Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº7. Mar del Plata. Enero-junio 2018.
ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
A la conquista de Norteamérica. Identidades en tránsito, representaciones y transferencias culturales en los raides ecuestres de la primera mitad del siglo XX
Matías Emiliano Casas
Universidad Nacional de Tres de Febrero, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
mecasas@untref.edu.ar
Recibido: 16/10/2017
Aceptado: 09/05/2018
Resumen
En este artículo se propone el estudio de tres raides que se realizaron desde la provincia de Buenos Aires hacia Norteamérica. A partir de las memorias de los jinetes, complementadas con un corpus documental de artículos periodísticos y archivos de las asociaciones gauchas que sacralizaron sus figuras, se pretende indagar elementos comunes que esbozan una suerte de patrón compartido. El objetivo específico es analizar el desempeño de los viajeros en tanto agentes culturales que, con distintas intensidades, fueron pronunciándose acerca de tópicos como: las identidades en tránsito, el panamericanismo, la representación de la Argentina y las asociaciones tradicionalistas americanas.
Palabras clave: raid; gauchos, América, identidades
To the conquest of North America. Identities in transit, representations and cultural transfers in the equestrian raids of the first half of the 20th century
Abstract
This article proposes the study of three raids performed from the province of Buenos Aires to North America. Through the memoirs of the riders, complemented by a documentary corpus of journalistic articles and archives of the gauchas associations that sacralized their figures, we investigate common elements that outline a sort of shared pattern. The specific objective is to analyze the performance of travelers as cultural agents who, with different intensities, were pronouncing on topics such as: identities in transit, Panamericanism, representation of Argentina, and American traditionalist associations.
Key words: raid, gauchos, America, identities
A la conquista de Norteamérica. Identidades en tránsito, representaciones y transferencias culturales en los raides ecuestres de la primera mitad del siglo XX
Introducción
Los raides ecuestres que se propusieron recorrer el continente americano de sur a norte en diferentes momentos del siglo XX han generado una expectativa particular entre sus contemporáneos. El carácter épico que conllevaba la esforzada tarea de cabalgar miles de kilómetros despertó una fascinación singular plasmada en la prensa de la época. Los jinetes se ocuparon de hipervisibilizar su paso por diversas latitudes y, con ello, incrementar el impacto de su trayecto. En líneas generales, las experiencias raidísticas fueron recuperadas desde sectores que pugnaron por reivindicar las proezas de los héroes y heroínas, las “memorias gauchas” sellaron sus nombres en el bronce e incluso en la actualidad son destinatarios de homenajes, conmemoraciones y reconocimientos.
En este artículo se propone el estudio de tres raides que se realizaron desde la provincia de Buenos Aires hacia Norteamérica. Lejos de detenerse en las minucias, los anecdotarios y las contradicciones que se pusieron de relieve en cada viaje, se pretende indagar elementos comunes que esbozan una suerte de patrón compartido. El objetivo específico es analizar el desempeño de los viajeros en tanto agentes culturales que, con distintas intensidades, fueron pronunciándose acerca de tópicos como: las identidades en tránsito, el panamericanismo, la representación de la Argentina, y las asociaciones tradicionalistas americanas.
Para este trabajo se recuperarán las experiencias de Aimé Tschiffely, quien cabalgó desde Buenos Aires a Washington entre 1925 y 1928, de Marcelino Soulé, que realizó el mismo trayecto entre 1938 y 1942, y de Ana Beker, quien afrontó el recorrido en 1950 y extendió la línea de llegada hacía Ottawa, Canadá, en 1954. Más allá de marcadas diferencias que podrían señalarse, resulta menester explorar los rasgos estructurales de los tres raides para comprender las funciones socio-culturales desarrolladas. Es dable remarcar que, de las tres trayectorias citadas, se matizarán las referencias a Soulé dado que hemos abordado su particular desempeño en una investigación anterior (Casas, 2015).
La pretensión de estudiar como un fenómeno compacto y homogéneo las travesías de tres personajes bien distintos, y en épocas marcadas por contextos internacionales también disímiles, implica un desafío complejo de resolver. La propia bibliografía producida sobre los jinetes evidencia una brecha notoria. En términos generales, la atención que se le ha prestado a la inaugural hazaña de Aimé Tshchiffely no encuentra punto de comparación con lo acontecido con los otros dos eventos que se reseñarán aquí. Sin embargo, en las publicaciones o crónicas editadas sí se puede hallar una conexión con respecto a la procedencia de esa literatura. Los raides ecuestres han promovido el interés, principalmente, de los aficionados a los caballos, la cultura rural y las travesías continentales. Los estudios históricos aún no han reparado suficientemente en las posibilidades que brindan esos acontecimientos para explorar cuestiones que van más allá de las propias experiencias.[1]
El enfoque que sustenta este trabajo es el delineado por la historia transnacional, que examina la circulación de personas, sentidos, ideas, textos, etc. (Bayly et al., 2006; Guilhot y Jeanpierre, 2008; Yves, 2013). Es un anclaje medular en tanto busca los nexos y las conexiones desde una perspectiva que supera las lógicas reduccionistas de las historias nacionales. A diferencia de los ejercicios comparativos que se reducen a similitudes y distanciamientos, la historia transnacional hace foco en los entramados que denotan intereses compartidos y promueven actividades en esa dirección. Para el caso de la movilidad continental motorizada, práctica extendida a partir de la década del treinta y marcada por un trayecto inverso que lanzaba a la carretera a norteamericanos ávidos de la exploración austral, esa perspectiva ha motivado una serie significativa de estudios (Ficek, 2015).
En orden a las experiencias motorizadas, diferentes investigaciones han abordado la construcción de caminos y el aumento significativo de la planta automotriz en la Argentina de los años treinta. Anahí Ballent (2005) analizó la expansión de la red nacional de carreteras durante los Gobiernos conservadores y mostró cómo cada acto inaugural era representado como una “gesta patriótica” y vinculado a la “grandeza de la nación”. En su clásico trabajo con Adrián Gorelik (2001), planteó que el desarrollo del turismo contenía un carácter integrador que, a partir del conocimiento del país, tendía a “desprovincializar a los habitantes del interior y argentinizar a los porteños”. Así, la intervención del Estado en materia de viabilidad se encontró particularmente enraizada en la reafirmación de la identidad nacional, a la sazón un tema recurrente para diversos sectores. Melina Piglia (2014) estudió la injerencia de asociaciones civiles en la promoción del turismo. En ese sentido, el Touring Club Argentino y el Automóvil Club Argentino desempeñaron un rol central en la concepción del turismo desde una perspectiva social ligada al tiempo recreacional y vacacional que tenía su correlato en incipientes políticas laborales. El impulso modernista de esas instituciones no era obstáculo para su intervención en manifestaciones criollistas que, para esa época, se consolidaban como espacios de celebración de la argentinidad. En efecto, la primera Fiesta de la Tradición realizada en San Antonio de Areco contó con la participación de las dos asociaciones que organizaron una caravana automovilística desde la Capital Federal (Casas, 2016). La articulación entre tradición y modernidad será recuperada más adelante a través de los raides presentados.
Para este análisis, se pretende anclar en el concepto de transferencias culturales. El método programático para su estudio fue presentado por Michel Espagne y Michäel Werner en 1987. Si bien abocados a los procesos de intercambios en el ámbito europeo, han sentado precedente para las investigaciones que intentan escapar a los límites geopolíticos como contornos determinantes de las problemáticas y procesos a analizar (Espagne y Werner, 1987). El trabajo sobre los flujos culturales que movilizaron los raidistas, perforando fronteras, se enmarca y contribuye, directamente, con esas perspectivas historiográficas.
A partir de esa base teórica, se indagarán aquí los relatos sobre las tres cabalgatas mencionadas. Atendiendo los límites de este artículo, el contraste se focaliza principalmente en las memorias de los dos jinetes y de la amazona. En ese sentido, se priorizarán las representaciones de las experiencias que los propios actores intentaron cristalizar y se las complementará con un corpus documental conformado por artículos periodísticos y archivos de las asociaciones gauchas que sacralizaron esas figuras.
Se considera que la contemplación de los tres casos habilita a reconocer un “melodrama raidístico” compuesto por elementos que parecieran insoslayables en la narrativa de esas historias. Luego de una breve reseña de las tres “cruzadas criollas” se estudiarán los puntos nodales que permiten identificar elementos perdurables que atravesaron los discursos de aquellas aventuras.
A la conquista del Norte
En 1925, el maestro suizo Aimé Tschiffely decidió emprender su raid a los Estados Unidos con el propósito principal de corroborar la fortaleza de los caballos criollos. El multifacético protagonista había viajado rumbo a la Argentina en 1917 convocado para dar clases en un colegio inglés. A partir de su afición a los caballos, fue concibiendo el proyecto apuntalado por la familia Solanet, estancieros reconocidos en la provincia de Buenos Aires, quienes le ofrecieron los dos potros criollos para su viaje: Gato y Mancha.
Entre las variadas referencias que pueden trazarse sobre su raid, es importante destacar un desplazamiento que ha tenido efecto en el transcurso de su recorrido. Desde momentos antes de su partida Tschiffely mostró una explícita intención de distanciarse de los “gauchos argentinos”. Quizá abocado a confirmar su condición letrada y el ejercicio de la docencia en distintas partes del mundo, entendía como una condición necesaria discernir sus cualidades urbanas de los jinetes pampeanos tan retomados desde la literatura. En contraste, el raidista se jactaba de la compañía de las obras de Charles Dickens, leídas en su idioma original, armonizando su viaje.
El distanciamiento no resultó del todo eficaz y, en distintos pasajes, el protagonista fue reconocido como un “gaucho de la pampa”. Las imágenes con la vestimenta típica o los homenajes realizados por los charros mexicanos en el Distrito Federal daban cuenta de lo que parecía una inexorable identificación. La gesta de su travesía se completó con su arribo a Washington en 1928 y fue recuperada a su regreso como una victoria del “criollismo argentino”. La prueba de carácter quedó sedimentada en el ámbito tradicionalista que celebró continuamente la destreza demostrada: “La curiosa silueta ecuestre de Aimé Tschiffely y sus caballos adquiere un prestigio casi legendario” (Torres, 1953: 90).
Así lo entendía, y difundía, la Comisión que tuvo a cargo los actos conmemorativos en el traslado de sus restos al cementerio de la Recoleta. Tschiffely falleció en Londres en 1954 y rápidamente se organizaron las gestiones para la “repatriación”. Los comunicados difundidos en los centros tradicionalistas reparaban en el amor a la patria y la demostración de la raza criolla que había ensayado a escala continental.[2] En la misma línea, las repercusiones en la prensa abonaban el carácter “épico” de la travesía: “Trotó por todo el continente, llevando la bandera que había elegido en un alarde de coraje y guapeza […] gringo el apellido, criollo por derecho propio, argentino por su devoción a esta tierra que aprendió y enseñó a amar” (El Líder, 11 de noviembre de 1954: 11).
La “canonización” de Tschiffely se extendió a los dos caballos criollos que salieron de Buenos Aires y llegaron a la capital estadounidense. Una vez finalizado el recorrido, regresaron a Ayacucho, su comuna de origen, y permanecieron allí hasta su muerte. En un intento de cristalizar la hazaña, ambos potros fueron embalsados e incorporados al Museo Histórico de Luján que contaba, desde 1925, con una sala exclusiva dedicada al gaucho (Blasco, 2013). Los reconocimientos no quedaron allí sino que a partir de 1991, por iniciativa del Círculo Criollo Martín Fierro, se instituyó el Día del Caballo Criollo que se celebra cada 20 de septiembre en conmemoración a la llegada a Washington.
La mutación del raid de Tschiffely en una “hazaña gaucha” no era el único precedente asentado. Las memorias del jinete, publicadas por The National Geographic Magazine en 1929, incorporaron una serie de relatos y anecdotarios que se conformaron como referencia posterior. La resonancia de su viaje se vio ampliada gracias a Robert Cunninghame Graham. El viajero escocés fue un nexo cultural entre los países americanos y el reino británico desde finales del siglo XIX (Jiménez Torres, 2016). De hecho, antes que Tschiffely lo conociera en Londres en plenas tratativas para publicar sus memorias anticipadas en la revista, Graham ya había dado a conocer un pequeño artículo basado en las informaciones procedentes de Argentina, donde identificaba la unión del jinete y sus caballos con la santa trinidad (Graham, 1932).
A partir de la difusión alcanzada, el antecedente fue rememorado por innumerables travesías posteriores.[3] El viaje de Marcelino Soulé intentó inscribirse en esa serie de homenajes. El jinete partió de la ciudad de Bolivar en 1938 y encontró su meta en Nueva York en 1942. Lo que comenzó como una suerte de evocación rápidamente mostró los intentos por posicionar su raid como una hazaña superadora.
La diferencia central que Soulé pretendió destacar era su carácter gaucho. Afincado en las propias palabras del suizo que lo distanciaban de esa clasificación, exacerbó su condición “genuina” e intentó ser el primer representante de la pampa en completar el recorrido. La vindicación del “auténtico gaucho” no solo se celebraba en detrimento del raid de 1925 sino que entraba en diálogo con los productos culturales extranjeros que utilizaban la figura estereotípica con fines comerciales. De modo paradójico, Soulé también fue transitando un proceso paulatino de transformación a medida que se alejaba del círculo criollo bonaerense al que estaba asociado. Ya en el país del norte, solicitó efusivamente participar de alguna producción hollywoodense, se mostró admirador de las estrellas estadounidenses e incluso remarcó la preferencia de los gauchos por las mujeres rubias olvidando las fisonomías pamperas tan añoradas en la literatura criollista.
Soulé realizó denodados esfuerzos para demostrar que la fuerza de la raza, confirmada al continente en el recorrido de 1925, permanecía intacta y que su fama internacional era correspondida en la realidad. Empero, más allá de su firmeza discursiva que celebraba la llegada a Estados Unidos con su equino argentino, lo cierto es que el raid se completó con un caballo de Medellín que le habían ofrendado en Colombia ante la muerte de uno de sus corceles. El gaucho tardó en reconocer lo fallido de su experiencia -al otro caballo criollo se lo habían robado en México- y sostuvo la equiparación con Tschiffely hasta el límite de sus posibilidades.
En definitiva, cualquier elemento que le resultara funcional para legitimar su aventura, y jerarquizarla ante el antecedente continentalmente conocido, fue aprovechado por Soulé y difundido desde la prensa.[4] A su regreso, la canonización no sería menor. En Bolivar fue recibido con honores y, aún en la actualidad, hay espacios públicos que llevan su nombre (Terrera, 2016). También el museo del Círculo Criollo El Rodeo conserva una sala especial dedicada a su viaje donde se exhiben fotografías, documentos y recuerdos de distintos lugares de América. En 1944, publicó su libro titulado Cortando el continente. Allí, describe todo su recorrido y finaliza, paradójicamente, en Hollywood (Soulé, 1944).
El 1º de octubre de 1950, Marcelino Soulé se hizo presente en la plaza del Congreso para despedir a Ana Beker. El tercer raid aquí analizado tenía la característica distintiva de ser el primero protagonizado por una mujer. Esa condición realzaba su significado para el ámbito tradicionalista que se congregaba para celebrar la partida de la amazona. Vestida a la usanza gaucha y con dos caballos criollos, proyectaba como destino final la ciudad de Ottawa, traspasando las metas de las experiencias anteriores.
Beker aclaró, en distintas oportunidades, que la motivación principal de su viaje estaba vinculada con demostrar la fuerza de la mujer argentina. En su afán de desligar la práctica raidista de un ejercicio exclusivamente masculino, había realizado como preparación un trayecto por distintas provincias de la Argentina. De acuerdo a su testimonio, la opción por revalorizar la figura de la amazona, hábil domadora de los equinos, no siempre encontró correspondencia en los centros ecuestres, como la Sociedad Argentina de Marchas a Caballo, que se había negado a colaborar con ella por considerar su empresa de imposible ejecución (Beker, 1993: 15). Finalmente, luego de un encuentro con Aimé Tschiffely, que azuzó los ánimos de Beker y le recomendó evitar ciertos trayectos del altiplano boliviano, emprendió su aventura.
Desde su propio relato, garantizó que se trataba de una travesía única y trascendente a cualquiera que se le podría llegar a emparentar. Para eso, cuando recopiló sus memorias, incorporó las citas textuales de periodistas que confirmaban: “Si lo logra, superará todos los raides anteriores” (Beker, 1993: 16). Como en los casos precedentes, Beker también fue exaltando su propia hazaña. Para eso, utilizó dos condimentos particulares: la decisión de traspasar la frontera estadounidense y llegar al país más septentrional de América; y la condición femenina que se iba retomando a cada paso. En Huari, Perú, cuando unos anfitriones le recomendó fervientemente que suspendiera su viaje, atendiendo a su estado de salud y el de sus caballos, la amazona respondió: “Siento que volverme atrás sería como si todas las mujeres gauchas de mi tierra retrocediesen, fracasadas. No hay más remedio.” Así, iba conformando su imagen de heroína, más abocada a resaltar las virtudes de la mujer que su carácter gaucho o la fortaleza criolla de sus caballos.
Beker era reconocida como un ejemplo para las mujeres del continente. En Nueva Orleans, el Boletín de Noticias de la Casa Internacional, vitoreaba su paso en 1954 y la señalaba como modelo para todas las norteamericanas. Según la crónica, las diferencias entre el hombre y la mujer quedaban diluidas ante la proeza de la amazona argentina (Beker, 1993: 208). En la misma línea, se celebró su llegada a Ottawa el 6 de julio de ese año. En la embajada se organizó una fiesta de honor y se la agasajó con diversas actividades.
Representaciones, transferencias culturales y relatos
A partir de la somera reseña de las tres cabalgatas se pueden reconocer componentes estructurales que atravesaron a esas experiencias. En primer lugar, es dable visibilizar la cuestión identitaria que se ponía en juego y que iba sufriendo desplazamientos a lo largo del trayecto. Como señala Stuart Hall (2011), las identidades se construyen dentro del discurso y requieren ser estudiadas en el interior de prácticas discursivas específicas. Los raidistas utilizaron su exposición mediática para reafirmar narrativas identitarias propias y también referentes a los habitantes de la Argentina como un colectivo homogéneo.
En esa línea, consideramos que los discursos identitarios fueron afectados por contextos particulares de los viajes que promovieron determinados desplazamientos. Es válido pensar, entonces, en identidades en tránsito que fueron mostrando metamorfosis a medida que se alejaban de Buenos Aires. Ana Beker vestida de cowboy o Marcelino Soulé garantizando que su revolver era el compañero más fiel de los gauchos de la pampa, visibilizaron reacomodamientos llamativos. Incluso Tschiffely, diluyendo el distanciamiento primario para devenir paulatinamente en “gaucho”. De ese modo, se procesaron lo que podríamos denominar como intentos de “americanización” de los jinetes y de la amazona. Es decir, una serie de características que se incorporaron a lo que sería “auténtico” de los argentinos para amoldarse sin mayores dificultades a los contornos camperos americanos. Entendemos que esa “transformación” estaba acompasada por la expansión de la industria cultural norteamericana. De hecho, ambos habían compartido distintas actividades con los charros mexicanos pero no esbozaron ningún indicio de retratarse con el traje típico o de aprender las destrezas ecuestres propias de la región.
Un rasgo de identidad en tránsito también puede reconocerse en la propia experiencia de los raidistas. Más allá de las transformaciones operadas en el transcurso de sus trayectos, la historia personal de cada uno remite a reafirmaciones identitarias que buscaron en el escenario rural la conexión legitimadora de lo genuinamente nacional. Como explicó Adolfo Prieto, una de las funciones centrales del criollismo era posibilitar una vía de integración para los inmigrantes que llegaron a la Argentina en la coyuntura finisecular. La carta de nacionalidad que ofrecían los círculos gauchescos fue tomada por hombres y mujeres de diversos orígenes que adoptaron la vestimenta, las costumbres e incluso el habla del “prototipo pampeano” (Prieto, 1988). En ese marco, las fotografías del maestro suizo a la usanza gaucha, la reafirmación de Beker al remarcar que, sin renegar de su origen letón, se consideraba una “criolla de pura cepa” y la continua exaltación que realizaba Soulé de su abolengo pampero, se presentaron en diferentes momentos de su recorrido como una confirmación, imprescindible, de su condición de argentinos.
La identificación de los protagonistas con la figura del gaucho, en algunos casos aún contra sus afirmaciones anteriores, daba cuenta de la extensión del consenso en torno a la filiación entre el país y su “tipo humano”. La heterogeneidad étnica de la nación se diluía en las repercusiones que generaban los raides confirmando la eficacia de operaciones políticas y culturales que se habían exportado desde el epicentro de la Argentina pampeana (Cattaruzza y Eujanian, 2003; Casas, 2016).
El tránsito identitario que tornaba a suizos y letones en gauchos y a gauchos en cowboys se desandaba al emprender los viajes de regreso. Al retornar al país, los desplazamientos se retrotraían y los discursos circulaban en los sentidos originales. Tschiffely se esforzaba por aclarar que estaba lejos de considerarse un gaucho, Soulé sinceraba sus grandilocuencias con respecto a los caballos criollos y las demostraciones cabales sobre los componentes gauchescos, y Beker ensayaba una exégesis para dar a entender que si bien se la había retratado como cowboy norteamericano, ya desde sus padres había recibido el legado de la pampa gaucha.
Otro de los aspectos que se presentaron en los discursos, las crónicas y las memorias de los raidistas fue el incipiente proyecto y posterior construcción de la carretera panamericana. Se entiende que más que una carretera implicaba la articulación de un sistema de rutas que conectaran el continente. En rigor, el proyecto tenía centro en los Estados Unidos y se enmarcaba en un concepto más amplio de panamericanismo que promovía la influencia protagónica del país del norte sobre la región. A mediados de la década del treinta, con el eufemismo de “buena vecindad”, desde Washington se promovía un acercamiento que lejos estaba de resignar el control económico, ideológico y político de los países ubicados al sur del Río Bravo (Collado, 2010).
El tópico de la carretera panamericana cobraba una mayor relevancia cuando los raidistas llegaban a los Estados Unidos. De hecho, servía como argumento para promover una representación que se mantuvo inalterable en las tres aventuras. Los “gauchos” a caballo desensillaban ante la modernidad norteamericana. Ana Beker se rindió frente al país de los “caballos a motor” y potenció el contraste que constituía su figura al atravesar las “montañas de cemento”. La admiración se reafirmaba al ingresar a la ciudad de Nueva York donde expresó: “El progreso en que vive la gran nación del Norte y la conducta de sus habitantes hicieron más grata que penosa mi marcha y compensaron todos mis esfuerzos a través de la tan dilata nación” (Beker, 1993, 217). Tschiffely también había reparado en las innovaciones que lo sorprendieron en los Estados Unidos. En ese caso, el foco estuvo puesto en las dificultades para transitar con sus caballos. Las rutas pavimentadas eran elogiadas por las facilidades que habilitaban, al mismo tiempo que se leían como un signo inexorable del reemplazo de la tracción a sangre por los vehículos motorizados (Tschiffely, 1929).
El caso de los automóviles, y el tráfico que representaba un obstáculo para la continuidad de los raides, fomentaba discursos particulares sobre la tensión tradición-modernidad. Con sus trajes característicos y al galope de sus caballos, los protagonistas componían una foto de época que no solo disparaba representaciones sobre paisajes foráneos sino que también contenía retratos de tiempos pretéritos. En ese punto, los discursos de los raidistas mantuvieron una posición articuladora entre los dos estadios. Es decir, la apuesta de visibilizar una imagen vinculada a los campos decimonónicos no conllevó una postura refractaria de las innovaciones que marcaban el ritmo del progreso en las urbes visitadas. Si bien tanto Soulé como Beker se negaron a remolcar sus caballos y realizar tramos a motor cuando el tránsito de las ciudades norteamericanas parecía amenazar la continuidad, la postura se ligaba más a la “pureza” del raid que a una oposición férrea a ese medio de transporte. En efecto, para la misma época en Argentina se promocionaba el aceite Mobiloil con los dibujos diseñados por Florencio Molina Campos. Los carteles publicitarios con la leyenda: “Gaucho moderno”, presentaban a un jinete campero que transportaba su caballo en un tráiler y manejaba el automóvil con una sonrisa placentera.
Otra de las temáticas que con mayor frecuencia se repitió durante los tres viajes fue la definición sobre la República Argentina y sus habitantes. Los jinetes y la amazona, junto con sus caballos, sus accesorios, sus modismos y, en alguno de los casos, sus declaraciones públicas promovieron una “Argentina gaucha” en distintas partes del continente. Con motivo del paso de Soulé por la capital de Ecuador, el diario El Comercial publicaba: “En el Quito Polo Club pudimos apreciar las típicas costumbres argentinas con todos sus detalles” (El Comercial, 18 de julio de 1939: 2). En la ciudad de Allentown, un periódico local complementaba “lleva la vestimenta propia de la gente que habita la República Argentina” (Evening Chronicle, 11 de julio de 1941: 49). En rigor, eso no era así. Pero tanto la imagen de Soulé, como la de Beker y, en menor medida, la de Tschiffely, abonaban la representación de los productos culturales masivos que identificaban directamente a los gauchos y su ambiente como una realidad contemporánea de todo el país.
La industria cinematográfica de Hollywood había puesto su atención en la figura del gaucho con dos producciones que alcanzaron gran repercusión durante la década del veinte. En Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Rodolfo Valentino interpretaba a un “gaucho” bailarín de tango, mientras que en el film The Gaucho, el afamado Douglas Fairbanks encarnaba al protagonista de una historia de amor en las pampas (Curubeto, 1993; Pujol, 1994). Esas producciones no siempre fueron leídas como un homenaje laudatorio al hombre de la pampa. Por el contrario, se esbozaron críticas en orden a la “inexactitud” de las danzas presentadas como a la indumentaria que pretendía caracterizar al gaucho argentino. El sombrero, el poncho y la camisa que portaba Valentino, entre otros accesorios, distaban notoriamente de lo reglamentado en las agrupaciones tradicionalistas. En un artículo de la revista Caras y Caretas, contemporáneo a la difusión de la película The Gaucho, que abordaba la difusión del tango en Estados Unidos se cuestionaba: “Los bailarines visten carnavalesco traje de gaucho; traje de gaucho también invención de Rodolfo Valentino […] antecesor de Douglas Fairbanks.” (Caras y Caretas, 27 de abril de 1929, 74). A partir de esos antecedentes, los raides se redimensionaban en orden a la relevancia de identificar “gauchos de verdad” en lugares que sólo habían circulado gracias a los medios de comunicación.
Más allá de las correcciones que se pretendieron remarcar con respecto a las disidencias y disimilitudes entre las propuestas de las películas hollywoodenses y los raidistas, lo cierto que es su paso no hizo más que corroborar el estereotipo nacional previamente exportado a través de distintas manifestaciones culturales. El componente gaucho del país quedaba cristalizado al galope de los representantes que parecían condensar las virtudes de los habitantes del sur.
El último tópico a destacar aquí son las conexiones transnacionales que generaron los raidistas. En orden a las líneas de investigación que habilita este punto, consideramos que es pertinente una exploración mayor para ahondar en las relaciones establecidas e indagar en las narrativas compartidas por tradicionalistas de diferentes países que se hicieron presentes para homenajear a los visitantes a medida que iban transitando su ruta continental. Para el caso, las experiencias de Marcelino Soulé y Ana Beker resultan más enriquecedoras que el pionero raid en tanto facilitan una serie de datos específicos sobre sus vinculaciones.
En los dos libros de firmas que se conservan en el archivo de Soulé y en las memorias de la amazona gaucha se reseñan distintos encuentros con “gente de a caballo” que generaron la empatía repentina de los raidistas. Entre las descripciones que se podrían citar, nos concentraremos en el intercambio con los charros mexicanos. El respaldo de asociaciones consolidadas, y con una significativa repercusión social en la mayoría de los estados mexicanos, habilitó la gestación de relaciones que incluso trascendieron a las experiencias raidísticas (Casas 2017).
Uno de los patriarcas de la charrería mexicana, Alfredo Cuellar, en 1928 publicó un libro que se ha constituido como un clásico para los tradicionalistas de aquel país. En orden a los intereses de esta artículo, se pueden remarcar dos aspectos allí presentes: las numerosas equiparaciones entre charros, llaneros y gauchos; y el apartado dedicado al raid de Aimé Tschiffely. En el primer punto, se aseguraba que el charro y el gaucho -junto con el llanero venezolano- eran “como hijos de la misma madre”. La heroicidad, la sangre derramada por la libertad de sus pueblos, la herencia hispano arábiga, la inspiración para el canto y las habilidades para las faenas camperas eran, para el autor, los componentes transversales. Con respecto al maestro suizo, sus afirmaciones corroboraban la identificación de su hazaña con su carácter gaucho: “A pesar de la invasión extranjera en la Argentina, late el espíritu gauchesco en el corazón de todos los hombres que nacen en la República del Plata; el argumento más formidable de que aún vive el alma de Santos Vega la acaba de dar Tschiffely.” (Cuellar, 1928: 248).
Las citas de Cuellar marcan tanto la identificación de los charros con los gauchos argentinos como la atención que despertaba que un “exponente de la pampa” recorriera el continente al lomo de sus caballos criollos. La sensibilidad de los tradicionalistas mexicanos se profundizó ya en las décadas del cuarenta y del cincuenta, cuando asociaciones charras con extensas trayectorias ofrecieron homenajes y contribuciones a los viajes de Soulé y Beker. Ambos fueron agasajados por la Federación Nacional de Charrería en Ciudad de México. La entidad que nucleaba instituciones de todo el país, y las situadas en el sur de los Estados Unidos, ofreció desfiles, comidas, y charreadas para los raidistas. Beker, además, mostró una especial gratificación con la Asociación de Charros de Puebla que la escoltó durante gran parte de su paso por esa ciudad. Soulé gestó lazos con la agrupación madre, a la que pertenecía Cuellar, la Asociación Nacional de Charros.
Los vínculos se institucionalizaron una vez finalizadas las experiencias. En una muestra significativa de los entramados internacionales que se constituyeron desde las experiencias asociacionistas americanas, agrupaciones como El Rodeo, Asociación Metropolitana de Charros, Leales y Pampeanos, y Asociación Nacional de Charros, entre otras, se encontraron en correspondencias, viajes, y fiestas conmemorativas. Más allá de las comuniones intangibles sobre los relatos bucólicos, los atributos y valores de los jinetes decimonónicos y la hispanidad compartida, se concretaron vínculos directos que promovieron una diversidad de prácticas socio-culturales.
Las experiencias de los raidístas se incorporaron como un nexo más entre diversos canales de comunicación que unificaron a los tradicionalistas americanos: la música, las exposiciones pictóricas, las asociaciones, etc. Los jinetes y la amazona fomentaron nuevos espacios de confluencia. Esa dimensión, generalmente transitada como un componente más en el anecdotario de viaje, adquirió una relevancia mayor ya que confirmó representaciones compartidas y azuzó nuevas conexiones.
A modo de conclusión
Los raides analizados habilitan una serie de consideraciones que procuran desplegar nuevas perspectivas alrededor de estos temas. En primer lugar, las cabalgatas continentales trascendieron ampliamente los objetivos enunciados por los protagonistas. No se redujeron a prácticas deportivas, ejercicios de demostración/reivindicación, o pruebas de la fortaleza de los caballos criollos, las travesías ecuestres involucraron manifestaciones culturales y sociales que las realzan como objeto de estudio particular para los propósitos de la historia socio-cultural latinoamericana del siglo XX.
Las transferencias culturales, plasmadas en las repercusiones periodísticas, los homenajes, y en las celebraciones en las que se encontraban las prácticas locales con las costumbres del “campo argentino” visibilizadas por los raidistas, generaron mecanismos de identificación novedosos. Se remarcó en este trabajo la fiesta en que Ana Beker fue vestida como cowboy en un intento de los lugareños por poner de relieve las empatías generadas por el paso de la amazona. En esa línea, la reseña de las tres experiencias permite identificar a los raidistas como vectores culturales. Aun cuando no ostentaban ningún documento que certificara la representación de la “argentinidad”, la dinámica de los viajes los fue colocando inequívocamente en ese rol. Las declaraciones, demostraciones ecuestres e incluso las costumbres públicamente exhibidas se señalaron como lo “típico” de los habitantes del sur.
En orden a los encuentros culturales, los raides promovieron entramados sociales que funcionaron como pilares para nuevas conexiones. Así, los intercambios evidenciaron procesos que trascendían la sed de aventura de los jinetes y mostraron la presencia de asociaciones tradicionalistas en diversos países. Las referencias recíprocas y la perdurabilidad de vínculos se consideran indicios sugerentes de un fenómeno regional que, pese a fomentar un discurso bien arraigado en lo nacional, mostró determinados desplazamientos que permitieron ensanchar sus narrativas para asimilar las representaciones de los campesinos americanos.
Bibliografía
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Matías Emiliano Casas es doctor en Historia por la Universidad de Tres de Febrero y la Université Paris Diderot. Se desempeña como becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Se ha especializado en la historia socio-cultural argentina y americana del siglo XX. En particular, sus investigaciones están abocadas al análisis de los símbolos de la tradición y las agrupaciones que se gestaron, y vincularon, a partir de ellos. Es autor de Las metamorfosis del gaucho. Círculos criollos, tradicionalistas y política en la Provincia de Buenos Aires, 1930-1960.
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[1] Sobre Aimé Tschiffely se han publicado numerosas crónicas, en su gran mayoría provenientes de asociaciones internacionales. The Long Riders´Guild, una agrupación británica con miembros en diversas partes del mundo, recopiló sus memorias, imágenes y manuscritos. Además reeditó las descripciones propias del jinete, publicadas por primera vez en 1929. Los prólogos se sintetizan en un monocorde auspicio de las travesías ecuestres, lejos de cualquier exploración sobre las representaciones y el impacto en sus coetáneos. Ver Hanbury (2014). El caso de Soulé quedó circunscripto a los tradicionalistas locales (Risso, 2002). Recientemente, su raid convocó la atención de Matías Terrera (2016) quien, en una investigación en ciernes, indaga el regreso de Soulé, las repercusiones en su comuna de origen y los ecos de su llegada en la prensa nacional. Por último, la travesía de Beker aún no fue objeto de análisis más allá de las crónicas gauchescas que celebraron su raid.
[2] Comunicado de la Comisión de Homenaje a Aimé Tschiffely al Círculo Criollo El Rodeo. Archivo del Círculo Criollo El Rodeo. 14 de octubre de 1954.
[3] El nombre de Aimé Tschiffelly se evocó no solo en diversos raides ecuestres, como el de Verne Allbrigth desde Perú a California, sino por otros viajeros que emprendieron aventuras al norte en otros medios. John Coleman, también maestro de escuela, reconocía la inspiración que le había generado el libro del jinete suizo para emprender su viaje de Buenos Aires a Washington en un automóvil modelo 1925 (Coleman, 1962).
[4] Soulé marcó en diferentes oportunidades que Tschiffely había evitado transitar Nicaragua debido a los efectos de la revolución sandinista, lo cual era correspondido en sus propias memorias. En otras ocasiones, en pos de desacreditar parte de su trayecto, el gaucho raidista garantizó que el maestro suizo había salido de Bolivia y no de la República Argentina, dato que se refutaba rápidamente en las crónicas de la época.
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