Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº15. Mar del Plata. Enero-junio 2022.
ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
La guerra de Malvinas y la participación soviética: percepciones e implicaciones para Argentina, Reino Unido y Estados Unidos
Érico Esteves Duarte
Programa de Pós-Graduação em Estudos Estratégicos Internacionais,
Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Brasil
Rodrigo Milindre Gonzalez
Programa de Pós-Graduação em Estudos Estratégicos Internacionais,
Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Brasil
Recibido: 06/11/2021
Aceptado: 16/03/2022
Resumen
La Guerra de Malvinas no solamente representó un conflicto en el Atlántico Sur, sino también la posibilidad de una escalada de conflicto de mayores proporciones debido a la participación de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en la pugna. La reciente desclasificación de documentos por parte de Argentina, Estados Unidos y Reino Unido permite analizar la participación de otros actores en la guerra. El presente artículo se propone destacar las percepciones e implicaciones de la participación soviética en la guerra de Malvinas, para ello, se buscó fundamentar los datos en información oficial para resaltar las percepciones de la participación soviética en el conflicto.
Palabras clave: Argentina, Reino Unido, Guerra de Malvinas, Guerra Fria, URSS.
The Falklands War and the Soviet Involvement: Perceptions and Implications for Argentina, United Kingdom, and the United States
Abstract
The Falklands War did not only represent a conflict in the South Atlantic but also the possibility of an escalation of conflict of greater proportions due to the involvement of the Union of Soviet Socialist Republics (USSR) in the conflict. The recent declassification of documents by Argentina, the United States and the United Kingdom makes it possible to analyze the involvement of other actors in the war. This article aims to highlight the perceptions and implications of Soviet participation in the Falklands War, for this purpose, we seek to rely on official information to highlight the perceptions of Soviet participation in the conflict.
Keywords: Argentina, United Kingdom, Falklands War, Cold War, URSS.
La guerra de Malvinas y la participación soviética: percepciones e implicaciones para Argentina, Reino Unido y Estados Unidos
“Soviet collusion with Argentina on a totally illegal invasion? If it came to that, I’d think we could sink the whole island with a couple of B–52s!”.[1]
Introducción
Por el momento histórico en el que ocurrió, se suponía que la guerra de Malvinas no debería haberse limitado al teatro de operaciones del Atlántico Sur. En el mismo período se desató la Segunda Guerra Fría, cuando la administración de Ronald Reagan escaló la rivalidad contra la Unión Soviética (URSS) en varios sectores (militar, económico, tecnológico e ideológico) y contra los países a ella alineados del Tercer Mundo (Friedman, 2000; Miles, 2020). En el cálculo de todos los países directa e indirectamente involucrados, la guerra entre Argentina y Reino Unido brindó la oportunidad de una respuesta soviética a la acción norteamericana en Oriente Medio, Centroamérica y, principalmente, en la guerra de Afganistán.
Si bien aún no es posible estimar la totalidad de la participación directa soviética sin el acceso a sus archivos, hay suficiente documentación oficial disponible para evaluar las implicaciones de esta posibilidad bajo las percepciones, escenarios y acciones que tuvieron argentinos, norteamericanos y británicos respecto a este conflicto. Esta investigación es especialmente oportuna debido a la desclasificación, desde 2012, de una parte sustancial de los archivos de Argentina, Reino Unido y Estados Unidos, que aún eran de acceso limitado para la academia.[2]
Este artículo analiza treinta y dos documentos oficiales recientemente desclasificados de estos tres países sobre la participación soviética en la guerra de Malvinas. Se trata de informes de sus servicios de inteligencia y cancillerías, comunicaciones de embajadas, actas de reuniones ministeriales, consejos de seguridad nacional y consejos entre representantes y líderes de los tres países. En el caso de Argentina, se tramitaron los anexos del Informe Rattenbach. En los casos norteamericano y británico, el catálogo Foreign Relations of United States (FRUS), 1981-1988: Conflict in the South Atlantic, 1981-1984, publicado en 2015, y el repositorio oficial británico organizado por la Fundación Margaret Thatcher desde 2012. Por tanto, se avanza sustancialmente en un aspecto de la guerra prácticamente inexplorado (Krepp, 2017; Mastny, 1983; Snively, 1985).
Un primer resultado de la investigación es la considerable revisión del papel que jugó Estados Unidos en esta guerra. No desplegaron tropas en el teatro de operaciones (aunque se consideró esa posibilidad), pero sus recursos de inteligencia, diplomacia y logística militar se reasignaron sustancialmente para moldear las percepciones, decisiones y acciones argentinas y británicas y sus ramificaciones. Más que la preservación de lineamientos y otros intereses, la orientación estadounidense se centró obsesivamente en evitar que la guerra le abriera oportunidades a la URSS.
La documentación disponible, en segundo lugar, apunta a cómo Reino Unido y Argentina manipularon el miedo estadounidense para ganar algún tipo de apoyo. Ambos, en cierto modo, tuvieron éxito. Si bien es posible dar fe de que las operaciones militares británicas serían inviables sin el apoyo norteamericano, Estados Unidos las obligó a ser breves y definitivas, sin extrapolación al continente sudamericano ni humillación argentina. Además, rompieron las sanciones económicas y de material militar impuestas a Argentina a fines de 1982, para no dejar espacio a la acción soviética ni siquiera en los desarrollos políticos de la guerra de Malvinas.
Por lo tanto, este artículo busca ampliar los horizontes de investigación sobre la guerra de Malvinas y considerarla más que un conflicto localizado. Esta, además, generó impactos globales y, por lo tanto, merece una historia en la misma sintonía.
¿Hubo participación soviética en la Guerra de Malvinas?
Existen evidencias en documentos argentinos, estadounidenses y británicos de que la URSS se puso en contacto directo con los representantes de la Junta Militar argentina y le proporcionó informes de inteligencia sobre el movimiento británico.
El contacto para colaborar con la Argentina se dio directamente con la Junta. Esto se debió a que, pese al embargo cerealero realizado por Estados Unidos en razón de la intervención soviética en Afganistán, Argentina no decidió sumarse a la medida norteamericana y, de esta manera, vendió cereales a Moscú. Así, desde la percepción soviética, había una deuda pendiente con Argentina.
La información provista a la Junta Militar se dio mediante satélites lanzados por la URSS que, a través de registros fotográficos, permitían observar el avance de la Royal Navy en dirección a las Islas Malvinas. Se suma también la presencia de pesqueros soviéticos y polacos que, además de realizar funciones propias de pesca, servían también como embarcaciones de espionaje a lo largo de Atlántico.[3] Toda esta red habría permitido que la Junta Militar accediera a informaciones precisas sobre los movimientos británicos. Sin embargo, no existen estudios académicos ni la difusión de documentos argentinos o bien soviéticos que corroboren dicho apoyo soviético.
Otro punto que llama la atención es la participación de Cuba en el movimiento de los no alineados y su liderazgo en la búsqueda de colaboración con la Argentina en los foros multilaterales. A pesar de que su gobierno era de un régimen político de orientación ideológica contraria, hubo una articulación cubana en torno a la guerra para que se encontraran soluciones diplomáticas al conflicto; por eso, si por un lado la ayuda soviética proporcionaba informaciones estratégicas, por otro lado, la ayuda cubana buscaba una vía moderadora del conflicto (Krepp, 2017).
La preocupación de que la URSS pudiera participar o enviar material militar a Argentina solo ocurrió durante los primeros intercambios diplomáticos entre argentinos y norteamericanos y durante el estallido del conflicto. Sin embargo, aunque el miedo a la acción soviética estuvo latente durante todo el conflicto, informes concluyentes de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos del 26 de mayo (durante el desembarco británico en las islas) y del 24 de junio (diez días después de la rendición de las fuerzas argentinas) señalan que el aparato de vigilancia e inteligencia no había identificado ningún registro de la presencia de submarinos soviéticos y otros recursos militares en el teatro de operaciones.[4]
Percepciones y reacciones de Estados Unidos.
Una posible síntesis de la documentación oficial estadounidense sobre la participación soviética en la guerra de Malvinas permite identificar: i) los cambios más optimistas y pesimistas en las percepciones a lo largo del conflicto; ii) los escenarios subyacentes a estos cambios; y iii) las recomendaciones producidas en cada uno de estos momentos.
Cabe señalar que la evolución de las percepciones norteamericanas no se debió a la información sobre los soviéticos, sino únicamente al desarrollo y actualización de escenarios con base en contactos con los británicos y argentinos. Las percepciones norteamericanas tuvieron cuatro etapas:
- Entre el 2 y el 11 de abril: optimismo cauteloso. Durante la ocupación argentina de las islas, Estados Unidos no encendió una alarma inmediata. Reconocieron que los soviéticos harían un uso político de la crisis dentro de Naciones Unidas, lanzándose como actor moderador contra la condena de Argentina, pero no estarían directamente involucrados y había pocas posibilidades de alineamiento argentino.[5]
- Entre el 11 y el 17 de abril: riesgo real de participación soviética. Con el restablecimiento de la representación cubana en Argentina y luego de conversaciones iniciales con representantes de la Junta Militar y del Reino Unido, Estados Unidos comenzó a presentar una percepción más pesimista. Los argentinos consideraron aceptar la ayuda militar soviética, lo que motivó a los soviéticos a abandonar una posición cautelosa y buscar reemplazar a Francia como proveedor sudamericano de armamentos y disolver la Organización de Estados Americanos.[6]
- Entre el 17 y el 30 de abril: revisión optimista. Con las operaciones británicas comenzando en el teatro de operaciones del Atlántico Sur y sin señales de una movilización o presencia soviética, la ventana de oportunidad de su participación empezó a verse muy limitada. Ya no estaban preocupados por la participación soviética en la guerra ni por el resultado de la guerra. Incluso en el caso de la derrota de Argentina, no existía la percepción de que se volvería a la URSS.[7]
- Entre el 30 de abril y el 24 de junio: preocupación latente. A partir de la expectativa de una victoria británica, la preocupación estadounidense se centró en la posibilidad de que una contundente derrota argentina en las islas y su extrapolación del conflicto al continente pudiera poner a la Argentina en una situación de humillación y grave trastorno interno, llevando al poder a grupos radicales que solicitarían el apoyo soviético y cubano.[8] Esta última percepción orientaría la política estadounidense para la Argentina y Sudamérica hasta fines de 1982.
Desde 1979, Estados Unidos consideró que el tema de las Malvinas era relativamente estratégico y que una crisis anglo-argentina podría llevar a la participación soviética. Como esta posibilidad se consideraba remota, no existía otra orientación política que mantener una posición de neutralidad.[9] Por lo tanto, cuando comenzó el desembarco argentino en las islas, Estados Unidos no fue tomado completamente por sorpresa, pero tampoco tuvo una clara orientación política sobre cómo posicionarse y cómo evitar que la URSS explotara la crisis. El director de la Agencia Central de Inteligencia, William Casey, presentó un primer intento de evaluación estratégica. El documento señalaba que los soviéticos tendrían un interés principal en preservar sus relaciones comerciales con Argentina, principalmente porque esta última era responsable del 10% de sus granos importados, debido al embargo de Estados Unidos impuesto desde 1980. Los esfuerzos fueron vistos como poco importantes. Los soviéticos no venderían material militar a Argentina debido al fuerte sentimiento anticomunista de la Junta Militar, pero sí podrían intentar coquetear con alguna aproximación enviando informes sobre el monitoreo de las fuerzas británicas.[10]
Sin embargo, no fue hasta el 7 de abril que el grupo de planificación del Consejo de Seguridad Nacional se reunió para discutir la crisis de las Malvinas. En ese momento, aún se estaban desarrollando los escenarios para la resolución pacífica de la crisis y existía escepticismo sobre participación soviética. Esta no sería directa y militar, sino distante, discreta y proporcionaría inteligencia sobre el desplazamiento británico. Incluso en este caso, se recomendó que Estados Unidos le comunicara a la representación soviética en Naciones Unidas el umbral aceptable de participación, ya que esta crisis se produjo en el ámbito de la Doctrina Monroe. Aun así, cuando identificaron la acción del servicio de propaganda soviético en la prensa internacional y el reposicionamiento de sus satélites para monitorear las islas, no se tomó ninguna decisión.[11] Incluso el 11 de abril, cuando se estaba considerando la posibilidad de escalar la crisis a la guerra, Estados Unidos no alteró su percepción sobre la participación soviética.[12]
Un nuevo escenario para la crisis tuvo lugar durante el colapso de la intermediación estadounidense para una solución negociada a la crisis a través de diplomacia de la lanzadera de Alexander Haig, principalmente entre el 6 y el 13 de abril. La comprensión de la posición intransigente de Thatcher al enfrentar la crisis obligaría a Estados Unidos, en algún momento, a abandonar su neutralidad pública y apoyar al Reino Unido. Como resultado, se vieron obligados a idear nuevos escenarios sobre cómo Argentina podría tomar represalias. Se señaló que existía un peligro real de que adquiriera material de guerra soviético como forma de superar el boicot a las ventas de material por parte de los países europeos. Dependiendo de los lazos que se establecieran, la URSS podría acceder a los puertos argentinos y, por primera vez, operaría en el Atlántico Sur. Argentina también podría afectar la posición de Estados Unidos en la OEA, junto con el Movimiento de Países No Alineados, además de desarrollar capacidad nuclear, bloquear y cesar su cooperación con Estados Unidos en la lucha contra los movimientos socialistas en Centroamérica.[13]
El pesimismo estadounidense se hizo prevalente a partir del telegrama del 15 de abril de la CIA, que operaba en Buenos Aires. Los argentinos exigieron una neutralidad de facto de Estados Unidos. Es decir, suspender el apoyo a los británicos o proporcionar el mismo apoyo a ambas partes. También informaron que los argentinos tenían informes de inteligencia soviéticos. Estos informes y preocupaciones estadounidenses fueron presentados personalmente por Haig a Thatcher, pero no resultaron suficientes para revisar su decisión de responder militarmente.[14] Aun así, señalaron que las opciones soviéticas de participación eran más limitadas que las estadounidenses, ya que necesitarían al menos tres semanas para desplegar buques de guerra y submarinos. Sin embargo, la URSS podría tener bombarderos estratégicos de Angola. Otra posibilidad sería enviar asesores militares y equipo de defensa aérea a Argentina.[15]
Las recomendaciones producidas entre el 13 y el 27 de abril fueron de acciones blandas con respecto a Argentina. Principalmente porque se concluyó que una rápida y decisiva victoria británica serían el mejor escenario para la crisis, pero las condiciones logísticas de la participación directa de las fuerzas estadounidenses se revelaron como limitadas a corto plazo. Sus analistas recomendaron abandonar la posición pública de autocontrol y neutralidad, que solo favorecería la indefinición del conflicto, perjudicaría al gobierno de Thatcher y aumentaría las posibilidades de que la URSS explotara oportunidades para presionar a Chile, Brasil y otros países a fin de que tomaran una posición contra los Estados Unidos.[16]
Finalmente, el 30 de abril, la CIA elaboró un escenario final, que se volvió predominante a lo largo de la guerra y después de que esta terminó. Por un lado, se mantuvo la valoración de la baja posibilidad de participación directa soviética, pero que la URSS y Cuba podrían aprovechar las operaciones militares en curso para expandir sus operaciones encubiertas en América Latina, lo que podría desembocar en acciones terroristas. Por otro lado, una derrota humillante de Argentina podría conducir a una gran agitación interna, la caída de Galtieri y un nuevo régimen empeñado en establecer relaciones militares con la URSS.[17] Este escenario se mantuvo durante todo el mes de mayo y junio, sólo actualizándose que Galtieri estaba sufriendo crecientes presiones internas para aceptar el apoyo soviético y un reemplazo por grupos internos más radicales de la Armada y del peronismo. Se estableció un consenso entre los militares, los diplomáticos y la CIA de que la acción británica debería ser contenida. Con este fin, Estados Unidos debió trabajar para lograr un cese definitivo de las hostilidades, anticipar el fin de las sanciones económicas y moderar las acciones y las comunicaciones públicas de Thatcher.[18] Incluso con la rendición argentina del 15 de junio, estos lineamientos y recomendaciones se mantuvieron hasta el 24 de junio, cuando los informes de la CIA y el Departamento de Estado estimaron la normalización de las relaciones con Argentina.[19]
Percepciones y reacciones de Argentina
El miedo estadounidense a la posible alineación de Argentina con la URSS era palpable y fue percibida y explotada por la Junta Militar. Durante la diplomacia de la lanzadera sostenida por el secretario de Estado Alexander Haig en abril, este temor fue manejado adecuadamente en varias ocasiones por representantes argentinos. En una reunión preliminar, realizada el 9 de abril de 1982, entre el presidente Galtieri y el embajador itinerante de Estados Unidos para misiones especiales del Departamento de Estado, Vernon Walters, este último explicó que Estados Unidos entendía las motivaciones de Argentina para tomar las islas. Aun así, propuso que Galtieri aceptara una oferta de negociación y retirara sus fuerzas de las islas porque tal conflicto con el Reino Unido solo serviría a la URSS y sus aliados.[20] En la reunión del día siguiente, entre Haig y Galtieri, el presidente argentino enseguida envió una amenaza apenas velada de que los argentinos podrían verse obligados a depender del apoyo soviético y cubano. Haig destacó que Estados Unidos, de hecho, estaba preocupado por la oferta cubana al desempeñar el papel de intermediario entre argentinos y soviéticos. El 11 de abril, Haig informó a la Casa Blanca una conversación privada, y no grabada, entre Haig y Galtieri en las primeras horas de la mañana del día 11, cuando el presidente Galtieri supuestamente mencionó la posibilidad de que los submarinos soviéticos estuvieran presentes en el Atlántico Sur.[21]
Desde entonces, la “carta soviética” se convirtió en un recurso recurrente de la presión argentina en el trato con los estadounidenses. Esto se vio agravado por dos hechos que fueron más importantes para los tomadores de decisiones de Estados Unidos: primero, el regreso del embajador cubano a Buenos Aires el 12 de abril. En segundo lugar, el 15 de abril, los agentes de la CIA en Buenos Aires informaron el contacto realizado con dos brigadieres de la Fuerza Aérea Argentina que solicitaron que Estados Unidos transmitiera información sobre la posición de la fuerza naval británica como una forma de evitar el conflicto. Si no se concedía este apoyo de inteligencia, el gobierno argentino aceptaría la oferta soviética de apoyo militar. Destacaron que esta solicitud fuera compatible con la posición de neutralidad de Estados Unidos, ya que Estados Unidos había proporcionado a las fuerzas británicas información similar sobre los arreglos de las fuerzas argentinas. Los autores del telegrama también señalaron que varios funcionarios argentinos informaron a la embajada estadounidense en Buenos Aires que los soviéticos ya habían estado enviando informes de inteligencia. Sin embargo, se trataba de afirmaciones no confirmadas.[22]
Estos dos eventos tuvieron, al principio, el efecto deseado, puesto que los estadounidenses establecieron un contacto más directo con Argentina. También en la tarde del 15 de abril, el presidente Reagan telefoneó a Galtieri reiterando que únicamente la URSS se beneficiaría con la guerra y solicitando una posición clara sobre el supuesto apoyo soviético a Argentina, con una respuesta ambigua de Galtieri, quien ni expresó ni negó esta posibilidad.[23] Al día siguiente, hubo otra ronda de conversaciones en Buenos Aires entre Haig y Galtieri, pero esta vez con la participación de otros miembros de la Junta Militar. No obstante, en esta reunión, el tono estadounidense cambió a un enfoque más asertivo. Haig reforzó la necesidad de que Argentina se distanciara de la URSS y que solo Estados Unidos podía actuar como agente externo del conflicto. El almirante Anaya, comandante de la Armada Argentina, intentó obtener beneficios del engaño de la conversación reservada de Galtieri desde la madrugada del 11. Anaya señaló el riesgo de involucrar a submarinos soviéticos que accidentalmente podrían atacar objetivos británicos. Sin embargo, Haig atestiguó que el aparato de vigilancia de Estados Unidos no identificó tal presencia en aguas del Atlántico Sur.[24]
Percepciones y reacciones de Reino Unido
Para comprender las percepciones británicas de la participación soviética en la guerra de Malvinas, es necesario comprender la situación diplomática con otros países europeos y su extrema dependencia de los Estados Unidos para la recuperación de las islas. Debido a su escepticismo sobre el proyecto de integración europea, el ascenso de Thatcher al cargo de primera ministra llevó a un relativo aislamiento británico respecto al continente europeo. Su orientación política conservadora también favoreció su enfoque de las agendas de política exterior de Estados Unidos. Más que eso, hay que enfatizar que los esfuerzos británicos para retomar las islas no hubiesen ocurrido sin una intensa consulta y apoyo de los Estados Unidos. Este apoyo norteamericano de los británicos se dio en las Naciones Unidas, en las cancillerías del hemisferio occidental y con Argentina. Aunque Estados Unidos expresó públicamente la neutralidad entre las partes en el conflicto, hubo una decisión clara de que la importancia de Reino Unido, particularmente en el contexto de la escalada del conflicto con la URSS, era mayor que el papel que Argentina había estado jugando contra las insurgencias comunistas en América Central.
El Reino Unido siempre fue más escéptico sobre la posibilidad de la participación soviética y entendía que, si esta ocurría, sería marginal. Por lo tanto, las percepciones y decisiones británicas estuvieron más bien orientadas por las aprensiones estadounidenses sobre esta posible participación. Entre marzo y abril de 1982, el Reino Unido compartió el temor estadounidense de que Argentina, si presionada, podría buscar el apoyo militar soviético. Asimismo, lo más importante es notar cómo los representantes británicos y la propia Margaret Thatcher en sus conversaciones directas con representantes estadounidenses se resistieron al hecho de que el riesgo de la participación soviética implicaba concesiones o una respuesta militar más moderada. Más que eso, en varias ocasiones, los británicos intentaron manipular las percepciones estadounidenses señalando que la agresión argentina provocaría una mayor influencia soviética en América del Sur si no se respondía adecuadamente.
Al comparar la documentación británica desclasificada con la norteamericana, la URSS implicaba una importancia mucho menor en los cálculos del Reino Unido para la reconquista de las Islas Malvinas. Las menciones de esta posibilidad en la documentación británica son puntuales y se originaron a partir de rumores que surgieron en el gobierno o en la prensa, pero de forma mucho más destacada en reuniones con estadounidenses.
El 6 de abril, cuatro días después del inicio de la invasión argentina, ocurrió el único registro en el que los británicos consideraron la posibilidad de una presencia militar soviética directa en el teatro de operaciones del conflicto, especialmente con submarinos que, como son difíciles de identificar, tendrían el papel de intensificar innecesariamente la crisis.[25] Ese mismo día, Thatcher envió un mensaje al presidente Reagan exigiendo solidaridad e informando que cualquier acción británica dentro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sería vetada por la Unión Soviética. Por lo tanto, las medidas de sanciones contra Argentina tendrían que ser nacionales y estar alineadas con las británicas.[26]
Para la comprensión británica, la mayor preocupación sería la interdependencia económica, ya que los argentinos se habían convertido en un importante exportador de trigo a la URSS y era posible que los soviéticos vendieran uranio enriquecido al programa nuclear argentino. Por lo tanto, la posible participación soviética tendría más implicaciones para las relaciones del Reino Unido con América Latina que para el conflicto de las Malvinas.[27]
Esta diferencia de puntos de vista fue evidente en la reunión entre Haig y Thatcther del 12 al 13 de abril. Haig no estuvo de acuerdo con el escepticismo británico y señaló que la URSS ya no sería cautelosa al involucrarse en la crisis, ya que el ofrecimiento de apoyo a los argentinos sería una oportunidad para reemplazar a los franceses como principal proveedor de armamento y la apertura a su presencia y/o influencia en el Cono Sur. Los estadounidenses informaron que el sentimiento anticomunista de la Junta Militar argentina estaría subordinado al imperativo de supervivencia del régimen. Haig sustentó esta preocupación estadounidense a raíz del regreso del embajador cubano a Buenos Aires y sus conversaciones durante una reunión con Galtieri el día anterior. Finalmente, señaló que el acceso soviético a Argentina tendría profundas consecuencias estratégicas: rompería la OEA y desencadenaría problemas fronterizos en Belice, en el Canal de Beagle y entre Guyana y Venezuela.[28]
Estas diferencias de opinión son claras en los documentos internos en los que un aliado evalúa la posición del otro. Por un lado, Estados Unidos reconoció que el escepticismo británico sería el resultado de la reacción asertiva de Thatcher al conflicto. Haig informó que utilizó el papel de Winston Churchill en la Segunda Guerra Mundial, cuya principal repercusión fue su repulsión contra cualquier medida de apaciguamiento.[29] Por otro lado, la evaluación británica de la exacerbación de Estados Unidos se centró en dos figuras en la oficina del presidente de Estados Unidos, Jeane Kirkpatrick (embajadora de las Naciones Unidas) y Thomas Enders (subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos), quienes temían que Argentina cayera en el campo soviético, mientras que el secretario de Defensa, Caspar Weiberger, compartía la visión británica.[30]
Además, la cancillería británica avaló un informe de la embajada en Moscú en el que se señalaba que la URSS no llevaría a cabo un cambio tan drástico en su política exterior con América Latina desde la crisis de los misiles en Cuba ni se arriesgaría a un curso de colisión directo con un miembro de la OTAN. La acción soviética se limitaría a utilizar su aparato de propaganda para obtener ventajas simbólicas del conflicto.[31] Este escepticismo se mantuvo incluso cuando se publicó en la prensa internacional un informe que atestiguaba el apoyo militar soviético a Argentina.[32]
Durante los enfrentamientos de la primera quincena de mayo, los intercambios diplomáticos angloamericanos se intensificaron nuevamente. Ante las bajas y daños en su armada debido a los ataques argentinos, el Reino Unido buscó renovar el compromiso estadounidense con el material militar y, eventualmente, la participación directa. Por ello, hubo un cambio en el discurso británico y la manipulación del miedo norteamericano al señalar el riesgo de que las posesiones británicas en el Atlántico Sur cayeran en manos argentinas e, indirectamente, en manos soviéticas. En una conversación telefónica con el presidente Reagan el 13 de mayo, Thatcher señaló que: “Es muy, muy importante, y pensé que lo último que alguien quería era que los rusos estuvieran en Cuba y que los rusos controlaran las Malvinas”.[33]
Señaló que las islas de Georgia del Sur eran el mejor puerto para la futura explotación e incluso el uso estratégico de la Antártida. Como se indicó anteriormente, Estados Unidos evaluó que una victoria británica definitiva era el escenario menos malo para el resultado de la guerra y empezó a brindar apoyo material sustancial a los británicos. Sin embargo, el escepticismo británico hizo que Estados Unidos desempeñara un papel importante en la contención del Reino Unido. Incluso durante los primeros días de las batallas terrestres, los estadounidenses ya daban por sentada la victoria británica y tenían que contenerla. Se llegó a un consenso en el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos de que Argentina no debería ser humillada y que los conflictos no deberían extenderse a operaciones en el Rio de la Plata contra bases aéreas navales argentinas.[34] Esta posición fue formulada originalmente por la embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Jeane Kirkpatrick, y fue comunicada oficialmente al Reino Unido el 25 de mayo.
Consideraciones Finales
Este artículo presenta un análisis preliminar de la documentación de Estados Unidos, Argentina y Reino Unido sobre la participación soviética en la guerra de Malvinas. El artículo muestra cómo reuniones entre autoridades y sus representantes, informes de inteligencia, lineamientos políticos, escenarios y recomendaciones llevaron tal participación más allá de lo asumible. La aprensión por la participación directa de los soviéticos estuvo presente en las cancillerías de los principales países involucrados durante esta guerra. Sin embargo, las percepciones producidas fueron bastante diferentes en cuanto a la plausibilidad e impacto de un acercamiento entre Argentina y la URSS y las prioridades de la política exterior de Argentina, Reino Unido y Estados Unidos.
Primero, no existen registros oficiales que indiquen la presencia de unidades militares soviéticas en el teatro de operaciones del Atlántico Sur, pero sí es afirmativo que existió determinado grado de contacto directo entre representantes soviéticos y argentinos para la transferencia de informes de inteligencia. La documentación argentina no especifica si se consideró un alineamiento soviético como contrapunto al apoyo de Estados Unidos al Reino Unido o en caso de derrota. Aun así, esta posibilidad fue utilizada como herramienta de negociación y presión de los representantes argentinos sobre los estadounidenses. La "Carta Soviética" fue útil, ya que dio forma a la participación de Estados Unidos en la guerra, que a su vez impuso restricciones a las ambiciones políticas de Margaret Thatcher y la expansión de las operaciones británicas más allá de las islas. La manipulación del miedo estadounidense por parte de los argentinos también fue útil en la decisión de Washington de limitar las sanciones económicas y habilitar la transferencia de material militar en 1982 hacia Argentina para descartar cualquier posibilidad de inserción de la influencia soviética en América del Sur.
En segundo lugar, los británicos siguieron las relaciones soviético-argentinas, pero se mostraron escépticos ante cualquier tipo de alineación militar soviética. Les preocupaba la interdependencia en términos comerciales y la posibilidad de que los soviéticos apoyaran el proyecto nuclear argentino. Aun así, también intentaron explotar el temor estadounidense de que los soviéticos establecieran una base de operaciones en el Atlántico Sur (en las Islas Malvinas y Georgia del Sur) para proyectar poder en el hemisferio occidental y, sobre todo, para explorar la Antártida. A pesar de esto último, la percepción británica no clasificaba como preocupante el hecho de que la URSS utilizara a Argentina como puerta de entrada a Sudamérica.
En tercer lugar, Estados Unidos tenía tres pautas en toda su participación en la guerra de Malvinas: honrar a la alianza angloamericana de manera sobria; proteger a los ciudadanos, las propiedades y las empresas estadounidenses en Argentina; y bloquear cualquier posibilidad de acercamiento entre la URSS y Argentina. De hecho, esta última directiva se superpuso y orientó a las anteriores. Estas pautas y su jerarquía tuvieron dos implicaciones para toda la participación estadounidense. Por un lado, entre Argentina y Reino Unido, Estados Unidos no dudó en identificar a este último como uno de los aliados más importantes en la Guerra Fría, especialmente con el surgimiento de un gabinete conservador en Londres. Las implicaciones de una derrota británica eran peores que una derrota argentina, ya que la posibilidad de una caída tendría más impacto en la coalición de esfuerzos de la Segunda Guerra Fría. Por otro lado, se impuso a los británicos una victoria decisiva, rápida y limitada al teatro del Atlántico Sur. De esta manera, la administración Reagan moduló su apoyo y transferencia de material militar a los británicos, prohibió que Argentina fuera humillada e impidió que los británicos atacaran objetivos militares en el continente sudamericano. Asimismo, Estados Unidos restringió las sanciones punitivas o cualquier medida que pudiera desestabilizar al régimen político argentino al punto de que este buscara la ayuda soviética o el surgimiento de un nuevo régimen más radical o socialista.
Bibliografía
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Érico Esteves Duarte es profesor de Relaciones Internacionales y Estudios Estratégicos de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, doctor y magíster en Estudios Estratégicos de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. Investigador del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq). Investiga sobre teoría e historia de la guerra, relaciones cívico-militares, planificación y operaciones militares, y organizó la colección The Falklands/Malvinas War in the South Atlantic (Palgrave Macmillan, 2021).
Rodrigo Milindre Gonzalez es alumno de doctorado del Programa de Pósgrado em Estudios Estratégicos Internacionales de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul. Profesor de grado de la Universidade do Vale do Itajaí. Investiga sobre Atlántico Sur, Guerra de Malvinas y uso estratégico del mar.
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[1] US Department of State. (1982). National Security Planning Group Meeting. Washington, April 7. FRUS, vol. 13, Conflict in the South Atlantic, pp. 147-149.
[2] Para una revisión sistemática de la literatura publicada sobre la guerra de Malvinas desde 2012, en la que se señala la falta de acceso a la documentación oficial de los países involucrados, ver Duarte (2021).
[3] UK Private Secretary. (1982). No.10 Record of Conversation (MT-Haig), London, April 13. Margaret Thatcher Foundation; Prime Ministerial Private Office files. Recuperado de https://www.margaretthatcher.org/document/223799. Consultado: 30/06/2021.
[4] CIA. (1982). National Intelligence Council Memorandum (Monthly Warning Assessment: Latin America), Washington, April 30. Margaret Thatcher Foundation; US National Archives. Recuperado de https://www.margaretthatcher.org/document/114304. Consultado: 30/06/2021; CIA. (1982). National Intelligence Council Memorandum (Monthly Warning Assessment: Latin America), Washington, June 24. Margaret Thatcher Foundation; US National Archives. Recuperado de https://www.margaretthatcher.org/document/114306. Consultado: 30/06/2021.
[5] CIA. (1982). Paper Prepared in the Central Intelligence Agency, Washington, April 2. FRUS, vol. 13, Conflict in the South Atlantic, pp. 90-94.
[6] US Department of State. (1982). Paper Prepared in the Department of State. Buenos Aires, April 11. FRUS, vol. 13, Conflict in the South Atlantic, pp. 200-203.
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