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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº21. Mar del Plata. Enero-junio de 2025.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

                                                                                       

Reseña de Gribaudi, Maurizio. (2023). París, ciudad obrera. Una historia oculta, 1789-1848. Buenos Aires: Sb editorial, 425 págs. ISBN: 978-987-8918-87-7.

Carlos César Petralanda

Centro de Estudios Regionales “Prof. Félix Weinberg”, Instituto de Investigación de Humanidades, Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur, Argentina, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.

carloscpetralanda@hotmail.com

Recibido: 04/02/2025

Aceptado: 10/04/2025

ARK CAICYT: https://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24516961/ydyt7h6t3

Palabras clave: historia social, mundo del trabajo, modernidad.

Keywords: social history, world of work, modernity.

“Del rigor de la ciencia” es una breve ficción literaria escrita por Jorge Luis Borges (1946), la cual versa sobre la relación entre espacio geográfico y su representación cartográfica. París. Ciudad obrera. Una historia oculta, 1789-1848 (2023 [2014]), el libro del historiador italiano, Maurizio Gribaudi, también aborda la relación entre espacialidad, representación y la hormigueante vitalidad en la que se cruzan y cohabitan distintas fisonomías sociales y profesionales. En ambos autores, los planos se convierten en piezas de un rompecabezas para armar, sea de la imagen perfecta de un Imperio o de la París posrevolucionaria. Si realizamos una lectura alegórica, Borges nos invita a comparar la labor de los cartógrafos con el problema de la construcción del conocimiento científico, especialmente, en las ciencias sociales: Si la ciencia logra replicar la realidad de manera precisa y detallada, a partir de construir taxonomías sociales infinitas, la misma se volvería inútil. De ahí que el científico, inevitablemente, debe realizar un recorte. Así, se construyó una imagen sesgada de la París del siglo XIX, representada como la ciudad moderna por excelencia -la capital de las luces- y las miradas se posaron en sus grandes bulevares, jardines y avenidas por donde se paseaban dandies y flâneur, su elegante arquitectura y sus bares frecuentados por la burguesía y la bohemia artística e intelectual. No obstante, Gribaudi corre el foco de la mirada hacia lo no representado, hacia el lado oscuro de la modernidad parisina y el espacio social oculto para los historiadores enceguecidos por las luces.

El libro, París. Ciudad obrera. Una historia oculta, 1789-1848, publicado recientemente por la editorial SD, constituye la primera traducción al español de la obra del historiador italiano Maurizio Gribaudi. El autor, investigador y docente de L'École Des Hautes Études en Sciences Sociales, aborda las transformaciones urbanas y los cambios en las representaciones sociales de los sectores populares que tuvieron lugar en París durante el período que se abre con la Revolución de 1789 y se extiende hasta la experiencia revolucionaria de 1848. En términos generales, la propuesta puede enmarcarse dentro de diferentes perspectivas historiográficas: la historia social del trabajo, la historia urbana y la microhistoria.

A partir de estas miradas, construye un método de análisis donde la variable espacial es el elemento esencial del relato de los procesos históricos. Desde el estudio del espacio urbano a pequeña escala, el autor busca comprender el mundo obrero, observando los lugares de trabajo y ocio de los obreros y los barrios donde vivían y transitaban. No obstante, este predominio de la espacialidad no es en detrimento de la dimensión temporal, desde una concepción que se aleja de una historia acumulativa, progresiva y lineal, la reconstrucción de largo aliento de Gribaudi está sujeta a marchas, contramarchas y rupturas. Desde estas perspectivas, conforma un enfoque relacional, que le permite interpretar las interacciones sociales sin recurrir a determinaciones estructurales y, en cambio, comprenderlas a partir de las redes y lazos que se establecían en determinados espacios. Sin embargo, al identificar la presencia de una relación de dominación, cristalizada en la existencia de una alteridad radical, introduce la dimensión del antagonismo. La misma, se evidencia en el desarrollo de lo que llama el ascenso hacia la política de los obreros, donde aparecen las resonancias más thompsonianas de autor, que recuerdan al proceso formativo de la clase obrera como proceso de lucha. No obstante, a pesar de esas similitudes y de enmarcarse dentro de la historia social del mundo del trabajo, el autor es reticente a la hora de utilizar el término de clase, prefiriendo hablar de sectores populares.

El libro se estructura en tres grandes partes y cada una de estas se divide en tres capítulos. En la primera parte, “La progresiva cristalización de un mito”, donde desarrolla las representaciones asociadas a la París moderna, con los espacios de sociabilidad propios de la burguesía y la bohemia intelectual y artística. Esta imagen estereotipada, se fue conformando y legitimando progresivamente a partir de una serie de discursos –higienistas, eruditos, técnicos, administrativos y artísticos-, que produjeron un desplazamiento de la mirada orgánica e integral de la ciudad a otra donde predominaba la alteridad con el mundo popular. En “Detrás del mito, otras modernidades parisinas”, segundo momento de la obra, Gribaudi se aleja de la mirada resplandeciente de la capital de las luces y se adentra en el lado oscuro de la modernidad: la hormigueante vitalidad del abigarrado espacio urbano y social de los oprimidos. Finalmente, en “El horizonte perdido de la modernidad parisina”, el autor recompone el proceso de maduración política de los postergados, nacido de la confluencia de las redes de sociabilidad profesionales, barriales y familiares y la toma de conciencia de las relaciones de dominación.

Este desarrollo histórico, es acompasado por una serie de ilustraciones, grabados, caricaturas y, principalmente, una constelación de planos que muestran las mutaciones del espacio parisino: desde las zonas consideradas de insalubridad física y moral, las residencias de administradores y barrios burgueses, la ubicación de los sectores populares según su oficio, sus espacios de sociabilidad, entre otras demarcaciones. Asimismo, la metodología de Gribaudi se apoya en un cuidadoso y riguroso uso de innumerables fuentes primarias, que van desde informes oficiales donde recoge las lecturas y miradas de médicos, higienistas, ediles y técnicos, textos de literatura panorámica, pinturas y grabados, almanaques comerciales, actas notariales, libretas catastrales, planos cartográficos, canciones, memorias, actas de juzgados de paz e informes policiales.

El punto de partida de Gribaudi es la complejidad de la París posrevolucionaria, deteniéndose en las miradas que pretendieron entender y explicar la capital de las luces. En estas narrativas, París era vista como un todo coherente, orgánico y diverso, donde se mezclaba la opulencia y el mundo del trabajo. No obstante, también identificaban partes de la ciudad que constituían una cloaca atmosférica, las cuales eran interpretadas como los síntomas de una enfermedad, pero que era fácilmente curable. Gribaudi subraya que las causas de la insalubridad no eran atribuidas al mundo popular, sino que, tanto los médicos neohipocráticos, higienistas, constructores, técnicos, ediles y artistas burgueses, desde una perspectiva empirista, coincidían en que era consecuencia de los vapores mefíticos y de la densidad edilicia. Otras miradas, lecturas que denomina de transición, que partían también de un enfoque global, hicieron foco en las profesiones y en las formas de organizar el trabajo y utilizar los recursos en la actividad manufacturera y artesanal. No obstante, en todas estas visiones, lo popular no era asociado con los males de la capital. Incluso, en las obras artísticas y en la literatura panorámica, lo popular era descrito como pintoresco, armonioso, activo, laborioso y aparecía plenamente integrado al tejido de los barrios y la ciudad.

En el capítulo 2 “La ruptura de 1830”, el autor subraya que, durante la primera mitad de la década de 1830, se produce un punto de inflexión en el proceso de fragmentación de la ciudad y en las representaciones de los sectores populares. Esto se debió a una serie de sucesos que tuvieron lugar en la coyuntura abierta con la revolución de Julio: el ingreso de los obreros al escenario público parisino, la epidemia de cólera, la victoria de la burguesía y el consecuente cambio en las relaciones de fuerza internas en la administración de la ciudad y, por último, la emergencia de la generación romántica. Gribaudi sostiene que fue, principalmente, a partir de la epidemia que los rostros de los oprimidos pasaron de los tonos pintorescos a los sombríos. En simultáneo, se produjo un cambio de enfoque en las lecturas de médicos e higienistas que abandonaron el empirismo a favor de las síntesis estadísticas y pasaron de la observación de los espacios físicos hacia las personas que los habitaban. Esta visión general difuminó la complejidad propia del espacio urbano y llevó a la conclusión de que la mortalidad del cólera no se debía sólo a las condiciones ambientales sino a una correlación entre extrema pobreza y proliferación de la enfermedad. Esta concepción se verá reflejada también en la estética romántica, que en su lucha por la valoración de los lugares históricos capitalinos y desde una paleta de colores opacos, ruinosos, melancólicos y miserabilistas borraba todo vestigio del presente popular. En paralelo, dandies y flâneurs, dibujantes, grabadores y caricaturistas construyeron una alteridad radical entre sus formas de vida y de sociabilidad -propias de la modernidad resplandeciente de los grandes bulevares-; en oposición, a las evocaciones sinecdóticas, colectivas y estereotipadas de pobres y postergados.

En el capítulo 3, “La mirada sobre la ciudad se empobrece”, Gribaudi señala que, a partir de las leyes de septiembre de 1835, las tendencias y dinámicas que renunciaban a comprender la complejidad de la ciudad popular y estimularon la fragmentación urbana se asentaron y reforzaron. Desde la mirada higienista, a la correlación entre miseria y enfermedad, se le agregó la idea de una responsabilidad colectiva de los sectores populares por la insalubridad de la ciudad. Además, la mirada médica se alejó de la observación holística y funcionalistas de la capital, para concentrarse en determinados barrios populares considerados problemáticos, es decir, sedes de la proliferación de enfermedades, del crimen, los vicios y la promiscuidad. El mundo de las artes y los intelectuales románticos también abandonaron la complejidad del espacio popular y volcaron su mirada exclusivamente hacia los lugares y prácticas propias de la modernidad parisina; dentro de esta perspectiva, lo popular fue reducido al telón de fondo de lo iluminado y a la figura de ciertos personajes clichés. Estás miradas miserabilistas, estarán presentes en las ilustraciones de los caricaturistas, quienes reforzaron las representaciones propias de la sociabilidad de los Grandes Bulevares y los estereotipos sobre los barrios pobres y su gente.

Entonces, como en el cuento de Borges, a lo largo de la primera parte, Gribaudi da cuenta de un cambio de concepción en torno al espacio, a partir de la cual se construyó el mito de la modernidad parisina. Una manera de estructurar a la sociedad marcada por una alteridad en la que se entrelazaban elementos urbanos, culturales y sociales. Por un lado, trasladada al oeste, se sitúa la burguesía, la bohemia intelectual y artística, los dandies y flaneues, que se percibían a sí mismos en ruptura con el Antiguo Régimen. Por otro lado, nuevas lecturas de lo popular fueron conformando una gramática de la representación de las calles y pasajes del centro antiguo de la ciudad, basadas en la alteridad urbana y asociadas con sentimientos de oscuridad, desolación y marginalidad, así el centro de la ciudad aparece como habitado por animales y mendigos.

La segunda parte se abre con “El impacto de la revolución”, donde el autor analiza las transformaciones producidas en París a partir del estallido revolucionario. En primer lugar, menciona el crecimiento demográfico producido entre 1801 y 1851, suscitado por un proceso constante de migración, que duplicó la población de la capital francesa alcanzando la icónica cifra del millón de habitantes. Considerando que la mayoría de los inmigrantes se ubicaron en el centro viejo de la ciudad y luego se dirigieron a la periferia, el autor cuestiona la mirada de higienistas, ediles y arquitectos contemporáneos para quienes se estaba llevando a cabo un descentramiento de la ciudad hacia el oeste. A continuación, se detiene en observar los cambios físicos que sufrió la ciudad debido a la confiscación de bienes de la Iglesia y de los emigrados. Estima que la cantidad de bienes apropiados constituyó un tercio de la superficie total de la ciudad, lo que permitió que la nueva masa de población tuviera espacio para asentarse. Dentro de este proceso de ordenamiento colectivo irregular, Gribaudi identifica una serie de tendencias: Por un lado, los bienes fueron ocupados para la instalación de fábricas y manufacturas asociadas al esfuerzo bélico. Por otro lado, muchos bienes fueron objeto de operaciones inmobiliarias, algunas consistieron en grandes transformaciones urbanas y otras, de menores dimensiones, en una adaptación de las viejas estructuras edilicias. Finalmente, analiza la industria parisina del período, distanciándose de las lecturas que ubican al desarrollo industrial en la segunda mitad del siglo XIX y lo asocian exclusivamente con la racionalización, la maquinización y aislada de la nebulosa del trabajo artesanal. Para ello, introduce el original concepto de “industria orgánica”, un sistema productivo basado en el reciclaje de los residuos generados en la ciudad -como el salitre y los restos de animales- y la conjunción de saberes técnicos de científicos y prácticos de los artesanos.

En el capítulo anterior, Gribaudi insistía en el dinamismo que se desarrollaba en los barrios del centro, en detrimento a las imágenes que lo asociaban con la marginalidad y el caos. Sin embargo, recién en el quinto capítulo: “Otras modernidades”, se adentra en la vitalidad y productividad de los barrios populares. Para ello, vuelve sobre las operaciones inmobiliarias y las intervenciones edilicias producidas en la ciudad popular, las cuales constituyeron una transformación progresiva, caracterizada por el desmembramiento de grandes lotes y manzanas, la adaptación de las viejas edificaciones a nuevos usos, la inflación de las estructuras -a partir de la construcción de pisos, piezas, altillos, tiendas, talleres y depósitos- y la apertura de nuevos pasajes y callejuelas. Además de la densificación del entramado físico, también se produjeron mutaciones sociales vinculadas con la apertura de espacios transversales de comunicación y cambios en la estratificación social. Estos últimos estuvieron relacionados a los distintos tipos de transacciones y actores que participaron en ellas, lo que expresa la existencia de tensiones entre comerciantes y fabricantes -arraigados en el barrio- y especuladores externos con vínculos en la administración local -real, revolucionaria o imperial-. Por eso, Gribaudi afirma que, sobre la base de estas operaciones inmobiliarias, se crearon fortunas, se tejieron alianzas e iniciaron itinerarios de movilidad social que tuvieron como consecuencia la emergencia de nuevas jerarquías locales. Finalmente, señala que el motor de estas todas estas transformaciones urbanas fue la industria, porque los lotes metamorfosearon a partir de la instalación de nuevas actividades productivas y comerciales, que además atrajeron a un gran número de obreros.

Una vez reconstruidas las modificaciones de la trama urbana de la ciudad, en “Horizontes populares”, el autor indaga en los usos sociales de estos espacios y las fisonomías de sus habitantes. Para ello recupera los perfiles profesionales y sociales de quienes vivían y ocupaban las distintas estructuras y edificaciones de lo que denomina la “fábrica colectiva”. Esto lo lleva a confirmar la existencia de relaciones e imbricaciones entre fabricantes, vendedores, artesanos y obreros dentro de una estructura o conjunto de edificaciones. Estos nichos profesionales y sociales poseían una estratificación interna y una coherencia propia orientada al eslabonamiento de las actividades productivas y su comercialización. Dentro de estas mismas unidades se encontraban los lugares de vivienda y, también, los espacios de esparcimiento y sociabilidad obrera, como lo eran las gargotes y despachos de vino. Este entramado social no estaba exento de litigios, como lo evidencia Gribaudi a partir de los archivos de la Justicia de Paz, que expresan conflictos por deudas, servicios o trabajos no remunerados, mercancías no pagadas, e, incluso, la existencia de un amplio sistema de créditos. Finalmente, el autor reconoce la existencia de redes de solidaridad que se tejían debido a la proximidad física -convivencia en una determinada calle o barrio-, por la pertenencia a un grupo profesional y, en menor medida, por lazos de parentesco.

Un mito puede definirse como una narración maravillosa que transcurre por fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes heroicos y épicos. En esta segunda parte del libro, Gribaudi corre aquel velo narrativo y desarma el mito, poniendo en evidencia las dinámicas espaciales y sociales del centro de la ciudad de París. Recuperando el proceso de reorganización del espacio físico y las mutaciones del tejido socio-económico y profesional, da cuenta del dinamismo del centro de la ciudad, en oposición a la imagen sostenida por los contemporáneos que ubicaban a estas zonas fuera del progreso y la modernidad. Y, por otro lado, observando la imbricación de prácticas y actividades productivas, la existencia de micro sociedades estructuradas jerárquicamente y el entramado relacional que obreros y artesanos articularon en los barrios populares, nuevamente toma distancia de la mirada de los observadores burgueses que veían a estos espacios como desordenados, arbitrarios e insalubres. Volviendo a Borges, Gribaudi recupera de las inclemencias de la modernidad de las luces, la vitalidad de las ruinas del mapa.

El tercer bloque del libro comienza con “El ascenso hacia la política”, donde a partir de la preposición ‘hacia’, Gribaudi da cuenta del carácter aún inacabado, en estado formativo, del momento político. La mirada del autor se detiene en los espacios de sociabilidad de los obreros en particular y del mundo popular en general durante la Restauración; años en los que aún no se observan articulaciones con el movimiento republicano. Una idea central del capítulo remarca que el ascenso de la política fue madurando por medio de la oralidad; porque la palabra circulaba y retumbaba en los inquilinatos, talleres, fábricas, patios, pasajes, calles y plazas de los barrios populares. Una de las formas extendidas de expresión oral en las que se detiene fue el canto. Al respecto, señala que el canto no solo era usado por los trabajadores para la dispersión y el entretenimiento, sino que también constituía una herramienta de propaganda, una práctica ritual y un medio de formación política. Esto debido al magnetismo que ocasionaban las canciones a través de la rima, la asonancia, la armonía y el uso de melodías populares, lo que las volvía fácil de memorizar. Los espacios de sociabilidad ligados al canto, la música y también el baile que analiza el autor fueron: las goguettes y los guinguettes. En estos lugares, era habitual –aún más a partir de la Revolución de Julio- que el canto obsceno, atrevido y licencioso derivará peligrosamente hacía la crítica social y la irreverencia política. Por otro lado, Gribaudi señala que la solidaridad obrera también se manifestó en las sociedades de socorros mutuos, espacios de asistencia nacidos en el marco de la revolución gracias al auspicio de la filantropía liberal, pero que proliferaron durante los años de la Restauración, ofreciendo al mundo obrero una estructura organizativa que excedía la función asistencial. Así, estos espacios de sociabilidad barrial desempeñaron un rol central en la conformación de coaliciones obreras y durante las huelgas que estallaron durante el período en respuesta a la fuerte agresividad patronal.

El capítulo 8: “1830-1834, cuatro años de lucha”, se adentra en el ciclo de manifestaciones, huelgas e insurrecciones que se abrió con el estallido de la Revolución de Julio. A contracorriente de los consensos historiográficos, Gribaudi plantea que, a pesar de que la revuelta fue iniciada por la burguesía, puede considerarse a ésta como la primera revolución proletaria del siglo XIX. Para sostener esta afirmación, plantea el siguiente interrogante sobre la agencia histórica del acontecimiento: “¿Quiénes habían salido y quién saldría a las calles?” (2023: 310). Así, a pesar de la participación de algunos burgueses, identifica que la ebullición provino del interior de los barrios del centro, del corazón de la ciudad obrera, donde hacía tiempo venía madurando el descontento. De ahí que las barricadas fueran ocupadas principalmente por los obreros y habitantes de los sectores populares: herreros, sombrereros, hojalateros, talabarteros, picapedreros, entre otros. Este proceso de lucha y la victoria conseguida, les habría revelado a los trabajadores su verdadera fuerza y despertado en ellos el sentimiento de haber ganado el derecho a una ciudadanía plena. Esta conjunción de fuerza y dignidad guiaría las acciones de protesta de las coaliciones en el contexto post julio, las cuales no sólo demandarían mejoras en las condiciones laborales, sino que avanzarían en proponer el control obrero sobre las formas de trabajo. No obstante, la burguesía no aceptaría a los obreros como interlocutores válidos y reaccionaría condenando y reprimiendo a las coaliciones; de ahí que Gribaudi sostiene que la victoria de julio fue confiscada. Asimismo, el autor señala que, durante estos cuatro años cargados de disturbios e insurrecciones, las calles del centro también favorecieron el acercamiento, la contaminación y las resonancias entre el movimiento obrero, las sociedades republicanas radicalizadas y los militantes sansimonianos. Estos últimos ganaron visibilidad en los círculos obreros debido a que, en su prédica, le asignaban un rol central al proyecto asociativo, donde además integraban plenamente a las mujeres.

El libro se cierra con “1840. La década socialista”, donde el autor ahonda en el proceso de toma de conciencia y politización de los obreros parisinos. Gribaudi subraya que, durante este período, el movimiento obrero se aleja de la vía armada pregonada por el movimiento republicano y, en cambio, opta por profundizar las reflexiones sobre las formas alternativas de organización de la sociedad sobre la base del sistema asociativo. Estas ideas se despiertan nuevamente con la crisis económica desatada en el invierno de 1839, donde todas las tensiones acumuladas en años precedentes estallan, lanzando a todas las coaliciones a la huelga. En este contexto, una de las demandas centrales de la protesta fue el rechazo del sistema de subcontratación, que tercerizaba el trabajo a través de una mediación; lo que terminaba reduciendo el salario. Asimismo, Gribaudi introduce una nueva dimensión espacial: las barreras que se encontraban a las afueras de la ciudad. Estos lugares, funcionaban como puntos de reunión de las coaliciones, que en este momento introducen un elemento novedoso: el carácter asambleario y deliberativo de la toma de decisiones. El argumento central del capítulo es que el sistema asociativo ya no se piensa sólo como una forma de organizar al trabajo, sino a la sociedad en su conjunto. En otras palabras, en este momento es cuando termina de madurar el proyecto político de la otra modernidad parisina. En este punto, Gribaudi vuelve sobre los vínculos entre el movimiento obrero y las sociedades republicanas, señalando que, aunque tenían objetivos diferentes y se encontraban separados, ambos estaban en contacto y se nutrían del mismo entramado espacial y relacional. Finalmente, subraya que el horizonte político de los obreros no derivaba de un conocimiento teórico abstraído de su realidad, sino que nacía de su saber práctico cotidiano. Por ese motivo, destaca el pensamiento de Pierre Leroux, quien buscaba construir una verdadera “ciencia social” para establecer una sociedad más democrática e igualitaria, basada de la experiencia y saberes de los obreros.

Así, en esta tercera parte, Gribaudi reconstruye como la reivindicación de una nueva forma de organización del trabajo acaba por convertirse en toda una nueva manera de concebir la organización de la sociedad. Un proyecto que nace desde “un real ascenso desde abajo” y a partir de la experiencia concreta de los obreros. Este debate sobre la reestructuración de la sociedad desembocará en las jornadas de febrero y junio de 1848, donde se enfrentarán las fuerzas de la ‘ciudad obrera’ contra la ‘ciudad burguesa’, frustrando trágicamente el proyecto de una república democrática y social. Entonces, Gribaudi muestra cómo estos dos modelos enfrentados, pueden entenderse a partir de las diferentes lecturas y representaciones que hicieron los distintos grupos sociales de la ciudad y sus habitantes. A partir de esta idea, Gribaudi explica y concibe a las reformas haussmaniana -producidas con el advenimiento de Napoleón III-, como una reconquista del centro de la ciudad por parte de la triunfante modernidad burguesa y como una eliminación de las ruinas del sueño obrero.

El libro de Maurizio Gribaudi, París. Ciudad obrera. Una historia oculta, 1789-1848 constituye así un novedoso aporte al estudio de la formación de la clase obrera francesa en diálogo con una extensa tradición de la historia social del mundo del trabajo. Como señalamos, en conversación con la perspectiva de Edward Thompson, da cuenta del proceso de concientización de los obreros a partir de una mirada centrada en sus vivencias cotidianas, en la comunidad de la que formaban parte, de sus experiencias dentro y fuera de los lugares de trabajo, de sus prácticas rituales y sus saberes prácticos. Desde esta experiencia cotidiana de los de abajo, plasmada en el espacio urbano del centro de la ciudad parisina, asciende el proyecto político de una república social y democrática basada en el modelo asociativo. Asimismo, Gribaudi pone en discusión diferentes consensos historiográficos: Por un lado, en línea con lo anterior, da cuenta de que el horizonte político de los obreros no fue impuesto desde arriba por las sociedades de republicanos radicalizados e identifica la existencia de lazos y resonancias entre ambos movimientos, debido a que ocupaban simultáneamente el espacio de los barrios del centro de la ciudad. Por otro lado, al introducir el original concepto de “industria orgánica”, problematiza las interpretaciones que situaban el desarrollo de la industria francesa en la segunda mitad del siglo XIX y lo asocian con la racionalización y la maquinización. Finalmente, si volvemos al cuento de Borges, el riguroso proceder metodológico de Gribaudi, centrado en el análisis micro del espacio urbano, le permite reconstruir un mapa a contrapelo de la París moderna, donde revela lo oculto y lo ocultado bajo ruinas, ubicando a los que históricamente se cayeron del mapa.

 

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