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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº14. Mar del Plata. Julio-diciembre 2021.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

                                                                           

¿Lobos sueltos? Las estructuras políticas detrás de los individuos en la Roma tardorrepublicana

Juan Pablo Castagno

                Centro de Estudios de Historia Europea,

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

juampicastagno82@hotmail.com

Recibido:        01/09/2021

Aceptado:        04/11/2021

Resumen

El presente artículo propone una serie de interrogantes que permiten reflexionar sobre la tesis individualista como lógica basal de la práctica política en Roma durante el período tardorrepublicano. En sus críticas a la visión historiográfica tradicional que entendía a la política romana del último siglo republicano como un juego de poder entre facciones pétreas; distintos especialistas plantearon, como una especie de espejo invertido, la idea del individualismo competitivo. Si bien esta noción contribuyó a superar algunas discusiones, renovando los estudios sobre la temática, no ampliar la mirada más allá del individuo puede sugerir la imagen de una escena protagonizada por “lobos sueltos” que actúan y deciden sin compromisos ni condicionamientos políticos.

 

Palabras clave: república romana tardía, historiografía, facciones, individualismo competitivo, estructuras políticas

Wolves on the loose? The political structures behind individuals in the late roman republic

Abstract

This article proposes a series of questions that allow us to reflect on the individualist thesis as the basic logic of political practice in Rome during the late republican period. In their criticisms of the traditional historiographical vision that understood the Roman politics of the last republican century as a power game between stone factions; different specialists raised, like a kind of inverted mirror, the idea of ​​competitive individualism. Although this notion helped to overcome some discussions by renewing studies on the subject, not broadening the view beyond the individual can suggest the image of a scene starring "wolves on the loose" who act and decide without political compromise or conditioning.

Keywords: Late Roman Republic, historiography, factions, competitive individualism, political structures

¿Lobos sueltos? Las estructuras políticas detrás de los individuos en la Roma tardorrepublicana

“¿Quién es la sociedad?

No existe tal cosa, tan sólo individuos, hombres y mujeres”

Margaret Thatcher

  1. El espejo invertido: factio e individualismo

La discusión sobre cómo y quién define el juego de fuerzas en la escena política tardorrepublicana forma parte de un debate más amplio en torno a la naturaleza y el carácter de la res publica romana. ¿Era la República romana una democracia? Esta pregunta está en el centro de un intercambio que ya lleva más de treinta años y continúa abierto hasta el día de hoy. En la génesis del mismo se encuentra la reacción a la corriente historiográfica dominante desde principios del siglo XX, aquella inaugurada por historiadores de la talla de Gelzer y Münzer, basada fundamentalmente en el método prosopográfico. La base analítica de esta perspectiva, sostenida por la idea de que el orden político romano era eminentemente aristocrático, plantea la existencia de un sistema político absolutamente controlado por una élite cerrada, estable y hereditaria. Ilustra de manera elocuente estas tesis la célebre frase de Ronald Syme en su obra Roman Revolution:

 “En todas las edades, cualquiera que sea la forma y el nombre del gobierno, sea monarquía, república o democracia, detrás la fachada se oculta una oligarquía, y la historia de Roma, republicana o imperial, es la historia de la clase gobernante” (Syme, 2010: 16).

Ahora bien, en una interpretación de estas características donde los sectores subalternos son suprimidos de la escena política, es negada la dimensión ideológica y social de los enfrentamientos que narran las fuentes y sólo se le asigna a la élite la capacidad de influir sobre la vida de la comunidad;[1] huelga señalar que las luchas políticas del período se traducirán en meros enfrentamientos entre facciones aristocráticas. La factio como la quintaesencia de la práctica política durante el último siglo republicano. En el marco de una realidad política rígida, casi estática, subsumida en opciones de táctica individual por parte de los nobilis (Duplá, 2007: 189); las factiones son entendidas por la perspectiva prosopográfica como alianzas políticas estables y persistentes fundamentadas en matrimonios políticos y parentescos interrelacionados, que redundan en asociaciones duraderas entre familias nobles, viejas amistades en muchos casos heredadas (amicitia) y relaciones de clientela (Suárez Piñeiro, 2004: 20).[2]

A pesar del notable peso que tuvo la corriente prosopográfica durante varias décadas, desde un primer momento surgieron especialistas críticos que marcaron las insuficiencias de un modelo explicativo donde la política tardorrepublicana aparece como un simple juego de amistades, relaciones familiares y clientelares. Uno de los primeros en declarar su oposición fue el historiador italiano Arnaldo Momigliano, que en una reseña aparecida en 1940 en el Jornal of Roman Studies califica a la visión prosopográfica como limitada y reduccionista. Según este autor, no se pueden explicar los enfrentamientos políticos a partir de intereses, resentimientos o pugnas personales: “History is the history of problems, not of individuals or of groups” (Momigliano, 1940: 78).

Por otro lado, desde el ámbito anglosajón, fue Peter Brunt (1988) quien llevó adelante una de las más lúcidas críticas a los análisis centrados en la factio como única variable explicativa. Desde una perspectiva de carácter social, el historiador británico plantea la inexistencia de grandes grupos de políticos, unidos por lazos de relación personal o fidelidad a un líder, que actuasen conjuntamente de forma consistente durante un período de tiempo considerable (Suárez Piñeiro, 2003: 23). Los líderes políticos, según Brunt, perseguían alianzas pasajeras, ad hoc, para tomar una posición, sopesando sus propios objetivos personales, respecto de las problemáticas de la coyuntura política. En el mismo sentido, y coincidiendo con hipótesis anteriores de Meier (1980), el autor de The Fall of the Roman Republic distingue dos niveles en el juego político: la “política rutinaria” y los “asuntos mayores”. En la primera, los lazos de dependencia de tipo privado podían tener alguna incidencia, pero estos no fueron predominantes en cuestiones de fondo, vitales, como por ejemplo las consideraciones debatidas sobre el bien público. En las discusiones trascendentales de la vida política romana, el juego de las factiones era desbordado por otro tipo de lógicas (Brunt, 1988: 443-502).

Con respecto a las relaciones clientelares, entendidas como base permanente del poder político de las clases dirigentes romanas, fue la voz del propio Brunt una de las primeras que se alzó para señalar que su importancia había sido sobredimensionada. En sintonía con los planteos sobre el tema de especialistas como Rouland (1979), Benner (1987) o Fergus Millar (1998); para el autor británico existieron dos variables determinantes que transformaron a las estructuras clientelares en un factor secundario de la política romana, fundamentalmente durante el siglo I a.C. Por un lado, el inmenso tamaño y la heterogeneidad del cuerpo ciudadano romano –la conglomeración urbana más grande de la historia preindustrial que hicieron imposible a la élite senatorial el control y la integración de la red de clientelas. Por otra parte, la aprobación de una serie de leyes tabelarias que introdujeron progresivamente el sufragio escrito y secreto, dificultando el control de los patronos sobre los votantes (Brunt, 1988: 382-442).[3]

A partir de la profundización de los puntos de vista de Brunt, y como reacción a los postulados faccionalistas de la historiografía prosopográfica, autores como Raaflaub (1974), Wiseman (1985), Paterson (1985) y Pina Polo (1994) defienden la tesis del individualismo competitivo. El individuo como nuevo protagonista y motor de la dinámica política en detrimento de la factio. El propio historiador cesaraugustano señala que:

“la unidad significativa en la política romana tardorrepublicana no era la familia, ni el grupo, sino el individuo, y que la política romana era más competitiva que cooperativa” (Pina Polo, 1994: 72).

De acuerdo con Pina Polo, a partir del siglo II a.C. existe un instinto competitivo que impele a los hombres públicos a superar a todos sus rivales y a lograr la máxima dignitas y los máximos honores, impidiendo, con ello, que se crearan grupos políticos estables. De este modo, es la competencia política individual lo que predomina, hasta el punto de que su progresiva exacerbación es una de las claves para explicar las guerras civiles que asolan la centuria y la propia disolución del régimen republicano.

En definitiva, todos los autores antes mencionados coinciden en la preponderancia del agonismo individual y en que conceptos como factio, amicitia, fides y clientela explican mal el funcionamiento de la política romana para un período histórico tan convulsionado, en el que los valores tradicionales se encuentran en crisis y las posibilidades de una movilidad social sin precedentes provocan una profunda inestabilidad política. Sin embargo, vale la pena mencionar una diferencia no menor entre estos especialistas: para Pina Polo no todo se reduce a una dignitatis contentio, sino que reconoce la presencia en el proceso de corrientes ideológicas en conflicto.

Es difícil negar los sustanciales aportes de la tesis del individualismo competitivo para lograr superar ciertos esquematismos y renovar  los estudios sobre la práctica política tardorrepublicana. Por ejemplo, los análisis han dejado de concentrar la mirada en la cámara senatorial, refugio de la clase dominante, y se han trasladado al Foro, a los comicios, a las contiones y a las calles, cobrando así un mayor peso específico en la historiografía el rol de los sectores subalternos en la dinámica política. Sin embargo, al colocar en el centro al individuo, esta noción también resulta deficitaria para explicar algunos interrogantes de la compleja realidad política romana durante el último siglo republicano. Como señala la historiadora española Ana María Suárez Piñeiro:

“Centrarse de manera radical en cualquiera de estos elementos [“partido”, factio o individuo] parece totalmente inadecuado. En suma, la política romana de esta época seguía un modelo complejo en el que participaban al mismo tiempo componentes de naturaleza muy diferente” (Suárez Piñeiro, 2004: 33-34).

II. ¿Qué hay detrás del individuo? Y otras preguntas para un modelo complejo

Uno de los principales problemas de las interpretaciones que no amplían el enfoque más allá del individuo, a nuestro juicio, consiste en que sugieren lecturas donde el juego político aparece protagonizado por “lobos sueltos” que hacen y deshacen a su antojo sin ataduras de ningún tipo. En otras palabras, se desprende la imagen de un escenario dominado por relaciones políticas individualizadas, no “contaminadas” por ninguna estructura colectiva, en las que diferentes líderes políticos actúan y deciden liberados de condicionamientos y compromisos. Una mirada que, al igual que la prosopográfica, también parece demasiado simplista para dar cuenta de un contexto político tan complejo como el de la República romana tardía.

He aquí entonces una tensión, un contrapunto con respecto a los planteos de importantes especialistas como Perelli (1982), Serrao (1982), Vanderbroeck (1987) y Canfora (2007) que reconocen los condicionamientos políticos de los individuos, incluso los de aquellos que en apariencia contaban con un poder difícil de limitar como Pompeyo o Julio César. Por ejemplo, los historiadores italianos antes mencionados indican que los políticos romanos, especialmente los políticos populares, se encontraban doblegados ante la presión que la situación conflictiva y las exigencias que ejercían sus representados, y en este caso carecían de importancia los motivos particulares por los que actuasen (Arbizu, 2000: 329). Por otro lado, en un pasaje por demás de elocuente, Vanderbroeck (1987) señala que la observada lealtad entre los populares apunta a la existencia de una organización política: personas en diferentes niveles cooperando en forma recíproca y de manera dependiente unas de otras. Los líderes de estos grupos precisaban asistentes para llevar adelante sus planes, en un contexto en el que la lealtad se debía al líder, y no a la res publica.                

En las fuentes encontramos algunos datos interesantes para pensar las presiones y dificultades con las que tenían que lidiar los más conspicuos caudillos políticos para desplegar una voluntad libre de condicionamientos. Sabemos, por ejemplo, que muchos de los partidarios de César, que no tenían ninguna esperanza de ascenso en la política a través de un acuerdo con los optimates, ejercían una tremenda presión sobre él para que no ceda ante sus oponentes políticos (Vanderbroeck, 1987: 52). Por otro lado, gracias a Cicerón conocemos que Marco Antonio, uno de los principales lugartenientes del “partido” cesariano, sintió que sus intenciones políticas eran pisoteadas cuando César prefirió a Lépido como magister equitum y como respuesta entabló acercamientos con ciertos personajes que pretendían atentar contra la vida de su jefe político (Canfora, 2007: 247). Esta información, cargada de intencionalidad por cuanto Cicerón era un enemigo declarado de Antonio, se revela en un discurso que pretendía dar cuenta de una conjura instigada por Trebonio en contra de César:

“Todos sabemos que en Narbona, Antonio se entendió con Trebonio en vista de una iniciativa análoga, que Antonio había ocultado aquella complicidad, y que por ello, en el momento en que César fue asesinado, Trebonio te llevó lejos del lugar del atentado” (Cicerón, Filípicas, 2.14.34).[4]

Finalmente, nos cuenta Plutarco que durante el tribunado de Clodio en el 58 a.C., Pompeyo, que para ese entonces era el hombre más poderoso de Roma, fue hostigado con insultos y amenazas en diferentes espacios públicos por los seguidores del tribuno ante la complacencia del Senado. Esto provocó que el triunviro, por temor a que atentaran contra su vida, se recluyera en su casa alejándose de la actividad política en el Foro por una larga temporada. En la biografía de Plutarco, la narración resulta bastante esclarecedora al respecto:

“Finalmente, en una ocasión en que Pompeyo compareció en público con motivo de juicio, Clodio, con una turba de hombres llenos de insolencia y desvergüenza bajo sus órdenes, se colocó en un lugar visible y lanzó preguntas como estas: ¿Quién es un imperator de vida disoluta? (…) ¿Quién es el que se rasca la cabeza con un dedo? Y ellos, como un coro ejercitado en dar la réplica, cuando él sacudía la toga respondían con grandes gritos a cada pregunta: Pompeyo” (Plutarco, Pompeyo, 48. 7).[5]

“Estas cosas, sin duda, afligían a Pompeyo, que no estaba acostumbrado a oír hablar mal de él y carecía de experiencia en este tipo de combates; sin embargo, le disgustaba más saber que el senado se regocijaba al verlo insultado y castigado a causa de su traición a Cicerón. Cuando en el foro se llegó a los golpes, y se descubrió que un esclavo de Clodio, que se había deslizado hasta Pompeyo entre la muchedumbre de los que lo rodeaban, llevaba en la mano un cuchillo, Pompeyo tomó esto como pretexto y, como por otro lado temía la insolencia y las calumnias de Clodio, no apareció más por el foro durante el tiempo en que este ejerció su magistratura; al contrario, se encerró indefinidamente en su casa para reflexionar con sus amigos sobre cómo apaciguar la ira que contra él sentían el Senado y los nobles” (Plutarco, Pompeyo, 49.1-3).[6]

Este episodio, donde Clodio aparece como un “agente independiente” con respecto al triunvirato,[7] funciona como disparador para plantear algunos interrogantes y una hipótesis que más adelante profundizaremos: ¿Cómo se explica que Clodio actúe como un factor de poder alternativo desafiando a la alianza conformada por Pompeyo, César y Craso? ¿Cuál es la base de sustentación de su poder? Entendemos que fue el soporte de una organización sociopolítica, un proto-movimiento social,[8] lo que le permitió al tribuno tener un peso específico propio en la escena política tardorrepublicana con respecto al Senado y los triunviros.

Todo esto llevado a un plano más general, nos conduce a revisar críticamente la viabilidad de una práctica política eminentemente regida por el individualismo, donde los agrupamientos colectivos solo existen como alianzas ad hoc: excepcionales, efímeros y utilitaristas.[9] A partir de algunas evidencias, creemos que la sofisticación de la política romana en época tardorrepublicana sobrepasaba las posibilidades del individuo y lo obligaba a apoyarse en complejas estructuras políticas. Aunque personalizadas y con un alto grado de informalidad –recordemos que en Roma no existieron los partidos políticos tal y como los conocemos hoy en día–, fueron éstas las que, en última instancia, permitieron a los diferentes líderes políticos enfrentarse a  las exigencias de una dinámica de la conflictividad política que fue sumando protagonistas, demandas y circunstancias particulares que le dieron especificidad a diferentes momentos del período.

Un aspecto que ilustra bien lo que venimos planteando es el de la campaña electoral. Por lo que nos cuenta nuestra fuente principal sobre el tema, el commentariolum petitionis de Quinto Cicerón, resulta difícil imaginar a un individuo sobrellevando el peso y los requerimientos de la disputa para lograr el apoyo de la ciudadanía sin una organización política detrás. Por empezar, Quinto se nos presenta como el verdadero planificador y organizador de la campaña electoral de su hermano Marco Tulio (Suárez Piñeiro, 2003: 87). En su opinión, el candidato debía contar con un nomeclator: un personaje que acompañaba continuamente al político, como una especie de consejero permanente y fuente de información que recordaba al candidato los nombres de las personas que saluda en su baño de masas. Además, un individuo en campaña debía mostrar apoyo social rodeándose de numerosos seguidores, que conformarán un auténtico séquito. Veamos un pasaje del texto al que uniremos elementos íntimamente relacionados:

“Ya que he dicho lo bastante sobre la trabazón de amistades, debo hablar de esa otra parte de la campaña que trata de la mentalidad popular. Ésta exige conocimiento de los nombres, halago, frecuentación, generosidad, renombre popular, expectativa política.

Primero, procura que se vea bien cuanto haces para conocer a cada uno y esfuérzate por que cada día salga mejor. Nada me parece tan popular y grato. Luego, lo que por naturaleza no tienes, decídete a simularlo de modo que parezca natural. Así, no te falta la afabilidad que es condigna al hombre bondadoso y amable, pero el halado es imprescindible; el cual, si bien resulta depravado y perverso en la vida ordinaria, es empero preciso en una campaña. Cierto que es culpable cuando hace peor a quien se halaga, pero no es tan vituperable cuando lo hace más amigo; y, en verdad, un candidato necesita de ello. Su aspecto, su rostro y su discurso deben cambiar y acomodarse al pensamiento y sentir de cuantos aborde.

También la generosidad tiene amplio cometido. Se aplica a los allegados y, aunque no puede extenderse a la multitud, al ser alabada por los amigos agrada a ésta; se aplica a los banquetes, que debes procurar se organicen por ti y por tus amigos, al público en general y a cada tribu; también a tu quehacer, que has de dirigir a la generalidad y al común; y cuida de ser accesible noche y día; no solo a través de las puertas de tu casa, sino por tu rostro y tu aspecto, que es la puerta del alama: si muestran un ánimo recóndito y retraído, de poco vale abrir las puertas. Pues los hombres no quieren recibir promesas, sobre todo cuando solicitan a un candidato, sino recibirlas con liberalidad y honorablemente” (Quinto Cicerón, Commentariolum Petitionis, 11. 41-42; 44).[10]

El candidato debía estar atento cubrir dos frentes muy importantes. Por un lado, debía contar con un fuerte apoyo financiero para hacer frente a los múltiples gastos derivados de la lucha por el cargo. Y por otro lado, tenía que poder orientar la opinión pública a su favor,[11] tarea para la que necesitaba contar con susurratores, subrostrani y divisores en sus filas. Estos personajes, junto a otros como los apparitores, son los que Vanderbroeck (1987) engloba en el concepto de “intermediate leaders”: colaboradores de los grandes líderes políticos que le servían de vínculo con la plebe.

Aunque por su propia complejidad es difícil llegar a conocer de manera acabada la composición social y el funcionamiento de las estructuras políticas a las que nos venimos refiriendo, parece difícil soslayar que los hombres fuertes de la política tardorrepublicana dependían de un grupo de operadores, asesores y asistentes heterogéneos en lo referente a su extracción social,  con distintas funciones, ambiciones e intereses y, por lo tanto, distintos grados de compromiso y lealtad. Tal grupo, que aparece en las fuentes como consilium, era clave en la práctica política.

En el caso de César, contamos con importantes testimonios sobre su consilium, especialmente sobre sus principales operadores políticos: Balbo y Opio, una dupla que funcionaba como un valiosísimo brazo derecho cesariano en la complicada red de las relaciones personales (Canfora, 2007: 68). En este sentido, Cicerón en una carta a su amigo Ático cuenta que Balbo fue a verlo para negociar su apoyo a la legislación agraria de César, y luego agrega: “vino para asegurarme que César, para todas las cuestiones, se servirá de mi consejo y del de Pompeyo; y que hará todo lo posible para reconciliar a Craso con Pompeyo”.[12] Paradójicamente, casi no encontramos mencionados a Balbo y Opio en los commentarii de César. Allí aparecen mencionados los hombres de superficie de su organización política como Antonio, pero como todo verdadero jefe, César, tiende a no nombrar a sus verdaderos agentes, a no definir explícitamente su verdadero círculo. Otra cuestión paradojal a destacar, es que se nota más claramente el funcionamiento del “partido” cesariano como una típica estructura política cuando queda acéfalo,[13] es decir, luego del asesinato del dictador. A este respecto es muy ilustrativo el siguiente episodio que recupera Vanderbroeck (1987: 51) y citamos in extenso para apreciarlo en toda su dimensión:

“During the 50s [Balbo y Opio] they had created an efficient communication network between Rome and Caesar's headquarters in Gaul. They conducted Caesar's money flow to the right people in Rome and represented Caesar in politics. After Caesar's death, the organization they had set up remained in their hands. The contacts and channels they had at their disposal enabled them, among other things, to convert immovable into cash quickly, which gave Octavian the means to win the loyalty of large groups of veterans and plebeians and to organize splendid games. By putting themselves and their organization behind Octavian, Balbus and Oppius were able to launch him as Caesar's successor”.

El caso de los operadores políticos cesarianos Balbo y Opio, nos permite reflexionar sobre otra cuestión no del todo dimensionada por la tesis del individualismo competitivo: independientemente de las ambiciones, riquezas, contactos e influencia, no todos los nobiles estaban en condiciones de competir en los primeros planos del juego político. Esto se debe a que, como ya señalamos más arriba, una parte importante de la práctica política tardorrepublicana se hacía de cara a un populus que poseía cierta conciencia política –“autonomía ideológica” en términos de Morstein-Marx (2013)–, lo que le permitía reconocer sus intereses y quiénes podían defenderlos mejor (Pina Polo, 1997: 188). No todos los líderes políticos eran iguales a los ojos de la plebe. Para encabezar una estructura política y poder disputar las posiciones más prominentes de la política romana, era necesario contar con un capital simbólico que no todos tenían: credibilidad entre la plebs, es decir, lograr transmitir al pueblo la idea de que era su amigo (Yavetz, 1988: 76). Es plausible pensar que este fue el motivo por el cuál algunos hombres políticos resignaron ambiciones, prefirieron quedarse en un segundo plano e integrarse finalmente como operadores en el armado de estructuras políticas lideradas por un individuo que tuviera posibilidades de llegar a la cima de la espinosa y laberíntica política romana.    

III. Consideraciones finales

Como venimos sosteniendo a lo largo de este trabajo, el ritmo acelerado y la evidente complejidad de la política romana durante la República tardía hacen imposible aferrarse a un solo componente como clave para comprender el todo. Se hace necesario aplicar un modelo complejo en el que se tengan en cuenta al mismo tiempo diversos componentes de naturaleza muy diferente. Entendemos que la tesis del individualismo competitivo, que intentó desprenderse del lastre que suponía ver la práctica política como una mera lucha de facciones aristocráticas sustentada en relaciones rígidas, todavía nos deja muchas preguntas sin responder.

No podemos perder de vista la cantidad de demandas y conflictos que se imponían simultáneamente al individuo político. La política romana estaba llena de reclamos, ambiciones variadas y desafíos complejos, cuya naturaleza intrincada solo podía ser conjurada por liderazgos políticos que contaran con la contención y el apoyo de una estructura política. El líder político en Roma se vio obligado a recurrir a contactos elaborados, buscados y mantenidos asiduamente, en todos los niveles y de todos los colores, algunos bastante sórdidos. No era ni más ni menos que el centro de una intrincada red de variada complejidad, que lo apoyaba y le permitía participar en la  carrera hacia los primeros planos de la política romana, pero que también le exigía y lo condicionaba  (Tatum, 1999). Podemos decir que en la práctica política de la tardía república romana, sin el individuo no se puede, pero solo con el individuo no alcanza.

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Juan Pablo Castagno es profesor en Historia por la Universidad Nacional de Rosario. Doctorando en Historia por la misma Universidad. Integra el Centro de Estudios de Historia Europea (UNR). Docente de la cátedra de Historia de Europa I (UNR). Ha sido beneficiario del programa AVE (UNR) que le posibilitó acceder a una estancia de estudios avanzados en la Universidad de Zaragoza con el Dr. Francisco Pina Polo. Participó en distintos congresos en calidad de expositor. Se especializa en los estudios sobre la República Romana Tardía, fundamentalmente su línea de investigación hace eje en los conflictos sociales, los grupos subalternos y la dinámica política. 

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[1] Es lo que John North (1990: 278) ha denominado “the `frozen waste´ theory of Roman Politics”. Según este autor: “Its implication was that voting behavior in the assemblies could be regarded as completely divorced from the opinions, interests, and prejudices of the voters themselves. In form, the popular assemblies still existed, but at least by the second century B. C., when we begin to have some limited grasp of the social conditions within which it was operating, power had been wholly taken over by an all-powerful oligarchic elite. It is a paradox that much of this analysis derives from Ciceronian evidence about the social and political conventions of that time, although it is for the Ciceronian period that the position can be, and has been, most simple refuted. For earlier periods, where direct evidence is almost completely lacking, it is hard either to verify or to falsify any coherent hypothesis explanatory of political activity, as the unending arguments about noble factions show so clearly ” (North, 1990: 278).

[2] Vale destacar que dentro de la corriente prosopográfica existen marcados contrastes entre los que creen que los grupos de familia noble son alianzas rígidas, destinadas a sobrevivir a las sucesivas generaciones y aquellos que describen a estos grupos como aglomerados provisionales y mutables (Suárez Piñeiro, 2004: 20).

[3] En el 139 se introduce la lex Gabinia, que permite el voto secreto en asambleas electorales; en el 137, la lex Cassia, que lo establece en los procesos judiciales, y la lex Papiria del 131, en las asambleas legislativas.

[4] “sed unam rem vereor ne non probes: si enim fuissem, non solum regem sed etiam regnum de re publica sustulissem; et, si meus stilus ille fuisset, ut dicitur, mihi crede, non solum unum actum sed totam fabulam confecissem. quamquam si interfici Caesarem voluisse crimen est, vide, quaeso, Antoni, quid tibi futurum sit, quem et Narbone hoc consilium cum C. Trebonio cepisse notissimum est et ob eius consili societatem, cum interficeretur Caesar, tum te a Trebonio vidimus sevocari. ego autem—vide quam tecum agam non inimice—quod bene cogitasti aliquando, laudo; quod non indicasti, gratias ago; quod non fecisti, ignosco”. Traducción de Muñoz Jiménez (2006).

[5] “τέλος δέ, προελθόντος αὐτοῦ πρός τινα δίκην, ἔχων ὑφ᾽ αὑτῷ πλῆθος ἀνθρώπων ἀσελγείας καὶ ὀλιγωρίας μεστὸν αὐτὸς μὲν εἰς ἐπιφανῆ τόπον καταστὰς ἐρωτήματα τοιαῦτα προὔβαλλε: ‘τίς ἐστιν αὐτοκράτωρ ἀκόλαστος; τίς ἀνὴρ ἄνδρα ζητεῖ; τίς ἑνὶ δακτύλῳ κνᾶται τὴν κεφαλήν;’ οἱ δέ, ὥσπερ χορὸς εἰς ἀμοιβαῖα συγκεκροτημένος, ἐκείνου τὴν τήβεννον ἀνασείοντος ἐφ᾽ ἑκάστῳ μέγα βοῶντες ἀπεκρίναντο: ‘Πομπήϊος.’”. Traducción de Bergua Cavero, Bueno Morillo y Guzmán Hermida (2007).

[6] “ἠνία μὲν οὖν καί ταῦτα Πομπήϊον ἀήθη τοῦ κακῶς ἀκούειν ὄντα καί μάχης τοιαύτης ἄπειρον ἤχθετο δὲ μᾶλλον αἰσθανόμενος τήν βουλὴν ἐπιχαίρουσαν αὐτῷ προπηλακιζομένῳ καί διδόντι δίκην τῆς Κικέρωνος προδοσίας, ἐπεὶ δὲ καὶ πληγὰς ἐν ἀγορᾷ μέχρι τραυμάτων συνέβη γενέσθαι, καί Κλωδίου τις οἰκέτης παραδυόμενος ἐν ὄχλῳ διὰ τῶν περιεστώτων πρὸς τὸν Πομπήϊον ἠλέγχθη ξίφος ἔχειν, ταῦτα ποιούμενος πρόφασιν, ἄλλως δὲ τοῦ Κλωδίου τήν ἀσέλγειαν καί τὰς βλασφημίας δεδιώς, οὐκέτι προῆλθεν εἰς ἀγορὰν ὅσον ἐκεῖνος ἦρχε χρόνον, ἀλλ᾽ οἰκουρῶν διετέλει καὶ σκεπτόμενος μετὰ τῶν φίλων ὅπως ἂν ἐξακέσαιτο τῆς βουλῆς καί τῶν ἀρίστων τήν πρὸς αὐτὸν ὀργήν.” Traducción de Bergua Cavero, Bueno Morillo y Guzmán Hermida (2007).

[7] Sobre Clodio ver: Tatum (1999); Gruen (1966).

[8] Según Pina Polo (1997: 179): “Clodio no llegó a encabezar un auténtico movimiento social, pero es innegable que fue quien más se acercó a ello”.

[9] En las fuentes este tipo de alianzas son denominadas coitiones. Generalmente eran ententes electorales establecidas entre candidatos para eliminar a un adversario en común.

[10] “Quoniam de amicitiis constituendis satis dictum est, dicendum est de illa altera parte petitionis quae in populari ratione versatur. Ea desiderat nomenclationem, blanditiam, assiduitatem, benignitatem, rumorem, spem in re publica. Primum id quod facis, ut homines Noris, significa ut appareat, et auge ut cottidie melius fiat. Nihil mihi tam populare neque tam gratum videtur. Deinde id quod natura non habes induc[e] in animitum ita simulandum ese ut natura facere videare. Nam comitas tibi non deest, ea quae bono ac suavi homine digna est, sed opus est magnopere blanditia, quae etiam si vitiosa est et tarpis in cetera vita, tamen in petitione necesariast. Etenim cum deteriorem aliquem adsentando facit, tum improba est, cum amiciorem, non tam vituperanda, petitiori vero necessaria est, cuius et frons et vultus et sermo ad eorum quoscumque convenerit sensum et voluntatem commutandus et accommondandus est.

Benignitas autem late patet. [Et] est in re familiari, quae quamquam ad multitudinem pervenire non potest, tamen ab amicis laudatur, multitudine grata est; est in conviviis, quae fac et abs te et ab amicis tuits concelebrentur et passim et tributim; est etiam in opera, quam pervulga et communica, curaque ut aditus ad te diurni nocturnique pateant, neque solum foribus aedium tuarum sed etiam vultu ac fronte, quae est animi ianua; quae si significant voluntatem abditam esse ac retrusam, parui refert patere ostium. Homines enim non modo promitti sibi, praesertim quod a candidato petant, sed etiam large atque honorifice promitti volunt”. Traducción de Guillermo Fatás (1990).

[11] El rumor era una de las principales armas políticas para el manejo de la opinión pública. Sobre la utilización del rumor en la disputa política ver: Pina Polo (1997: 123-147).

[12] Cicerón, Epístolas a Ático, II. 3. 3-4. Traducción de Rodríguez Pantoja (1996).

[13] En un sentido amplio, el concepto de estructura política refiere a un grupo de personas que se organizan -se relacionan entre sí- con fines políticos (o detrás de una referencia política). Este grupo es socialmente heterogéneo y sus miembros tienen diversos roles, responsabilidades o cargos. También pueden coexistir intereses e ideas diferentes al interior de la organización y las motivaciones para la participación en la misma son múltiples (afinidad ideológica, intereses económicos, ambiciones políticas, cuestiones identitarias, fidelidades personales, etc.). Finalmente, es importante agregar que no son simples agrupaciones ad hoc: tienen una cierta trayectoria y continuidad en el tiempo. Pero tampoco son estructuras estáticas y cerradas, sino que permiten movimientos y reconfiguraciones en su interior.  

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