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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto - ISSN 2451-6961 (en línea)

Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº17. Mar del Plata. Enero-junio 2023.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

Reseña de Consiglieri, Nadia Mariana y Greif, Esteban (Eds.) (2022). Representaciones del Mundo Natural de la Edad Media a la modernidad. Buenos Aires: IMHICIHU, 185 páginas, ISBN 978-987-4934-27-7.

Mariana Della Bianca

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

mariannadb.md@gmail.com

Recibido: 10/12/2022

Aceptado: 02/06/2023

Palabras clave: mundo natural, Edad Media, Edad Moderna

Keywords: natural world, Middle Ages, Modern Age

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Dividido en tres secciones, este libro nos acerca a las representaciones de animales, fenómenos naturales, el cuerpo humano y sus dolencias durante la Edad Media y la temprana modernidad. La primera sección se refiere a la Edad Media en Oriente. La componen dos artículos escritos por Victoria Casamiquela y Esteban Greif. En el primero de ellos, se trabaja la leyenda del árbol tripartito: madera de ciprés, pino y cedro que compone la madera de la Cruz. Abordar una entre varias tradiciones, dedicada a narrar los orígenes de la Verdadera Cruz es el objetivo de la autora quien señala que el interés de la leyenda está dado, en primera instancia, por su capacidad de recordarnos que, junto con las formas de exégesis sancionadas por la Iglesia, existieron otras aproximaciones al texto bíblico, como es el caso de estas pequeñas narrativas difundidas en lenguaje sencillo que interpelaban, a su manera, la piedad popular y difundían su propio mensaje teológico. Las representaciones históricas e interpretaciones historiográficas de la lepra de Balduino IV en el reino de Jerusalén son los temas que componen el segundo. El autor busca desmontar los mitos historiográficos que aún persisten en torno a dicha enfermedad, el tratamiento social que recibían los leprosos y la asociación en Occidente con los cruzados que regresaban de Oriente. Así, sostiene que existe un conjunto de estudios que permitieron destacar la imagen del leproso como sujeto integrado al resto de la sociedad y la existencia de una ideología que permitió un acercamiento positivo al padecimiento de la lepra en los estados cruzados. Dicha valoración habría derivado fundamental aunque no exclusivamente de la figura del rey leproso Balduino IV (1174-1185) tal y como la ilustra Guillermo de Tiro en su importante Crónica sobre los Hechos de los Francos en Ultramar. Observador directo de la vida de la corte real y por lo tanto un testigo privilegiado para relatar la historia de los años centrales de la conquista europea de Oriente y la fundación y sostenimiento de los estados cruzados a lo largo del siglo XII esta fuente le permite al autor acceder a la percepción que se tenía del rey y su dolencia.

 La segunda sección se sitúa en la Edad Media en Occidente. Santiago Barreiro, Nadia Mariana Consiglieri, Remy Cordonnier y Adriana Gallardo Luque son sus autores. Los temas que se abordan son variados. La tradición naturalista latina a partir de un texto del oeste de Islandia bajomedieval conocido como Risapjódir, título que el autor traduce como “Gentes gigantes”. Distintas gentes maravillosas recuperadas de la tradición mediterránea que se remonta, en última instancia, a Plinio y otros autores de la antigüedad clásica. En este artículo, el autor propone una contextualización y traducción de este texto, y explora una serie de hipótesis sobre las fuentes en las que abreva. Encuentra una combinación de elementos de historias naturales de origen antiguo y medieval, en gran medida de matriz isidoriana. En segundo lugar, las representaciones de dragones en la iconografía de la época y los cambios y variaciones que fueron sufriendo es otro de los temas que se abordan. Una mirada negativa sobre esta bestia primó en el ámbito occidental, reforzada por la relación con lo demoníaco que la doctrina cristiana le atribuyó. Las transformaciones que sufrió en base al modelo serpentino de tradición grecolatina antigua al adoptar formas que fueron complejizándose en épocas posteriores. Las configuraciones medievales de ejemplares dragontinos serpentiformes, y sobre todo bípedos, en el siglo XV sumaron otras tendencias para su representación. La autora estudia la consolidación de la imagen occidental del dragón en la Edad Media y su impacto en los siglos posteriores a través de un conjunto de ejemplos escultóricos, pictóricos y gráficos. Otro tópico de esta sección es el que se refiere a “realismo” en el arte medieval. Este texto, publicado en inglés, toma el Libro de los pájaros de Hugo de Fouilloy (ca.1160) y la tradición Physiologus/Bestiary como referencia y postula que aun cuando todos los animales mencionados en la Biblia eran considerados reales en la Edad Media, el referente primario del Bestiario no era la “realidad” sino el texto. Esto en parte explica la falta de realismo que se observa en las representaciones de animales en las iluminaciones medievales. Debemos recordar que, en el pensamiento medieval cristiano, las bestias eran guías y ejemplos destinados a enseñar la ética cristiana. Cuando se menciona un animal en literatura es, casi siempre, una manera de ilustrar un misterio de la fe cristiana o una lección moral. Así, en las representaciones medievales de bestias, el elemento a representar no es el animal en sí mismo, sino algo más que éstos encarnan. Las figuras de animales medievales rara vez pretenden mostrar lo concreto, la realidad de sus modelos, sino evocar sus rasgos o cualidades principales.

Las interpretaciones alegóricas de los animales se basaban generalmente en el principio de semejanza, asociado a la teoría agustiniana de la naturaleza y la intencionalidad de los signos, explicados en el segundo libro del De doctrina christiana. Esta teoría resulta fundamental para comprender la forma en que las personas aprehendieron el mundo en la Edad Media y su relación con las imágenes, aunque De doctrina christiana trata principalmente de la exégesis bíblica. En ella, Agustín explica que las cosas (res) también pueden ser signos (signa) de otra cosa. A su vez, considera que hay dos categorías principales de signos. Por un lado, los “signos naturales” que nos dan a conocer otra cosa sin querer: por ejemplo, la huella de un animal que indica su paso. Estos signos no son el resultado de la voluntad de quienes los crearon. Por otro lado, los “signos intencionales” que son los que se producen voluntariamente para dar sentido. Esta segunda categoría se caracteriza principalmente por la actividad mental, que genera su emisión y recepción. Por eso Agustín hizo una distinción entre ellos, diferenciando los producidos por animales de los creados por los hombres o Dios mismo a través de sus profetas. Sólo en estos dos últimos casos, estos signos pueden llamarse “símbolos”. También precisó que hay que tener cuidado e identificar la diferencia de valor en tales signos, según su existencia como cosas y signos. Los signos también son simplemente cosas, pero mientras tanto, deben su existencia sólo a la voluntad de Dios de enviar un mensaje. Agustín da el ejemplo de la piedra de Betel o del carnero de Abraham y llama a este tipo de señales “signos transpuestos”. Finalmente, también hay cosas que tienen otro valor, que significan algo: palabras. Estos signos se llaman “signos propios” (signa tantum). Resulta interesante comprender la concepción de lo simbólico que impregnó las representaciones iconográficas de un período que se nos presenta complejo, rico, diverso.

Otro tema que compone esta sección es el unicornio: esta criatura de naturaleza híbrida, que desde sus primeras menciones fue descripta con el cuerpo de diferentes bestias cuadrúpedas, pero siempre ostentando el atributo principal que su propio nombre indica, es portadora de un solo cuerno. La autora menciona al Fisiólogo griego como una de las principales fuentes de referencia. Obra de autor desconocido, posiblemente escrita entre Siria-Palestina o Alejandría entre los siglos II y IV d. C. en que los animales y las piedras son utilizados con valor moralizante y ejemplarizante, siendo un recurso pedagógico para el cristianismo emergente que partía de las diferentes religiones antiguas. Las referencias del Fisiólogo o Physiologus, ejercieron gran influencia en cuanto a la visión simbólica del animal dentro del pensamiento cristiano medieval, ya que esta obra afectó durante cientos de años a la cultura tanto de occidente, como de oriente, No obstante, tanto su imagen como su simbolismo nunca permanecieron inmóviles, variando siempre en función al artista e intérprete al que se atendiera. Bien es cierto, que en una sociedad en la que todo giraba en torno a la religión, la simbología cristológica del unicornio será la que más peso tendrá. La autora analiza distintos Bestiarios identificando cronológicamente aspectos comunes y diferencias, señalando cambios en las representaciones del unicornio que, sin dudas, tuvo un gran protagonismo en el imaginario medieval.

La tercera parte del libro refiere a la temprana modernidad en el mundo Occidental. En este punto, los temas se ciñen, por un lado, a la naturaleza de los cometas a partir de un texto de Jerónimo Muñoz del siglo XVI que hace referencia a un fenómeno que se observó en los cielos de Europa desde noviembre de 1572 (que la astronomía moderna ha establecido se debió al estallido de una supernova en la constelación de Casiopea). El extraño suceso emanaba una intensa luz, que había aparecido súbitamente y se mantuvo a simple vista hasta marzo/mayo de 1574, generando un clima de ansiedad milenarista, especulación e incertidumbre general, así como grandes debates astronómicos y cosmológicos. El último artículo se refiere a la consideración del conquistador español como una ballena que se observa en la narración “La expulsión de la bestia triunfante” de Giordano Bruno en la que el autor realiza una analogía entre el conquistador español y la ballena que resultó clave para radicalizar su crítica a la colonización española en el Nuevo Mundo. Esta crítica que, tiene su punto de partida en Las Casas, enriquece su lectura con la apropiación de una serie de fuentes grecolatinas y medievales que le permitieron, por un lado, reutilizar el topos de la ballena-cetus como monstruo marino, en diálogo con las representaciones iconográficas de los planisferios estelares, las historias naturales y las cosmografías renacentistas; por otro lado, representar la barbarie del conquistador a partir de un proceso de animalización.

Este libro muestra y explica de manera rigurosa los significados que las distintas representaciones iconográficas han tenido a lo largo de la Edad Media —en Oriente y Occidente— y la primera modernidad. Acompañado con ilustraciones cuidadosamente seleccionadas que sirven de soporte a la narración de los autores, nos brinda una dimensión clara y documentada de la importancia de las imágenes como portadoras de un mensaje, desde la religiosidad pagana hasta el uso y el significado cristianizados. Algunas legendarias, otras vinculadas a seres reales, todas consideradas obras de la “creación” de un dios que se hacía cada vez más presente. Poco importa el grado de veracidad de su existencia sino más bien la verosimilitud de cada una de ellas, la credibilidad que tenía en su contexto, y a partir de ello, el uso político que se hizo de las mismas.

Los seres vivos que habitan la naturaleza: plantas, animales y el cuerpo humano eran entendidos como una creación divina. Recuperar las formas de entender las distintas manifestaciones de la naturaleza a partir de los textos y de la cultura visual plasmada en escritos iluminados es el principal objetivo. De esta manera, el libro nos acerca a un período cuya riqueza cultural no deja de sorprender y generar una sensación de “extrañamiento”. En efecto, muchos de esos símbolos han pervivido hasta nuestros días imbuidos de otros significados o vaciados de contenido.

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