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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº18. Mar del Plata. Julio-diciembre 2023.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

Estudios de política local en clave histórica.

Cuestiones de enfoque

María Cecilia Tonon

Centro de Estudios Sociales Interdisciplinarios del Litoral

Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

tononcec@hotmail.com

Recibido:        01/08/2023

Aceptado:        13/11/2023

Resumen

En este artículo se intentan abordar algunas categorías analíticas para el tratamiento de la política local, en tanto subcampo de los estudios políticos. Desde la perspectiva de la nueva historia política, se pretende analizar las relaciones entre historia política, historia del tiempo presente y los estudios culturales, atendiendo a un caso particular: los partidos vecinales surgidos durante la última transición democrática argentina. El enfoque microanalítico y los procedimientos de las escalas de análisis contribuyen a determinar los alcances y limitaciones del objeto de estudio. A partir del análisis de los partidos vecinales, se plantean algunas definiciones posibles, se desbroza el carácter multifacético de la naturaleza de estos partidos, para, finalmente, discutir su presencia como segmentos de organizaciones supranacionales y como actores dentro de los sistemas políticos comunales.

Palabras clave: Historia social de la política, Historia del presente, Política local, Partidos vecinales.

Local Politic Studies in a Historical Perspective. Focus Issues

Abstract

This article attempts to address some analytical categories for the historical methodological approach of local studies as a subfield of political studies. From the new political history perspective, the aim of this paper is to analyze the relationship between political history, history of the present time and cultural studies, focusing on the particular case of the hyperlocal political parties that emerged during the last democratic transition in Argentina. The microanalytical approach and the procedures of the scale analysis will contribute to determine the scope and limitations of the study subject. From the analysis of hyperlocal political parties’ cases, some possible definitions will be presented. The all-round nature of these particular parties has also been considered. Finally, an argument is developed to expose their existence as segments of supranational organizations and actors within communal political systems.

Keywords: Social History of Politics, Present History, Local Politics, Local Political Parties

Estudios de política local en clave histórica. Cuestiones de enfoque

La historia política tradicional, sus críticas y la “nueva” historia política

Durante largo tiempo, la historia política tradicional, aquella en la que los hechos históricos se fundían con los hechos políticos, se impuso como paradigma de la historia. En el contexto decimonónico, de formación de los estados-nación, el auge del positivismo y la revolución historiográfica de investigadores como von Ranke, impulsaron una visión instrumental de la disciplina, desde la que la política era su modelo estrella (Gutiérrez Cruz, 2014). En los albores del siglo XX no tardaron en aparecer las primeras críticas, particularmente desde la escuela de los Annales. Tanto Marc Bloch como Lucien Febvre forjaron nuevos procedimientos de trabajo y nuevas perspectivas de análisis que subordinaron lo político a una dimensión más, dentro del amplio espectro de temas que podía incluir el estudio de la historia (Philp, 2000; Burke, 2006; Bronislawa Duda, 2014).

Después de la Segunda Guerra Mundial, pero sobre todo a partir de la década de 1970, el estudio de lo político volvió a cobrar relevancia en dos sentidos importantes; por un lado, abandonando de plano la mera descripción o crónica de los acontecimientos históricos (Remond, 1988) y, por otro, desplazando a la política como actividad específica hacia lo político, en tanto  espacio aglutinante y polimorfo, abierto a todas las fronteras de la gestión de la realidad y de las instituciones de poder que la política asume, pero, también, dando cuenta de una especificidad o autonomía de lo político frente a otros tipos de historia (Julliard, 1979). En realidad, este supuesto retorno de la historia política o “nueva” historia política asumía algunas de las denominaciones con las que ya determinados movimientos intelectuales y culturales habían tratado de diferenciarse “de un ‘mismo’ anterior” (Barriera, 2002: 164). Sin embargo, este efecto de innovación, de pretendido regreso, no daba cuenta suficiente de las distinciones de este fenómeno en el campo historiográfico.

La idea de retorno de la historia política implicó más que una “simple acta de renacimiento” (Sirinelli, 1993: 25); se trató de una verdadera restitución de la esfera política o del campo de “lo político” en la historiografía, atendiendo al hecho de que, en verdad, nunca se dejó de hacer historia política (Barriera, 2002).  La novedad supuso variaciones en la mirada de la historiografía en el sentido de encontrar rastros de vida política en ámbitos donde anteriormente no había evidencias de que existieran. Esto resultó una metamorfosis significativa que favoreció una ampliación del terreno de lo político, multiplicando considerablemente los campos de investigación (Balmand, 1992).

Algunos de los aportes significativos para el cambio de perspectivas fueron las apuestas a la historia política hecha “desde abajo”, tras las miradas de la escuela anglosajona de la historia social (Burke, 1993; Thompson, 1984, 1989, 1993, 1995; Zemon Davies, 1991, 1992, 2013); asimismo, la revalorización de lo minúsculo, lo marginal, lo subrepticio, por donde es posible buscar siempre una lectura diferente y encontrar respuestas generales en problemáticas específicas, como propuso la microhistoria italiana (Ginzburg, 1999, 2001, 2006; Levi, 1991a, 1991b); también, el tratamiento de temas convencionales, pero desde carriles antes considerados secundarios, que apuntan a descartar de plano al Estado como principal sujeto de la historia política, como sugirieran varios estudios hispánicos (Clavero, 1981, 1993; Hespanha, 1990, 1993; Schaub, 1995).Todas estas formulaciones atinan a explicar o justificar el fenómeno de la centralidad rehabilitada para el tratamiento historiográfico de lo político, sobre todo, sindicando el peso que la política tiene en la vida de las personas (Taylor y Flint, 2002).

Las nuevas performances que delataron las transformaciones en los abordajes de lo político en la historia, le imprimieron a esta un carácter polifacético, orientándose hacia nuevos problemas, objetivos y métodos: el análisis de los fundamentos teóricos y de los cuadros institucionales de poder, la teoría política comparada, los fenómenos electorales (las elecciones, los partidos), los ideológicos (cultura y socialización política) (Balmand, 1992); asimismo los estudios prosopográficos o el clientelismo desde la antropología social, como así también la biografía política, la teoría de la acción y los estudios de historia cultural aplicados a lo político. Se observa cómo lo político y lo cultural se enlazan en la vena historiográfica de las culturas políticas y el estudio de las representaciones (conciertan ideologías, valores, creencias, sociabilidades y memorias), y pueden formalizarse en el seno de un partido, de una familia o de una tradición política (Sirinelli, 1993).[1] 

Esta diversidad de rostros que la historia política tradicional o historicista no había mostrado, y cuya pluralidad hace difícil reflejarla actualmente tras el único espejo de la novedad, nos insta a pensarla más que como una “nueva historia política”, como una historia social de la política. Como bien refiere Barriera (2002), se trata de manifestar el rostro cotidiano y estructural de la política, entendida como locus y como trasfondo de negociaciones, como andamiaje y como práctica estructurante en la que pueden reconocerse, de manera privilegiada, las relaciones sociales reales a la hora de caracterizar el conjunto social.

Esta amalgama de referentes son de combustión más lenta que aquellos específicamente políticos, tienen una duración variable, lábil, lo que haría que una historia social de la política se inserte en duraciones temporales diferentes, y que esté atenta tanto al acontecimiento como a la estructura. Esto atrae aquellas consideraciones que se hacen sobre la historia del presente y que se tratará de referir en el siguiente capítulo.

Las relaciones entre historia política e historia del tiempo presente

Como se esbozó en el punto anterior, el resurgimiento de la historia política implicó una profundización, renovación y ampliación en sus problemáticas, objetivos y métodos. Supuso, sobre todo, abrirse a los aportes interdisciplinares sin subordinar la perspectiva histórica, y facultar el tratamiento de fuentes que trasciendan los tradicionales documentos escritos, como las orales (Philp, 2000), y que también recorran arcos temporales más cercanos para la utilización de esas nuevas fuentes. La historia del tiempo presente define un campo epistemológico que permite sustanciar estas vinculaciones.

La historia del presente o del tiempo presente trata del análisis de procesos políticos pasados, pero que aún tienen resonancias en el presente. En este sentido, el tiempo presente no refleja un futuro de un pasado, sino un presente sin culminación aún; por tanto, estaríamos ante el análisis de procesos en curso o que suponen alguna forma de vigencia inteligible en la vida actual, tal como refiere Aróstegui (2004). Su virtud es la dimensión de coetaneidad, aunque ella es también su dificultad, puesto que concibe una idea de presente elástica, sin límites cronológicos definidos[2].

Existen algunas investigaciones (Grunewald, 1981) que proponen apreciaciones más bien cualitativas que temporales para delimitar la historia del presente. Así, es posible determinar cuatro elementos para discernir un tema dentro de este campo:

Le chercheur serait eh présence d'un vrai sujet d'Histoire du Temps Présent si quatre critères étaient réunis: une césure assez nette dans l'évolution sociale, des rapports étroits ‘d'immédiateté’ avec les problèmes politiques et sociaux contemporains, des informations suffisantes pour permettre une certaine généralisation et une amorce de typologie, sans oublier un minimum d'intérêt des contemporains pour ces recherches. Des critères de cette nature peuvent peut- être permettre de mieux cerner la notion d'Histoire du Temps Présent et de dépasser ainsi les querelles de dates.[3] (Grunewald, 1981: 15)

Estas relaciones de cercanía, de inmediatez con los problemas contemporáneos, permitirían habilitar un canal, encontrar una huella desde donde iniciar una pesquisa sobre problemas específicamente políticos. Si, además, el interés está puesto en problemas de historia política local, como los que se intentan analizar en este escrito, es doblemente vinculante con los tiempos más cercanos, dado que la localidad es importante en tanto lugar en donde se produce el proceso de socialización política.[4] Esta, tal como refieren Taylor y Flint (2002), no es una cuestión de inclinarse por un partido político o por otro, sino que tiene que ver con la creación y la pervivencia de ideologías en las que tienen que encajar los partidos. Estas ideologías son, ante todo, nacionales, porque los individuos son socializados para que se conviertan en ciudadanos de un país; sin embargo, pensar en una ideología dominante (y sus posibles variedades),[5] y cómo esa ideología se desenvuelve en las necesidades cotidianas de la comunidad a través de un marco de ideas y valores, resulta interesante para interpretar el entorno más cercano.

De lo dicho se desprende cómo lo político y lo cultural están indisolublemente atravesados por una zona de contacto y de ósmosis, como es la cultura política,[6] que incluye ideologías, valores, creencias, una memoria específica y una sociabilidad particular (Sirinelli, 1993). Surge el interrogante de cómo conjugar, entonces, el estudio de este conjunto de referentes, en especial, la memoria de una persona, una comunidad, sin atender a la supervivencia de actores y testigos o de una memoria viva que asista a las diversas generaciones que conviven en la misma época (Aróstegui, 2004). La memoria supone varios aspectos,[7] entre ellos, recuerdos particulares y pasados construidos colectivamente, la memoria directa y la heredada, en suma, la memoria histórica (Aróstegui, 2004). Historiar estas memorias es historizar el presente, lo que hace que la memoria y la concepción de un presente histórico vayan de la mano.

Ahora bien, en esta relación entre historia y memoria, resulta significativo traer a colación un aspecto no menor que tiene que ver con la entidad de las fuentes para estudiar esos procesos en curso. En este sentido, vale retomar la diferenciación que el propio Aróstegui hace en torno a la memoria escrita y la memoria oral:

“También es pertinente ahora, por fin, la distinción entre memoria escrita y memoria oral. Ello es de una especial importancia en la historia del presente donde la memoria oral puede jugar un papel testimonial esencial. Al contrario que en la historia al uso donde siempre se ha tenido a la memoria escrita por la fundamental y a la oral por la secundaria, los papeles se invierten aquí. De ahí que esa era del testimonio de la que se ha hablado sea, sobre todo, la era del testimonio oral. En el contexto de la relación problemática entre Memoria e Historia, la categoría misma de historia oral y las profundas implicaciones metodológicas que se derivan de su construcción deben ocupar un lugar destacado. En este sentido es el testimonio el punto de convergencia de la memoria con la historia” (Aróstegui, 2004: 49)

Si investigar la cultura política (de la que las memorias, ideologías, representaciones y sociabilidades forman parte), es el vehículo de la (nueva) historia política (Sirinelli, 2003), entonces, las fuentes orales se transforman en una herramienta fundamental para reconstruir las percepciones de los individuos y de las comunidades acerca de los diferentes procesos políticos que atravesaron, la manera en que fueron interpretados y reelaborados, como así también la forma en que esa redefinición tuvo sobre sus prácticas políticas (Phil, 2000). La historia del presente y la historia política se unen, así, en un cruce de caminos temáticos, conceptuales y metodológicos.

Las escalas de análisis. El enfoque microanalítico: alcances y limitaciones del objeto de estudio

Hasta aquí se fueron hilvanando los aportes de la historia social de la política y de la historia del presente para el estudio de la historia política. Se llega ahora a la instancia en que es necesario entroncar estas vinculaciones con lo local, lo que conlleva incorporar los procedimientos de las escalas de análisis y el enfoque microanalítico para el tratamiento de la política local.

Hacia el interior del mundo historiográfico, la escala ha sido una problemática muy discutida. Desde la microhistoria y sus referentes en Italia y España, pasando por las compilaciones realizadas por Jacques Revel (2015) en Francia; todos han centrado su preocupación en la escala más que en los objetos; en las problemáticas de estudio “microscópicas”, que tienen un valor general para el análisis del pasado. La escala permite visionar varios aspectos en tensión: lo micro y lo macro, por un lado, lo global/nacional con lo regional/local, por otro, y, también, lo pequeño y lo grande; fisonomías que, como refiere Fernández (2019), colaboran con la ruptura del paradigma de lo nacional como universo privilegiado de análisis.

En los últimos tiempos, la disciplina historiográfica ha sabido reorientar el espacio en el estudio del pasado. Poco a poco se ha ido trasladando del plano de lo nacional hacia la reducción de los límites geográficos, hacia lo regional/local, haciendo énfasis en el estudio de ciertos problemas en esos espacios. Para el estudio de la política local esto es determinante, ya que aproxima ese objeto a los niveles microanalíticos, pero no para “pintar la aldea”, sino como una forma de interiorización con el lugar, el emplazamiento, en donde se despliegan vinculaciones sociales, acciones y prácticas, entre las que pueden desentrañarse las relaciones políticas.

Por menores que parezcan estas redefiniciones de los vínculos entre escala y espacio, no es poco en el plano del análisis de la política en las localidades, puesto que conforman una herramienta fundamental con la que reducir los objetos de estudio para poder indicar aquello “que los hace irrepetibles, que los hace específicos, y que pone en cuestión las evidencias defendidas desde la historia general” (Fernández, 2019: 43). Esto solo es posible atendiendo a una escala reducida en la que se desarrolla la política. Se trata de poner el foco en las localidades como lugares que se transforman en centros de “geometrías del poder”, que crean una “identidad emplazada –identity-in─” que define la vida cotidiana de la gente, y suponen distintas experiencias para sus habitantes, lo cual tendrá sus repercusiones en la política (Taylor y Flint, 2002: 320).

En este sentido, estudiar las localidades como escenarios políticos permite sondear “la parte invisible del iceberg”, de investigar ciertas características determinantes de la actividad política al interior de los espacios políticos locales, de los territorios, donde esta actividad se estructura y se reproduce, como señalaría Marc Abélès (1989). Este autor analiza en su “Jours tranquilles en 89”, las condiciones de acceso de los ciudadanos a una posición de “elegible”, a una figura de actor reconocido como legítimamente apto para participar en la competencia electoral. Prefigura, así, al espacio local como un “universo trivializado de huellas”, que permite al electorado situar a un candidato en el territorio, identificar su posición dentro de las dinastías políticas reconocidas y remitirlo a un conjunto de símbolos estructurados por la historia del lugar. Asimismo, hace hincapié en las formas simbólicas de la inscripción local de la política: la forma en que la persona elegida representa el territorio del que procede, el trabajo diario que tiene que hacer para preservar este capital simbólico, y, también, la forma en que los sistemas locales de representación (memoria del lugar, conocimiento inmediato de las redes locales) dan sentido a las categorías políticas preformadas (por ejemplo, oposición entre la derecha y la izquierda, conflictos ideológicos, etc.).

Así, hacer historia política desde lo territorial (que no implica lo meramente geográfico, sino también una definición jurídica y administrativa de un espacio), aporta una mirada de conjunto, una visión de la multiplicidad de redes que la atraviesan y de los procesos políticos que se desenvuelven en esos lugares concretos. Desde el punto de vista metodológico, también contribuye con repositorios particulares de información, puesto que las fuentes locales tienen lógicas propias, ya que es la escala lo que determina el tipo de fuente a utilizar.[8] 

Estos influjos, que se consideran como singularidades de la historia política local, tienen límites muy estrechos, rayando casi en el parroquialismo o cantonalismo, la introspección y una visión endogámica de la política. ¿Cómo sortear estos posibles obstáculos? Una posibilidad es mantener permanentemente abierto el canal de diálogo entre procesos microsociales con los macrosociales, sobre todo porque la propia realidad es a la vez macro y micro (Sautu, 2005). Por más que se reduzcan la escala geográfica, temporal y los sujetos de observación, hay que persistir en los intentos de integración o conexión con escalas mayores. Esto permitirá, por otra parte, atender a circunstancias regionales o nacionales que pueden estar interviniendo en el ámbito local.

Las particularidades de los procesos y actores políticos en el nivel local

Dentro de la trama de procesos y agentes que singularizan la política en las localidades, se encuentran los partidos políticos locales. Ahora bien, si se quisiera buscar una definición o caracterización de este tipo de organización entre la literatura especializada producida en Argentina, difícilmente se podría encontrar. Tal vez se podría entrever algún concepto o categoría analítica colindante que permita identificarlo, pero, claramente, aquellos partidos surgidos en las localidades no han tenido prácticamente tratamiento. Los estudios politológicos, históricos y sociológicos que han abonado a la temática de los partidos políticos en Argentina se ocuparon mayormente del ámbito nacional (Pousadela, 2004; Calvo y Escolar, 2005; Cavarozzi y Abal Medina, 2011; Mustapic, 2013; Doṧek y Freidenberg, 2013; Malamud y De Luca, 2016), aunque, en los últimos años (bien cabe la aclaración), se produjeron importantes contribuciones desde el nivel subnacional (Ferrari, 2009a, 2009b, 2015, 2016, 2020; Ortiz de Rozas, 2016a, 2016b; Mellado, 2008, 2016, 2018; Rodrigo, 2016, 2018; Closa, 2006, 2009, 2010, 2016; Kindgard, 2011, 2016).

Ante la escasez de antecedentes en el país, se entrevén trabajos que desde espacios más lejanos han abierto un camino significativo a este tema. Las aportaciones más relevantes provienen de Europa o de Estados Unidos (Molas, 1977; Geser, 1999; Saiz, M. y Geser, 1999; Copus, Clark y Bottom, 2008; Boogers, 2008; Boogers y Voerman, 2010; Barberá y Hopkin, 2009; Baras et al. 2010; Martínez Fernández, 2015), junto con algunas procedentes de países latinoamericanos (Gómez, 2005; Rivera, 2005; Freidenberg y Suárez Cao, 2014). En general, estas interpretaciones definen a los partidos políticos locales a partir de la combinación de dos roles diferentes presentes en este tipo de organizaciones: por un lado, como actores dentro de la arena política comunal, es decir, como agrupaciones que buscan poder formal dentro de las comunidades o municipalidades a través de la nominación de candidatos para cargos públicos; por otra parte, como agencias locales de partidos nacionales, cuya función fundamental es apoyar campañas electorales supralocales (Geser, 1999). Determinados estudios distinguen estas dobles incrustaciones con otras denominaciones, como los de Boogers y Voerman (2010), que diferencian entre las “ramas del partido”, es decir, ramas locales de organizaciones partidarias nacionales, y los “partidos independientes”, aquellos que no poseen vínculos formales con ningún partido nacional. En este último sentido, para analistas de procedencia española (Molas, 1977; Barberá y Hopkin, 2009; Baras, Barberá, Barrio y Rodríguez, 2010), los partidos localistas o de ámbito local refieren a aquellos que se circunscriben a la órbita exclusivamente municipal y que, a los fines de esta investigación, interesa especialmente: “son aquellas formaciones políticas (…) que tienen su ámbito de actuación en un único municipio y no están integradas en la organización de ninguna estructura política territorialmente superior a la del municipio en el que radican” (Martínez Fernández, 2015: 2).[9]

Además de estos aportes acerca de la conceptualización y caracterización de partidos localistas o independientes, es necesario incorporar aquellos estudios sobre la política de los espacios subnacionales en Argentina, que se considera que contribuyeron al tratamiento de este tipo de formaciones políticas en el país. En general, estos estudios asocian la escala de análisis subnacional con la política provincial. Como indica la interesante recapitulación realizada por Ortíz de Rozas (2016a: 2), “[p]ara referirse a la política provincial se usa indistintamente el término `subnacional´, que surgió en el campo de la ciencia política para luego extenderse hacia otras disciplinas”. Sin embargo, siguiendo a la misma autora, la “política subnacional” puede incluir a los municipios que se asocian con “lo local”, habida cuenta de que en “su origen, el uso el término ‘subnacional’ estuvo vinculado al interés que despertaban los procesos de descentralización política y económica, que afectaron tanto a los municipios como a las provincias” (Ortíz de Rozas, 2016a: 2).[10]

Vale aclarar que, entre ambos alcances, la autora señala que la literatura académica utilizó el término en cuestión más bien para escalas provinciales que locales, aunque su análisis no implicó “necesariamente un contraste entre los fenómenos políticos en cada ámbito” (Ortíz de Rozas, 2016a: 2). Así, se puede pensar lo local como un ámbito privilegiado de participación política, en el sentido de: a) un espacio en el que el Estado presenta una cara más próxima a los ciudadanos y, b) una esfera para pensar las transformaciones en las relaciones de representación política en el territorio (sobre todo atendiendo a los sectores populares y el fenómeno del clientelismo).

En torno a estas fisonomías provinciales o locales de los estudios subnacionales, se desenvuelven también las perspectivas “extracéntricas” (Macor y Tcach, 2013; Aelo, 2010), es decir, las que abordan los fenómenos sociales más allá de Buenos Aires, traspasando las explicaciones reduccionistas o porteñocéntricas (Ferrari, 2016; Águila, 2008). A diferencia de los análisis generales que se venían haciendo, en estas interpretaciones es posible ver “cómo los actores sociales de las localidades e instituciones periféricas y metropolitanas acumulan poder de un modo situacional, produciendo un poder localizado” (Ortíz de Rozas, 2016a: 5). Por tanto, los espacios subnacionales se adentran como terrenos de producción de lo político, abonando procesos de niveles más amplios del que nunca fueron meros reflejos (Aelo, 2010).

Como es posible observar, en tanto propuesta metodológica que atiende a escalas de análisis más reducidas, pero sin perder de vista los horizontes más amplios, los estudios subnacionales también colaboran como categorías analíticas para el tratamiento de los partidos de origen local, como los vecinales. Así, es posible recuperar aquellas investigaciones que se han hecho sobre los partidos provinciales, para poder discernir el objeto de estudio de este trabajo. En este sentido, se retoman determinados elementos presentes en algunos de ellos, como los que refiere Alonso García en cuanto a la denominación, ya que “son fuerzas políticas de inserción geográfica restringida a su provincia de origen, que hacen de la defensa de los intereses de ésta uno de sus objetivos fundamentales” (2007: 47). Si bien esta definición se asocia a las organizaciones provinciales, es posible readecuarla al ámbito municipal, posibilidad que permite cruzarla con aquellas definiciones realizadas para los casos europeos que se refirieron anteriormente, en tanto refuerzan las categorías geográficas como clave de estudio, particularmente del orden subnacional.

Estos estudios también contribuyen con algunas claves interpretativas, como la naturaleza de los partidos provinciales y algunos rasgos definitorios que se rescatan del estudio de Alonso García (2007), que pueden adecuarse para explicar los orígenes de partidos en el nivel municipal:

-Se trata de partidos de “orígenes heterogéneos” (Balestra y Ossona, 1983), es decir, que no se definen por un clivaje histórico y son de carácter residual. Aquí se encontraron aquellos que nacieron de la agrupación de personas provenientes de diversas corrientes políticas de índole nacional, que tuvieron como objetivo luchar contra toda manifestación del centralismo del Estado.

-Son partidos que no tienen una ideología definida, estable, que se aglutinan en torno a la defensa de unos intereses concretos de índole local o provincial.

-Son organizaciones que, en su mayoría, tienen un origen personalista y giran en torno a un liderazgo carismático.

Como se puede observar, estas fisonomías se asemejan a las que proponen los analistas para los casos europeos, particularmente para definir a los partidos localistas.

A partir de todas estas contribuciones que se sintetizan someramente aquí, se ha construido un esquema de conceptos y proposiciones en el que encuadrar el estudio de los partidos vecinales. De esta forma, si se ha de tratar de nombrarlos, cabría la posibilidad de referirlos como partidos “locales” o “localistas”, en tanto la base territorial constituye un elemento fundamental para su singularización. Ahora bien, si se tiene en cuenta la distinción y autonomía respecto de cuadros partidarios nacionales o provinciales, se podrían denominar “independientes”, como señala la literatura europea al respecto. Atendiendo a las contribuciones sobre los órdenes subnacionales, se tratarían de partidos de “orígenes heterogéneos” (Balestra, R. y Ossona, 1983), es decir, que no se definen por un clivaje histórico y son de carácter residual. Aquí se encuentran aquellos que han nacido de la agrupación de referentes provenientes de diversas corrientes políticas de índole nacional y que se han conformado como opciones político-electorales alternativas a los partidos mayoritarios (Torre, 2003). A la vez, se trataría de partidos que no tienen una ideología definida, estable, que se aglutinan en torno a la defensa de unos intereses concretos de índole local o provincial (Mellado, 2011) y que, en su mayoría, tienen un origen personalista y giran en torno al liderazgo un líder carismático (Alonso García, 2007; Kindgard, 2014), de allí también el carácter “movimientista”[11] (Tcach, 2016) de este tipo de partidos.

Otro concepto importante viene de la mano de la impronta vecinalista característica de estas organizaciones. El vecinalismo no es un fenómeno nuevo en Argentina, y puede remontarse a la noción del término “vecino” y su importancia en la estructura política de la época colonial. Con el paso del tiempo fue mutando de sentido, pero conservando sus vínculos con “lo local” (Cansanello, 2003; de Privitellio, 2003; Oieni, 2003; Ternavasio, 1991). Durante el período de entreguerras, se lo puede relacionar con la “marea fomentista” (de Privitellio y Romero, 2005), de fundación de asociaciones variadas: sociedades vecinales, clubes, periódicos, bibliotecas, y también partidos,[12] cuyo epicentro era el barrio. Los referentes de estas entidades se alzaban como representantes de las voces sectoriales ante las autoridades ciudadanas.

En las postrimerías de la última dictadura militar, a comienzos de la década de 1980, llegaron a su máxima expresión con los “vecinazos” (González Bombal, 1985; García Delgado, 1985), estallados en el conurbano bonaerense, pero también en Córdoba (Solís, 2016) y en la provincia de Santa Fe, particularmente en la ciudad de Rafaela (Tonon, 2019, 2021). Durante esta época -y posteriormente-, se produjo una redefinición del término “vecino”, producto de su interpelación recurrente en discursos mediáticos y gubernamentales, hacia la conformación de un colectivo, de un “nosotros” (Trufo, 2009). En este escrito se sostiene que desde este mismo colectivo surgiría la dirigencia que gobernaría por y para “los vecinos”, los barrios, la localidad. Se estaría ante liderazgos legitimados por la ciudadanía municipal, debido al conocimiento personal, la cercanía y la confianza, en función de su desempeño en la resolución de problemas puntuales y cotidianos (Canelo, 2015). Todo ello en un contexto autoritario que privilegió a la esfera municipal y la “sana” intervención de la comunidad, los vecinos, como medio fundamental para la actuación política, y que se ejerció como herramienta de control por parte de la última dictadura militar (Rodríguez, 2009; Lvovich, 2010a, 2010b; Zapata 2010; Canelo, 2015, 2016; Águila, 2017). Es por esto, también, por lo que se enfoca la mirada en la implicancia de la influencia militar en la formación de partidos surgidos desde el nivel local durante la transición democrática (Tonon, 2010, 2011, 2019; Pavón, 2001; Cichowolski, 2012).

Conclusiones

En este artículo se trataron de dejar planteadas algunas consideraciones acerca del estudio de la política local desde una perspectiva histórica. La estructura del trabajo tuvo como resultado una suerte de puzzle en el que, con miras a explicar una modalidad como son los partidos vecinales, ensambló su estudio en un cuadrante delimitado por la historia social de la política (sus temas, problemas y vinculaciones con otros ámbitos, como el cultural) en el pasado reciente.

Así, se intentaron desplegar algunos trazos analíticos para encastrar lo político, con la historia del tiempo presente y las escalas de análisis. Esto dispuso la estructura explicativa del trabajo, que partió de un primer apartado tendiente a dilucidar el renovado campo disciplinar de la historia política. De los aportes bibliográficos recuperados se rescatan las renacientes miradas historiográficas de la política, atentos a encontrar vestigios de vida política en ámbitos y grupos que tradicionalmente estaban vedados u ocultos, como los sectores subalternos, la familia, el bar, la calle, el barrio, etcétera. Así también, se recobraron nuevos problemas y métodos que vinculan a la historia con otras disciplinas como las ciencias políticas o la antropología, desde donde intercambiar perspectivas analíticas, como la política comparada, los fenómenos electorales, los estudios prosopográficos, tan caros a la reconstrucción de elites políticas locales. Luego, también se restituye la importancia del enfoque de la historia cultural para abordar el estudio de las representaciones y, con ellas, las ideologías, valores, creencias, sociabilidades y memorias, desde donde es posible la socialización política primaria.

El segundo apartado apostó a reflexionar acerca de por qué es posible encarar el estudio de la historia política local desde la perspectiva de la historia del tiempo presente. Se ha visto la importancia de esta nueva categoría de la investigación histórica, de sus nociones sobre el presente histórico y de las concepciones, formas y fuentes de historiar, que han marcado una distinción considerable respecto a fórmulas anteriores.

Asimismo, la historia del presente puede demarcar la nueva historia política, en tanto permite comprender los comportamientos políticos de diversos actores sociales, sus memorias, representaciones, ideas y valores en el presente. En tal sentido, la singularidad de los partidos vecinales como objeto de estudio es que, si bien existen antecedentes, surgieron en Argentina a comienzos de la década de 1980, durante la transición y persistieron hasta bien entrados los años noventa, lo que los remite a periodizaciones y problemáticas cercanas en el tiempo. Lejos de ser una “nueva historia-período”,[13] la historia del presente, con sus temas, perspectivas analíticas y metodología, se desenvuelve como categoría fundamental para historizar el entorno cotidiano y estructural de la política.

Finalmente, los dos últimos acápites abordaron lo local, en tanto categoría válida para el estudio de la política y, en particular, de los partidos vecinales. Se ha señalado que el estudio de los partidos políticos en Argentina ha tenido siempre una impronta nacional o, a lo sumo, provincial. Cuando se hicieron análisis en el nivel subnacional o local, los concibieron tras los rastros de partidos de órbita nacional y sus desenvolvimientos en alguna localidad o región.

En este trabajo se han tratado de estudiar las propias localidades como escenarios políticos y las organizaciones partidarias que han surgido de ellas como determinantes de su actividad política. Se ha referido que las localidades son centros de “geometría de poder”, es decir, lugares determinantes de la actividad pública que favorece la socialización política, la ubicación de candidatos con determinados territorios, el reconocimiento de los sistemas locales de representación política, etcétera. Por tanto, el tratamiento de los partidos vecinales, como parte de la política local, indujo a tratar aquellas conceptualizaciones que definen y caracterizan a los partidos políticos locales como categorías válidas para su abordaje.

Estos partidos pueden definirse como agrupaciones políticas con actuación en una única dependencia territorial (sea comuna, partido o municipalidad) y que no se encuentran integradas con ninguna estructura política superior al lugar en el que radican. Esta definición ha sido el resultado de diferentes aportes bibliográficos, particularmente extranjeros. En el país, han contribuido dos grandes antecedentes en la materia: por un lado, aquellos estudios sobre la política de los espacios subnacionales y las perspectivas “extracéntricas”, como así también, los análisis realizados sobre los vecinalismos. Tras todos estos aportes es posible entrever el carácter multifacético de la naturaleza de los partidos vecinales, sus posibles articulaciones con organizaciones supralocales y su rol como actores dentro de las estructuras políticas comunales.

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María Cecilia Tonon es licenciada en Historia (Universidad Nacional del Litoral). Doctora y postdoctora en Ciencia Política (Universidad Nacional de Rosario). Especializada en estudios relativos a la historia intelectual y cultural de Europa en la modernidad temprana, juntamente con líneas sobre partidos políticos y formas de acción colectiva en Argentina, en las últimas décadas de siglo XX. Jefe de Trabajos Prácticos dedicación semi-exclusiva en las cátedras Sociedades Medievales, Formación del Mundo Moderno I y Metodología de la Investigación Histórica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral. Docente e investigadora de la Universidad Nacional del Litoral.

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[1] Un estudio más exhaustivo acerca de la trayectoria, reformulaciones y avatares en la historia política puede verse en Bronislawa Duda (2014).

[2] Hay historiadores que señalan el punto de inicio del pasado reciente en la Segunda Guerra Mundial, otros/tras que la remontan hacia 1917; mientras que, para algunos investigadores, los hitos de inicio son más cercanos, entre los años sesenta o 1989. Más complejo aún es el punto de finalización, en el que no existen acuerdos claros acerca de cuándo termina ese presente histórico. Véase Soto Gamboa (2004).

[3] "El investigador estaría en presencia de un verdadero sujeto de la Historia del Tiempo Presente si se cumplieran cuatro criterios: una ruptura bastante clara en la evolución social, relaciones estrechas de ´inmediatez´ con los problemas políticos y sociales contemporáneos, información suficiente para permitir una cierta generalización y los inicios de una tipología, sin olvidar un mínimo de interés por parte de los contemporáneos por esta investigación. Criterios de esta naturaleza pueden tal vez permitirnos definir mejor la noción de Historia del Tiempo Presente y superar así las disputas de fechas.” Traducción propia. El remarcado también es propio.

[4] Se entiende por socialización política al conjunto de interacciones que los sujetos mantienen con otros individuos, grupos y con el contexto social y político en el que transcurre su vida. Este proceso es una construcción histórica y conforma la matriz básica con que los individuos se enfrentan al mundo. Para ampliar véase Benedicto (1995).

[5] Para estos análisis, Taylor y Flynt se basan en Jessop (1974) y en Parkin (1967 y 1971.

[6] El concepto de cultura política tiene variadas y polémicas definiciones. Desde diversas disciplinas se ha tratado de conceptualizarlo con diferentes resultados. Las dificultades provienen mayormente de la falta de especificidad con que parten de las nociones de “cultura” y de “política”. Desde las versiones más tradicionales, como las de Almond y Verba (1963), se la entiende -grosso modo- como el conjunto de conocimientos, creencias, opiniones, juicios de valor y actitudes que manifiesta una población frente a diversos aspectos de la vida política y el sistema político. A los fines de este artículo, resulta interesante las propuestas de estos autores, puesto que permiten explicar comportamientos políticos que ponen en relación lo micro con la macro política. Un sugerente análisis para ampliar los debates sobre el concepto de cultura política aparece en Schneider y Avenburg (2015).

[7] Para ampliar véase Nora (2008), Huyssen (2002) y Ruiz Vargas (1997), entre muchos otros.

[8] Esta cuestión se enlaza con la problemática de los archivos locales. En la mayoría de las pequeñas urbes de Argentina (y no sería atrevido considerar para el resto de América Latina), se evidencia una inexistencia de archivos, en tanto dispositivos para la centralización de la información histórica de una localidad y, en caso de que los haya, estos no siempre cuentan con la información sistematizada convenientemente. Esto dificulta considerablemente la accesibilidad a las fuentes que, generalmente, se encuentran desordenadas y dispersas.

[9] Los estudios españoles distinguen entre los Partidos de Ámbito Local (PAL) y los Partidos de Ámbito No Estatal (PANE). Por PAL, se entienden a aquellos que se circunscriben al “ámbito de solidaridad comunitaria básica” (Molas, 1977) y que, más allá de sus formas jurídicas, tienen su ámbito de actuación en un solo municipio, restringiendo su representación a nivel local, sin estar integrados a ninguna organización política superior. Mientras que los PANE, hacen referencia a los que “presentan candidatos en uno o más territorios y obtiene representación, como mínimo en el ámbito regional” (Barberá y Hopkin, 2009: 3). A pesar de las diferencias del sistema político español respecto del de la Argentina, estas aproximaciones brindan una serie de elementos conceptuales a considerar, para poder enmarcar el objeto de este artículo.

[10] La estructura estatal argentina se caracteriza por tener un sistema federal de gobierno, señalando las relaciones que se establecen entre el poder y el territorio, procediendo a su descentralización política sobre una base física o geográfica. Así, en el país conviven tres órdenes: el nacional, el provincial y, dentro de éste, el municipal, que combinan la unidad propia del Estado nacional y la variedad correspondiente al desarrollo de territorios autónomos, que son las provincias (Bazán, 2013: 42). Retomando la cita de Ortíz de Rozas, la autora estaría haciendo referencia a los procesos de descentralización política, administrativa y financiera que, desde fines de 1970, pero, sobre todo, durante la década de 1990, supuso un replanteo del papel del Estado, el mercado y los actores sociales emergentes. Desde el punto de vista del sistema partidario, este proceso contribuiría a la desnacionalización de la competencia partidaria, esto es, el trasvase del área de interés de lo nacional hacia lo local (Vázquez y Díaz, 2014).

[11] El movimientismo posee una amplia tradición en el país y se encuentra vinculado con la construcción de identidades políticas de dos fuerzas mayoritarias en la Argentina: radicales y peronistas. Siguiendo a Tcach, “la concepción movimientista descansa en la creencia de que la propia fuerza política es la expresión totalizadora de la voluntad nacional y los valores nacionales”, por tanto, “tiende a identificar a quienes no adhieren a sus filas como actores o individuos que defeccionan de sus deberes patrióticos. Al establecer una frontera entre lo nacional y lo antinacional, el tipo de competencia entre los actores es proclive a ser centrífuga: se compite orientándose hacia posiciones duras e irreconciliables. Las posturas matizadas y los "apoyos críticos" tienden a ser rechazados” (2016: 63). Hacia fines de la última dictadura militar argentina, la fórmula movimientista vuelve a cobrar auge con el Movimiento de Opinión Nacional (MON), pieza central en el modelo militar de transición, que intentaba favorecer la creación de un nuevo partido capaz de competir con los partidos políticos tradicionales, pero que debía aparecer producto del consenso civil y la iniciativa política de la dirigencia conservadora (González Bombal, 1991).

[12] Se han encontrado dos antecedentes importantes de formación de partidos vecinales, al menos para la provincia de Santa Fe. Una primera instancia, a comienzos de siglo XX, más específicamente entre las décadas de 1920 y 1930, con el desarrollo de partidos vecinales en la ciudad de Rosario (Ternavasio, 1991; Roldán, 2006; Videla, 2019) y, luego, durante la década del sesenta, puntualmente con la gobernación de Sylvestre Begnis y el Movimiento de Integración y Desarrollo, entre 1958 y 1962 (Tonon, 2022).

[13] Expresión correspondiente a Julio Aróstegui en una entrevista realizada por H. Cardoso y G. Castán (2001).

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