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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto - ISSN 2451-6961 (en línea)

Gayol

Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº5. Mar del Plata. Enero-Junio 2017.
ISSN Nº2451-6961.
http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto


Un catolicismo tentacular argentino

Sandra Gayol
Universidad Nacional de General Sarmiento, Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
sandra.gayol@gmail.com


Recibido:22/03/2017.
Aceptado: 22/03/2017.

El libro de Miranda Lida propone una incursión fascinante por los meandros del catolicismo argentino. Objeto de indagación académica desde hace mucho tiempo, revisitado novedosamente por la historiografía en los últimos años; la autora dialoga con esta bibliografía, retoma viejas preguntas y plantea nuevas interrogaciones. En su profundo y ameno recorrido de 246 páginas, casi siempre matiza interpretaciones instituidas y en ocasiones confronta abiertamente con ellas. Es un libro ambicioso pero no es pretencioso. Intuitivo y erudito, en ocasiones polémico, no es un libro estridente. Sin duda se convertirá en un clásico. Será fundamental para los expertos y para un público más amplio que encontrará en él una demostración de la inserción del catolicismo en la política, la sociedad y la cultura argentina. Como integrante de este ultimo “grupo” de lectores, me permitiré en los párrafos que siguen poner en valor algunas ideas nodales del libro y formular algunas preguntas a partir de mi lectura y apropiación personal de Historia del catolicismo en la argentina.

En trabajos anteriores la autora sostuvo que no era necesario ser católico para hablar del catolicismo. En este libro propone “sacar al catolicismo de la endogamia historiográfica”. Lo logra cabalmente sirviéndose de las herramientas de análisis de la historia social y cultural y de la larga duración. La mirada en el largo plazo, una periodización religiosa y no política, muy saludable, permite seguir casi 100 años de la historia del catolicismo que son también la historia de la argentina. En efecto, de forma latente o de forma explícita se impone que “el catolicismo resulta un fiel espejo en el que leer las transformaciones de la argentina contemporánea” (p.190). ¿Podría pensarse, entonces, como una categoría analítica y conceptual como por ejemplo la clase social o el género?

Omnipresente, tentacular, el catolicismo aparece definido también de otro modo: es la iglesia en tanto institución –como se lo piensa en bastantes ocasiones-, pero también es el clero –en sus múltiples variantes-, comprende el laicado que se revelará un actor potente y clave y, además, abarca a los actores sociales que miraban, dialogaban y/o confrontaban con todos aquellos. Esta concepción amplia es el punto de partida de un abordaje integral, es decir, sensible y atento a la política y a la cultura. Sujeto histórico, el catolicismo tiene una historia que Lida reconstruye más allá, incluso a pesar de, la secularización. Más difícil parece ser poder hilvanar una historia del catolicismo prescindiendo de la modernidad. Quizás sea éste el argumento central del libro: los rasgos visiblemente modernos del catolicismo argentino. Su preocupación por los cambios y desafíos que la modernidad planteaba y, al mismo tiempo, su articulación con esa misma modernidad. Pero, curiosamente, no hay una definición de modernidad. ¿Cómo entenderla? ¿A partir de qué y en relación con qué y con quienes el catolicismo fue moderno?

No es una historia lineal. Las inflexiones y las curvas se imponen en la larga duración, por supuesto, pero también emergen cuando la autora pone el foco en coyunturas específicas o en eventos particulares. Es para celebrar la aguda lectura que se propone sobre los años ’20 del siglo pasado. A menudo interpretados como un epifenómeno de los años ’30 -especialmente por algunos trabajos interesados en el catolicismo y/o nacionalismo de la época- o como interregno no demasiado relevante para el gran acontecimiento que iniciaría la revolución del 4 de junio de 1943; Lida muestra sus rasgos innovadores y originales. Es la búsqueda de especificidad la que le permite recuperar, por ejemplo, dos organizaciones juveniles: el grupo Noel con su revista homónima que aglutinaba a mujeres, y la Liga Argentina de la Juventud Católica (LAJC) cuyos rasgos “servirían de antecedentes para las ramas juveniles de la década de 1930” (p.102). Ambas organizaciones son indicadoras de la importancia que desde el episcopado se le quería asignar a los jóvenes, fundamentalmente a los varones, en la institución eclesiástica. Pero, y como se propondrá en distintos pasajes del libro, el clivaje etario alentará y sostendrá posiciones diferenciadas al interior del catolicismo. Es entre los jóvenes, especialmente, donde anidarán ciertas oposiciones y rebeldías.

Es en los años veinte cuando se constata la creciente influencia francesa. Asociado sin más con la Santa Sede, un aporte valioso y original del libro reside en mostrar el carácter transnacional y cosmopolita del catolicismo argentino. Esta apertura de miras permite captar su inserción en una compleja red de influencias europeas, latinoamericanas y norteamericanas. Sugerente es también la afirmación de que es en los años veinte cuando se desarrolla “una cultura popular católica” (p.94). En relación, posiblemente, con el “catolicismo popular”, invocado en diferentes momentos del trabajo, ambos ameritarían investigaciones futuras. Precisar qué se entiende por ellos, tanto a través de sus manifestaciones concretas -prácticas sociales y expresiones culturales- como de su relación con variables de género, de clase social, origen inmigratorio y espacio geográfico. ¿Es en el margen de la ciudad, como se sugiere, en donde anida el catolicismo popular? ¿Es a través de las maneras y modales, especialmente el lenguaje, donde se encuentra su manifestación más elocuente? O ¿podríamos aventurarnos y pensar que remitía además a un santoral más amplio como nos han mostrado los trabajos antropológicos para la argentina actual? Continuar explorando estas vetas que con mucha intuición señala Miranda Lida ofrecerá insumos muy valiosos para comprender mejor la relación entre el catolicismo y la cultura popular y, al mismo tiempo, nos permitirían calibrar mejor la relación y/o apropiación que hizo la UCR, especialmente el Yrigoyenismo, y hará luego el peronismo del “catolicismo popular”. La aguda inmersión en los años veinte que propone el libro revela especificidades, rupturas y continuidades. Mucho dinamismo. ¿Es posible, entonces, sostener que el catolicismo fue más vital y diverso en los años veinte que en los años treinta?

Sin duda el tiempo largo y las temporalidades específicas recolocan el “renacimiento católico” de los años treinta. Muy estudiado y complejizado en trabajos recientes, la autora sostiene que para la jerarquía eclesiástica el renacimiento católico no implicó un desborde de optimismo. La expansión y multiplicación de la presencia institucional de la iglesia, el afianzamiento de su burocratización así como los vínculos con el nacionalismo político, su rostro más visiblemente elitista y jerárquico, no opacaron ni ocluyeron la diversidad y los conflictos. Quizás sea en estos años cuando se observa nítidamente una característica constitutiva del catolicismo argentino: su heterogeneidad. Plagado de matices, clivajes y conflictos. No puede pensarse como homogéneo. En el catolicismo argentino, se afirma, conviven varios catolicismos a la vez: un “catolicismo masculino”, “un catolicismo plural”, “un catolicismo militante”. Se impone, pues, la pregunta por la unidad: ¿qué los une?, ¿los une lo mismo en el decurso del tiempo?

Esta idea de los matices y los grises, convive con otra idea potente que la autora había adelantado en parte en sus trabajos previos: la iglesia no era ni una fortaleza asediada ni una institución a la defensiva. Incluso en los momentos más conflictivos – como el debate de fines del siglo XIX en torno al matrimonio civil y a la educación laica; por la ley de divorcio de 1902, o con los revolucionarios de 1943 y con el peronismo en el gobierno- no practicó la mera confrontación. Pragmática y flexible, la iglesia y su jerarquía, sorprenden por su capacidad de negociación que incluso en algunos momentos conflictivos prima por sobre su virulencia. Poner el foco en las coyunturas, apuntar la mira y seguir el desarrollo de los acontecimientos a través de las acciones -discursivas y prácticas- de cada uno de sus actores e instituciones involucrados se revela muy productivo. Es esta aproximación la que está en la base de la lectura fresca y renovada que ofrece el libro sobre la relación del catolicismo con los militares de junio de 1943. Muy transitado por la historiografía, el apoyo de la jerarquía eclesiástica al gobierno militar ha sido explicado por razones ideológicas -su antiliberalismo-, por razones políticas e intereses inmediatos que la iglesia lograría, por la necesidad de contar con un gobierno firme dispuesto a aplicar las medidas sociales que el catolicismo creía indispensables. Más allá de estas variables, sostiene Lida, “la institución se apresuró a interpelar al nuevo gobierno para hacerle llegar una suerte de agenda con algunas demandas precisas que iban más allá que la reafirmación del orden y de la autoridad” (p.182). Y, también, al menos a través de Franceschi, se mostró más sutil que otros actores políticos a la hora de etiquetar al nuevo régimen. Más que entre la jerarquía, que el libro invita a pensar también surcada de diferencias y de grises, fue entre el movimiento socialcristiano donde germinaban las diferencias hacia el nuevo gobierno -por ejemplo en relación a algunas de sus medidas de política económica, o su recelos por el estatuto del peón-. Siempre hubo voces disidentes y el idilio inicial, si lo hubo, fue efímero. Pero, y al mismo tiempo, las ramas juveniles de varones se entusiasmaban con Perón a diferencia de las ramas adultas de la militancia católica que desconfiaron del general. Fue el peronismo, sugiere el libro, el primero que logró penetrar y permear con sus maneras y ritmos a las pacatas y ordenadas movilizaciones católicas.

“Es difícil brindar una imagen unidimensional del 45 para los católicos” (p.187). También, y he aquí otra virtud del libro, para los años posteriores. “Muchos de los argumentos que habrán de aflorar con fuerza en la coyuntura conflictiva de 1954-55 estaban ya latentes en el seno del catolicismo desde los primeros años peronistas, al menos en cierta medida, y no eran muy diferentes de las de otros sectores sociales y políticos que se ubicarían en el antiperonismo” (p.194). Esta perspectiva impide tanto la explicación teleológica como la acumulativa. Y, al mismo tiempo, en 1954 nada permitía predecir la tormenta que se desataría entre el catolicismo y el peronismo. Y cuando el conflicto ganaba voltaje todavía las más altas jerarquías seguían apostando a la conciliación. El libro sugiere que fue desde el peronismo y desde filas de fieles al catolicismo de donde se impulsaron los enfrentamientos. ¿Para el desenlace del 16 de septiembre de 1955 jugaron mucho más las palabras y acciones de Perón y del laicado que de la jerarquía eclesiástica? Si es así ¿nos dice algo sobre la iglesia como factor de poder y sobre la relación entre la jerarquía eclesiástica y las propias filas católicas?

En esta Historia del catolicismo en la argentina se impone, de manera convincente, la omnipresencia del catolicismo. Está en todos lados, busca estar en todas partes y apuesta a su permanente expansión. Pero no parece propiciar cambios. Más que proponerlos o provocarlos parece acoplarse a ellos. El catolicismo muestra gestos más reactivos que propositivos. No parece tomar la iniciativa ¿Es posible pensarlo así?

Si miro en perspectiva, si vuelvo a recorrer el libro parecería que sobre las transformaciones sociales el catolicismo argentino -con sus vínculos transnacionales y aire cosmopolita- tiene propuesta y dice cosas distintas en el decurso del tiempo -por ejemplo aparece claramente en el seguimiento tan minucioso como revelador de los círculos obreros, en la post-crisis de 1930 o sus consignas de justicia social-. También reacciona positivamente ante el desafío que presenta la nueva política democrática, -por ejemplo exhibiendo su enorme capacidad de movilización masiva o estimulando espacios de sociabilidad. Pero, parece ser menos eficiente y versátil para acompañar, contrarrestar o enfrentar las enormes transformaciones que experimenta y que trae aparejada la industria cultural. En este punto parecería que el catolicismo no estuvo a la altura. En todo caso el libro ofrece poca evidencia para sostener algunas afirmaciones: ¿La creación de centros de estudios, programas radiales, editoriales y revistas propias son elementos suficientes para hablar de industrias culturales católicas? ¿Cómo interpretar el uso de la radio por parte del catolicismo en 1934? Dicho de otro modo ¿qué quiere decir usar la radio en 1934 o emplear la cámara de cine? Por otro lado, muchos de los ejemplos que aparecen en el libro cuando se invoca la cultura de masas y la industria cultural, por ejemplo la reticencia y desconfianza hacia Hollywood o las expresiones criollistas en los años veinte y treinta, no eran una prerrogativa exclusiva del catolicismo argentino. ¿Donde residía la especificidad del catolicismo? Este es un camino que sin duda será recorrido por investigaciones futuras tanto a partir de las dudas como de las pistas que plantea y sugiere el libro.

Con una prosa ágil, un profundo conocimiento del objeto de indagación y de la profusa bibliografía sobre el tema, Miranda Lida logra una reconstrucción histórica original del catolicismo argentino en sus distintos ámbitos de acción y con sus intencionalidades diferenciadas, al mismo tiempo que recupera los múltiples y cambiantes vínculos que tuvo con la sociedad, la política y la cultura argentina.

Sandra Gayol es Doctora en Historia por la EHESS de París, Investigadora del Conicet y Profesora de la UNGS. Ha publicado numerosos artículos sobre el honor, el delito, las violencias y las justicias en argentina y, entre otros, los libros Sociabilidad en Buenos Aires hombres, honor y cafés: 1862-1910 (2000), Formas de Historia Cultural (2007, con Marta Madero); Honor y duelo en la Argentina Moderna (2008); y Muerte, Política y Sociedad en la Argentina (2015, con Gabriel Kessler). Actualmente trabaja sobre las celebraciones oficiales y estatales de los muertos; y sobre la articulación entre muertes violentas, problemas públicos y cambios en la historia argentina reciente.


[1]Como señala agudamente C. A. Bayly (2004: 330) estas transformaciones también se advirtieron en las iglesias protestantes, el Islam, el hinduismo y el budismo.

[2]De esta manera el ejemplo de los católicos incorporados al Partido Conservador chileno a comienzos del siglo o las modalidades adoptadas por los católicos uruguayos al enfrentarse al battlismo acercan nuevas ideas a un laicado y a una jerarquía eclesiástica que, ocasionalmente, vería con buenos ojos la concreción de un experimento político confesional en la Argentina (Castro: 2015).

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