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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto - ISSN 2451-6961 (en línea)

Vezub

Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº3. Mar del Plata. Enero-Junio 2016.
ISSN Nº2451-6961.
http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto


Volver al país de Raúl Mandrini[*]

Julio Vezub
Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco,
Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas,
Argentina
juliovezub@gmail.com

Recibido:20 de junio de 2016
Aceptado: 24 de junio de 2016

Resumen

En esta nota se traza una semblanza del recorrido intelectual y profesional de Raúl Mandrini (1943-2015), historiador del mundo indígena y la sociedad de frontera pampeana durante los siglos XVI al XIX. Se enfatizan las vinculaciones entre sus innovaciones en el modo de comprender el pasado y el contexto político argentino de recuperación de la democracia a partir de los años ochenta, los debates historiográficos y antropológicos en que Mandrini se vio inmerso, y la originalidad de su contribución como profesor e investigador.

Palabras claves: historia; indígenas; redes académicas; espacios de sociabilidad; frontera

Back to the country of Raúl Mandrini

Abstract

In this note we draw a biographical sketch of Raul Mandrini's intellectual and professional path. Mandrini (1943-2015) was a historian of the indigenous world and borderlands society of the Pampas during the 16th to 19th centuries. We emphasize the linkages between his innovations in understanding the past and the Argentine's political context of recovering democracy from the eighties, the historiographical and anthropological discussions in which Mandrini was immersed, and the originality of his contribution as a professor and researcher.

Keywords: history; indigenous; academic networks; spaces of sociability; borderline

Volver al país de Raúl Mandrini

Primavera de 2006. Manejaba mi automóvil en soledad por la larga recta de 500 km que une el Río V en San Luis con la Laguna del Toro en la provincia de La Pampa, el camino de la excursión de Lucio V. Mansilla, cuando la voz inconfundible de Raúl Mandrini irrumpió por los parlantes de la radio que estaba encendida pero sin sintonía. Media tarde de sábado, una repetidora de Radio Nacional trasmitía un reportaje para una audiencia improbable que quizá me tenía como el único oyente. Raúl describía el paisaje que yo recorría pero con la morfología propia de dos siglos antes. A ritmo de trote de caballo pintaba el panorama sepultado bajo el verde del monocultivo. Un mundo perdido que Mandrini develaba por capas, mientras yo atisbaba los vestigios a la velocidad del auto, o sus formas evolutivas, como el ganado refinado que pastoreaba detrás del alambrado. Allí donde ahora se suceden los silos bolsa y los comederos metálicos de alfalfa, y los camiones surcan la cinta de asfalto, la guía inesperada permitía imaginar los corrales de palo a pique y piedra que estaban dispersos entre los carrizales, los asentamientos de población junto a los humedales, las tolderías, ranchos y chacras. Y perder de vista por la rastrillada a unos muchachos con poncho que conducían un arreo de vacas con cornamenta. El contraste era evidente, y la potencia del relato radial actualizaba la memoria histórica de las pampas como el territorio donde gauchos e indígenas vivían en situación de passeurs entre dos mundos (Mandrini, 2006). Además de la descripción ecológica, la sucesión de vistas hilvanaba un análisis sobre los aspectos estructurales y las formaciones políticas de las poblaciones indígenas, la articulación de las jefaturas, alianzas y negociaciones con los estados hispanocriollos, las redes de circulación de personas, mercancías, información y poder que tramaban la Pampa, Patagonia y Araucanía.

Quince años antes de esta audición, Mandrini todavía era el “indiólogo” para la mayoría de los colegas de la historia social y política, un extraño que incursionaba temas reservados a la etnología, cuestiones o tópicos que no alcanzaban a vertebrar un problema para los criterios de la historiografía. Visto con simpatía y curiosidad, no se comprendían las claves de un pensamiento que descolocaba los cánones de la historia rural rioplatense superando las aporías de la nación y el desierto argentino. [1] En una entrevista reciente, el propio Mandrini advertía el tipo de visión que perdura sobre el estado pre-político de la campaña:

“Llama la atención que un historiador de la talla de Tulio Halperín Donghi siquiera mencione, en algunos viejos artículos sobre la frontera sur de Buenos Aires en la década de 1820, excelentes en muchos aspectos, la existencia de población aborigen en ese espacio” (Bohn, 2015:114).

Obviamente, Mandrini no incubó en soledad la invención de la historia indígena ni su campo disciplinar. Fue parte de una generación más o menos inorgánica, más o menos desencontrada, que sacudió las visiones previas sobre la expansión ganadera y el proceso político concomitante gracias a una urdimbre entre estudios antropológicos, arqueológicos e históricos como no se conocían. Hay que remontarse antes del golpe de Estado de 1976 para comprender la génesis de los cambios en el modo de historiar las pampas de los siglos XVI al XIX. Mandrini se desempeñaba como ayudante de Abraham Rosenvasser en la cátedra de Historia Antigua Oriental en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, ámbito donde se familiarizó con las preguntas y metodologías de estudio de las formaciones sociales pre-capitalistas que después traería para una variable histórica impensada. Pero la ruptura se daría recién durante los primeros ochenta, mientras hacía docencia secundaria en una escuela de Munro en el Gran Buenos Aires que lo refugió del ostracismo. [2] Según su reconstrucción, el rito de pasaje lo propiciaron los viajes a La Plata para dialogar con Alberto Rex González, y la lectura del manuscrito sobre el suttee entre los “araucanos de la llanura” que resituaba la relación entre arqueología, etnografía e historia conforme al marco teórico comparativo que aportaba la definición de los “señoríos ecuestres” en América del Norte (González, 1979). Fue entonces cuando Mandrini, paralelamente con otros y otras como Martha Bechis, Miguel Ángel Palermo, y María Teresa Boschín, a veces cruzando sus caminos pero a menudo en aislamiento relativo, completaron el tránsito desde una historiografía pampeana que dejaba fuera de la explicación a los indígenas hacia una configuración de los estudios de frontera que recuperaría la diversidad de los actores subalternos. Es en ese contexto de fines de la dictadura que Mandrini enfatiza la relectura de los “relatos clásicos de la época” como Mansilla, Zeballos o Musters, “…y varios de los textos de la colección de Pedro De Angelis” que estaban disponibles, y que serían interpelados a partir de nuevas preguntas y categorías. Si la expansión ganadera era vista como una consecuencia directa del corrimiento militar de la frontera sobre el vacío mercantil y civilizatorio, y vacas y caballos circulaban en dirección a los Andes como botín de malones y robos, la nueva perspectiva pondría en el centro del análisis las redes de intercambio en las que participaban activamente los indígenas, alimentando estancias y plazas comerciales bonaerenses, no solamente trasandinas, superando los corolarios nacionalistas y moralistas que la historiografía tradicional había extraído de estos temas.

Este giro en la comprensión de la historia rural de la pampa como una historia regional más, antes que la metonimia del pasado nacional, estuvo acompañado por la decisión de enseñar e investigar desde el Instituto de Estudios Históricos y Sociales (IEHS) de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, fundado en Tandil una vez en democracia. A partir de 1985 Mandrini se ubica en una posición “fortinera” en la avanzada de la campaña, allí donde todavía perduraban las marcas de los procesos que él comenzaba a historiar, los corrales de piedra, la inteligencia singular de los archivos regionales, y la toponimia mapuche impresa en el paisaje. Fue esta combinación de fuentes de tipología diversa, y la sensibilidad que le otorgó la posición estratégica en el corazón del territorio de las sierras bonaerenses, lo que le permitió encontrarse con “…un mundo cuya riqueza y complejidad no se había casi atisbado” (Bohn, 2015:114).

La renovación de ideas de las décadas de 1980 y 1990 estuvo signada por los diálogos y la ampliación de perspectivas más allá de los límites nacionales, especialmente con Chile y México, pero también por las tensiones y conflictos entre las disciplinas y al interior de cada escuela. Mandrini se destacó como polemista en estas palestras. Casi con jactancia marcó su distancia con la historia nacional –“a la que nunca me dediqué”, diría–, y en la que sin embargo intervino permanentemente utilizando sus herramientas. Si para él los prejuicios estaban del lado de los historiadores, la “ingenuidad de algunos enfoques” por parte de los antropólogos, o el “esencialismo étnico” eran tendencias que le atribuía a la “visión romántica de lo indígena”. [3] Desde una posición de autonomía intelectual se mantuvo distante del indigenismo, y su capacidad para incidir en los tópicos, categorías y valoraciones por las que discurrió la agenda académica a partir del Quinto Centenario de la colonización de América.

Mandrini se propuso “desterrar el término prehistoria”, tal como lo impuso la tradición arqueológica europea, para mostrar que no hay sociedades por fuera de la historia, y que las relaciones con el pasado pueden resolverse mediante otras formas de trasmisión de conocimiento además de las alfabéticas. Simétricamente, cuestionó el concepto de “etnohistoria” que estuvo en boga durante los noventa, atribuyéndole carácter de “rótulo difuso” (Mandrini, 1992a:66), que lo haría funcional para delimitar un área de estudios como si hubiera un modo de ser específicamente étnico de los actores en el tiempo. Estas imprecisiones metodológicas, características de las búsquedas y las relaciones de fuerza que se entablaban entre las disciplinas, serán superadas por distintas investigaciones que contaron con la promoción de Mandrini. Por ejemplo los trabajos de Silvia Ratto (2003, entre otros), que descubrieron la impronta de caciques y capitanejos en los registros documentales del “Negocio Pacífico de Indios” durante los gobiernos de Juan Manuel de Rosas. O los análisis que tensionaron distintas clases de fuentes como los manuscritos en español que eran producidos y archivados por secretarios indígenas. Porque un rasgo determinante del rol de Mandrini como formador fue la orientación hacia estudios de tipo específico, y la focalización de la escala, que redujeran el grado de generalización e inferencia con el que se habían dado los primeros pasos de las décadas de 1980 y 1990.

Practicando el oficio del historiador Raúl Mandrini desarrolló relaciones personalísimas con la teoría. Un historicismo intenso atravesado por el peso de la narración, la construcción cuidadosa del dato y la interpretación de los archivos. Ante la requisitoria frecuente sobre cuál era el “marco teórico” de una investigación histórica, él solía responder con otra interrogación, simuladamente desentendida: “¿Ah sí, y el paspartú empírico?”. Mandrini atribuía la humorada a otro colega consagrado, tal como correspondía a alguien que cultivaba el respeto por la autoría y la cita incluso al momento de la moraleja. Pero el chiste no debe confundirse con una actitud de desdén, muy por el contrario, sugiere el modo en que la teoría y el contexto se tramaban con la intimidad de una casuística o la definición de un objeto de estudio. Fue Mandrini quien impulsó como pocos los estudios comparativos en materia de borderlands entre distintas regiones de América, la deconstrucción de la concepción turneriana de la frontera como línea de avanzada de la civilización desde los primeros aprontes de Hebe Clementi, o el reemplazo del difusionismo y las clasificaciones étnicas por la comprensión de los fenómenos de la identidad como procesos de etnicidad. Además de la interlocución con la antropología fue el introductor de David Weber en la Argentina, el vinculador con la escuela de historia regional del Comahue liderada por Susana Bandieri, y el Centro de Documentación Patagónica dirigido por Daniel Villar en Bahía Blanca, uno de los nexos trasandinos con la Universidad de la Frontera de Temuco, y con Guillaume Boccara. Creo que Raúl no faltó a ninguno de los congresos de historia regional que se organizan en la localidad chubutense de Trevelin, donde se repite cada dos años la concurrencia masiva de docentes y alumnos de enseñanza media, institutos de formación, etc. Esta asistencia perfecta, y su interés por la divulgación allí donde la historia impacta en públicos más amplios y al mismo tiempo locales, dan la pauta de la importancia que le concedía a los espacios periféricos –o fronterizos– donde se produce y circula conocimiento. Puesto a elegir, él se adscribía como historiador, señalando que lo había marcado la lectura de la escuela de los Anales, y más recientemente la caracterización de las relaciones de frontera como relaciones sociales, en el sentido que le daba Hobsbawm a la historia social. Tal como apunta Sara Ortelli, quien realizó una revisión preliminar de este texto, estas búsquedas de Mandrini no fueron ajenas a las influencias recíprocas con su pareja, Susana Bianchi. (Sara me cuenta que la primera vez que vio a Raúl fue cuando este reemplazó a su esposa en un teórico de Historia Social General, porque ella no había podido viajar a Tandil a dar su clase en la Universidad).

Sus ironías alcanzaron la reflexión sobre las prácticas académicas y la constitución de campos disciplinares, los criterios de legitimidad y validación del saber, etc. Raúl era el animador ideal de sobremesas e intervalos de café en los congresos, por ejemplo, cuando decía que los científicos sociales escribimos artículos, mientras que los de las ciencias naturales y exactas escriben solicitadas: “Un texto breve y abajo siguen las firmas”, remataba en medio de la complicidad y las carcajadas. Cada vez que pude disfruté estos códigos en común, aunque mi relación discipular con Raúl no siempre fue idílica, y estuvo atravesada –o mejor dicho potenciada– por contrapuntos y visiones diferentes, quizá generacionales, respecto de la articulación del campo profesional, las dinámicas de la corporación histórica, la tendencia a pontificar, los modos de inscribirse en una tradición y situar la originalidad de cada contribución. etc. Pero ya no corresponde ni puedo saldar lo que no discutí abiertamente cuando tuve la oportunidad de hacerlo. Simplemente me interesa señalar que prefiero pensar la riqueza, los conflictos y la complejidad de una vida curricular antes que trazar una hagiografía académica que discurra por una línea recta. Como profesor y director de tesis siempre me dejó hacer, principalmente en el plano experimental, y sus orientaciones estuvieron dominadas por la agudeza para trabajar con las inconsistencias, los sobreentendidos y los puntos ciegos de mi investigación. Tengo entendido que lo mismo sucedió con otros compañeros y compañeras que lo tuvieron por tutor. Si algo definió a Raúl fue su pluralismo, el debate con todo el arco ideológico, y la presencia de amigos en las más diversas posiciones. Eso que hoy en día se llama la “grieta” no lo supo afectar, o mejor dicho la sabía saltar, ir y venir con desparpajo y comodidad entre unos y otros aunque siempre quedaran enojos por saldar.

Su legado principal pasa por haber dilucidado los rasgos principales de la estructura social, la economía y la política de Pampa y Patagonia durante los siglos de contacto y colonialismo entre indígenas e hispano-criollos. En el plano conceptual ocupan un lugar relevante las objeciones que Mandrini le planteó al históricoculturalismo, tanto en la vertiente chileno-fóbica de la “araucanización de las pampas” como en la vertiente mestizo-fóbica de la escuela de los Estudios Fronterizos de Sergio Villalobos (Mandrini, 1991). El contrapunto con Martha Bechis sobre la caracterización del poder –o la autoridad– en el seno de los cacicatos pampeanos y patagónicos que proliferaban en el borde de los nacientes estados nacionales, y la discusión complementaria sobre la redistribución y las reciprocidades, compusieron las páginas más chispeantes de este campo híbrido entre la antropología y la historia que los tuvo por animadores principales, ya que la calidad de los argumentos que cada uno volcó a favor de su posición hizo difícil para los lectores la opción por alguna de las dos. [4]

Uno de sus aciertos centrales fue la idea conforme a la cual la sociedad hispanocriolla y la indígena “…no constituían mundos aislados y separados”, y que “…el arco más o menos fluctuante que describía la línea de fronteras era más bien el reconocimiento formal de las áreas de control de cada sociedad”. Directamente asociado con ello, estuvo su percepción de “…que la problemática fronteriza no debía reducirse a la cuestión militar”, ni los indígenas a los “enemigos” (Mandrini, 1992a:61-62). Se desprenden de aquí las principales cuestiones que quedan abiertas, o las preguntas sin responder de la agenda trazada por Mandrini. En primer lugar, el problema de las transiciones sociales, qué tipo de configuración histórica es la que se identifica en el intersticio, o en el espacio de solapamiento entre un mundo y otro. Vale decir, cuál es la diferencia específica entre la sociedad criolla (o “blanca” como todavía la llamaba en la década de 1990), y la indígena, y cómo el contraste entre una y otra puede volverse variable en el tiempo. En segundo lugar, cuál es el papel del estado en el establecimiento de estas diferenciaciones étnicas y sociales. Por último, una cuestión que Mandrini señaló en sus reportajes, la necesidad de profundizar los modos en que determinadas estructuras indígenas perduraron después de la pérdida de la soberanía hacia 1880.

En uno de sus textos más interesantes, escrito con Sara Ortelli, Raúl Mandrini parafrasea a Estanislao Zeballos para postular una vuelta, o el desafío de viajar de regreso al “País de los Araucanos”. Publicado en 1992, en el título todavía subsiste el etnónimo impuesto a los mapuches como síntoma de la posición de borde en la que se situaba Mandrini de frente a la tradición historiográfica. Miro nuevamente los mapas a mano alzada que ilustran el libro, los dibujos naïves de Oscar Rojas poblados de jinetes, enramadas y corrales, y veo en estas ilustraciones que se realizaron bajo la instrucción atenta de Raúl una novedad radical. Las mismas son el antecedente directo de los desarrollos que se harán años después con Sistemas de Información Geográfica y las herramientas informáticas para análisis de redes. Dibujos intuitivos, sin algoritmos, cartografía astronómica ni base de datos cuantitativa, pero que tienen por premisa un conocimiento sistemático que muestra lo mismo con claridad meridiana: las rastrilladas abigarradas que recorren las pampas, los circuitos de intercambio que conectan las tolderías, rukas, fortines, misiones religiosas y estancias atravesando los Andes, textiles, sal, piñones, añil, plumas, quillangos, ganado, yerba, plata, mercancías europeas. Nombres propios de caciques para localizar las estructuras políticas que reemplazan las representaciones espaciales de las etnias como círculos aislados y de contorno cerrado, interacciones, toda una interpretación en beneficio de una concepción de las identidades como el producto de la alteridad, el conflicto y el contacto.

“Mapa Nº 3 Sistemas de intercambio (mediados S. XX)”, ilustración de Oscar Rojas (Mandrini y Ortelli, 1992:113).

Lo demás es cosa sabida. El cuidado y el refinamiento de Raúl en la escritura, su dedicación reforzada de los últimos años a la divulgación histórica de calidad para públicos más amplios que el especializado. El anfitrión y animador preferido de congresos y reuniones, la pasión puesta en cada discusión, el cocinero gourmet, la elegancia y la distinción que dignificaron el ejercicio de la profesión, y posicionaron en un lugar central la dimensión humanista del historiador.

Raúl Mandrini y Morena Vezub, noviembre de 2006, San Telmo, Buenos Aires


Referencias bibliográficas

Bechis, Martha (2008). Los lideratos políticos en el área araucano-pampeana en el siglo XIX: ¿autoridad o poder? En Bechis, Martha. Piezas de etnohistoria del sur sudamericano (263-296). Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Bohn Martins, María C. (2015). Historia e historiografía de los pueblos indígenas: Entrevista con Raúl J. Mandrini. História Unisinos, Vol. 19, Nº 1, pp. 113-119.

González, Alberto R. (1979). Las exequias de Painé Güor. El sutte entre los araucanos de la llanura. Relaciones de la Sociedad de Antropología, Vol. XIII, pp. 137-161.

Halperín Donghi, Tulio (1982). Una nación para el desierto argentino. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.

Mandrini, Raúl (1991). Frontera y relaciones fronterizas en la historiografía argentinochilena. A propósito de un reciente libro de Sergio Villalobos. Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, tercera serie, N° 3, pp. 139- 145.

Mandrini, Raúl (1992a). Indios y fronteras en el área pampeana (siglos XVI-XIX). Balance y perspectivas. Anuario del IEHS, Vol. VII, pp. 59-72.

Mandrini, Raúl (1992b). Pedir con Vuelta. ¿Reciprocidad Diferida o Mecanismo de Poder? Antropológicas, N° 1, pp. 59-69.

Mandrini, Raúl (ed.) (2006). Vivir entre dos mundos. Las fronteras del sur de la Argentina. Siglos XVIII y XIX. Buenos Aires: Taurus.

Mandrini, Raúl y Ortelli, Sara (1992). Volver al país de los araucanos. Buenos Aires: Sudamericana.

Ratto, Silvia (2003). Una experiencia fronteriza exitosa: el negocio pacífico de indios en la provincia de Buenos Aires (1829-1852). Revista de Indias, LXIII-227, pp. 191-222.

Julio Vezub es historiador, Investigador Independiente del CONICET y vicedirector del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas en el Centro Nacional Patagónico de Puerto Madryn. Es profesor titular de Historia Argentina II (1852-1930) en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNPSJB, sede Trelew. La historia indígena, y el proceso de colonización y formación de los estados nacionales en el sur de Argentina y Chile durante los siglos XIX y XX son su campo de estudio. Su libro Valentín Saygüeque y la Gobernación Indígena de las Manzanas. Poder y etnicidad en la Patagonia Septentrional (1861-1881) (Prometeo Libros, 2009), ha recibido una Mención Especial del Jurado en el Premio Nacional de Ensayo Histórico otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación (2013). Ha sido alumno de Raúl Mandrini, y con su dirección realizó la tesis de doctorado en la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (2005).


[*]Agradezco a Claudia Salomón Tarquini que me facilitó con anticipación el cuestionario a Raúl Mandrini que se publica en este mismo volumen de Pasado Abierto, y a Sara Ortelli, quien leyó atentamente la versión preliminar de este texto, agregando apostillas fundamentales para la comprensión cabal del corpus Mandrini.

[1]Me refiero, obviamente, al apotegma tan exitoso como discutible de Tulio Halperín Donghi en su ensayo Una nación para el desierto argentino (1982).

[2]Véase el reportaje ya citado en História Unisinos (Bohn 2015), y el cuestionario respondido por Mandrini que se publica en este mismo número de Pasado Abierto.

[3]Nuevamente, se recomienda consultar en este volumen el cuestionario respondido por Mandrini a Claudia Salomón Tarquini.

[4]Los textos característicos que modelaron esta polémica son “Los lideratos políticos en el área araucanopampeana en el siglo XIX: ¿autoridad o poder?” de Martha Bechis (2008), formulado en su tesis doctoral de 1984, y presentado originalmente en 1989 en el I Congreso Internacional de Etnohistoria, y “Pedir con Vuelta. ¿Reciprocidad Diferida o Mecanismo de Poder?” de Raúl Mandrini (1992b).

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