Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº14. Mar del Plata. Julio-diciembre 2021.
ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
Melos, o de la destrucción total. La política punitiva de la Atenas Imperial durante la fase final de la Guerra del Peloponeso. Algunas consideraciones sobre la transformación de la guerra y el concepto de genocidio en el mundo antiguo
Juan José Noé
Facultad de Humanidades y Artes,
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
Recibido: 01/09/2021
Aceptado: 29/10/2021
Resumen
El presente trabajo aborda la cuestión de la hegemonía como punto de partida para analizar las transformaciones de la guerra en perspectiva histórica y política. Observamos aquellos cambios que sobrepasan aspectos técnicos ligados a la transformación de los sistemas políticos y su impacto en la guerra. Analizamos la transformación del espacio internacional y las lógicas de la guerra en las disputas por el control político internacional durante el siglo V y tomamos un episodio en particular, la conquista de la isla de Melos en 416 a. C. y la forma en la que Tucídides y sus contemporáneos reflexionaron sobre la guerra y sus problemas. Examinamos la situación de Melos en el contexto de las grandes alianzas políticas y examinamos el tópico histórico e historiográfico de neutralidad con la que se lo ha abordado. A su vez, proponemos un análisis acerca de la pertinencia del concepto de genocidio para comprender la guerra en el Mundo Antiguo.
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Palabras clave: Hegemonía, guerra, genocidio, imperialismo, castigo, libertad
Melos, or total destruction. The punitive policy of Imperial Athens during the final phase of the Peloponnesian War. Some considerations on the transformation of war and the concept of genocide in the ancient world
Abstract
This work addresses the question of hegemony as a starting point to analyze the war transformations of war in a historical and political perspective. We observe those changes that go beyond technical aspects linked to the transformation of political systems and their impact on war. We analyze the transformation of the international space and the logic of war in the disputes for international political control during the 5th century and we take a particular episode, the conquest of the island of Melos in 416 BC. C. and the way in which Thucydides and his contemporaries reflected on the war and its problems. We examine the situation of Melos in the context of the great political alliances and we examine the historical and historiographical topic of neutrality with which it has been approached. In turn, we propose an analysis about the relevance of the concept of genocide to understand war in the Ancient World.
Keywords: Hegemony, war, genocide, imperialism, punishment, freedom
Melos, o de la destrucción total. La política punitiva de la Atenas Imperial durante la fase final de la Guerra del Peloponeso. Algunas consideraciones sobre la transformación de la guerra y el concepto de genocidio en el mundo antiguo
El episodio de Melos es uno de los eventos, desarrollado tras la paz de Nicias (421 a. C.), más dramáticos de los señalados por Tucídides[1] durante la Guerra del Peloponeso, no tanto por ser, como veremos, algo único, sino por las características de los conceptos que aparecen en el muy conocido diálogo de Melos. En este es notorio el cambio de paradigma en el modo de hacer la guerra que había comenzado a tener lugar durante la Guerra del Peloponeso, y que podría ser definida como guerra total, como parte de una transformación que abarcó una buena parte del siglo V (Von Clausewitz, 2008). El concepto, construido como herramienta de análisis de eventos de la modernidad[2] nos permite pensar, con determinados matices, algunas lógicas en el mundo antiguo, prestando atención particularmente a la idea que subyace en el concepto de guerra así como también en el fin último de ésta: la aniquilación del enemigo.[3] Es cierto que se pueden encontrar episodios similares en el resultado, siendo la guerra de Troya, independientemente de su historicidad, un ejemplo claro de ello,[4] pero en general, de acuerdo con Eric Popowicz (1995) el año 431 a.C. sería un punto de quiebre entre una forma antigua, a la que el autor define como agonística, y otra a la que caracteriza como total, siendo la primera un tipo de guerra con reglas consuetudinarias que implicaban una forma, esto es las leyes no escritas de la guerra, y un objetivo, la búsqueda del honor, como parte del comportamiento obligatorio de un guerrero. Tanto Popowicz (1995) como Hanson (2018) señalan que la guerra, durante la primera etapa del arcaísmo griego, se mantuvo sin alteraciones importantes por casi dos siglos (VII-V) aunque ya, en esta última etapa, las transformaciones comienzan a ser tangibles y modificarán no solo la guerra en sí misma sino la naturaleza de la polis (Hanson, 2005). En esta línea lo que Popowicz (1995) señala es que en la etapa agonística la guerra tenía ciertas reglas, como la temporalidad, las investiduras o el trato al vencido que, más allá de algún ejemplo en sentido contrario, solían ser respetadas. El hoplita, actor principal de la guerra, era un soldado que defendía su patria (Hanson, 2018) entendida como el conjunto de elementos simbólicos y materiales (Tierra, dioses, familia, ancestros, honor). La Guerra del Peloponeso quiebra tal disposición defensiva porque a niveles macro políticos no se trata más de una guerra entre poleis sino de un conflicto entre coaliciones que disputan ya no el territorio sino el control político de la Hélade, es decir, buscan la hegemonía en la región. Esta centralidad de la hegemonía se hace presente también a nivel ideológico, porque la guerra no solo expone a dos grandes polis sino también enfrenta dos concepciones políticas marcadamente opuestas, demokratía y aristeia (Plácido, 1997). Así la Guerra del Peloponeso tiene como objetivo no solo la disputa por el control de Grecia sino también el desarrollo de politeías afines a las partes en conflicto, abriendo a su vez, como resultado de ello, un marco de enfrentamientos civiles hacia el interior de cada polis. Tales transformaciones tendrán una materialización efectiva en el próximo siglo donde asistimos a la paulatina pérdida de importancia del hoplita en relación con la infantería ligera, cambios en las armaduras y las armas, mayor peso de mercenarios dentro de la organización del ejército y la progresiva profesionalización de este último y sus mandos en una guerra que se presenta como una variable permanente.[5]
Ya durante el siglo V podemos ver algunos ejemplos que señalan el cambio en las formas de hacer la guerra y que son la antesala del episodio de Melos (Gil, 2007). Durante dicho período, Atenas responderá duramente a los intentos de defección para buscar la estabilidad tanto hacia dentro como hacia fuera de la Liga Délica, pero por lo general, tales episodios aplicaban un castigo que estaba enmarcado en los usos tradicionales de hacer la guerra. Aunque no hay demasiadas descripciones acerca del modo de obrar ateniense durante los episodios de conquista o represión interna, se entiende que por lo general, Atenas obraba con mesura, coartando la autonomía de las ciudades levantiscas. Naxos en el 465 a.C. es el primer episodio interno de la Liga Délica donde Atenas obra “en contra de lo establecido”.[6] Por lo general, el castigo no solía amenazar la existencia física y política de la polis en cuestión, sino que lo usual era que, una vez sofocados los levantamientos, se procedía a la entrega de la flota, el derribamiento de las murallas, el restablecimiento del pago del tributo y el establecimiento de cleruquías (Hornblower, 1983; Kallet, 2000). Estas formas de actuar, nos permiten marcar un contraste respecto a lo que sucederá ya durante la segunda mitad del siglo V, donde encontramos un cambio de mentalidad, al menos en algunos sectores de la elite ateniense, reflejado en las formas de conducirse ante los desafíos que suscitan otras polis que forman parte de la Liga de Delos. Podemos ver, en efecto, reflexiones que tienen como punto de partida y objetivo a la Arkhé en sí misma, es decir, como una realidad tangible. De este modo, las reflexiones sobre cómo gobernar y bajo qué tipo de politeía hacerlo, aunque tardías,[7] no obvian la espinosa cuestión acerca de cuál es la forma más adecuada de mantener aquello que se posee:[8]
“No penséis que luchamos por una sola cosa, esclavitud o libertad, sino que también está en juego la pérdida de un imperio y el riesgo de sufrir los odios que habéis suscitado en el ejercicio del poder. Y a este imperio ya no es posible renunciar […] Este imperio que poseéis ya es como una tiranía: conseguirla parece ser una injusticia, pero abandonarla constituye un peligro”.[9]
Este punto es importante si tenemos en cuenta el hecho de que muchas de las opiniones o discursos que conocemos, tanto de pensadores como de actores implicados en el curso de las acciones, se dirigen a legitimar hechos u objetivos que iban en contra de un conjunto de ideas morales que se desarrollarán con posterioridad a la guerra[10] y que ponían a la Arkhé como una aberración. Debemos entender que los primeros años de la guerra y el hecho de que Atenas no pueda imponerse rápidamente, sumado al gran descontento de los sectores propietarios de las tierras, abandonadas a los espartanos como parte de la estrategia de Pericles, darán lugar a un malestar generalizado que encontrará eco en algunos pensadores y dirigentes que se opondrán ya no a la conflagración en curso sino a la guerra per se. Como sabemos, detrás de tales ideas, que le son caras a un sector hastiado de la guerra, encontramos a sectores de la aristocracia que, aprovechando las circunstancias, vehiculizan críticas a la democracia como sistema político. En consecuencia, algunos filósofos, pondrán en juego una serie de herramientas heurísticas que situarán al castigo como un instrumento pedagógico central en un contexto marcado por el dominio ateniense (Plácido, 1985). Platón sostenía que “lo mejor, por tanto, después de ser justo es ser castigado si se ha delinquido en algo, pues con el castigo el delincuente recibe un beneficio”.[11] Otra voz, como la de Jenofonte sugería que el castigo era bueno si se empleaba con buenos fines (Gil, 2007: 4). Ambos autores entendían al castigo como un dispositivo, cuyo objetivo final era la rehabilitación de quien haya infringido las reglas. Si efectuamos un trasvase a las lógicas estratégicas (Lane Fox, 2005) desarrolladas por Pericles[12] encontramos una relación cuasi directa entre aquellas y las formas proyectadas de disciplinamiento desde la misma Atenas.
El quiebre, de acuerdo con Tucídides,[13] se produce en el 427 a.C. en relación con el debate sobre Mitilene. Con Pericles muerto, la relativa eunomía que había existido hacia dentro del sector dirigente de la polis ateniense, acerca de la conducción de la guerra y a la relación con los aliados, acaba rompiéndose. El diálogo de Mitilene expone tales diferencias y el debilitamiento de la postura hegemónica hasta ese momento en términos internacionales, al menos en el contenido de las palabras de los propios atenienses, visible en fragmentos de su último discurso: “En lo relativo a la generosidad somos distintos a la mayoría, pues nos ganamos los amigos no recibiendo favores, sino haciéndolos”.[14]
La división que emerge nos muestra a un Cleón partidario de la pena máxima, el cual sostenía enfáticamente que:
“Debido a la ausencia de miedos e intrigas entre vosotros en vuestras relaciones cotidianas, procedéis de la misma manera respecto a vuestros aliados y cuando os equivocáis persuadidos por sus razonamientos o cedéis a la compasión, no pensáis que tales debilidades constituyen un peligro para vosotros y no os granjean la gratitud de vuestros aliados; y ello porque no consideráis que vuestro imperio es una tiranía, y que se ejerce sobre pueblos que intrigan y que se someten de mala gana; estos pueblos no os obedecen por los favores que podéis hacerle […] sino por la superioridad que alcanzáis por vuestra fuerza”.[15]
Por su parte Diódoto, que encarnaría la postura de un sector más moderado, descreía en la efectividad del castigo máximo, aludiendo a la necesidad de respetar los valores que Atenas sostiene públicamente, como benefactora de los griegos, pero por sobre todo, señalando la poca utilidad que suponía, en términos económicos, tal medida. Si bien la imposición de este último evita la sentencia a muerte de los mitilenos revirtiendo la primera decisión de la asamblea, no anula la posibilidad de observar una transformación en la forma de pensar la guerra, pero por sobre todo la de reflexionar acerca de la figura del adversario tanto por parte de los sectores dirigentes abocados a la guerra como también de los atenienses en general.
Con posterioridad (424-423 a.C.) Atenas volverá a encontrarse ante tal encrucijada pero esta vez, las poblaciones de Scione y Torone serán destruidas, ante una guerra que se hace cada vez más extensa y más dura en términos humanos.[16] Estos son los antecedentes inmediatos al episodio de Melos, los cuales, de acuerdo tanto con Hanson (2018) como con Kagan (2009), nos permiten entender a la Guerra del Peloponeso como un punto de inflexión en la historia bélica del mundo griego. En no más de diez años, desde el episodio de Mitilene (Roberts, 2017), tenemos tres casos más[17] registrados por Tucídides que indican que la lucha por la hegemonía estaba dando como resultado la alteración de las reglas tradicionales para hacer la guerra y el corrimiento de determinados límites que las poleis mantenían entre sí.
Melos
El asedio y la destrucción de Melos (416 a. C.) fue, como se ha dicho, uno de los episodios más controversiales y de mayor repercusión no solo en la coyuntura sino históricamente. Comúnmente se ha representado el diálogo como un modelo de las decisiones que polis imperialista debe tomar sobre los pueblos libres de Grecia. La particularidad del episodio no estaba dada por la violencia, sino porque la misma sucede en un momento de supuesta paz. A grandes rasgos, el episodio puede resumirse de la siguiente manera: Melos, una pequeña isla que se presenta como neutral, es obligada por Atenas a formar parte de la Liga Délica, frente a lo cual, se niega a obedecer invocando su derecho como ciudad libre y autónoma. El conflicto venía arrastrándose[18] desde el 426 a. C. cuando Atenas, al parecer, intentó sumar la isla a la Liga, entrando en una disputa cuya resolución no quedó muy clara, pero que para el 425, a. C. culmina con la inscripción de Melos como estado tributario de la Liga Délica (Canfora, 2014).
En esta línea, una parte importante de las posturas historiográficas han girado en torno a reafirmar lo sostenido por Tucídides presentando al diálogo como una prueba univoca de los horrores de la guerra y del desenfreno -Hýbris- del imperialismo (Kagan, 2009; Mossé, 1987; De la Vega, Abengochea y Hérvas, 2008). Hace algunos años, una línea de investigación reabierta por Luciano Canfora (2014) retoma algunas posturas de autores que ya habían sugerido la particularidad de las formas como el contenido del diálogo.[19] En estas se revisan críticamente las posturas del mismo Tucídides, sus intereses políticos e incluso la pertinencia del diálogo dentro de la obra misma en función de formas y estilos que parecen no coincidir con la estructura general de la obra del historiador ateniense. Canfora intenta darle un giro a la interpretación del episodio de Melos, contextualizándola como parte de una disputa con Esparta y colocando la idea de la neutralidad como una construcción con fines políticos propios.
Como sabemos, a pesar de ser un aspecto sobre el que la investigación reciente no ha puesto especial énfasis, la etapa que se abre con posterioridad a la Paz de Nicias (421 a.C.) es un período de reformulación de las ligas que modera la escala del conflicto. La aparición de Alcibíades dentro del panorama de posguerra se da inmediatamente luego de la firma del tratado, cuando a razón del intento que hace Esparta de firmar una alianza con los beocios, señala la necesidad de promover una política de desestabilización en el norte del Peloponeso agitando los ánimos de los gobiernos democráticos contra los espartanos.[20] De esta manera se desarrollan diferentes movimientos[21] que tuvieron su corolario en la batalla de Mantinea (418) donde un inexperto Agis derrotó al ejército aliado, comandado por los atenienses, y provocó el desmantelamiento de las alianzas construidas por Alcibíades, lo que obligó a Atenas a buscar una nueva estrategia (Kagan, 2009). Este contexto, de guerra no declarada, puso nuevamente a Esparta en la escena, como el estado fuerte y dejó a Atenas mal parada en el ámbito internacional. Así, en 416 a.C. Atenas emprendió un proceso de negociación forzosa e invadió a una Melos en apariencia neutral. En el diálogo, se esgrimen razones de ambos bandos. Por un lado, los atenienses que entienden por lógica natural que el fuerte se imponga:
“Ejercemos el imperio justamente porque derrotamos al Medo […] en las cuestiones humanas las razones de derecho intervienen cuando se parte de una igualdad de fuerzas, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles aceptan”.[22]
Por otro lado, los melios, que desde su condición de pueblo libre y autónomo, sostenían: “no aceptarais que, permaneciendo neutrales, fuéramos amigos en lugar de enemigos, sin ser aliados de ninguno de los bandos”.[23]
Melos insistirá en que su postura no perjudica a nadie, pero sabiendo que el enfrentamiento es impostergable señala algo que los atenienses sospechaban, esto es, el apoyo de Esparta. El diálogo es revelador porque muestra a una Atenas que ironiza con la idea de que los espartanos puedan movilizarse por mar para salvar a una polis sin ningún tipo de peso estratégico para ellos y advierten, los atenienses, que las alianzas se hacen por conveniencia y no relaciones de parentesco en común.
El episodio, como sabemos, finaliza con la toma de Melos, la ejecución de los varones, la esclavización de mujeres y niños y el establecimiento de quinientos colonos atenienses. La destrucción de Melos pone en juego como dijimos una discusión acerca de la violencia extrema y la desproporción del castigo de una polis poderosa como Atenas frente a una pequeña isla que, según Tucídides, intentó mantenerse neutral. A este cuadro hay que añadirle que la acción se produce con la Paz de Nicias en curso, lo que hace aún más cuestionable el hecho.
Es sobre este punto donde Canfora pone especial atención, sin obviar, claro está, la discusión acerca de la brutalidad de la acción ateniense. El autor señala que Melos no era un estado neutral (Kagan, 2009), sino que era una polis tributaria de la liga y que en algún momento interrumpe voluntariamente el pago del phoros. Canfora sugiere que quien está detrás de un acto a todas luces temerario y suicida por parte de Melos es Esparta. De acuerdo con el historiador italiano, Melos fue una polis que había defeccionado y la idea de la neutralidad fue una construcción que tuvo fines claramente políticos.[24] Esto es remarcado como una deformación intencionada que incluso el autor rastrea en el formato del texto al que considera como un agregado por parte de Jenofonte.[25] Incluso, si entendemos el contexto de discusiones que se dan nuevamente dentro de Atenas sobre la Arkhé, motivadas por la primera campaña marítima post paz de Nicias, la obra de Tucídides no es la única en mostrarse crítica ante el regreso de Atenas al ruedo.
En Las troyanas, obra presentada en 415 a.C. por Eurípides, se erige un espejo metafórico que establece una crítica mordaz al pasado y al presente, al comparar el destino trágico de las mujeres y los niños de Troya con los hechos de Melos. En Las troyanas se lanza una advertencia que podemos ver también en las Helénicas de Jenofonte, donde el castigo es un derecho que solamente pertenece a los dioses, y, cuando los hombres se arrogan tales prerrogativas, el resultado es sufrir aquello que han causado. El anverso lo podemos ver en una concepción diferente del imperio desarrollada por Isócrates, al cual, Canfora le presta particular atención para poder observar las discusiones que se están dando hacia el interior de Atenas (Canfora, 2014:184-194; Rodríguez, 2009). De esta forma, las apreciaciones de Tucídides y de Jenofonte son interpretadas como testimonios de guerra con un claro interés ideológico, con al menos dos objetivos: por un lado, darle fin a la guerra y, por otro lado, ya en un plano más profundo, establecer una crítica a la propia democracia ateniense y sus visos imperiales.
Por lo tanto, Melos, como episodio en sí es un punto álgido tanto en la coyuntura de la propia Atenas, ya que motivará una serie de discusiones acerca de la guerra y su naturaleza cruel y violenta en primera instancia (Traverso, 2012), y, en otra instancia, suscitará la reflexión acerca de las consecuencias éticas para quienes emprenden tales acciones. En este punto, como podemos ver en la tragedia, por ejemplo, se da una revisión de los valores históricos sostenidos desde tiempos pretéritos. Como acontecimiento reviste particular interés en términos historiográficos porque en él podemos ver a la historia como parte de una disputa ideológica dentro de un contexto de guerra y la subsiguiente imposición de un sector con claros intereses políticos por sobre otra facción.
En esta línea, señalamos que, pese a algunos intentos de redefinir el episodio de Melos, como los que ya mencionamos, no hay demasiada producción historiográfica que nos permita plantear el hecho como genocidio. De hecho, si establecemos una línea de significación entre las interpretaciones historiográficas y lo que podríamos considerar como la imagen clásica del período, solo podemos arribar a la conclusión de que el hecho fue considerado históricamente como un símbolo del desenfreno y no como parte integral de una situación de guerra. Aquellas conclusiones a las que hemos arribado son producto de hipótesis planteadas en función de antecedentes en situaciones homólogas, donde vemos efectivamente patrones que se repiten a lo largo de la historia griega. En donde si creemos que podemos señalar una diferencia, que se hará visible durante el siglo IV a.C. es en la forma en la que guerra desdibujó las fronteras entre lo que era aceptable y lo que no lo era. De esta forma el episodio de Melos, aunque no fue excepcional, posee relevancia debido a las concepciones, visibles en la política y la filosofía, en torno al castigo y en un sentido general, al poder, que se esgrimen en torno a lo que una polis imperial consideraba, desde su óptica, como necesario para el bien común.
Conclusión
A modo de cierre, podemos pensar la destrucción de Melos como un episodio histórico que genera rechazo desde la modernidad por razones que van desde lo humano hasta lo político. Pero su contextualización nos permite observar, más que una anomalía, un patrón que indicaría una clara transformación de los modos de hacer la guerra.
La relación dialéctica que promueve la búsqueda de la hegemonía por parte de las dos ligas enfrentadas transforma la guerra en una herramienta para aquello que las coaliciones consideran un bien mayor, la imposición de la politeía más justa como la mejor forma universal de desarrollo político. De esta manera la guerra corre los límites de lo establecido y expone un nuevo tiempo donde la vida humana no es más que un instrumento.[26] Es claro que el estado continuo de la guerra, también provoca una transformación de la percepción, no solo del adversario, sino también de la política.
A su vez, debemos señalar que el episodio de Melos es un hecho que plantea dudas respecto de nuestras concepciones modernas de genocidio, ya que muchos de los elementos delineados se encuentran presentes, pero otros no. Si partimos de la laxitud con la que la definición establecida post Segunda Guerra Mundial (Lemkin, 2009) por las Naciones Unidas encuadra al genocidio, esto es, como la aniquilación parcial o total del grupo nacional, étnico, racial o religioso, lo sucedido en Melos[27] es sin duda alguna una práctica genocida.[28] Pero, situarlo bajo tal lupa no puede obviar que el propio concepto de genocidio ha dejado lugares en blanco que abren interrogantes, al menos para entender el episodio griego, sobre todo los relacionados a la intencionalidad, la planificación y la identificación del grupo como tal por parte del grupo genocida.[29] Dicho esto, podemos pensar que el episodio se enmarcaría en lo que actualmente definimos como crímenes de guerra, ya que bajo la luz del concepto de genocidio, no encontramos motivaciones de tipo étnicas, ni planificación alguna que no sea la del asalto y sitio de una ciudad, como tampoco motivaciones de tipo nacionales. Así, y teniendo en cuenta el contexto histórico y las transformaciones aludidas, Melos debe ser comprendida como parte del desarrollo de la lucha por la hegemonía y la transformación de la guerra, como un estado permanente, que borra las lógicas establecidas por las polis tanto dentro como fuera de su espacio. La búsqueda de dicha hegemonía también supone nuevas lógicas relacionadas con un discurso que intenta sentar las bases de un orden del que Atenas se sabe justa merecedora y de la que, tomando en cuenta tal posición, esgrime razones que exceden el plano jurídico y se dirigen, desde la óptica ateniense, a la necesidad de mantener la salud de un orden que beneficia a todos. Por tanto también asistimos a la transformación de un espacio internacional que ponderará efectivamente a la fuerza por sobre el derecho y que establece criterios para la causa bélica justa.
Consideramos en esta línea que, para comprender el episodio, debemos hacer un análisis de las implicancias del imperialismo y la transformación del abordaje que hacía una polis hegemónica, como la de Atenas, respecto a las demás, así como también los cambios en las acepciones del castigo que se discuten. Lo que observamos fue un desplazamiento de los límites de la guerra, no solo en términos de escala sino también en términos humanos, en las mutaciones que se gestaron en la Arkhé ateniense de la guerra y del poder, asequible sobre todo durante los diferentes episodios bélicos que se multiplicaron por doquier durante el siglo IV. Esto, no solo llevó a la transformación de las técnicas y las estrategias, que siguen el camino emprendido durante la Guerra del Peloponeso, sino también en la forma de pensarla y abordarla, a punto de tratarla como una parte más de las actividades de una polis. Claramente el episodio de Melos es un hecho cuestionable desde el punto de vista humano, que no es desconocido en absoluto ni para Atenas ni para el mundo griego. El mismo marca un punto de inflexión en lo tocante a la aceptación de la situación de guerra, pero, de acuerdo con Canfora (2014), debemos ser cautelosos a la hora de analizarlo debido a la univocidad de la fuente consultada y a la parcialidad de Jenofonte, a la sazón, editor de la obra de Tucídides. La posibilidad de comprender dicha parcialidad nos permite acceder a la dimensión ideológica de la guerra ya que, Jenofonte, es un abierto opositor, no solo de la misma sino[30] de aquello que según él la produce, la democracia. Esta recuperación historiográfica del conflicto interno nos permite ver la Guerra del Peloponeso desde una óptica diferente y entender que detrás de un episodio bélico hay una intención de desnaturalizar un comportamiento que no solo era conocido, sino que formaba parte de los pilares de la cultura griega a través de la trasmisión oral.[31] De esta forma, la omisión de la verdadera situación de Melos no es sino un acto planificado con fines políticos que busca no solo instalar un nuevo tipo de reflexión, sino que se dirige, directamente al causante de todos los males, la democracia. En esta línea, no conocemos planteos que hayan retomado una reflexión política y filosófica que pondere al humanismo como una necesidad y a la guerra como algo externo a la sociedad. El problema que se definió era de raíz ideológico y Melos se presentó como un caso ejemplar para la reflexión de los males que causaba el exceso de poder. Aun así, como señalamos, lo que se puso en juego no era el poder, sino la forma de administrarlo políticamente. Para aquellos sectores que se habían moldeado en las sombras de la democracia, sin sentirse parte de la misma, el episodio significó una oportunidad única para transformar una crisis en una oportunidad para retomar el poder y transformar el estado acorde a sus intereses, algo que se pondrá de manifiesto durante los sucesivos golpes de estado de los años 411 y 404 a.C. Así, aunque consideramos que el caso ofrece oportunidades para seguir reflexionando en torno a la pertinencia del concepto de genocidio en la antigüedad, entendemos que no puede pensarse sin un planteo que lo sitúe históricamente tanto en la propia Atenas como en la Hélade en general.
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Van Wess, Hans (2008). La Guerra en la Grecia Arcaica y Clásica. En De Souza, Philip (Ed.). La Guerra en el mundo antiguo (pp. 101-117). Madrid: Akal.
Vegas Sansalvador, Ana (1987). Jenofonte. Ciropedia. Madrid: Gredos.
Von Clausewitz, Karl (2008). De la guerra. Buenos Aires: Editorial Cartago.
Zaragoza, Juan (1993). Jenofonte. Banquete. Madrid: Gredos.
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Juan José Noé. Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Rosario. Actualmente investiga “Formas de legitimación aristocrática en el arcaísmo griego” en el marco de su tesis doctoral. Jefe de Trabajos prácticos en “Historia de Europa 1” en la carrera de historia de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Coordinador del Centro de Estudios Che Guevara perteneciente a la Municipalidad de Rosario.
Pasado Abierto, Facultad de Humanidades, UNMDP se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
[1] La edición utilizada corresponde a la traducción de Torres Esbarranch, Juan José (2012). Tucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso. Madrid: Gredos.
[2] Para Von Clausewitz (2008) la guerra constituye un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar la voluntad del atacante. Aquí tomamos la primera acción recíproca del autor: “La guerra como acto de fuerza no tiene límites en su aplicación. Los adversarios en ella se justifican el uno al otro, lo que redunda en acciones reciprocas llevadas al límite” (Von Clausewitz, 2008: 55)
[3] Aquí podemos matizar el concepto planteado por el prusiano ya que el fin máximo que establece es el desarme a través de la fuerza, siendo Melos un caso particular al comportar la aniquilación cuasi definitiva de los hombres. Sin embargo, como parte de un estado de guerra general y bajo la idea de ser Melos un caso que sirva como ejemplo al resto de los estados, sean parte o no de la liga, las ideas de Von Clausewitz en relación a la interacción entre sentimiento hostil e intención hostil ponen en juego la dinámica que justifica toda acción, porque “la guerra es un acto de fuerza y no hay límite para la aplicación de dicha fuerza”(Von Clausewitz, 2008:31).
[4] En la Ilíada encontramos ejemplos, como el diálogo que sostiene Héctor con Andrómaca, donde el héroe troyano se lamenta sobre el futuro de su familia en caso de perder la guerra pero no cuestiona el trato al vencido ni la lógica de la guerra per se, sino en todo caso, el ocaso personal de la casa real y su familia (Homero, Ilíada, VI). Ver también el ya clásico aunque aún muy importante análisis de Finley (1996) donde sostiene que la guerra mantiene aún las características y las formas de lo privado.
[5] Vale tener en cuenta, a su vez, los cambios concretos en relación con la estrategia y las formas de estudio de la guerra. Los abordajes recientes han intentado pensarla fuera de las lógicas positivistas imperantes durante buena parte del siglo XX, ver Garlan (2003). Para un estudio actualizado y exhaustivo acerca de la cuestión de la falange hoplita y su relación con la formación del estado: Echeverría Rey (2008). Sobre la Guerra y su aspecto urbano, ver Lee (2012).
[6] Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, I. 97-100.
[7] Acerca de ello encontramos obras de variada naturaleza tales como La República de Platón, los tratados de Jenofonte acerca del buen gobierno como Ciropedia o Agesilao, de marcado carácter monárquico y, claro está, críticos de la democracia. En ambos hay una clara intención de ponderar las dotes para gobernar del buen monarca y la diferencia de instrucción que puede alcanzar un rey respecto a experimentos políticos que ponen la soberanía en sujetos no lo suficientemente preparados para gobernar.
[8] En un plano menor, pero con claras intenciones políticas, en los consejos del Económico de Jenofonte se establecen determinadas pautas para el manejo y la administración de los recursos de una casa con claras alusiones a vivir con los recursos propios y eliminar la ociosidad de la comunidad.
[9] Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, II. 60-64.
[10] Es importante remarcar el hecho de que la primera fase de la Guerra del Peloponeso actuará como un cisma del sector dirigente, sobre todo, luego de la muerte de Pericles. Así muchos autores que encontramos en el curso de los acontecimientos, pongamos por caso Jenofonte o el mismo Tucídides, se vuelven reacios a la guerra y al lugar que toman los elementos más radicales del sector democrático. Sus reflexiones, ya con la guerra finalizada, son críticas de la democracia y de lo que considerarán sus efectos. Para ampliar el tema ver Plácido (1997).
[11] Platón, Gorgias, 527.
[12] Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, II.
[13] Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, III.36-50.
[14] Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, II. 35-46.
[15] Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, III.37-40.
[16] Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, V.
[17] Mitilene, Scione, Torone y Melos comparten características estructurales que permiten señalar determinados patrones a la hora de pensar las transformaciones que provocarán la Guerra del Peloponeso. Para ampliar el tema en relación a la conceptualización de la Guerra ver Van Wess (2008).
[18] Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, III. 89-116, 91.
[19] Aquí el historiador italiano resalta autores como Grote, Busolt o Westlake, donde brevemente señala alguna de las observaciones que hiciesen tempranamente (Canfora, 2014).
[20] Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, V.52-56, 57-81.
[21] El primer paso lo da Atenas que, a través de Alcibíades, logra la firma de una alianza entre Atenas y sus aliados y las polis de Argos, Mantinea y Élide. Este tratado le permite contar con apoyo territorial dentro del Peloponeso sin infringir la paz concertada (Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, V. 47)
[22] Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, V.85-116.
[23] Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, V.85-116.
[24] La prueba de la defección la encuentra en Melos aparece en un documento epigráfico dentro del listado de estados tributarios de la Liga de Delos (Canfora, 2014).
[25] En relación al diálogo, además de afirmar que el mismo es una pieza en sí misma agregada por su editor, Jenofonte y no por el autor mismo, sugiere que Tucídides se empeña en mostrar a Atenas como un estado que ha roto las reglas de juego pero que bien podía haber detrás de la postura del ateniense, ideas antibelicistas a las cuales ya hemos eludido (Canfora, 2014).
[26] Sobre la guerra y los límites, desde una concepción moderna que retoma los efectos de la guerra total en el siglo XX, ver Traverso (2009). Desde una mirada crítica y de naturaleza filosófica, ver Morin (2009)
[27] Aquí algunas definiciones pueden encontrar un lugar, como las de Steven Katz, “El concepto de Genocidio se aplica sólo cuando existe un intento real, de cualquier modo exitoso, de destruir físicamente a un grupo entero, en tanto que este grupo es definido como tal por los ejecutores” citado en Feierstein (2007: 57).
[28] Vale considerar la acepción sociológica del concepto tratado por Feierstein que une a la aniquilación del grupo nacional, la segunda aniquilación que consta de la destrucción de las relaciones sociales que ese grupo encarnaba dentro de la sociedad. “Genocidio: ejecución de un plan masivo y sistemático con la intención de destrucción total o parcial de un grupo humano como tal. Práctica social genocida: aquella tecnología de poder cuyo objetivo radica en la destrucción de las relaciones sociales de autonomía cooperación y de la identidad de una sociedad, por medio del aniquilamiento de una fracción relevante sea por su número o por los efectos de sus prácticas) de dicha sociedad, y del uso del terror producto del aniquilamiento para el establecimiento de nuevas relaciones sociales y modelos identitarios” (Feierstein, 2007: 86).
[29] Ello ha dado lugar a discusiones acerca de lo adecuado de su empleo, motivando a su vez, una nueva tipología expresada por las Naciones Unidas en el Estatuto de Roma de 1998, donde se estipulan las características de los Crímenes de Lesa Humanidad (Art. 7 ) y los Crímenes de Guerra (Art. 8). El texto del Estatuto de Roma que se distribuyó como documento A/CONF.183/9, de 17 de julio de 1998, enmendado por los procès verbaux de 10 de noviembre de 1998, 12 de julio de 1999, 30 de noviembre de 1999, 8 de mayo de 2000, 17 de enero de 2001 y 16 de enero de 2002. El Estatuto entró en vigor el 1° de julio de 2002.
[30] Sabemos también, por el derrotero político del propio Jenofonte y su actividad en Persia al servicio de Ciro, que no era precisamente un representante de las ideas antibélicas (en el caso de que existiesen). En La Anábasis hay un intento de ponderar un tipo de guerra, el hoplítico, en el contexto de la post guerra. Así, con la armada ateniense destrozada tras Egospótamos, pareciera darse, desde el plano del gobierno un intento de recuperar la guerra para los sectores que servían a sus intereses. Esta disputa entre los sectores hoplíticos y los que defendían la armada como forma máxima y acabada de la guerra, moldeó el devenir tanto de la Guerra del Peloponeso y de la etapa posterior así como también las discusiones filosóficas y políticas acerca de qué tipo de estado era idóneo y en consonancia con ello, cuál era el ciudadano que debía encarnar los ideales de esa polis proyectada en la búsqueda de eunómia. Ver al respecto Gray (2015) para el análisis de la stasis, el exilio y la reflexión política. Para un estudio completo acerca de la disidencia en democracia y el rol de los intelectuales críticos a dicho sistema político, ver Ober (1998).
[31] Ver al respecto Barceló-De la Fuente (2014).
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