Escenarios de ilusión. Prácticas sociales y de consumo en los casinos de Mar del Plata entre las décadas de 1930 y 1950.
Marcelo Pedetta
Centro de Estudios Históricos, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina
mpedetta@gmail.com
Recibido: 01/09/2018
Aceptado: 18/12/2018
Resumen
Desde sus inicios como centro de ocio, Mar del Plata tuvo entre sus principales atractivos las salas de juegos. A lo largo del tiempo estas funcionaron en diversas locaciones, todas ellas situadas en el corazón material y simbólico de la villa (luego ciudad) balnearia: desde el Hotel Bristol, pensado como un hotel – casino, pasando por la Rambla Lasalle, clubes como el Pueyrredón o el Mar del Plata, para finalizar en un edificio propio, construido para ser “el casino” de la ciudad.
Indagaremos en las prácticas sociales y de consumo que se desarrollaron en dichos escenarios desde comienzos de los años ’30 hasta finales de los ’50. A lo largo de estas tres décadas tanto Mar del Plata como el país cambiaron por completo su perfil económico, social y político. Nuestra intención será ver cómo se manifiestan estos cambios en los casinos. El foco estará puesto en quienes concurrían a salas: ¿a qué sectores sociales pertenecían? ¿Cómo se comportaban? ¿Solo iban a jugar? ¿Todos iban a jugar?Palabras claves: Mar del Plata, casinos, prácticas sociales y de consumo.
Scenarios of illusion. Social and consumption practices in the casinos of Mar del Plata between the decades of 1930 and 1950.
Abstract
From its inception as a center of leisure, Mar del Plata has had as it main attraction the gaming halls. Throughout time, these have functioned in diverse locations, all of them situated in the material and symbolic heart of the city: from Bristol Hotel, thought as a casino-hotel, places like Lasalle Rambla, Pueyrredon and Mar del Plata Clubes, to end up in a building of its own, intended to be the major casino of Mar del Plata.
Along this work, we will investigate the social and consumption practices that took place at these scenarios from the beginning of the 30s up to the end of the 50s. Throughout these three decades, both the city and the country completely changed their economic, social and political profile. Our intention is to recognize the manifestations of these changes in the casinos, putting the focus on the people who attended there: to what social classes did they belong? How did they behave? They went to the casino just to play? They all went to play?
Key words: Mar del Plata, casinos, social and consumption practices.
Escenarios de ilusión. Prácticas sociales y de consumo en los casinos de Mar del Plata entre las décadas de 1930 y 1950
Introducción
Desde sus inicios como espacio de sociabilidad centrado en el ocio, Mar del Plata tuvo entre sus principales atractivos a las salas de juegos. A lo largo del tiempo, estas funcionaron en diversas locaciones, todas ellas situadas en el corazón material y simbólico de la villa (luego ciudad) balnearia: desde el Hotel Bristol, pensado por sus fundadores como un hotel – casino, pasando por la Rambla Lasalle (nombrada así por Juan José Lasalle, empresario del juego y mecenas de dicho paseo) o distintos clubes como el Pueyrredón, para finalizar en un edificio propio, construido para ser “el casino” de la ciudad.
Tal como lo hiciera María Zozaya (2016) con los clubes asociativos (que en la práctica eran salas de juego) de Madrid, este trabajo indaga en las prácticas sociales y de consumo que se desarrollaron en los casinos de Mar del Plata desde comienzos de los años ’30 hasta finales de los ’50. Durante estas tres décadas tanto la ciudad como el país cambiaron por completo su perfil económico, social y político. La crisis económica internacional con sus efectos colaterales, luego profundizados por la Segunda Guerra Mundial y los suyos, contribuyeron al cambio de paradigma que transmutó desde el modelo agroexportador hasta la industrialización sustitutiva de importaciones. Los efectos sociales de esta transformación se multiplicaron para dar cuenta del crecimiento de los grandes centros urbanos, y la expansión de los trabajadores industriales junto a las clases medias, dinamizando así las prácticas de consumo entre las que se cuenta la masificación del turismo interno (Torre y Pastoriza, 2002; Milanesio, 2014).
Nuestra intención será ver como se manifiestan estos cambios en los casinos. El foco estará puesto en quienes concurrían a salas: ¿a qué sector/es sociales pertenecían? ¿Cómo se comportaban? ¿Solo iban a jugar? ¿Todos iban a jugar? Partimos de una idea: en los años iniciales del período, en torno a las mesas se jugaba más que el dinero de una apuesta. El hecho de concurrir a un casino conllevaba en sí mismo un gesto de distinción social, de pertenencia a una determinada clase (Pedetta, 2016; Zozaya, 2016). El paso del tiempo y los cambios que este trajo aparejado, modificaron esta cuestión y también las prácticas de juego. Sin embargo, aún en los años ’50 es posible advertir que sobre los platos de las ruletas reverbera el eco de la distinción de antaño (Bourdieu, 1998).
El trabajo se basa en dos fuentes principales: la literatura (novelas, cuentos, memorias) y la prensa, en especial el diario La Capital, en cuyas páginas es posible encontrar numerosas crónicas sobre lo que sucedía en el Casino de la ciudad. Y si bien nuestro interés estará puesto en quienes concurrían a las salas de juego, los abordaremos desde una triple mirada: la del propio público, las de los cronistas de diarios y revistas y la de los empleados de casino que, desde el otro lado de las mesas, se configuran como los mejores observadores de todo lo que sucede en las salas.
Sobre la ciudad
A poco de ser fundada, en 1874, Mar del Plata comenzó a diferenciarse del resto de los pueblos agrícola ganaderos del sur bonaerense por los que estaba rodeada. Su condición de localidad costera, la ausencia de balnearios nacionales y la fascinación que las villas marítimas europeas ejercían sobre la reciente burguesía porteña fueron la combinación de factores que condujeron al desarrollo de un solar veraniego para las elites. Desde el momento en que fue re-significada como una estación de baños, la ciudad adquirió la que sería su característica principal: Mar del Plata está asociada al turismo. Ningún análisis que la tenga como objeto de estudio puede obviar este factor central.
Con esta idea como referencia, es posible identificar en la historia de la ciudad tres períodos bien diferentes entre sí. El primero de ellos corresponde a los años comprendidos entre fines del siglo XIX y la década de 1930. Por estos años Mar del Plata funcionó como una villa balnearia para las elites económico-políticas de Buenos Aires. Hacia finales de este período es posible identificar aquello que Elisa Pastoriza y Juan Carlos Torre (1999) han denominado “la pasión por la igualdad social” de los argentinos. Esta tendencia a anular los privilegios de clase e ir hacia la igualación condujo a que el balneario abriera sus puertas a un nuevo grupo de visitantes. Las clases medias comenzaron a llegar a la ciudad desde mediados de los años veinte y tendieron a imitar las prácticas recreativas de las elites, que poseían un fuerte peso simbólico. En este proceso, sin embargo, reconstruyeron y modificaron aquello que imitaban, dando lugar a la emergencia de nuevos modos de disfrutar del balneario. Finalmente, este proceso se completaría con el peronismo y la difusión del turismo social. Entre los años ’50 y ’60, profundizando la tendencia igualitaria, con la llegada definitiva de los sectores populares, Mar del Plata se tornaría una ciudad de turismo masivo.
Dentro de ese contexto, los años comprendidos entre 1930 y 1960 representan, junto al período 1895 - 1914, el momento de mayor expansión y cambio del balneario. Este desarrollo se puede apreciar en la tasa de crecimiento poblacional de la ciudad, que para este lapso supera, en términos relativos, a la media nacional y a la de Buenos Aires: los 37 mil habitantes de 1924, eran 62 mil para 1938, 120 mil en 1947 y 220 mil en 1960. Es decir que, en apenas 36 años, la ciudad aumentó su población alrededor de un 495%. Al preguntarnos por las razones de esta explosión demográfica, encontramos un elemento que diferenció desde muy temprano a Mar del Plata del resto de los pueblos bonaerenses con los que comparte su origen: su condición balnearia. Y, en efecto, una estadística complementaria de la anterior, indica que a principios de la década del ‘30 la ciudad recibía cifras cercanas a los 65 mil turistas, mientras que hacia el final de la misma ingresaban unos 320 mil visitantes por temporada, en 1946 el número rondaba los 500 mil y cuatro años más tarde se había duplicado. En veinte años el crecimiento porcentual fue cercano al 1500% (Pastoriza, 1993: 28).
Breve periodización de las salas de juego en Mar del Plata
Desde el surgimiento de la villa balnearia en el cuarto final del siglo XIX, el casino ha sido uno de sus principales atractivos. Su trayectoria se puede dividir en tres etapas (Pedetta, 2016), coincidentes a grandes rasgos con la división expresada para la ciudad.
La primera de ellas transita entre 1889 (año de apertura de las salas de juego del Hotel Bristol) y 1936, cuando, bajo el signo de la restauración conservadora, se produjo la llegada de Manuel Fresco al gobierno provincial. Mientras el casino funcionó en las instalaciones del Hotel Bristol, el papel del Estado osciló entre propiciar el desarrollo de una actividad rentable y la censura de una práctica considerada como moralmente reprobable. Durante este período las ganancias que el juego produjo no fueron captadas por las arcas estatales. Los beneficiarios eran los empresarios del juego y los comerciantes de la ciudad. La importancia del casino como atracción turística quedó en evidencia en aquellas temporadas en las que estuvo cerrado (1927 – 1928) y la afluencia de veraneantes disminuyó considerablemente.
El comienzo de la segunda etapa coincidió con la llegada de Manuel Fresco al gobierno provincial (1936) y con el cambio de carácter que experimentó Mar del Plata al dejar de ser una villa balnearia exclusiva para convertirse en una ciudad turística de masas. El casino paso de ser un exclusivo salón administrado por particulares y frecuentado por los hacendados más ricos del país, a transformarse en una de las salas de juego más grandes del mundo, administrada por el estado y frecuentada por las masas que veranean en la ciudad. En esta nueva etapa, como una premonición de la Argentina que vendría, el papel del Estado se tornó más activo y si bien el casino fue concesionado, la participación gubernamental en las ganancias fue mayor (Leiva, 2002; Pedetta, 2012). En este contexto, el Casino es representativo del proceso de democratización e intervencionismo estatal que vivió la ciudad a partir de los años ’30 del siglo XX. Es decir, las salas de juego, cuyo origen estaba estrechamente vinculado con la condición de “villa aristocrática” de la ciudad, comenzaron en los años ’30 a recibir un público diferente al que hasta entonces jugaba en sus mesas.
La tercera etapa comenzó en 1944, cuando los casinos de todo el país fueron nacionalizados mediante un decreto que declaraba caducas las concesiones otorgadas por los gobiernos provinciales.[1] En el caso de la provincia de Buenos Aires, se anulaba la concesión que Fresco había otorgado en 1938 a la empresa U.K.A. (Unión Kursaal Argentina), y que cedía la explotación de las salas de juegos de Mar del Plata, Miramar y Necochea por un período de diez años a cambio que financiara la construcción del edificio propio del Casino, el Hotel Provincial y la Rambla Bristol, diseñados por el arquitecto Alejandro Bustillo. Al año siguiente (1945) fue creado el sindicato de los casineros.
El juego en las salas privadas.
¿Qué circunstancias permitieron que en Mar del Plata hubiera casinos que, aunque contravenían las generales de la ley, funcionaban sin ser objeto de clausuras? ¿Por qué esta situación no se hizo extensiva a otras localidades de la provincia de Buenos Aires? La respuesta a estos interrogantes parece estar en dos de las características diferenciales del balneario. La primera es su carácter de tal; siguiendo las tradiciones y costumbres europeas, Mar del Plata, como centro turístico, y especialmente, como balneario marítimo, era el lugar menos inconveniente para la instalación de un casino. Tanto sus pares europeos como uruguayos y brasileños contaban con ellos, como lo demuestran los estudios de Robert Miller (2014) para el caso de Monte Carlo, Irene Vanquinhas (2012) para Figueira da Foz, María Zozaya (2018) para los casos españoles, Nelly Da Cunha (2010) para Montevideo o Dario Luiz Dias Paixão (2005) para Río de Janeiro.
Y decimos “menos inconveniente” porque las salas de juego, aunque solo funcionasen en las estaciones balnearias, seguían siendo objeto de condena moral por gran parte del elenco estatal y la opinión pública. Pero, además, Mar del Plata, a partir de la apertura del Hotel Bristol, se configuró como el espacio de ocio elegido por las elites. Y entre las costumbres de consumo y ocio que estas habían aprendido en Europa, se encontraba la del juego. De hecho, un hotel de las características del Bristol llevaba implícita la existencia de un casino y este estuvo contemplado desde el comienzo mismo del proyecto. Otra cuestión que refuerza esta idea es que el resto de los proyectos de centros turísticos estructurados en torno a un hotel de lujo que se levantaron en la época, contaban, entre los servicios del mismo, con un casino (Mar del Sur, Sierra de la Ventana, Alta Gracia, Puente del Inca).
¿Qué sucedía en esas salas? ¿Cómo era una velada de juego? La reconstrucción no es sencilla. Más allá de la escasez de fuentes, aquellas de las que efectivamente disponemos se encuentran atravesadas por un discurso condenatorio respecto del juego. Un ejemplo claro es la novela de Juan José de Soiza Reilly, Las Timberas. Bajos-fondos de la aristocracia.[2] Escrita en los años de entreguerras, en ella el juego es una metáfora de la decadencia (tanto moral como económica) de una determinada clase social. Ambientada entre Buenos Aires y Mar del Plata, constituye una detallada caracterización sobre las prácticas y el ambiente del juego. Una suerte de hendija desde la que espiar ciertas prácticas de la alta sociedad. ¿Quiénes jugaban? ¿A qué, donde, como, por qué?
Las Timberas
Esta novela es un relato sobre los aspectos más oscuros de las elites argentinas de las primeras décadas del siglo XX. Los protagonistas principales son el escritor Ataliva, de 40 años y la bella Celita, de 20. Él, por ser tan crítico de su propio círculo social es tratado con cierto desdén. Ella, nieta de un hombre emprendedor y esforzado que había construido una fortuna a base de trabajo duro, e hija de un hombre aristocratizado, que vivía de las rentas heredadas y que, junto a su esposa, había perdido gran parte del dinero en el juego. Disfruta sin freno de las últimas monedas de lo que fuese una fortuna importante.
Otros dos personajes de Las Timberas son la viuda y la hija del General Las Tejas, propietarias de las ruletas que funcionan tanto en Buenos Aires, durante el invierno, como en Mar del Plata, en verano. El difunto General participó activamente de la expansión de la frontera hacia el Sur, por lo cual se hizo acreedor de excelentes tierras en la provincia de Buenos Aires, y de un prestigio que excedía su figura y se proyectaba sobre su familia. Tras su muerte, su viuda, incitada por la hija, había cometido un grave error – según señala su autor -, veraneando en Mar del Plata, había probado la ruleta, “un cementerio de 36 sepulcros”. A partir de entonces, la fortuna dejada por el General había sido despilfarrada en el juego por su mujer y su hija, a las que solo quedaba el ilustre apellido. Decididas a no caer en desgracia, ambas mujeres habían montado en su casa un casino clandestino que funcionaba bajo la fachada de las reuniones sociales y que les entregaba grandes ganancias. Son ellas quienes encarnan el elemento más negativo de la figura decadente de las elites.
De acuerdo con la tradición de la literatura de corte realista, las salas de juegos se sitúan en Mar del Plata. El juego es parte importante de los ritos estivales en los balnearios de aguas frías, los casinos son para la noche lo que la playa es para el día. Su característica principal es el espíritu a la vez festivo y decadente. Allí nada es real, sino que funcionan como una gran puesta en escena en la que todo es superficial, todo actuado, un escenario en que todos participan a la vez como protagonistas y público: un lugar para ir a mirar y a ser mirados.
Si la viuda y la hija del General Las Tejas representan la decadencia de las familias tradicionales de las élites criollas, los personajes de Celita y sus padres encarnan otra variante de burguesía decadente. Su apellido, Krunisky, revela su doble condición de inmigrantes y judíos. El padre de Celita, el Doctor Krunisky, ha conseguido su riqueza basándose en su destreza como abogado y ha tenido que rogar para ser aceptado en el Jockey Club, símbolo de pertenencia a las élites (procesos similares han sido estudiados para casos europeos, como el País Vasco [Alonso Olea, 2003] o París [Pinçon y Pinçon-Charlot, 1989]). Luego de reiteradas negativas encontró una peculiar vía de acceso: gracias a su fortuna logró ser admitido en las mesas de ruleta de Las Tejas, donde el linaje importaba menos que la billetera. Una vez allí entabló un contacto estrecho con aquellos círculos a los que tanto anhelaba pertenecer y fue admitido en el club. Pero pagó un alto precio por sus ambiciones: el juego lo atrapó. Cuando lo perdió todo, se dedicó a conseguir amantes ricos para su mujer y luego, un buen matrimonio por conveniencia para su hija.
Si bien ambas familias (Las Tejas y Krunisky) son dos caras de la misma moneda, Soiza Reilly se detiene en detallar aquello que las diferencia: los modales. Aun en un ambiente decadente, falto de toda moral, las mujeres de la familia Las Tejas saben guardar ciertas apariencias y reglas de conducta. El Doctor Krunisky, al fin y al cabo un “nuevo rico”, no. Es por ello que, en una de las escenas centrales de la obra, al perder la compostura por una cuestión de juego no duda en asesinar, delante de toda la concurrencia, a otro habitué de las salas.
El episodio da pie al autor para introducir una nueva crítica a las costumbres de estos círculos sociales. Ante el desconcierto inicial por el asesinato, Ataliva propone llamar a la policía. Todos se vuelven hacia él ofendidos: en los asuntos de las elites, la policía no interviene. La mera mención de la fuerza pública equivale para la dueña de casa y su concurrencia selecta a una comparación con la más baja delincuencia. Todo debe ser tapado frente a la opinión pública, los que pertenecen al círculo deben ser solidarios con sus secretos.
Esta imagen del juego como algo malo que además conduce hacia lo peor (una muerte sin amor) entronca a Las Timberas con una familia de textos, tanto literarios como ensayísticos, escritos en la misma clave, como las obras de Jaime de Guzmán y Clarafuente, del General José María Sarobe o las novelas de Irene Némirovsky y de Enrique David Borthiry.[3] Esta serie de escritos, sumados a la visión negativa de la opinión pública dejan flotando el interrogante acerca de las razones por las que, a lo largo del siglo XX, la práctica de los juegos de azar fue en constante aumento. Y es Anatole France, que a contramano de la mayoría tenía una opinión favorable sobre estas prácticas, quién ofrece una respuesta tentativa:
“Los jugadores juegan como los enamorados aman, como los borrachos beben: inevitablemente, ciegamente, bajo el imperio de una fuerza irresistible. Hay seres consagrados al juego, como los hay consagrados al amor… sin duda en el juego hay algo que agita profundamente todas las fibras de los audaces. Poner a prueba la suerte no es una voluptuosidad insignificante, y es un placer embriagador sentir en un segundo meses, años, toda una vida de inquietud y esperanza.”[4]
Las memorias de un empleado del Casino marplatense: “40 años de escolaso”
La mayor dificultad que presenta la obra de Soiza Reilly es la forma en que están exagerados los personajes y las situaciones vinculadas al juego. Podemos conjeturar, con bastante certeza, que para el común de los concurrentes a los casinos, las situaciones descriptas en la novela eran una excepción más que una norma. Si bien esto se entiende en el marco de un mensaje moralizador, desfigura aquello que aquí intentamos reconstruir. Para matizar esa dificultad, recurriremos a las memorias de I.A. Coluccini, quien trabajó en las salas de juego marplatenses entre 1934 (comenzó a los diez años, como cadete en el Hotel Bristol) y 1985 cuando, siendo Subgerente de Juego, falleció.
Las referencias al “casino privado” abundan en las memorias de Coluccini y aportan ciertos datos concretos y reveladores como los referentes a los horarios de funcionamiento de los juegos. Igualmente reconstruye las relaciones clientelares entre los “banqueros” (los hermanos Solá y los Machinandiarena) y sus “clientes”:
“Era prácticamente el paso obligado de los turistas que se alojaban en el Hotel Bristol. Era una norma concurrir, después del almuerzo (…) El horario de funcionamiento era desde las 14 hasta las 2 ó 3 de la madrugada para el juego de ruleta. Para los juegos carteados estos horarios se extendían hasta una hora más. Pero no crea que estos horarios se respetaban siempre, porque frecuentemente eran quebrantados a solicitud de los apostadores y, ante estos pedidos, los banqueros accedían. Especialmente cuando se trataba de extender los juegos carteados, los que – a veces – funcionaban hasta altas horas de la noche o, mejor dicho, hasta tempranas horas de la mañana.”[5]
En esa misma dirección, el relato de Coluccini también es revelador de otra práctica que caracterizaba aquellas salas “selectas”. El modo de apostar sin fichas ni dinero, lo que se conocía como las paradas anunciadas:
“Estos señores, por lo general, gozaban de absoluta licencia para pedir crédito, sin necesidad de concurrir a la administración del casino… realizaban sus apuestas sin la necesidad de colocar las fichas, bastaba solamente que anunciaran en voz alta: ‘van mil pesos a colorado’ ó ‘va el máximo al cuadrante del cinco’. Y el Jefe de mesa, dentro de los límites de la tolerancia, contestaba ‘Van’.”[6]
Otro interrogante que nos hemos formulado en reiteradas ocasiones es sobre las posibles diferencias de género dentro de los casinos. Al consultar distintas fuentes, hemos podido ver que tanto hombres como mujeres jugaban por igual. Sin embargo, el testimonio de Coluccini sobre las salas privadas echa luz sobre ciertas prácticas poco difundidas:
“…los banqueros privados…pusieron en práctica un nuevo sistema para separar de las mesas de juego el control que pudieran ejercer las propias mujeres a sus maridos y habilitaron una sala de juego exclusivamente para las damas. En esa sala se instalaron mesas de ruleta, con un mínimo a cualquier ‘chance’ de un peso, mesas de Punto y Banca, mesas de Caballitos y mesas del juego que se les ocurriese a condición de que en esa sala no ingresase nadie que no fuera del sexo femenino.
Esa innovación fue muy aceptada, ellas, para vestir entre sus pares sus mejores vestimentas, y hacer ostentación de sus mejores joyas y los caballeros para quedar libres y poder así efectuar sus apuestas sin ese riguroso control de la mujer, que de esa manera nunca podía saber el resultado final de ganancias o pérdidas. Por otro lado, no estaban sujetos a mantener rigurosamente sus acostumbrados modales, especialmente cuando el azar no estaba de parte de ellos. Así, en ese estado de libertad absoluta, era muy frecuente escuchar insultos”[7]
Enrique Loncán y la conquista del juego
Pero el mundo descripto por Coluccini no estaba destinado a durar. Quien mejor percibió la inminencia de los cambios fue el escritor Enrique Loncán (1891 – 1940). Anticipándose unos (pocos) años a las transformaciones que sucederían con la llegada de Fresco al gobierno provincial, Loncán utiliza las salas de juego de Mar del Plata para dar cuenta de los cambios sociales en curso. En “Pira del olvido. Pira del recuerdo” se detiene especialmente en un hecho vinculado a Mar del Plata que resume los significados sociales de aquel momento histórico. El punto de partida es la descripción de un acontecimiento insólito, cuando hacia finales de los años ’20, comienzos de los ’30, los antiguos empresarios de las ruletas de Mar del Plata (Juan y José Lasalle e Inocencio Echeverría), quemaron la totalidad de los créditos de sus deudores por un valor de tres millones de pesos. Ellos habían explotado el juego desde finales del siglo XIX y, viéndose presionados por la prohibición decretada por el gobierno provincial en 1927, decidieron traspasar el negocio a Pablo Borges, Félix Solá y Silvestre Machinandiarena (las salas reabrieron sus puertas en forma legal a partir de 1931).
El acontecimiento del traspaso de la ruleta y el casino a nuevas manos fue percibido por Loncán como la representación de una frontera epocal: de un lado permanecían los viejos habitúes de las salas y sus deudas de juego junto a los empresarios que los habían “cobijado”, del otro los nuevos: los nuevos empresarios, los nuevos visitantes, las nuevas prácticas:
“Aquellas fichas habían cambiado de manos. Y estas manos tenían dedos distintos. Los que derramaban con señorial desprendimiento, se habían esfumado, ya no estaban... Ahora son toscos, ásperos, sudorosos los dedos que aprietan las fichas fuertemente. Mucho les cuesta obtener el dinero para desbaratarlo a tontas y a locas. Son los que, entre muchas vigilias y privaciones, han llegado de la oscuridad y traen sobre sus espaldas el mensaje de la dura ascensión. Mientras antaño, en las madrugadas del viejo Bristol, vestidos de etiqueta, en los últimos pases del baccarat, aquellos señores esperaban la salida del sol, estos recién se levantaban somnolientos para comenzar la oscura faena. Un mundo nuevo se abría para ellos. Si te fuese dado hoy día contemplar el espectáculo del Club Pueyrredón de Mar del Plata, el tropel humano de personajes anónimos que se precipitan a codazos sobre las mesas, el conjuro más inesperado de rostros desconocidos que pueden reunirse en un lugar público, la variedad impresionante de razas, voces, maneras y vestiduras, toda esa sofocada concurrencia que salvo en raras excepciones siente el asombro de su propia expectabilidad y economiza las fichas menores como si fueran gotas de su propia sangre, comprenderás como es cierto que en la densa columna de humo emanada de aquella pira se han ido, acaso para no volver, las aficiones y los caracteres, los defectos y las virtudes, el predominio y el privilegio de una determinada clase social.”[8]
Signada por un pasado que se disipaba al calor de los cambios que transformarían al país y al mundo a lo largo de la década de 1930, Loncán describe la vida social en momentos en que la Argentina “pensaba y vivía de otra manera”. Se esfumaban en el recuerdo aquellas noches de verano en el viejo Bristol, cuando todos los tentados conocidos de la República tuvieron en aquellos banqueros un crédito, amplio e inagotable.
“Pira del recuerdo, pira del olvido”, es además un texto que se destaca por otra cuestión. A contramano de la mayoría de los textos que abordan el tema del juego, este prescinde de la condena moral. No hay allí nada que reprobar. Lo interesante es que en lugar del reproche surge otra atmosfera. ¿Y qué es lo que la caracteriza? Desaprensión, alegría, despreocupación por el porvenir, derroche, fiesta, exceso. Y también nostalgia por un pasado que ya no será.
Una muestra de todo ello es el destinatario de la epístola, el interlocutor silencioso de Loncán: Benjamín “Payo” Roqué (1865 – 1930). Miembro de una familia aristocrática de Córdoba, se mudó a Buenos Aires en 1886 acompañando a su amigo Miguel Juárez Celman, elegido presidente de la República. Sin ocupación conocida, era una figura prominente en la sociedad, con fama de “dandi” y asiduo concurrente de las fiestas y reuniones de la aristocracia en aquellos años.
Hay quien afirma que su figura inspiró a Enrique Cadícamo al escribir la letra del tango “Shusheta”, también llamado “El aristócrata”.[9]
3. El Casino en manos del Estado durante los años peronistas.
En el contexto de los años peronistas y el incremento del consumo que estos supusieron para los sectores populares (Milanesio, 2014), la década de 1950 fue, para Mar del Plata, un período de fuertes transformaciones sociales. Transformaciones que se hicieron visibles en distintos escenarios. La playa Bristol fue conquistada definitivamente por un turismo masivo (Bartolucci, 2004). También el casino y sus salas de juego. Nuevos conjuntos de visitantes, cada vez más numerosos, tuvieron la posibilidad de concretar el sueño de unas vacaciones junto al mar y un lugar en las doradas arenas durante el día y en las mesas de apuestas, por las noches. Voces e imágenes nos permiten recomponer los fragmentos de nuevas formas de articular temporalmente las experiencias individuales desde la figura del turista, en la nueva Rambla Bristol-Casino, en las playas Bristol y Popular, como también, junto a una pluralidad de actividades, en los salones del inmenso casino diseñado por Alejandro Bustillo. Todo lo moderno se experimentaba en el balneario: vestimentas, juegos, consumos, objetos, gustos, deportes.
Tanto la playa como el juego, escenarios privilegiados para el ocio, reflejaron claramente los cambios del público y la nueva sociabilidad y consumo. En la primera, se abandona la palidez como marca de distinción que las elites defendían adoptando paulatinamente el bronceado ahora instalando como símbolo de prestigio que diferenciaba el acceso que algunos tenían a estos bienes sociales. A la vez, las modas en vestimentas y usos sociales llegadas de Estados Unidos y el viejo Continente, invadían las playas. A lo largo del siglo las sucesivas modas fueron aligerando aquellas normas rígidas que prescribían trajes de baños que cubrieran el cuerpo desde el cuello a las rodillas. Como lo demuestra Graciela Zuppa (2004), las famosas ilustraciones de Guillermo Divito tanto en Chicas Divito y El otro yo del Sr. Merengue editadas en la Revista Rico Tipo, como las andanzas de Isidoro en Mar del Plata –el decadente dandi porteño creado por Dante Quintero- van construyendo un universo en el que el veraneante se aproxima a un mundo de distracción, entretenimiento y consumo placentero.
En el Casino, las innovaciones resultaron frecuentes desde que pasó a depender del gobierno nacional. Una de las medidas sería fundamental para posibilitar una mayor y más heterogénea concurrencia: hacia finales de 1950 se dispuso la supresión gratuita de carnets a personas que generalmente debían acreditar su solvencia económica, determinándose el nuevo régimen de pagar entradas. Aunque también, de manera más reducida, se prosiguieron entregando carnets, pero no gratuitos. En los fundamentos de la medida -en todas las épocas se trató de impedir que concurrieran al Casino personas radicadas en Mar del Plata de manera permanente- , se expresó que el sistema liberaba al concurrente de toda traba al intentar conservar su anonimato. Además, la innovación implantada permitió un marcado beneficio en el aspecto económico al aprovecharse una mayor afluencia de público.
En 1952 fueron abolidas las fichas de un peso y las de menor valor pasaron a ser de cinco. Además, se cambiaron las viejas fichas de nácar y hueso, por otras de plástico, más fáciles (y económicas) de ser reemplazadas. En este tiempo quedó prohibido también hacer apuestas con los billetes sobre el paño, y las fichas debían ser cambiadas previamente. Asimismo, fueron incorporados nuevos juegos para atraer un mayor público (monte con puerta, seis y uno), aunque la atracción principal siguió siendo la ruleta.
James Bruce, ex embajador de Estados Unidos en el país entre 1947 y 1949, da cuenta del ambiente que se respiraba en el Casino por aquellos años. Desde una mirada antropológica, lo describe de la siguiente manera:
“La asunción realista de los argentinos es que el juego es una característica imposible de erradicar. El gobierno cree que es mejor obtener la mayor porción de las ganancias para sus programas de sociales y otros propósitos que tratar de limitar las apuestas. La iglesia se mantiene muda al respecto, excepto por algún editorial ocasional.
Hay 56 mesas de ruleta que se llenan en temporada, muchas más de las que ha tenido Monte Carlo. Uniformados – el casino requiere 4,500 empleados- están disponibles para hacer mandados, traer tragos y mostrar el lugar. El casino no solo tiene su propia playa y hotel de lujo, sino que también pileta de natación y baños estilo romano, playas de estacionamiento, un gran club nocturno, más un grupo de facilidades para deportes cuya capacidad total iguala a las de Madison Square Garden.
Sus teatros regularmente importan compañías de ópera y el ballet ruso de Monte Carlo. Un gran cine muestra producciones argentinas y unas pocas películas importadas.
Antes y luego de apostar, se puede asistir a una charla sobre poesía, ver una exhibición de arte, o mirar negocios de joyas. Hay hasta un lugar donde dejar los bebés con teatros de títeres y niñeras. En los halls principales del casino, decorado en gamas de grises y oro, hay hileras de mesas de juego. Se puede empezar con fichas pequeñas hasta de miles. Si se quiere apostar más fuerte hay una serie de salas más pequeñas. En ellas respetados ancianos o damas llenas de joyas con mucho dinero juegan baccarat y chemin de fer.
Aparentemente no hay jugadores amateurs entre los argentinos. Muchos de ellos, especialmente los porteños, estudian cuidadosamente sus sistemas antes de cada temporada en Mar del Plata. Cuando el método infalible no funciona las rocas de Mar del Plata pueden ser la escena de un suicidio tan melodramático como la letra de un tango. Más numerosos son los jugadores que abandonan su equipaje en elegantes hoteles y toman el micro de vuelta a Buenos Aires para planear furiosamente otro intento.”[10]
Las palabras de Bruce nos remiten a una visión de un mundo de prácticas y discursos novedosos. Un mundo visible en especial en Mar del Plata, donde ingresaban grupos sociales que clausuraban la antigua exclusividad del balneario, convirtiendo el arribo a las riberas en un símbolo de ascenso social.
Como hemos mencionado, el Casino, junto con la playa, fueron los ámbitos predilectos de atracción. Con el peronismo ensanchó la apertura de sus puertas y las colmadas salas de juego de las noches de enero y febrero, albergaron nutridas concurrencias:
“El Casino ejerce una atracción bruja sobre todos los que visitan Mar del Plata. Si es la primera vez que llegan a nuestras playas, porque es la primera y quieren conocer como corre y como se detiene la saltarina de marfil. Si ya han venido otras veces, porque quieren volver al teatro de sus antiguas hazañas para renovar éxitos o para desquitarse de inolvidables fracasos…”[11]
Claro que esta masificación no estuvo exenta de tensiones. La apertura del anexo II en las dependencias del Hotel Provincial en 1950, era una respuesta a las demandas de los antiguos visitantes de las salas que percibían la marea humana que atestaba las mesas como una invasión. La inauguración de la exclusiva (en el sentido más literal de la palabra) sala del Provincial puede ser leída como un límite a la integración social: todos tienen derecho a concurrir al Casino, pero no todos deben jugar en las mismas mesas. El nombre elegido para la sala del Provincial era “Sala de Nácar”, en el mismo momento en que las fichas de ese material eran reemplazadas por otras de plástico. Se manifestaba, ya desde el nombre, la voluntad de vincular el nuevo espacio con aquel pasado de villa aristocrática.
De todo ello daba cuenta el diario La Capital, al comunicar la apertura de la nueva sala:
“Dos años hace que febrero da al recinto ese del azar, el aspecto de un parque de diversiones en un sábado de éxito. No se puede jugar, no se puede caminar, no se puede respirar. Eso no es el Casino… Es una gran idea y una buena medida descongestionar esos salones que pierden el color y el atractivo mundano que les corresponde, por exceso de público que, para mayor desgracia, no es siempre el que le debería corresponder. El mucho público, cuando es público prudente, puede aguantarse, pero cuando la imprudencia lo distingue, resulta una pesadilla.”[12]
Esta pesadilla, este espacio donde la muchedumbre se agolpa en torno a las mesas es descripto por Enrique David Borthiry en su novela El alemán que venció a la ruleta. Borthiry, periodista y escritor marplatense, trabajó en los años ’50 como empleado del Casino. En su obra recrea la historia de un grupo de personas que, comandadas por un oficial del buque alemán Graf Spee (hundido en las costas del Río de la Plata en 1939), aprovechó ciertas falencias en las ruletas para obtener grandes ganancias a lo largo de 1951. Luego de años de uso ininterrumpido, los cilindros de las mesas de juego se habían desgastado lo suficiente para provocar que ciertos números se dieran en forma más frecuente que el resto.[13] La novela describe en detalle el clima de las salas de juego durante aquellos años, la escena que reproducimos recrea el momento en que el protagonista entra al Casino por primera vez:
“En el repleto salón de 100 metros de largo por 60 de ancho y a veces con una temperatura oscilante en los 40 grados… para los nuevos empleados… abrumados por el ruido, el calor y la humareda de los cigarrillos, con los nervios crujiendo por causa de ese ajetreo que contagia, no quedaban ganas de pensar en otra cosa que no fuera la hora de cierre de las mesas, a las 3 de la madrugada… mientras la rutina bulliciosa del Casino se repetía con sus gritos, aplausos y desesperaciones…
El hombre de traje gris entró al caluroso hall y luego a esa sala que comenzaba a llenarse de público. Extraño a ese ambiente, muy sorprendido, se acercó por casualidad a la mesa 37 y el desconcertante espectáculo le provocó fugaces mareos… todo le parecía subyugante, increíblemente alocado… jamás creyó que existiera una sala de juego tan grande como esta que ahora veía. Miró hacia los cuatro costados hasta donde pudo, pero su radio de visual resultaba cerrado por todos lados. Miles y miles de cuerpos se confundían en una masa inquieta que se balanceaba bajo el influjo de un extraño ritmo en torno de las mesas, por los pasillos, junto a las columnas. Y las voces de los talladores, unas graves, otras chillonas, y el rumor de la muchedumbre, y el rezongo incontenido de alguien que se lamentaba, y enseguida el grito de alegría de una mujer celebrando su acierto. Todo era desbordante, ensordecedor y poderoso; un mundo diferente, ajeno al de afuera aunque las mismas personas lo habitaran.”[14]
Las salas de juego de los años ’50 parecen anticipar el “hormiguero” humano de la playa Bristol de los años sesenta: el resultado final del proceso de ampliación social de la ciudad. Ambos escenarios, la playa y el Casino, se configuran como un espacio denso en personas y también en significaciones que integraban gentes del conjunto de las provincias y de los orígenes sociales más diversos.
4. A modo de cierre.
En su estudio sobre la marcada afición estadounidense al gambling, el historiador cultural Jackson Lears (2003) afirma que la identidad colectiva del país del Norte está constituida por dos narrativas enfrentadas entre sí. Las narrativas sobre la fortuna, el éxito y el azar tienen un lugar central en la construcción de la identidad nacional de Estados Unidos y se contraponen a las del orden, del trabajo y el ascetismo propio del mundo protestante. La tensión emergente entre estos dos discursos se resuelve en dos aspectos contrapuestos de una misma identidad nacional. Es esta una idea que, con matices, nos sirve para pensar el caso argentino.
La trayectoria histórica de Mar del Plata, al menos en su condición balnearia, puede ser pensada como una sucesiva ruptura del espectro social de sus veraneantes (Pastoriza, 1999). El Casino es, junto con la playa, el escenario más representativo de dicho proceso.
Mientras funcionó en instalaciones privadas, constituyó una excepción a la regla general de no permitir, en el territorio nacional, juegos como la ruleta. Esta situación fue beneficiosa para el balneario, ya que le permitió sumar un atractivo notable para sus visitantes porteños: las diferencias legales entre territorios motivaron el movimiento de gente, bienes y capitales, ayudando a crear una dinámica cultural y moral distinta a la de la ciudad capital. Así las salas de juego contribuyeron a la creación de un espacio diferencial, destinado exclusivamente durante los años iniciales a una concurrencia de elite. De esta manera, los límites de lo legal y lo ilegal, de lo permitido y lo prohibido se presentan como espacios de negociación (Schwartz, 2011), donde influye tanto la norma legal como el status social: lo que allí está prohibido, aquí está permitido.
En esta dirección, la aceptación de la instalación de las salas de juego en el balneario no puede ser explicada solo por la función turística del mismo, ni por el público que allí veraneaba. A estos argumentos, válidos por cierto, hay que sumar la ubicación periférica, limítrofe de Mar del Plata. En el balneario aislado (tanto física, territorialmente, como desde los social) que es la Mar del Plata finisecular, las pautas (morales y legales) se relajan. En este espacio que apenas acaba de formarse como tal, las reglas son flexibles. Alejarse del centro de poder es también alejarse de su férreo control, como lo demuestra la tesis de A. Cecchi (2016) al explorar la trayectoria de la timba en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires.
Si hacia finales del siglo XIX, jugar en los casinos era una práctica de los bordes (los morales y también de los del espacio físico), las gestiones de Fresco y de Perón, con sus decisiones de propiciar la creación y la masificación del Casino Central, le darán una centralidad que nos ayuda a entender los cambios sociales por lo que atravesó la Argentina entre 1930 y 1960.
Como hemos visto, tanto en el caso de la ciudad como del casino marplatense, los años peronistas profundizaron el proceso que se había iniciado en la década de 1930. El peronismo fomentó el desarrollo de los casinos, los hizo masivos, invitó a quien quisiera a entrar en ellos, a jugar, a participar de aquello que hasta entonces solo se había visto desde afuera, desde el lugar del espectador. Lo hizo de manera consciente, adrede, con el deseo de ver las salas llenas, que la mayor cantidad de gente posible tuviese la experiencia de pasar por allí, de jugar. Y fue exitoso en su cometido. Tal como nos han permitido ver las crónicas de los periódicos o la novela de Borthiry el peronismo consiguió que el espacio otrora privado y restringido, pasase a ser apropiado y visitado por las masas que ahora visitaban la ciudad.
Para que esto fuese así, resultó indispensable la experiencia previa que en la materia poseían los recién llegados. Ello explica que juegos como la ruleta, que no habían sido populares en el pasado (no eran practicados por amplios sectores sociales) fuesen adoptados en forma tan veloz y apasionada por los nuevos visitantes. El “éxito rotundo” de la ruleta nos dice mucho sobre las prácticas imitativas que, de acuerdo con Torre y Pastoriza (2002), eran parte de la tendencia igualitaria que recorrió la sociedad argentina desde sus orígenes. Si veranear en Mar del Plata poseía la resonancia de lo que había sido un signo de distinción y de pertenencia a las elites, esto se debía en gran parte por la posibilidad de acceder al Casino y una vez allí probar suerte en su ruleta.
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Marcelo Pedetta es Profesor, Licenciado y Doctor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata. Desde el año 2004 es miembro del grupo de investigación “Historia y Memoria” dirigido por la Mag. Elisa Pastoriza. Sus trabajos están centrados en la historia de Mar del Plata, específicamente vinculados a las trayectorias de las salas de juegos de la ciudad balnearia. Se desempeña como ayudante de trabajos prácticos en las Facultades de Humanidades y de Ciencias Económicas y Sociales de la UNMdP.
Pasado Abierto, Facultad de Humanidades, UNMDP se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
[1] Decreto Nº 31.090-44. En: Oliva Vélez, Carlos (director) (1979). Anales de Legislación Argentina. Buenos Aires: Editorial La Ley. Tomo IV, pp. 21 - 22.
[2] de Soiza Reilly, Juan José (2007 [1928/9]). Las Timberas. Los bajos fondos de la aristocracia. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
[3] Guzmán y Clarafuente, Jaime de (1923). Mar del Plata, veneno de Buenos Aires: crónicas y apuntes que recogió un veraneante suspicaz y bienintencionado. Buenos Aires: Gadola y Cía.Sarobe, José María (1944). El juego, grave problema nacional. Buenos Aires: Editorial Difusión. Borthiry, Enrique David (1979). El alemán que venció a la ruleta. Mar del Plata: edición a cargo del autor. Némirovsky, Irène (2008 [1929]). David Golder. Barcelona: Salamandra.
[4] France, Anatole (1960 [1895]). El jardín de Epicuro. Buenos Aires: Los libros del mirasol. p. 19
[5] Fortuna, Víctor y Coluccini, Rolando (2006). 40 años de escolaso (relato de Argentino Ítalo Coluccini). La historia del Casino de Mar del Plata. Mar del Plata: Editorial Martín, pp. 29 – 31 y 36
[6] Fortuna, Víctor y Coluccini, Rolando (2006). 40 años de escolaso (relato de Argentino Ítalo Coluccini). La historia del Casino de Mar del Plata. Mar del Plata: Editorial Martín, pp. 48 - 49
[7] Fortuna, Víctor y Coluccini, Rolando (2006). 40 años de escolaso (relato de Argentino Ítalo Coluccini). La historia del Casino de Mar del Plata. Mar del Plata: Editorial Martín, pp. 47 - 48
[8] Loncán, Enrique (1936). La conquista de Buenos Aires (últimas charlas de mi amigo). Buenos Aires: El Ateneo, pp. 392 - 397.
[9] La información sobre Benjamín “Payo” Roqué fue tomada de la siguiente página web: http://comandantesoel.blogspot.com.ar/2013/04/benjamin-el-payo-roque-greira-por-su.html Consultada el 25 - 04 - 2017
[10] Bruce, James (1953). Those perplexing argentines. New York: Longmans, Green and Co., pp. 216 - 218
[11] La Capital. 04 de enero de 1950, página 3. Hemeroteca del Archivo Museo Histórico Municipal Roberto T. Barilli, Mar del Plata. La negrita es nuestra.
[12] La Capital. 04 de enero de 1950, página 3. Hemeroteca del Archivo Museo Histórico Municipal Roberto T. Barilli, Mar del Plata. La negrita es nuestra.
[13] Un caso similar se da en España (el de la familia Pelayo) es descripto por M. Zozaya (2016: 81 – 82)
[14] Borthiry, Enrique David (1979). El alemán que venció a la ruleta. Mar del Plata: edición a cargo del autor, pp. 20 – 21.
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