencias económicas y sociales.

Entrevista a Dora Barrancos[11]

1) A los 40 años de la recuperación democrática, ¿qué balance realiza usted sobre los estudios dedicados a la misma? ¿Qué temas, perspectivas, abordajes o metodologías considera que podrían arrojar nuevos matices sobre la democracia?

Abundan los abordajes sobre la democracia en América Latina desde diversas ópticas ideológicas y políticas, pero creo que han sido dominantes los enfoques provenientes de canteras que podrían caratularse como social demócratas. El producido académico, en cada uno de los países de la región latinoamericana, obedece a circunstancias contextuales, a los modos que tuvieron los procesos de adquisición de la democracia especialmente en el Cono Sur, en donde fijo mi análisis.  Fueron determinantes los fenómenos atravesados por la denominada “transición” y no puedo dejar de evocar la enorme saga de reflexiones sobre la experiencia de Chile, país en que ese estadio fue demorado pues la reinstalación democrática fue muy lenta - y hay quien asegura que todavía se está en ese camino debido a la abrumadora herencia de la dictadura de Pinochet, a sus instituciones cuya síntesis es la Constitución del hermano país, que finalmente no ha podido ser reformada.  En Uruguay, pese a la imposibilidad de juzgar a los responsables de la brutal represión refrendada por un plebiscito, pudo avanzarse significativamente gracias a las opciones electorales que dieron sucesivos triunfos al Frente Amplio – una coalición de centro izquierda que amplió los derechos y garantizó estándares democráticos de convivencia.  En Brasil, la dictadura iniciada en 1964 tuvo una fase exacerbada entre 1968-1976 dando luego lugar a un ciclo relativamente menos persecutorio que posibilitó el retorno de miles de exiliados. En este país los análisis sobre la democracia han alcanzado notas singulares con un gran número de intérpretes, por lo general situados más a la izquierda.

En nuestro país ha habido una abundante producción de trabajos acerca de la cuestión democrática, muchos de estos estimaron especialmente las contribuciones políticas del Presidente Alfonsín, mientras que otros alegaron acerca de la necesidad de profundizar el contenido social del sistema democrático especialmente durante la primera década en que el país vivió la experiencia neoliberal del gobierno de Carlos Menem.  Hubo diversas expresiones adversas al peronismo acerca del rol de los sindicatos con exigencia de su democratización. Desde luego, no puedo dejar de manifestar que ha habido abundante literatura destinada a denostar a esa potente manifestación política popular atribuyéndole significados sesgados idiosincráticamente como no democráticos. Lo grave es que estos pronunciamientos han sido funcionales a manifestaciones hostiles, agraviantes y hasta persecutorias si se tiene en cuenta lo ocurrido a raíz de los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner.

 2) A la luz de los resultados electorales de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) y/o elecciones generales del 22 de octubre, ¿qué desafíos considera que enfrenta la sociedad argentina democrática?

Siguiendo el hilo de la respuesta anterior estamos en una grave encrucijada con la oferta electoral de derecha-extrema derecha en nuestro país. Una cuestión tan cara a la matriz de Memoria, Verdad y Justicia reclamada en estos 40 años como encuadre semiológico denunciador del Terrorismo de Estado, retoma con bríos la escena societal. Las candidaturas de Milei-Villarruel representan no apenas el negacionismo de los devastadores dispositivos de aquel, sino que debe ser interpretado como justificación, como operación legitimadora del exterminio y de la apropiación de niñas y niños. Y ahora enfrentamos su triunfo arrollador, lo que considero una auténtica catástrofe para la vida democrática. La alternativa en el ballotage fue clara: democracia o fascismo. Es imprescindible que las Ciencias Sociales analicen severamente lo ocurrido, que nos ofrezcan su capacidad para interpretar las motivaciones que creo muy heterogéneas. No puede explicarse una situación de estas características sólo como reacción a los severos problemas económicos: muchas veces hemos tenido inflación galopante, y tasas elevadas de pobreza, pero es la primera vez que ocurre que miles de personas han optado por algo tan trágico como la “servidumbre voluntaria”. No puede decirse que hubiera engaños en las promesas de la fórmula, pues el ahora ungido Presidente avisó con toda la fuerza que impondría un ajuste ejemplar, que barrería derechos, etc.

3) Si se considera a la democracia como un régimen indeterminado sobre el cual se busca un contenido específico o un horizonte al cual se propende -cuando no se puja o se batalla dentro del Estado de derecho-, ¿cuáles piensa usted que serían las próximas demandas que marcarán la agenda democrática de los próximos años?

¡La demanda que sobrevendrá a este ciclo que adivino con ribetes aciagos es justamente retomar las formas democráticas! Porque asistiremos a una pérdida efectiva de derechos, especialmente para las mujeres, las diversidades sexo genéricas y desde ya, para amplios segmentos sociales y no sólo populares porque estarán gravemente alcanzadas las clases medias. Dispongo de un acervo subjetivo claramente apostador al optimismo de la voluntad, a la capacidad transformadora de la condición humana, y estoy segura de que habrá diversas formas de resistencia seguramente por parte de mucha gente que votó “porque no va a hacer lo que dice” – fórmula extraordinariamente oximorónica.  Y ojalá que podamos superar este ciclo, que sólo promete fórmulas regresivas, con el menor costo posible.

Mariana Pozzoni es Profesora y Doctora en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata donde se desempeña como profesora regular en las cátedras Historia Argentina General II (Facultad de Humanidades) e Historia Económica y Social II (Facultad de Ciencias Económicas y Sociales). Es autora de Leales. De la Tendencia Revolucionaria a la Juventud Peronista Lealtad (Imago Mundi, 2018), una adaptación de su tesis doctoral, realizada en el marco de una beca de investigación del CONICET y compiladora de La historia argentina reciente (1955-2001). Propuestas para el aula (EUDEM, 2018). Junto con Silvana Ferreyra co-dirige el Observatorio Ciudadano, Político y Electoral del Centro de Estudios Históricos de la UNMdP. 

Sebastián Pattin es Doctor en Historia por la Universidad de Münster (Alemania). Estudió Ciencias Políticas en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y realizó una maestría en Ciencias Sociales con mención en Historia Social en la Universidad Nacional de Luján. En la actualidad se desempeña como becario posdoctoral de CONICET con lugar de trabajo en el Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Publicó varios artículos en revistas nacionales e internacionales sobre la Iglesia católica y el catolicismo en la segunda mitad del siglo XX. Se destaca el libro Entre Pedro y el pueblo de Dios. Las concepciones de la autoridad en el catolicismo argentino (1962-1976) (Prohistoria, 2018).

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[1] Ferrari, Marcela y Fabris, Mariano (2023). El año que recuperamos la democracia. Mar del Plata: EUDEM.

[2] Historiadora, Doctora por la École des Hautes Études en Sciences Sociales con especialidad en Historia. Investigadora Principal del CONICET. Ha sido directora del Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales (INHUS, CONICET UNMDP), Profesora Titular por concurso de Historia Argentina del siglo XX-XXI de la UNMDP, docente-investigadora categoría I del Programa Nacional de Incentivos y directora fundadora de PolHis. Revista Bibliográfica Electrónica del Programa Interuniversitario de Historia Política. Sus investigaciones se inscriben en la línea de la historia política del siglo XX, principalmente en tres ejes: cuestiones electorales, partidos políticos y trayectorias políticas, colectivas e individuales. Entrevista recibida el 01/11/2023.

[3] Doctora en Historia por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, Investigadora Principal del CONICET, Profesora Titular en la Cátedra de “Historia Argentina II”, FFyH, UNC. Ha dictado también numerosos cursos de posgrado. Se ha desempeñado como Secretaria de Investigación, Ciencia y Técnica y Vice-Decana de la Facultad de Filosofía y Humanidades de dicha Universidad. Cuenta con importantes publicaciones sobre temas de historia social, entre los que se destacan catorce libros y más de setenta contribuciones en revistas académicas y capítulos de libro, sobre temas relativos al movimiento obrero, acciones colectivas, ciclos de protesta, acciones transnacionales, democratizaciones y cambios en el trabajo en el pasado reciente.  Ha sido Visiting Scholar en el David Rockefeller Center for Latin American Studies (DRCLAS) de la Universidad de Harvard, Cambridge, Massachusetts, EE.UU entre septiembre-diciembre de 2014; ha dirigido y dirige proyectos de investigación, investigadores y becarios de distintos organismos científicos. Recibió el premio “Eliseo Soaje Echagüe”, entregado por la UNC en 2001 a la mejor publicación sobre Historia de Córdoba por su libro Córdoba en los ´60, la experiencia del sindicalismo combativo. Entrevista recibida el 17/11/2023.

[4] Pucciarelli, Alfredo (2006).  Los años de Alfonsín. ¿El poder de la democracia o la democracia del poder? Buenos Aires: Siglo XXI.

[5] Gargarella, Roberto; Murillo, María Victoria y Pecheny, Mario (2010). Discutir Alfonsín. Buenos Aires: Siglo XXI.

[6] Tilly, Charles (2010). Democracia. Barcelona: Akal.

[7] Pucciarelli, Alfredo y Castellani, Ana (Coords.). Los años del Kirchnerismo. La disputa hegemónica tras la crisis del orden neoliberal. Buenos Aires: Siglo XXI.

[8] Pereyra, Sebastián; Vommaro, Gabriel y Pérez, Germán (2013). La grieta. Política, Economía y Cultura después de 2001. Buenos Aires: Biblos.

[9] Es Investigador Adjunto del CONICET con sede en el IEHS-IGEHCS/UNCPBA y docente en la Facultad de Humanidades de la UNMdP. Su área de trabajo es la historia político-intelectual de las derechas argentinas, temática sobre la cual publicó artículos en revistas científicas y libros colectivos en la Argentina, Brasil, España, Estados Unidos y Francia entre otros países. Es autor de De la refundación al ocaso. Los intelectuales liberal-conservadores ante la última dictadura (UNLP-UNGS-UNaM, 2015) y co-coordinador de los dos tomos de Las derechas argentinas en el siglo XX (UNCPBA, 2021 y 2023) y La Argentina y el siglo del totalitarismo. Usos locales de un debate internacional (2022). Actualmente trabaja en una biografía intelectual de Mariano Grondona. Entrevista recibida el 23/11/2023.

[10] Profesor de Historia, especialista y magíster en Historia Económica y de las Políticas Económicas, y doctor en Historia. Se desempeña como investigador Principal del CONICET/IIEP y como profesor titular de Historia Económica y Social Argentina en la Facultad de Ciencias Económicas (UBA). Es fundador y director del Centro de Estudios de Historia Económica Argentina y Latinoamericana (CEHAL) y editor de H-industria. Revista de historia de la industria y el desarrollo en América Latina. Ha publicado numerosos artículos y capítulos de libros sobre historia económica, historia del pensamiento económico, historia industrial y de empresas. Sus últimos libros son El enigma del desarrollo. Biografía de Aldo Ferrer (2022); Industry and Development in Argentina an Intellectual History, 1914–1980 (2023), con Juan Odisio; Empresa pública y estado empresario en la argentina (2023), con Lucas Iramain; y A las palabras se las lleva el viento lo escrito queda. Las revistas en los orígenes de la profesionalización del campo de la economía (2023), coordinado junto a Camilo Mason. Entrevista recibida el 27/11/2023.

[11] Licenciada en Sociología (UBA), Master en Educación (Universidade Federal de Minas Gerais- Brasil) y Doctora en Historia (Universidade de Campinas, Brasil). Es Profesora Consulta de la UBA, Investigadora Principal del CONICET y fue Directora de este organismo entre 2010-2019. Posee una vasta producción académica relacionada con la historia de las mujeres, las relaciones de género y las sexualidades disidentes. Entre sus libros se encuentran Inclusión/exclusión. Historia con Mujeres (FCE, 2000); Mujeres en la sociedad argentina. Una historia de cinco siglos (Sudamericana, 2007); Mujeres, entre la casa y la plaza (Sudamericana, 2008); Los feminismos en América Latina (El Colegio de México, 2020; Prometeo, 2023). Ha recibido numerosos reconocimientos y el título de Doctora Honoris de diversas universidades.  Entrevista recibida el 30/11/2023.

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