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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº12. Mar del Plata. Julio-diciembre de 2020.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

                                                                                       

Una discusión en torno a la historia y la memoria de la niñez y la condición de los niños y las niñas. Reflexiones a propósito de El diario de Francisca de Patricia Castillo (Hueders, 2019) e Infancia / Dictadura de Patricia Castillo y Alejandra González (Santiago de Chile, LOM ediciones, 2019).

 

Isabella Cosse

Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín/Universidad de Buenos Aires, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.

isabella.cosse@gmail.com 

Recibido:        03/04/2020

Aceptado:        06/11/2020

Palabras clave: infancia; memory; historia reciente; chile; América Latina

Keywords: childhood; memory; recent history; Chile; Latin America

 

                

Los libros El diario de Francisca e Infancia / Dictadura piensan la infancia y discuten cómo recuperar su historia en el marco de la violencia represiva y los legados de la dictadura de Pinochet en el presente. Se publicaron cuando la furia contenida por las desigualdades y las tensiones sociales estallaban en cada rincón de Chile. Ese contexto político, que puso en primer plano los efectos del neoliberalismo instalado por la más larga dictadura del Cono Sur y las contiendas sociales que clausuró, les otorgó renovada actualidad a ambas obras. No fue un efecto previsto ni hubo ningún oportunismo: ambos libros son el resultado de un proyecto macerado durante casi una década que asumió, desde su origen, el desafío de ser una intervención pública y, a la vez, académica.

Ambas obras aportan a dos campos de problemas, anudados en estas obras, de enorme importancia en América Latina. Por un lado, los libros colocan en el centro la interrogación por la violencia represiva a partir de la memoria histórica. Revelan, así, la entidad que aún sigue teniendo en la región la interrogación sobre la memoria. Este ángulo, instalado temprano en los estudios rioplatenses, comenzó a dar lugar a un enfoque de carácter más netamente histórico en la más reciente producción latinoamericana. En cierto punto, como argumentaré, ambas obras reclaman, y en cierto modo contienen, las potencialidades de transitar del registro de la memoria al de registro la Historia. El proyecto interviene en ese un ida y vuelta, clave en la propia discusión en el espacio público. Por el otro, las obras parten de la infancia para esa indagación, lo que les otorga enorme atractivo. La niñez ha sido uno de los campos de enorme expansión en la última década a escala global y latinoamericana. Dicha expansión, a la que estos libros contribuyen, se produce en un cruce de fenómenos. Se produjo en el marco de la centralidad de los niños en la agenda pública y política y del protagonismo ganado por la generación criada durante la dictadura en el activismo de los derechos humanos y la discusión pública. Pero, también, en el marco de los efectos de la renovación de la historia social y las dinámicas de la historia de las mujeres y los enfoques de género –en la que no puedo aquí explayarme- y del crecimiento de los sistemas científicos a escala regional y latinoamericana que están dando paso a una producción cada vez más cuantiosa.

En ese panorama los libros se hacen eco de la historiografía de la infancia, que reclama la recuperación de la voz de los niños y las niñas y, con ellos, de sus experiencias y memorias. Al hacerlo, retoman el atractivo de la historia social para hacerle a los sujetos sin voz, en este caso a los niños y las niñas que, no olvidemos, están en el corazón de nuestra sensibilidad moderna. En ambos libros, la recuperación de la voz y la agencia infantil tiene el tenor de una confrontación polisémica. Es decir, es una discusión pasible de asumir diferentes sentidos según la batalla elegida por quien la lea. En cualquier caso, ese debate coloca en el centro la tensión entre la memoria y la historia, los dilemas en torno a la condición infantil y los desafíos -en torno a las categorías, enfoques, interpretaciones- para pensar el terrorismo de Estado.

La intervención política y académica tiene una carnadura estética. Ambas obras son libros- objeto en los que la infancia y a la memoria se hacen acto. Es decir, la propia materialidad –amorosa y bellamente producida- expresa la entidad dada a los niños y las niñas como actores del proceso histórico y motorizan la rememoración. Quisiera detenerme en la factura misma de los libros y su relación con el proyecto que sustentan.

El Diario de Francisca contiene un fragmento de la escritura autobiográfica de Francisca Márquez, en el cual ella, con doce años, relata los días del golpe de Estado de 1973, junto a una reflexión coral en torno a él. Está contenida en una caja de color sepia, llena de sorpresas. Dentro encontramos varios libros en uno, como esas cajas chinas que fascinan a los niños. Son libros con delicadas hojas, de finas tramas impresas con la tipografía perfecta para cada uno. Tienen el valor del libro-objeto al punto que cuesta decidirse a subrayar sus líneas con un lápiz. Es un objeto que semeja un regalo. Incluso tiene postales, aquellas que podría haber coleccionado las niñas de los años sesenta para formar su identidad, registrar el mundo, crecer.

Es una obra que abre el juego de lectura. Recordándonos, constituye un espacio lúdico. El cuaderno “Curso de vida” contiene una bella reproducción facsímil con portada sepia en la que nosotros, lectores y lectoras, podemos internarnos en la propia materialidad de la escritura de Francisca. La letra redondeada, que podemos ver modificarse; los diferentes colores del trazo de las lapiceras sobre el papel escolar; los dibujos, los recortes pegados, la firma estampada en cada entrada. Los cuadernos replican, seguramente, los colores y el diseño de los cuadernos escolares de aquellos tiempos.

Los otros tres cuadernos –con portadas grises- acompañan al diario y lo resignifican. “Transcripción” nos permite leer el diario facsimilar transcripta con una muy lograda composición, tipografía y edición. “Preludio” presenta la introducción de las editoras (Patricia Castilla Gallardo y Alejandra González Celis) y cuatro ensayos escritos por Vicente de Gaulejac, Susana Sosenski, Claudia Gerrero y Patricia Castillo Gallardo. Los textos componen un caleidoscopio que exploran sobre la condición infantil y la experiencia de los niños en tiempos de dictadura. En el cuaderno “Fugas” se incluyen nuevas reflexiones. Están a cargo de Rafael Mondragón Velázquez, Daniela Jara, Luciano Lutereau, Alejandra González Celis, Valeria Llobet. Este cuaderno contiene un epílogo escrito por Francisca Márquez, la antropóloga en la que se convirtió la autora del diario. Ella toma la palabra, cierra o abre, con una reflexión sobre su propia experiencia –aquella que es parte constitutiva de la subjetividad, experiencia y linaje de otros diarios, secreto y vergüenza, para tomar algunas de las ideas de los autores, y su lectura de su propio libro y de lo que éste provocó. Esto convierte a este libro en un proyecto de coproducción que, como suelen ser, exige un proceso interior difícil.

El libro es el resultado de un proyecto y una intervención colectiva. Pone en diálogo múltiples lecturas, tradiciones y pertenencias que trascienden las disciplinas, las regiones, los saberes. Los textos abren distintas claves analíticas. No es posible repasarlas todas. Nos encontramos con la discusión sobre la agencia y la autonomía de los niños y las niñas, transversal a toda la obra y central en el texto de Valeria Llobet; con las reflexiones sobre la cultura material de la infancia y las propias producciones de los niños como fuentes históricas en el texto escrito por Susana Sosenski; y  el problema de la elaboración del saber del sujeto infantil y la significación de la memoria infantil con Daniela Jara; la escritura de los niños y las niñas como arte, imaginación, estética es abordada, con diferentes ángulos, por Vincent de Gaulejac, Rafael Mondragón Velázquez, Luciano Luterau y Alejandra González Celis. A ello se suma la introducción de las editoras y la operación histórica de Patricia Castillo que coloca en contexto el diario.

La polifonía, sin embargo, no es deriva. Los libros tienen una unidad. Cada movimiento hace parte de una melodía lograda, se adivina, en los diálogos compartidos a lo que se suma una edición firme capaz de deslindar las diferentes voces. En su conjunto es una apuesta por indagar la significación de lo escrito por Francisca, sin ocluir su propia voz y, al mismo tiempo, colocar a los niños y las niñas como sujetos en el centro de la discusión. En ese sentido, existe un compromiso por develar las tramas de sentidos, confrontar con el poder de los adultos (y el de la academia) sobre la palabra y el mundo de la infancia y cavar profundo en las múltiples capas abiertas por el Diario de Francisca.

Sabemos que siempre los y las lectoras podemos elegir cómo leer un libro, pero en este caso, la invitación es expresa. Está abierta a quienes quieran recrear el diario, como objeto, como cuaderno, para mirar y leer como artefacto estético. Pero, también, a quienes transiten las reflexiones escritas sin lugares comunes, sin jerga normalizada, a su antojo. No faltarán quienes recorran los libros para volver sobre la propia infancia –aún de los que no vivieron como niños o niñas los años setenta- y, con ello, en su conjunto, el libro-objeto ofrece una conexión nostálgica. Es decir, habilita un recuerdo marcado por la pérdida de un horizonte añorado que, paradójicamente, nos coloca, en este caso, frente al golpe de Estado y la elaboración de la posición ética de una niña ante la violencia y la muerte.

El Diario es también un reconocimiento a quien lo escribió, Francisca Márquez, que a lo largo de veinte años llevó sus propios cuadernos y que, con doce años, en 1973, es testigo del golpe de Estado y lo registra con su propia visión imantada de su cotidianeidad, la de una familia de clase media alta alejada de cualquier progresismo. La obra, es también, un reconocimiento a la adulta capaz de abrir sus cuadernos a la memoria y a la niña sensible, que se sonrojaba como una manzana, para quien la escritura fue un modo de habitar el mundo, de buscarse a sí misma, crecer. Con ella, el libro es un homenaje a todos los niños y las niñas que vivieron su infancia en los años oscuros de la dictadura.

Esos niños y niñas están en el corazón del libro Infancia / Dictadura, nacido en ligazón completa con El diario de Francisca. Nuevamente, Patricia Castillo compuso un libro-objeto abierto a disímiles registros -cartas, dibujos, recortes, tarjetas, regalos- con muchas caligrafías y texturas de diferentes niños y niñas. Contiene diferentes testimonios –memorias y fuentes históricas- que formaron parte de la exposición homónima curada por Castillo junto a Samuel Salgado, Nicolás Peña y Paulina Chávez, en el que trabajó un equipo de casi veinte personas. Su primera instalación en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Santiago, entre abril y junio de 2016, recibió más de siete mil visitas. Luego, la exposición recibió aún más visitas al instalarse en otras instituciones y tuvo gran impacto en la prensa dentro y fuera de Chile.

Infancia / Dictadura, al igual que el diario de Francisca, es una obra estética a partir de los materiales del archivo creado por el Proyecto “Niñez en dictadura (1973-1989)” realizado con financiamiento del Fondo Nacional de Desarrollo y Tecnológico de Chile y con apoyo de la Universidad Diego Portales. Las piezas hoy forman parte del Archivo de la Memoria. Comenzaron a llegar al Facebook del Proyecto a medida que diferentes personas fueron interpeladas y aceptaron compartir sus recuerdos, sus tesoros. Con la idea de conocer más detalles y reproducir con más calidad esos materiales, los investigadores del proyecto fueron contactando a quienes escribían y haciéndoles entrevistas. Junto a ese proceso existió un diálogo trasnacional, al que me he referido ya, con distintos colegas en una apuesta interdisciplinaria.

Esta obra –Infancia /Dictadura- está dividida en tres partes. La primera es una introducción de Castillo con un doble registro marcado a dos colores. En el cuerpo del texto, en negro, se narra la historia del proyecto y se suman nuevas reflexiones y las deudas intelectuales en notas al pie, escritas en rojo. La segunda contiene la reproducción facsímil a todo color de una selección de las piezas llegadas al proyecto más alguna imagen de prensa o publicidades que hacen de contexto y contrapunto y extractos de entrevistas y memorias de quienes fueron niños durante la dictadura. Muchos testimonios son indicios del horror, que paralizan por su contundencia y los hay, también, con lúcido humor y sagaz observación. En cada página hay breves referencias a la imagen reproducida con los datos de origen y datación. La tercera es un Poscriptum, escrito por Alejandra González Celis y Antonia Garcia Castro, en el que se conjuga la memoria de cada una con una reflexión sobre la exposición / proyecto.

En el origen de ambas obras, El Diario de Francisca e Infancia/Dictadura, está la propia biografía de Patricia Castillo, la psicoanalista y doctora de Psicología en la Universidad de Paris VII, dedicada a los estudios de la infancia, dispuesta a recuperar sobre su propia experiencia de niña, al cumplirse cuatro décadas del golpe militar en Chile. No era una intervención vacua. Su objetivo era “contestar” la intervención de otros sobre su propio pasado. Quería desplazarse –y rechazar– la condición de objeto/sujeto analítico. Decidida a salirse de la lupa para ponerse sobre la propia introspección reflexiva. Y, al hacerlo, discutir las interpretaciones sobre la transmisión intergeneracional de las secuelas psicológicas entre una generación a otra que han pretendido explicar los padecimientos no sólo de los hijos sino, también, de los nietos de las víctimas de represión o que vivieron el exilio. Como explica la autora, esta intención derivó en un proyecto de largo aliento, con múltiples colaboraciones, diferentes intervenciones condensadas en ambos libros-objeto. No es posible agotar en estas páginas todas las derivas abiertas por las autoras y el esfuerzo polifónico, por lo que quisiera cerrar refiriendo tres problemas en torno al estudio del pasado reciente y la infancia.

El primer problema involucra la pregunta en torno a qué hacemos con los vestigios de pasado en nuestro presente. ¿Cuál es nuestra intervención intelectual? ¿Qué lugar ocupamos / debemos ocupar en las disputas por las fracturas que siguen abiertas en nuestros países? Esa intervención supone, desde mi óptica en diálogo con estos libros, darle densidad a nuestra reflexión. Eludir el juicio fácil, la visión armada. Es un desafío porque exige confrontar con una demanda de lectura que reclama la reafirmación de lo sabido, las interpretaciones consolidadas, las lecturas rápidamente aprehensibles. Pero, también, reclama eludir la seducción del efectismo de la disonancia per se. Entre esos dos polos, quien recorra las páginas de estos libros, no podrá más que abrirse al asombro y la perplejidad, ingredientes claves de cualquier relectura de ese tiempo en el que La Moneda fue bombardeada y el presidente decidió su muerte como ética y legado. Este ángulo permite volverse a preguntar por esa época de violencia política y represión feroz en toda la región. Y, hacerlo, pensando en diferentes dimensiones: la comprensión del acontecimiento, los dilemas éticos, como los enfrentados por Francisca, interpelada en su condición humana y política, los pliegues de una cotidianeidad incesante en la cual, no obstante, esa niña intuye el quiebre histórico.

El segundo problema apunta a la relación entre la memoria, el testimonio y la operación histórica. La recuperación de un testimonio o una fuente histórica no tiene sentido sino es en función del análisis que la interroga y le otorga sentido. De allí que el origen del libro, la intención por disputar con interpretaciones “psi”, significó una apertura analítica que resituó el problema sobre cómo pensar a los niños y las niñas. En la apuesta de este proyecto, la historia se vuelve central como campo de indagación y clave de interpretación: las obras colocan la diacronía y la sincronía en el nudo de su interpretación. La propia Patricia Castillo, en el “Preludio” de El Diario de Francisca, instala el contexto histórico como clave sustantiva, decisiva, para entender el relato de Francisca sobre los acontecimientos políticos que devastaron Chile y la deshumanización de la derecha.

En ese sentido, la operación histórica nos exige pensar qué categorías usamos para entenderlo. Los libros permiten, por ejemplo, volver a interrogarnos sobre las nociones de “conocimiento” y de “normalización”. Las reflexiones y los testimonios/documentos de ambos libros nos posibilitan leer los grises entre esas nociones y eludir entenderlas como dadas. Este ángulo permite pensar en toda su entidad cómo fue posible y qué significó la violencia política hecha terror en el Cono Sur. Los grises –que identifican a los tres cuadernos- permiten reponer la sorpresa y la vertiginosidad de un proceso que no estaba prefijado y que, como sucedió en los años de la independencia latinoamericana, el rápido encadenamiento de los sucesos estuvo intrincado con los procesos a escala regional e internacional. Esa vertiginosidad, en la que se atan diferentes dimensiones del proceso histórico reclama, desde mi ángulo, una reconstrucción histórica que pueda unir analíticamente la comprensión de los procesos políticos y los procesos socioculturales.

El tercer problema supone volver sobre la cuestión de la voz infantil en la historia y la historia de la infancia como intervención. En ese sentido, el diario de Francisca o a las creaciones de Infancia/Dictadura nos ofrecen una puerta que requiere quienes las interroguen, analicen e interpreten, sean adultos o niños, con la renovada actualidad que toda investigación supone. El carácter decisivo de la historia para comprender esos vestigios del pasado permite, como apuesta este proyecto, considerar a los niños y las niñas, con su irreductible visión. Pero, también, trascender esa constatación. Es decir, visibilizar a los niños y las niñas, enfrentando el poder de quien asumen su voz y, al mismo tiempo, contiene un proyecto en ciernes que involucra concebirlos una vida de entrada al proceso histórico en sí mismo. Ambas posibilidades han sido con frecuencia concebidas antagónicas, quizás, en parte como efecto de las dinámicas del propio campo. Sin embargo, no tienen por qué serlo. La reconstrucción de la experiencia de los niños y las niñas, considerándolos en relación con otros sujetos e instituciones, puede de ser la puerta para una indagación sobre el proceso histórico per se. En cualquier caso, ese trabajo de reconstrucción histórica y/o de análisis o intervención sobre la memoria, nos interpela como investigadoras/investigadores en tanto “otros” inscriptos en el propio acontecer. Es decir, el proceso histórico nos atraviesa como sujetos y exige entender no sólo el tiempo pasado, los niños que fuimos, sino también, a los niños de hoy, con condiciones sociales y políticas devenidas de los procesos abiertos por las dictaduras en el Cono Sur. Ese pasado, aun presente, que nos interpela por su carácter trágico. Retomando las palabras de Francisca Márquez, en el epílogo de su diario, “la memoria sobre los quiebres de nuestra historia aún me (nos) conmueve”.

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