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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº15. Mar del Plata. Enero-junio 2022.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

                                                                           

Sociedad civil y guerra de Malvinas. Aportes a la agenda de estudios de las actitudes sociales frente al conflicto a partir del estudio de la Iglesia católica neuquina

Andrea Belén Rodríguez

Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-Universidad Nacional del Comahue, Universidad Nacional del Sur, Argentina

andrea_belen_rodriguez@yahoo.com

Recibido: 01/09/2021

Aceptado: 19/05/2022

Resumen

El artículo pretende repensar los estudios que hacen foco en la sociedad civil durante el conflicto del Atlántico Sur, a partir de la aproximación a las actitudes sociales de los integrantes de la Iglesia católica neuquina, una diócesis que se había caracterizado por su oposición pública al régimen militar. Para ello, en primer lugar, reconstruye las perspectivas sobre el rol de la sociedad durante la contienda bélica que han primado en la bibliografía académica. Luego, realiza un primer acercamiento a los comportamientos sociales de los miembros de la diócesis neuquina frente a la guerra, a partir de la puesta en diálogo de dos historiografías que han ido por carriles separados: por un lado, la historiografía sobre las actitudes sociales en la última dictadura militar y, por otro, los estudios sobre la movilización social en el conflicto. Finalmente, el trabajo reflexiona sobre los nuevos interrogantes y los aportes a la agenda de los estudios socioculturales de la guerra de Malvinas que se desprenden del análisis situado en la Iglesia católica neuquina.

Palabras Clave: guerra de Malvinas, sociedad civil, historiografía, Iglesia católica, Neuquén, actitudes sociales.

Civil society and the Malvinas war. Contributions to the study agenda of social attitudes towards the conflict from the study of the Catholic Church of Neuquén

Abstract

The article aims to rethink the studies that focus on civil society during the South Atlantic conflict, based on an approach to the social attitudes of the members of the Catholic Church of Neuquén, a diocese that had been characterized by its public opposition to the regime military. In the first place, it reconstructs the perspectives on the role of society during the war that have prevailed in the academic literature. Then, the paper makes a first approach to the social behaviors of the members of the Neuquén’ diocese in the face of the war, starting from the dialogue of two historiographies that have gone through separate tracks: on the one hand, the historiography on social attitudes in the last military dictatorship and, on the other, studies on social mobilization in the conflict. Finally, the article reflects on the new questions and contributions to the agenda of sociocultural studies of the Malvinas war that emerge from the analysis located in the Catholic Church of Neuquén.

Keywords: Malvinas war, civil society, historiography, Catholic Church, Neuquén, social attitudes.

Sociedad civil y guerra de Malvinas. Aportes a la agenda de estudios de las actitudes sociales frente al conflicto a partir del estudio de la Iglesia católica neuquina[1]

Introducción

Tras la derrota militar, amplios sectores sociales interpretaron el conflicto del Atlántico Sur como una “guerra absurda”, rodeado de un halo de irracionalidad e incomprensión (Guber, 2001). Lo inexplicable de la guerra de Malvinas se anclaba sobre todo en una cuestión: el respaldo popular y masivo –aunque no unánime- al desembarco en las islas. Comunicados en la prensa dando su apoyo al accionar militar, filas de voluntarios donando sangre, estudiantes escribiendo cartas a los soldados, mujeres tejiendo ropa de abrigo para los combatientes y colectas que fueron éxitos televisivos, fueron escenas cotidianas entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982.  ¿Cómo interpretar el amplísimo apoyo a un conflicto bélico desatado por una dictadura militar? Más aun, ¿cómo explicar el respaldo al accionar militar el 2 de abril por parte de actores sociales opositores al régimen, que incluso habían sido reprimidos dos días antes del desembarco? Esos fueron algunos de los dilemas que atravesaron la construcción de sentido sobre la guerra de Malvinas después de la derrota, y en la larga posguerra.  

Durante años las ciencias sociales lejos de abocarse a la explicación de ese apoyo popular, de los matices, las complejidades y las motivaciones diversas que hubo tras el  mismo, apelaron a preconceptos e imágenes arraigadas en el sentido común para dar sentido a semejante movilización social.[2] Así, dicho respaldo fue percibido como –y reducido a- la respuesta a la manipulación de una dictadura militar en crisis que en aras de legitimarse recurrió a una causa nacional querida y apropiada por gran parte de la sociedad. Recién luego de 20 años de la guerra, la aparición de una historia sociocultural de lo bélico vino tanto a renovar los estudios del conflicto como a proponer nuevas miradas sobre las actitudes sociales, con el objeto de explicar no solo ese consentimiento a la contienda sino también los otros comportamientos que parecían esconderse detrás de la movilización para contribuir al esfuerzo de guerra.

En el trabajo me propongo, en un primer apartado, abordar esas dos perspectivas sobre el rol de la sociedad civil durante la contienda bélica que han primado en la bibliografía académica sobre el conflicto del Atlántico Sur. Esto es, tanto aquella que lo reduce a un respaldo irracional, unánime y automático a la causa de reivindicación soberana, como el enfoque sociocultural que busca hacer foco en la diversidad de la experiencia bélica en el continente. Asimismo, procuro poner en diálogo dos historiografías que han ido por carriles separados hasta ahora: por un lado, la historiografía sobre las actitudes sociales en la última dictadura militar y, por otro, los estudios sobre la movilización social en la guerra.

Luego, con el objeto de contribuir a complejizar los análisis sobre la sociedad civil en la guerra de Malvinas, en un segundo apartado, realizo una primera aproximación a las actitudes sociales de la Iglesia católica neuquina frente al conflicto, incorporando las propuestas de las dos historiografías mencionadas previamente. Tengamos en cuenta que la diócesis neuquina se presenta como un actor nodal para abordar la problemática elegida ya que se había caracterizado por su rol opositor al régimen militar, por su denuncia pública de las violaciones a los derechos humanos (DDHH) cometidas por las FF.AA. así como había dado contención y resguardo a los perseguidos por la dictadura y sus familiares. Entonces, desde la historia sociocultural de la guerra, introduzco los comportamientos sociales tanto de la cúpula eclesiástica, como del clero y de los grupos juveniles católicos, haciendo foco en los cambios que se produjeron a lo largo de la guerra. Finalmente, retomo los nuevos interrogantes y los aportes a la agenda de estudios que se desprenden del análisis situado en la Iglesia católica neuquina.

Sociedad civil y guerra desde la perspectiva de las ciencias sociales

Las ciencias sociales han abordado los comportamientos sociopolíticos de los actores que permanecieron en el continente durante la guerra principalmente desde dos perspectivas analíticas.

Por un lado, encontramos una línea de abordaje en la que el estudio de la guerra es marginal y la leen apenas como el “acelerador” del desenlace de la dictadura militar. Esta perspectiva en clave política reduce la interpretación de la guerra únicamente a la estrategia de legitimación de un régimen militar en crisis, que en un comienzo fue exitosa y luego terminó en un rotundo fracaso tras la derrota. La sociedad aparece como un actor monolítico que apoyó en forma unánime y casi sin reparos el desembarco en las islas, y ese respaldo se explica como la respuesta automática, emotiva e irracional frente a una causa nacional de gran relevancia para la sociedad argentina que fue manipulada por las FF.AA. y los medios de comunicaciones afines.

Como indica Federico Lorenz, esos abordajes no toman el conflicto bélico como objeto de estudio, en tanto solo se interesan por las consecuencias de la derrota. La vacancia de Malvinas en esos estudios opera como una paradoja:

“porque en una clave política se le reconoce a la guerra de Malvinas una importancia central en las formas que tuvo la entrega del poder por parte de las Fuerzas Armadas. En consecuencia, los análisis sobre la época no pueden ‘eludir’ Malvinas, pero a la hora de tratarla se echa mano a mitos sociales antes que a investigaciones rigurosas.” (Lorenz, 2011: 53).

En la gran mayoría de los libros académicos que son compendio de historia argentina contemporánea u otros que se centran en la última dictadura (textos de gran circulación), se hace referencia al “consenso sin fisuras” (Quiroga, 1994: 292), a la “adhesión total” (Quiroga, 2005: 76) y “sin reservas” (Romero, 2012: 326) de la sociedad a la “recuperación de las islas” y su único motivo sería el respaldo irreflexivo e inconsciente a una causa nacional (que no se analiza ni historiza, en muchos casos sólo se cuestiona y descalifica). En el verdadero best seller Breve Historia Contemporánea de la Argentina, Romero da un ejemplo claro de esa perspectiva:

“El gobierno militar había obtenido una cabal victoria política al identificarse con una reivindicación de la sociedad arraigada en un profundo sentimiento, alimentado por una tradición nacionalista y antiimperialista, que resurgió con vigor. También había captado las formas pueriles y superficiales en que esos sentimientos se manifestaban, el torpe chauvinismo con que se mezclaba, así como el fácil triunfalismo y el belicismo acrítico –fue sorprendente que en la práctica nadie discutiera la licitud de los medios-, revelador de una desintegración de convicciones políticas que otrora habían sido más sólidas y profundas. La sociedad que había festejado el triunfo argentino en el Campeonato Mundial de Futbol ahora se alegraba de haber ganado una batalla, y con la misma inconciencia se disponía a avanzar, si era necesario, a una guerra.” (2012: 326)

La gran mayoría de estos textos construye una imagen de la sociedad como un todo uniforme que es manipulada exitosamente por la dictadura y por los medios de comunicación afines; en ellos, la sociedad a veces aparece como víctima y otras como cómplice del régimen. En ocasiones, como la interpretación homologa el apoyo al desembarco en las islas a un respaldo a la dictadura, la sociedad aparece como irracional en tanto mutó su actitud de cuestionamiento previa al conflicto en un respaldo al régimen “cuando le tocaron sus fibras más íntimas: el sentimiento nacional, movilizado por una reparación histórica” (Quiroga, 1994: 300). Un ejemplo claro de ello aparece en el tomo de Historia de América Latina correspondiente al Cono Sur desde 1930. En el capítulo sobre Argentina, Torre y De Riz afirman:

“Las expectativas políticas depositadas por el general Galtieri en el operativo militar se vieron satisfechas de inmediato. El fervor nacionalista cundió en todo el país y el régimen recibió el respaldo que tanto necesitaba. La plaza de Mayo, que cuatro días antes había sido el escenario de una movilización sindical contra la política económica, violentamente reprimida por la policía, se pobló de una multitud que vitoreaba a los militares.” (2002: 135)

Algunas de estas investigaciones incorporan matices, y advierten que ese respaldo al desembarco no implicó necesariamente un apoyo al régimen ni olvidar las otras demandas hacia la dictadura por la normalización institucional y la crisis económica por parte de la cúpula sindical y política (Quiroga, 1994; Canelo, 2008; Romero, 2012). Sin embargo, dado que el interés de los autores es analizar políticamente a las FF.AA. y sus vínculos con el resto de los actores en juego durante el conflicto y sobre todo tras la derrota bélica, esas posturas solo se ven como producto de los “cálculos políticos” de las dirigencias, pero no hay una búsqueda por comprender las distintas interpretaciones del conflicto que construyeron los actores sociales desde sus universos de sentido, en función de sus trayectorias y la coyuntura.

La bibliografía que comparte esta perspectiva se remonta a análisis contemporáneos a la transición democrática y continúa intermitentemente hasta el presente. En ella la guerra aparece como un “paréntesis” (Canelo, 2008: 187; Franco, 2018: 156) por el apoyo social al desembarco que le dio un respiro al régimen en el proceso de profunda deslegitimación social. Se trata, por ende, de un momento disruptivo en el que las FF.AA. parecían reencontrarse nuevamente con la sociedad dado lo exitoso de su estrategia, un acontecimiento que “desentona” con el “despertar de la sociedad civil” (Quiroga, 1994) previo al conflicto y con el derrumbe dictatorial y la eclosión social tras la derrota militar. Esta tendencia que no identifica continuidades, y en la que el momento Malvinas parece en todo una excepcionalidad, pueden encontrarse también en textos que se centran en analizar la sociedad bajo la dictadura.

En un estudio de la temprana posguerra dedicado al análisis de la “cultura del miedo” en la sociedad civil, Juan Corradi (1985: 185) interpreta la guerra como un momento de “redención fascista” del régimen justamente por esa “movilización totalitaria” de una sociedad completamente manipulada por las FF.AA. Una dictadura que se había caracterizado por promover la desmovilización y la privatización de la vida cotidiana, encuentra en la guerra la forma de movilizar con éxito a la sociedad en torno a metas patrióticas: se trataría del momento en que la dictadura más se acercó al totalitarismo.

Esa interpretación de la guerra de Malvinas concebida como un paréntesis que no es explorado más que por sus consecuencias, también se puede identificar en tres textos recientes que si bien se centran en los vínculos entre la sociedad y la dictadura a partir de distintos interrogantes, entienden la guerra solo como un episodio de consenso activo del régimen, unánime y sin matices, durante el cual se diluyó la conflictividad previa a la guerra.

En tal sentido, el difundido libro de Vezzetti Pasado y Presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina apunta a “explorar la experiencia social de la irrupción de la violencia y del terrorismo de Estado” (2003: 11), atendiendo a las memorias que se construyeron sobre el periodo durante y tras la dictadura y sobre todo a cómo la noción de guerra fue clave en la configuración de esa experiencia. Sin embargo, el autor solo está pensando en la “guerra antisubversiva”, y el conflicto del Atlántico Sur ocupa un espacio mínimo en el mismo, como hito que permitió construir otra interpretación de la represión ilegal. Otra vez, su relevancia se reduce a las consecuencias de la derrota.

Por su parte, la obra Dictadura, represión y sociedad en Rosario (1976-1983) de Gabriela Águila aborda en su segunda parte los comportamientos y actitudes sociales frente al régimen. En tal sentido, procura estudiar tanto las acciones y convocatorias realizadas por el gobierno de facto como las actitudes sociales en Rosario, abordando especialmente “las características, alcances y naturaleza del consenso social y político, tanto como la existencia de acciones y comportamientos que expresaron resistencia u oposición al régimen militar” (2008: 224). En términos generales es una investigación crítica, rigurosa y exhaustiva, en la que sin embargo la guerra aparece reducida al episodio más importante de consenso activo durante la dictadura, un momento en el que:

“los conflictos que habían atravesado la escena social y política a lo largo de los últimos meses se diluyeron en el marco de un supraconflicto que pretendía englobar a todos los argentinos, ahora devenidos latinoamericanos, y borrar las diferencias, sepultando la crisis económica, las violaciones a los derechos humanos, la creciente protesta social, las manifestaciones opositoras” (2008: 289).  

Por último, en el libro El final del silencio. Dictadura, sociedad y DD.HH. en la transición (1979-1983) de Marina Franco, que consiste en un análisis amplio, profundo y multidimensional de “cómo emergió, se hizo visible y circuló el problema de la represión, o de las violaciones a los DD.HH., en el último tramo de la dictadura” (2018: 18), la autora solo menciona la guerra para cuestionarla en tanto momento bisagra en la construcción de los desaparecidos como un problema social y público y sobre todo en el registro de la interpretación de los ‘70. Pero el estudio de su problemática durante la guerra –y no solo tras la derrota- no es abordada. En tal sentido, la autora afirma:

“El conflicto de Malvinas significó un paréntesis en las cuestiones que habían sido centrales en las negociaciones políticas. Los desaparecidos, el estatuto de los partidos, la crisis económica y la normalización institucional quedaron en suspenso a favor de un ferviente entusiasmo nacionalista y belicista que, con pocas excepciones, se instaló en el espacio público” (2018: 156).

En ambas investigaciones, la guerra aparece como el instante de unidad nacional y de reencuentro entre el gobierno y la sociedad civil, momento en el que la conflictividad previa al 2 de abril parecería diluirse. Sin embargo, si bien es indiscutible la estrategia de la Junta Militar y el amplio consenso del que gozó el desembarco en las islas, un estudio que se centre en las actitudes sociales durante la guerra debería analizar las distintas formas en que algunos actores lograron distanciarse del régimen y de la “comunidad nacional” imaginada por el mismo. Es decir, sería importante preguntarse e investigar si realmente esas demandas se pusieron en suspenso durante la guerra o si se adaptaron al contexto.

En fin, en los textos dentro de esta línea de abordaje, no hay una búsqueda por comprender los distintos significados detrás de esas muestras de apoyo, los grados y matices de ese consenso, e incluso las muestras de distanciamiento y oposición, en tanto y en cuanto la guerra no es un objeto de estudio en sí mismo. Por el contrario, solo se la estudia por sus consecuencias, es decir como un acontecimiento clave para explicar la debacle militar, la transición democrática, los cambios de “humor social” y del régimen de memoria de los ‘70.

Dentro de los estudios sobre la última dictadura militar, se encuentra una muy interesante historiografía sobre las actitudes sociales que puede aportar a complejizar el abordaje de las relaciones entre la sociedad y la guerra, aunque hasta el momento no hay investigaciones situadas en este campo disciplinar que aborden el conflicto bélico. Frente a la mayor parte de las pesquisas que se centran en los grupos dirigentes o en aquellos que adquieren más visibilidad por su actuación pública, esta perspectiva propone centrarse en los comportamientos sociales de la denominada “gente corriente”,[3] y sus relaciones múltiples, fluctuantes y a veces contradictorias con el mundo del Estado, el poder y la política. Se trata de una historiografía incipiente, que toma como referencia los estudios sobre las sociedades europeas bajo los regímenes totalitarios en el siglo XX, que busca alejarse de las imágenes unívocas de la sociedad o como víctima de la dictadura, como cómplice o como absolutamente resistente (Lvovich, 2018). Por el contrario, en tanto estudia amplios conjuntos de población y un régimen que duró casi ocho años, este campo disciplinar nos invita a “renunciar a las explicaciones simplistas y a las visiones dicotómicas contenidas en pares como consenso/resistencia o adhesión/oposición porque de esa manera resulta imposible aprehender la complejidad del mundo que se quiere representar” (Lvovich, 2018: 74-75).

En tal sentido, dicha historiografía nos invita a pensar que las actitudes de distintos sectores sociales frente al régimen son complejas, y se ubican “en un amplio espectro que incluye apoyo activo, adhesión, conformidad pasiva, negociación, resignación, indiferencia, temor, oposición, disidencia, entre otras” (Seitz y Rodríguez, 2018: 21). Además, nos llaman la atención sobre los grises y sobre la necesidad de historizar esas actitudes, en tanto los comportamientos sociales fluctúan en función de la coyuntura política, las políticas del régimen, de los cambios en las percepciones y los marcos de sentido, entre otras variables.

El énfasis puesto en la necesidad de estudios sobre la “gente corriente” –y no solo en las cúpulas dirigentes- como en la multiplicidad de actitudes de distintos grupos sociales (etarios, de género, de clase, situados en distintas localidades), sus matices y variabilidades, es una muy sugerente propuesta para pensar la sociedad frente a la guerra de Malvinas.

Por otro lado, la segunda línea de abordaje es aquella que busca devolverle especificidad al estudio de la guerra en tanto conflicto bélico y experiencia social particular. Se trata de una mirada que se remonta a fines de los ‘90 y comienzos del 2000, cuando aparecen los primeros estudios socioculturales del conflicto, en el marco de una renovación historiográfica de los estudios sobre el pasado reciente. A casi 20 años de la contienda y a partir de los trabajos de la antropóloga Rosana Guber y del historiador Federico Lorenz, se produce una renovación -que es aún incipiente- de los estudios de la guerra de Malvinas como fenómeno social y cultural.

En este abordaje, Guber y Lorenz toman como punto de referencia la historiografía sociocultural de lo bélico que se viene desarrollando en Europa y EE.UU. desde fines de los ‘60 y ‘70, cuando se inicia un giro en los estudios de la guerra que pasan de una perspectiva centrada en lo político-militar a otra que procura pensar a la guerra como un hecho social, con lógicas propias y diferentes a cualquier otro ámbito de la vida humana, y propone estudiar la constitución de la experiencia bélica para comprender el “violento siglo XX”. Aborda los sentidos que los contemporáneos han construido sobre el conflicto (materializándolos en prácticas, expresiones artísticas, literatura, entre otras), en tanto concibe que esas representaciones del conflicto “se cristalizan en un sistema de pensamiento que le dan a la guerra su significación profunda” (Audoin, Rouzeau y Becker, 2002: 102). En tal sentido, la historia sociocultural de la guerra hace foco en las experiencias, identidades y memorias de aquellos sujetos marcados por la guerra como los “sobrevivientes, escritores, artistas, víctimas, veteranos heridos, lisiados, mutilados, así como también sus familias, viudas, huérfanos” (Winter y Prost, 2008: 205).

Compartiendo esta conceptualización de lo bélico, los estudios de Guber y Lorenz abordan el conflicto del Atlántico Sur en su especificidad, sin descuidar su contextualización y la mirada de conjunto. Así, buscan analizar la experiencia de guerra, las distintas formas en que el conflicto fue vivido e interpretado por sus contemporáneos (tanto en las islas como en el continente), y al centrarse en esa tarea, ponen en discusión las miradas simplistas que circularon en las ciencias sociales. En su lectura de la guerra ponen en diálogo distintas temporalidades, sin subsumirse a ninguna de ellas. Es decir, el análisis de las vivencias y subjetividades atravesadas por la guerra de Malvinas estarían en el cruce entre la larga duración histórica (la construcción de la recuperación de las islas como una causa nacional apropiada y apreciada por distintos y opuestos sectores sociales y políticos en el siglo XX) y la corta duración (la vivencia bajo el terrorismo de Estado).[4]

En sus estudios que son fundantes del campo disciplinar, analizan la construcción de la causa nacional a lo largo del siglo XX, las experiencias de guerra de los combatientes desde su movilización hasta la derrota, las actitudes sociales frente al conflicto, la historia de las agrupaciones de ex-combatientes/veteranos de guerra y las luchas por la memoria y la identidad en torno a Malvinas desde la temprana posguerra y hasta el presente, poniendo en diálogo una multiplicidad de fuentes (Guber, 2001, 2004; Lorenz, 2009, 2006-2012). Se trata de estudios generales y comprehensivos de esas temáticas, que abrieron una línea de investigación que paulatinamente ha venido a renovar el campo de estudios de Malvinas.

En cuanto a su abordaje de la sociedad civil frente a la guerra, en ¿Por qué Malvinas? De la causa nacional a la guerra absurda (2001) y en Las guerras por Malvinas (2006, 2012), Guber y Lorenz respectivamente proponen deslindar las distintas motivaciones que hubo detrás del amplísimo consenso al accionar militar del 2 de abril. Es decir, por un lado, advierten que el respaldo al desembarco en las islas no fue sinónimo de apoyo a la dictadura, como muchos actores contemporáneos se preocuparon por recalcar (vg. los organismos de DD.HH., las centrales obreras, los dirigentes políticos) y varios indicios nos demuestran (como los silbidos al general Galtieri y los cánticos y carteles contrarios a la dictadura en las movilizaciones en Plaza de Mayo).

Por otro lado, sostienen que detrás de la extendida movilización popular hubo una gama de actitudes, motivaciones e interpretaciones del conflicto que se combinaron según el actor social, su trayectoria y el espacio en el que se situaban. Así, el consenso se explica no solo por la legitimidad de una causa soberana considerada justa, sino también porque ella significó una oportunidad de regeneración y unión nacional luego de años de conflictos, sinsabores, frustraciones y proyectos derrotados. Asimismo, para muchos fue la posibilidad de recuperar el espacio público que había estado brutalmente vetado por años y de reconstruir los lazos sociales y políticos cortados por la dictadura. En otros casos, también, se combinaron motivaciones personales: entre las razones de aquellos que se ofrecían voluntarios para poblar las islas, estaba también la búsqueda desesperada de trabajo de ciudadanos que venían sufriendo la crisis económica con dureza (Lorenz, 2014).

Igualmente, los investigadores advierten que el consenso al desembarco o a la causa soberana no explica las múltiples muestras de solidaridad que se sucedieron durante el conflicto, que, en ocasiones, solo buscaron contribuir a mejorar la situación en la que se encontraban los combatientes, que podían ser sus vecinos, hijos, esposos, amigos. Es decir, la movilización en guerra no es sinónimo de consentimiento al conflicto. De hecho, de cara a complejizar aún más el panorama, Lorenz (2006-2012) analizó algunos debates que hubo en torno a la legitimidad de la guerra, que si bien tuvieron más visibilidad pública en el exilio que en el territorio nacional, no por ello dejaron de existir.

Las pesquisas de Guber y Lorenz construyen una imagen de la sociedad que se distancia ampliamente de aquella que la percibe como una marioneta de la dictadura. Como afirma Rosana Guber:

“El reposicionamiento nacional-parental del gobierno y la salida de la gente a la calle descolocaron a los opositores más activos (…), quienes reconocían la justicia de la operación sin olvidar sus anteriores demandas. Lo que sucedió entonces fue que dichas cuestiones se replantearon a la medida del contexto. Esta reacción fue leída tiempo después como una sumisión obsecuente y acrítica al gobierno. Pero en verdad, desde el primer momento, Malvinas se convirtió en el telón de fondo de diversas negociaciones; la unidad de la cual las Fuerzas Armadas eran principales artífices no estaban bajo su exclusivo control.” (2001: 40-41).

Los estudios de Guber y Lorenz son análisis generales muy valiosos, que deben ser complementados con estudios de caso concretos que den carnadura histórica e incluso complejicen temáticas que solo son exploradas allí. Ello también sucede con las aproximaciones sobre cómo fue vivida la guerra en distintos espacios del territorio nacional. Lorenz (2009) propone una serie de variables sobre el distinto impacto del conflicto en la cotidianeidad de los habitantes del litoral atlántico patagónico, o de aquellas ciudades que eran asiento de unidades que se trasladaron a las islas, que deben ser abordadas por investigaciones concretas.

En parte recurriendo a las pesquisas anteriores, en el capítulo dedicado a la guerra (incluido en el libro La dictadura militar), Novaro y Palermo hacen un recorrido general por algunos de los comportamientos de diversos actores sociales tratando de marcar matices y distintas motivaciones. Sin embargo, en ocasiones, lejos de buscar comprender su postura a partir de situarse en sus universos culturales, tienden a juzgar desde una mirada que descalifica y cuestiona las prácticas de los actores, como se observa a continuación: “muchísimos de los que adhirieron a la causa y la toma de Puerto Stanley no se privaron de expresar paladinamente que seguían siendo opositores a la dictadura. En qué consistía esa oposición, desde que el capital político del Proceso estaba destinado a crecer si la Argentina se quedaba con las islas, no estaba para nada claro” (2003: 444). Sin embargo, como vimos, para muchos contemporáneos del conflicto sí era posible deslindar ambos objetos. Qué significaba -para ellos- oponerse en ese contexto y cómo explicaban la separación entre guerra y dictadura, son dos de los interrogantes en los que habría que detenerse desde una perspectiva centrada en lo social

Asimismo, cabe mencionar otras investigaciones de diversos cientistas sociales que han aportado a la comprensión de la experiencia bélica de los no combatientes: los estudios que abordan las actitudes sociales frente a la guerra de aquellos que permanecieron en el continente, como la Iglesia católica (Obregón, 2007), los partidos políticos (Yanuzzi, 1996), la izquierda (Gilly, Woods y Bonnet, 2012), el movimiento obrero (Sangrilli, 2012), los intelectuales (Moretti, 2018; Svetliza, 2017) y los medios de comunicación (Escudero, 1996; Menéndez, 1998; Borrelli, 2008; Gago y Saborido, 2011; Burkart, 2013; Gamarnik, 2015) o de quienes estaban en el exilio (Jensen, 2007), y sobre la vida cotidiana durante la guerra en distintas localidades como el Chaco (Pratesi, 2010), Bahía Blanca (Rodríguez, 2007), Comodoro Rivadavia (Martínez y Olivares, 2013) y Río Grande (Lorenz, 2010).

Por último, en años recientes han aparecido estudios sobre las prácticas que diversos actores sociales (músicos, artistas, deportistas, periodistas) desplegaron en el continente de cara a contribuir con el esfuerzo de guerra (Buch y Juárez, 2019; Basile y Florida, 2019), y en las políticas implementadas por el Estado y las estrategias de los medios de comunicación para movilizar a la sociedad (Lorenz, 2013; Tato y Dalla Fontana, 2020). En la mayoría de los casos se trata de aproximaciones iniciales que retoman la propuesta del historiador británico John Horne sobre la movilización de las sociedades durante la Gran Guerra. Horne (1997) propone abordar dicha movilización “desde arriba” y “desde abajo”, distanciándose de la acepción más tradicional que la concibe únicamente como una cuestión militar o económica. Es decir, busca analizar las convocatorias realizadas por el Estado para movilizar a la ciudadanía en torno a determinados valores y objetivos difundidos (allí, la imagen de la propia nación como la construcción del enemigo son claves), como así también las diversas acciones desplegadas en forma espontánea o no por distintos actores para contribuir al esfuerzo de guerra. El investigador propone historizar esas movilizaciones, los momentos de alzas y de bajas, y las contra-movilizaciones (las oposiciones) en función de las micro-coyunturas del conflicto.

Estos estudios sobre movilizaciones durante el conflicto aportan también a darle especificidad a la guerra de Malvinas, en tanto analizan las acciones concretas que diversos grupos sociales realizaron para contribuir al esfuerzo de guerra, sus motivaciones y los sentidos en pugna sobre el conflicto que transmiten.  

En síntesis, si nos atenemos a la relación entre la sociedad civil y la guerra de Malvinas, lo que discute la perspectiva sociocultural es que la vivencia bélica se entienda exclusivamente como una prolongación del terrorismo de Estado, que es solo una de las variables -aunque fundamental- para comprender la experiencia social en la guerra de Malvinas. Como indicamos, no se trata de independizar el estudio de la guerra de la dictadura, pero tampoco de subsumirla en ella. Una primera aproximación al comportamiento de los integrantes de la Iglesia católica neuquina durante el conflicto puede darnos algunos indicios sobre cómo abordar la especificidad de las actitudes sociales en una guerra internacional declarada por una dictadura militar.

La Iglesia católica neuquina frente al conflicto

El mismo día del desembarco, el obispo Jaime de Nevares y un grupo de sacerdotes neuquinos difundieron un comunicado que da cuenta de la complejidad de la situación a la que se vieron enfrentados quienes habían alzado su voz oponiéndose a la dictadura. En medio de un clima de fervor patriótico y alegría popular, el comunicado comenzaba expresando su apoyo al desembarco, basado en la justicia de la reivindicación soberana de las islas: “Enterados por los medios de difusión de que han sido tomadas las Islas Malvinas por las Fuerzas Armadas Argentinas, damos gracias a Dios de que las Islas Malvinas hayan vuelto al dominio de nuestra Patria”.[5]

Sin embargo, tras esa oración inicial de alegría por el “hecho de justicia” (como luego lo calificaban), el clero neuquino ponía blanco sobre negro los riesgos que podría conllevar el accionar militar. En concreto, tanto pedía por la paz como advertía sobre la posibilidad de que el desembarco fuese una maniobra del régimen para “excitar los ánimos con fines belicistas” y así ocultar los problemas que estaban desgarrando a la sociedad argentina:

“Pedimos que este hecho de justicia y las negociaciones posteriores sean conducidas por ambos países con tal cordura política que impida una guerra.

Pedimos que sean respetados los pobladores de las islas.

Pedimos que este hecho de soberanía no sea utilizado para excitar los ánimos con fines belicistas.

Pedimos, también, que no se lo use de pantalla para sofocar, olvidar, desviar la atención de los graves problemas internos de desocupación y hambre.”[6]

Un elemento que llama la atención es la mención de los isleños, los sujetos que en el imaginario argentino aparecían como representantes del imperio británico en el territorio usurpado, cuando no estaban directamente invisibilizados en un archipiélago percibido como un territorio vacío (Lorenz, 2014: 10). Desde una mirada profundamente humana, el obispo y los sacerdotes no solo recordaban que esas tierras que habían sido recuperadas por las FF.AA. estaban habitadas, sino que además pedían que se respetaran sus derechos, temiendo tal vez que se replicaran en las islas las violaciones a los DD.HH. cometidas contra sus propios ciudadanos en el continente.

Asimismo, el presbiterio neuquino discutía el concepto de soberanía que parecía emanar de la toma de las islas por parte de un gobierno de facto. Frente a la soberanía entendida como exclusivamente territorial, el clero planteaba que la principal soberanía que había que defender y cuidar era aquella que se basaba en nuestros recursos naturales, nuestra industria, y en definitiva, en nuestro “pueblo”, es decir la soberanía popular:

“Y pedimos que quienes hoy recuperan para nuestra soberanía la parte sur del territorio que siempre fue argentino, sepan mantener la soberanía del subsuelo; la soberanía de nuestra industria expuesta a la expoliación por un sistema económico contrario a los intereses de la Patria; y sepan también que la mayor riqueza y soberanía de la Argentina es nuestro pueblo, al que se lo hace padecer las consecuencias de una economía que lo empobrece, y se lo reprime violentamente cuando quiere hacer sentir su descontento. Y he de decir así mismo/porque de adentro me brota/que no tiene patriotismo/quien no cuida al compatriota (Martin Fierro)”.[7]

Denunciando la represión desatada sobre la movilización de la CGT por “Paz, Pan y Trabajo” dos días antes, los integrantes de la diócesis neuquina afirmaban que la verdadera Patria que había que defender y cuidar era la encarnada en los hombres (y en los recursos que le daban su sustento), y no solo en un territorio que se lo percibía en forma abstracta.

La postura del clero neuquino frente al desembarco compartía con la del Episcopado la legitimación del accionar militar por la causa justa en la que se basaba (de hecho, el comunicado lo nominaba “hecho de justicia”, “hecho de soberanía”) y el pedido por la paz. Es decir, en este primer comunicado el presbiterio neuquino parecía sumarse a la fórmula moderada “paz con justicia” que caracterizó a la mayoría de la jerarquía católica, en la que “las apelaciones a la paz quedaban subordinadas a lo que la Iglesia consideraba un reclamo justo” (Obregón, 2007: 89). Para el Episcopado “esa ecuación permitía, por un lado, no quedar al margen de la corriente de adhesión popular que había generado la ‘gesta malvinense’, con la cual la Iglesia se sentía plenamente consustanciada y, por otro lado, no apartarse de los lineamientos del Vaticano” (Obregón, 2007: 91).[8]

Sin embargo, hasta ahí llegaban las similitudes. Desde sus marcos de sentido, el clero neuquino hacía una interpretación muy diferente del acontecimiento, y por ello tanto advertía por la utilización de la causa soberana por parte de un régimen que reprimía y hambreaba a su propio pueblo, como continuaba sosteniendo las demandas previas al conflicto por la crisis económica, la represión, y – en otras acciones- por la normalización institucional y los desaparecidos. Es decir, a diferencia del Episcopado que no mencionó esas cuestiones durante el conflicto bélico -y en los años más duros de la dictadura lo había hecho solo en forma aislada y ambigua-,[9] el clero neuquino no solo las reafirmaba y no las dejaba en segundo plano, sino que además esas denuncias acompañaban la propia interpretación de la coyuntura bélica.

Estas diferencias sustanciales se comprenden si situamos la actitud frente a la guerra en el marco de la trayectoria histórica de la diócesis local. En una coyuntura marcada por la renovación eclesial tras el Concilio Vaticano II y la Conferencia Episcopal de Medellín, la diócesis de Neuquén había surgido en 1961 encabezada por Monseñor Jaime de Nevares.[10] Paulatinamente, el obispo fue marcando a la joven diócesis con las siguientes singularidades: “Iglesia mancomunada con su pueblo, independiente del poder político, comprometida con la opción por los pobres, la defensa de la justicia social y los derechos humanos” (Nicoletti, 2012: 194). Ello se tradujo en un temprano compromiso con los sectores marginales, lo que derivó –por ejemplo- en el acompañamiento de las luchas obreras, en la protección de los migrantes y el acercamiento a los mapuches. Desde mediados de los ‘70, cuando el espiral represivo iba in crescendo, el accionar del obispo se caracterizó por la defensa de los DD.HH., encarnada en tratativas privadas para averiguar el paradero de los detenidos, así como en la denuncia pública de la represión cometida por las organizaciones paramilitares y por las FF.AA. y de Seguridad.

De hecho, durante la dictadura militar, su accionar no se limitó a denunciar públicamente al régimen por las violaciones a los DD.HH. que ocurrían en la región mediante los comunicados públicos y las homilías, sino que también se caracterizó por ser un escudo bajo cuya protección buscaron refugio familiares de desaparecidos, migrantes, militantes políticos, gremiales y sociales, y en general aquellos perseguidos por el régimen (paraguas bajo el cual, incluso, reconstituyeron los lazos cortados por la dictadura y fundaron organismos de DD.HH.). Por ende, como afirma Azconegui (2012: 258), el accionar de De Nevares y la red de relaciones articuladas en torno a la diócesis local no solo proporcionó contención sino también habilitó un espacio para hacer política, en un momento caracterizado por la privatización de la sociedad y de la vida política.

Este accionar y compromiso público no solo del obispo sino también de gran parte de los sacerdotes neuquinos durante la dictadura,[11] explica tanto su interpretación sobre la coyuntura abierta el 2 de abril, como las prácticas que desplegaron en consecuencia. En una primera aproximación, podemos identificar por lo menos dos movilizaciones por la paz que integrantes de la Iglesia católica neuquina realizaron en forma muy temprana, en los inicios del conflicto.

El 9 de abril, el obispo De Nevares encabezó el vía crucis en Neuquén capital, en el que participó una verdadera multitud, entre la que se encontraban miembros de organizaciones políticas locales. La movilización con motivo de esta celebración cristiana llegó a contar con más de 6 cuadras y en ella los participantes oraron por “la paz en este momento tan crítico; por los problemas sociales que afronta nuestro país; por las madres de los desaparecidos”.[12] 

Como venía ocurriendo desde el inicio de la dictadura, la celebración cristiana tradicional fue resignificada para difundir un mensaje que expresaba un compromiso humano y religioso que era también político: la defensa de la vida, los DD.HH. y la paz implicaban, en esta coyuntura, una denuncia de las problemáticas que atravesaban la sociedad argentina (Mombello, 2003). Como afirma Cecilia Azconegui, esta habilitación del espacio público para manifestaciones de denuncia -aun en los años más duros de la represión- se explica porque como la Iglesia católica era una de las fuentes de legitimación de la dictadura, el régimen militar aseguró la libertad de todos los símbolos y prácticas religiosas, aun cuando ello pudiera tener repercusiones desfavorables:

“En el caso neuquino surgieron a partir de 1977, manifestaciones religiosas que funcionaron como espacios de denuncia y oración, como las Marchas de la Fe con motivo de la celebración de la Navidad, y las Marchas de la Vida en ocasión de la celebración secular del día de la madre, y se resignificaron otras como el vía crucis de Pascuas. Estas manifestaciones religiosas se convirtieron en actos de denuncia en donde se pedía por los detenidos-desaparecidos y se intentaba generar conciencia en la mayor cantidad de gente posible. Realizadas en el espacio público, estas prácticas tenían un doble significado. El significado públicamente religioso enmascaraba el significado político oculto protegiendo así a los protagonistas de las denuncias quienes todavía no se animaban a mostrase abiertamente en público.” (Azconegui, 2012: 278).

El 10 de abril, la Coordinadora de Grupos Juveniles Cristianos organizó un acto de oración junto al obispo con el lema “La Paz, don de Dios confiado a los hombres” y días después una “manifestación pública” que finalizaba con la celebración de una misa en la catedral. Los grupos de jóvenes se movilizaron alrededor del Monumento a San Martín en pleno centro de la ciudad, con carteles que decían “No a la violencia, sí a la Paz”, “Si querés la paz, defiende tu vida” y “Todo hombre es mi hermano” (todos ellos lemas de la Jornada Mundial por la Paz, que se había celebrado el 1º de enero), y coreando “No a la violencia, sí a la paz” y “Malvinas sí, guerra no”. Según la publicación, en la movilización hubo un altercado menor cuando se encontraron con integrantes de la CGT local y de las 62 Organizaciones que aprovecharon el acto para distribuir panfletos “incitando a la guerra”.[13]   

El consenso con la causa de reivindicación soberana, pero el cuestionamiento de los medios ilegítimos para resolver el diferendo internacional, aparece más claramente si analizamos en conjunto la movilización de los jóvenes católicos[14] y el mensaje de monseñor De Nevares que fue leído en la misa, ya que se encontraba ausente de la ciudad. A diferencia del comunicado del 2 de abril en donde agradecía a Dios “que las Islas Malvinas hayan vuelto al dominio de nuestra Patria”, en la homilía el énfasis estaba puesto en un llamado urgente por la paz sin excusas, dilaciones, ni condicionamientos, sin siquiera nombrar la causa soberana.

Luego de indicar “Gran esperanza da el número cada vez mayor de jóvenes que desean juzgar los acontecimientos a partir del evangelio del amor. Y la ley del amor –cuyo cumplimiento abarca e implica el cumplimiento de toda la voluntad de Dios, de todos los mandamientos-, les dice: No a la guerra!!!! Jamás la guerra!!!! como Pablo VI ante las Naciones Unidas”, el obispo afirmaba:

“De allí que hayan resuelto convocar a los cristianos a mostrar públicamente su voluntad de Paz y a unirse en oración (…). Oración que pide se acaben las pasiones, que cedan los intereses a fin de que quienes tienen el poder de decisión en estos trascendentales momentos se guíen por la razón iluminada por la Palabra de la Sabiduría infinita de Dios, que es amor. Que el Señor de la Paz, nos conceda la Paz.”[15]

Esta radicalización de su actitud opositora a la guerra a mediados de abril -ni bien iniciado el conflicto- puede vincularse al desarrollo del mismo, dado que el día 3 había fallecido el conscripto neuquino Jorge Águila en las islas Georgias. La recepción del cuerpo de Águila, un joven de origen humilde del interior neuquino, en las localidades de Cutral-Co (donde vivían algunos familiares) y Paso Aguerre (de donde era oriundo) había sido multitudinaria. Ese temprano contacto con la muerte puede haber provocado cierta mesura en la efervescencia patriótica de amplios sectores sociales,[16] y en el caso de la Iglesia católica neuquina, una mayor reflexión y perspectiva crítica hacia el conflicto.  

Esa demanda urgente por la paz se puede encontrar otra vez en el comunicado que el obispo y los sacerdotes difundieron el 3 de junio, cuando los enfrentamientos ya llevaban más de un mes y el costo en vidas era palpable. En las vísperas de la visita del Papa Juan Pablo II al país (que había sido anunciada a fines de mayo), el presbiterio neuquino no desperdició la oportunidad para difundir un comunicado a tono con el motivo de la visita de la autoridad máxima de la Iglesia católica: pedir por “el deber imperioso” de la paz, en palabras del Papa.[17] El comunicado comenzaba indicando el propio cambio de actitud hacia el conflicto por parte de los miembros de la diócesis neuquina desde el desembarco al presente:

“Ayer alentados por la reunificación del suelo patrio buscábamos orientarnos hacia un futuro de unidad nacional. Por eso proclamamos y urgimos a construir la paz (…), trabajando en un clima de justicia.

Hoy la euforia se convierte en angustia y dolor. La guerra empezó y sigue con su tremendo precio de vidas humanas y de destrucción, lo cual acarreará hambre, niños desnutridos y enfermos, familias enlutadas, desocupación agravada… en un futuro muy cercano”.[18] 

Luego de hacer un llamado urgente por la paz, invitaban a la sociedad a reflexionar sobre una serie de actitudes que demostraban que “el rencor, el odio, la ofensa ha surgido en el corazón de muchos argentinos”.[19] Y, a continuación, identificaban algunas de esas actitudes que “destruían la paz”, como realizar expresiones que implicaban la negación del hombre como valor supremo de Dios; colaborar con la continuación de la guerra con la compra de armas; rezar a Dios “hasta la victoria final” de nuestras armas o por la aniquilación del adversario; recurrir a la guerra por los medios de comunicación deformando “el auténtico patriotismo”, y recurrir a la injuria, la calumnia, la mentira.

Tras advertir la manipulación de los medios de comunicación y del gobierno, el clero neuquino reiteraba su pedido de paz sin condicionamientos y sin dilaciones, es decir, sin subsumirlo a la justicia de la causa de soberanía de las islas Sin grises ni lecturas entrelineas, el obispo y los sacerdotes afirmaban:

“Creemos que ya es tiempo de realizar un gesto valiente de paz, que ya es impostergable: detener la guerra, que no es ceder a los derechos, y poner fin así a las matanzas y destrucciones. No será un gesto cobarde, sino un gesto valiente del que sabe que le asiste una justicia superior a la humana. Será el gesto valiente de un pueblo que cree y se guía en su conducta por la fe que profesa. Será el gesto valiente de un pueblo que ha llegado a su verdadera madurez humana y quiere la paz.

Esto no es una actitud antipatriótica. Porque no puede ser conforme al recto patriotismo lo que contraría al Evangelio (…). Hoy comprendemos mejor que ‘dar la propia vida’ no significa derramar nuestra sangre o la sangre de adversarios, ni siquiera contribuir al derramamiento de sangre”.[20] 

Lejos quedaba la fórmula “paz con justicia” que en parte compartió el clero neuquino en el primer comunicado el 2 de abril y que caracterizaron las declaraciones públicas de los principales representantes del Episcopado hasta los últimos días de la guerra (Obregón, 2007). Amparándose en las palabras de los Papas Juan Pablo II, Juan XXIII y Pio XII que cuestionaban la guerra como un instrumento legitimo para dirimir los conflictos,[21] ahora Monseñor De Nevares y los sacerdotes afirmaban que ninguna causa podía justificar semejante “matanza”: la vida humana estaba por encima de cualquier diferendo territorial. Si, como indiqué previamente, desde la perspectiva del clero neuquino la Patria estaba encarnada primero y ante todo por “el pueblo”, el “auténtico patriotismo” pasaba por detener la guerra en forma inmediata, continuar el reclamo de la soberanía del archipiélago en la mesa de negociaciones, y evitar así la muerte de más ciudadanos en el campo de batalla.

Además, el presbiterio neuquino entendía la paz como una práctica concreta y cotidiana en la que estaban involucrados todos los ciudadanos, que con sus acciones construían la misma o la lesionaban, y no solo como una cuestión diplomática abstracta que atenía a los gobiernos (como la entendía la mayoría del Episcopado). Esta forma de comprender la paz expresa una continuidad con su postura crítica frente al conflicto del Beagle en 1978, momento en el que la Iglesia católica norpatagónica se había caracterizado por una constante demanda de paz, entendida como el cuidado y protección cotidiana de los migrantes chilenos, quienes estaban siendo hostigados, perseguidos e incluso deportados (Azcoitia y Barelli, 2020).[22]

Reflexiones finales

Este primer acercamiento a los comportamientos de los integrantes de la Iglesia católica neuquina frente a la contienda bélica llama la atención sobre una cuestión metodológica clave en la historia sociocultural de la guerra de Malvinas: la necesidad de encuadrar el estudio de las actitudes sociales frente al conflicto en el contexto del terrorismo de Estado y teniendo presente sus especificidades en tanto experiencia bélica. En tal sentido, por un lado, es imposible comprender la interpretación dada a la contienda y el comportamiento de la Iglesia católica neuquina en la guerra si no lo enmarcamos en su trayectoria histórica, en particular en su cercanía a los sectores marginales, su posicionamiento y accionar frente a las violaciones a los DD.HH. y en su actitud frente al conflicto del Beagle.

Por otro lado, el consenso hacia el desembarco en las islas por parte de sectores sociales diversos –y hasta opuestos- no se comprende si no tenemos en cuenta que se trataba de un diferendo diplomático convencional e histórico basado en una causa soberana considerada justa. Así, en un comienzo, tanto el clero neuquino como el Episcopado (opuestos en su interpretación y accionar frente a la cuestión de los desaparecidos) acordaron en la formula “paz con justicia”, que no cuestionaba el desembarco en las islas y tanto pedía por la paz como la subordinaba a la causa justa.

Sin embargo, si -lejos de quedarnos en esa primera frase del comunicado del 2 de abril que insistía sobre la alegría de que “las Islas Malvinas hayan vuelto al patrimonio de nuestra patria”- ampliamos la mirada a los otros sentidos sobre la contienda bélica que se desprenden tanto de ese comunicado como de otros y del accionar de los integrantes de la diócesis neuquina a lo largo de la guerra, la imagen de la supuesta adhesión total, emocional e irreflexiva al desembarco se desdibuja.

En tal sentido, esta aproximación a las actitudes de los miembros de la Iglesia católica neuquina frente a la guerra de Malvinas nos devuelve un panorama más complejo y matizado que aquel que solo hace foco en la imagen del general Galtieri saludando desde el balcón de la Casa Rosada a la multitud movilizada en la Plaza de Mayo. Un abordaje superficial que se ancla en esas fotografías (que han quedado como paradigmáticas del apoyo social al desembarco) transmite una percepción del conflicto como un momento de unidad nacional, ya que la sociedad habría abandonado sus cuestionamientos y demandas al régimen militar para sumarse alegremente a la guerra en defensa de una causa querida por todos. Sin embargo, este primer acercamiento al comportamiento del obispo, los sacerdotes y los jóvenes católicos en Neuquén obliga a resituar la conflictividad en el centro de la escena social y política durante la guerra. Y lejos de tratarse de un caso aislado, si lo ponemos en diálogo con las actitudes de otros actores sociales que eran opositores a la dictadura, ese panorama se extiende y complejiza.

De hecho, esa conflictividad en el territorio nacional no se redujo a declaraciones públicas de apoyo al desembarco pero de distanciamiento del régimen, a cuestionamientos informales como los abucheos, carteles y cánticos contrarios a la dictadura, o a la circulación de panfletos opositores a la guerra en forma restringida de mano en mano.[23] En Neuquén, el presbiterio publicó un comunicado el mismo 2 de abril en el que advirtió sobre la posible manipulación de la causa nacional por parte de una dictadura que buscaba ocultar los problemas que aquejaban a la sociedad argentina (aunque sin cuestionar la legitimidad del desembarco que era considerado un “hecho de justicia”). Incluso, tiempo después, radicalizó su postura y organizó manifestaciones públicas contrarias a la guerra y por una paz sin condicionamientos, más allá de la justicia de la causa soberana.

Entonces, si el margen de espacio o de visibilidad pública para pensar guerra y dictadura juntas fue mayor en el exilio que en el continente argentino (Jensen, 2007; Lorenz, 2006; 2012), el caso de la Iglesia católica neuquina sugiere que de todas formas los opositores situados en el territorio nacional buscaron la manera de advertir sobre los usos de la causa soberana en forma pública, aunque adaptándose al contexto, y/o de mantener sus reclamos previos a la guerra. Esas demandas podrán aparecer supeditadas o en segundo plano –algunos dirigentes políticos hablan de postergación en sus reclamos y la cúpula sindical de un “paréntesis” en la lucha (Guber, 2001)-, o cubiertas bajo el nuevo lenguaje malvinizador (como el lema “Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también” de Madres de Plaza de Mayo), pero nunca dejaron de expresarse públicamente y en ocasiones incluso se las plantearon a la cúpula militar en las reuniones informativas durante el conflicto (Menéndez, 1998).

El caso de la diócesis de Neuquén, sugiere que, tal vez, la ausencia de un cuestionamiento explícito al desembarco y/o a la causa nacional o la participación del obispo en estas acciones, explica que no se hayan censurado los comunicados o que se hayan podido realizar las movilizaciones pacifistas sin represión. En términos generales, la actitud de la Iglesia católica neuquina en la esfera pública abre una serie de interrogantes para preguntarnos cuánto del espacio habilitado por el régimen en el marco de la movilización social por el conflicto, fue apropiado y utilizado por diversos actores sociales para otros fines, incluso contrarios al régimen (algo similar a lo que había ocurrido con la resignificación de las celebraciones católicas durante la dictadura en Neuquén).

La aproximación a la Iglesia católica neuquina, no solo a su cúpula eclesiástica sino también a los grupos juveniles cristianos, nos advierte sobre la necesidad de analizar las actitudes de la “gente corriente” y de comprender la complejidad y los matices de sus comportamientos (y de no simplificar y encuadrar en ideas preconcebidas). De hecho, muchos de los jóvenes que participaron en las manifestaciones por la paz también se sumaron a las acciones de solidaridad destinadas a los combatientes desde su compromiso cristiano.[24] En tal sentido, lejos de la imagen de un apoyo total y sin fisuras al conflicto, el estudio de caso da cuenta de una gama de actitudes que incluye consenso hacia la causa soberana y el desembarco pero no hacia la dictadura, oposición a la guerra, y participación en las muestras de solidaridad hacia los combatientes.

Finalmente, el estudio de la Iglesia católica neuquina advierte sobre una cuestión clave en las investigaciones sobre las movilizaciones sociales frente a la guerra: la importancia de un análisis histórico de las actitudes sociales, teniendo presente las micro-coyunturas del conflicto en función del desarrollo de la guerra en las islas, la difusión de las noticias en el continente, la cotidianeidad en el espacio de residencia, entre otras.  Como vimos, los integrantes de la diócesis neuquina fueron mutando su actitud pública hacia el conflicto tras el impacto de la muerte del soldado Águila, y a medida que los márgenes de negociación se estrechaban y las pérdidas de vidas aumentaban. Este estudio nos invita a preguntarnos en términos generales si hubo un cambio en el comportamiento de diversos actores a lo largo de los tres meses que duró el conflicto; si no es posible identificar cierta indiferencia por el acostumbramiento a la guerra, una disminución de la movilización social o una mayor oposición o intransigencia a medida que nos acercamos a los momentos finales del conflicto.

Por último, cabe destacar que este artículo buscó repensar la relación de la sociedad y la guerra de Malvinas a partir de un estudio de caso, entendiendo que estas investigaciones microanalíticas pueden contribuir a “complejizar o hacer más denso el estudio o la explicación sobre un tema o problema específico” (Águila, 2015: 94). Más aún cuando se trata de investigaciones vinculadas al pasado reciente, ya que la historia de dicho período, como afirma Águila:

“ha estado desde sus inicios formateada por grandes interpretaciones de tipo macro-analíticas (sea por la vía de las perspectivas provistas por la sociología o la politología, tanto como por la vía de los estudios sobre la memoria), que deben ser confrontadas, puestas en tensión y complejizadas con estudios más densos sobre casos y espacios locales y regionales” (2015: 94).

En nuestro caso, investigaciones como la aquí propuesta abren nuevos interrogantes que incluso pueden poner en cuestión la imagen del apoyo social total, homogéneo e invariable a la guerra, cristalizada en la fotografía de la Plaza de Mayo del 2 de abril o de los comunicados públicos en la primera quincena de ese mes. Una primera mirada a la Iglesia católica neuquina nos llama la atención sobre los matices, complejidades, motivaciones y variabilidades detrás de los comportamientos de los actores sociales frente a la guerra (sobre todo de aquellos que se habían opuesto a/distanciado de la dictadura), cuestiones que es necesario tener presente de cara a que sus actitudes no aparezcan como irracionales o producto de una “mutabilidad espectacular” (Quiroga, 1994: 286).

En definitiva, el presente trabajo advierte sobre la necesidad de contar con nuevas pesquisas microanalíticas, ya sea locales o que se centren en el estudio en profundidad de diversos actores a lo largo del conflicto, y que no se reduzcan a la prensa –censurada o autocensurada- como fuente. Si reducimos el lente a esas investigaciones, es posible identificar debates, cuestionamientos y demandas urgentes durante el conflicto detrás de la supuesta unidad nacional encarnada en la movilización social. Estudios como esos tal vez contribuyan a delinear una nueva imagen sobre la sociedad argentina frente a la guerra, más matizada y heterogénea, mostrando que también hubo continuidades en este momento excepcional que fue la guerra de Malvinas.

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Andrea Belén Rodríguez es Profesora y Licenciada en Historia por la Universidad Nacional del Sur y Doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata. Es Investigadora del CONICET con lugar de trabajo en el Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales (UNCOma-CONICET) y docente en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue. Integra el Centro de Estudios Históricos del Estado, Cultura y Política (FAHU-UNCOma) y el Núcleo de Estudios sobre Memoria, Historia Reciente y Derechos Humanos (UNS). Ha publicado diversos artículos en revistas nacionales e internacionales sobre la guerra y posguerra de Malvinas desde una perspectiva historiográfica sociocultural. Es autora de Batallas contra los silencios. La posguerra de los ex combatientes del Apostadero Naval Malvinas (Serie Entre los libros de la Buena Memoria, Los Polvorines, La Plata y Posadas, Universidad Nacional de General Sarmiento, Universidad Nacional de La Plata y Universidad Nacional de Misiones, 2020, disponible en: https://ediciones.ungs.edu.ar/libro/batallas-contra-los-silencios/)

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[1] Una primera versión de este trabajo fue presentada en las XI Jornadas de Historia Moderna y Contemporánea organizadas por la Universidad Nacional del Sur y realizadas del 13 al 16 de abril de 2021. Agradezco profundamente los comentarios realizados por Ana Inés Seitz y Cecilia Azconegui, así como el generoso aporte de fuentes por parte de esta última colega.

[2] Para los diversos motivos de esa omisión, ver: Lorenz y Rodríguez, 2015.

[3] La noción de “gente corriente” incluye a “personas con o sin militancia política, no pertenecientes a la dirección de organizaciones políticas o sociales” (Lvovich, citado en: Seitz y Rodríguez, 2018). Para el debate sobre esa categoría, ver: Seitz, 2015.

[4] Un estudio temprano y sumamente interesante que repensó esta misma problemática desde el campo educativo, es: Mari, Saab y Suárez, 2000.

[5] Obispado de Neuquén. Comunicado del obispo y los sacerdotes de Neuquén Capital (02/04/1983). En De Nevares, Jaime (1994). La verdad nos hará libres. Buenos Aires: Centro Nueva Tierra, p. 88.

[6] Obispado de Neuquén. Comunicado del obispo y los sacerdotes de Neuquén Capital (02/04/1983). En De Nevares, Jaime (1994). La verdad nos hará libres. Buenos Aires: Centro Nueva Tierra, p. 88.

[7] Obispado de Neuquén. Comunicado del obispo y los sacerdotes de Neuquén Capital (02/04/1983). En De Nevares, Jaime (1994). La verdad nos hará libres. Buenos Aires: Centro Nueva Tierra, p. 88. Subrayado en el original.

[8] Además, había una fracción minoritaria dentro del Episcopado que estaba ligada al integrismo católico y que adoptaba una actitud más belicista, pero sus voces no hallaron mayor eco en el seno del Episcopado: Obregón, 2007. Para la posición de los obispos y laicos tradicionalistas católicos, ver: Cersósimo, 2015.

[9] Frente al problema de los desaparecidos y las violaciones a los DD.HH., se pueden encontrar tres grupos entre los obispos: “los que avalaron estas violaciones, los que aunque no las avalaran hicieron oídos sordos a los reclamos de los familiares de desaparecidos, y los que salieron en defensa de los derechos fundamentales de la vida humana” (Azconegui, 2012: 256), siendo estos últimos los menos. La Iglesia católica fue fuente de legitimación de la “guerra antisubversiva” desplegada por la dictadura que decía defender los valores occidentales y cristianos, por ende la Conferencia Episcopal silenció la cuestión de los desaparecidos durante los años más duros de la dictadura. Solo en mayo de 1977 y obligada por las circunstancias, la Conferencia publicó un comunicado ambiguo dirigida a la Junta Miliar manifestando preocupación por las violaciones a los DD.HH. (a la vez que legitimaba la lucha antisubversiva), para luego volver a sumirse en el silencio hasta 1981, cuando la crisis del régimen era visible. (Novaro y Palermo, 2003: 103). Ese año el Episcopado publicó el documento “Iglesia y Comunidad Nacional” en el que demandaban que se solucionara el problema de los desaparecidos, “se colocaba en pie de igualdad la represión estatal con la ‘violencia subversiva’, se hacía un llamado a la ‘reconciliación’ y se apelaba (…) a la ‘soberanía del pueblo’ y a la democracia como la forma de gobierno más deseable para el futuro político próximo” (Cersósimo, 2015: 310).

[10] De Nevares nació en Buenos Aires en 1915. Se graduó como abogado en 1940 y ejerció por cinco años hasta que ingresó en la Congregación Salesiana. Fue preconizado obispo en 1961, momento en que el Papa creó la diócesis de Neuquén. Fue miembro fundador y presidente honorario de la Asamblea Permanente por los DD.HH. En democracia, formó parte de la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas. Retirado de su función de obispo, participó en 1994 en la Asamblea Constituyente como convencional por Neuquén. Falleció en 1995.

[11] El 57,14 % de los sacerdotes neuquinos se había comprometido con el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, una proporción mayor al 10% del promedio nacional (Martín, 1992, citado en Azconegui, 2012: 260).

[12] Río Negro, 11/04/1982, citado en Apolonio y Widman, 2004: 249.

[13] Revista Comunidad, Servicio Pastoral de Comunicaciones de la Iglesia Católica de Neuquén, Año 2, Nº 7, junio de 1982, p. 8. Archivo de la Pastoral de Migraciones, Neuquén.

[14] Este acercamiento de los jóvenes a la Iglesia católica en los ‘70 con un alto grado de movilización se produjo a nivel nacional, ya que ante la ausencia de otros espacios públicos los jóvenes realizaban encuentros y procesiones tradicionales de contenido religioso (Lida, 2008). La particularidad de Neuquén es que la Iglesia había adoptado este cariz de defensa de los DD.HH. y, por ende, muchos jóvenes que se acercaban aprehendían un marco de interpretación sobre lo que sucedía en clave de denuncia a la dictadura militar. A la vez, la Iglesia les proveía de recursos institucionales para expresarse y protegerlos, como el edificio eclesiástico en el que los jóvenes se refugiaban cuando los perseguían para reprimirlos ya que allí la presencia del obispo era suficiente para impedir el ingreso de las fuerzas armadas y de seguridad. (Azconegui, 2012)  

[15] Revista Comunidad, Servicio Pastoral de Comunicaciones de la Iglesia Católica de Neuquén, Año 2, Nº 7, junio de 1982, p. 8.

[16] Río Negro, 11/04/1982, p. 4. Archivo del diario Río Negro, Gral. Roca.

[17] Juan Pablo II, Audiencia General, 26/05/1982. Recuperado de https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1982/documents/hf_jp-ii_aud_19820526.html#_edn*. Consultado: 21/05/2021.

[18] Obispado de Neuquén. Mensaje del obispo y los sacerdotes del Neuquén (04/06/1982). En De Nevares, Jaime (1994). La verdad nos hará libres. Buenos Aires: Centro Nueva Tierra, p. 89.

[19] Obispado de Neuquén. Mensaje del obispo y los sacerdotes del Neuquén (04/06/1982). En De Nevares, Jaime (1994). La verdad nos hará libres. Buenos Aires: Centro Nueva Tierra, p. 89.

[20] Obispado de Neuquén. Mensaje del obispo y los sacerdotes del Neuquén (04/06/1982). En De Nevares, Jaime (1994). La verdad nos hará libres. Buenos Aires: Centro Nueva Tierra, pp. 89-90.

[21] Y, por ende, se oponían a la noción de “guerra justa”, de larga raigambre en la religión católica y que fue utilizada para legitimar diversos conflictos bélicos a lo largo de la historia. Si bien no nos vamos a adentrar en esta cuestión que excede ampliamente el artículo, sí es interesante tener presente que esa noción junto al “mito de la nación católica” fue utilizada por los tradicionalistas católicos y por miembros de las FF.AA. para legitimar públicamente la guerra de Malvinas (así como la “lucha antisubversiva”). Un ejemplo claro lo podemos encontrar en el ensayo “La noción de guerra justa y la recuperación de las Malvinas” de Alberto Caturelli -uno de los filósofos más reconocidos del tradicionalismo católico- :“si se trata de la reparación de un derecho cierto violado, en el caso de las Malvinas la guerra es esencialmente justa, y, de nuestro lado, existe la búsqueda de una justicia vindicativa, de una restitución que le es debida a la Patria tanto por derecho natural como positivo (…). En tal circunstancia, es no solo legitimo matar al enemigo sino obligatorio, como enseñaba San Agustín” (citado en Cersósimo, 2015: 324). Como indiqué, esa perspectiva no era compartida por la mayoría del Episcopado, la cual sin embargo lejos estaban de un mensaje pacifista radical como el de la diócesis neuquina. La fórmula “paz con justicia” se advierte claramente en las palabras del obispo Zaspe del 26 de mayo, en los tramos finales del conflicto: “una paz auténtica no brota de un pacifismo a ultranza, sino de la negociación honorable y justa” (citado en Obregón, 2007: 91). En este clima, resulta entendible la advertencia del presbiterio neuquino de que su mensaje pacifista no fuese entendido como una actitud contraria a la Patria. Más aún, si tenemos presente que, tras el primer comunicado del 2 de abril, el obispo De Nevares había sido denunciado por un ciudadano de Bahía Blanca por “traición a la patria”. Si bien no pudimos rastrear la causa judicial, sí sabemos que el obispo tuvo que declarar en ella hasta que resultó sobreseído (San Sebastián, 1997: 272).

[22] Sobre el accionar de la Iglesia católica neuquina en la protección a los refugiados chilenos en el periodo 1973-1983, ver: Azconegui, 2016. Sobre la situación de los chilenos en Río Grande durante el conflicto del Beagle y la guerra de Malvinas, ver: Lorenz, 2010.

[23] Como el folleto “¿La verdad o la mística nacional?” redactado por el intelectual Carlos Brocato, que fue difundido por el Círculo Espacio Independiente en forma anónima en abril de 1982, disponible en: Pensamiento de Los Confines, Nº 21, 2007.

[24] Por una cuestión de espacio, no puedo ampliar sobre esta cuestión. Sin embargo, estamos realizando una ponencia en coautoría con Cecilia Azconegui en la que abordamos el rol de los grupos juveniles –junto a otros actores- en dos coyunturas: en el marco del conflicto del Beagle en 1978 y en la guerra de Malvinas.

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