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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº8. Mar del Plata. Julio-Diciembre 2018.

 ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto


Agencia política de sectores populares en Castilla bajomedieval  Algunas consideraciones para su estudio

Silvina Andrea Mondragón

Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina

silvinamondragon@yahoo.com.ar

Recibido: 09/10/2018

Aceptado: 29/11/2018

Resumen

Este ensayo busca sintetizar las tendencias actuales que atraviesan los estudios de la  participación política de los sectores subalternos en la Baja Edad Media castellana. Como se  trabaja sobre un espacio - tiempo particular, que ha sido analizado desde la óptica retrospectiva  que ha impuesto la revuelta de las comunidades de 1520, es necesario aislar determinadas  variables de acercamiento al objeto, para lograr priorizar una aproximación desde sus propias  lógicas de reproducción. En esencia, se trata de rescatar su funcionalidad dentro de una sociedad  estamental para poder rastrear en qué grado estos sectores fueron disruptivos de la lógica feudal.  En el mismo sentido, también es necesario ponderar las condiciones históricas macro  estructurales de mediados del siglo XIV, con el fin de evitar la mirada teleológica que ha  impregnado su estudio hasta bien entrado el siglo XX.  

Palabras clave: Sectores subalternos, participación política, Regimiento, concejos de realengo

Political capacity of subaltern sectors in late medieval Castile. Some analitic  considerations

Abstract

This essay seeks to synthesize the current trends that cross the studies of the political  participation of the subaltern sectors in the Castilian Low Middle Ages. As we work on a  particular space - time, which has been analyzed from the retrospective perspective imposed by  the communities revolt of the 1520, it is necessary to isolate certain variables of approach to the  object, in order to prioritize an approximation from its own reproduction logic. In essence, it is  about rescuing its functionality within an estates society to be able to know the degree these  sectors were disruptive of feudal logic. In the same sense, it is also necessary to ponder the macro-structural historical conditions of the  mid-fourteenth century, in order to avoid the teleological view that has permeated its study well  into the twentieth century.

Keywords: subaltern sectors, political participation, Regimiento, Councils of realengo

Agencia política de sectores populares en Castilla bajomedieval.  Algunas consideraciones para su estudio

Introducción

La Baja Edad Media castellana ha sido interpretada desde la dimensión política a  partir de la concentración de los dispositivos de poder en los grupos oligárquicos. Hasta  bien entrada la década de 1980, se había generalizado esta tendencia historiográfica, según la cual se consideraba que la imposición del Regimiento les había obturado a los  sectores subalternos su participación en la toma de decisiones del gobierno local. Para el  caso segoviano, Martínez Moro se había referido al siglo XV como el de la “derrota del  común”. Una apreciación que se hizo extensiva al resto del territorio castellano y a  buena parte de las miradas de los historiadores que asumieron de forma acrítica la  pasividad política de estos sectores en la Baja Edad Media.[1]

No obstante, frente a este espacio político señorializado, se puede reconocer en la  documentación municipal, una más activa y protagónica participación del Común en la  gestión del gobierno urbano que se agudiza conforme transcurre el largo siglo XV. El  Regimiento no era el único espacio desde el que se ejercía poder político en Castilla  bajomedieval. Quiénes participaban en los mecanismos disponibles de representación  política, y la forma en que lo hacían, eran también el resultado de un largo proceso de  construcción social de una determinada dinámica de participación. De esta cuestión se  derivan una serie de interrogantes básicos acerca del papel histórico concreto  desempeñado por los sectores populares:  

1. ¿Desarrollaron estrategias políticas de acuerdo con una conciencia crítica  estamental?  

2. ¿Su capacidad de acción política era la manifestación de un grupo  socioeconómico definido o por el contrario, la de un sector diversificado sólo  unificado por su exclusión del privilegio?[2]

Tanto los concejos villanos como los de la tierra, son el escenario en el que se  puede rastrear la construcción de identidades políticas sectoriales. En los primeros, son  notorias las tensiones de base que se daban entre el sector de los grupos señorializados,  que formalmente los monopolizaba, y el de los que estaban obligados al pago de renta.  

En cambio, los concejos rurales reflejaban lo esencial de la diferenciación de  intereses entre el mundo urbano y el rural. Eran espacios socioproductivos alejados del  núcleo urbano, no caían bajo la dominación directa sobre la que éste podía ejercer un  estricto control (Monsalvo Antón, 1997), por lo que allí se desarrollaban mecanismos de  pertenencia y reciprocidad que alentaban el desarrollo de instituciones particulares, como las asambleas campesinas conocidas como Universidades de Tierra. Estaban  atravesados por siglos de tradición comunitaria que se sustentaba en fuertes lazos de  solidaridad que se manifestaban, por caso, en que se hiciera una defensa colectiva de los  comunales o que se plantearan resistencias, también comunitarias, a las proclamas  injustas de exención de pechos. Esto último no es menor: corrobora la existencia de fracturas intestinas en la comunidad rural.[3] 

Los campesinos de la tierra se diferenciaban, básicamente, de los que habitaban en  la villa porque éstos convivían en el día a día con los linajudos, en un marco que  propiciaba la interacción con otros poderes políticos, sobre todo los de injerencia regia.  

Una diferenciación básica entre los pecheros de la ciudad y los de la tierra, no  obstante su común obligación de tributar, es que entre ellos mediaba una fractura que  imposibilitaba la acción política conjunta en pos de idénticos intereses. Los vecinos de  la ciudad se beneficiaban, claro que en escalas muy distintas —ya fueran caballeros,  hidalgos o pecheros—, del control sobre la tierra que se concretaba en la centralización  del aparato de justicia, la centralización del mercado con la implantación de procesos de  producción y distribución que privilegiaban a los vecinos de la ciudad y entre muchos  otros, también se beneficiaban de que la fiscalidad se nutría en gran medida de los rústicos de la Tierra.

Uno de los enfoques más clásicos que ha guiado el análisis de la relación  funcional que existía entre las ciudades y su hinterland rural, ha sido entender el espacio  rural como un sistema socioproductivo orientado a abastecer a las concentraciones  urbanas de alimentos, o materias primas, para que éstas pudieran completar el circuito  productivo con la elaboración de manufacturas (Merrington,1977). Poder determinar  cuál era el resultado político, de esta ecuación a nivel de la capacidad de acción política  de los pecheros de la villa o de la Tierra, contribuiría a conocer con mayor precisión la  dinámica de estas sociedades.  

A lo largo del siglo XV, tanto la documentación municipal como la de la  chancillería real evidencia un aumento gradual y sostenido de la actividad política de los  sectores populares tanto rurales como urbanos, que induce necesariamente al  investigador a cuestionar si existió una comunidad política con la que estos sectores se  identificaban. De ser afirmativa la respuesta, entonces es factible deducir en  consecuencia, la existencia de una esfera de opinión pública y popular, y por tanto unos  usos políticos del espacio (Mondragón, 2018).

Los subalternos también hacen política

La edad de oro del estudio de los conflictos sociales fue la década de 1970 en  España, a instancias de maestros de la talla de Julio Valdeón Baruque o Reyna Pastor.  En el caso de Inglaterra, historiadores como Rodney Hilton, Edward Thompson o Eric  Hobsbawm se interesaron en la capacidad de articulación política de los grupos  dominados. Desde entonces, la perspectiva de análisis se ha centrado en uno de los dos  polos de la ecuación: o bien se analiza la conflictividad popular desde la lógica de la  lucha antiseñorial o bien se estudian las luchas del Común por la conquista de sus  objetivos.  

En los años ochenta del siglo XX, Monsalvo Antón e Isabel del Val Valdivieso  avanzaron en el estudio de la agencia política de los rústicos, demostrando su capacidad  de resistencia por un lado y la forma en que la élite del común incidía con contundencia  en la toma de decisiones del gobierno municipal bajomedieval. A partir de estos avances  en la definición del perfil económico, sociológico y cultural del sujeto de estudio, se desplegó la discusión respecto del valor performativo de las palabras a las que recurrían  para hacer oír sus voces.  

Así, se comenzó a prestar atención a los conceptos que los subalternos utilizaban  en sus reclamos judiciales, y los discursos que construían. Se argumentó que se trataba  de un conjunto de convenciones retóricas que, si bien eran por todos compartidas, no  necesariamente todos los miembros de la comunidad les atribuían los mismos  significados.  

Para el historiador, la construcción de comunidades presupone desde lo analítico,  el articulado de un sistema de comunicación política por precario que sea. Es por esto  que la difusión pública de los conceptos utilizados no implica la atribución de un único  significado al sistema, más bien ha de ser abordado como un conjunto de herramientas  para la acción. Por esta polisemia de los sentidos, no es esperable encontrar una única  adscripción identitaria de los rústicos. Más bien estaríamos frente a identidades  múltiples porqué se construyen y retroalimentan permanentemente, de acuerdo con la  dinámica del contexto que termina por modificarlas, cambiando las más de las veces los  significados previos. Es más, un mismo sujeto puede desarrollar múltiples  identificaciones identitarias.  

Así, la identidad política no es una identidad excluyente: resulta de la asunción de  un conjunto de referentes compartidos que están a su vez mediados por determinados  significados culturales que, necesariamente, deben articularse de acuerdo con un fin  político.  

El conocimiento histórico ha llegado por estos caminos a plantear la politización  ordinaria de la gente común que no es más que la capacidad de los individuos de  formular discursos de manera autónoma. La base empírica es que en Castilla los  sectores populares tenían acceso a una esfera pública política que les permitía participar  de los conflictos. Un claro ejemplo es la revuelta de los comuneros de 1520, que  presupuso desde el análisis histórico la existencia de una temprana cultura cívica.  

Un conflicto como el levantamiento comunero que involucró a los sectores  subalternos, necesitó de una organización, por mínima que fuera, basada en la  transmisión de la información necesaria para llevarlo adelante. Se puede argumentar  entonces, la existencia de redes de información política no formales.  

En un artículo que apareció en la revista Past and Present en 1998, Chris  Wickham demostraba la importancia del chismerío y del rumor como contingentes de lo  político en sociedades medievales (Wickham, 1998). ¿Pero cuál es el punto que diferencia a un chismerío de una novedad política? La respuesta no es sencilla: está  nodalmente asociada a la construcción social del espacio público.  

Es claro que el estado público de la comunicación involucra en el análisis al  espacio: todo lo que es de libre acceso, es producto de un articulado colectivo. Para la  política el espacio es relevante porque es generador de significados. Se generan así  demandas y querellas públicas que cuestionan de frente a las autoridades locales.  

Tanto el rumor como el chismerío deben ser diferenciados del alboroto que es,  desde la perspectiva de las autoridades, una transgresión del orden establecido. Una  perspectiva opuesta a la que del mismo fenómeno solía tener el Común urbano: para  este sector se trataba siempre de una reivindicación colectiva, nutrida por las

expectativas y los límites expresados por lo no tolerable.  

En la medida en que se corrobora analítica y documentalmente que los conflictos  trascienden el espacio de lo local para llegar a ser planteados en instancias judiciales del  poder central, se puede postular la construcción de una sociedad política.  

En la actualidad, los préstamos disciplinares entre Historia y Antropología han  dado por resultado novedosas formas de abordaje de la conflictividad urbana y popular  bajomedieval. La cuestión de fondo es demostrar la existencia de una memoria  comunitaria política de corte público y popular que contenga la acción o la resistencia.  No es una cuestión menor, porque el problema es de corte metodológico: ¿cómo se  puede acceder a ella? ¿con qué bagaje de herramientas conceptuales o metodológicas?  

Autores como Rafael Oliva Herrer (2011), entienden que un camino posible es el  rastreo de las coplas y las canciones que se escuchaban y repetían en las calles, como así  también el análisis de los significados fantasiosos, burlescos o graciosos que se  atribuían a determinados personajes, generalmente a señores que enfrentaban al rey;  porque como es de esperar, todavía a fines del siglo XV, los sectores populares eran  marcadamente monárquicos.

Por este tipo de cuestiones, la oralidad adquiere estatuto de pleno derecho en los  estudios de las múltiples violencias políticas de fines de la Edad Media. No obstante,  hay que sopesar que suele estar influenciada por la cultura escrita. Lo escrito que  alcanzaba el espacio público, solía formar parte del aparato propagandístico del  regimiento o de la propia monarquía que los sujetos contrastaban con su propia vida  cotidiana. Se construía así una oralidad política, reconocible por el historiador, en tanto  no es difícil distinguirla de los rumores y los chismeríos.

Los análisis de la retórica política de los sectores populares, permiten ver entre  muchas otras cosas, que esperaban cierta reciprocidad de los gobernantes al menos en lo  que entendían era “cuestión y resguardo” de todos. Así, a lo largo del siglo XV  recrudecen las denuncias en contra de todo aquel que atente con el “bien común. Los  sospechosos son los que se oponen a lo que contempla la comunidad y el sentido  comunitario; no era ni aceptable ni tolerable, al menos en los discursos, que reinara el  interés particular por sobre el general.  

Este tipo de situaciones habituales en la documentación bajomedieval, se  completa con las denuncias que se presentan en contra de los procuradores del Común  que “traicionaban” a sus comunidades de origen en las Cortes del siglo XV.  

Los gremios y las cofradías eran las instituciones que aglutinaban a la mayor parte  de los habitantes del Común urbano castellano. De hecho, en toda la zona cántabra tenían una presencia indiscutible en la vida pública y política de las villas, habiendo  llegado en el siglo XV, como colectivo social, a plantear acciones de resistencia sólidas,  como huelgas con las que desafiaron directamente al gobierno municipal.

En tanto instituciones marcadas por el peso de la comunidad y la tradición, se  fundaban en discursos que insistían en la importancia del resguardo de la memoria y de  lo comunitario, a despecho de su fuerte jerarquización interna.  

Todo lo referido discursivamente a lo comunitario, se oponía por definición a lo  tocante a las parcialidades y, por tanto, a lo que representaban los bandos-linajes cuyas  luchas intestinas arreciaban la tranquilidad de las calles villanas. En 1425, en las Cortes  de Palencia, los procuradores del Común denunciaron con firmeza los abusos de los  sectores señoriales, con lo que se demostraría el gradual incremento de la agencia  política de los sectores populares, o al menos de sus representantes.  

Se puede suponer que en el siglo XV se trata de una relación inversamente  proporcional: a menor legitimidad del Regimiento como gobierno de todos (por la  guerra civil), mayor participación política del Común. Relación que se habría obturado  al finalizar la guerra ya que, como sostiene Isabel del Val Valdivieso, se buscaría  potenciar la idea de reino, fortaleciendo políticamente al Común (Del Val Valdivieso,  1994). El punto cúlmine se habría dado en pleno levantamiento comunero, cuando los  Regimientos de Toledo y de Valladolid se organizaron en asambleas comunitarias.

Es evidente que, a lo largo del siglo, los sectores populares han conquistado  algunas parcelas de poder. Un ejemplo claro es que en las Cortes de Zamora de 1433 se  abre una vía para peticionar directamente al rey.

Sin embargo, a nivel del análisis histórico, todavía resta ponderar y terminar de  delimitar el significado de las diferentes manifestaciones de la acción política a fines de  la Edad Media. Alborotos, escándalos, levantamientos, encerradas, carnavales,  chismeríos, huelgas, silencios… el lenguaje político medieval, todavía a fines del siglo  XV silenciaba las discrepancias.  

Cuando alguna de estas manifestaciones se transformaba en un acto violento, es  decir que la vida de alguien corría riesgo, es probable que estemos frente a la mayor  expresión palpable de la cultura popular. Se trata de un tipo de violencia particular:  nunca es indiscriminada ni transita carriles incontrolables.  

La protesta popular tiene un lenguaje particular al que hay que poder acceder para  decodificar los símbolos que permiten comprenderla. Para ello se debe hacer un análisis  detallado del lenguaje político que ha sido utilizado para azuzarla. En Castilla  bajomedieval, el lenguaje de la protesta popular demuestra que la violencia es  significativa y significante, si observamos la repetición de patrones que terminan por  convertirse en acciones rituales: un ejemplo es acusar a alguien de borracho, porque se  supone que los señores o los funcionarios debían ser personas recatadas y de buen  proceder en público. Para esto hay que observar qué es lo que realmente tiene un sentido  comunitario. Los documentos muestran que muchas veces, la actuación violenta en  realidad esconde la defensa de lo que se entiende como lo “justo”. Es probable que  todos los resortes de la justicia popular aparezcan cuando se diluyen los mecanismos  coactivos de la justicia formal. Es entonces cuando la muchedumbre se siente  legitimada por la ausencia o la incapacidad de los dispositivos judiciales legítimos. En  este sentido, es importante tener en cuenta que, en sociedades de Antiguo Régimen, la  emoción tiene una connotación política de importancia, en tanto cumplía un rol  fundamental reforzando las identidades comunales.  

Un acto comunicativo es por definición un acto social que contiene al mismo  tiempo, una concepción jerárquica de los discursos. Por ejemplo, en la gran cantidad de  cartas que se envían al rey, hay cosas que no se pueden decir y otras que conviene  mencionar. Ergo, también es necesario prestarle atención en el análisis a los silencios.  En términos de análisis, resta lograr una taxonomía sociológica precisa del Común en  tanto sujeto histórico dinámico y no sólo político.  

Sabemos que el “Común” tenía un anclaje estamental en Castilla bajomedieval, y  una composición socioeconómica que no permite visibilizarlo como un todo coherente al menos en términos patrimoniales,[4] su identificación con la revuelta comunera lo ha  asociado axiomáticamente al mundo moderno, impidiendo un análisis centrado en su  propio contexto de funcionamiento. En tanto elemento desestabilizador del contrato  político en el que se sostenían las ciudades castellanas bajomedievales, su funcionalidad  política en la reproducción de una sociedad oligárquica y estamental no ha sido del todo  estudiada.[5]

El espacio y las identidades

¿En qué medida el espacio transcribe las ideologías de quienes se lo apropian? El  análisis histórico puede nutrirse de una concepción social del espacio en tanto territorio  habitado, producido o abandonado que, sin acción humana, carece de importancia para  la disciplina. Sí importa, en tanto lugar en el que se heredan saberes y se tejen redes  comunitarias que forjan ciertos criterios de lo que está bien y de lo que está mal; lo que  es aceptable o prohibido. Se moldean así identidades sectoriales que se asocian también  a una cultura política y jurídica que se refuerza en su propia dinámica histórica.[6]

El derecho a la representación política de las diferentes comunidades urbanas, los  sectores populares por caso, estaba condicionada en primer lugar, por haber obtenido la  condición de vecino en algún concejo de realengo o comunidad de villa. Por esto podría  argumentarse que la participación política estaba territorialmente condicionada[7]y  socialmente determinada, al menos desde la formalidad de los dispositivos  institucionales.  

La identificación entre espacio público e imaginario político, a partir de una  construcción discursiva, es tributaria de las Ciencias Sociales: varios estudios han  demostrado de qué diferentes maneras la aparición de circuitos de información política  generados a partir de la existencia de redes de vecindad y fraternidad, fueron esenciales  para hacer tambalear las bases del Antiguo Régimen.[8]

En la Castilla del siglo XV, el espacio público comenzó a identificarse con las  calles de las ciudades, los atrios de las iglesias y los mercados. Es claro que se trataba de un espacio sin definición territorial física: su existencia dependía de las palabras, los  símbolos usados y las cosmogonías individuales que reunidas en un todo mayor,  superan los límites de la individualidad y crean un nuevo tipo de sensibilidad pública  compartida. Así, el espacio público crea horizontes posibles de acción política siempre  que se hayan forjado identidades previamente.[9]

La noción de identidad, tanto como la de comunidad, es uno de los conceptos con  mayor contenido simbólico, ideológico y político. La identidad explica en gran medida  la proyección de los sujetos en el espacio y en el tiempo. Al mismo tiempo, ayuda a  explicar la forma en que la comunidad se construye. Cada persona por identificación y/o  rechazo con un otro con el que comparte un mismo escenario termina por asumir una  identidad que en la sumatoria final, termina por ser comunitaria. Así, la comunidad  también es producto de las contradicciones propias de las relaciones interpersonales. Al  mismo tiempo, la identidad también es perfilada por la percepción de unos “otros”, que  no se sienten parte del “nosotros”. Sin embargo, estos mecanismos suceden sin que  alcance el hombre a comprender de forma consciente la trascendencia social e histórica que tienen.

A nivel estructural estas construcciones identitarias, excluyentes o integradoras, se  dan en determinado contexto jurídico-político (previamente establecido), siempre pasible de ser renegociado por la emergencia de nuevos actores políticos o por el  reacomodo de los roles asignados a los existentes.  

No debemos subestimar a los subalternos: los pecheros eran los exclusivos  integrantes de su sector, pero no por ello dejaban de sentirse parte de un todo mayor.  Las cartas que mandaban a los reyes y el diálogo que lograron mantener con la  monarquía, son una prueba de que también se sentían parte integrante y fundamental del  reino. Si bien es cierto que su participación en el sistema político concejil no tenía por  norte la abolición de su condición de no privilegiados, insistían en pedir que se respetara  y garantizara su presencia tanto en la formalidad de las reuniones del consistorio como  en el marco más general que significaba el proceso de toma de decisiones, lo que en el  largo plazo sí iba a desencadenar objeciones de fondo al status quo vigente con el  fortalecimiento del fundamento representativo de las lógicas políticas.  

En este sentido, también la mayor presencia de la corona en la documentación de  los siglos XIV y XV indica la reestructuración del sistema político en la Baja Edad  Media, en la medida en que la monarquía aparece como un actor político que confronta  y negocia con los demás actores políticos del reino.  

La identidad estaría así nutrida por unas pautas culturales compartidas que  identificaban al conjunto en tanto permitían articular redes vinculares, formas de  percepción y prácticas sociales que retroalimentaban lo colectivo por sobre lo  individual.  

La documentación municipal bajomedieval permite distinguir identidades  sectoriales que abonaron una cultura política propia de los subalternos. En este sentido,  cobran especial relevancia interpretativa los mecanismos políticos de acción/resistencia  desarrollados, y aunque no observemos en el período resultados grandilocuentes, estos  mecanismos de resistencia diarios se reconvirtieron en fórmulas políticas que ejercitaron  la organización vecinal de los sectores populares.  

Para que esta forma cotidiana de resistencia cobrara sentido, había que modificar  el sentido de la acción política. Si bien es cierto que la resistencia cotidiana no se  insertaba dentro del ejercicio formal de la política, claro está que no podemos negar la  condición de “político” a cualquiera de estos mecanismos alternativos. Se trata de un  nivel sutil de la acción política, uno de los tantos en los que puede ser desgajada.

Pensados bajo el presupuesto de las lógicas comunitarias como un factor clave del  despliegue de estrategias políticas, los campesinos asumirían así un nuevo perfil: el de  arquitectos de su sector.

Conclusiones

El análisis tanto de lo dicho como de lo silenciado por los vecinos, en el contexto  del funcionamiento de redes de vecindad, permite sacar a luz el carácter específico y  articulado de las denuncias y de las estrategias de presión y de negociación planteadas  por el Común frente a la concentración de los cargos regimentales que lideraron las

oligarquías villanas. Es claro que el período abordado con este tipo de herramientas y  desde estos ejes de abordaje metodológico, permiten argumentar la existencia de  fórmulas políticas populares, en sociedades estamentales que estaban comenzando a  resquebrajarse. Es por ello que cobra sentido plantearnos preguntas como las que  siguen: ¿la voz de quién mediaban los representantes del sector?, ¿la voz de la  comunidad o la voz particular de cada uno de ellos?; ¿existía una comunidad de vecinos con objetivos políticos en la Castilla pre-comunera?

La identificación de una identidad política de los sectores no privilegiados  implica, a nivel discursivo, la identificación de un otro. Sin embargo, no debemos  suponer que esa identidad deviene de una resignificación de la retórica política emanada  desde el poder central, dado que constituiría una perspectiva reduccionista. Lo que tal  vez debamos hacer es cuestionarnos: ¿hasta qué punto el discurso político de los  subalternos era autónomo respecto de la retórica política de la monarquía?; ¿bajo qué  parámetros discursivos es reflejada la identidad política del Común?; ¿cómo entendían  lo político?

Como las prácticas discursivas son construidas socialmente, su análisis permite el  acceso a los códigos de una identidad política que en la Baja Edad Media, anida en las  costumbres, los dicho y lo no dicho, en la memoria y en las tradiciones y en los valores  compartidos por un colectivo específico que desarrolló una forma particular de  interpretar el pasado y el presente que vivía, a través de canales y vías de comunicación  que ellos mismos habían construido generación tras generación.  

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Silvina Mondragón es Licenciada en Historia por la Universidad Nacional del Centro  de la provincia de Buenos Aires y Doctora en Historia, por la misma universidad. Está  especializada en Historia bajo medieval y temprano moderna. Sus estudios se han  abocado a los mecanismos de participación y de resistencia política de los sectores  subalternos en Castilla pre comunera. Miembro del Consejo Directivo del Centro de  Estudios Sociales de América Latina, del Comité Editorial de Cuadernos Medievales de  la Universidad Nacional de Mar del Plata e investigadora del Programa  Interinstitucional “El Mundo Atlántico en la Modernidad Temprana”, radicado en la  Universidad Nacional de La Plata.

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[1] Es un presupuesto lógico ya que las reformas municipales del siglo XIV obturaron la posibilidad de  participación política de los pecheros: se les negó el acceso a los oficios concejiles al tiempo que se  desataron fuertes luchas de los procuradores pecheros por conseguir que se les permita estar presentes en  las sesiones que tratasen temas de su incumbencia; Martínez Moro (1985: 153).

[2] Pueden estar diferenciados por una multiplicidad de variables: por ejemplo por cuestiones económicas  como la participación de algunos campesinos enriquecidos en la gestión de la renta o por cuestiones  político - culturales perfiladas a partir del lugar de residencia: la vida en el concejo cabecera o en la tierra  de éste daba lógicamente resultados diferentes en cuanto al grado de participación o incidencia política  del sector en sus respectivos concejos.

[3] Abundan en la documentación castellana tardomedieval disputas por exenciones de pechos, entre las  cuales los pleitos de hidalguía adquieren un lugar predominante. Sólo citamos algunos ejemplos: Luis  López (2001: docs. 4, 7, 22, 29); Monsalvo Antón (1995: doc. 44).

[4] “El término Común se utilizaba en Castilla medieval para reconocer al conjunto de vecinos pecheros de  la población urbana que habitaba de un modo estable en la ciudad y desempeñaba en ella principalmente  actividades laborales de artesanía, comercio, agricultura, ganadería y sector servicios”, (Asenjo González,  2004). El relevamiento documental muestra en qué medida es variada su composición. Por caso, los  procuradores pecheros no representaban a un colectivo social o económicamente homogéneo, sino que  ellos mismos daban cuenta discursiva de cierta jerarquía, por mínima que fuera. Su límite superior podría  ser el "hombre bueno" que aparece reiteradamente en la documentación (rico o pobre, pero que  mínimamente fuera labrador). Para pertenecer al Común, se debía contar mínimamente con el  reconocimiento de vecino. Pero de ninguna manera el Común reunía a los vecinos de una misma  condición socioeconómica. Por otra parte, los extraños al concejo (pobres o ricos), si no eran reconocidos  como vecinos, no figuraban en el padrón de pecheros y, por ende, no tenían derecho a ningún tipo de  representación.

[5] Asenjo González ha reivindicado el estudio del “Común” en su propia dinámica política y en su propio  contexto histórico, en pos de evitar una mirada teleológica asociada a la guerra de las comunidades. Una  evidencia de su naturaleza feudal, sería su activa y fundamental participación en la recaudación de las rentas (Asenjo González, 2014: 73).

[6] (Hespanha, 1989: 99).  

[7] “La vecindad derivaba del nacimiento en la población o de la habitación en ella por cierto tiempo  (encendiendo fuego en la villa o ciudad, es decir, creando un hogar)acompañadas estas condiciones de la  circunstancia de ser propietario en el lugar de bienes inmuebles (tener rayz) y de la admisión como vecino  por el Concejo, y suponía para el vecino la protección del fuero local, el disfrute de los bienes comunales  y la participación en el gobierno municipal”, (García de Valdeavellano, 1968: 543).

[8] Desde el ya clásico aporte de Habermas (1981) Historia y crítica de la opinión pública. La  transformación estructural de la vida pública; se sucedieron una importante cantidad de trabajos que  ahondaron en la cuestión de la representación simbólica de significados atribuidos a determinados  tópicos, sobre todo políticos. En el ámbito hispanoparlante, fueron significativos en términos  historiográficos, y por citar solo algunos ejemplos, los trabajos de Roger Chartier (1992; 1995), Mona  Ozouf (1976), Robert Darnton (1984), Pierre Bordieu (1985).

[9] “El análisis del espacio público debería empezar con el reconocimiento de que su localización es  estrictamente en el imaginario político. El espacio público es una ficción que, puesto que puede aparecer  como verdadera, ejerce fuerza política real”, (Sevillano Calero, 2005: 189).

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