Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº20. Mar del Plata. Julio-diciembre de 2024.
ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
Hilar para reconstruir la memoria:
paradojas de la identidad exiliada en Perlas de araña de Valentina Winocur
Ulises Valderrama Abad
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México,
México.
ulisesvalderrama@filos.unam.mx
Recibido: 04/09/2024
Aceptado: 27/10/2024
ARK CAICYT: https://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24516961/0pfraj5wi
Resumen
En el presente trabajo abordo el tema de los conflictos identitarios que sufren las infancias exiliadas, los cuales se reflejan en la literatura de HIJXS a raíz de la última dictadura cívico-militar en Argentina (1976-1983). Me centraré en la novela Perlas de araña (2023) de Valentina Winocur, escritora argentino-mexicana (argenmex), quien vivió su infancia y juventud en México. En esta novela, vemos las consecuencias que sufrieron las infancias años después de haber salido al exilio con sus padres o, como en este caso, con su abuela. Además, estudio la construcción de un doble o una “antípoda imaginaria” que la protagonista crea en su destierro, en donde, por un lado, imagina que hay otra niña igual a ella viviendo en Argentina, pero que nunca se exilió. Por otro lado, el recuerdo de su madre habita en una antípoda desconocida desde donde se mantiene como una presencia permanente y fantasmal. Finalmente, analizo el trabajo que la protagonista debe hacer para tejer la memoria de sus padres con recuerdos contados por sus mayores y crear un manto hecho de parches (patchwork) que arrope su exilio y le dé claridad respecto a su identidad.
Palabras clave: infancias, exilio, identidad, argenmex, HIJXS.
Weaving to reconstruct memory:
paradoxes of exiled identity in Valentina Winocur's Perlas de araña
Abstract
In this paper I study the identity conflicts suffered by exiled children, which are reflected in the literature of HIJXS because of the last military dictatorship in Argentina (1976-1983). I will focus on the novel Perlas de araña (2023) by Valentina Winocur, an argentine-mexican writer (argenmex), who lived her childhood and youth in Mexico. In this novel, we see the consequences that children continued to suffer years after having gone into exile with their parents or, as in this case, with their grandmother. I also study the construction of a doppelgänger or an “imaginary antipode” that the protagonist creates in her exile, where, on the one hand, she imagines that there is another girl just like her living in Argentina, but who never went into exile. On the other hand, the memory of her mother lives in an unknown antipode from where she remains a permanent and ghostly presence. Finally, I analyze the work that the protagonist must do to weave the memory of her parents with memories told by her elders and create a patchwork cloak that covers her exile and gives her clarity regarding her identity.
Keywords: childhood, exile, identity, argenmex, HIJXS.
Hilar para reconstruir la memoria: paradojas de la identidad exiliada en Perlas de araña de Valentina Winocur[1]
Introducción: genealogía y características de la literatura de exilio
La narrativa de destierro infantil y adolescente ocupa un lugar particular dentro del amplio espectro de la literatura exiliar. En el caso particular de la novela de exilio argentino la mayoría de obras sobre el tema comienzan a principios de la década de 1980, teniendo como dos referentes a El cielo con las manos (1981), de Mempo Giardinelli, y Libro de navíos y borrascas (1983), de Daniel Moyano, por mencionar sólo un par de ejemplos. Ambos libros pertenecen a la primera generación de escritoras y escritores que centraron su narrativa en la experiencia de exilio a raíz de la violencia expulsora de la última dictadura argentina (1976-1983), aunque dicho destierro inició un par de años antes, en 1974 cuando la escalada de violencia en Argentina iba en aumento (Yankelevich, 2010). Es de destacar que las obras citadas fueron escritas durante la dictadura y que constituyen dos de los primeros ejemplos literarios (narrativos) de largo aliento que exploran el tema, ya fuera como una necesidad por denunciar la violencia vivida, por procesar la experiencia a través de la escritura o, bien, como un ejercicio artístico.
No obstante, en el caso específico de El cielo con las manos, notamos que Giardinelli hace un ejercicio literario de elisión melancólica (Valderrama Abad, 2018), pues el narrador, desde el Distrito Federal (México), mira por una ventana y evita a toda costa hablar de los motivos de su exilio mientras despliega un largo monólogo sobre su juventud. Esto nos pone frente a la dificultad de las primeras narraciones que evitan referir directamente a la violencia, la tortura, la muerte y la desaparición como experiencias límite vividas por la primera generación de exiliados. Sin embargo, en la elisión de Giardinelli se confirma que muchas veces lo que no se dice, el espacio vacío, es más tenaz que lo que se señala explícitamente, dado que el protagonista de la novela experimenta, por medio del bloqueo psicológico, las consecuencias del trauma. La segunda novela de Giardinelli escrita en el exilio mexicano, Qué solos se quedan los muertos (1985), pareciera ser una continuación de la anterior en términos memorialísticos, sólo que esta vez el protagonista, José Giustozzi, tras el asesinato de su expareja en Zacatecas, logra desbloquear sus recuerdos sobre su militancia y la violencia vivida en Argentina por toda una generación de jóvenes, quienes crecieron en una serie de regímenes militares opresivos. Estos ejemplos son muestra de la dificultad de las primeras narraciones por vehicular la memoria a través de la literatura.
Otro elemento que podemos destacar de estas obras fundacionales sobre el exilio es su mirada adultocéntrica, ya que una de las características de esta primera generación es que fueron escritoras y escritores que salieron al exilio siendo adultos, por lo que muchos de los relatos de esta primera etapa se centran en la militancia y la lucha armada, la melancolía por abandonar la tierra de nacimiento, un sentimiento prolongado de pérdida, una tendencia reflexiva sobre el pasado y el proceso de adaptación al país de acogida. También es de destacar que la institución familiar tradicional ocupa un lugar importante en las narraciones de la primera generación. Así nos lo dejan ver las novelas Limbo (1989), de Noé Jitrik, y Papel picado (2003), de Rolo Díez. En la primera, una familia exiliada en México experimenta una serie de ataques de pánico y disociaciones de la realidad en silencio y, a pesar de no comunicarlo entre ellos, cada miembro se apoya el uno al otro en la medida de sus posibilidades. En la segunda obra, encontramos a un matrimonio joven con un hijo pequeño, quienes se han exiliado por diversos países tanto de América como de Europa, y llegan finalmente a México, en donde pretenden vivir una vida apacible en familia. Sin embargo, el pasado guerrillero de los protagonistas los perseguirá en el exilio. En ambas obras hay una voluntad por mantener unida a la familia, un ejercicio de resistencia, aún en contra del objetivo mismo del exilio que busca expulsar y dispersar a ciertos grupos sociales.
Por otro lado, existe un grupo de escritoras y escritores que conforman a la generación Intermedia o Puente, integrada por todos aquellos que salieron al exilio siendo adolescentes, ya fuera por acompañar a sus padres o debido a su militancia. Una de las características principales es que este grupo de personas cuenta con sus propios recuerdos sobre la salida de Argentina y su adaptación a la tierra de acogida, por tanto, uno de los temas recurrentes estará centrado en los cambios experimentados durante su proceso de crecimiento (en el exilio) y el desarrollo de una identidad que se nutre de dos o más patrias. En el caso del exilio argentino en México, podemos encontrar obras como El día que no fue (2019), de Sandra Lorenzano; Diario Negro de Buenos Aires (2019), de Federico Bonasso; o Detrás del vidrio (2000), de Sergio Schmucler, por mencionar algunos títulos.
La primera de estas obras se centra en el exilio como un aprendizaje, pero, sobre todo como una despedida, ya que la historia que nos cuenta es una trama de desamor en la que alguien se queda y alguien se va. Sin embargo, de la misma forma que en el exilio, en una ruptura nunca se cortan totalmente los lazos afectivos con la contraparte. En la segunda novela, Diario Negro de Buenos Aires, un joven músico trata de volver a la Argentina de sus primeros años de vida, de la que tuvo que exiliarse con sus padres, sin embargo, descubre que ese lugar idílicamente recreado en sus recuerdos y los de su familia no existe más. Lo que encuentra, en cambio, es una ciudad agreste que intenta expulsarlo nuevamente de múltiples formas, confirmándole que su verdadero “regreso” no será a Buenos Aires, sino a la Ciudad de México. Quizá el ejemplo más prototípico de esta generación intermedia sea la novela de Sergio Schmucler, puesto que en Detrás del vidrio tenemos a un personaje en plena adolescencia, quien tras militar en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), organización de formación política, previa a Montoneros, debe exiliarse en México por las amenazas y persecución de la dictadura, mientras su hermano mayor decide quedarse y es desaparecido por la dictadura militar. En esta novela se muestran claramente los conflictos propios de la adolescencia, mezclados con los de la militancia a temprana edad. La desprotección en la que el protagonista se encuentra al pertenecer a uno de los cuadros más bajos contrasta con la comunidad de apoyo que encuentra en su exilio y, en medio de una serie de cambios y aprendizajes (primer trabajo, primera pareja estable, primer arrendamiento), el protagonista experimenta un proceso de crecimiento personal hasta convertirse en un adulto e independizarse de su familia.[2]
En tercera instancia, encontramos a la generación de HIJXS exiliados, integrada por quienes salieron al destierro siendo muy pequeños para recordar el suceso o quienes nacieron en el exilio de sus padres y debido a las consecuencias que este hecho tuvo en sus vidas, ellos mismos también son considerados exiliados. Teresa Basile y Cecilia González proponen dos conceptos complementarios y uno global para hablar de estos HIJXS: el primero, les hijes exiliades, denomina a quienes “experimentaron el exilio desde su salida de Argentina hasta recalar en el país de llegada”, mientras que les hijes del exilio se refiere a “quienes carecieron de esta experiencia, ya que nacieron en el lugar de arribo”. El tercer término agrupa a ambos sectores: hijes en el exilio “porque participaron de las vicisitudes y vivencias concernientes al destierro” (2024: 32). En una línea similar Silvia Dutrénit (2015), unos años antes, al entrevistar a infancias exiliadas de Chile (chilenmex), Uruguay (urumex) y Argentina (argenmex) designa dos categorías principales: niños exiliados e hijos del exilio.
Quizá el fenómeno que más ha suscitado discusión es el de considerar exiliados a las infancias nacidas en el país de acogida de sus padres, sin embargo, habría que tomar en cuenta que dichos niños y niñas también sufren las consecuencias de una medida violenta, como lo es el exilio, aunque les haya ocurrido a sus padres antes de su nacimiento. Para el caso argenmex, su día a día estaba dividido entre la Argentina simbólicamente reconstruida al interior de sus hogares y el México que transitaban y con el que convivían en su vida cotidiana (escuela, transporte, parques, amigos, vecinos, etc.). De cierta forma estos “hijos del exilio” vivían un destierro simbólico dos veces al día: al salir de su casa en la que, en cierta forma, se había reconstruido Argentina y al regresar a su hogar, dado que se abandonaba el México tangible que transitaban y con el que convivían diariamente.
En cuanto a la literatura que ha escrito esta generación, una de las características principales es que contrasta con el adultocentrismo de la primera. Muchas veces, al tener escasos recuerdos sobre el exilio o, directamente, al carecer de ellos, recurren a una figura infantil desde la cual narrar el pasado. Así, logran reivindicar a la figura infantil exiliada como sujeto político con la capacidad de hacer una crítica sólida de la historia y, sobre todo, con una historia distinta que contar. Las infancias fueron parte del exilio, estuvieron ahí, pero hasta antes de la escritura de HIJXS habían sido obviadas, en el mejor de los casos, cuando no borradas de los relatos previos, escritos sobre todo en las décadas de 1980 y 1990. Cuando llegaban a aparecer, como es el caso de la novela mencionada El cielo con las manos, en donde las infancias existían en función de los adultos, eran, sobre todo, una incógnita, pues desconocían las consecuencias que el exilio tendría en sus hijos, los argenmex (Argañaraz y Valderrama Abad, 2024). Fira Chmiel señala lo siguiente:
“Si bien fueron los adultos quienes orientaron las rutas del exilio también fueron parte de esa experiencia muchos y muchas niñas y niños. En este sentido, explorar las memorias de quienes han atravesado la experiencia del exilio durante sus infancias nos permite adentrarnos en las maneras en que niños y niñas de entonces han sido también protagonistas de un proceso histórico y político” (2022: 9).
Estas figuras infantiles son las encargadas de unir los retazos propios y ajenos de la memoria, como si se tratara de un patchwork[3] de recuerdos que busca narrar el pasado, es decir, la unión de pequeños trozos de tela (recuerdos) que tienen como objetivo reciclar (rememorar) y hacer una tela más grande (relato). En la figura del patchwork encontramos entremezclada la dimensión afectiva, ya que, en el caso de la memoria infantil, muchos de esos parches pertenecen a familiares y amigos que aportan voluntariamente sus recuerdos para la construcción de la memoria de los hijos, como lo veremos en Perlas de araña (2023), de Valentina Winocur, en donde serán su abuela, sus tíos y las amigas de su madre desaparecida quienes le compartan sus recuerdos para que la protagonista teja una tela más grande con la cual arropar su identidad exiliada. Sin esos recuerdos donados o heredados, sería imposible la reconstrucción del exilio infantil como una posmemoria (Hirsch, 2012). Este último término, si bien ha sido conflictivo, a mi parecer nos ayuda a nombrar un hecho en concreto, me refiero a la memoria de segunda generación que será constatable en un gran número de narrativas y expresiones artísticas, desde la literatura y el cine, hasta el performance, la fotografía o diversas instalaciones.
Sin embargo, no podemos dejar de lado que estos recuerdos derivan de situaciones violentas: la dictadura y el exilio. A cerca de algunos de estos relatos de infancia Eugenia Argañaraz señala lo siguiente: “visibilizan una infancia educada a través de las familias revolucionarias donde los niños/as son testigos directos de los trabajos de militancia de sus padres y madres, pero también se vuelven partícipes de lo que luego se considera parte del relato traumático argentino” (2021: 57). Por ende, encontramos implícita una dimensión traumática originada en experiencias que dejan huellas psicológicas profundas, las cuales son difíciles de procesar y elaborar por medio de la narración. Sobre todo, cuando se trata de lo que Dominick LaCapra (2005) identifica como el trauma “cerrado”, experiencias tan abrumadoras que son difíciles de enunciar o recordar por una persona; en contraposición al trauma “abierto”, sucesos igualmente dolorosos, aunque narrables por medio de un proceso de elaboración. En otras palabras, se trata de experiencias límite en las que, para recuperar la memoria, se debe hacer un trabajo arduo de reconstrucción del sujeto infantil.
Sandra Carli, estudiosa de la memoria en las infancias, partiendo de Freud, nos habla de una arqueología de la memoria, en la cual resulta evidente que existen rastros de versiones sobre el pasado de sujetos adultos, mezcladas con las propias del sujeto que recuerda, lo que ella denomina las “huellas de la transmisión del recuerdo” (2011: 26). Estas huellas son otra forma de referir a lo que hasta ahora hemos llamado retazos de la memoria y que no necesariamente significa algo negativo, sino una particularidad del recuerdo infantil que será evidente en la narrativa en cuestión. Esto nos devuelve a la máxima de Maurice Halbwachs (2004), quien señala que las personas recordamos en colectivo y por medio de marcos sociales que detonan nuestras memorias. En la narrativa del exilio infantil se vuelve evidente tanto la colectividad tejida en el recuerdo como las memorias donadas y heredadas.
Así, partiendo del hecho de que toda memoria es inestable (Halbwachs, 2004; Jelin, 2002; Todorov, 2000) la narrativa de HIJXS tiene la particularidad de plantear una dialéctica temporal, un puente entre distintas temporalidades al ser narrada por adultos que ponen el foco en la infancia. Es decir, se recurre a una etapa tradicionalmente entendida como de aprendizaje y descubrimiento del mundo desde un presente adulto de la escritura. Este hecho no es menor, pues queda implícito que la infancia también es una etapa de confusión y desaciertos, lo que se suma a la inestabilidad de la memoria. En vez de intentar sustentar sus relatos con datos constatables, como la disciplina histórica, se asume esta propiedad y se narra desde un lugar otro, en donde tienen cabida el equívoco, la ambigüedad y la confusión, junto con elementos como los sueños, la ficción y la fantasía. Carli hace hincapié en esto último: “[La memoria infantil] está vinculada con la fantasía, con la ficción. En el recuerdo infantil, no habría fidelidad histórica, sino la presencia de la fantasía” (2011: 25-26). Por tanto, podemos afirmar que la narrativa de HIJXS hace de la inexactitud mnemónica una bandera de lucha, una característica identitaria, y a partir de ahí construye su propia poética literaria, distanciada de los relatos heroicos, melancólicos o intimistas de la primera generación.
Identidad conflictiva en Perlas de araña
Dentro de las obras escritas por la generación de HIJXS, Teresa Basile identifica tres matrices principales: la narrativa humanitaria, el relato político-revolucionario y la narrativa familiar. La primera sostiene un reclamo ético y jurídico, evitando recurrir a la retórica revolucionaria de los años 70: “se sustituyeron las categorías de pueblo/oligarquía de proletariado/burguesía por la de víctimas/victimarios” (2019: 27). Los canales abiertos por los Derechos Humanos son la forma que estos hijos encuentran para exigir justicia respecto a la desaparición de sus padres o algún familiar, por lo cual tendrán gran cercanía con los organismos humanitarios y en su narrativa el reclamo por memoria, verdad y justicia ocupará un lugar central. Por el contrario, el relato político-revolucionario busca reivindicar la lucha política de los padres y demás familiares emprendida durante los años 70. Organizaciones como H.I.J.O.S. recuperaron y renovaron algunas estrategias militantes de acción directa, así el escrache fue una de las prácticas en torno a la cual muchos jóvenes se organizaron para señalar públicamente a represores y colaboradores de la dictadura que no habían recibido castigo jurídico. En tercera instancia, las producciones culturales de HIJXS apelan reiteradamente a una narrativa familiar, pues esta organización social fue una de las más afectadas por la dictadura en su momento. Baste recordar que el gobierno militar acusaba constantemente a los familiares de las y los desaparecidos de no haberlos sabido llevar por el camino que necesitaba el país. “¿Sabe usted en dónde está su hijo?” rezaba la propaganda oficial. Elizabeth Jelin, atinadamente, ha señalado la existencia de un vínculo familístico (2010) en las narrativas públicas, artísticas y culturales en torno a los relatos sobre la dictadura y los crímenes cometidos durante dicho periodo. Esto se ve reflejado en el hecho de que muchas de las y los escritores HIJXS tienen un vínculo consanguíneo con víctimas de la dictadura, lo cual queda reflejado en la narrativa escrita por esta generación.
La novela de Valentina Winocur, Perlas de araña, publicada por la editorial Elefanta en 2023, es un trabajo que podemos clasificar dentro de esta tercera categoría al estar centrada en un relato familiar. Si bien la autora ha mencionado que su novela no es una autobiografía ficcionalizada, sí podemos señalar que hay cierto grado de autoficción: “En un sentido […] todo es autoficción y nada alcanza a serlo. Lo que uno escribe recoge sentimientos, sensaciones u observaciones que vamos teniendo sobre el mundo. A la vez, aunque uno se propusiera contar la verdad, no lo lograría porque no hay una verdad absoluta” (Winocur en Soto, 2023). Winocur nació en Córdoba, Argentina, en 1991 y vivió desde su infancia en México, por lo que cuenta con las nacionalidades argentina y mexicana (argenmex). Este libro narra la historia de Catalina y su abuela materna, la Nona, quienes se exilian en México por la violencia desatada en Argentina a raíz de la dictadura cívico-militar de 1976. Los padres de Catalina eran militantes de la organización Montoneros, en Córdoba, y después de ser perseguidos serán desaparecidos por la dictadura. Por lo que Cati llega a la Ciudad de México siendo muy pequeña. Su abuela, profesora universitaria, es la encargada de cuidar a la protagonista en el país de acogida, desde que ésta estudia la educación primaria hasta que se mude a España después del bachillerato. Por tanto, Perlas de Araña, se suma a un corpus en donde las abuelas ocupan un lugar preponderante, en este caso con la peculiaridad de que la Nona es quien materna a su nieta huérfana, quedando en evidencia la particularidad de un tipo de narrativas con “genealogías dislocadas” (Basile y González, 2024).[4]
La historia es contada desde la mirada de una niña que está por entrar a la escuela primaria, en donde, desde el inicio, será señalada por ser extranjera. Cati es una HIJA exiliada que muy temprano en la novela pondrá el tema de la identidad como algo central. Así, la historia está dividida en dos partes, lo correspondiente a México en donde la protagonista narra desde su ingreso a la educación primaria hasta el final de su bachillerato y, frente a la dificultad de entrar a la universidad, la segunda parte la dedica a un viaje de autodescubrimiento en Barcelona, a casa de una amiga mexicana con la que estudió en la infancia. Por tanto, es posible señalar que uno de los temas centrales es el descubrimiento y la formación de la identidad de la protagonista, la cual, por su condición de exiliada e hija de padres desaparecidos, será por demás conflictiva. La presentación que su maestra hace de ella como extranjera, “la nueva compañerita que no es mexicana” (18),[5] nos muestra una de las características reiteradas en las narraciones de hijas e hijos argenmex, me refiero al conflicto identitario del exilio, a no saber a dónde se pertenece (mucho menos durante la infancia). Esto tiene como resultado la identidad híbrida de los HIJXS exiliados que se construye a partir de dos o más lugares de arraigo (Argañaraz y Valderrama Abad, 2024). Todo se presenta por partida doble, la cultura argentina y la mexicana, dos dialectos diferentes del español, distintos tipos de comidas, formas diferenciadas de comportamiento, etc. Cati, como hija exiliada argenmex, es quien amalgama esos aspectos en tensión permanente:
“Cuando eres pequeña no quieres ser diferente. Quieres llamar la atención pero no quieres quedar expuesta, ni ser la rara. No había nacido en México y vivía con mi abuela. Los otros niños me preguntaban por mis papás y yo decía que no vivían aquí o que estaban de viaje muy, muy lejos y por eso mi abuela me llevaba a la escuela y no ellos. […] A veces me descubrían, supongo que las maestras les contaban, y me decían que estaba mintiendo, que no los engañara porque ya sabían que mis papás estaban muertos” (18).
La protagonista no puede evitar ser la “diferente” ni en México ni en Argentina. Gradualmente dicha característica se convertirá en una forma de presentarse frente al mundo. Cati realiza dos viajes a Córdoba con la Nona en los cuales constantemente la señalan por no ser de ahí. A veces, incluso, los señalamientos se vuelven burlas y apodos, algo que encontramos reiteradamente en la literatura de HIJXS argenmex. El primer viaje lo realiza a la edad de ocho años, en éste conoce la casa de San Vicente en la que vivieron sus abuelos con su madre y tiene la oportunidad de entrar al cuarto de esta última, lo más cercano que ha estado a ella, hecho que la aterra y la hace salir corriendo. Al día siguiente, asisten a un asado en donde están los compañeros de militancia de la Nona: “por lo menos todos los que quedaban” (43). A Catalina la sientan en la mesa de los niños en donde todos se conocen, los chicos a su lado le preguntan sobre su madre y le señalan que tiene un “acento raro”, a lo que Cati debe aclarar, como disculpándose: “Es que soy de México” (45).
Este choque cultural de las infancias exiliadas, que se presenta cuando viajan por primera vez a Argentina o cuando regresan después de varios años de exilio (en los que han vivido más tiempo fuera que dentro de su país de nacimiento), ha sido recurrente en la literatura de HIJXS y representa una diferencia palpable respecto a la primera generación. Ana Negri, en su novela Los eufemismos (2020), narra una experiencia similar a la de Cati, cuando la protagonista, Clara, hija argenmex, viaja por primera vez a Argentina a los once años. Al llegar a casa de su abuelo éste la presenta con el resto de sus nietos como “la prima mexicana” y ellos comienzan a burlarse, porque Clara usa el pronombre de la segunda persona del singular “tú”, en vez de “vos”:
“Los juegos cesaron para mirar a ese espécimen tropical. “¿La prima mexicana?”, pensó.
—¿Cuántos años tenés? —preguntó una niña que se resguardaba detrás de otro que sostenía un balón.
—Voy a cumplir doce en diez días. ¿Y tú?
Estallaron, al unísono, las risas de todos los primos. “¡Y tú!”, repetían a carcajadas, “¡y tú! ¿Querés jugar al fútbol, tú?”
Ese mismo día conoció a la abuela y a todas sus tías. Su familia se había multiplicado de golpe y su casa, ¿dónde carajos era su casa?” (Negri, 2021: 47)
Después de esto la vista de Clara se nubla y comienza un dolor de cabeza que la hace desmayarse frente a su abuelo, sufriendo la primera de muchas migrañas que la acompañarán hasta la adultez. La somatización, las dolencias físicas, el sentimiento de desarraigo y la vergüenza son algunas de las experiencias vividas por los HIJXS tras la vuelta o ida por primera vez con sus padres a Argentina. Agustín Vanella cuenta en el documental Argenmex. Exiliados hijos, de Violeta Burkart Noé y Analía Miller, el trastorno del habla que tuvo a raíz de las burlas recibidas por ser considerado mexicano: “me traumó al punto de ser tartamudo. Hoy muchos me dicen ‘¿vos eras tartamudo?’ y yo les contesto que sí, que era tartamudo y me llevó un año y pico de terapia. Básicamente por esta cargada permanente de ‘¡mexicano, mexicano!’, el cántico permanente” (2007). Asimismo, Inés Ulanovsky (2018), en su crónica Que tengan buen viaje, nos presenta un tercer ejemplo de una hija argenmex que, tras su regreso a Argentina (había salido a los dos meses de haber nacido), recibió burlas y apodos por su acento extranjero. Lo cual, en el caso de esta narradora, no derivó en un tartamudeo prolongado, sino en un voto de silencio voluntario:
“En primaria o secundaria, todos coincidimos en haberla pasado muy mal durante esos primeros años. Varias de nosotras fuimos apodadas “La chilindrina” por nuestra forma de hablar. Para evitar las burlas tomé una decisión tajante: llamarme a silencio casi total durante todo primer grado y ver muchas horas de televisión, especialmente el programa Señorita Maestra, hasta aprender a hablar en argentino perfecto. Para Mariana [Casullo] también fue una obsesión sacarse la tonada y los modismos mexicanos lo antes posible. Los vivía como un trauma: “En Argentina manquetilla se dice manqueta” (por manteca) y resbaladilla se dice tobogán”, repetía para aprender”.
En Perlas de araña, estos señalamientos y burlas no cesan durante el segundo viaje de Catalina a Córdoba, a la edad de quince años, en plena adolescencia. Al igual que los ejemplos citados hasta ahora, experimenta nuevamente el conflicto identitario del exilio y, de la misma forma que Ulanovsky, recibirá un apodo o comparación en tono de burla por su acento y las palabras que utiliza. Esto sucede cuando su abuela le pide que conozca a las amigas de infancia de su madre, Claudia y Sofía. Las tres se quedan de ver en el café que frecuentaban con su madre para estudiar por las tardes después de la escuela. Cuando llega el mesero a tomarles la orden, Cati pide de beber una “limonada”, palabra que las hace estallar en risas a la vez que desconcierta al mesero. Una de ellas remata con lo siguiente: “Seguro es un invento bien mexicano –dijo Claudia y luego se dirigió al mesero. Es que es medio mexicana la nena, por eso trae ese acento de Doña Florinda” (79). Todos los adultos ríen desaforadamente del chiste. Cati cae en la cuenta de que por más que intente pasar desapercibida, aprendiendo palabras e intentando imitar el acento argentino, ella seguirá siendo distinta al resto por su condición de exiliada. Es “medio mexicana” y medio argentina, pero sin llegar a ser enteramente de ningún lado: “ahora me sentía descubierta: era mexicana en Argentina y argentina en México. Las lágrimas se me escapaban de los ojos” (79).
Estos ejemplos nos muestran el profundo conflicto identitario reflejado en la literatura de las y los hijos exiliados cuando contrastan su forma de ser con las de su entorno. Para la generación de HIJXS el viaje a Argentina no tenía el mismo significado simbólico y material que el regreso de sus mayores, pues para ellos era, en realidad, una primera salida involuntaria, algo no deseado. Así lo expresa Burkart Noé en el primer diálogo de su documental: “Nací en México […] en México nacieron mis hermanos Miguel y Anahí. A fines del 82 mis papás me dijeron: ‘volvemos a la Argentina’ ¿Volvemos? Si yo nunca me fui” (2007). La literatura y, en general, las producciones culturales de HIJXS dan cuenta de un trauma espejo que se contrasta con el vivido por sus padres y madres al salir al destierro. En la novela de Winocur, encontramos la representación de las infancias que siguieron viviendo las consecuencias del exilio muchos años después. Cati, finalmente aceptará que su historia es distinta a la del resto de sus amigos y familiares. Abrazando su diferencia al encontrar lo que la hace única, su identidad propia.
Las antípodas imaginarias del exilio
Más allá de las burlas y apodos recibidos por el contraste de sus diferencias con las del resto de personas (ya sea en México o Argentina), hay dos pensamientos recurrentes de la protagonista que la persiguen cuando intenta comprender su pasado. Poniendo así en crisis el proceso de búsqueda de su propia identidad durante la infancia y adolescencia. Por un lado, Cati imagina constantemente que existe otra niña en Argentina viviendo a la par de ella, con el mismo nombre y aspecto físico, pero que nunca se exilió. Por otro lado, teme que las imágenes y recuerdos que le cuentan de su madre terminen tomando posesión de ella y se convierta en una copia vacía, sin poder hacer nada para evitarlo. Ambos pensamientos recurrentes inciden directamente en la construcción de la identidad de Catalina durante su infancia y adolescencia, dado que nunca está segura de quién es en realidad. Su autopercepción está influida por el exilio y la desaparición de su madre.
La idea del doble o doppelgänger ha sido muy recurrente en la historia de la literatura. Baste recordar uno de los cuentos más icónicos sobre el tema: “William Wilson”, de Edgar Allan Poe. En donde un personaje joven conoce a otro en la escuela con su mismo aspecto físico y nombre, el cual será su acérrimo rival y, a la vez, su protector. A medida que crece, William Wilson continúa encontrándose con su doble quien frustra continuamente sus planes perversos. En este caso, el doppelgänger se erige como la voz de la conciencia del protagonista, quien evita que éste dañe a otras personas. Sin embargo, la característica que más destaco es la de convertirse en una presencia permanente y fantasmal detrás de cada acto y etapa vital del personaje desdoblado.
Ahora bien, en cuanto a la cuestión identitaria, recurro a la tradición literaria hispanoamericana de principios del siglo XVII, pues es en los Comentarios Reales (1609), del Inca Garcilaso de la Vega, donde encontramos uno de los testimonios más fehacientes sobre el tema. En los primeros dos capítulos el escritor mestizo reconoce que hay “muchos mundos”, ontológicamente hablando, y responde afirmativamente la gran duda de su época sobre si existen o no las antípodas: “A lo que se dice si hay antípodas o no, se podría decir que, siendo el mundo redondo (como es notorio), cierto es que las hay” (1982: 31). Si bien hoy en día se sabe que la mayoría de antípodas encuentran su contraparte en el océano, la pregunta del Inca Garcilaso abre la posibilidad simbólica de que haya personas o culturas en otras geografías que han tenido un desarrollo sincrónico al nuestro. Desde este punto de vista, América y Europa son antípodas entre sí, o más concretamente el imperio incaico y el español, ya que, si bien no existía un contacto reconocido por occidente hasta antes de 1492, lo que intenta demostrar el Inca es que ambas culturas tuvieron un desarrollo prolífico a la par. Lo anterior da pie a que, en la literatura latinoamericana, esto se traduzca como la posibilidad de que todas y todos tengamos una antípoda en otro lugar del mundo, que haga la función de espejo en el cual nos reflejamos, permitiéndonos ver algo de ellos en nosotros y, a partir de ahí, construyamos o resignifiquemos nuestra identidad.
Estos elementos del doble y de las antípodas identificados hasta ahora (presencia permanente, ente fantasmal y su función como forjadora de identidad) son de suma importancia para pensar la experiencia de exilio presente en Perlas de Araña, puesto que el destierro para Catalina despierta la posibilidad de un “otro” (o una otra) viviendo en Córdoba a la par de ella. Alguien de su misma edad y aspecto físico, pero con hábitos argentinos. Así nos lo deja ver cuando en sexto de primaria, como parte de un ejercicio escolar, debe llevar una fotografía de algún familiar fallecido u otro ser querido y una comida que le gustaba para ponerlas en la ofrenda de Día de Muertos. Cati no quiere llevar la foto de sus padres desaparecidos por no atraer la atención ni destacar sobre el resto: “sentí que todos querían que llevara una foto de mi madre o mi padre […] Pero yo no quería, no quería ser la que tuviera la foto más poderosa” (72). Por lo que decide llevar una foto de Cucho, su gato vivo. Sin embargo, con este ejercicio cae en cuenta de que sabe muy poco de sus padres, ni siquiera conoce lo que les gustaba comer. Así que le pregunta a su abuela sobre los gustos de su madre: “Le encantaban los ñoquis. Siempre me pedía que se los hiciera […] en Córdoba los hacíamos todos los veintinueve del mes y los comíamos con un billete bajo el plato” (73). Imaginar los hábitos de su familia antes del destierro y, concretamente, sobre su madre viva, la lleva a pensar en la posibilidad de una vida simultánea, de una antípoda imaginaria creada por el exilio, en donde hay una Cati que no es ella, al otro lado del mundo, sino su doble permanente:
“Cuando la Nona me contaba cosas de Córdoba sentía que era una vida paralela que podría haber vivido y no me tocó. O que quizás alguien la estaba viviendo por mí. Que había una Catalina que cenaba ñoquis a fin de mes con billetes bajo el plato y que tenía perros en lugar de un gato y cuando no tenían croquetas les preparaban una polenta rápida, y que para ella eso no era extraño” (74).
Laura Santullo se refiere a este sentimiento como la experiencia de una identidad desdoblada, la cual ella misma ha experimentado, como exiliada uruguaya en México. Si bien esta experiencia podría tenerla cualquier persona, para los y las exiliadas hay datos precisos que ayudan a acrecentar estas ideas. Conociendo el lugar de donde provienen sus familiares es posible imaginar el barrio en el que habrían vivido, la escuela a la que habrían ido y los vecinos que habrían tenido: “es una fantasía demasiado concreta, y eso es raro, y eso desconcierta” (Santullo, 2023). Sin embargo, hace hincapié en una característica del exilio infantil que no debe perderse de vista: “ese desdoblamiento de la identidad, esas posibilidades canceladas, son también las de una hija a la que privaron de sus padres, y entonces la densidad del relato pasa a otro nivel” (2023). Por tanto, la gran diferencia entre la Cati de México y su antípoda en Argentina reside en que esta última tendría vivos a sus padres, ya que la dictadura no se los habría arrebatado y, efectivamente, la “densidad del relato pasa a otro nivel”.
Por otra parte, la presencia espectral de su madre se erige como un doble en el que la protagonista teme convertirse. Ésta pone en peligro su identidad e independencia, a la vez que le despierta curiosidad por no haberla conocido. Lo cual convierte a esta familiar en un ente conflictivo, del cual quiere estar cerca y lejos al mismo tiempo. A la idea de las antípodas geográficas podemos sumarle una característica temporal y metafísica, dado que a medida que Catalina crece lentamente alcanza la edad que su madre tenía al ser desaparecida. Cati teme convertirse en la antípoda de su madre, la cual vive en un lugar y un tiempo otro, pero se mantiene como una presencia permanente a través de las fotografías de la Nona, los objetos que le pertenecían y los recuerdos que le cuentan sus mayores.
En los dos viajes que la protagonista realiza a Córdoba, el cuarto de su madre se convierte en un espacio doméstico de memoria que la conecta directamente con su recuerdo. En su primera visita, siendo una niña de ocho años, Cati se aventura a explorar la habitación. Al entrar encuentra cajas vacías y muebles arrumbados que no tienen lugar en otro sitio de la casa. La falta de objetos en las repisas la hace preguntarse si a su madre no le gustaban los adornos o si han desaparecido con el paso del tiempo. Esta característica la contrasta con la de la Nona, quien tiene hasta el último rincón de su casa llena de adornos y artesanías. Sin embargo, lo que más le llama la atención son dos objetos, una cajita con una bailarina encima del tocador y un espejo de cuerpo completo. No se atreve a abrir la caja, pues siente que está en un espacio ajeno, haciendo algo indebido: “como si ese lugar todavía le perteneciera a mi mamá y yo estuviera haciendo algo a escondidas” (42). En cuanto al espejo, al mirarlo teme que la imagen fantasmal de su madre se manifieste, como si viviera ahí dentro, atrapada “detrás del vidrio”[6] en una dimensión extraña desde su desaparición: “salí corriendo del cuarto y en todo el viaje no volví a entrar” (42). Esta idea de que sus padres viven en un lugar extraño y reaparecerán en cualquier momento o le enviarán algún mensaje es un pensamiento recurrente en Cati. Como lo podemos constatar en su fiesta de diez años organizada por la Nona en Tepoztlán, con todos sus compañeros de la escuela primaria: “Se me ocurrió por un momento que mis padres aparecían de sorpresa en mi festejo, que estaban esperando que yo cumpliera diez años para venir, que tendrían una explicación muy entendible por no haber estado todo ese tiempo” (65-66).
En el segundo viaje a Córdoba, con quince años, Catalina estará muy cerca de que su miedo de fusionarse con su madre se vuelva realidad, al menos en el mundo onírico, cuando duerme en la cama de ella y sueña que están juntas, pero no logra distinguir de quién es cada extremidad que observa: “soñaba que mi mamá estaba ahí conmigo. Que compartíamos la cama y por momentos no distinguía de quién era cada pierna, cada brazo” (75). Tras despertar sudando, teme que su madre entre al cuarto y al no reconocerla la intente correr de su cama: “Trataba de calmarme diciéndome que, de cualquier forma, un fantasma no podría hacerme nada […] ¿cómo iba a reconocerme? ¿Qué le diría? ¿Nos llevaríamos bien?” (75-76). En los días siguientes el objetivo es superar el primer intento fallido por explorar el cuarto de su madre. Esta vez su experiencia con el espejo es distinta, dado que logra sostener la mirada con firmeza en ese objeto misterioso. Este es un momento decisivo para la protagonista, porque marca el punto de su adolescencia en el que empieza a encontrar su propia identidad. La imagen del espejo no es la de su infancia ni la de su madre fantasmal a la que había rehuido anteriormente, sino la de una mujer más “segura”, más “fuerte”: “De repente mi cara me pareció desconocida, como si fuera otra la que estaba en ese cuarto” (86). En lo que respecta a la caja con la bailarina, finalmente se atreve a abrirla, pensando que quizá halle una carta de su madre que, de alguna forma, le envía desde el lugar indeterminado en el que se encuentra. Pero lo único que contiene es una araña “peluda” que sale huyendo: “Pegué un grito ahogado y dejé caer la caja. Un escalofrío me recorrió el cuerpo mientras vi que la pequeña tarántula corría debajo de la cama” (86).
Por otro lado, este segundo viaje también le será útil para reunir más recuerdos de su madre a fin de reconstruir su imagen por fragmentos. Partiendo de los preceptos de Maurice Halbwachs (2004) y de Marianne Hirsch (2012) cabe la posibilidad de proponer el concepto de marco social de la posmemoria, aquella (re)incorporación de los HIJXS a un grupo social primordialmente asociado a sus familiares adultos (en este caso al de sus padres desaparecidos) para recobrar una memoria de la cual, en principio, no fueron partícipes. Cati ha dejado claro que no tiene un solo recuerdo propio de su madre y la Nona apenas le transmite alguna información a cuentagotas (quizá por el dolor que significa para ella haber perdido a su hija). Por tanto, en este proceso de recuperación de la memoria serán primordiales el regreso a Córdoba y las pláticas con su tío Chinmanguito y su tía Gloria, pero sobre todo con las amigas de juventud de su madre, Claudia y Sofía, quienes le relatan algunas historias con ella, se la describen físicamente por asociación a la protagonista y le hablan sobre ciertas características de su personalidad: “No sé si te lo habrán dicho pero sos idéntica a tu madre. Mirá, Sofi, decíme si no tiene los mismos ojos”; “[A este café] siempre veníamos con tu mamá a estudiar. Nos sentábamos justo en esta mesa” (78); “Tenés que saber que era muy inteligente y sociable, tenía miles de amigos en todos lados. Siempre estaba organizando actividades y planeando eventos”; “A todo mundo le caía bien. Era… no sé, de esa gente que es sociable por naturaleza, ¿sabés? Podía hablar tres horas incluso con la persona más boluda” (80).
Estando en el marco social primario de su madre, Córdoba, Cati finalmente logra tejer ese patchwork de pequeños recuerdos “obsequiados” por quienes la conocieron. Una memoria colectiva que en su conjunto forma un relato más estable sobre el pasado y la aleja del temor de convertirse en su mamá. Ahora puede convivir de mejor forma con la antípoda imaginaria que habita su madre. Al tener más información sobre ella, es posible contrastarla consigo misma y se da cuenta que, si bien tienen muchas cosas en común, nunca serán la misma persona.
Las perlas de mamá
El paso final para lograr convivir con el recuerdo de su madre se da unos años después cuando Cati esté viviendo en Barcelona. Este viaje es también el acto de independencia respecto de su abuela, no porque se llevaran mal, sino porque la protagonista había caído en un bache después de no entrar a la universidad. Vivía encerrada en su casa, sin trabajo, durmiendo mucho y viendo televisión el día entero. Por lo que la oportunidad de visitar a su amiga María, en España, se presenta como una salvación a la monotonía. Antes de irse su abuela le regala unos aretes de perlas que le pertenecieron a su madre: “Estos eran de tu madre, los usaba siempre, creo que es momento de que los tengas vos, ya sos grande –me dijo mientras abría la caja y me pasaba unos aretes de perlas que colgaban de un agarre plateado. Me los puse y me fui a ver al espejo. […] Me encantó sentir que podía, todavía, recibir un regalo de ella.” (123). Meses después, Sofía, la amiga de su madre quien también se había mudado a Barcelona, reconocerá los aretes al vérselos y le contará que fueron un regalo de todas las amigas a su madre cuando cumplió quince años: “¿no te contó tu abuela?” (152).
En Barcelona, la vida no será fácil, pero Cati encuentra la independencia que necesitaba. Vivirá en casa de María, tomará lecciones de catalán y tendrá su primer trabajo dando clases de inglés a niños de familias adineradas. Si bien la relación con María por momentos llega a complicarse, su salvavidas será Rosa, una amiga peruana, migrante ilegal que vive con un pasaporte vencido: “No, ¿qué pasaporte, Cati? Aquí la regla es: sin miedo. Si te agarran, te agarran. Yo llevo cinco años y nunca he tenido problemas. Al principio venía como tú, por unos meses, a conocer, luego me fui quedando. El plan inicial era ir unas semanas, pero las semanas se volvieron meses” (146).
El cariño entre ellas llega a ser muy grande. Rosa, en cierto sentido, se convierte en su guía vital; un alma joven y libre que vive con poco y siempre al límite. Por eso será tan doloroso cuando tiempo después, en una fiesta, Rosa se burle de los aretes de perlas que Cati lleva puestos sin saber lo mucho que significan para ella:
“Cuando llegué, Rosa me dijo que me veía como una abuela con esos aretes de perlas y comenzó a reírse. Lo sentí como un puntapié en el estómago.
–¿Qué me dijiste? –le solté en voz firme e indignada.
–Nada, nada, era una broma, Cati, que esos aretes son muy lindos pero medio de abuela, ¿no?
Una rabia me tomó el cuello y no pude decir nada más así que sólo la empujé.
–Ey, ¿qué te pasa? –me dijo asustada.
–¿A ti quién te preguntó si te gustaban o no? –grité.
Me di media vuelta y me fui antes de no poder controlarme. Sentí su mano intentando alcanzar mi hombro y aceleré el paso” (177).
Al salir corriendo alterada de la fiesta se mete en un barrio peligroso de Barcelona sin darse cuenta. Ahí, un par de extranjeros intenta abusar de ella: “Hey, bitch, come here” (177). Cati grita e intenta golpearlos, pero no es hasta que un grupo de personas se acerca caminando que logra escapar. Ya en su casa siente una soledad inaudita y recurre inevitablemente a esa presencia permanente que había dejado en las sombras por un tiempo: “me gustaría podérselo contar a mi madre, o a la imagen de mi madre que, gracias a Sofía, era la de una chica de mi edad. Poder llamarla y contarle […] contarle de esos tipos y de mi brazo rojo y que me dijera que no era mi culpa, que todo iba a estar bien” (178). Para entonces, Cati entiende más a su madre, una mujer casi de su misma edad al momento en que los militares la desaparecieron. No importando si estaba enamorada, si era inteligente y carismática o si tenía padres, hermanos, esposo y una hija recién nacida. Su madre era una mujer joven y libre, como ahora Cati en Barcelona. Como Rosa y sus amigos diariamente. ¿Por qué tenía que pagar tan caro el precio?
Tras unos días, la protagonista regresa al departamento de Rosa para reconciliarse y súbitamente explota en llanto. Le cuenta a su amiga que se siente confundida, porque por un lado odia a sus padres y por otro los necesita. Odia que le digan que se parece a su madre, ya que podría tener el mismo destino que ella: morir joven. Pero, por otro lado, le gusta tener similitudes, porque, de lo contrario, nada las uniría y eso sería el fin de sus recuerdos: “Separarme de su imagen sería cortar el cordón, dejarla ir. Como si este empalme me sostuviera un poco pero al quitarlo, sería caída libre y ¿qué tal que me voy demasiado adentro? ¿Que me sumerjo tanto en ese pozo y luego no sé cómo salir?” (184). Cati está harta de esconder siempre su historia, de usar “eufemismos”[7] para ocultar que sus padres fueron desaparecidos por una dictadura y fingir que esto no la afecta: “Decía ‘mi familia’ en lugar de mencionar a mis padres […] No quería que nadie lo supiera y creo que tampoco quería saberlo yo misma” (184). Está cansada de buscar una vida “normal” desde la infancia cuando es evidente que no lo fue así y que no tiene por qué seguir pretendiéndolo.
El viaje a España es el punto cero de todo esto, es el momento en que Cati y su madre finalmente tienen la misma edad. Los dobles se encuentran, las antípodas se fusionan y eso, en vez de ser negativo es una liberación para la protagonista. Las presencias fantasmales del pasado se encuentran con las del presente: “Ahora siento que me alcanzó, que es como un monstruo que por fin me atrapó. Y que quizás yo vine aquí para dejarme alcanzar. A lo mejor necesitaba alejarme de la Nona, irme lejos y mirar las cosas por mí misma. Sí, me alcanzó, Rosa, y lo hizo esa noche aquí contigo cuando me preguntaste por los aretes” (184).
Algo cambió la noche en que su mejor amiga hizo el comentario sobre los aretes de perlas de su madre, el único recuerdo tangible de su existencia. El mensaje que durante mucho tiempo estuvo esperando que ella le enviara del pasado o de la antípoda imaginaria en donde se encontraba y que no llegó el día que abrió la caja de la bailarina, en Córdoba, pues en lugar de eso salió una araña. Sin saberlo, quizá esa araña, precisamente, era quien la continuaba cuidando y arropando con su fina tela de artista, ya que, si bien las arañas en los bestiarios clásicos y en la historia de múltiples culturas pueden representar un animal peligroso, también simbolizan el trabajo arduo, la persistencia, la maternidad y el cariño protector (Mariño Ferro, 1996). Como la diosa/araña Neith en el antiguo Egipto, considerada la divinidad creadora, madre de todos los dioses, símbolo de la fertilidad y tejedora del mundo (Melic, 2002). Las perlas de araña son dos referencias a su madre, una tangible y otra simbólica. La primera es un objeto de la memoria que la evoca permanentemente, la segunda es la fuerza y la tenacidad para enfrentar la historia, para tejer finamente los relatos del pasado y unir la identidad fragmentada de la protagonista.
Al desahogarse con su amiga Rosa comprende que, sin darse cuenta, su madre la había estado cuidando desde ese lugar otro que habitaba, siendo una presencia permanente que la guiaba y que solo fue clara hasta que pudo ver la tela de recuerdos terminada: “Había algo sanador en llorar frente a ella [Rosa], como si la vulnerabilidad de repente se volviera una fuerza. Me sentía más a cargo de mí, de mi pasado, de quien era. El dolor era inmenso, pero por lo menos ahora lo estaba tomando con las manos. Era yo quien lo cargaba y debía decidir qué hacer con él” (185). Ese momento de catarsis representa el paso a la adultez para Catalina y contrario a lo que creía, los recuerdos no tomarán posesión de ella, sino que serán su guía en el presente.
Para concluir, podemos decir que Perlas de araña es una novela que aborda el conflicto identitario de las infancias exiliadas desde un lugar intimista y con una sensibilidad particular. Valentina Winocur crea una protagonista entrañable, que debe atravesar un proceso de aprendizaje y reflexión hasta lograr abrazar su pasado y sus diferencias respecto al resto de personas. Consigue entender que su identidad híbrida es una fortaleza desde la cual debe posicionarse frente al mundo. Finalmente, la obra nos presenta un trabajo fino de hilado de la memoria, el cual se conjunta en un manto de recuerdos y afectos (patchwork) que Catalina va recuperando de las personas mayores: su abuela, sus tíos y tías, las amigas de su madre, etc. Esa tela hecha de retazos del pasado es el trabajo de la memoria (Jelin, 2002) que conjunta el relato de la vida de la protagonista y de la historia de su familia. Es también lo que le permite unir su identidad dividida, para sobrellevar el trauma del exilio y afrontar la vida adulta por venir.
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Ulises Valderrama Abad es Doctor en Estudios Latinoamericanos con especialidad en teoría y crítica literaria, por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Estudió la Maestría en Letras y las licenciaturas en Informática y Lengua y Literaturas Hispánicas en la misma institución. Es profesor de Literatura Iberoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM). Pertenece al Seminario de Estudios sobre Narrativa Latinoamericana Contemporánea (SENALC) y es miembro del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores-CONAHCYT. Ha publicado artículos en revistas especializadas, así como participado en congresos sobre literatura en diversos países. Sus líneas de investigación giran en torno a las representaciones ficcionales de la violencia y la memoria, la literatura de exilio y la literatura policiaca en América Latina.
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[1]Agradezco la gentileza de Daniela Matsumoto por haberme puesto sobre la pista de la novela Perlas de araña, de Valentina Winocur.
[2] Para ahondar más en estas tres novelas ver: Valderrama Abad, Ulises (2022); Argañaraz y Valderrama Abad (2024). Y en dos trabajos más, próximos a aparecer: Argañaraz (2024); Basile (2024).
[3] El patchwork es una técnica de costura que consiste en tejer pequeños pedazos de tela para crear uno más grande; las telas suelen ser de prendas viejas, de reúso y de distintos colores. Para este artículo, la idea surgió de las conversaciones cruzadas entre literatura e historia del arte con Andrea García Rodríguez, académica del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Si bien ella lo aterriza en las arpilleras chilenas que denuncian las violaciones a los derechos humanos, por parte del gobierno dictatorial de Augusto Pinochet, yo lo pienso simbólicamente como retazos de memoria de la generación HIJXS a partir de la última dictadura argentina y el exilio que produjo.
[4] Teresa Basile y Cecilia González señalan en su libro Los trabajos del exilio en les hijes (2024) una serie de producciones culturales en las que las abuelas exiliadas son protagonistas o bien ocupan un lugar importante dentro de las obras, entre ellas se encuentran: el documental Tiempo suspendido (2015), de Natalia Bruschtein; Una familia bajo la nieve (2021), de Mónica Zwaig; y el cuento “Tiempo de partir” (2012), de Paloma Vidal.
[5] Todas las citas que hagan referencia a la novela que me ocupa, Perlas de Araña, de Valentina Winocur, irán solamente con el número de página entre paréntesis, esto con el objetivo de no repetir demasiadas veces los datos correspondientes.
[6] Esta frase es muy significativa, pues Detrás del vidrio es el título de la novela mencionada en la primera sección de este trabajo. Baste añadir que en la novela de Sergio Schmucler también se hace alusión a la separación del vidrio (no espejo) como una metáfora del exilio: lo que está al otro lado del vidrio se puede ver, pero no tocar. Así, en la novela de Schmucler, Argentina, la familia del protagonista y sus amigos quedan detrás del vidrio cuando éste debe salir exiliado a México.
[7] Cuando Cati menciona el uso de “eufemismos” para ocultar la desaparición de sus padres nos remite nuevamente a la novela de Ana Negri, Los eufemismos (2020), en donde se menciona esta misma recurrencia al lenguaje velado para hacer menos desastrosa la realidad y ocultar el dolor, el miedo y la violencia causados por la dictadura y el exilio.
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