Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº14. Mar del Plata. Julio-diciembre 2021.
ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
Reseña de Bergel, Martín (2019). La desmesura revolucionaria: Cultura y política en los orígenes del APRA. Lima: La Siniestra Ensayos, 382 páginas. ISBN: 978-612-47812-4-7
Olga Echeverría
Instituto de estudios históricos Sociales "Profesor Juan Carlos Groso", Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.
Recibido: 13/11/2021
Aceptado: 16/11/2021
Palabras claves: Perú, política, América, intelectuales, revolución
Keywords: Perú, politics, America, intellectuals, revolution
El libro de Martín Bergel, La desmesura revolucionaria: Cultura y política en los orígenes del APRA, se inicia con un prólogo de Carlos Aguirre que sostiene que la Alianza Popular Revolucionaria Americana -el APRA- ha sido un movimiento forjado en y por la polémica y que logró constituirse en uno de los movimientos continentales más influyentes. Se trataba de una presencia arrolladora y polarizadora, capaz de generar entusiasmos casi religiosos y rechazos viscerales. Aguirre entiende que el libro de Bergel viene a sumar matices a una historiografía no muy propensa a ello y a iluminar aspectos poco conocidos de los años formativos del APRA.
El libro reúne once artículos sobre las primeras décadas, aquellas que coincidieron con el período de entreguerras y reflejan la madurez del historiador Martín Bergel y su fascinación, como él mismo sostiene, por la reconstrucción de las prácticas y los imaginarios de la primera generación aprista.
El libro, que articula política y vida intelectual con maestría, se estructura en tres partes, cuyas temáticas coinciden con los ejes principales sobre los que se ha desarrollado la historiografía académica contemporánea. La primera de ellas, “El APRA en espacios transnacionales”, abarca tres capítulos. El primero se dedica a mapear el ciclo inicial de exilios que atravesó a los militantes del APRA, aquel que abarca desde la expulsión de Haya por parte del presidente Leguía (octubre de 1923) hasta su retorno en 1931 para asumir la jefatura partidaria. Bergel entiende que la historia del APRA, a pesar de su trascendencia, sigue teniendo muchos aspectos inexplorados. Para el autor, el aprismo es un producto del exilio, no sólo por su creación lejos del Perú, sino también por sus prácticas, símbolos, su carácter de partido perseguido y, sobre todo, por su pretensión inicial de convertirse en una suerte de Internacional Americana capaz de rivalizar con la América Latina de la Revolución social. Pero, además, Bergel señala que, para el conjunto de los militantes exiliados, el destierro fue vivido como una oportunidad que beneficiaba el dinamismo y la visibilidad y no como un infortunio. En esos exilios proselitistas cobra vida una nueva versión del intelectual, el intelectual de acción, revolucionario, cuyas prácticas efectivamente intelectuales no se encontraban reñidas con el valor supremo de la acción.
Bergel considera que la aparición del APRA coincidió con el nacimiento de un abanico de organizaciones portadoras de una sensibilidad americanista y antiimperialista en la que Haya buscó sobresalir y constituirse en la estructura dominante, una suerte de “fase superior del antiimperialismo”.
En el segundo capítulo, “La desmesura revolucionaria, prácticas intelectuales y cultura vitalista en los orígenes del APRA”, la agitación americana de los años veinte se caracterizará por el desborde permanente hasta alcanzar tonos de exasperada radicalidad que toma forma como un marxismo auténticamente latinoamericano que de la mano de Mariátegui alcanzará su cenit en la revista Amauta. En este capítulo el autor analiza las ideas y las prácticas de los jóvenes que, liderados por Haya, se propusieron construir un movimiento revolucionario -el APRA- de alcance continental. Eso que hoy puede resultar desmesurado, no lo era entonces por la resonancia obtenida por sus discursos y el prestigio de sus jóvenes militantes, así la revolución peruana podía convertirse en revolución latinoamericana, una forma leninista de América Latina.
En su etapa originaria, el APRA es un partido de intelectuales provenientes de familias de clase media o acomodadas del interior del país, pero que no conformaban la elite. La mayoría de esos jóvenes rápidamente se irán vinculando con la Reforma universitaria que, en Perú -e inspirada en la experiencia argentina- se desarrolla desde 1919 con carácter propio y un temprano y efectivo encuentro con las clases subalternas. Ese carácter particular y trascendente se va a profundizar con la creación, en 1921, de la Universidad popular, impulsada fervientemente por Haya, a quien se designa rector. Junto a este carácter, también el APRA fue calificado como populista, por el liderazgo carismático, el antiimperialismo y el carácter nacional y popular. El APRA buscaba hacer cosas con palabras, pero no todas las palabras eran igualmente válidas, las poéticas, por ejemplo, debían reemplazarse por saberes más prácticos y útiles a la política. Asimismo, el exilio, sus viajes, no impidieron que el sentido de comunidad se mantuviera y esto fue gracias al fluido intercambio epistolar.
Como puede advertirse, la función de las cartas fue central en la construcción aprista y ese será el centro del análisis del tercer capítulo, “Un partido hecho de cartas, exilios, redes diaspóricas, y el rol de la correspondencia en la formación del aprismo peruano (1929-1930)”. El autor considera que cada uno de los momentos de la historia epistolar aprista merece un análisis detallado y ese es el núcleo del capítulo.
La segunda parte del libro aborda al APRA a través de sus figuras fundadoras y sus travesías iniciáticas. Allí se evidenciará la trascendencia de la Reforma Universitaria, su expansión, las redes entre los intelectuales de izquierda latinoamericanos y las nociones de Universidad popular y americanismo. Como es obvio, se destacarán entonces Raúl Haya de la Torre y el cubano Juan Antonio Mella, entre otros. Esta segunda parte se estructura en cuatro capítulos que refieren a diferentes figuras y lugares de exilio y desarrollo. En el primero de esos capítulos se desplegará el accionar de Haya por el Cono sur y se observará cómo fue ganando prestigio y fortaleza militante. Este capítulo centra su interés en las redes construidas por Haya con otros intelectuales con los que interactuaba. Para Haya de la Torre, la política era una obsesión y la política universitaria permitió armar un entramado comunitario de estudiantes e intelectuales y darle forma a su propio mito y al del APRA. Al cabo de una década había construido un partido de masas en su país, tanto como un movimiento de aspiraciones internacionales que se relaciona ambiguamente con otras organizaciones antiimperialistas de América Latina.
Los años 1920 fueron fecundos en la búsqueda de captación de la voluntad antiimperialista en Latinoamérica que ya venía de tiempo atrás y que la Reforma universitaria se encargó de reforzar. Bergel no analizará este proceso a través del texto canónico de Haya de la Torre, El antiimperialismo y el APRA, sino a través de escritos “menores” o no tan conocidos, como Con el ojo izquierdo. Mirando a Bolivia de Seoane, editado en el exilio en Buenos Aires en 1926, y que reflexiona sobre el viaje por el altiplano del año anterior. Con el ojo izquierdo contiene dos relatos y dos registros de escritura superpuesta. Es un libro de viaje que en su primera parte se deja acompañar por el lector. En el segundo registro, el yo viajero queda suspendido en descripciones con las que busca interpelar al lector con “los términos objetivos y precisos de los problemas bolivianos”. Entrenado en el periodismo, fue clave en la popularización del aprismo, al fundar en 1931 en Lima y dirigir por varios años, el diario Tribuna, que llegó para competir con El Comercio. No se trataba de un nexo inesperado u original, sus escritos tenían un tinte sociológico a diferencia de los escritos filosóficos de Deodoro Roca o Mariátegui. Seoane, a través de la realidad boliviana ratificará la centralidad que, para los jóvenes del aprismo naciente, tendrá la cuestión revolucionaria.
En el capítulo “El Testimonio Personal de Luis Alberto Sánchez, memorias inevitables de un americano del siglo XX”, publicadas entre 1969 y 1987, se refleja la extensísima obra de Sánchez que él mismo atribuye más allá de críticas y malicias, a su rol de trabajador intelectual. Como señala Bergel, si el trabajo autobiográfico suele justificarse en la idea de que narra una vida interesante, la de Sánchez se vive también como una que, como pocas, ha participado de parte de lo más sustantivo de las alternativas intelectuales y políticas del siglo XX americano. Pero, además fue un hombre de la Reforma universitaria y toda su construcción de redes y contactos nace allí y desde allí se expande para dar forma al americanismo.
La tercera y parte final del libro, “El APRA y la cultura impresa”, en sus cuatro capítulos aborda muy sugerentemente la influencia de la palabra escrita en la constitución y praxis del APRA, sobre todo luego de la caída de Leguía y cuando comenzaría a ser considerado el “Partido del Pueblo”. A pesar de su importancia, la palabra escrita del APRA no había merecido hasta el momento la atención que le otorga Bergel y que no sólo analiza el emblemático La Tribuna, sino un universo mucho más amplio y variado y no solo como fuente de información, sino también en sus funciones de artefacto que, en el despliegue de su materialidad y usos diversos, contribuyó a la construcción del APRA como un partido popular. Y, en ese plano, se construye la idea central de la importancia de las diferentes instancias de mediación que actuaron entre los movimientos populistas y sus bases sociales, entre las cuales hay que sumar las ofrecidas por las figuras intelectuales de diferente rango, incluidos los considerados locales o menores. A contramano de una percepción extendida, el populismo aprista se alimentó de la relación entre intelectuales y pueblo, porque como decía un editorial de La Tribuna de 1931, el APRA había surgido para constituir un partido de ideas y no un clan de compadritos.
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