Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº4. Mar del Plata. Julio-Diciembre de 2016.
ISSN Nº2451-6961.
http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
Kracauer y la historia
Isela Mo Amavet
Escuela Superior de Comercio Carlos Pelegrini, Universidad de Buenos Aires/ Universidad Nacional de Avellaneda, Argentina
filoisela@gmail.com
Recibido:04/03/2016
Aceptado: 19/10/2016
Resumen
El presente ensayo repasa la última obra publicada en español de Sigfried Kracauer referida a la disciplina histórica y el problema de la temporalidad. Retoma viejos -y no tan viejos- debates en la historiografía, como son el referido a la cientificidad de la historia, la objetividad y al oficio del historiador, y discute con alguna de las personalidades más importantes de la historia y la filosofía del siglo XIX y XX.
Palabras claves: Kracauer; historiografía; tiempo; temporalidad; cientificismo; modernidad
Kracauer & history
Abstract
This essay is a reveiew of the last book, published in spanish, from Sigfried Kracauer. The main problem of the book is History and the problem of temporality. The author deals with old –and not so old- debates, such as the problem of the scientistic status of history, the aspiration of objectivity, historians’s craft, and argues with some of the most prominent personalities from history and philosophy of the last two centuries.
Keywords: Kracauer; historiography; time; temporality; scientificism; modernity
Kracauer y la Historia
I
Siegfried Kracauer nació en Alemania en 1889 y fue parte del movimiento
ilustrado que forjó la República de Weimar. Discípulo de George Simmel, fue redactor
del Frankfurt Zeitung y se especializó en trabajos sobre la cultura. Durante su juventud,
trabó amistad con Walter Benjamin y Theodor W. Adorno, con quienes compartió
intereses, discusiones y una amistad de años.
Historia. Las últimas cosas antes de las últimas es un libro póstumo, publicado en su primera edición hacia 1969 gracias a Paul Oscar Kristeller -amigo y colaborador de Kracauer durante su estancia en los Estados Unidos de América-, quien encaró la tarea de compilar y editar los capítulos que se vieron interrumpidos por la muerte del autor.[1]
Cabe remarcar que la publicación en español y difusión en Argentina de Historia. Las últimas cosas… aparecen recién hacia el año 2010. De todas maneras, sería injusto decir que hay una recepción tardía de la obra de Kracauer en general. Desde el ámbito de la crítica literaria, la arquitectura, el cine y la filosofía se trata de un intelectual para nada desconocido. Trabajos como “De Caligari a Hitler: una historia psicológica del cine alemán” (1947), “Teoría del Cine: la redención de la realidad física” (1960) o ensayos como “Los empleados” (1930) son obras que consagraron al autor a nivel mundial y que tuvieron amplia difusión en la escena local. No obstante, desde el campo historiográfico, podemos afirmar que su reflexión sobre la historia no causó el mismo impacto; ni siquiera su primera edición tuvo una gran acogida -es recién hacia mediados de los noventa que su obra vuelve a cobrar vigor-. La tardía recepción de la misma -en su traducción española- hizo que nuevamente el ámbito historiográfico fuera el último en discutirla. Así, la intención de esta breve reseña es poner en circulación -dentro de la comunidad de historiadores locales- la figura de un outsider de la disciplina, que realizó una reflexión sistemática sobre el pasado y en cuyo libro se compiló lo que podría presentarse como una teoría de la historia o, en palabras del autor, una “filosofía de la situación provisoria en la que nos encontramos” (Kracauer, 2010: 14). Si bien sus escritos fueron realizados hace más de cuarenta años, los problemas que Kracauer plantea -con excepcional claridad y precisión- conservan una notable vigencia, siendo además logrados a partir de un abordaje original que proviene de sus estudios sobre la cultura de masas.
Una de las razones por la que Siegfried Kracauer es poco leído desde el ámbito historiográfico es justamente porque sus trabajos provienen de un no-historiador. Y lo describimos así porque si pensamos en lo que sí es, elude cualquier intento de ser encasillado. Es esta actitud trashumante la que otorga gran parte del atractivo en torno a su figura. El movimiento y la fluidez son claves en el pensamiento kracaueriano; también así su devoción en la figura de Erasmo; el estudio de los orígenes de las ideas - en el momento en que no han sido institucionalizadas- completan así la personalidad de alguien que rehúye los sistemas de pensamientos compactos, cerrados. Por otra parte, este impulso nómade, que ocupa buena parte de su obra a través de la problemática de la extraterritorialidad, puede ser conjugado con varios aspectos de su vida personal (Jay, 1985: 152).
Nacido y criado en Frankfurt, de familia judía, Siegfried pierde a su padre muy joven y es trasladado a vivir con su tío, Isidor Kracauer. El hermano de su padre, reconocido historiador y miembro importante de la comunidad judía de Frankfurt, se encarga de su crianza. El joven Kracauer vive como un judío “asimilado” más -la influencia religiosa sólo se encuentra presente en algunos pocos estudios de juventud-. Como comentamos al inicio, estudia con Simmel y enfoca sus intereses en asuntos que la academia dejaba de lado cuando analizaba la vida contemporánea: el deporte, la novela policial, el cine trivial, la cultura de la clase media. Otra diferencia que tenía con sus colegas de Frankfurt era su estilo y manera de escribir. Lejos de la pomposidad y la escritura críptica, Kracauer desarrolla un estilo destinado al common reader. Este estilo será el que predomine durante toda una década en sus artículos para el suplemento cultural del Frankfurter Zeitung. Durante estos años también realiza un breve paso por la arquitectura, experiencia que recuperará en escritos tardíos (Vedda, 2011: 5-9).
Tras su exilio forzoso, primero en Francia y luego en los Estados Unidos de América, Kracauer continuó sus estudios de la cultura visual. Este camino no fue sencillo: los ocho años que pasa en Francia fueron tiempo de penurias, su salud se deterioró, y se vio obligado a realizar trabajos poco estimulantes. Incluso escribió una novela, “Georg”, que tampoco logró publicar. En este punto de su vida, consideró que los Estados Unidos eran casi su última oportunidad.[2] Fue desde Lisboa, en abril de 1941 que logró zarpar en un pequeño vapor hacia América, acompañado de su esposa Lili (Krakauer, 2016:14). Gracias a su amistad con Adorno, se incorporó en el reconocido Instituto de Investigación Social, dirigido por Max Horkheimer. Pero el Kracauer que llega no ostenta una posición de privilegio. Un libro recientemente publicado, “Sigfried Krakauer’s Americans Writings”, compilado por Johannes von Moltke y Kristy Rawson, muestra los vaivenes y dificultades que afrontó para hacerse de un lugar en la escena cultural neoyorkina.[3] Centrando todos sus esfuerzos en el estudio de la propaganda nazi, hizo importantes aportes para entender los totalitarismos desde una perspectiva estética. Compartió preocupaciones sobre el cine, el modernismo y la cultura popular con importantes figuras del círculo de Intelectuales de Nueva York reunidos en la Partisan Review. Entrados los años sesenta, publicadas ya De Caligari a Hitler y Teoría del Cine, nuestro autor había logrado reconocimiento local e internacional.
En sus últimos años decide, entonces, explorar un campo nuevo: la historia. De alguna manera, Historia. Las últimas cosas… representa su última inquietud e implica la vuelta al mundo que su tío Isidor le había mostrado. Según reseña él mismo, era la culminación de años de reflexión y estaba muy ligada a sus trabajos previos sobre el cine.[4] Esta empresa, sin embargo, se vio interrumpida por una neumonía un día de noviembre de 1966.
II
Kracauer retoma el viejo debate en torno a la cientificidad de la historia para discutir con una tendencia fuerte -de la que él es contemporáneo- que tiende a asimilar el procedimiento histórico con el de las ciencias exactas -búsqueda de regularidades, clasificación, establecimiento de leyes, la predilección de estructuras analíticoargumentativas por sobre el relato y la narración, etc.-. De alguna manera, lo que el autor hace es reavivar un viejo debate, exponer sus problemas y explorar sus áreas inconclusas: si la historiografía moderna ha logrado emanciparse de las especulaciones filosófico-teológicas ¿a qué costo lo ha hecho? ¿Bajo qué supuestos? Y ¿cuál es su relación con el resto de las ciencias?
La búsqueda de regularidades, de leyes, que no provengan del orden religioso o metafísico atraviesa toda la modernidad. En Naturaleza, el primer capítulo, Kracauer recorre los derroteros que la historia siguió para reivindicar un estatus y procedimiento similar al de otras ciencias y expone los problemas fundamentales que subyace a la identificación de los asuntos naturales con los asuntos humanos. Más cómodo en este punto con el historicismo alemán, sentenciará que la búsqueda de leyes y regularidades encontrará siempre escollos insalvables: “la historia es también el reino de la contingencia” (2010: 90). La agencia, la libertad -relativa, pero libertad al fin- que tienen los hombres para plantear nuevos escenarios es esa entidad irreductible, única, singular, sobre la que es imprescindible que el historiador despliegue todas sus herramientas de comprensión. La distorsión entre las leyes y la realidad, el hecho de que las mismas siempre sean falseables, no habla sólo de lo errado de su búsqueda, sino que incluso existiendo regularidades, las cuestiones que se infieren de las mismas son de alcance limitado (Kracauer, 2010: 75).
Wilhelm Dilthey es el intelectual con quién más cómodo se siente Kracauer para definir la naturaleza y los objetivos de un historiador. La comprensión (Vertehen) define nuestro oficio, es parte de un deseo vital que atraviesa e implica en su totalidad al historiador que “al fin y al cabo trata con humanos”. Sin embargo, a diferencia de Dilthey, entiende que el terreno del historiador tampoco se debe limitar a penetrar las entidades individuales, debe poder comprender aquellas áreas de la realidad histórica que sí contengan uniformidades y relaciones causales que exijan comprensión. Sólo valiéndose de esa pretensión es que la historia puede ser considerada una ciencia.[5]
Un segundo punto en el que centra su atención el autor es en la misma idea regulatoria: nos muestra lo imperecedera que es la concepción de una fuerza supranatural que regule el designio de los hombres (Kracauer, 2010:71). Ya sea bajo la forma de la Providencia, la idea regulatoria de Kant, o el espíritu absoluto en Hegel, la modernidad mantiene la necesidad de un titiritero. Karl Marx y Auguste Comte son quienes rompen con esa tradición, pero lo que ahora ordena son las ideas seculares de progreso y evolución, reemplazando la matriz teológica (Kracauer, 2010: 79).[6] La idea de un “proceso histórico total”, de una historia que tiene sentido per sé -aunque ante los ojos de los hombres ordinarios se represente caótica-, descansa sobre otro supuesto profundamente discutible para Kracauer: el del tiempo como un continuum lineal y homogéneo.
Este última cuestión, si bien se despliega al inicio de su libro, es retomada y analizada en profundidad hacia el capítulo seis Ahsversus, o el enigma en el tiempo y el capítulo final La Antesala. Kracauer advierte que pensar el flujo del tiempo como unidireccional e irreversible, como contenedor de todos los acontecimientos posibles, produce un efecto homogeneizante; es decir, la cronología, la fecha, se convierte en un valor explicativo. De aquí se desprende que sea muy grande la tentación de atribuir significado a la múltiple variedad de acontecimientos que suceden durante un lapso de tiempo. Este argumento se completa y se evidencia tras la idea de la Historia Universal: aquello que sucede adquiere una cualidad y tiene sentido pues forma parte de un continuo despliegue de potencialidades. Tomando las palabras de Benjamin, denuncia la imposibilidad del progreso de la humanidad, entre otras cosas, por estar “indisolublemente ligada a la idea de tiempo cronológico como matriz de un proceso pleno de sentido” (Kracauer, 2010: 182).
¿Cómo funciona, entonces, el tiempo histórico? El gesto de Kracauer pretende plantar la semilla de la desconfianza hacia el tiempo cronológico y en la continuidad histórica: siguiendo a Herder, todo lleva la medida de su tiempo. Pero al mismo tiempo, tampoco descarta la existencia de influencias a lo largo de la cronología: “la antinomia en el núcleo del tiempo es insoluble”, sentencia (2010: 194). Como veremos más adelante, a Kracauer no le gustan las soluciones fáciles.
Kracauer incursiona en las reflexiones sobre las temporalidades para advertirnos que la historia no es del todo una ciencia. Sin embargo, tampoco podría afirmar que fuera un arte. ¿De dónde provienen estas reflexiones? La originalidad de sus planteos resulta de sus estudios sobre la teoría del cine y la fotografía. Así es que el autor encuentra iluminadoras las analogías entre la camera reality y la historical reality para poder definir o pensar con mayor claridad cuál es el lugar de la historia; dicho de otra manera: qué es lo específico en ella.
La comparación entre el historiador y el fotógrafo es de las cosas más atractivas que tiene el libro. Ambos lidian con lo que Kracauer llama una tendencia realista (impulso de acopio y registro de datos) y una tendencia formativa (la explicación del material que se dispone). Además, tienen en común que “no consumen toda su materia prima”. En otras palabras: cualquier historiador que se precie como tal -siguiendo a Ranke- no puede hacer lo que quiere, no puede evocar su subjetividad y liberarla a la manera que lo hace un dramaturgo. El oficio le impone reglas, hay una lealtad a la evidencia y, del mismo modo y siguiendo lo que Kracauer llama “principio estético básico”, un fotógrafo verdadero es aquel que disuelve su subjetividad en los fenómenos de la vida. La metáfora que opera en ambos casos es la del pintor chino que, terminada su obra, se pierde en el paisaje.
La cuestión del equilibrio correcto entre estas dos tendencias reaparece en el libro a través de una de las discusiones más fuertes que sostiene el autor. El intelectual dedica un capítulo de su obra al “interés presente” como premisa metodológica, cuyos exponentes más fieles son Croce y Collinwood. Su argumentación se desprende, en parte, de la discusión sobre la cronología que antes mencionamos. Sostener la premisa toda historia es contemporánea, sostener que el historiador tiene siempre como principal móvil inquietudes del presente, contiene para Kracauer serios problemas y sólo encaja si se acepta la totalidad de la propuesta croceana (incluso con sus contradicciones). Si siguiésemos la premisa del autor italiano, el momento presente sería la llave hacia el pasado y el historiador, hijo de su tiempo y aquel que encarna el espíritu de su época en plenitud, es el único que tiene una guía hacia el pasado.[7]
Kracauer no sólo marca los problemas de entender ese período histórico unívocamente, sino que remata la cuestión planteando la falacia de que el historiador realmente pertenezca a su tiempo: “como los grandes artistas y los grandes pensadores, los grandes historiadores son monstruosidades biológicas: engendran el tiempo que los ha engendrado a ellos” (2010: 194). Poniendo a Vico como ejemplo, Kracauer ejemplifica lo que para él tiene que ser el espíritu de cualquier historiador: la extraterritorialidad cronológica.
La máxima croceana del interés presente, llevada a sus extremos, conlleva implicancias metodológicas: la tendencia formativa primaría por sobre la realista, acallando así al pasado, no dejándolo hablar, hundiendo la evidencia, haciendo que el pasado retroceda (Kracauer, 2010: 109).
En este movimiento, Kracauer logra dos cosas: primero, restablece la importancia y el significado que tiene la historia en sí, no en función de interés alguno (tema que discute vehementemente a través de la crítica que hace Nietzsche del historicismo en su Segunda consideración intempestiva); y en segundo lugar, deja planteado cuál debe ser la relación del historiador con el pasado.
El autor recupera las discusiones en torno a la objetividad de la historia, a la pretensión de objetividad y a la tarea del historiador, a través Ranke y Dilthey. Expone la insuficiencia de ambas teorías, pero en este camino rescata el gesto de Ranke: su pretensión de objetividad, de distanciamiento y borramiento del yo. Por supuesto que lo hace con reservas y a sabiendas -como señala también Dilthey- de que es un ideal imposible; no obstante, postula que el yo del historiador es más maleable de lo que creemos y lo ejemplifica a través de una figura que lo obsesiona: la del exiliado. El desterrado, desposeído de sus lealtades originales, sus creencias, sus deseos y expectativas pierde una parte de su yo; le son arrancados sus atributos esenciales que conforman su ser y surge como un yo que ya no pertenece a ningún lugar, vive en “el cuasi vacío de la extraterritorialidad” (Kracauer, 2010: 122). A partir de esta posibilidad, de esta idea, es que Kracauer desarrolla las operaciones mentales que debe encarar el historiador para encontrarse con el pasado.
Como el título de su capítulo cuarto indica, la metáfora utilizada es la del viaje. Pero es un viaje particular, pues el historiador que viaja hacia el pasado no regresa de la misma manera, no es el mismo: “el impacto del viaje del historiador sobre su constitución mental invalida aún más la suposición corriente de que él es hijo de su tiempo. De hecho, él es hijo de al menos dos tiempos: el propio y el que está investigando. Su mente es, en cierta medida, imposible de localizar, deambula sin domicilio fijo” (Kracauer, 2010: 130).
Este viaje instala otra manera de mirar el problema de la relación entre sujeto y objeto. Kracauer formula que la subjetividad es inherente a la narración histórica pero esta influencia no es sólo fruto de lo que el historiador imprime de subjetividad a lo que narra, sino que al ser esto es un movimiento de ida y vuelta, la narración histórica que surja no será caprichosa, es más, será objetiva en el sentido más pleno que puede tener.
Es la posibilidad de llevar al yo a un nivel cercano al cero, sin suprimirlo -sin eliminar la distancia necesaria entre el historiador y su objeto; supresión que habilite una “pasividad activa” donde se incorpore, registre y recopile lo que el pasado quiere mostrar. Y en un segundo momento –digamos “de regreso”- el historiador encare una tarea de interpretación, de comprensión. Este momento implica que el historiador se haga de toda su experiencia y proceda como en la vida misma, pues objeto y sujeto comparten un universo con rasgos comunes (la Lebenswelt).
En este mismo capítulo Kracauer vuelve a recurrir a la analogía entre la historia y la fotografía. A través de un pasaje de En busca del tiempo perdido de Proust, Kracauer insiste en la distancia emocional del fotógrafo y la mirada neutral que le permite al personaje observar –como un extraño en su propio hogar- cosas que por primera vez percibe. Tanto la fotografía como la historia son medios de alienación -aunque esto no es algo que el autor desarrolle en profundidad- el extrañamiento tendría virtudes para abordar el pasado; ambas tienen una aprehensión por el realismo y son menos propensos a la ficcionalización; ambas revelan algo del mundo en que vivimos, pues comparten la Lebenswelt; y ambas se valen de primeros planos y planos largos para mirar la realidad. Este último punto merece la escritura del capítulo que se titula La estructura del universo histórico donde trata de tomar posición sobre las miradas que priorizan ya sea la micro o la macrohistoria.
Cuestionando a Aby Warburg, Kracauer se pregunta si Dios está verdaderamente en los detalles. El autor discutirá con Sir L. Namier y con Lev Tolstoi –quienes abogan por el estudio de las cosas más pequeñas y pretenden el reemplazo de la macrohistoria tradicional por microestudios colectivos- para proponer que, en tanto el universo histórico es “no-homogéneo”, los dos tipos de análisis tienen validez: “la realidad histórica no solo reside en los detalles, biográficos o de otro tipo, sino que también se extiende en la macro dimensión (...) No todos los temas de gran envergadura son construcciones a posteriori. Existen acontecimientos de larga duración como guerras, movimientos sociales o religiosos (…) que pueden considerarse entidades tangibles” (Kracauer, 2010: 150). Será entonces tarea del historiador que viaja en el tiempo, poder moverse entre los dos niveles. ¿Cómo lo hace? A partir de dos principios, la ley de perspectiva y la ley de los niveles. Estos dos principios, también son “prestamos” de sus estudios sobre fotografía y cine. A partir de ellos el historiador tendrá potestad para moverse y decidir su perspectiva, aprovechando al máximo su capacidad de comprensión. No obstante, cabe una última aclaración: rebatiendo una argumentación de Tonybee, Kracauer concluye que estos distintos niveles de investigación, siendo que son parte de un universo “no homogéneo”, pueden coexistir pero no fusionarse.
Cabe destacar una última similitud, quizás la más importante, entre la historia y la fotografía. Según nuestro autor, ambas son una suerte de antesala de las últimas cosas, de las últimas revelaciones. Ambas son espacio que no permiten unívocas respuestas, no hay verdades últimas, sino provisorias, contingentes. El espacio de la realidad histórica es un espacio que no está ni aquí ni allá, que se encuentra en un espacio intermedio. A modo de representación, Kracauer se vale de la metáfora de la estación de trenes, que despliega en su introducción, pues le ayuda a figurar la historia como una una zona de cruce de temporalidades, de encuentros, arribos y partidas.
En su último capítulo, el autor desarrolla de manera más analítica las demarcaciones entre historia y filosofía, el problema de la historicidad y el vínculo entre lo general y lo particular. Encuentra así que del historicismo en adelante, no se han encontrado soluciones satisfactorias para conciliar la relatividad del conocimiento con la búsqueda de la razón para verdades de validez general. El autor recorrerá las soluciones trascendentalistas (Ranke, Droysen, Meinecke, Rickert) y las inmanentistas (Dilthey, Gadamer) observando que ninguna puede salvarse de proponer a la historia como una continuidad que se despliega en un tiempo homogéneo para conciliar relatividad histórica y búsqueda racional de absolutos. Vivimos en una catarata de tiempos, dice el autor. La solución que propone proviene de la aplicación del principio lado a lado que toma prestado de la física cuántica: debe ser posible pensar las verdades filosóficas y su pretensión objetiva y de validez universal al lado del reconocimiento de sus limitaciones en término de lo absoluto y su poder controlador. La ambigüedad pertenece a esta área intermedia que conforma la historia (Kracauer, 2010: 241). La antinomia, entonces, es parte de esta realidad histórica.
III
Encontramos en el libro de Kracauer reflexiones que son nodales en nuestra disciplina. Como primera valoración, creemos que su lectura nos ayuda a advertir sobre ciertas operaciones con las que los historiadores nos conducimos irreflexivamente. Probablemente, los aportes de Historia. Las últimas cosas… no sirvan como prescripción metodológica pero sí nos interpelan, una vez más, a pensar dónde estamos parados. Creemos que en el caso de los estudios de Historia Reciente, las observaciones que se realizan sobre le premisa croceana -que ésta área en particular vuelve a poner en discusión- pueden ser más que pertinentes.
Por otro lado, en la actualidad, el estudio sobre las temporalidades ocupa un lugar para nada desdeñable. Los aportes de Ricoeur y Kosselleck -que discuten la temporalidad, el yo del historiador, la relación que éstos mantienen con su objeto de estudio- y la noción introducida por Hartog de régimen de historicidad en los años ochenta, están guiados por similares preguntas e inquietudes a las de nuestro autor alemán. De esto se desprende también la radical originalidad de la propuesta teórica de Kracauer. Recordemos que los capítulos que componen este libro fueron escritos entre 1960 y 1966, momento en que la disciplina histórica estaba perdiendo una cruzada frente al auge de Ciencias Sociales y el marxismo y el estructuralismo. Lo adverso del panorama en que se inserta Historia Las últimas cosas... podría oficiar como hipótesis explicativa para pensar la poca y tardía recepción del libro en la comunidad historiográfica.[8]
Pensando en la actualidad que tienen las preguntas que orientan el estudio de Kracauer para pensar la historicidad y los señalamientos campos específicos de la historiografía, es menester señalar que el boom de la memoria tuvo que ver en parte - como aporte teórico- con la rehabilitación de los estudios sobre Walter Benjamin. En este sentido, es interesante destacar que la lectura de Historia. Las últimas cosas… está impregnada del discurso benjaminiano. Como observa Miguel Vedda en La irrealidad de la desesperación su lectura ofrece la oportunidad de encontrar rasgos del pensamiento de benjamín en la perspectiva kracaueriana.
En algún punto, Benjamin es uno de los interlocutores más importantes de este libro. En las Tesis sobre la filosofía de la historia, el historicismo es impugnado por ser empático con los vencedores, pero para Kracauer, aun así, conservan un mérito: el de evitar que el pasado se pierda en el olvido (Vedda, 2011:89). La figura del coleccionista, la historia anticuaria, tendrían entonces un rol positivo.
“Vivimos en una catarata de tiempos”, sentencia Kracauer. La palabra catarata es la misma que Perry Anderson utiliza para adjetivar el tipo de escritura ensayística en la compilación de microestudios que realiza Carlo Ginzburg, en El hilo y las huellas. Creemos que aquí hay más que una casualidad. Ya hemos mencionado que en una nota al pie Ginzburg incorpora un estudio sobre la obra póstuma de Kracauer, donde analiza el lugar de este texto observando sus rupturas y continuidades con el resto de su corpus bibliográfico. Evidentemente, es un autor que le resulta de gran interés. Comparten, a su vez, figuras de influencia como Proust y Montaigne que los guían en buena parte de sus razonamientos. Nos aventuramos a señalar que lo que Ginzburg y Kracauer también comparten es la impronta exploratoria de sus trabajos; ninguno tiene miedo en relegar la aspiración científica a un segundo plano, en pos de otra aproximación al conocimiento histórico. El hilo y las huellas es una oda al ensayo como estilo para la investigación histórica; exige al autor una lectura intensa dado que su desarrollo no finaliza con sentencias concluyentes. De alguna manera, entendemos que esta disposición parece responder bastante al mismo rechazo de Kracauer por los sistemas de pensamiento cerrados. Por supuesto, la mirada del autor alemán sobre la relación entre la micro y la macrohistoria debe haber despertado interés en el italiano, a pesar de no adherir enteramente con sus postulados.
Una de las cuestiones que presenta mayor interés es que la matriz que sirve a estas reflexiones proviene de las inquietudes y reflexiones sobre el estudio de la cultura de masas y la industria cultural. Sus metáforas y analogías sobre la fotografía y la historia servirán de hilo conductor a lo largo de todo el libro. Por otro lado, la cuestión de la extraterritorialidad se desarrolla en trabajos previos y es retomada aquí como la actitud deseable de cualquier historiador. Nos parece interesante señalar que esta noción tiene bastante parecido con la actitud intempestiva y de contemporaneidad que desarrolla Nietzsche en su Segunda Consideración…: “La presente consideración es intempestiva también porque consiste en el intento de comprender aquello en que nuestra época deposita un orgullo justificado –que es la instrucción histórica- como daño, falencia y defecto de ella” (2006:11). Ya hemos señalado que Kracauer dedica una página a fustigar la idea nietzcheana de una Historia útil para la vida y de las capacidades positivas del olvido. Ahora lo que tratamos de analizar es cómo -y acá seguimos a la lectura que realiza Agamben- Nietzsche sitúa la pretensión de actualidad- su contemporaneidad- respecto al presente, en una desconexión y en un desfasaje. La idea que subyace a esta noción es que “pertenece verdaderamente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo, aquel que no coincide perfectamente con él ni se adecua a sus pretensiones y es por ello, en este sentido, inactual; pero, justamente por esta razón, a través de este desvío y este anacronismo, él es capaz, más que el resto, de percibir y aferrar su tiempo” (Agamben, 2008).
Los puntos de contacto entre la extraterritorialidad cronológica y lo intempestivo o contemporáneo- como aquel que no pertenece a su época y por eso puede ver más allá- son notables. Marcada esta afinidad, creemos no obstante que la obsesión que desarrolla Kracauer con la cuestión de la no-pertenencia adquiere fuerte sentido a partir de la experiencia de su vida personal y quizás eso tenga algo más que ver con las virtudes de la alienación que Kracauer sugiere en su obra.
La propuesta de Kracauer puede ser leída -como propone Vedda- como una teoría de la historia después de Auschwitz. La respuesta por el sentido histórico es siempre provisoria. Si tuviéramos que figurarnos una imagen del el desamparo trascendental de la modernidad, Auschwitz delinearía las fronteras de esa terra incognita donde suceden las últimas cosas antes de las últimas.
Referencias Bibliográficas
Agamben, Giorgio (2008). Che cos'è il contemporáneo? Roma: Editorial Nottetempo.
Ginzburg, Carlo (2010). El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Jay, Martin (1985). The extraterritorial life of Siegfried Kracauer. En Permanent Exiles. Essays on the intellectual migration from Germany to America. New York: Columbia University Press.
Koselleck, Reinhart (2013). Sentido y repetición en la historia. Buenos Aires: Editorial Hydra.
Kracauer, Sigfried (2010). Historia. Las últimas cosas antes de las últimas. Buenos Aires: Editorial Las cuarentas.
Kracauer, Sigfried (2016) Ensayos sobre cine y cultura de masas. Escritos norteamericanos. Buenos Aires: Editorial El cuenco de plata.
Nietzche, Frederic (2006). Segunda consideración intempestiva. Buenos Aires: Editorial Libros del Zorzal.
Vedda, Miguel (2011). La irrealidad de la desesperación. Estudios sobre Siegfried Kracauer y Walter benjamín. Buenos Aires: Editorial Gorla.
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Isela Mo Amavet es Profesora de Enseñanza Media y Superior en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires (FFyLLUBA). Realiza actualmente la Maestría en Historia en el IDAES-UNSAM. Es docente de enseñanza media y superior en la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini (UBA) y en la Universidad Nacional de Avellaneda. Formó parte de la adscripción de la cátedra Teoría en Historia de la Historiografía, a cargo de F. Devoto en FFyLL-UBA.
Pasado Abierto, Facultad de Humanidades, UNMDP se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
[1]Los capítulos 1, 2, 3,4, 7 estaban completos. Para los capítulos 5, 6 y 8 se utilizaron borradores manuscritos del autor.
[2]En una carta transcripta por Johannes von Moltke y Kristy Rawson para la introducción de Sigfried Kracauer’s American Writings, Kracauer señala antes de partir, lo urgente y dramático de su situación con las siguientes palabras: “Ahora resta solo la última estación, la última oportunidad, que no puedo arriesgarme a perder, pues de lo contrario todo estará perdido” (2016).
[3]En el interesante ensayo introductorio, Afinidades, Johannes von Moltke y Kristy Rawson proponen pensar a Kracauer desde la ciudadanía adoptada por el intelectual y menos desde su condición de exiliado. La incorporación del inglés, a pocos meses de pisar EE.UU, y el abandono definitivo de su lengua materna, junto con el análisis de la enunciación de diferentes escritos del período, abonan a pensar la riqueza de esta perspectiva. A la luz de estos trabajos, Kracauer sería casi una suerte de eslabón perdido entre La Escuela de Frankfurt y los Intelectuales de Nueva York (Kracauer, 2016:29).
[4]En la introducción a su obra Kracauer explicita el vínculo que tiene su presente trabajo con los anteriores. Esta cuestión fue objeto de debate y el prólogo que realiza Kristeller en su primera edición está atravesado por las discusiones que suscitó la comprensión de esta obra. Carlo Ginzburg, en un ensayo de El Hilo y las Huellas retoma la búsqueda de rupturas y continuidades de esta obra en el corpus kracaueriano.
[5]Como al mismo tiempo “es y no es” una ciencia el autor plantea que la historia se comporta para con otras ciencias como una “camarada”; tiene una relación de vecindad.
[6]Esta crítica al progreso es en parte fruto de los intercambios que tuvo con Walter Benjamín en años anteriores.
[7]Las contradicciones a las que Kracauer hace referencia es a tener que recurrir a una matriz hegeliana -en contra de su supuesta voluntad- para poder sostener el carácter único del tiempo presente
[8]Cabe un matiz: un par de años después de la publicación de Historia. Las últimas cosas… Reinhart Koselleck ofrece una conferencia que se titula “¿Para qué todavía la investigación histórica?”. En este trabajo Koselleck retoma muchos de los puntos que que arroja el libro póstumo de Kracauer, evidenciando puntos de partida similares –el descubrimiento de la “historia en sí” como ‘singular colectivo’ que surge con la Modernidad- y una preocupación común respecto de definirla en relación al status científico. Con esto no queremos decir que se trate de un dialogo explícito, pero sin duda ambos textos se entienden en un horizonte de preocupaciones compartidas y difieren del mainstream historiográfico del momento. A pesar de la diferencia etaria, ambos recogen las discusiones y tradiciones del mundo filosófico-cultural alemán y estuvieron atravesados por la experiencia de la segunda guerra; uno como exiliado, el otro como soldado y sobreviviente. A la luz de esta experiencia común se pueden entender la ausencia de un sentido último de la historia, expresadas en ambas historiografías.
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