Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº4. Mar del Plata. Julio-Diciembre de 2016.
ISSN Nº2451-6961.
http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
La guerra de independencia española, los “empecinados” y el Montevideo leal, 1808-1814
Pablo Ferreira
Universidad de la República, Uruguay
pablo.ferreira2311@gmail.com
Recibido:02/9/2016
Aceptado: 11/10/2016
Resumen
El artículo reconstruye la historia de los empecinados montevideanos de destacada actuación en los años finales del poder español. Primeramente se analiza el surgimiento del término en la península Ibérica, identificando a los grupos guerrilleros en lucha contra los franceses y cómo la palabra adquirió pronto otras connotaciones, en especial la de obstinación en la lucha y la defensa de las ideas. Se aborda la propaganda en torno a las figuras de los líderes guerrilleros como estrategia para dotar a la resistencia de contenido popular y ligarla con las tradiciones hispánicas. En la segunda parte se estudia la historia del grupo montevideano, definiendo tres etapas y profundizando en las características de su accionar político, basado en la intimidación a los opositores, la presión sobre las autoridades y la capacidad de movilizar a sectores subalternos. Finalmente, se discute la naturaleza de estas agrupaciones en una etapa donde predomina una concepción unitaria del cuerpo político.
Palabras claves: partidos; Montevideo; guerra de independencia; acción política; mediadores
Spanish war of independence, the “empecinados” and loyal Montevideo, 1808-1814
Abstract
The article reconstructs the history of Montevidean “empecinados”'s outstanding performance in the final years of Spanish rule. It begins analyzing the emergence of the term in the Iberian peninsula, used to identify guerrilla groups fighting against the French, and how the word soon acquired other connotations, especially that of obstinacy in the struggle and the defense of ideas. The paper also deals with propaganda promoting guerrilla leaders as a strategy to strength resistance movement by means of providing it with popular contents and Hispanic traditions links. The second part explores the history of the Montevidean “empecinados” group, defining three stages and analyzing the characteristics of its political action based on the intimidation to their opponents, pressure on the authorities and the ability to mobilize subordinate sectors. Finally, discusses the nature of this kind of groups in a period dominated by an unitarian concept of body politic.
Keywords: parties; Montevideo; war of independence; political action; mediators
La guerra de independencia española, los “empecinados” y el Montevideo leal, 1808-1814[1]
Introducción
En 1808 comenzó a utilizarse en la península ibérica la palabra empecinados para referir a los guerrilleros liderados por Juan Martín Díez. El término identificaba hasta la fecha a los naturales del pueblo de Castrillo del Duero -de donde era originario Díez- por la pecina del río Botija que solía adherirse a su vestimenta cuando lo cruzaban. En los años posteriores estos guerrilleros se fueron convirtiendo, fruto de una interesante operación de propaganda política, en símbolo de la resistencia contra los franceses, extendiendo su fama a lo largo de la península, el continente europeo y en las colonias americanas. La voz empecinados se fue transformando durante la guerra de independencia en sinónimo de firmeza en la lucha contra el enemigo y obstinación en la defensa de las ideas. Pasó por ende de ser un adjetivo y un sustantivo a identificar una acción que implicaba una actitud específica: la de empecinarse.
En Montevideo, en la segunda mitad de 1810, algunas fuentes empiezan a referir a un grupo al que denominan con ese nombre, atribuyéndole acciones de intimidación a figuras que se consideraba afines al gobierno revolucionario de Buenos Aires. En los años siguientes el grupo fue logrando un marcado nivel de incidencia política hasta la caída de la ciudad en 1814, especialmente por su cercanía a las esferas de gobierno, su influencia en las milicias urbanas y su capacidad de movilizar a sectores plebeyos. Este agrupamiento de carácter político no ha sido trabajado de forma específica por la historiografía, más allá de algunas referencias laterales (y en algunos casos equívocas) en ciertos trabajos panorámicos.[2] De modo reciente -y coincidiendo con un interés creciente de la historiografía por el campo de los “leales” durante las guerras de independencia en Hispanoamérica[3] - han surgido nuevos estudios sobre los años finales del Montevideo español, que se han aproximado al tema.[4]
El artículo propone analizar los usos y apropiaciones de la denominación de empecinados estableciendo un diálogo entra los acontecimientos de la península y los ocurridos en Montevideo. Asimismo se procura avanzar sobre las características de este tipo de agrupamientos políticos y los sentidos atribuidos en el período a los conceptos partido y facción. Todo esto en el marco de una indagatoria más amplia sobre las formas de hacer política en la ciudad entre la etapa colonial tardía y el surgimiento del estado uruguayo.
La guerra de independencia española, Juan Martín Díez y los empecinados
El 2 de mayo de 1808 se produjo en Madrid un levantamiento popular contra las tropas francesas. De forma paralela sucedían las abdicaciones de Bayona que otorgaban la soberanía sobre territorio español a José Bonaparte. Desde marzo España era escenario de una “gran revuelta”, marcada por estallidos populares en distintos puntos del reino que tuvieron por objeto la oposición a la presencia francesa, a la par de un claro componente “antifeudal y antinobiliario” (Chust, 2010: 58). Como ha señalado Pierre Vilar (1982:200) “fue la chusma la que combatió primero” lo que dotó a la rebelión de una carga importante de imprevisibilidad y violencia contra las autoridades establecidas y las minorías dominantes. La sucesión de tumultos y motines, sumada a la convicción de que las abdicaciones habían sido forzadas, deslegitimó rápidamente la estructura del poder real. Otras esferas políticas, tal el caso de los gobiernos de las ciudades, cuya legitimidad tenía fundamentos distintos, pudieron constituirse en espacios de soberanía (Guerra 1998:112). De esta forma, la intensa movilización popular se procuró encauzar a partir de la constitución de juntas de gobierno en las zonas que no fueron ocupadas por los franceses (Piqueras, 2008:33).
En el plano militar, ante un enemigo superior, la guerra de guerrillas se mostró como una de las estrategias bélicas que mejor se adaptaban a las nuevas condiciones.[5] Figuras como Jerónimo “El Cura” Merino, Francisco Espoz y Mina o Juan Martín Díez adquirieron un rápido prestigio gracias a su movilidad geográfica y flexibilidad táctica (Ausín, 2016:136). Los jefes guerrilleros, y en especial el Empecinado, debieron además su fama a una “exitosa, masiva y variada” propaganda que incluyó soportes variados como la prensa, la edición de biografías, obras de teatro, poesías, retratos y grabados (Ausín, 2016; Esdaile, 2006).
Las primeras acciones del Empecinado se remontan a 1808 y su primera designación oficial fue realizada por la Junta Central de Sevilla en abril de 1809, otorgándole el grado de teniente de caballería. Un mes después apareció la primera referencia en la prensa española a su figura, siendo de esa fecha el conocido retrato realizado por Francisco Goya.[6] La exaltación de los líderes guerrilleros cumplía funciones políticas, dotando a la resistencia de un carácter innegablemente popular y enraizado con la tradición hispánica (Esdaile, 2006: 17). Para 1811 el término empecinados se había convertido en referencia genérica al conjunto de los grupos guerrilleros.
La difusión internacional también fue rápida. Para fines de 1809 aparecen referencias al Empecinado en la prensa de Caracas, La Habana y Ciudad de México. En Inglaterra y Prusia su nombre es mencionado entre 1810 y 1811 (Ausin, 2016: 140-141). Muchas de estas publicaciones tomaban lo informado por la prensa española que a su vez también llegaba de modo directo a América.
En Montevideo tenemos referencia al aumento de la circulación de periódicos provenientes de la península que coincide con este incremento de la edición, señalado más arriba. Las noticias llegaban al arribar los barcos, lo que generaba que fueran discontinuas y aleatorias. Cartas personales, comunicaciones oficiales y gacetas llegaban juntas y se difundían por la ciudad, generando reconstrucciones fragmentarias y provisorias de los hechos (Guerra, 1992: 128). En setiembre de 1810 el cabildo de la ciudad recibió la donación de una imprenta por parte de la princesa Carlota Joaquina, esposa del príncipe regente de Portugal Juan e hija de Carlos IV de España. La imprenta de Montevideo realizó hasta 1814 una intensa actividad de edición de materiales políticos orientados a destacar los esfuerzos militares en la península y contrarrestar la propaganda proveniente de Buenos Aires. El 13 de octubre de 1810 se imprimió el primer número de La Gazeta de Montevideo, un periódico que se editó hasta junio de 1814. En la edición del 13 de noviembre apareció la primera referencia al accionar de las guerrillas en territorio español, tomando como fuente noticias llegadas en la fragata Constante, salida de Cádiz el 22 de agosto.[7] La primera mención al Empecinado es del 22 de enero de 1811, en un parte de guerra tomado de la edición del diario gaditano El Conciso del 13 de setiembre del año anterior, en que se consigna el ataque del “Empesinado a los franceses en Mirabueno” agregándose que “de los 500 que encontró apenas salvaron su vida 200”.[8] La referencia a los grupos guerrilleros en las ediciones posteriores fueron muchas y denotan la amplia circulación de noticias sobre sus acciones.[9]
Los empecinados en Montevideo
Al Río de la Plata, las noticias sobre la disolución de la Junta Central en Sevilla y la instauración de un consejo de Regencia llegaron en mayo de 1810. En Buenos Aires tras una semana de movilizaciones se definió desconocer la autoridad de la regencia y del virrey, designando una Junta de gobierno con el objetivo de preservar la autoridad de Fernando VII. La ciudad de Montevideo, ubicada a pocos kilómetros de la capital, se definió como leal a la regencia en junio de ese año y quedó enfrentada al gobierno de Buenos Aires y a los apoyos que este logró en las zonas rurales de la banda oriental.
La denominación de empecinados para referir a un grupo político -una facción o partido según sus rivales- aparece a fines de 1810. La hipótesis que sostenemos es que no se trata de un grupo enteramente nuevo, sino de la apropiación del término por uno ya existente, cuyos orígenes se remontan a 1808. A efectos analíticos hemos elaborado una periodización ubicando tres etapas en la historia del grupo: una de gestación entre fines de 1807 y mediados de 1810, otra de consolidación entre 1810 y octubre de 1812 y una fase de apogeo y derrota entre 1812 y 1814.
“Una porción de alborotadores[10] (1807-1810)
Los orígenes del grupo que posteriormente se denominará de los empecinados se ligan a la peripecia de dos figuras importantes para la política rioplatense del período. Una de ellas es Francisco Xavier Elío, que ocupó el cargo de gobernador de Montevideo entre setiembre de 1807 y abril de 1810 y luego de virrey del Río de la Plata durante 1811. Su figura ha sido ampliamente abordada por la historiografía, tanto por su protagonismo en los sucesos platenses, como por su actuación posterior en la península. Elío llegó a la región con el cargo de comandante general de la campaña cuando los ingleses dominaban la ciudad y fue designado gobernador interino cuando estos se retiraron, ya que el titular del cargo, Pascual Ruiz Huidobro, había sido trasladado en calidad de prisionero a Inglaterra.
En un primer momento su designación generó rechazos entre los integrantes del cabildo que elevaron quejas a las autoridades, incluso al mismo monarca. Cuestionaban la legalidad del nombramiento (en su lectura correspondía al alcalde de primer voto el gobierno político y existían militares de mayor graduación para el gobierno militar) y señalaban que desde su llegada “no ha[bía] dado sino pruebas funestas de su temible carácter”.[11] Sin embargo, en pocos meses Elío logró concitar apoyos y doblegar esas resistencias. Una figura clave para ello fue Diego Ponce de León, sargento mayor interino de la ciudad desde 1807 hasta junio de 1814. Ponce provenía de la Armada (era teniente de navío) y fue designado por Elío tras asumir la gobernación. Poco después, le sumó la función de juez de policía, lo que implicó un incremento de atribuciones en detrimento del cabildo. El argumento que expuso fue que “siendo las dos terceras partes del pueblo militares” tenía que ser uno de ellos quien ejerciera la función.[12]
Entre agosto y setiembre de 1808 la ciudad se vio convulsionada por la llegada de diversos enviados con noticias de los sucesos acaecidos en la península (ingreso de tropas francesas, abdicaciones, prisión de Fernando VII) y por las diferencias surgidas entre el gobernador y el virrey Santiago Liniers. Para ese entonces Ponce se había convertido en un claro ejemplo de “líder intermediario”, siendo uno de los articuladores políticos del gobernador, oficiando como nexo entre su autoridad, las tropas veteranas, los regimientos de milicias y los sectores plebeyos.[13] Lee y difunde en los cafés cuantos papeles circulan, recorre la plaza conversando con los que se congregan y es uno de los que encabeza las movilizaciones de la noche del 20 de setiembre, un complejo episodio de características tumultuarias que terminó impidiendo que un nuevo gobernador, Juan Angel de Michelena, se hiciera con el mando para el que fuera designado por el virrey (Pivel 1962:532 y 587). Al día siguiente Ponce fue designado, en representación de las “armas”, para integrar la Junta de Gobierno que se constituyó en la ciudad.[14] En las semanas siguientes la Real Audiencia de Buenos Aires inició un expediente sobre la Junta formada en Montevideo, para el que se recabaron numerosos testimonios, destacándose los de un conjunto de oficiales de la Armada que estaban en Montevideo cuando sucedieron los hechos. Las referencias a Ponce y a su principal ayudante Matías Larraya como los principales agitadores se repiten en los testimonios. Una de las preguntas que se realizó a los indagados era a qué figuras debía sacarse de la ciudad para cortar el clima de insurrección. Además de la referencia al gobernador, uno de los nombres que más se repite es el de Ponce.[15] A este se le ordenó trasladarse a Buenos Aires a rendir cuenta de sus acciones, pero se negó aduciendo que el cargo de sargento mayor dependía del gobernador. A partir de allí se generó un cruce de oficios con el virrey donde este le indicó que era un oficial de la Armada, cuya dependencia jerárquica era con el virrey y no con el gobernador (MD, 1962a: 57-58). Apoyado en Elío y en la Junta de la que formaba parte, Ponce se quedó en Montevideo.
Lo expuesto muestra cómo en esta etapa se fue constituyendo el grupo que luego se denominará de los empecinados; tomando por base el liderazgo de Elío, el papel de Ponce como mediador y una red de relaciones jerárquicas preexistentes que eran la base para la movilización de los sectores plebeyos y los contingentes armados.
La “terrible” facción (1810 - 1812)[16]
Señalamos más arriba que en mayo de 1810 se instauró una junta de gobierno en Buenos Aires. En Montevideo, durante los meses siguientes se produjo una fuerte división entre las élites que enfrentó a los partidarios de reconocer a la junta con los leales a la regencia. En un escenario marcado por altos niveles de incertidumbre, los alineamientos no siempre fueron explícitos y tuvieron su prolongación a nivel de los contingentes armados y los grupos plebeyos. Según los apuntes históricos de Dámaso Antonio Larrañaga y José Raymundo Guerra (1914:101), escritos años después, en estos meses “todo era exaltación, furor y engaños”.
El 12 de julio de 1810 se amotinaron los regimientos de Infantería Ligera y de Voluntarios del Río de la Plata. Según un oficio enviado por el comandante de la Armada José María Salazar al marqués de Casa Irujo, embajador de la regencia ante la corte lusitana en Río de Janeiro, los principales oficiales de estos cuerpos habían celebrado reuniones nocturnas donde fueron ganando a oficiales subalternos y a algunos particulares (MD, 1965: 207). En la mañana, los amotinados dieron a conocer una proclama donde exigían el reembarco de la marina y la separación del sargento mayor Diego Ponce de León de su cargo (MD, 1965: 165). Pese a la importancia de los regimientos movilizados el motín fue derrotado en las horas siguientes, debido al protagonismo de la Armada y las milicias urbanas. Desde ese momento la correlación de fuerzas en la ciudad fue definitivamente favorable al bando leal; los partidarios de reconocer a la Junta habían sido derrotados en varias sesiones del cabildo y también en su intento de levantamiento armado.
El sacerdote Bartolomé Muñoz, partidario del reconocimiento a la Junta, llevó un detallado diario de los hechos del período. Su posición es crítica respecto a las principales figuras de gobierno y en especial sobre Ponce de León.[17] Este, a quien considera “intrigante mas que nadie” y “el mas sagaz de todos”, se habría hecho “demagogo de una terrible facción que se nominó de los Empecinados”, compuesta “de gente baja y rica, pulperos patrones, almaceneros, cafeteros” muchos de los cuales habían sido marinos. Según Muñoz, Ponce los “embelezaba” diciéndoles que contaba “con ellos para el sostén del trono augusto del adorado desgraciado Fernando 7º” y los “enloquecía” diciéndoles “ustedes son los verdaderos españoles”. Destacaba el autor otros incentivos como el “grano a mano de su mucho dinero, buenos vinos [y] muchos dependientes”, además de “jamones, vinos y ricos pescados” lo que facilitaba “las empresas de músicas, hachas, merendonas y alborotos” con que estos “llevaba[n] la voz del Pueblo para poder ahorcar, desterrar, o encerrar a cualquiera al arbitrio de Ponce” (CNAA, 1975: 221). [18]
Como puede apreciarse, la adhesión se lograba a partir de gratificaciones simbólicas (ser los “verdaderos españoles”) y materiales, y se sustentaba en relaciones jerárquicas preexistentes. ¿Cuáles eran las acciones concretas que llevaron adelante? En esta etapa lo principal fueron acciones de delación y denuncia a figuras consideradas afines a la junta, tal el caso de un grupo de sacerdotes a los que se acusó y se presionó para lograr su expulsión entre julio y agosto. Otro expediente utilizado fue la colocación de pasquines y la presión a las autoridades, en especial sobre la Junta de Observación y Vigilancia creada en el mes de julio. Por estas fechas, al síndico procurador Mateo Gallego, se le habría propinado “una paliza” en la calle al considerar que no había actuado con energía ante los participantes del motín del 12 de julio (CNAA, 1975: 221- 223).
El 11 de agosto el gobernador militar, Joaquín de Soria, informaba al cabildo sobre el arribo del cura vicario de la iglesia Matriz Juan José Ortíz, al que se consideraba afín a la junta bonaerense y que había sido expulsado de la ciudad en junio.[19] En la nota se señalaba que el sargento mayor había manifestado que su llegada podía “ser causa de algunos disturbios” por lo que solicitaba la opinión del cuerpo respecto a cómo proceder. El episodio muestra el uso de la amenaza de tumultos como estrategia de presión ante las autoridades a efectos de que tomen acciones contra los opositores[20]
El 7 de octubre llegó a la ciudad Gaspar de Vigodet con el título de gobernador. Su presencia generó expectativas en algunos sectores de que pudiera ponerse coto a las acciones intimidatorias y límites a la incidencia de los mandos de la Armada y al grupo de Ponce. Según Muñoz, estos últimos difundieron en los cafés que no era legítima la designación de Vigodet y que era mejor se mantuviera el gobierno provisorio formado tras la salida de Elío. También que al nuevo gobernador “le faltaba autoridad”, “que era condescendiente [y ello] lo hacía sospechoso”. Asimismo circuló el rumor de que un centinela del Fuerte, dependiente de Ponce, habría disparado un arma cerca de la habitación de Vigodet, en una acción que Muñoz califica como intimidatoria y orientada a que el nuevo gobernador se colocase bajo su protección (CNAA, 1975: 225).
En enero de 1811 retornó Francisco Xavier Elío con el título de virrey del Río de la Plata. En ese mes encontramos la primera referencia al uso del término “empecinado” en una fuente que no genera dudas sobre su contemporaneidad. El 30 de enero un comerciante de origen portugués llamado Juan Correa denunció al receptor de Alcabalas de la Real Aduana, Dionisio Soto, por un incidente ocurrido en el café del Comercio mientras jugaban a la baraja. Según el denunciante, Soto lo acusó de “robar en las casas de juego”, lo atacó a golpes y luego con un puñal. En su declaración Correa denunciaba la conducta de Soto “agena de los principios q.e deben suponerse en un individuo q.e egerse desente empleo” y que además “se mece con el honorífico y glorioso renombre del Empecinado”. Según Correa, Dionisio Soto “sin justo título es tenido de algun bulgo por una especie de tribuno” lo que considera un “escándalo de la razón” y un “perjuicio de la autoridad”. [21] Como se aprecia, la referencia al Empecinado denota que su fama se ha extendido y que el uso político de su nombre está en disputa. Cabe señalar que Correa meses después salió de la ciudad y se incorporó al ejército sitiador, teniendo una destacada trayectoria en el bando revolucionario.
Un mes después se iniciaron hostilidades militares entre el gobierno de Montevideo y el de Buenos Aires. El avance de las fuerzas revolucionarias desde la campaña fue rápido y tras el triunfo en la batalla de Las Piedras, el 18 de mayo, la ciudad fue sitiada. En los días siguientes fue expulsado un nuevo grupo de religiosos y también numerosas familias consideradas afines a la insurgencia. Según se señala en distintas fuentes, los empecinados favorecieron y acompañaron la instalación y las acciones de un nuevo tribunal de seguridad pública, proporcionaron nombres de sospechosos y acompañaron con actos de hostilidad la salida de los religiosos y de las familias. Juan Francisco Martínez era un comerciante que permaneció en la ciudad, pero que estaba vinculado, tanto familiar como comercialmente, con personas afines a la junta. En carta a su sobrino Lucas Obes, figura de destacada actuación desde 1808 y que se encontraba en Río de Janeiro, refiere a la expulsión de familias en mayo de 1811:
Como te lo pensabas, ha sucedido, Herrera fue echado de esta Plaza el 22 de Mayo con Consolación y sus hijitos, al mismo tpo. que otras muchas familias, entre ellas la Suegra de Agell, y sus hijas solteras, Mantufar y su muger, el Dr. Mendez y Donado &a con otros muchos, efecto todo del empecinamiento. Biendo lo qual nos hemos alegrado de que te hallaras fuera de aquí. Yo también estaba en una de las dos listas, que los empecinados presentaron al Govierno para echar afuera los mas de los Vecinos, a que se opuso el Governador. (CNAA, 1966: 218)
Mateo Magariños era un comerciante de importante actuación política en el Montevideo español hasta 1814. Durante el primer sitio llevó una relación diaria de los sucesos en la ciudad enviada a su hijo residente en España. Según su relato, en Montevideo se habían conformado partidos, vinculados a los diversos mandos militares. Uno de ellos, al que adhería Magariños, se aglutinaba en torno al comandante de la Armada José María Salazar que había sido una figura clave para el posicionamiento leal de la ciudad en 1810. El virrey Elío encabezaría el otro “partido” en que ubicaba también al gobernador Gaspar de Vigodet. Este último, en opinión del autor, se había convertido en una figura “popular”, contaba con el apoyo de sus paisanos “catalanes” (entre los que se encontraban algunas de las fortunas más importantes de la ciudad) y también de Ponce y los empecinados. Según Magariños, Vigodet salía con una “cafila de tunantes a rondar” que son “los q.e se llaman aquí mal traido empecinados”. Los caracterizó como “una porcion de Andaluces, q.e no tienen sobre q.e caer” pero que contaban con la protección de Ponce (CNAA, 1963: 40-41).
En agosto se abrieron negociaciones entre los gobiernos de Montevideo y Buenos Aires en procura de un armisticio que se concretó a fines de octubre. Cuando el acuerdo estaba por cerrarse circularon rumores de un intento de “sublevación” atribuido a los empecinados, que se habían manifestado partidarios de seguir la guerra (Bauzá, 1929:91). Levantado el sitio, las fuentes refieren a acciones de hostigamiento contra las familias que retornaban a la ciudad y habían adherido a la revolución. En una memoria que contenía noticias enviadas a Buenos Aires por “agentes en Montevideo y la campaña” se señaló que continuaba la “aversión de Europeos a Americanos” protegida por el Gobierno y que el 23 de noviembre había aparecido un pasquín pidiendo se expulsara a las familias que lo habían sido anteriormente. Según los agentes, el gobierno montevideano, “valiendose de aquellos hombres a quienes el capricho de la plebe ha dado el título de empecinados, propaga entre el populacho la especie de ser falsas nras. ventajas en el Perú”, señalando que era inminente la derrota de Buenos Aires (CNAA, 1966: 13-14).
“Alzan de guerra sediciosos gritos...” (1812-1814)[22]
La paz entre ambas ciudades fue efímera. En octubre de 1812 se inició un nuevo sitio sobre Montevideo que se extendió hasta junio de 1814. Durante el largo asedio las condiciones de subsistencia llegaron a límites extremos. La ciudad incrementó su población por la migración de familias de la campaña, fue reiteradamente bombardeada por los sitiadores y padeció la extensión de enfermedades. La tensión social fue en aumento expresándose en el incremento de robos, desórdenes y tumultos plebeyos (Ferreira, 2014: 73-75).
En ese marco, el “partido empecinado” alcanzó su momento de mayor influencia utilizando las modalidades de acción ya descritas e incorporando formas nuevas, en especial, las movilizaciones masivas ante situaciones en que las autoridades debían tomar decisiones. Su acción se hizo intensa en coyunturas específicas, tal el caso de la discusión de posibles armisticios con los sitiadores y las derrotas del ejército. En el primer caso se ubicaron como partidarios de continuar la guerra hasta las últimas consecuencias y denunciar todo intento de capitulación. En el caso de las derrotas militares impugnaron a los mandos militares acusándoles de debilidad o cobardía (Ferreira, 2012: 36-37). En ese marco el término siguió enriqueciendo sus significados, pasando a identificar, además de un agrupamiento político, una actitud, la de obstinación e intransigencia en la lucha. En tal sentido, la trayectoria es similar a la que recorrió en la península
Analizaremos su accionar en los primeros meses de 1814, momento en que se dieron intentos de negociación con los sitiadores y en que finalmente se produjo la capitulación de la ciudad. Desde fines del año anterior se discutía en Río de Janeiro un armisticio entre el representante del gobierno de las Provincias Unidas, Manuel de Sarratea, y el ministro español ante la corte portuguesa, Juan del Castillo y Carroz. Las bases acordadas (que debían ser ratificadas y precisadas por Montevideo y Buenos Aires) establecían el retiro de las tropas de las Provincias Unidas a la margen occidental del río Uruguay y el compromiso del ministro español de gestionar ante el virrey de Lima un cese de hostilidades en el norte del virreinato.
En Montevideo las posiciones no fueron unánimes. Una corriente moderada y más receptiva al armisticio debió enfrentar la férrea oposición de quienes rechazaron toda forma de transacción. El 30 de marzo llegaron al puerto los diputados del gobierno de las Provincias Unidas, José Valentín Gómez y Vicente Echevarría. El capitán de marina español Juan de Latre, enviado desde Río de Janeiro con la misión de apoyar la concertación del armisticio, relató su visión de los hechos en una carta al ministro español ante la corte portuguesa fechada en julio de 1814 (García, 1957: 67-78). La descripción de la trama de las negociaciones permite apreciar cómo la ciudad vivía una inédita activación de su vida política. Los empecinados, contrarios a toda negociación, se hicieron fuertes en el ayuntamiento y en las milicias urbanas. Latre daba cuenta de la inquietud en la ciudad y las presiones de un grupo de “revendedores de víveres, varios pulperos y algunos negociantes” para que se nombraran diputados reconocidos por su posición “a favor de la guerra” y para que fueran “despedidos sin oírse los emisarios de Buenos Aires” (García, 1957: 69).
El cabildo solicitó a Vigodet, con fecha 2 de abril, ser consultado en caso de proceder a algún tipo de acuerdo. El capitán general cedió a las presiones y propuso al cabildo que convocara “personas de conocido patriotismo é ilustración para que ayudado de sus luces y conocimientos pueda discutir y resolver” (CNAA, 1976:354- 356). Cuatro días después, el cuerpo capitular escuchó a distintos asesores y convocó una Junta General para el día siguiente. Según consigna Acuña de Figueroa (1978:213- 214) en un diario personal, fue una reunión de ánimos exaltados en que “de la reprobación se alzó el murmullo”. Según Latre “eran muchos los papeles que tuvieron que leerse” y “muy pocos o ninguno de los concurrentes estaban acostumbrados a oír escritos de aquella naturaleza” (García, 1957:70). La Junta negó el apoyo a las bases propuestas, haciendo suyos los argumentos expuestos por los asesores en la jornada anterior. La postura asumida terminó siendo definitoria para que fracasaran las negociaciones.
Mateo Magariños, a quien hemos referido en otros pasajes del artículo, había sido uno de los enviados por las autoridades de Montevideo a negociar el armisticio en Río de Janeiro. Era una figura cuya lealtad estaba fuera de discusión, pero que había trabajado para la concreción del armisticio y lo había defendido públicamente. En unos papeles de su archivo personal que llevan por título “Documentación relativa a las negociaciones del armisticio de 1814” y cuyo destinatario no se aclara, señaló que al retornar a la ciudad, alguna “gente de providad” le avisó que los empecinados le “habian quitado el cuero, expresando q.e sin autoridad alguna [se] havia mezclado en hacer un armisticio perjudicial a el estado de cosas y q.e era impracticable con un gobierno subversivo.”[23] Esta presión, que habría contado con el apoyo del editor de la Gaceta de Montevideo, Fray Cirilo de Alameda y de algunos capitulares (entre ellos el alcalde de primer voto Miguel Antonio Vilardebó) estuvo cerca de llevarlo a la cárcel aunque finalmente los integrantes del ayuntamiento optaron por convocarlo y reprenderlo públicamente. Según las actas del cabildo, Magariños habría propiciado bajo su “influxo, e invectivas á que se aumente el partido de los que desean un acomodamiento con Buenos Ayres” (RAGA, 1934: 123) En los papeles de Magariños es perceptible la tensión entre una élite que podríamos llamar tradicional, en la que él se ubica y una serie de “hombres nuevos”, posiblemente de una extracción social y cultural inferior pero que ocupaban en la coyuntura puestos en el cabildo. Magariños se queja de haber sufrido un “insulto de la hostilidad de quatro pulperos y hombres indecentes” que eran protegidos del capitán general Gaspar de Vigodet y que solo “p.r esa causa habian entrado en el Cavildo en una epoca tan delicada y q.e requería mas q.e nunca pulso y hombres de entera providad y algunos conocimientos.”[24]
Tras el fracaso de las negociaciones, el gobierno de Buenos Aires procedió a bloquear el puerto de Montevideo. La situación para los habitantes de la ciudad varió radical y negativamente y se agravó aún más luego de la derrota de la marina la noche del 16 al 17 de mayo, cuando intentaba romper el bloqueo. El 24 de mayo partieron hacia Buenos Aires el capitán Juan de Latre y el comandante Feliciano del Río a intentar concertar un armisticio, retornando días después sin haber logrado su propósito. Las tensiones en la ciudad, agobiada por las penurias del sitio y enfrentada a la eventualidad de un combate final con los sitiadores, llegaron a un punto extremo. El 1º de junio, los empecinados realizaron una demostración de su voluntad de morir peleando. Describe Acuña de Figueroa que:
Entonando también marciales himnos, / Más de dos mil personas esta noche / Por las calles divagan y el recinto. / Sin distinción de clases, allí a todos / Agita un entusiasmo un furor mismo, / El furor de la ofensa, y sólo se oyen / De ¡guerra! Y ¡guerra! Resonar los gritos (Acuña, 1978: 304).
La situación en las semanas siguientes fue de gran tensión por la eventualidad de un ataque y por las enormes dificultades para conservar el orden interno. El 18 de junio se abrieron nuevamente negociaciones con los sitiadores. Al día siguiente, una junta mixta discutió las condiciones propuestas por Vigodet a Carlos María de Alvear, jefe del ejército sitiador, para la entrega de la ciudad. Al salir del cabildo, los participantes debieron tolerar la presencia de los cuerpos de milicias urbanas y de los empecinados que se manifestaban alzando gritos de guerra y acusando de traición a los presentes. Señala Acuña de Figueroa que eran las milicias, en especial “los cuerpos de emigrados y comercio” los que “alzan de guerra sediciosos gritos”, “murmuran”, “acusan al gobierno, y se proponen resistir el decreto del destino.” (Acuña, 1978: 343).[25]
Finalmente, el 20 de junio fue acordada la capitulación de la plaza. En la noche estalló un motín entre los cuerpos de milicias urbanas alojados en la iglesia Matriz. El coronel Domingo Loaces, insultado por sus tropas, logró escapar y llegar a la Ciudadela, donde obtuvo el apoyo de algunos comandantes de las tropas veteranas (Acuña, 1978: 345-346). En la entrada de la iglesia se encontró con Ponce que tuvo una actitud de acatamiento a la autoridad, ofició de mediador y obtuvo que los amotinados se rindieran.
Caído el poder español en Montevideo desaparecen de las fuentes las referencias a los empecinados. Los partidarios de volver a integrar la monarquía española serán referidos en los años siguientes como un “partido” (el de los “godos”, “fernandistas” o “viejos españoles”) asociado a su condición de españoles, pero se irán diluyendo otros niveles de identidad política.
A modo de epílogo ¿facciones en el Montevideo leal?
Hasta bien entrado el siglo XIX existió en América Latina una tensión entre una concepción unitaria de la política y otra de índole más bien pluralista (Aljovín y Loayza, 2014). La idea de un “partido” como expresión de intereses y opiniones divergentes no formó parte de la cultura política del período que analizamos. En las fuentes suele referirse con connotaciones negativas al “espíritu de partido”, a individuos “intrigantes” que buscan “formar partido” o a enemigos encubiertos afines al “partido” de la insurgencia (Caetano, 2013: 199). La ciudad era concebida como una comunidad política que se definía en su lealtad al rey y debía ser protegida de aquellos que amenazaban la conservación de esa unidad. La existencia de partidos y facciones estuvo asociada a la idea de un “orden fracturado” (Bonaudo, 2015: 19), imagen que se exacerbaba en las coyunturas de guerra, donde el consenso de la comunidad debía ser preservado para enfrentar al enemigo que estaba ubicado fuera.
Pese a que las élites montevideanas no pusieron en discusión la fidelidad al rey, y solo en coyunturas específicas estuvo en debate el reconocimiento a las autoridades metropolitanas, asistimos en el período a una creciente politización de las relaciones de mando y obediencia.[26] Se pasó de una “política restringida” al círculo más cercano a las autoridades a un sistema más amplio, donde la obediencia a las autoridades debía ser negociada para cada caso concreto (Ribeiro, 2013: 119). En ese marco, los mediadores o líderes intermediarios, aquellas figuras que establecían cadenas de adhesión con los contingentes en armas y los grupos plebeyos resultaron figuras claves para gestionar la obediencia o para influir en la toma de decisiones. En ese marco, la experiencia del grupo de los empecinados, con su carácter faccional (aunque encuadrado en un horizonte político unitario), su organicidad limitada y la violencia implícita en su modo de operar, aporta insumos al conocimiento de las formas de hacer política en la ciudad en una etapa en que se transitan profundos cambios.
El caso permite vincular dos procesos que se han pensado de forma inconexa. La experiencia de la guerra peninsular, presente de modo constante en el discurso de las élites, resultó fundamental en la formación de identidades políticas en Montevideo y en otras zonas leales. Los empecinados peninsulares fueron a la distancia un símbolo de la lucha patriótica contra los franceses. Por su parte, los empecinados montevideanos buscaron posicionarse como los enemigos más acérrimos de la revolución en América, a la que entendían como una inaceptable alteración del orden político en momentos en que España estaba amenazada por un enemigo que invadía su territorio. La lucha contra los franceses fue la guerra de independencia que vivieron como propia y a la que subsumían todas las demás. Los insurgentes americanos debilitaban la causa de la monarquía y eso justificaba la necesidad de enfrentarlos de modo radical e intransigente y permitía considerar como traidor o diletante a cualquiera que buscara alguna forma de contemporización.
Referencias Bibliográficas
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Pablo Ferreira es Profesor en Historia por el Instituto de Profesores “Artigas” (Uruguay) y Magíster en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Udelar). Actualmente cursa el Doctorado en Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE) de la Udelar y es becario de la Comisión Académica de Posgrados. Desde 2010 es docente e investigador en el Departamento de Historia del Uruguay de la FHCE/Udelar e integra el Sistema Nacional de Investigadores. Su línea de pesquisa aborda la vida política montevideana entre fines del orden colonial y la etapa de las luchas por la independencia. Es integrante del grupo “Crisis revolucionaria y procesos de construcción estatal en el Río de la Plata” y tuvo a su cargo el proyecto “Sujetos, formas y espacios de acción política en Montevideo 1806-1817”.
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[1] El artículo es un avance de la investigación realizada en el marco del proyecto “Sujetos, formas y espacios de acción política en Montevideo, 1808-1817”, financiado por la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República (Uruguay), Programa Iniciación a la Investigación
[2]Francisco Bauzá (1929 [1ª ed. 1882]) en su estudio publicado en el último cuarto del siglo XIX realizó algunas observaciones sobre los empecinados a los que identifica como “partido”, describe su forma de actuación e incluso ubica espacios donde se reunía el grupo. Trabajos posteriores que abordaron a la ciudad omiten la existencia de facciones o cometen anacronismos como el caso de la obra de Juan E. Pivel Devoto (1942: 7 y 8) en que se identifica a los partidarios de la junta bonaerense como el “principio” de un “partido nacional” afín a la independencia y a los “empecinados” como expresión de ideas absolutistas, enfrentados a un vertiente española liberal.
[3]Utilizaremos la expresión “leales” o “fieles” para referir a los partidarios de las autoridades metropolitanas (Consejo de Regencia de España e Indias y Regencia del Reino) entre 1810 y 1814. Ambos términos, que aparecen en las fuentes de época, evitan la ambigüedad que para la coyuntura posee la palabra “realistas”, en la medida que muchos de los movimientos insurgentes todavía se definían como partidarios de conservar la soberanía del rey Fernando VII.
[4]Dos trabajos recientes han avanzado en el conocimiento del Montevideo “leal” pero sin detenerse específicamente en el grupo de los empecinados. Referimos a los libros de Aguerre (2011) y Ribeiro (2013). En un trabajo aún en prensa, Ana Frega y Pablo Ferreira, en sendos capítulos, abordan a los empecinados en distintas coyunturas que se retoman en este trabajo. En otro capítulo del mismo libro, Inés Cuadro estudia a los “fernandistas” en la etapa de dominación lusitana (Frega, en prensa).
[5]No abordaremos la controversia sobre la contribución de las guerrillas a la derrota de las fuerzas napoleónicas en la medida que implicaría presentar un debate historiográfico que excede las dimensiones del artículo. Una mirada panorámica sobre el punto en Butrón y Saldaña (2008) y una buena crítica a la visión tradicional en Esdaile (2006)
[6] Diario Mercantil de Cádiz, Nº 127, 7 de mayo de 1809, p. 608, citado por Ausin (2016: 137)
[7]Gregorio Funes, Extracto de la correspondencia seguida entre el Dr. Deán Gregorio Funes y su hermano Don Ambrosio residente el primero en Buenos Aires y el segundo en Córdoba, durante varios años consecutivos desde 1810, Córdoba, Imprenta Del “Eco de Córdoba”, 1877, pp. 18-19
[8]El correo de las Provincias, n° 1, Buenos Aires, noviembre 19 de 1822
[9]En la reunión de claustro de 1836 se decía “reunidos los hombres, a la vez opuestos, se ensayan, observan y se juzgan: comparando los diferentes modos de juzgar, cada uno aprende á reformar el suyo: los espíritus se pulen por el roce y comunicación: el alma adquiere por la habitud una sensibilidad pronta: ella llega á ser un órgano delicado, del que ninguna sensación se escapa, y que á fuerza de ser ejercitado, juzga con exactitud; y el adelanto en el gusto y saber son el término único a que tienden” 9 Extracto del parecer de la Comisión nombrada con el propósito de mejorar la situación de la Universidad Mayor de San Carlos de Córdoba, 28 de septiembre de 1836, Archivo de la Universidad Nacional de Córdoba (AUNC) Sesiones del Claustro Libro n° 7.
[10] Declaración del capitán de Fragata José Obregón ante la Real Audiencia de Buenos Aires, 19 octubre de 1808, en Pivel (1962: 534).
[11] Archivo General de la Nación – Uruguay (en adelante AGN-U), fondo ex Archivo General Administrativo (AGA), caja 315, f.76, “Borrador de una representación del Cabildo al rey, Montevideo 2 de noviembre de 1807”.
[12] AGNU, fondo AGA, caja 316, f. 148, “Copia de un oficio del Gobernador don Javier Elío al Cabildo, Montevideo 2 de noviembre de 1807”.
[13] Tomamos la categoría de “líder intermediario” de la obra de Georges Rudé (1971: 255-257). En su análisis sobre la movilización de las multitudes el autor distingue tres niveles de liderazgo: el que ejercen figuras que actúan desde fuera de la multitud, el de los líderes que forman parte de la misma multitud, y el de aquellos que se ubican como intermediarios, oficiando de nexo, difundiendo los lemas y las directivas para la acción colectiva.
[14]Sobre la junta montevideana de 1808 véase Pivel (1962), Frega (2007) y Ribeiro (2013).
[15]El expediente se encuentra édito en forma íntegra en Pivel (1962).
[16]La expresión corresponde al diario del sacerdote Bartolomé Muñoz (CNAA, 1975: 221)
[17] Tras la partida de Elío a España en abril de 1810 el gobierno militar quedo, de forma interina, en manos del brigadier Joaquín de Soria y el gobierno político en el alcalde de primer voto Cristóbal Salvañach, un importante comerciante de origen catalán.
[18] Bartolomé Muñoz señala en las primeras páginas del diario que parte de los originales se perdieron en los años siguientes y fueron rescritas luego de 1812. Es posible, que el término empecinados haya sido extrapolado por el autor para referir al grupo de Ponce antes de que estos se identificaran como tales. De las variadas fuentes consultadas es la única referencia tan temprana al uso del término para aludir al grupo.
[19] Los conflictos entre el cabildo y el cura vicario de la iglesia Matriz se remontaban al año 1808 y están trabajados en González (2005).
[20]0 “Nota del Gobernador Militar don Joaquín de Soria al Cabildo de Montevideo, Montevideo, 11 de agosto de 1810, AGN -U, fondo AGA, caja 333, carpeta 2A, f.13.
[21]“Causa puesta por Juan Correa contra Dionisio Soto por injurias y malos tratos. Montevideo, 30 de enero de 1811” en AGN-U, fondo Escribanía de Gobierno y Hacienda, caja 97, exp. 34, f. 1 y 2.
[22]La expresión corresponde al diario llevado por Francisco Acuña de Figueroa durante el segundo sitio de la ciudad de Montevideo (1978: 343).
[23] AGN-U, fondo Archivos Particulares, Caja 105, carpeta 5, f.63, “Documentación relativa a las negociaciones del armisticio de 1814, s/l, s/f”.
[24] AGN-U, fondo Archivos Particulares, Caja 105, carpeta 5, f.68, “Documentación relativa a las negociaciones del armisticio de 1814, s/l, s/f”.
[25]Los cuerpos de emigrados eran milicias integradas por exiliados de Buenos Aires. El batallón de “distinguidos del comercio” era también un cuerpo de milicias creadas por Elío en marzo de 1811, integrado y financiado por comerciantes de la ciudad.
[26] Esta categoría la tomamos del trabajo de Serulnikov (2013) referido a la ciudad de La Plata.
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