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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº17. Mar del Plata. Enero-Junio 2023.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

“A la hora de la verdad”. El tercer gobierno de Juan Perón en el análisis periodístico de Mariano Grondona en La Opinión, 1973-1974

Martín Alejandro Vicente

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.

Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina.

     vicentemartin28@gmail.com

Recibido:        26/09/2022

Aceptado:        09/04/2023

Resumen

El presente texto aborda las intervenciones periodísticas de Mariano Grondona ante el tercer gobierno de Juan Perón en el diario La Opinión. Parte de una generación de intelectuales liberal-conservadores que ascendió al espacio público tras el golpe de 1955, el abogado y periodista fue acercando sus posiciones a un perfil “no peronista” antes que antiperonista y apoyó a Perón como el garante de un orden centrista con su retorno al poder en 1973. La lectura central de sus columnas fue proponer el equilibrio entre partidos políticos y factores de poder en favor de superar “la Argentina de los extremos” asentada tras aquel golpe de Estado, con especial atención al problema de la violencia y los conflictos al interior del peronismo.

Palabras clave: Mariano Grondona, tercer gobierno de Juan Perón, periodismo.

“At the time of the truth”. The third government of Juan Perón in Mariano Grondona’s journalistic analysis in La Opinión, 1973-1974

Abstract

This text approaches the journalistic interventions of Mariano Grondona to the third government of Juan Perón in the newspaper La Opinion. Part of a generation of liberal-conservative intellectuals who rose to public space after the 1955 coup, the lawyer and journalist gradually moved his positions closer to a "non-Peronist" rather than an anti-Peronist profile and supported Perón as the guarantor of a centrist order with his return to power in 1973. The central reading of his opinion journalism was to propose a balance between political parties and power factors in favor of overcoming "the Argentina of the extremes" established after that coup d'état, with special attention to the problem of violence and the internal conflicts in Peronism.

Keywords: Mariano Grondona, third government of Juan Perón, journalism.

“A la hora de la verdad”. El tercer gobierno de Juan Perón en el análisis periodístico de Mariano Grondona en La Opinión, 1973-1974[1]

Parte de la generación de jóvenes intelectuales liberal-conservadores que ganó visibilidad pública tras el derrocamiento del segundo gobierno de Juan Perón en 1955, Mariano Grondona hizo del periodismo uno de los ejes principales de su perfil intelectual desde finales de esa década. Activo militante estudiantil opositor al peronismo en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, fue comando civil en el agitado proceso que acabó en el golpe de Estado setembrino y referente estudiantil en la reformulación antiperonista universitaria. Sin embargo, al poco tiempo de comenzar su carrera como periodista en La Nación en 1958 inició un proceso que lo llevó, en sus propias palabras, de antiperonista a no peronista, posicionamiento que dijo haber completado para 1962, cuando propugnó por la integración del peronismo al esquema democrático argentino, desde la prensa y como asesor militar. Una década después, ya consagrado como periodista político, sin identificarse política ni electoralmente con el justicialismo, alentó el proyecto de Perón en su retorno al poder desde sus intervenciones periodísticas en La Opinión, el diario que el editor Jacobo Timerman había lanzado en 1971. En el tercer gobierno del líder justicialista Grondona vio la ocasión de reordenar de modo centrista una Argentina que entendía sacudida por los extremismos, en un crescendo desde aquel setiembre del ’55.

Los trabajos previos sobre esta etapa de la vida profesional de Grondona son de tono heterogéneo, en parte enmarcados en dos líneas que fueron dominantes hasta años recientes. La primera de ella es la que, por las propias pautas de cada texto, coloca a nuestro actor como parte de un relato más amplio sobre la época: allí, su voz (especialmente periodística, pero también como asesor militar y político) es la de un actor en una trama política inestable, que por momentos gana centralidad como referente de la discursividad derechista o golpista (Smulovitz, 1993; Mazzei, 1997; Taroncher, 2009), aparece leído como un referente de la tradición autoritaria (Vazeilles, 2001; Vitale, 2015), o del universo liberal-conservador, con atención en su faceta de ensayista (Vicente, 2014; 2015). La segunda, por su parte, se centra en su figura con diversos enfoques: por un lado, una serie de abordajes ensayísticos polémicos sobre Grondona con eje en su reposicionamiento de fines de los ’80, fuertemente marcado en los años ’90: aquel que Grondona definió como su “giro progresista” (Rinesi, 1992; Abraham, 1993), o donde su figura aparece tomada como plataforma para ensayos más amplios (Acha, 2003).[2] Por fuera de esos textos, en años recientes un conjunto de trabajos permitió detallar diversas líneas de la trayectoria del abogado y periodista, si bien con eje en su actuación posterior al retorno democrático de 1983, renovando visiones más asentadas (Vommaro, 2008; Vommaro y Baldoni, 2012; Vicente y Schuttenberg, 2021).[3] 

Más allá de esos trabajos, son de interés para este artículo una serie de diversos textos que se centran en Grondona, el periódico La Opinión y la figura del editor Jacobo Timerman, su propietario y director, que se acercan a las posiciones empáticas de Grondona con el tercer peronismo. En primer lugar, el artículo de Ana Julia Ramírez sobre la mirada del periódico ante las elecciones de 1973. Para la autora, Grondona expuso una mirada optimista pero alerta del proceso abierto con la apertura electoral, marcada por una lectura de la conflictividad peronista analizada desde la perspectiva de la gobernabilidad (Ramírez, 1999). En segundo término, aunque desiguales en sus perspectivas y bordeando los límites entre el estudio académico, el ensayo y el registro periodístico, se destacan tres libros. En su libro sobre La Opinión, Fernando Ruiz califica la posición de Grondona como “a la vez conservadora y reformista”, en tanto entendía que “el peronismo era también un instrumento positivo para la construcción nacional”, dejando de lado su antiperonismo juvenil y apostando a una visión de consenso (Ruiz, 2001). Para Graciela Mochkofsky, biógrafa de Timerman, Grondona sería durante el tercer gobierno de Perón “la principal voz oficialista” del diario (Mochkofsky, 2003: 198), mientras que para Martín Sivak, en su biografía no autorizada de Grondona, el columnista “(a) su manera seguía la ola de la llamada Primavera Camporista”. “Su entusiasmo duró poco, menos aún que la presidencia camporista” “nueva y extraña fascinación por Perón”, parte de los movimientos posicionales en los que el sociólogo y periodista narra la vida del actor (Sivak, 2005: 142). A raíz de ese enfoque, el autor postula a ese momento como los “meses diríase peronistas” de Grondona (Sivak, 2005: 148).[4] Ramírez muestra un Grondona moderado, opuesto a los sectores más cercanos a posiciones que reivindicaban la insurgencia o la leían desde posiciones que empujaban un reformismo radical. Ruiz, Mochkofsky y Sivak, por su parte, coinciden en caracterizar a Grondona como un actor parte de las derechas liberales, que dejaba de lado sus posiciones antiperonistas pasadas para apoyar el proyecto de Perón. El texto que sigue a continuación buscará mostrar de qué manera Grondona fue girando sus posiciones del antiperonismo al “no peronismo” (tal él mismo definió su ubicación), cómo analizó el retorno del peronismo al poder y de qué manera presentó su lectura sobre el tercer gobierno de Perón como una ocasión ordenancista.

En el cuerpo central del presente trabajo presentaremos un recorrido cronológico donde, primero, abordaremos la trayectoria de Grondona hasta el momento de su llegada a La Opinión, para mostrar las múltiples facetas de su perfil intelectual, con el periodismo en el centro. En segundo término, relevaremos en sus intervenciones en el proceso que llevó del final del período dictatorial de la “Revolución Argentina” a la presidencia de Perón. En el tercer paso, presentaremos los análisis de Grondona sobre la presidencia del líder justicialista hasta su muerte para, finalmente, presentar las conclusiones. Esperamos, tras este recorrido, haber realizado un aporte en tres planos: una mirada en detalle sobre un intelectual liberal-conservador que, a diferencia de ese espacio, no apeló a una posición antiperonista en su análisis del tercer gobierno justicialista. Un relevamiento de cómo el tránsito de Grondona a una lectura ordenancista implicó ese posicionamiento y un abordaje a una figura singular dentro de la experiencia del periódico de Timerman que implica, por lo tanto, una vertiente poco atendida para enfocar las relaciones entre prensa y política en el complejo contexto de esos años.  

De Mariano a Grondona

Mariano Grondona nació el 19 de octubre de 1932, en la ciudad de Buenos Aires.[5] Cursó sus estudios de primaria y secundaria en el colegio Champagnat, en el barrio de la Recoleta, donde vivió con la familia materna tras la temprana muerte de su padre. Allí conoció al sacerdote Luis María Etcheverry Boneo, quien se transformó en su mentor intelectual y espiritual, lo que redundó en el paso de Mariano por la Acción Católica y una finalmente frustrada vocación sacerdotal que lo llevó al Seminario de Devoto tras finalizar la secundaria. Cuando conoció a la que sería su esposa, Elena Lynch, y dejó el Seminario, pasó a estudiar Derecho en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires en 1951, donde comenzó a militar en los espacios antiperonistas y se volvió un referente de la oposición estudiantil, que se agudizó desde 1953. Activista visible en la organización de grupos opositores al gobierno, comando civil en torno al golpe de Estado de 1955, miembro de las comisiones que tuvieron a su cargo la institucionalización antiperonista universitaria, tras el asentamiento de las reformas se casó con Elena y viajaron a España, donde Grondona realizó estudios de posgrado en Ciencias Políticas y Sociología en el Instituto de Estudios Políticos y la Universidad de Madrid, España, antes de recibirse de abogado. Obtuvo el título en 1957, al volver al país, ya padre de Mariano Florencio, el primer hijo de la pareja (luego nacerían María, en 1960 y Jacinta, en 1964), y tras un breve paso por el estudio jurídico de José Enrique Miguens se incorporó primero al diario La Nación en 1958 y a la cátedra de Derecho Político de Rodolfo Martínez en la FDCS-UBA al año siguiente.

Si en el universo académico Grondona se dedicó centralmente a la historia del pensamiento político, en el diario de la familia Mitre se sumó a la sección Política, donde tomó a su cargo a principios de 1959 el “Panorama político”, de gran repercusión: con mirada analítica sobre la coyuntura política del gobierno de Arturo Frondizi, la sección ganó centralidad con rapidez, ubicándose en la página editorial y publicándose regularmente tres veces por semana. La política del periódico implicaba que sólo llevaban firmas las notas de invitados o las de las plumas consagradas de la sección cultural (de escritores, artistas, críticos). Ello acabó en un problema de Grondona con su editor, Juan Valmaggia: el columnista fue llevando la sección hacia un perfil que dialogaba con la sección política y el propio editorial, pero con criterios propios que, por momentos, se permitían discordancias con la voz institucional. Las posiciones del columnista y del editor se encontraron enfrentadas una vez que los conflictos militares, que jalonaron el período frondizista, expusieron una aguda interna: Grondona apoyaba al sector Azul, partidario de integrar al peronismo en la rutina política, mientras Valmaggia lo hacía con el Colorado, intransigente ante el justicialismo. Ante escenas de reescritura de sus textos, Grondona pidió publicarlos con su firma, lo que Valmaggia negó, aunque le ofreció escribir los editoriales. Para Grondona, ello no resolvía la problemática: buscaba firmar con su nombre.[6] Eligió irse del diario durante el interinato de José María Guido, aceptando la propuesta de Martínez de acompañarlo en el ministerio del Interior, que incluso apuntaló firmando como “Fabio” en el diario El Mundo, en pos de la posición Azul, en 1963.

Los contactos con Martínez y Miguens llevaron a Grondona al mundo de la consultoría empresarial, en momentos donde el propio Miguens se convertía en un referente de los estudios de mercado que lo llevarían a dirigir el Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA, desde 1965) . Del mismo modo, en 1963 Grondona había lanzado Comentarios sobre la actualidad nacional e internacional, una publicación por suscripción dedicada al análisis y la reflexión política. Suerte de columna expandida, Comentarios mantenía el contacto de Grondona con círculos políticos, empresariales y militares, permitiéndole ciertos márgenes de maniobra profesional, que incluso marcaron la publicación de dos breves libros: Política y gobierno, en 1962, desde la colección de divulgación de Editorial Columba, y Factores de poder en la Argentina, el mismo 1963, desde el Centro de Estudios Nacionales, del desarrollismo. A los pocos meses, se incorporó como columnista político a Primera Plana, la revista que, inspirada en el nuevo periodismo estadounidense, lanzó Jacobo Timerman a fines de 1962.[7] El rol de Grondona en el semanario sería central, al punto tal que el sello editorial editó La Argentina en el tiempo y en el mundo, un ensayo del abogado y columnista que tramaba muchos de los tópicos centrales que hacían a la perspectiva de la revista, en 1967: por momentos, la voz del medio y la de Grondona se acercaban sin confundirse, como en los mejores momentos del “Panorama Político” en La Nación.

Ligada al proyecto Azul del Ejército, la publicación propugnó la modernización en diversos ejes, desde nuevos formatos narrativos en sus páginas a tematizar una época de novedades. De la política internacional a los consumos culturales, pasando por las transformaciones sociales, la columna de Grondona se articuló con varias de las ideas que su propia producción había circulado en años anteriores en favor de un salto modernizador. Para la revista, como para otras publicaciones de la época, el gobierno de Arturo Illia, de la Unión Cívica Radical del Pueblo, que había sido electo en octubre de 1963, era parte del problema del estancamiento argentino (Mazzei, 1997). En contraposición a la figura del médico cordobés, Grondona forjó una narrativa sobre el perfil del general Juan Carlos Onganía como un referente modernizador: autoridad ordenancista y salto al desarrollo. En esos años, Grondona también llegó a la Universidad del Salvador, donde se incorporó como profesor en el área de Ciencia Política, que al poco tiempo renovó Carlos Floria, uno de sus compañeros en la cátedra de Martínez en la UBA, donde las problemáticas del orden político y el desafío de la modernización eran centrales en la currícula de la carrera: tanto en sus cursos de Sociología en la Escuela Superior de Guerra como en sus clases de Problemas Políticos en la USAL, la problemática de la relación entre orden y desarrollo estaba en el centro. En las columnas de Grondona, sus posiciones liberal-conservadoras y el nacionalismo de Onganía se acercaron por medio de la clave ordenancista y el horizonte modernizador (Vicente, 2014b), pero también en el universo de la FDCS-UBA y en el de la USAL esas relaciones eran una trama político-intelectual, que acabó alimentando a parte del gabinete del militar tras el golpe de Estado de 1966.

Más allá de las columnas que había dedicado a construir la figura de Onganía como el caudillo necesario para conducir el país, a medida que el gobierno dictatorial transcurría Grondona abrió críticas de todo tipo, que resumió años después en una fórmula de amarga ironía: “Con Onganía queríamos un De Gaulle y nos salió un Franco”. La propia Primera Plana recorrería un camino similar, marcado por críticas y tensiones. Atento a esas críticas, el gobierno le dio un rol de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario a Grondona, luego Asesor General de Planeamiento, donde formó equipo con Nicanor Costa Méndez. Ello generó ciertas rispideces entre algunos colegas académicos, que no veían con buenos ojos los vínculos con el nacionalismo y vieron allí un salto político.[8] 

Tras el paso por el gabinete, que finalizó tras el Cordobazo, el final de la década de 1960 y el inicio de la de 1970 encontró a Grondona sumido en el universo académico, doctorándose en la FDCS-UBA con una tesis sobre la encíclica Populorum Progressio donde su perspectiva en favor del orden aparecía en su interpretación del texto de Pablo VI. Con mayores responsabilidades tanto en la UBA como en la USAL, pasó además a ser co-conductor de Tiempo Nuevo, el programa político televisivo de Bernardo Neustadt, a quien había conocido en 1962. Allí, Grondona encontró un marco para el periodismo en pantalla: si bien había sido panelista e invitado de diversos programas (como el mismo Tiempo Nuevo) y llevado adelante el informativo “Teleonce informa”, junto a Neustadt articularon una dupla donde su perfil de analista saltó de las columnas gráficas, las clases universitarias y el universo de la asesoría a la pantalla. En ese período, no dejó de publicar notas en la prensa, pero lo hizo sin formar parte fija de ningún plantel de redacción. La ocasión de volver a uno se dio con un acercamiento a Timerman, con quien habían tenido una relación tirante tras la experiencia de Primera Plana, cuando el editor lo convocó a La Opinión, el periódico que lanzó en 1971.

El tramo final de la “Revolución Argentina”, liderado por el sector liberal del reticulado golpista encontró a Grondona en un momento profesional donde abrió su esperanza en el retorno del peronismo al poder. Si bien había tenido un encuentro con el general Marcelo Levingston antes de que este fuera reemplazado por Alejandro Lanusse, en vistas de una posible colaboración junto con Martínez en el gabinete, para Grondona la experiencia dictatorial estaba terminada. En su lectura, desde la centralidad de un Perón capaz de rearticular el tablero social y político del país y una posición de acompañamiento del no peronismo, la tarea de la hora sería suturar los diversos quiebres que recorrían a la sociedad argentina. Esos movimientos posicionales de Grondona llevarían, incluso, a que el mismo Perón ironizara sobre ello: Grondona era el mejor intérprete de su tercer gobierno en tanto “(f)ue el mejor intérprete de todos los gobiernos” (Sivak, 2005: 145). La causticidad de Perón sobre quien, empero, consideraba un muy buen periodista, subrayaba con tono vitriólico los modos del abogado y columnista, a quien había conocido cuando este lo entrevistó para Primera Plana.

Al momento de convertir a Grondona en la principal firma periodística de La Opinión, tanto él como Timerman debieron sortear dos problemas. El primero, de índole personal: su relación era compleja desde la década anterior, cuando el paso del abogado y periodista por Primera Plana había terminado en malos términos con el editor, quien pasaba de considerarlo, alternativamente, como el mejor analista político de la prensa argentina a acusarlo de antisemita, de ponderarlo digno de un trato privilegiado entre sus colegas a enrostrarle un irritante perfil de estrella (Mochkofsky, 2004; Sivak, 2005).[9] Sin embargo esas miradas cruzadas, que habían sido comidilla del universo periodístico porteño, Timerman convocó a Grondona para La Opinión tras compartir visitas en el verano uruguayo, donde ambos pasaban temporadas en Punta del Este que operaron como reencuentro y espacio de relaciones familiares.

Así como Primera Plana seguía la línea de revistas estadounidenses como Time y Newsweek, el periódico se miraba en el espejo del francés Le Monde. El proyecto del editor era ambicioso: un diario que llegaba a competir en un mercado muy distinto del de las revistas políticas en un momento especialmente complejo, como entendían los propios protagonistas de la empresa, basado en un periodismo interpretativo y sustentado en firmas de relevancia, que Ruiz (2001: 36) llamó “arrevistamiento”. El editor buscaba el mismo equilibrio que, entendía, había sostenido a Primera Plana: cultura de izquierda, política de centro, economía de derecha (idea que se volvería reiterada a la hora de subrayar el “enfoque Timerman”), con periodistas de la generación posterior a la suya donde Horacio Verbitsky y los hermanos Julio y Juan Carlos Algañaraz tuvieron un sitio destacado en la confección del estilo del periódico. Si bien la lectura de Timerman buscaba subrayar continuidades, en La Opinión el equipo periodístico se veía más a la izquierda de lo que pretendía el equilibrio de su director. Allí apareció el segundo escollo, de orden ideológico: para parte del equipo original del periódico, Grondona representaba a la derecha y a los vínculos de los intelectuales con el golpismo. Pero ese mismo eje abrió una hendija: según el testimonio de otro miembro de la redacción, José María Pasquini Durán, la presencia de Grondona era un modo de expresar pluralismo ideológico ya que Timerman veía al staff muy ladeado a la izquierda (en Bernetti, 1998: 14).[10] Sin embargo, Grondona se retiró de la experiencia cuando el editor se negó a pagarle una cifra (al parecer) exorbitante (Sivak, 2005: 134-135).[11] El contador Abrasha Rotenberg, amigo y asesor de Timerman, se encargó de la fallida negociación.[12] 

Tiempo Nuevo era un éxito y Grondona se movía con dinamismo por el tablero del periodismo político: pasó a Gente, el semanario de actualidad que era la revista más vendida de la Argentina, comenzó a publicar en la revista de negocios Mercado (que se había lanzado en 1969) y también en la internacional Visión.[13] Premiado como Joven Sobresaliente en la clásica elección de diez figuras propuesta por la Bolsa de Comercio de Córdoba, se había convertido en una de las principales voces y firmas del periodismo político argentino. En ese momento, comenzó a escribir Los dos poderes, que se editaría en 1973 y abordaba varios de los problemas que Grondona llevó a sus columnas en La Opinión.

En 1973, diversas crisis internas y el propio posicionamiento que La Opinión había efectuado en la escena política y mediática implicaron cambios de relevancia, donde Grondona apareció como analista estelar, no ya para mostrar un rostro plural sino en convergencia con varias de las lecturas que Timerman y el propio matutino expresaban. Sus columnas comenzaron a ocupar regularmente la tapa (en muchos casos prolongando el principal título de portada) o contratapa y aparecían incluso día por medio o dos días seguidos en algunas ocasiones. Se había convertido en la principal voz del medio luego de la del editor/director y ello se reflejó en la articulación entre sus columnas y las principales facetas informativas del periódico. A diferencia de otros momentos en donde su trabajo consistía en columnas semanales, como Primera Plana, aquí su firma aparecía hasta tres o cuatro ocasiones por semana, lo que permitió que sus textos adquiriesen un perfil diferente al previo, fundiendo en parte la narrativa noticiosa con la analítica y en varios momentos retomando fórmulas que aparecían en las noticias políticas del diario e implicaban modos de editorialización. Si bien parte de esa dinámica la había puesto en práctica en sus textos en La Nación, debe recordarse que se trataba de columnas sin firma. Debido a su rol en el periódico, Grondona aligeró su trabajo en la UBA (con una licencia) y en la USAL (donde comenzó una transición en la carrera de Ciencia Política).

A lo largo de los textos sucesivos en La Opinión, Grondona fue desarrollando una serie de lecturas y diagnósticos que pasaban de columna a columna, donde el título articulaba la idea rectora y resumía el eje del análisis, que se prolongaba a lo largo de diversas intervenciones: por momentos las columnas fungían como un mapa que se desplegaba de nota en nota, y si bien estas eran autoconclusivas, trazaban un hilo común. Muchas de las características centrales del modo analítico-argumentativo y la prosa de Grondona permanecían, como el uso de explicaciones por medio de formulaciones dicotómicas, la lectura de las acciones políticas mediada por ideas históricas y/o teóricas modélicas, pero se adaptaban a los formatos del periodismo diario, que se volvió el vehículo para promover su mirada ordenancista. El estilo de La Opinión, caracterizado por una fuerte tendencia al periodismo opinativo (lo que se explicitaba desde el nombre) y la agenda que se desplegó desde 1973 permitieron que esa dinámica se presentara con coherencia analítica y formal en el marco del diario.

De Alejandro Agustín Lanusse a Juan Domingo Perón

La primera columna de Grondona en esta etapa se editó en abril de 1973, analizando la elección que había consagrado presidente a Héctor Cámpora a mediados del mes previo: se trataba de un peronismo que había recuperado su caudal histórico de votos, pero con una nueva generación en el núcleo de sus votantes y liderando una alianza multipartidaria.[14] De inmediato, Grondona abordó uno de los temas centrales de la etapa: la violencia política. El impacto de esta era considerado por Grondona en un complejo vínculo con lo que entendía como un clima positivo ante el retorno de la democracia y de una reversión del peronismo y del no peronismo que habían tomado nota de sus errores previos, buscando con ello una salida concertada a una verdadera encerrona.[15] Dos semanas después, el columnista titulaba su intervención como “Clima universal de buena voluntad para Cámpora”, destacando que el político mercedino avanzaba en una campaña que era más que electoral: “Prácticamente todas las organizaciones representativas de la sociedad argentina”, subrayaba el autor, saludaban el proceso electoral y la campaña de Cámpora.[16] Grondona, como Timerman, esperaba que un peronismo conducido por Perón y un gobierno amplio con Cámpora en la primera magistratura lograra articular el consenso social y político amplio que los reposicionamientos de peronistas y no peronistas habilitaban, dando lugar al orden imprescindible para el posterior desarrollo, asignaturas largamente esquivas.

Las páginas de La Opinión, empero, mostraban un claro contraste entre las posiciones editoriales y las lecturas de su principal columnista con la aparición de solicitadas y propaganda antiperonista firmadas por el Comité de Defensa de la República (que no presentaba sus miembros en ellas). En un punto, desde las propias páginas del diario se respondía de modo oblicuo a la vaporosa organización al considerar que entidades como Concentración Cívica (orientada por intelectuales como Alberto Benegas Lynch y Carlos Sánchez Sañudo, de la misma generación liberal-conservadora que Grondona) eran muestras de antiperonismo extremo que seguían viendo un Hitler en Perón o un proceso radical como el allendismo en el horizonte del tercer peronismo.[17] A diferencia del tono de preocupación que expresaban medios como La Prensa, cuyas columnas retomaban muchos de los puntos promovidos por esas tematizaciones antiperonistas, La Opinión apostó al posible desenlace virtuoso de lo que entendía como una nueva etapa, y Grondona fue un narrador central de esa expectativa. La Opinión no se privó de ironizar sobre la aparición del “primer aviso peronista en La Prensa” en ese contexto.[18] 

La posición del diario ante el contexto electoral había quedado plasmada en una creación noticiosa de Timerman que se volvió célebre: la encuesta electoral en la redacción, que arrojó cerca del 50% de votos del equipo para la fórmula del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI).[19] Ese talante podía leerse tanto en columnas como en notas editoriales del propio Timerman y en el tono con el cual se presentaban noticias diversas, donde el eje pasaba por una lectura optimista e incluso propositiva. Grondona, que para el momento de esa verdadera “encuesta auto-administrada” aún no había retornado al periódico, formó parte del colectivo de votantes de Balbín en las dos elecciones presidenciales del año (como marcó en diversas entrevistas -cf. Sivak, 2005), pero su horizonte de expectativas tenía en Perón la clave central, que debía articularse con los sectores opositores. Dos notas seguidas del editor y del columnista dejaban claro el sitio que el líder justicialista tenía en el contexto para el enfoque de La Opinión: “Entre la derecha y la izquierda, un país para el carisma del líder”, titulaba Timerman; “La comunicación del líder con las masas recupera el ritual festivo”, enfatizaba Grondona ya desde el título.[20] Sin embargo, no eran palabras simplemente celebratorias, sino que también se trataba de advertencias: Grondona señalaba que Perón era la única figura que podía asegurar verticalidad y alineamiento del amplio y dispar conjunto del movimiento justicialista, así como alertaba que reiteradamente el político y militar “contiene los avances de la izquierda” y que por ello su “acción ordenadora” implicaba “la hora de la verdad”.[21] 

Esta última fórmula volvería, como veremos, con la muerte de Perón, pero articulando una lectura de tono más oscuro. Aquí, en torno de ese eje giraba la lectura epocal de Grondona: Perón era la clave del orden que, a raíz de la inestabilidad política, era el factor ausente en la Argentina. A partir de su acción, el resto del tablero social y político debía ordenarse, pero como había marcado en su libro Los dos poderes, editado en esos días, el peronismo mismo debía institucionalizarse de la mano de una institucionalización sistémica (Grondona, 1973).

El plano político que leía Grondona no se cerraba en la dinámica local, sino que el columnista señalaba que la política regional debía ser central en las consideraciones: para el autor, el tono antiimperialista y las actitudes declamatorias de diversas personalidades del oficialismo eran un mal signo en momentos en que el mapa continental crujía y, por ello mismo, tenía implicancia relevante para el plano nacional. En su análisis, el golpe de Estado en Uruguay, el fracaso de un intento golpista en Chile y las posiciones de los Estados Unidos y Brasil podían estar abriendo un complejo “cordón sanitario” donde una Argentina girada a la izquierda se podría ver atrapada.[22] Semanas luego, apenas dos días después del finalmente triunfante golpe del 11 de setiembre en Santiago de Chile, el columnista subrayaba que Perón había hecho de la situación chilena un espejo para que la juventud peronista entendiera la necesidad de consolidar un proceso reformista antes que revolucionario.[23] En esos días, Timerman se hacía interrogantes convergentes sobre la plausibilidad de una vía pacífica para la democratización progresista en ese contexto regional y en el marco internacional: entre golpismo de derecha y violencia de izquierda, la pregunta resultaba gravitante en tanto Chile podía ser un espejo, pero antes la Praga de 1968 había sido otro, de sentido inverso pero efecto idéntico.[24]

Dado el plano anterior, para Grondona la renuncia de Cámpora tras poco más de 40 días de gestión y el proceso que llevó a Perón nuevamente a la primera magistratura debían ser vistos en sentido histórico. Así, la elección de quien completaría la fórmula presidencial que encabezaba Perón era “de gran trascendencia”, y ello la diferenciaba de lo que había sido rutina en la historia nacional, donde la vicepresidencia era una figura “importante pero menor”, “que acompañaba” al primer mandatario. En 1973, en cambio, se trataba de una decisión clave que primeramente implicaba a Perón, pero también al radicalismo y a los militares, descritos por Grondona como los tres ejes del juego de poder de la política argentina.[25] El columnista abría una puerta de posibilidades a una fórmula conjunta de Perón con extrapartidarios, capaz de lograr “la reconciliación histórica del peronismo y el no peronismo” con apoyo de las respectivas fuerzas políticas y las Fuerzas Armadas. Ello no implicaba necesariamente una fórmula Perón-Balbín (como arriesgaban voces de la prensa y promovían actores de la política) sino, en el mejor de los casos, que una figura con proyección (peronista, radical o militar) acompañase a Perón a fin de forjar una línea de futuro que pudiera prolongar el equilibrio que se estaba generando en esos días. Señalaba Grondona que tal dinámica era un signo alentador, ya que no se trataba allí de un Perón excluyente ni de radicales y militares que buscaban un futuro sin el líder justicialista, pero alertaba que ese nuevo equilibrio, hasta allí inédito, debía saber manejarse.[26] Ese clivaje entre la esperanza y la advertencia se volvería característico del enfoque analítico-narrativo de sus columnas tras la renuncia de Cámpora.

La elección de María Estela Martínez de Perón, que en diferentes espacios causó miradas de sorpresa decepcionada,[27] fue evaluada por el columnista como una estrategia para la unidad del justicialismo (cuya problemática interna había subrayado de modo alerta, como vimos), una muestra de la imprescindibilidad del líder justicialista y de su enfoque en la campaña (a diferencia de la liderada por Cámpora, para Grondona la campaña presidencial de Perón había sido socialmente desatendida y ello opacaba su real significación).[28] A pocos días de la anterior nota citada, Grondona veía a Balbín en proceso de desgaste por la presión del radicalismo sobre su figura y movimientos (donde el sector referenciado en el ascendente liderazgo del abogado Raúl Alfonsín era central), y planteaba que en tal contexto era necesario pensar una lógica de puentes y acuerdos entre el gobierno y la oposición.[29] Así, marcaba que Martínez de Perón se enfocaría en construir verticalidad, a tono con su lectura previa.[30] Esa dinámica, sin embargo, no implicaba que el justicialismo y el radicalismo, como partidos centrales, debían cargar sobre ellos las alternativas de la hora, sino que se trataba de una ocasión que ponía en la picota al sistema político, que debía actuar con la misma tendencia de los dos grandes competidores.[31] En la mirada de Grondona, Perón comprendía muy bien la encrucijada, como expresaba su diálogo multisectorial y su intento de institucionalizar al peronismo.[32] 

Perón debía ordenar a su movimiento, pero con límites: las advertencias de Grondona sobre el rol de la juventud peronista de izquierda implicaban que el fervor juvenil debía ser fermento de la democracia y no una aceleración hacia costas de dudoso horizonte. La lectura de Grondona sobre las tensiones entre Perón y los sectores juveniles de izquierda fue reconocida por el propio Mario Firmenich, referente de Montoneros, quien dio explícitamente la razón al columnista señalando que estaba en lo cierto cuando planteaba que los jóvenes peronistas estaban conociendo realmente a Perón en ese momento, por ende haciéndose verdaderamente peronistas, con las dificultades del caso: “Hoy que Perón está aquí, Perón es Perón y no lo que nosotros queremos” (Anguita y Caparrós, 2010: 583).

Para ese momento, las tensiones eran evidentes: la inestabilidad y la violencia que marcaban la época estaban allí, quedaba en la sapiencia de los actores poder desactivar y reconducirlas, marcaba una y otra vez Grondona, por lo cual la elección de setiembre era clave: “A la democracia le ha nacido su oportunidad”, indicaba el columnista tras la votación que consagró al justicialista por tercera vez como presidente con más del 60% de los votos. Los resultados habían mostrado continuidades y novedades históricas, así como puntos a subrayar que, por su densidad, implicaban articular (nuevamente) esperanza y advertencias, especialmente sobre la violencia, que seguía allí como una condicionante que podía ganar más lugar.[33] Las definiciones de Perón “contra la ultraizquierda” (el agregado del prefijo era una novedad) anticipaban una crisis posible.[34] Se trataba, finalmente, de una compleja “estrategia de normalización” que debía ponerse a prueba día tras día y marcaría el futuro gobierno.[35]

   

De Juan Domingo Perón a María Estela Martínez de Perón

La intensa actividad que el líder justicialista desplegó tras la elección que lo consagró presidente fue seguida atentamente por Grondona, que entendió la dinámica como una apuesta por la normalización (como marcamos recién), entendida en planos múltiples. Para el columnista, el orden y la normalización serían, ya por sí mismos, un gran cambio en el panorama político (en otra muestra del sitio que en sus ideas ocupaba el ordenancismo), pero al mismo tiempo la base para la acción reformista, entendida como una lógica de etapas. Ante el ciclo etapista, sin embargo, las preocupaciones por la violencia volvían de modo permanente, especialmente agudizadas por hechos de violencia que el columnista calificaba como “subversión”, y que debían ser entendidos, enfatizaba, “como telón de fondo” para el proyecto de Perón.[36] Para el analista la confrontación al interior del peronismo entre sectores “moderados y radicalizados” avanzaba hacia una ruptura que iba adquiriendo las características de una “guerra interna”, ante la cual Perón obraba con “doble moderación”: de posición y de acción. Justamente ante tal riesgo, la centralidad del líder justicialista podía obrar negativamente, cargando sobre un hombre de edad avanzada y con problemas de salud responsabilidades que debían ser asumidas transversalmente por la dirigencia política de relevancia, por lo cual era necesario insistir en la creación de un pluralismo democrático.[37] 

Lo antedicho debía implicar, inclusive, un nuevo sentido de función militar, en tanto “sin trabas que vengan del pasado” las Fuerzas Armadas debían estar preparadas por el poder de la democracia para actuar su “rol de reserva política en el caso eventual de una crisis de sucesión”, fuera condicionada por la interna peronista, el comportamiento opositor o la violencia política.[38] Tal crisis, analizaba Grondona, podría llegar a darse por un desfasaje social y político, marcado en el “contraste entre el consenso de los dirigentes y la violencia”: eran aquellos que apostaban por el reformismo lento quienes podían frenar las consecuencias de un proceso violento, que para el autor era el paisaje social-político determinante entre 1969 y el propio 1973. “Este período de transición será, a su vez, peligroso”, por lo que Grondona indicaba que el accionar de Martínez de Perón como vicepresidenta debía enfocarse en la construcción de una figura capaz de ganar volumen ante la posibilidad de “un vacío institucional”: era una reserva aún “con minúscula” (pero una al fin), que debía engrosar su perfil a tono con la necesaria referencialidad que había ganado en este caso el rol vicepresidencial, como había propuesto antes y analizamos.[39]

Junto a la dinámica de los actores en la política del día a día, Grondona atendía especialmente las pautas institucionales en torno a una posible reforma constitucional que circulaban como propuestas, tras el proyecto de 1971 donde diversos académicos fueron asesores políticos. Parte de su dedicación como docente universitario, el tópico constitucional tenía en su lectura una serie de planos a atender: uno contextual, donde el clima de acuerdo debía aprovecharse; uno propiamente institucional, porque la Argentina no tenía “una Constitución cierta a la cual dirigirse”, lo que creaba un “clima de incertidumbre” constitucional. El proceso debía abrir un momento de movilización y debate, dando por ello un calado peculiar al momento que subrayase la “dimensión histórica” del proceso de reforma, tal como (destacaba Grondona) lo entendía Perón al hablar de “un nuevo acuerdo de San Nicolás”: para el columnista, ello implicaría el paso de “el Estado de Fuerza al Estado de Derecho. Nada menos que la nueva fundación de la República”.[40] Aquí encontramos la segunda clave para leer las posiciones del columnista: desde sus primeras intervenciones teóricas, Grondona había planteado que el primer peronismo había sido un fenómeno democrático, pero no una democracia liberal, sino populista. Ausente el carácter liberal, no podía por ello ser una democracia de tipo republicano (Grondona, 1962). La coyuntura abierta con la tercera presidencia de Perón permitiría, entonces, equilibrar la Constitución decimonónica con necesidades epocales.[41]

La violencia marcaba uno de los grandes desafíos a ese reformismo, por lo que su resolución implicaría una dicotomía central entre “el autoritarismo o la tolerancia”, ya que las “sobradas” capacidades del Estado para ordenar los conflictos políticos debían articularse “dentro y no a pesar de la democracia representativa”. Aquí nuevamente Grondona coincidía con el director de La Opinión: la resolución debía transcurrir dentro de las instituciones y el pluralismo, como proponía el propio Timerman en su planteo sobre el pluralismo progresista democrático, que presentamos antes. Por ello, era clave entender una problemática lejos del trazo grueso que para Grondona circulaba en ciertos sectores: la violencia revolucionaria tenía entre sus protagonistas a la “ultraizquierda” que no debía ser confundida con la izquierda apegada a la ley, a la que el columnista veía como víctima de medidas que debían, por el contrario, apuntar a la primera no por sus ideas sino cuando sus acciones eran violentas.[42] También estaba allí el peligro de despertar un tipo de antiperonismo “residual” que quebrase el equilibrio del momento y abriese nuevamente el abismo que Grondona alertaba desde el año anterior, como vimos: el del péndulo chileno.[43] Justamente ante tal intervención del columnista y en otra muestra de ciertas convergencias entre sus lecturas y las de Timerman, el editor publicaba en la misma página un relevamiento de medios internacionales donde el diario progresista estadounidense The New York Times y el periódico liberal-conservador chileno El Mercurio destacaban “la marginación de la izquierda en el peronismo”.[44] 

Las inquietudes de Grondona en torno a las consecuencias de la interna justicialista en el equilibrio democrático se marcaban especialmente por un triple impacto: ocupar al gobierno de ese conflicto en lugar de dejarlo desarrollar un plan general; dar aliento al antiperonismo extremo en sus posiciones enfáticas; habilitar un proceso violento de consecuencias funestas. Tras el intento de copamiento de Azul por parte del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) el 19 de enero de 1974, que formó parte de una estrategia más amplia de la organización político-insurgente (Carnovale, 2011),[45] Grondona analizaba las medidas del gobierno y, como complemento a lo recién analizado sobre la izquierda, advertía que la derecha peronista no debía engolarse ante el acorralamiento de Perón a la izquierda del movimiento (ni ante la reacción frente a las izquierdas no peronistas), pues se trataba de un liderazgo realista e institucional. En él, el presidente debía al mismo tiempo liderar su partido, el Estado y ser un creador de instituciones -como mostraba la pauta reformista constitucional.[46] Algo similar debía decirse a los sectores de izquierda: cuando desoían a Perón, se arriesgaban a salirse fuera de los contornos del espacio creado por el referente justicialista y ser parte del universo de la izquierda no peronista.[47] Se trataba de un momento, entonces, de círculos y equilibrios sumamente delicados en la ruta hacia lograr orden.

En esa dinámica, un sector oficialista creaba grietas internas y era por ello duramente amonestado por el presidente que, destacaba Grondona, al mismo tiempo felicitaba a la oposición “situándose por encima de sus banderías” y llegando “al nivel de la ecuanimidad” de un estadista.[48] Esos movimientos del líder justicialista impactaban centralmente en la juventud peronista, en tanto para Grondona se estaba ante “el momento crucial en que la síntesis de todo lo querido revela su imposible”: “Perón ´o´ el socialismo. Perón ´o´ los dirigentes que vivan a Perón y al socialismo. Y aún más: el sistema ´o´ la guerra al sistema si se decide contra Perón”. Era momento de definiciones de los actores, al mismo tiempo realistas y cortantes, pero que debían ser canalizadas dentro de la democracia y en el marco de pensar un futuro común para la Argentina:

“Para aquellos que las vemos desde fuera, como un drama que le pasa al sector más activo de la juventud, los riesgos equilibran las ventajas. Porque si es positivo que la juventud sea puesta frente a una verdad que nunca dejó de serlo, que sea invitada a elegir y a resignarse como corresponde a los adultos, es peligroso que, en el acto de la elección, sufra la pérdida de sus ideales. Aclarar el panorama juvenil no puede ser igual a acabar con el optimismo juvenil. De los jóvenes queremos la madurez, no el envejecimiento”.[49]

Se trataba no sólo de un punto donde convergían quiebres, sino que estos debían basarse en decisiones que Grondona definía con tono ocre como propios de una “querella casi teológica” en torno al peronismo, sus ideas y modos de articulación política: entre la fe y la ecclesia.[50] La columna del autor venía a cuenta de sus preocupaciones del momento, enmarcadas en la lectura general que relevamos, pero estaba motivada por el embate de Perón ante Ana Guzzetti, periodista de El Mundo (recordemos que Grondona escribió allí años antes y Neustadt fue una figura central), a quien el presidente había ligado a “la ultraizquierda”: si hasta allí Grondona podía usar las categorías con las que el líder justicialista criticaba a los sectores radicalizados de su movimiento, el hecho impuso una reconsideración que en parte retomaba las reflexiones previas, pero que lo llevaba a plantear si las escisiones en el peronismo no darían una versión micro de la reforma protestante en la historia del cristianismo.[51] 

En otra de las convergencias de la mirada del periódico y su columnista principal, al día siguiente una nota de tapa planteaba los riesgos que abría una doble crisis: por un lado, que la “depuración” del justicialismo (término que mantuvo su presencia en análisis posteriores -Franco, 2011; Merele, 2017) implicase un impacto hacia afuera y, por otro, el avance de voces públicas que estigmatizaban posiciones políticas. Todo ello complotaba contra el necesario pluralismo democrático que la situación del país requería para asentar un orden que superase la etapa previa a 1973.[52] Por lo antedicho, Grondona planteaba que Perón debía “retomar el centro” evitando que “las definiciones contra la ultraizquierda” llevasen a la derecha su liderazgo, lo redujesen a ese espacio ni “mucho menos” implicasen “una luz verde para la acción directa de ultraderecha”, así como debía subrayarse que la oposición de Perón era por las prácticas de esa “ultraizquierda” antes que ideológica. En tanto líder, el presidente buscaba “de acuerdo con la descripción de Bismarck de la acción política, ´la diagonal de las fuerzas´. Esto es, el ´centro´ que resulta de la interacción de ´mil extremos´ concretos en una concreta situación” y que era por ello “faro”, “único punto de referencia”.[53] En un movimiento típico de su argumentación (como había hecho con Onganía -Vicente, 2014b), Grondona colocaba en Perón la mirada que él mismo había desplegado días antes.    

En ese contexto, nuevamente la sucesión de Perón y la reforma constitucional aparecían como temas institucionalmente claves.[54] Durante las semanas siguientes, Grondona dedicó columnas a temas diversos, desde Economía a Política Internacional, hasta que a finales de abril su lectura volvió a mirar con optimismo el proceso político, marcando el revitalizado liderazgo de Balbín en el radicalismo ante el proceso de elección de autoridades partidarias (recordemos que lo había criticado en la campaña electoral y con una lectura de la nueva reunión del justicialismo que, luego de desavenencias, incluyó la participación juvenil, lo que para Grondona mostraba que la laboriosa gestión de Perón exponía “su capacidad para reunir a todos. Es a todos que corresponde ahora aprovechar la oportunidad para reunirse”.[55] Ello daba al justicialista la ocasión de mostrarse también como un líder nacional, tan demorada desde su asunción por los problemas internos del propio peronismo. Sin embargo, esa tensión jalonó las semanas siguientes, entrecruzada y agudizada por los problemas de salud de Perón, que ponían a prueba varias de las ideas de Grondona sobre la estabilización y continuidad del proceso de normalización.[56] En ese marco, el asesinato del sacerdote Carlos Mugica implicó para Grondona la muestra de que se habían desbordado todos los límites: “A partir de la muerte del padre Mugica, la violencia parece no reconoce reglas ni fronteras”. La amarga columna finalizaba de modo sobrecogedor: “Con Mugica reciben amenazas todos los que quieren hablar en vez de golpear. A través de Mugica todos debemos sentirnos bajo el imperio del miedo, sin merecer, en el mismo grado que él, la contrapartida de la esperanza”.[57] 

A la violencia debía sumársele una “vuelta de lo antiguo” que, para Grondona, se plasmó en el discurso de Perón el 14 de junio: el columnista llamaba “un clima intermedio” a la situación que se abría ante el contexto, donde corrían los peores rumores, se atizaban las internas y se abría la puerta a enfrentamientos, incluso al golpismo. Si no se había aprendido la lección de las décadas previas y sus consecuencias, enfatizaba de manera tajante Grondona, “la esperanza nos está prohibida”.[58] 

Ese tono fue la marca de los días que siguieron a esas semanas febriles: entre la violencia y los exiguos caminos de salida. El primer día de julio murió Perón y, ese mismo mes, Grondona comenzó a escribir una columna en Carta Política, el mensuario que lanzó el empresario azucarero Carlos Piñeiro Pacheco como modo de tender un diálogo con el poder político.[59] Por ese enfoque, el tono del abogado y periodista cambió: sus textos en la revista se alejaron del tipo de escritura que desplegaba en La Opinión, en parte a tono con su trabajo en Primera Plana. “La muerte del Presidente abre ante nosotros la vasta e inquietante perspectiva de un futuro sin Perón”, marcó Grondona desde las páginas del diario tras el deceso del mandatario. Para el columnista, la vida pública nacional había girado 30 años en torno a la figura del líder justicialista: “marcó una época”, enfatizaba, al punto tal de devenir un “hombre-época”. Lejos de quienes creían que “la hora de la verdad” se jugaba a partir de allí, el columnista indicaba que Perón había sido la hora argentina, el nombre de su tiempo: “durante tres décadas él fue nuestra verdad”.

“Más allá de Perón no descubriremos “la” verdad sino, en todo caso, “otra” verdad. Otro tiempo, otras referencias. Pero lo que hemos sido hasta ayer lo hemos sido desde Perón. Tenemos que asumirlo y aceptarlo porque, al hacerlo, nos asumimos y aceptamos. La Argentina es esta Argentina. La hora de la verdad es cada hora de concreta convivencia”.[60]

Con ello, Grondona buscaba confrontar a quienes veían la inminencia de una guerra civil: era ese espíritu el problema, pero también la valla frente a ese horizonte, que sin embargo en diversas ocasiones veía más cercano, a tono con su caracterización de la violencia como marco epocal, como subrayó al mes siguiente. Si durante el regreso de Perón había enfatizado una y otra vez la necesidad de una articulación política tenaz y mesurada, amplia y cuidadosa en favor del orden y el equilibrio, ahora volvía a subrayarlo. Lo hacía desde una perspectiva que consideraba central las dinámicas del peronismo, de la oposición y de diversos sectores de poder (militares, empresarios, medios de comunicación), para, finalmente, indicar que María Estela Martínez heredaba el legado de Perón y debía ejercerlo desde sus diferencias. En una construcción típica del estilo de Grondona, proponía que debía tratarse de una variación en las continuidades sin perder en esas variaciones la continuidad.[61] Aquí se pueden apreciar una serie de desplazamientos en el análisis de Grondona: por un lado, una mayor atención a los movimientos internos de esos espacios (que antes se centraba en el peronismo y, en parte menor, en el radicalismo); por el otro, un énfasis en actores como el empresariado y los grandes medios de comunicación que formaban un triángulo con las Fuerzas Armadas como espacios de poder no partidarios, expandiendo el rol que había subrayado en estos últimos.

La muerte de Perón redundó en que Grondona buscase la llave del orden en diversas figuras: Martínez de Perón, Balbín, el influyente ministro de Bienestar Social José López Rega o los sindicalistas y políticos profesionales del peronismo.[62] Eso implicaba un equilibrio por el nuevo rol que debía desarrollar la oposición y un crecimiento de la figura de Balbín, que había sido reelecto al frente del radicalismo, como una continuidad en sordina con el proyecto de Perón: conductores al final de sus trayectorias capaces de ordenar sucesiones.[63] Se había abierto un proceso sumamente complejo que el resumen de fin de año ofrecido a la revista peronista Las Bases (estrechamente ligada a López Rega -Cucchetti, 2008), permite ver en perspectiva: allí, Grondona marcó que los ejes de la gestión de Martínez de Perón eran consolidar la sucesión, ordenar ortodoxa y verticalmente al peronismo y, con ello, marginar a “la ultraizquierda” y “la subversión”. La intervención finalizaba con sus ejes típicos: la presidenta debía impulsar el desarrollo “después de haber afianzado la seguridad”.[64]

El tono posibilista (¿optimista?) de Grondona en ese cierre de 1974 contrastaba con su análisis de mediados de año, pero se vería oscurecido durante 1975. Ello impactó en su posicionamiento: mientras centraba su firma en Carta Política, sus columnas fueron endureciendo el tono, la idea de “guerra interna” se fue haciendo más expansiva, su mirada ordenancista se acercó más a enfoques represivos que acuerdistas. A fin de año, dejó La Opinión y pasó a dirigir la nueva versión de la revista de Piñeiro Pacheco, que se relanzó tras haber cerrado su primera etapa en agosto de 1975. En televisión, Tiempo Nuevo fue levantado del aire en febrero de 1976, lo que implicó la solidaridad y las salutaciones de políticos, intelectuales y periodistas (pese a que la permanencia del programa en el aire en momentos de censura había abierto polémicas incluso en La Opinión).[65] Eran momentos agitados en términos políticos y profesionales: pocas semanas luego, el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 abriría una nueva etapa para el país y para la carrera de Grondona.

Conclusiones

Durante los años marcados por la crisis de la segunda etapa de la “Revolución Argentina”, el retorno del peronismo al poder y las alternativas que siguieron a la muerte de Perón a mediados de 1974, Mariano Grondona desplegó desde las páginas de La Opinión una lectura que reformulaba su paso del antiperonismo al no peronismo. Para inicios de los años setenta diversas decepciones en sus apuestas políticas habían colocado al analista ante una esperanza: que la vuelta de Perón al país lograse la pacificación necesaria para consolidar un tiempo de orden. En un punto, su lectura se acercaba a la de Timerman (y a la de voces importantes de la política) y se alejaba del antiperonismo dominante en el espacio liberal-conservador, buscando un equilibrio entre el peronismo y el no peronismo que dejara atrás la inestabilidad y la violencia que habían caracterizado a la etapa posperonista.

Para el abogado y periodista, Perón había aprendido una lección del mismo talante que la que habían aprendido sus opositores: que la Argentina necesitaba un nuevo acuerdo, reescribiendo sus desencuentros. En sus columnas apostó entonces, con su allí ya característico realismo político, por la figura de Perón: pese a votar dos veces por Balbín, Grondona colocó en el justicialista su perspectiva de un liderazgo centrista capaz de equilibrar y normalizar la vida política. No puso en las espaldas del general, sin embargo, todo el peso de esa lectura: consecuente con su idea de las lecciones aprendidas, los líderes opositores como Ricardo Balbín, las Fuerzas Armadas como institución y actores de relevancia en el movimiento peronista, el empresariado o los medios de comunicación (con diversa entidad según el momento del proceso) debían tornarse referentes ante una sociedad agobiada por la inestabilidad y la violencia, logrando articularla con el sistema político democrático y representativo.

Más allá de ciertas ironías (como las del mismo Perón) sobre la cercanía de Grondona con el líder justicialista, lejos estuvo Grondona de “peronizarse”, sino que antes bien en sus análisis sobre la etapa recorrió otra de las estaciones de su mirada de realismo político. Su uso de ciertos términos caros al lenguaje peronista (o, más ampliamente, a las tradiciones nacional-populares) como “líder”, “conductor” o “pueblo” obedecieron primeramente a una presencia epocal, a un uso en torno a su lugar en el pensamiento político clásico (que Grondona y Perón, con sus diferencias, compartían) y a un gesto típicamente grondoneano: usar los términos del actor analizado para traducirlo al público e insertarlo en su análisis propositivo. Grondona buscó articular su mirada con lo que, entendía, eran los proyectos de Perón y los principales referentes opositores, sociales y políticos, es decir, tender una lectura que considerase la necesidad de un orden basado en el consenso social y político desde el pluralismo, capaz de trazar un horizonte donde la sucesión de Perón se diera en un marco de acuerdos cruzados.

La muerte del líder justicialista, en ese sentido, implicó entonces el momento de verdad que referimos en el título de este trabajo: la sociedad argentina enfrentada a sí misma sin el mayor nombre de su realidad política, sin tótem pero también sin excusas. Si el análisis de Grondona pudo mantener su mirada optimista pero alerta hasta el cierre de 1974, el año siguiente sería de muy otro talante. Esa historia, en parte más atendida por trabajos previos, fue otra aun siendo parte de la misma, puesto que en ella se resolvió, de modo feroz, la etapa que aquí recorrimos: la de “la hora de la verdad”.

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Vitale, María Alejandra (2015). ¿Cómo pudo suceder? prensa escrita y golpismo en la argentina (1930-1976). Buenos Aires: Eudeba.

Vommaro, Gabriel (2008). Mejor que decir es mostrar. Medios y política en la Argentina reciente. Los Polvorines-CABA: UNGS-BN.

Vommaro, Gabriel y Baldoni, Micaela (2012). “Bernardo y Mariano: las transformaciones del periodismo político en Argentina de los años ochenta a los años noventa”, Medialogos, N° 2, pp. 51-82.

Zarowsky, Mariano (2022).  Allende en la Argentina. Intelectuales, prensa y edición entre lo local y lo global (1970-1976). Buenos Aires: Tren en Movimiento, en prensa. 

Martín Alejandro Vicente es Doctor en Ciencias Sociales (FSOC-UBA, 2014). Investigador Adjunto del CONICET en el IEHS/IGEHCS de la UNCPBA. Docente Adjunto en la FH de la UNMdP. Es autor de De la refundación al ocaso. Los intelectuales liberal-conservadores ante la última dictadura (2015) y co-coordinador de Las derechas argentinas en el siglo XX (Tomo I, 2021 y Tomo II, en prensa) y La Argentina y el siglo del totalitarismo. Usos locales de un debate internacional (2022). Sus temas de trabajo están enfocados en la historia político-intelectual de las derechas y las relaciones entre intelectuales y política.

 

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[1] Agradezco los comentarios de Santiago Garaño, Fernando Ramírez Llorens y Mariano Zarowsky a una versión previa en formato ponencia, así como a Fernando Ruiz por la conversación sobre La Opinión

[2] Este breve recorrido considera textos académicos o ensayos escritos por académicos. La figura de Grondona fue también eje de textos periodísticos diversos, en general enfocados sobre su presencia en dinámicas golpistas en los ’60 y ’70, como Muleiro (2011). En términos de memorias, el insider político-militar Jorge Turolo (1996) marca la circulación de Grondona por los espacios coordinados por Jaime Perriaux como vínculos entre intelectuales, políticos y militares que propugnaron planes políticos para el golpe de Estado de 1976.

[3] Por ejemplo, en su historización de la última dictadura, Novaro y Palermo (2003) refieren a Grondona como uno de los “aspirantes a intelectuales orgánicos” del “Proceso de Reorganización Nacional”, en una nota a pie de página que no presenta ningún desarrollo analítico.

[4] Puede verse un enfoque de tono ensayístico sobre las relaciones entre periodismo y política en la etapa en Carnevale (1999), donde aparecen coincidencias con las miradas que relevamos hasta aquí.

[5] La reconstrucción biográfica está basada en Sivak (2005) y trabajos propios. Para este recorte se utilizaron siete entrevistas a allegados de Grondona en la Universidad de Buenos Aires, la Del Salvador, La Nación y La Opinión. Se trabajó con dos entrevistas retrospectivas a Grondona: “Sin máscaras”, por Miguel Wiñaski, Revista Viva, 09/08/1998 y su participación en el ciclo Un mundo con periodistas, por Pablo Sirvén, 2014. Asimismo, se utilizaron entrevistas inéditas realizadas por Roberto Starke (2011) y material de archivo de la FDCS-UBA, la Escuela Superior de Guerra y el archivo José E. Miguens.    

[6] Grondona indicó que debido a esos roces se fue de mala manera del periódico, desgastado por la situación con Valmaggia. Ver entrevista inédita por Roberto Starke, 2011. Puede verse una interesante referencia en la voz de un compañero de Grondona en esa época y luego actor central del diario, Claudio Escribano, en Caligaris y Ezcurra (2021).

[7] La bibliografía sobre la revista es amplia. Para una perspectiva enfocada en Timerman, ver Mochkofsky (2003). Para una lectura sobre las posiciones modernizantes y las relaciones políticas de la publicación, ver Mazzei (1995).

[8] Un politólogo de la generación de Grondona, que compartió espacios en la USAL en aquellos años, señaló que “más allá de su realismo político, siempre hubo un fondo de nacionalismo en Grondona”, hasta al menos los años ’80. Entrevista con el autor, 17/06/2022.

[9] Años luego de esta etapa, Timerman acusaba a Grondona y Neustadt: “…envenenaron al país de fascismo”, dijo sobre las posiciones televisivas de los periodistas durante la última dictadura (Mochkofsky, 2003: 442). Lentamente, las relaciones de Timerman y Grondona volvieron a ser cordiales mediante sus encuentros en Punta del Este en los ’80 y ’90, al punto que Grondona fue parte de diversos homenajes al editor tras su muerte.

[10] Uno de los redactores de la sección económica enfatizó esa idea al marcar que Grondona representaba al sector liberal-conservador que apostaba por el desarrollismo y la integración del peronismo. Entrevista con el autor, 12/01/2023.

[11] Diversos textos comparten un error: que Grondona fue columnista en La Opinión en 1971, lo que no ocurrió. Sí fue sondeado por Timerman como columnista y de hecho colaboró en asesorarlo, pero no se incorporó hasta 1973. La explicación que recogió Sivak sobre la salida de Grondona nos fue refrendada por una fuente cercana al propio Grondona desde la idea de que se trató de una estrategia del columnista para ser rechazado en un medio donde no compartía posiciones y, en caso de ser aceptada, convertirse por lo tanto en el principal columnista, más allá de las diferencias, dentro de un plantel con firmas de gran peso. Entrevista con el autor, 15/05/2022.

[12] Entrevista con el autor, 05/04/2023. Ver asimismo Rotenberg (2000).

[13] Grondona tuvo participaciones desiguales en cada medio, a tono con sus perfiles: en Gente sus intervenciones eran primero entrevistas donde el periodista daba su mirada sobre la realidad política ante las preguntas de un entrevistador, luego fueron columnas. En Mercado, sus textos daban un lugar de relevancia a cuestiones económicas, mientras que en Visión hizo eje en una mirada internacionalista que incluso lo llevó a publicar un libro sobre el tema en la década de 1990, cuando desde 1987 ocupó ese sitio en su retorno a La Nación (Cf. Grondona, 1996).

[14] Mariano Grondona, “Recuperó el peronismo su posición electoral anterior a 1955”, La Opinión, 17/04/1973, s/p (La Opinión no numeraba su contratapa).

[15] Mariano Grondona, “Aún el tema de la violencia ocupa el escenario político”, La Opinión, 05/05/1973, p. 1.

[16] Mariano Grondona, “Clima universal de buena voluntad para Cámpora”, La Opinión, 19/05/1973, p. 9

[17] Las tesituras de ambos intelectuales permanecieron imperturbables aún tras la entente del peronismo con sectores liberales durante el gobierno de Carlos Menem: sobre Sánchez Sañudo, los jóvenes militantes de la Unión del Centro Democrático (UCEDE) ironizaban que “todavía está subido a la cañonera persiguiendo a Perón” (en referencia a su accionar en el golpe de Estado de 1955), mientras que Benegas Lynch criticó la perduración del “populismo y la demagogia” peronista aún en la alianza menemista (Vicente, 2014a).

[18] La Opinión, 13/04/1973, p. 12.

[19] La Opinión, 11/03/1973, p. 1.  

[20] Jacobo Timerman, “Entre la derecha y la izquierda, un país para el carisma del líder”, La Opinión, 13/06/1973, p. 1; Mariano Grondona, “La comunicación del líder con las masas recupera el ritual festivo”, La Opinión, 20/06/1973, p. 6.

[21] Mariano Grondona, “Comienza formalmente la segunda etapa del gobierno justicialista”, La Opinión, 27/06/1973, p. 9; “Comienza la acción ordenadora de Juan Perón, a la hora de la verdad”, La Opinión, 29/06/1973, p. 1.

[22] Mariano Grondona, “¿Se intenta crear en torno de Argentina un ´cordón sanitario’?”, La Opinión, 03/07/1973, p. 10.

[23] Mariano Grondona, “El drama chileno encierra una lección de técnica política”, La Opinión, 13/09/1973, p. 1. La idea fue postulada también por Julio Godio (1986). Para el autor, se trataba de una lectura regional donde Perón entendía el proceso golpista que se había reiniciado y elegía frenar a los sectores revolucionarios desde el gobierno constitucional.

[24] Jacobo Timerman, “¿Habrá una vía pacífica para el Estado democrático y progresista?”, La Opinión, 23/09/1973, p. 1. Había, sin embargo, diferencias entre Timerman y Grondona a la hora de leer el caso chileno y pensarlo en vínculo con el caso local: el director creía en la plausibilidad de una vía democrática al socialismo, mientras que Grondona advertía sobre su imposibilidad final. Para una lectura sobre la recepción de la experiencia chilena en la prensa argentina ver Zarowsky (2022).

[25] Mariano Grondona, “El líder justicialista ante una decisión de gran trascendencia”, La Opinión, 24/07/1973, p. 1.  

[26] Mariano Grondona, “Con metas definidas se buscan los medios adecuados”, La Opinión, 02/08/1973, p. 1.

[27] La narración “desde adentro” de la izquierda peronista de Miguel Bonasso, parte del equipo de prensa camporista, es sumamente ilustrativa: en su lectura, Cámpora albergaba ilusiones de ser designado para completar la fórmula detrás de Perón, pero debió “aceptar con silenciosa disciplina” la de “Isabel”, como se conocía a la esposa del líder (Bonasso, 2006: 794-795).

[28] Mariano Grondona, “Culmina una campaña cuyo desinterés contrasta con su real significación”, La Opinión, 20/09/1973, p. 10.

[29] Puede verse un abordaje general a la situación del radicalismo en Persello (2007) y a la dinámica del liderazgo de Alfonsín en Gerchunoff (2022).

[30] Mariano Grondona, “Isabel Perón puede significar la unificación del peronismo”, La Opinión, 10/08/1973, p. 10.

[31] Mariano Grondona, “Más allá de peronistas y radicales, todo el sistema está en revisión”, La Opinión, 12/08/1973, p. 1.

[32] Mariano Grondona, “Juan Perón insiste en la institucionalización de su partido”, La Opinión, 21/08/1973, p. 1.

[33] Mariano Grondona, “A la democracia le ha nacido una oportunidad”, La Opinión, 25/09/1973, p. 1; Mariano Grondona, “El clima de violencia coloca al gobierno en una disyuntiva difícil”, La Opinión, 28/09/1973, p. 9.

[34] Mariano Grondona, “Perón busca objetivos precisos a través de una compleja maniobra”, La Opinión, 04/10/1973, p. 1.

[35] Mariano Grondona, “Juan Perón define su primera etapa”, La Opinión, 21/10/1973, p. 1.

[36] Mariano Grondona, “Contribuyó a definir la estrategia del gobierno frente a la subversión”, La Opinión, 24/10/1973, p. 8; Mariano Grondona, “Perón mantiene las líneas de su proyecto”, La Opinión, 31/10/1973, p. 1.  

[37] Mariano Grondona, “Una maniobra que apunta a crear una nueva oposición”, La Opinión, 14/11/1973, p. 1.

[38] Mariano Grondona, “Culmina un proceso militar para una eventual crisis de sucesión”, La Opinión, 13/12/1973, p. 1.

[39] Mariano Grondona, “Contraste entre el consenso de los dirigentes y la violencia”, La Opinión, 16/12/1973, p. 1. Mariano Grondona, “La figura de la señora de Perón se proyecta con más nitidez en la especulación de un vacío institucional”, La Opinión, 21/12/1973, p. 9.

[40] Mariano Grondona, “El jefe de Estado asume e impulsa el proceso de la reforma, bajo un clima excepcionalmente favorable”, La Opinión, 23/12/1973, p. 8.

[41] En 1973 diversos intelectuales liberal-conservadores que mantenían posiciones antiperonistas duras publicaron textos variopintos sobre la necesidad de proteger la lógica liberal de la Constitución de 1853 o poniendo en cuestión la validez de reformas en ese momento (Vicente, 2014b).

[42] En la época, la revista liberal-conservadora El Burgués (1971-19873) abiertamente antiperonista, subrayaba que se trataba de dos procesos: por un lado, las transformaciones ideológicas en la izquierda en su vínculo con los formatos populistas (y viceversa: la izquierdización de una parte del populismo); por el otro, el paso a una militancia violenta que había estado ausente en la historia de la izquierda argentina (Vicente, 2019). En parte, Grondona buscaba refutar esas ideas y no era su primer intercambio indirecto con esos sectores: en la década anterior, había escrito sobre “la nueva derecha” en la revista El Príncipe, donde luego fue duramente criticado.

[43] Mariano Grondona, “Período de prueba para las instituciones democráticas”, La Opinión, 29/01/1974, p. 11.

[44] La Opinión, 29/01/1974, p. 11.

[45] Puede verse una versión retrospectiva desde las voces del PRT-ERP en Santucho (2005).

[46] Mariano Grondona, “Ni Perón ni el peronismo se agotan en la derecha”, La Opinión, 30/01/1974, p. 1.

[47] Mariano Grondona, “La ausencia de la izquierda juvenil podrá ser remediada en el futuro”, La Opinión, 02/02/1974, p. 1.

[48] Mariano Grondona, “Al sancionar al MID se amplía la verticalidad”, La Opinión, 09/02/1974, p. 1.

[49] Mariano Grondona, La Opinión, 13/02/1974, p. 1.

[50] Mariano Grondona, “Querella casi teológica: qué es la ultraizquierda y qué es el periodismo”, La Opinión, 15/02/1974, p. 1.

[51] En su intervención, Guzzetti le recordó a Perón que en una conferencia anterior le había preguntado por la “escalada de atentados fascistas que sufrían los movimientos populares”, que (entendía) se había profundizado tras los hechos de Azul y las declaraciones del mismo Perón. “Evidentemente, todo está hecho por grupos parapoliciales de ultraderecha…”. Perón inmediatamente le dijo a la periodista que “la ultraizquierda, que son ustedes y la ultraderecha, que son los otros” llevaban adelante el conflicto. Tras el cruce, Perón pidió fichar a la periodista, que fue detenida dos semanas después del incidente. Posteriormente, declaró como testigo en la investigación sobre el accionar de bandas armadas. Cf. “La periodista que desafió a Perón” (La Nación, 05/10/2012) y “La periodista que enfrentó y enfureció a Perón y terminó perseguida por la Triple A” (Infobae, 02/01/2021).

[52] Mariano Grondona, “Perón busca nuevamente el centro, más allá del auxilio de la derecha”, La Opinión, 16/02/1974, p. 2.

[53] Mariano Grondona, “Perón busca nuevamente el centro, más allá del auxilio de la derecha”, La Opinión, 23/02/1974, p. 8.

[54]  Mariano Grondona, “La responsabilidad de la sucesión de Perón le corresponde a un pentágono de poder que se consolida lentamente”, La Opinión, 17/03/1974, p. 8. Mariano Grondona, “Reabren la polémica de fondo sobre la proyectada reforma de la Constitución”, La Opinión, 19/03/1974, p. 9.

[55] Mariano Grondona, “Ricardo Balbín ha conseguido oponerse al sistema pero sin dejar de colaborar con él”, La Opinión, 10/04/1974, p. 8. Mariano Grondona, “El Presidente avanza hacia el propósito de universalizar el sistema político”, La Opinión, 27/04/1974, p. 1.

[56] El análisis de Liliana de Riz (2000) sobre este punto es de especial interés para abordar el sentido de la problematización presentada por Grondona: en su lectura, Perón había centrado su estrategia en la confianza en su capacidad de ordenar al peronismo y las limitaciones y fracasos en ese plano implicaron un impacto general sobre su gestión de gobierno.

[57] Mariano Grondona, “El asesinato del sacerdote demuestra que la violencia ya no admite reglas”, La Opinión, 14/05/1974, s/p.

[58] Mariano Grondona, “El país ha ingresado en un ´clima intermedio´ difícil, pero superable si se logra imponer una línea mesurada”, La Opinión, 28/06/1974, p. 10. Dado el pasado activista de Grondona en el humanismo católico, vale la pena ver la recepción en los sectores de “propuestas moderadas” en el catolicismo: Fabris y Pattín (2021).

[59] La memoria del empresario sobre el proceso abierto allí y prolongado durante la última dictadura dio lugar a un best seller: Piñeiro Pacheco (1981).

[60] Mariano Grondona, “El sistema político comienza un arduo período de redefiniciones”, La Opinión, 02/07/1974, p. 7.

[61] Mariano Grondona, La Opinión, 04/07/1974, p. 1.

[62] Para lecturas en detalle sobre los roles de esos actores, puede verse una literatura variopinta: sobre Martínez de Perón, Sáenz Quesada (2003); para Balbín, Perselló (2007); sobre López Rega y la derecha peronista, Larraquy (2004) y Besoky (2016); en tanto el entramado político-sindical del peronismo, puede considerarse desde Torre (2004).  

[63] Mariano Grondona, “La Argentina sin Perón equilibra los factores de poder”, La Opinión, 16/07/1974, p. 13. Mariano Grondona, “La importancia política de Balbín parece ahora mayor”, La Opinión, 19/07/1974, p. 11.

[64] Las Bases, 10/12/1974, p. 12. Gracias a Juan Luis Besoky por facilitarnos esta fuente.

[65] Puede leerse la versión del conductor en Neustadt (1976). En el libro, el periodista explicó el final del programa como una “clausura”, repuso las principales entrevistas de Tiempo Nuevo y publicó entrevistas cruzadas con Grondona.  

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