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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº7. Mar del Plata. Enero-Junio 2018.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto  

El Servicio Militar Obligatorio y la “cuestión social”: apuntes para la construcción

de un problema historiográfico

Nicolás G. Sillitti

                 History Department, Indiana University, Bloomington

nsillitt@iu.edu

Recibido:        21/02/2018

Aceptado:        09/05/2018

Resumen

Este trabajo examina el lugar ocupado por la conscripción obligatoria en la formación de la identidad nacional durante las primeras décadas del siglo veinte en la Argentina. Mediante el análisis de prácticas higienistas y de alfabetización en el marco del servicio militar, propongo un acercamiento a las formas en que diversos actores sociales experimentaron y resignificaron el ideal cívico delineado por las dirigencias liberal-reformistas. Sugiero aquí que una mirada a la sociabilidad en los cuarteles permite complejizar la historia de los vínculos entre ciudadanía, nación y liberalismo en la Argentina contemporánea.

Palabras clave: servicio militar, nacionalismo, liberalismo

Military Service and the “Social Question”: Notes for the Construction of a Historiographical Problem

Abstract

This paper examines the role of mandatory conscription in the formation of national identity during the first decades of the twentieth century in Argentina. Through the analysis of hygienist and literacy practices in the context of military service, I propose the exploration of the concrete ways in which a variety of social actors experimented and re-signified the citizenship ideal delineated by liberal-reformist elites. I suggest that a close look at the barrack’s sociability helps complicate the history of the links between citizenship, nation and liberalism in modern Argentina.

Keywords: military service, nationalism, liberalism

El Servicio Militar Obligatorio y la “cuestión social”: apuntes para la construcción de un problema historiográfico

I

En enero de 1902, el popular semanario Caras y Caretas publicó una nota ilustrada con fotografías sobre la primera cohorte de conscriptos incorporada al ejército tras la sanción del servicio militar obligatorio el año anterior. El texto destacaba que “al lado de un negrito vivaracho cubierto por la gorrita de cuarteador de tramways y que canta solo una milonga compadre, va un rubiecito de reloj y galerita, de ojos celestes descoloridos y mofletes rojos.” Esa “extraña caravana”, proseguía la crónica, habría de convertirse en un digno “pelotón” sólo tras la oportuna intervención de los oficiales. Ese tránsito habría de incluir una serie de cambios más vastos para los jóvenes veinteañeros: encuentro con doctores, alfabetización y la incorporación de todo tipo de “conocimientos útiles”.[1] 

Este retrato ciertamente romántico de la vida cuartelera, reproducido en diversas narrativas oficiales y periodísticas, condensa algunos elementos fundamentales del programa de “nacionalización” encarado por las dirigencias argentinas en el cambio de siglo. Según interpretaciones historiográficas ya canónicas, los aspectos más destacados de este “proyecto reformista” estriban, por un lado, en plano político y, por el otro, en el plano social (Botana, 1977). En los últimos años, numerosos trabajos han analizado las aristas políticas del reformismo a través del estudio del sufragio y el problema de la representación del pueblo. Además, una copiosa literatura se abocó a la denominada “cuestión social” a partir de la exploración de discursos y prácticas punitivas que van desde la Ley de Residencia al desarrollo del sistema penitenciario (Zimmermann, 1995; Caimari, 2004).

 El propósito de este trabajo es colocar a la conscripción en el cruce de los aspectos políticos y sociales del reformismo liberal. Pese a que varios autores han indagado acerca de la capital importancia del ejército en la vida política argentina (Rouquié, 1978; Potash, 1981), el servicio militar ha recibido escasa atención (Rodríguez Molas, 1983; Garaño, 2010; Guembe, 2015). Propongo aquí que una exploración del lugar desempeñado por los cuarteles en la formación histórica y cotidiana de identidades colectivas contribuye a iluminar dimensiones menos investigadas de la ciudadanía y el nacionalismo en la Argentina contemporánea.

II. Liberalismo y Nación

Para comenzar, planteemos algunas preguntas al artículo de Caras y Caretas: ¿Cómo se representaban el “negrito vivaracho” y el “rubiecito de reloj y galerita” su convivencia mutua en las filas? ¿Qué tipo de vínculos establecieron, qué solidaridades los unieron y qué conflictos los enfrentaron? En suma, ¿cómo se “vivenció” dicho proceso de integración y qué significados adquirió para actores sociales variados?

Volver la mirada hacia la conscripción con preguntas de este tipo permite actualizar el debate sobre la “experiencia” como problema histórico. Esta noción, cuyos usos más prolíficos se remontan a los aportes del marxismo inglés, ha tenido un impacto desigual e intermitente en la literatura sobre la Argentina de comienzos del siglo veinte. Sostengo en estas páginas que un aprovechamiento mayor de este concepto, que alienta la reconstrucción de la trama de vínculos sociales, podría resultar beneficioso para los estudios sobre el nacionalismo argentino. Hasta el momento, buena parte de los trabajos de este campo han privilegiado los discursos e ideologías de las dirigencias, postulando así a la “identidad nacional” como una “invención” de elites letradas y burocracias estatales (Devoto, 2002; Bertoni, 2001). Al mismo tiempo, en diálogo crítico con esta perspectiva “desde arriba”, se desarrolló también un universo bibliográfico más interesado en los imaginarios del mundo popular y la vida asociativa de las clases trabajadoras (Falcón, 1984; Suriano, 2001; Camarero, 2007).

Más allá de los debates y diferencias, estas dos literaturas retratan la historia nacional –y del nacionalismo como fenómeno cultural- como la historia de una fractura irreconciliable entre dos proyectos divergentes; el de las elites (liberales) y el de los sectores populares. Así lo apunta, por ejemplo, un descorazonado Tulio Halperin Donghi (1987), a quien las imágenes de Rosas que adornaban las calles en vísperas del retorno de Perón en 1973 convencieron de la existencia de dos formas distintas de entender la nación y del escaso arraigo del liberalismo el país. El origen de esta gran divergencia, para algunos, debe buscarse en el perfil excluyente del país diseñado por el “orden conservador”, en tanto otros señalan una supuesta incapacidad de los sectores populares para adecuarse al orden republicano. En cualquier caso, todos estos análisis concuerdan en que la transición a una “sociedad de masas” a mediados de siglo se produjo sobre las ruinas del sueño liberal decimonónico. Esta es la interpretación de Ernesto Laclau (1977), para quien el derrumbe de la hegemonía de la “generación del 80” significó una reconfiguración radical de idearios y fuerzas sociales que puso fin a la dominación ideológica del liberalismo y permitió la emergencia del bloque “populista”. En la mayoría de estas narrativas, el ejército aparece como la institución que fue capaz de sintetizar corrientes anti-liberales y “anti modernas” que ganaron relevancia en el mundo y la Argentina hacia los años veinte y treinta.

 Un examen cuidadoso de la sociabilidad en los cuarteles, basado en herramientas de historia social y estudios culturales, puede contribuir en mucho a complejizar este panorama. Por empezar, permite señalar una serie de continuidades entre el “orden conservador” y la “era de las masas” y llama a matizar la supuesta debacle ideológica del reformismo de comienzos de siglo. Para encontrar esas persistencias es oportuno desplazar la atención del comportamiento político de los generales hacia el mundo –más anónimo, lento y de larga duración- de la construcción de ciudadanía y las relaciones sociales tejidas en ese proceso. En ese plano, el núcleo de principios que auspició la implementación del servicio militar permaneció firme a lo largo del tiempo. La imagen, trazada en sus aspectos fundamentales por el “liberalismo reformista”, que presentaba a la conscripción como una instancia civilizatoria, creadora de hombres patriotas y decentes, encontró amplio consenso en la sociedad por varias décadas. Más aún, fue el propio idioma de los derechos ciudadanos y la integración social el que utilizaron los impugnadores de la Argentina “oligárquica” para expresar sus demandas.

En suma, el ejército fue uno de los escenarios sobre el cual los “liberales reformistas” desplegaron su programa de transformación y, al mismo tiempo, constituyó el terreno en el que los sectores subalternos –sujetos a dicho programa- ensayaron diversas apropiaciones y relecturas de aquellos valores liberales. Al menos en el ámbito de la conscripción, este proceso de reapropiación, muchas veces basado en tradiciones y códigos culturales que poco coincidían con los de las capas más altas de la sociedad, trajo aparejada una multitud de nuevos significados y provocó cesuras en el viejo ideario liberal. Sin embargo, esas cesuras no deben ser forzosamente leídas como quiebres profundos.

III. Experiencia y ciudadanía

Analicemos, en busca de posibles continuidades, las relaciones tejidas entre estado y sociedad en la vida diaria de los cuarteles.

El servicio militar era imaginado por las dirigencias que lo implementaron como un medio eficaz para formar jóvenes argentinos “viriles” (Ablard, 2017), por lo tanto, fue un terreno fértil para el desarrollo de prácticas y discursos higienistas. La revisación médica, que distinguía “aptos” de “inaptos”, las vacunas y las conferencias sobre salud pública, constituyeron elementos centrales de la experiencia cuartelera. Esta serie de intervenciones sobre el cuerpo de los ciudadanos servía también para recabar datos críticos sobre la población, que eran luego empleados en el diseño de políticas estatales. Tal como muestra la Revista de Sanidad Militar, los informes sobre la altura y la condición física de los conscriptos alimentaron acalorados debates científicos acerca de las características definitorias de la “raza argentina”. Sobre la base de estas discusiones, el ejército constituyó un importante ámbito producción de narrativas sobre la identidad nacional en clave biologicista y racial que, en los años veinte, se sumaron a las versiones de tono cultural muy extendidas en la década anterior.

Además de proveer una fuente de conocimiento “biopolítico” para las autoridades, el ritual de las revisaciones médicas también permite adentrarse en las variadas formas en que los individuos “negociaban” sus vínculos con el poder estatal. Una lectura detenida de las fuentes ayuda a reconstruir el conjunto de tretas utilizadas por los ciudadanos para eludir el servicio. Numerosos informes dan cuenta de jóvenes que simulaban enfermedades, fingían cojeras o intentaban pasar por locos para de regresar a sus hogares. A su vez, archivos judiciales sugieren que los casos de sobornos y venta de certificados falsos de inaptitud eran también moneda corriente.

 Este tipo de actitudes se relacionan, además, con el problema más general de la deserción, una causa recurrente de preocupación para las autoridades civiles y castrenses. La bibliografía ha destacado la intensa labor de oposición a la conscripción por parte de anarquistas y socialistas, que incluyó literatura de propaganda y la organización de fugas hacia Brasil y el Uruguay (Suriano, 2001; Buonome, 2018). Por lo general, estas actividades eran parte de una activa “resistencia” ideológica al tipo de estado que estaba cobrando forma en la Argentina de entonces. No obstante, queda por indagar el mundo más corriente –muchas veces individual y solitario- de las estrategias de evasión antes mencionadas que, en muchos casos, no abrigaban una impugnación abierta al orden social, aunque, en términos concretos, contribuyesen a horadarlo. El amplio rechazo expresado en la prensa ante la difusión de casos de malos tratos a conscriptos podría interpretarse en el mismo sentido. La indignación frente a los apremios sufridos por los reclutas no es inmediatamente equiparable al rechazo del servicio militar in toto.

La dimensión de clase tampoco es ajena al fenómeno de la deserción. La conscripción fue instaurada bajo la premisa igualitarista de que en los cuarteles habrían de convivir hombres de toda condición social. Una vez más, el “negrito” de gorra de cuarteador y “el rubiecito de reloj y galera”. Sin embargo, hay suficiente evidencia para afirmar que los jóvenes de capas medias y altas contaban con más recursos para evitar el reclutamiento. Por empezar, durante los primeros años de vigencia del servicio militar la ley permitía la contratación de un reemplazo, denominado “personero”, para cumplir con el “tributo de sangre”. No obstante, la franca contradicción que esto planteaba a la retórica de igualdad llevó a la posterior abolición de este mecanismo. Aun así, las diferencias estuvieron lejos de subsanarse. Quienes disponían de algunos fondos para comprar su salida, todavía contaban con opciones de último momento para evitar la colimba o, al menos, ganarse un trato más benevolente durante su estadía. Estadísticas y reportes sobre desertores elaboradas por el propio ejército destacan el mayor grado de permanencia en los cuarteles de jóvenes de los estratos sociales más bajos. Desde el punto de vista de las autoridades, eran los muchachos de esta clase quienes aún tenían beneficios por obtener de esa estadía.

¿Cuáles eran esos presuntos beneficios? Desde la mirada estatal, aparte los aspectos higiénicos ya aludidos, la alfabetización era otro de los “conocimientos útiles” que la vida en los cuarteles proporcionaba. Desde sus orígenes, el servicio militar tuvo entre sus objetivos explícitos la difusión de habilidades de lecto-escritura entre los sectores sociales considerados “ineducados”. Para las dirigencias liberales, alfabetizar era sinónimo de nacionalización e integración social. La escuela en el cuartel contribuiría, al mismo tiempo, a formar ciudadanos modernos y a propagar el conocimiento de los símbolos y héroes del país entre habitantes de la campaña y los hijos de inmigrantes, quienes por entonces constituían una parte importante de la población.

Este vínculo entre educación y ejército precede a la conscripción obligatoria y se remonta a las discusiones decimonónicas sobre la educación de adultos. En ese sentido, las primeras iniciativas se inspiraron en corrientes de procedencia inglesa que, surgidas en el contexto de la Revolución Industrial, buscaban llevar la escuela hacia ámbitos como los talleres, en los que pudieran encontrarse hombres y mujeres que no habían sido alcanzados por el sistema formal. Hacia mediados de siglo, Domingo Faustino Sarmiento incluyó a las escuelas militares en su renovación de las estructuras castrenses con la esperanza de alcanzar a los sectores populares y, finalmente, en 1884 la Ley de Educación 1420 estipuló la creación de establecimientos educativos en fábricas, buques y cuarteles. Quedaba así más que claro el interés estatal por ligarse culturalmente con los sectores más bajos de la sociedad mediante la alfabetización. No obstante, hasta comienzos del nuevo siglo, estos intentos acabaron en fracaso debido, entre otras causas, a la escasez de recursos y al temor, común entre pobladores rurales de las provincias, de que la escuela fuese apenas una excusa para lograr enrolamientos permanentes en el ejército.

A principios del siglo XX, a tono con las preocupaciones nativistas de las dirigencias, la alfabetización en el ejército recibió renovada atención. El ámbito del servicio militar ofrecía mejores medios y mayor alcance para desarrollar estos planes. En 1909, el director del Consejo Nacional de Educación, José María Ramos Mejía, designó una comisión especial con el propósito de reformar los programas de estudio de las escuelas militares. El nuevo diseño curricular incluía asignaturas como Historia, Educación Cívica y Moral y Urbanidad además de Matemática y Lengua, que debían ser impartidas en clases semanales de cuarenta minutos. También se establecían ciclos periódicos de conferencias sobre temas higiénicos dictadas por prestigiosos médicos y sanitaristas de la república. Bajo este impulso renovador, en 1915, se publicó El Conscripto, primer manual de alfabetización diseñado especialmente para ser usado con reclutas. Según Enrique de Vedia, el autor, el propósito último era promover mediante la lectura que los jóvenes de la “gran familia argentina” profesen a la patria un amor “como el amor a la propia madre”.[2]

Un análisis atento de los libros de texto para conscriptos revela la importancia otorgada al voto en la definición de un buen ciudadano. Por lo general, estos manuales incluían máximas éticas tales como “el sufragio es un derecho y un deber” o “el individuo que vende su voto no tiene conciencia y no merece la consideración de nadie”.[3]Además, era habitual la inclusión de imágenes de hombres sufragando junto a la de jóvenes cumpliendo con su servicio militar. En síntesis, las figuras del elector y el guerrero delineaban los contornos de un ideal de masculinidad cívica que conectaba el espacio público con el ámbito doméstico.

Los balances acerca de la marcha de este proceso educativo distaron de ser homogéneos entre las propias dirigencias. Un artículo aparecido en el Monitor de Educación Común por aquellos años resaltaba con optimismo que las escuelas militares del país:

“son de vital importancia para la cultura popular, desde que devuelve a sus hogares, conscientes de sus derechos y responsabilidades, ciudadanos que al ingresar bajo banderas no tienen noción de lo que significa la Patria Argentina ni lo que por ella hicieron sus hijos predilectos como Moreno, Rivadavia, San Martín y Belgrano.”[4]

En contraste, para la misma época, el coronel Carlos Smith protestaba por el hecho de que en los regimientos fuesen más frecuentes las melodías de “trattoria” que los “cantos patrióticos”. Según Smith, el pueblo argentino era “un conglomerado híbrido y difuso” cuya alma nacional estaba a merced de “exotismos que la debilitan e impurezas que la descomponen” a causa de la influencia de los inmigrantes extranjeros.[5] Por estos motivos, no es de extrañar que el interés en extender el sentimiento patriótico mediante la lectura abarcase otras capas sociales además de los sectores “ineducados”. En 1921, el Ministerio de Guerra comenzó la publicación quincenal de El Soldado Argentino, que imitaba las revistas de consumo popular de la época. Esta revista, se distribuía gratuitamente en los cuarteles e incluía secciones de humor, fotografías y comentarios sobre la actualidad entre los que destacaban análisis de la actividad de “bolcheviques” y anarquistas. Con un marcado tono criollista, la publicación imaginaba un lector masculino de clases medias y bajas –el conscripto- al que proporcionaba relatos sobre el pasado nacional, preceptos de buen comportamiento para novios y maridos, y el retrato de la Argentina como un país donde el trabajo honesto abría oportunidades de ascenso social.

 En los años treinta, esta avidez de las fuerzas armadas por participar en la formación cultural de la Nación alcanzó también a la naciente industria del cine. Por ese entonces, el ejército y la armada colaboraron de manera activa con la producción de algunas películas como La muchachada de a bordo, dirigida por Manuel Romero y protagonizada por el cómico Luis Sandrini, que trataban de manera benevolente y pintoresca la vida en los regimientos.

Dado este vasto abanico de entrecruzamientos entre cuarteles y consumos culturales, que iban desde la literatura a la pantalla grande, es legítimo argumentar que la “colimba” alcanzó notable relevancia como institución social y fue decisiva en la larga construcción de vínculos simbólicos entre el ejército y el pueblo. En resumen, estas “notas” bien pueden concluir con algunos interrogantes que, a mi juicio, la conscripción plantea a nuestra historiografía; ¿Cómo contribuyó el paso por sus filas en la formación de identidades sociales y políticas de los ciudadanos? ¿Qué maneras de leer, sentir e imaginar la comunidad se desarrollaron a partir de esta experiencia?

IV. Palabras de cierre

Hace ya algo más de dos décadas en un trabajo colectivo sobre México, el antropólogo William Roseberry (1994) propuso una provocativa definición del concepto de hegemonía. Según Roseberry, esta idea implica la construcción de un marco común –material y de sentidos- que, más que a la formación de una ideología compartida, alude a la conformación de un repertorio de prácticas y lenguajes que construyen consensos, pero también expresan controversias y conflictos. Sugiero aquí que el servicio militar debe ser analizado en esa clave: los fundamentos que le dieron vida perduraron más allá del “régimen” en el que fueron instituidos y aportaron a la construcción de un imaginario que arraigó en distintas clases sociales. La conscripción propuso una particular articulación de las nociones de patria y nación y trazó un ideal de ciudadano alfabetizado, viril y honorable. Queda todavía camino para explorar los usos sociales de ese ideario y sus diversas resignificaciones en la vida cotidiana. El estudio de la sociabilidad en los cuarteles durante la primera mitad del siglo XX quizás sirva para matizar el quejumbroso juicio de Halperin Donghi, o la narrativa de Laclau sobre el ocaso del liberalismo argentino. Las variadas –y heterogéneas- trayectorias de conceptos como nación y ciudadanía o, mejor dicho, las múltiples formas en que estos fueron experimentados, tal vez sean indicio de la inesperada persistencia del proyecto reformista antes que de su fracaso.

Bibliografía

Ablard, Jonathan (2017). The Barracks receive Spoiled Children and Return Men: Debating Military Service, Masculinity and Nation Building in Argentina (1901-1930). The Americas, Vol. 74, N° 3, pp. 299-329.

Bertoni, Lilia (2001). Patriotas, nacionalistas y cosmopolitas. La construcción de la nacionalidad en la Argentina a fines del siglo XIX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Botana, Natalio (1977). El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Buonome, Juan (2018). El socialismo argentino y las voces populares de la prensa a comienzos del siglo XX. En Buonome, Juan y Cucchi, Laura, El Rol del Periodismo en la política argentina. Primera Parte: 1810-1930 (pp. 13-61). Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Honorable Senado de la Nación.

Caimari Lila (2004). Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1980-1955. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.

Camarero, Hernán (2007). A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editora Iberoamericana.

Devoto, Fernando (2002). Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editora Iberoamericana.

Falcón, Ricardo (1984). Los orígenes del movimiento obrero (1857-1899). Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.

Garaño, Santiago (2010). The Opposition Front against Compulsory Military Service: The Conscription Debate and Human Rights Activism in Post-Dictatorship Argentina. Genocides and Prevention Studies, Vol. 5, N° 2, pp. 174-190.

Guembe, María Laura (2015). De la ciudadanía en armas al servicio militar obligatorio. En Lorenz, Federico (Comp.). Guerras de la Historia Argentina (pp. 269-286). Buenos Aires: Ariel.

Halperín Donghi, Tulio (1987). El espejo de la historia. Problemas argentinos y perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Potash, Robert (1981). El ejército y la política en la Argentina. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Rodríguez Molas, Ricardo (1983). El Servicio Militar Obligatorio. Debate Nacional. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.

Rouquié, Alain (1978). Poder militar y sociedad política en la Argentina. Buenos Aires: Emecé.

Roseberry, William (1994).  Hegemony and the Language of Contention. En Joseph, Gilbert y Daniel Nugent (Eds.). Everyday Forms of State Formation. Revolution and the Negotiation of the Rule in Modern Mexico (pp. 355-366). Durham and London: Duke University Press.

Laclau, Ernesto (1977). Politics and Ideology in Marxist theory: Capitalism, Fascism and Populism. Londres: NLB.

Suriano, Juan (2001). Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910. Buenos Aires: Manantial.

Zimmermann Eduardo (1995). Los liberales reformistas. La cuestión social en la Argentina, 1890-1916. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

*

Nicolás G. Sillitti es Profesor de Historia por la Universidad de Buenos Aires y Magister en Investigación Histórica por la Universidad de San Andrés. Actualmente es candidato doctoral en Historia Latinoamericana por la Universidad de Indiana donde realiza una investigación sobre el servicio militar obligatorio en la Argentina. Ha publicado reseñas y artículos en revistas especializadas en temas vinculados a la historia del nacionalismo, la ciudadanía y la cultura popular. |

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[1] Caras y Caretas, 4 de enero de 1902, pp. 42-46. Biblioteca Nacional de España, Hemeroteca Digital. Recuperado de http://hemerotecadigital.bne.es/details.vm?q=id:0004080157&lang=es. Consultado: 10/02/2018.

[2] De Vedia, Enrique (1915). El Conscripto. Texto completo para las escuelas de adultos y grados superiores de la escuela primaria. Buenos Aires: Educación Nacional, pp. 7-11.

[3] Berruti, José (1914). Ayúdate! Método de lectura y escritura simultáneas compuesto para las escuelas primarias de adultos. Buenos Aires: F. Crespillo Editor, p. 40.

[4] Oliver, Horacio (1915). La escuela primaria militar. El Monitor de Educación Común, Año 32, N° 510, pp. 619-625. Biblioteca Nacional de Maestros, Sala Americana, Buenos Aires.

[5] Smith, Carlos (1918). ¡Al Pueblo de mi Patria! Buenos Aires: Talleres gráficos del Estado Mayor del Ejército, pp. 87-89.

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