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Pasado Abierto - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto - ISSN 2451-6961 (en línea)

Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº9. Mar del Plata. Enero-junio 2019.

ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto

                                                                                       

Entrevista a Anaclet Pons:

“… el mundo digital desordena todo el mundo anterior, lo desordena todo: el mundo de la historia, el mundo del archivo, el mundo de la política, el mundo del periodismo, lo desordena todo.”

                                                                                                              Miguel Taroncher

Centro de Estudios Históricos, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina

migueltaroncher@gmail.com

Recibido:        17/06/2019

Aceptado:        19/06/2019

Resumen

En la presente entrevista Anaclet Pons, historiador especialista en historia social, cultural e historiografía, desarrolla en profundidad su actual línea de investigación: las humanidades digitales y el impacto y transformaciones epistémicas que la Revolución Digital supone a la investigación y al status del “Oficio del historiador”.

Palabras clave: internet e historia, archivos y documentos digitales, revolución digital.

Interview with Anaclet Pons

Abstract

In this interview to the historian Anaclet Pons, specialist in social and cultural history and in historiography, he develops depthly his current research: the digital humanities and the impacts and epistemic transformations in the discipline that suppose the Digital Revolution, and its impact in the historian job.

Keywords: internet and history, records and digital documents, digital revolution

Entrevista a Anaclet Pons:

“… el mundo digital desordena todo el mundo anterior, lo desordena todo: el mundo de la historia, el mundo del archivo, el mundo de la política, el mundo del periodismo, lo desordena todo.”

Presentación

Anaclet Pons (Valencia, 1959) es especialista en historia social, Licenciado y Doctor por el Departamento de Historia Contemporánea de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Valencia, del cual, -fusionado con el Departamento de Historia Moderna desde mayo de 2016-, es Director y en el que como profesor catedrático dicta cursos de grado y posgrado. En su tesis doctoral, “La desamortització i els seus beneficiaris a les comarques centrals del País Valencià: un procés de canvi de propietat (1855-1867)”, investigó el proceso de desamortización en la Valencia de mediados del siglo XIX asociado a la emergencia de nuevos actores sociales y de un mercado.

Junto con su colega Justo Serna han publicado artículos y libros sobre la burguesía valenciana al mismo tiempo que desarrollaron investigaciones en el ámbito de la historiografía analizando la historia cultural, conceptual y la microhistoria. Entre sus obras podemos destacar La propietat a subhasta. La desamortització i els seus beneficiaris: inversió i mercat (València, 1855-1867) (1991), La ciudad extensa (1992), Cómo se escribe la microhistoria (2000), Diario de un burgués (2006), Los triunfos del burgués (2011), La historia cultural (2013) y en febrero de este año Microhistoria. Las narraciones de Carlo Ginzburg. Ambos son responsables de la traducción y edición de obras de Gramsci, Ginzburg, Natalie Zemon Davis, Antoine Prost, Keith Tomas y Giulana Gemeli. Su libro, El desorden digital. Guía para historiadores y humanistas, editado en 2013 por siglo XXI de España, registró un importante impacto en el mundo académico iberoamericano.

En el mes de febrero de 2019, durante una estancia académica en la Universidad de Valencia, le realizamos una entrevista sobre los aspectos más relevantes de su actual línea de investigación que se centra en la influencia de la revolución digital en el ámbito de las humanidades. Así, desarrolla específicamente su impacto en las conexiones y contenidos entre memoria, historia, archivos y los desafíos que las herramientas digitales le suponen a “El oficio del historiador”. Interviene activamente en el ámbito de investigación y debate académico, en revistas especializadas y, desde el año 2006, a través de su blog (Clionauta).

Miguel Taroncher (en adelante MT) Anaclet, ¿Cuándo comenzaste a interesarte por los temas de internet en relación con los historiadores? ¿Si se postula un “desorden digital”, podemos presuponer previo un “orden digital”? 

Anaclet Pons (en adelante AP): No, no es que haya un “orden digital” y luego un “desorden digital”. Lo que ocurre es que el mundo digital desordena, digamos, los elementos que había anteriormente. Mi interés por este mundo es una cosa bastante circunstancial y personal. Yo ocupaba un cargo administrativo en la Universidad como “Cap del Servei de Normalització Lingüística” de la Universidad de Valencia. Fue en ese momento que comenzaban a aparecer las páginas web, trabajamos entonces con una cosa que se llamaba gofer y dimos el paso a la Web. No había nadie allí que supiera hacer una página Web o mantenerla. Había muy poca gente y no suficiente para que toda la universidad se pusiera al día.

Entonces, como no teníamos a nadie en el Servicio, ni nadie que nos los pudiera hacer, me contacté con una persona que sabía y a través de esta persona aprendí a diseñar con un editor. A partir de ahí empecé a interesarme y, por eso, empezaron a aparecer los primeros listados de recursos. Entonces como en castellano no había y aquí tampoco (sólo estaban en las grandes bibliotecas universitarias americanas y algunas personas en particular), pensé en hacer una web recopilatoria de recursos. Luego, relacionándome con gente de fuera hice una [página] sobre revistas manteniendo ciertos contactos con una persona ya desaparecida de la George Mason University (Grupo del Centro de Historia y Media de esa Universidad, que habían creado una aplicación nueva llamada Zotero en la cual participé en la primera versión traduciéndola al castellano). En fin, a partir de ahí me di cuenta de que en castellano no existía mucha información ni libros sobre el particular. Lo que existía provenía más bien, o casi exclusivamente, del ámbito de la filología. Por ello, era conveniente hacer algo desde el punto de vista de la historia con una perspectiva general que pudiera interesar no sólo a los historiadores. Éste fue el recorrido un poco apresurado que me llevó a eso.

MT: ¿El concepto de “humanidades digitales” está más vinculado al mundo anglosajón que al español?

AP: El concepto ha variado, también los nombres. Hoy en día se habla de “humanidades digitales” pero antes se hablaba de otras maneras: “informática humanística”. Eso proviene de la filología y de los lazos que ésta estableció con la informática para tratar grandes volúmenes de textos y ese fue el origen. Ese origen marca quizás un poco el reparo de algunos historiadores, incluso de algunos filólogos, por la mirada que eso supone aplicar y marca también los debates que se han generado dentro de las humanidades digitales. De hecho, algunos historiadores intentan desmarcarse de esa “etiqueta” precisamente porque creen que en historia los rasgos de lo digital no son exactamente los mismos porque en las “humanidades digitales” lo que predomina es el texto. Son las bases de datos, pero textuales casi siempre.

El origen fue digamos un sacerdote que estudiaba las concordancias en Santo Tomás de Aquino y sus autores conexos y que para trabajar sobre ese material que era inasequible para él pues tuvo que conectar con IBM y ahí es donde nace esa conexión entre la informática y las humanidades. En principio, entre todos los nombres se llamaba “informática humanística”. Y ese es un poco, apresuradamente, el origen del campo que hoy en día, desde luego, es muy anglosajón, pero no sólo anglosajón ya que se ha extendido por doquier.

MT: ¿En qué consistiría esta visión divergente teniendo en cuenta que el texto también es nuestro fuerte? 

AP: Nosotros trabajamos con textos, pero con una mirada distinta. Ellos trabajan con textos con una mirada se podría decir más cuantitativa. Por ejemplo, el caso del padre Busa las Concordancias: ¿Qué va después de la palabra tal? Seguir miles de páginas de texto buscando qué cosas van detrás de determinada palabra y para saber qué significa exactamente esa palabra y cómo varía, pues eso una persona no lo puede hacer. Necesita un equipo muy grande o tratamiento digital. Los historiadores son reacios a eso porque venimos de una época de crítica al cuantitativismo. Entonces, los historiadores piensan en su capacidad interpretativa para un texto en particular, o para un grupo de textos particulares, y buscan otro tipo de beneficio de las herramientas digitales: por ejemplo, el “alimento espacial” lo que se llama la “cartografía digital” o el mapeado. Todo este tipo de cosas es algo que determinado grupo de historiadores ve más productivo o fructífero, lo cual no quiere decir que no haya aquellos que utilicen la “minería de textos” y que produzcan resultados muy significativos, o al menos resultados que permiten modificar algunas de las tesis que se habían mantenido a partir de esos mismos textos con otro tipo de miradas. Si el tratamiento de los textos, desde un punto de vista cuantitativo, permite modificarlos eso significa que tiene algún valor, no absoluto sino dentro del conjunto de miradas que se pueden aplicar a esos textos como complemento.

MT: ¿Cómo influye la digitalización de los archivos en “El oficio del historiador”?

AP: Hay dos, por decirlo de una mirada simple: primero hay que partir del hecho de que el archivo es un “fetiche” para el historiador. Cuando uno, por ejemplo, trabaja sobre historiografía como yo, lo nota. Un historiador es alguien que va al archivo, quiero decir que estudiar cuestiones historiográficas parece una cosa de segunda categoría porque es reflexionar sobre lo que hacen los que van al archivo. Entonces el archivo es un fetiche, inclusive “sexualizado”. Si tú lees a los clásicos del siglo XIX, está sexualizado, hay muchas cosas relativas al archivo, ese archivo implica siempre un contacto, que es un contacto físico y el historiador siempre relata de un modo casi mitológico casi romántico, el tacto, el polvo, están sexuados. Incluso los grandes historiadores hablan de “aquí yo engendraré…”.

Ese contacto está en trance de desaparecer. Esa desaparición tiene muchos efectos, pero tiene dos: uno que el contacto se pierde, el fetiche se pierde y, en segundo lugar, todo un rito de paso iniciático del historiador que consiste en visitar largo tiempo los archivos, ese contacto que implica el contacto y hacer relaciones con otros que están visitando el archivo, todo lo que implica conocimiento del lugar porque está mucho tiempo allí. Todo eso, lo que no te interesa, pero ves, todo eso se pierde. El contexto ese se pierde porque ya no existe la necesidad de ir. De hecho, eso se ve en cómo se han construido los archivos antes y ahora. El archivo estaba construido con grandes escalinatas, grandes columnas, armarios con llave, a veces con rejas, etc. con una persona que tenía el control que era el archivero que te dejaba esto o no te lo dejaba o que no te decía lo que había. Hoy en día, en la medida que buena parte de los fondos se digitalizan, eso ya no es necesario, tú accedes directamente, y accedes a una representación de otra representación. Y ese archivo al que tu accedes ya no está en un “contexto de archivo” sino está en el contexto de tu trabajo, de tu archivo, que consta de muchas visitas a muchos lugares distintos, entonces eso cambia la relación del historiador con el archivo.

De hecho, a medida que se digitaliza el archivo ya no tiene columnas, grandes escaleras ni son grandes edificios, ni es el lugar del “patrimonio nacional”. En general, está en un sótano con máquinas en la mayoría de las ocasiones, es como estas grandes bibliotecas que se están creando ahora en Estados Unidos, en Asia, donde no hay libros. Son bibliotecas preciosas, pero no hay libros. Hay una excelente conexión wi-fi y las máquinas están abajo y contienen todos los documentos digitalizados, pues tú vas y te conectas. Pero el libro no está, no hay libros, hay varias bibliotecas nuevas de este tipo. Eso, por una parte, el hecho de que el archivo clásico se haya transformado. Pero, por otra parte, hay un elemento que afecta sobre todo a los historiadores de la época contemporánea y es que a estos historiadores cada vez sólo se interesan por lo más presente.

Aquí en España, por ejemplo, leer está cada vez más abandonado, sólo interesa el siglo XX y, en general, por cuestiones de otro tipo de memoria, víctimas, etc. lo más reciente. Lo más reciente es digital y éste es otro problema del historiador. El historiador no es consciente que tiene que tratar. Tú no puedes tratar ninguno de los países actualmente sin tener en cuenta que los medios son digitales, el lenguaje es digital, los archivos son digitales. Incluso aunque tú me digas que hay un informe que está guardado en un archivo físico y se puede consular, ese informe se generó digitalmente y eso ha cambiado. Eso cambia sustancialmente un documento general porque el documento que tú ves no es el documento original. Cuando tú vas a un archivo y ves y tocas un documento del siglo XIX ese es un documento original. Ese que ahora ves no es original, es el fruto de una impresión. Se ha impreso, pero no es un original y eso es otro cambio sustancial. Los archivos están mudando, eso cualquier archivero que le preguntes te contará sus dificultades para archivar el presente, por ejemplo, una campaña electoral. ¿Cómo archivo una campaña electoral? Que se produce casi toda en Twitter, en Facebook, en Instagram. Antes era en papel con cartelería, con programas. Entonces, ¿cómo archivas eso? ¿Qué está cambiando? ¿Qué impacto no tuvo hoy en día lo digital sobre el mundo político? ¿Qué impacto no tuvo lo que se publicó sobre el Wikileaks y todas estas cosas? Y eso es digital. Todo es digital. Aunque pueda materializarse, el origen no es material, es inmaterial y eso es otro mundo.

MT: ¿Qué desafíos nos supone a los historiadores, formados en la antigua escuela, esta transición, esta actualidad?

AP: Es un desafío por el hecho de que el lenguaje ha cambiado y muchos de los historiadores, la mayoría creen que todavía viven en el mundo impreso y eso no es así. Es un poco raro que los periodistas se sientan perjudicados por el cambio digital. La prensa está en crisis por el mundo digital. Las profesiones, en general, están en crisis, o se han tenido que reconvertir por el mundo digital. En cambio, los historiadores parecen que no han sido afectados, continúan trabajando de la misma manera. Uno no se da cuenta de que el lenguaje de la sociedad en la que vives ha cambiado. Y si tú quieres entender la sociedad en la que vives tienes que entender su lenguaje. No puedes comprender el lenguaje de una sociedad con el lenguaje de otra anterior y es curioso porque los historiadores solemos decir que somos muy perceptivos respecto al cambio, que entendemos el cambio porque estudiamos el cambio en el pasado. Y el cambio que tenemos delante parece que no lo entendemos.

Es como si uno estudiara el siglo XIX y no entendiera cómo cambió la sociedad como consecuencia de la Revolución Industrial, o que no entendiera cómo cambió la sociedad como consecuencia de la Revolución Francesa, o cómo cambió la sociedad como consecuencia de la aparición de la imprenta. Y son todos cambios radicales que supuso cambias radicales. En cambio, ahora hay una revolución tecnológica y está afectando a tu forma de trabajar, ¿Es que acaso tú crees que el trabajo es igual cuando escribes con una pluma, que cuando escribes con una máquina de escribir de las antiguas, que cuando escribes con un office? ¿Es que acaso el office no te modifica lo que escribes? Incluso te da posibilidades múltiples y es todo un aparato de estímulos: has cometido un error, esta sintaxis no está bien, puede insertar una imagen... Eso modifica la forma de escribir.

MT: ¿Porque hemos pasado de lo sucesivo a lo simultáneo?

AP: Hemos pasado a muchas cosas distintas. Entonces, yo creo que los historiadores todavía viven la mayoría en el mundo de la imprenta. ¿Cuál es el problema en el fondo? El problema es que uno necesita “alfabetizarse” porque el lenguaje cambia, la alfabetización cambia y tú no estás preparado. Yo siempre pongo un ejemplo: cuando una persona entra en una librería, una persona que tiene un nivel académico (sobre todo si es de Humanidades) puede descifrar toda la liberaría porque sólo viendo las colecciones, las portadas, los colores ya sabe si ese libro es de una buena colección o no, si esa editorial es buena o no. Hay una serie de signos que puede descifrar. Pero, a esa misma librería entra una persona que viene del campo y que no ha tenido una formación académica, y es incapaz de descifrar nada de libros. La capacidad de descifrado que tiene el académico ha significado años. ¿Tú qué crees, que puedes entender el mundo digital de un día para el otro? No ¿Hacemos el esfuerzo de entenderlo? No, porque creemos que no nos acepta. Sí lo hace de muchísimas maneras, acepta a cualquier ciudadano y nos acepta a nosotros. Nosotros además como historiadores al menos tenemos una cosa muy clara, o deberíamos tenerla: venimos de la era de la escasez donde tú tenías poco y lo releías muchas veces, tenías una biblioteca a tu alcance y tenía los libros que tenía y esos eran los libros que leías una y otra vez para revisar y comprobar. Ahora estamos en la época de la abundancia, hay miles y millones de documentos es que no te los acabas.

MT: ¿Cómo afectan las magnitudes de la información disponible a partir de la “Revolución Digital”?

AP: Antes había mucho, pero ahora hay muchísimo más porque se ha facilitado la capacidad de difusión que eso antes no existía. La cantidad, por ejemplo, de revistas, cuántas revistas digitales hay. Antes había muchas revistas y es que ahora hay muchísimas. Hay tanto que tienes que sacrificar lo intenso por lo extenso. En favor de lo extenso. No puedes. Ahí viene la queja de que el mundo digital nos está volviendo tontos porque no somos capaces de concentrarnos ni de leer una cosa en profundidad. Parte de eso es cierto, pero lo a otra parte es que yo no puedo, porque cuando me planteo un tema y busco, mi forma de buscar ahora es distinta, hay tanto, y es tanto a lo que no puedo acceder porque es pago, que yo no puedo leerlo todo. No puedo, es imposible. Entonces tengo que escoger la manera en la que leo poco a poco y con mucha frustración porque cuando no tienes acceso pasan dos cosas: una que hay mucho y no puedo llegar a todo; y otra que ves cosas de las que sólo tienes el título porque no puedes acceder a ellas y, como sólo tienes el título y el resumen y el resumen siempre muy bonito, te da la impresión de que ahí hay algo a lo que no puedes llegar y que ese algo te beneficiaría enormemente. Luego, cuando lo lees te das cuenta de que no.

La mayor parte de las ocasiones, pero sólo el hecho de que no poder acceder de que ese libro está en una biblioteca no sé dónde y no puedes tenerlo, esa revista es de pago, vale mucho dinero y no vas a tener acceso. Pero hay un artículo que parece ser la clave para tu trabajo. Eso genera frustración. Pero bueno, la cantidad de información es ingente y eso cambia. De ahí que las humanidades digitales tengan tanto éxito para tratar esa abundancia de información. Tienes que aprender a trabajar con la abundancia. El problema de Internet y de los buscadores es que, al no estar alfabetizado, pero ni de lo mínimo hay mucha gente que no sabe buscar. Eso sería como si tú fueras a la biblioteca y no supieras utilizar el sistema de fichas. Y simplemente miraras a ver dónde, Google es una herramienta y tiene sus códigos. Tienes que saber qué, cómo y dónde buscar. Y cómo discriminar los resultados. Es como esa gran librería a la que tú entrabas y podías descifrar. Ahora esa librería no la puedes descifrar porque no tienes los conocimientos para hacerlo. Y esa ley de vida digital es mucho más grande que la otra y mucho más importante que la otra.

Yo no recuerdo quién era ahora, pero creo que era un editor de Cambridge u Oxford, decía que el 90% de las investigaciones que les llegan de historia empiezan con una búsqueda en Google. Lo primero que uno hace es buscar en Google, pero sin saber buscar.

MT: ¿Esta nueva instancia cómo afecta a la calidad y al oficio de historiador?

AP: Eso se verá. Depende de tu objeto, pero, desde luego, para aquellos que trabajan con las épocas más recientes, claro que afecta, porque la mayor parte de la documentación, por no decir la totalidad, es digital. Hoy en día, tú no puedes tratar las primaveras árabes sino no conoces el funcionamiento de las redes sociales. Y lo primero que te preguntaras es cómo analizo yo el impacto de esas redes sociales. ¿Y cómo se difundieron esos tweets?, hay que saber dónde están. No están en un archivo normal. Antes cuando tú tenías un objeto concreto sabías en qué archivo estaba o en qué archivo buscar. Ahora no lo sabes porque no estás “alfabetizado”.

MT: ¿Qué problemáticas nos presentan los archivos digitales?

AP: Antes el archivo era único: el archivo nacional. Hoy en día compite con millones de archivos, cada persona tiene un archivo, cada persona tiene su memoria, pero aparte de eso hay grupos que crean archivos y esos archivos son distintos del archivo monumental, son otra cosa. Incluso ese archivo monumental si está digitalizado forma parte de otros archivos porque hay gente que incorpora parte de ese archivo a otros para, por ejemplo, hacer un archivo sobre género o sobre determinadas razas o grupos. Y ese archivo no es físico, está en otro sitio. Se crean archivos de víctimas de participantes en las guerras, desde gente que conserva cartas de cualquier conflicto, se crean archivos de muchas personas: archivos digitales. Y esos archivos, al margen de los grandes archivos. Claro, para las épocas remotas el archivo que hay es el que hay, no se agregan nuevos, pero para la época contemporánea eso crece continuamente. Los nuevos archivos y son archivos digitales. Porque hay una tendencia a digitalizar aquello que, es más, digamos, más señalado. Lo que da más lustre a un Estado que hace un proyecto de digitalización y digitaliza lo mejor. La campaña más señalada o aquella parte relativa a una efeméride o a algún otro aspecto señalado porque eso tiene otra vertiente y es que cuesta mucho dinero. Entonces, digitaliza más quien más dinero tiene o quien más quiere difundir sus fondos. En Europa se digitaliza y Europa se alía con diversos grupos para digitalizar, pero siempre tienen, pues, un objeto en concreto.

Los científicos europeos, la Guerra de 1914, y entonces ahí se suma un grupo y digitalizan, con fondos europeos o no, para ese objeto en concreto pero claro todo no se puede digitalizar porque tiene un coste elevadísimo. Pero hay, digamos, proyectos avanzados de digitalización en todos los países del mundo prácticamente.

MT: ¿Esta nueva etapa de generación de archivos digitales puede ser considerada más “pluralista” donde el Estado tiene mucha menos participación en la decisión y en los criterios que en los “archivos nacionales”?

AP: Sí, es más pluralista pero el término “pluralista” puede tener muchos significados. Sin dudas, el poder del Estado clásico y el control que ejercía el Estado sobre lo qué es el depósito de la memoria nacional. Hoy en día ya no funciona igual, cuando tú estás en la Argentina y twiteas o entras en Facebook (te gusta algo), no es Argentina, puedes estar twiteando algo de Australia, Inglaterra o en España. Entonces ¿Ese archivo de Twitter es un archivo nacional? No, no lo es. Es que el individuo está conectado y no son conexiones nacionales. El archivo se creó como custodia, depósito y control de la memoria nacional, de las grandes gestas nacionales y de otras cosas. Para documentar algo, casi siempre el poder o los actos del poder.

Hoy en día hay archivos que documentan muchas cosas. “Documentan” pero ya no se documenta igual, porque ese proceso de documentar algo estaba mediado por alguien que lo acreditaba: el archivero. Pero, hoy en día muchos archivos que se generan no están “acreditados”: No hay un archivero que acredite eso. Los puede generar un grupo concreto, imagínate un grupo de emigrantes pakistaníes en Londres y crean un archivo: la memoria oral del exilio o de la migración. Y es un archivo que hacen entre ellos con ayuda de algún académico y graban horas de video y de sonido sobre sus experiencias. Eso no tiene el mismo carácter que el archivo tradicional primero, porque no es de un Estado; segundo porque no hay alguien que lo controle hasta el extremo, que dé fe que todo está acreditado. Entonces, lo que ocurre es que el mundo digital desordena todo el mundo anterior, lo desordena todo: el mundo de la historia, el mundo del archivo, el mundo de la política, el mundo del periodismo, lo desordena todo.

MT: ¿Cuáles serían las características de este nuevo orden digital?

AP: Se está intentando estudiar por muchos filósofos, pensadores de los media. Yo no soy un filósofo, ni un pensador ni un filósofo de los media como para decir cuál es el orden. Yo veo algunos rasgos, pero no puedo saber cuál será el nuevo orden. Ese orden tiene una serie de características, entre ellas una de las más importantes es la desmaterialización, a lo que nos afecta a nosotros, y en cuanto se desmaterializa, pues eso tiene muchísimos efectos en todos los sentidos: en los discursos. El hecho mismo de que tú puedas distinguir físicamente una guía telefónica de un libro y de una revista. Cuando eso está dentro de la pantalla no lo puedes distinguir, todo eso no es material y todo eso está construido igual: son bits, ceros y unos. No hay ninguna diferencia entre un libro y una guía telefónica. De hecho, tú puedes tener en la misma pantalla el libro y después la guía, y lo estás leyendo igual, no hay ninguna diferencia. No los usas igual, no los tocas igual, es distinto. La desmaterialización es el elemento central, y la conexión (ese individuo conectado). Y eso tiene efectos también cognitivos, psicológicos, etc. Cualquiera sabe lo que significaba antes ir con un coche con la familia y desplegar un mapa de dos metros en el capot para encontrar algo y lo que significa hoy ir con un móvil y que te diga dónde tienes que ir.

Me sorprende cuando alguien dice que no utiliza móvil, o la tecnología digital. Es como si alguien dijera “Yo cuando viajo cojo mi mapa de dos metros”. Y no veo a nadie con el papel de dos metros desplegados en el capot. En cambio, hay gente que todavía dice y se defiende diciendo que el mundo digital no los toca. No es cuestión de que lo toques o no: es el mundo que te ha tocado vivir, es que no hay otro, entonces tienes que comprenderlo. No hacer como la tortuga, me meto en el caparazón y ya está, no lo sé, no lo entiendo muy bien, porque es cómo no querer vivir en la época que te ha tocado. Es como si tú en lugar del coche digas no, oiga yo a caballo como medio de transporte. Pero bueno el mundo es lo que es.

MT: En tu artículo “El pasado fue analógico, el futuro es digital…” planteas los desafíos de las nuevas formas de escritura…[1]

AP: El texto era un poco para mostrar eso, para decirle a los historiadores: - Mire usted esto no puede continuar así, usted no puede desconocer las nuevas formas de escritura, uno no puede desconocer que eso está ahí y que se puede usar y que es el lenguaje de la ciudad que te ha tocado. No podemos continuar escribiendo nuestros textos como si viviéramos a principios del siglo XX, sólo publicando en libros o en papel. Y sólo leyéndolos de esa manera, y sólo utilizando los recursos clásicos. Y entonces en el texto yo mostraba determinados textos, artículos o libros escritos o pensados desde la perspectiva digital y cómo esos libros modificaban la compresión del pasado al usar las herramientas digitales. Hay otros muchos libros que no los modifican, pero esos la modificaban.

Uno de los ejemplos, por poner un caso, eran los trabajos que se habían hecho sobre archivo de la ciudad tipográfica de Neuchâtel (Suiza), que es la base de toda la obra producida por Robert Darnton. Un par de estudiosos, historiadores académicos utilizaron la digitalización de ese archivo. Al digitalizarlo y tratarlo con las herramientas informáticas el resultado no era lo que había dicho Darnton. Si eso es así, uno puede decir la pericia interpretativa de Darnton era excelente, pero no pudo entenderlo porque no disponía de todas las herramientas adecuadas. Entonces, si yo hago una lectura con las herramientas digitales el resultado es distinto.

Ponía otro caso, del estudio de la esclavitud en Jamaica, ponía varios, cómo el estudio de las revueltas antiesclavistas. Los esclavos en Jamaica en el siglo XVIII, siempre se había estudiado a partir de los informes oficiales que generaba el poder. Y este historiador (Vincent Brown) quería verlo desde la perspectiva del esclavo. Y la única manera que encontró fue digitalizando el archivo, los archivos, y cartografiando el recorrido de los esclavos. Es decir, mostrándola espacialmente y eso se sacaba de ese volumen inmenso de documentación, viendo sus distintos movimientos, como resistentes y revolucionarios. Y eso permitía dar sentido a su marcha, ver las cosas de otro modo. Pero para eso hay que trabajar con muchos documentos. Y cuando uno trabaja con tantos documentos no puede hacerlo de una manera intensa. El ordenador le permitió verlo de otra manera. Ponía esos ejemplos, pero hay muchos más. Hay algunos sobre periódicos, sobre lo que publicaban los periódicos en América. La mayor parte de estos ejemplos son norteamericanos porque en Europa hay poco y lo mismo en América Latina.

MT: ¿Cuáles son las problemáticas y aportes de las herramientas digitales?

AP: Es que es mucho más caro, ahí hay un problema económico, abre otras perspectivas que no son sustitutorias sino complementarias. Es como si tú dijeras no puedo comprender al mundo si no es desde una perspectiva microanalítica o macroanalítica. Usted necesita todas y entre todos comprenderemos mejor una época, una persona o el pasado. Las herramientas digitales ayudan a comprender mejor determinadas cosas. A veces no, a veces sí. Igual que cuando aplicas una mirada micro o macro, a veces no sirve, y otras sí que sirve, no siempre se obtienen resultados, pero hay que probar. Y en muchos casos dicen cosas que lo otro no decía. Y, sobre todo, esas herramientas permiten plantear preguntas que lo anterior no podía hacerse porque no contabas con la posibilidad de manejar tal volumen de información. Cuando tú manejas tal volumen de información tus preguntas pueden variar, y como varían las preguntas pueden variar las respuestas. Y eso, para épocas donde se está digitalizando, como en Estados Unidos que digitalizan tanto, allí trabajan mucho. Pero aquí y allá, en las épocas más recientes, que todo es digital ¿Se puede hacer? Para hacerlo debes conocer el lenguaje. Como no lo conocemos, no lo hacemos.

MT: El mismo desafío que en cierto momento plantearon las fuentes visuales, estamos acostumbrados a los textos escritos y no a ver a la imagen como un texto.

AP: La fotografía o la imagen en general tenía menos complicaciones. Hoy en día tiene más porque para trabajar necesitas aplicaciones, software. Tienes que conocer cómo funciona el software. Y eso es difícil, no es fácil, porque implica una alfabetización que para la imagen y el sonido mínimamente tú podías estar preparado con tus estudios universitarios, mínimamente. Pero nadie, en ninguna carrera de historia se le prepara al estudiante que quiere investigar sobre ese software, sobre ese lenguaje. Se le enseña lo mismo que se le hubiera enseñado hace cincuenta años. O lo mismo que se le hubiera enseñado hace cien años. Y cuando estudias sobre qué es la historia, se le vuelve a hacer leer los mismos libros desde el siglo XIX: se vuelve a la Escuela Historicista, la Escuela Positivista, Metódica, Annales, pero bien. Eso está bien. Pero ¿y lo que tenemos delante? Está bien saber la genealogía, pero siempre que lleguemos a lo que tenemos que llegar, pero es que nunca llegamos, siempre nos quedamos antes. Entonces se le habla del archivo, ¿pero de qué archivo? Del archivo que existía antes, pero ahora ya no existe y te das cuenta luego de que tú le habas del archivo, de los legajos, de las carpetas y el estudiante que hace un trabajo de fin de máster o de fin de grado utiliza el archivo que es internet. Busca algo en internet que le sea fácil y cómodo para hacer su trabajo.

MT: ¿Cómo influye la “Revolución Digital” en las investigaciones y en el modus operandi de las ciencias sociales?

AP: De la misma manera en que antes tú para hacer una investigación sobre un archivo físico buscabas el archivo más aceptable: el que había en tu pueblo, o en tu provincia o como mucho en tu Estado. Y si había un archivo cercano procurabas ir a ese y no te ibas a un archivo de Norteamérica, Inglaterra o Francia porque era muy costoso. Entonces ahora ¿qué es lo más cómodo? Me siento en mi silla, me interesa un trabajo o un objeto, busco en internet veo que hay material y a partir de ahí eso es su archivo, pero no lo has preparado para ese archivo. No lo has preparado porque tampoco estás preparado porque tú continúas mirando como si la profesión histórica no hubiera cambiado. La profesión histórica como cualquier otra profesión ha cambiado.

        Yo recuerdo un compañero periodista (corresponsal externo ya jubilado) que me decía: –en mis tiempos me enviaban a África por un conflicto, cogía el avión y me leía unos libros mientras me preparaba, hacía el viaje y llegaba allí habiendo leído tal. Hoy en día, es que no viajo porque lo miro por internet, hablo por teléfono con aquella gente y hago un artículo. Y si tengo que ir, es mucho más rápido, miro la Wikipedia, cuatro cosas, todo por internet. Me llevo mi ordenador y una buena conexión.

        Todas las profesiones se han visto modificadas, la profesión histórica también. Lo que pasa es que queda mucho mejor esa idea romántica de la historia, que es la que solemos vender e incluso nos aplicamos a nosotros mismos. “Es que lo mío es vocación”, es una profesión que tendrá más o menos vocación, pero eso a mí no me interesa, me interesa cómo ejerce su profesión, no si usted:

-Soy médico vocacional.

-Usted tendrá mucha vocación, pero si va matando a los pacientes…

Su vocación no me interesa, me interesa que sea un buen profesional. La cosa romántica está bien, pero no lleva muy lejos.

MT: Si tenemos en cuenta la conformación de los nuevos archivos, generados por la sociedad civil, ya emancipados del papel y de las tradicionales técnicas de verificación y autenticidad ¿Qué los sustituiría? 

AP: Eso es un elemento o un aspecto que sobre todo están trabajando los archiveros. Hoy en día quien más trabaja y quien más se preocupa de ello son los archiveros. El problema para el historiador es que cuando trabaja con este tipo de informaciones está en un terreno pantanoso o de arenas movedizas porque no ha habido nadie que lo haya acreditado. El trabajo del archivero es esa acreditación, que cuando yo cite algo sepa que ese algo existe en algún lugar determinado y bajo la forma que sea y que hay alguien que ha acreditado que eso es cierto. Y que yo me puedo referir a ello y que cuando yo cite eso en un libro y establezca una relación el que lee si quisiera puede ir y verlo. Yo cito un documento, el lector puede ir y verlo. Si cito una imagen, puede ir y verla. Eso testifica y testimonia que yo lo uso correctamente. ¿Qué pasa hoy en día? Eso no existe, igual que les pasa a muchos periodistas o a muchas televisiones que han enviado un corresponsal y antes de que éste llegue alguien de allí ya ha enviado con su móvil una imagen de lo que ocurría y esa imagen se ha hecho viral y todo el mundo la está viendo. Entonces ya no tiene mucho sentido que el corresponsal llegue al lugar, excepto si no es para hacer el rato y decir estoy aquí, créanme. No estoy en Madrid, ni en Buenos Aires.

Todo ese mundo de información que circula de una manera rapidísima, y no se alberga en ningún lugar concreto, no está acreditada, es de difícil manejo para los historiadores porque no es el mismo tipo de archivo. Sobre todo, los historiadores de la época más reciente y eso genera muchísimos problemas por eso los archiveros son los que más están insistiendo en cómo guardar eso. Cómo archivar eso que tienen dificultades enormes y sus protocolos. Luego están los historiadores o los estudiosos que analizan o utilizan esas fuentes sin ningún control y luego tienen el problema de que eso que creían era cierto no lo es. Porque precisamente eso se ha “democratizado” y no tiene materia y se puede guardar en cualquier sitio y enviar de cualquier manera. Se puede manipular de una manera muy simple.

El pasado siempre ha sido manipulado. Ahora es mucho más fácil y sobretodo está al alcance de cualquiera porque antes la capacidad de manipular algo que ocurría estaba en manos de muy pocos. Los que elaboraban los informes, los que hacían. Hoy en día cualquiera puede manipular, cualquiera que tenga un móvil y que grabe una escena la puede subir y la gente la toma como cierta. Y si la toma como cierta tendrá efectos reales, aunque sea falsa. Últimamente, muchas veces hemos visto aquí imágenes de manifestaciones donde se hace una convocatoria y luego hay imágenes de esa convocatoria y, en realidad, luego ves que esa imagen que se ha hecho pasar como si fuera de esa convocatoria o esa manifestación pertenece a otra anterior. Luego tú la pones ahí y luego hay alguien que reacciona y la toma como cierta. No hay un control y es que es muy difícil controlar eso. Pero, digamos, que ese es un aspecto que ya forma parte de nuestro mundo para lo que no estamos preparados, insisto, que tú para detectar la falsificación debes estar preparado (más preparado) y el historiador no tiene por qué estar mal preparado si no ha aprendido ese mundo digital. Si lo rehúye en términos generales, lo usa como usuario, pero lo rehúye porque le parece que eso no es la historia y prefiere la comodidad del archivo en papel y es que lo reciente no es en papel.

MT: A tu entender, una reforma de los planes de estudios de las carreras en Historia ¿Qué aspectos tendría que contemplar para sincronizarnos con la “Revolución Digital”? 

AP: Una reforma de los planes de estudios tendría que contemplar muchas cosas. No sólo esto, pero tendría que incorporar parte del lenguaje digital, tendría que tener asignaturas relativas a la escritura digital. Eso es imprescindible. Uno tiene que tener un mínimo conocimiento de cómo se escribe digitalmente, de las herramientas básicas, de lo que es un documento digital, de las posibilidades que tiene y de algunas aplicaciones o software en concreto. Digamos, hay una cuestión técnica y una parte reflexiva en todo aquello que se refiriera a los que son las fuentes y los métodos del historiador. Eso habría una parte que tendría que cambiar. No podríamos estar explicando fuentes y métodos que son propios del mundo impreso cuando vivimos en un mundo que se ha desmaterializado y las fuentes y los métodos son distintos. Y tampoco creas que hay que tener un conocimiento técnico extraordinario porque las aplicaciones lo hacen por sí mismas, pero tienes que saber qué es esa aplicación, cómo se ha generado, para qué sirve.

Esto es como el Powerpoint. A mí me maravilla que la gente use el Powerpoint en clase. Es como si para modernizarse bastara con el Powerpoint. “- ¿Se ha actualizado usted? -Sí, yo utilizo el Powerpoint”. Es una herramienta mercantil para vender productos. Como no hay reflexión en absoluto sobre el hecho de que estás utilizando una herramienta mercantil que está diseñada para hacer presentaciones empresariales y vender productos para una materia mucho más compleja con lo cual tú lo complejo lo reduces a lo simple, a una serie de frases, esquemas, no es para la historia. Una cosa es que tú presentes una imagen o un mapa pero que reduzcas la complejidad de la historia a eso, es que la herramienta te obliga a hacerlo simple, porque no te permite mayor complejidad. Como eso, todo. Tú tienes las herramientas qué son o para qué se han creado, cómo se pueden usar. Hasta Word, yo les digo a mis estudiantes, cuando escribes la palabra “palestino” y pones sinónimos te dice “hebreo”, “israelí”, no te dirá “árabe” ¿Es que acaso te crees que las herramientas son inocentes? No hay herramientas inocentes. La herramienta te dará determinados resultados, te media, igual que el móvil o el GPS te media para que no utilices el mapa desplegable y tantas otras cosas porque antes cuando ibas por un lugar tenías que orientarte visualmente, espacialmente, olfativamente, dónde estará el restaurant, hay gente por aquí, etc. Ahora no, el móvil te dice “vaya por aquí y cruce por acá”. Las herramientas median y cada acto de este tipo está mediado por la herramienta. Para un plan de estudios nuevo habría que examinar algunas herramientas, nuevos métodos, nuevas fuentes, etc. Eso sería imprescindible amén de otras cuestiones internas.  

        Cuando tú buscas en Google una palabra, por ejemplo “Waterloo”: hotel Waterloo, batalla de Waterloo, residencia Waterloo, ciudad Waterloo, marca de moda Waterloo ¿Cuál es el criterio por el cual hay un resultado a partir de una búsqueda? El criterio y el resultado es el algoritmo de Google y tu experiencia previa en el ordenador porque tu buscador aprende de ti y el resultado es individual (no es general). El resultado de la búsqueda y los aditamentos que la componen dependen de cosas que tú ya has buscado antes. Por eso si tú has buscado hoteles, o la próxima vez que busques zapatos, será publicidades de hoteles porque ha aprendido de ti y entonces sabe que estás buscando hoteles y te aparecen tus hoteles. Tu búsqueda no es la búsqueda de otro, cada búsqueda genera un archivo en particular y eso es algo más simple para Google que es la herramienta universal.

        Por ejemplo, para hacer visualizaciones en historia que son tan importantes hoy en día se necesita conocer determinadas herramientas ¿Cómo funcionan? Yo no digo que sepas cómo crearlas porque es una cosa de informáticos, pero sí saber cómo funcionan o para tratar textos. Para grandes volúmenes de textos necesitas saber que existen determinadas cosas que se pueden hacer, para almacenar información, para todo. Hay cosas que son importantes conocer. No digo que tengas que tener cien horas dedicadas a eso, pero alguna mínima. El problema es, quién impartiría esa materia: los informáticos no la podrían impartir porque conocen de su mundo y los historiadores son muy pocos, la gran mayoría anglosajones.

MT: Al respecto la modernización de los planes de estudios plantea una serie de problemas…

AP: Nos plantea muchos problemas. Por ejemplo, el hecho de que estemos dejando que lo hagan todo los anglosajones está aumentando y multiplicando el predominio del inglés. Porque la gente cuando busca en internet, como ellos son los que más generan, crean y digitalizan, es más probable, aquí hay muchos estudiantes que hacen historia sobre Estados Unidos. Antes nadie, y es que tienen muchas más fuentes digitalizadas sobre EE.UU. que sobre España. Es mucho más fácil entrar a la Biblioteca del Congreso y ver los fondos digitalizados sobre cualquier cosa. Tú puedes ir a la biblioteca del Congreso y hacer tu trabajo sobre Chile, los golpes de Estado en Chile porque está todo digitalizado. Tienen los informes de la CIA digitalizados y aquí no puedes ver los tuyos digitalizados ni en papel.

        El predominio anglosajón y del inglés con el mundo digital se ha acrecentado. Es una especie de espejismo el hecho de que todo el mundo esté presente, todos los idiomas están presentes, pero hay uno que está más presente que el resto: el inglés. No es sólo porque hay más volumen, sino que ofrece muchas más cosas. Y experimentan más todo.

MT: La revolución digital no sólo para los historiadores, pero pensando en nuestra disciplina, ¿nos arroja un mundo con más incertidumbres que antes? 

AP: Yo creo que la incertidumbre no está relacionada sólo, ni en su mayor parte, al mundo digital. La incertidumbre tiene que ver quizás con fenómenos políticos o con el “fin de la utopía”, con “La Caída del Muro de Berlín” como metáfora, con la ausencia de expectativas. Ello genera incertidumbre y hace que la gente mire al pasado: el auge de la memoria, de las víctimas y todas estas cuestiones tienen que ver con la ausencia de un futuro. De que cuando uno mira hacia delante, en cuanto a aumento de bienestar, a medio ambiente o a lo que fuere, no ve utopía sino distopía. Ve que las cosas irán a peor. Ve que los hijos viven peor que sus padres, ve que el medio ambiente está peor de lo que estaba y que no hay nada, como discurso utópico, que genere la promesa de mejora como la había (aunque no funcionara, pero existía). Eso ha desaparecido, está agravado por esta sensación de desconcierto que nos provoca el mundo digital. Es una especie de euforia digital porque puedes conectarte con todo el mundo, porque puedes viajar mucho más. Pero también un poco el desconcierto, ese desconcierto de la rapidez y de la inmediatez.

Eso contribuye a generar incertidumbre y agobia generando neurosis de todo tipo. Antes se generaban, pero no de forma tan intensa a como se generan ahora que tiene que ver con todo esto, con este mundo digital. Eso sobrepasa el mundo de la historia y hay gente dentro del campo de la psicología, la filosofía o de los media que estudian todo este tipo de cuestiones y que lo podrían explicar mucho mejor.

MT: ¿Cómo afecta al conocimiento el cambio en los soportes de la información?

AP: La gente está afectada en general, pero es normal. Siempre que ha habido un cambio, yo en mi libro [2] digo que los historiadores tenemos una ventaja: sabemos que las revoluciones no son únicas, que a lo largo del curso de la historia ha habido revoluciones muy importantes. No es tanto por comparar, porque da igual que sea parecida a esta o a la otra, pero el cambio tiene todos los síntomas de ser como el producido del paso de la oralidad a la escritura: la pérdida de la capacidad de memoria, de gestualidad y de otras cosas que conllevaban la oralidad (porque la oralidad era otro mundo) y, en cambio, con la escritura se generó mayor introspección porque la escritura es por definición más abstracta, por decirlo de alguna manera, tiene que comprimir más. Lo que yo estoy hablando, si yo lo escribo, lo comprimo más y eso obliga a una autorreflexión mayor. Lo otro es más expresivo, la oralidad (pensando el teatro griego, por ejemplo) y cada vez es distinto. Lo impreso siempre es igual.

El cambio que hubo de la oralidad a la escritura y luego el cambio que hubo con la aparición de la imprenta. Digamos que la difusión que eso produjo, no a corto sino a largo plazo, de acceso y del manejo de la información cuando el libro ya tenía sus índices y tú podías buscar (no tenías que desenrollar) la página, el capítulo e ir directamente ahí. Entonces, el manejo de la información y muchas otras cosas. Finalmente, creo que no lo introduje en el libro, las quejas sobre los efectos políticos que tiene para el individuo esta lectura extensiva (y no intensiva) me recordaba mucho a cuando en el siglo XIX en España, que venía ya del siglo XVIII en Francia, el auge de la novela. Y la Iglesia bramaba contra ese auge de la novela y, sobre todo, contra las mujeres que leían novelas, o sobre los hombres, que conducía al hedonismo, degeneraba el espíritu y que estaban demacrados o que dedicaban muchas horas a la lectura en la oscuridad, etc. Y a las mujeres porque se revelaban porque su cabeza se llenaba de pájaros, por los efectos que tenía la imprenta y la difusión de estas otras novelas.

Hoy en día decimos que la gente ya no se puede concentrar, se despista, es incapaz de leer veinte páginas o no lee. También tiene que ver con esa idea clásica que todos tenemos de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y “el mío, el mejor” (“ay, cuando yo era joven se hacían las cosas como se debían”). Hoy en día se lee más que nunca, pero se lee de otra manera con otros formatos. Digamos que eso es cierto, ahora pasemos a la segunda fase: ¿Cómo escribimos nosotros? Como antes. Entonces si nosotros escribimos como antes y ellos leen como ahora tenemos un problema porque no escribimos para las formas que ellos tienen de leer. Por ejemplo, eso lo hacen mucho los [norte]americanos, puede haber un tipo de escritura que consista en “yo tengo un lugar, ese lugar tiene una historia” entonces yo escribo sobre ese lugar, pero no lo escribo en un libro sino en una aplicación de manera que cuando alguien vaya allí, si conecta, yo tengo unos códigos QR o Wifi puede haber imágenes, sonido y texto. Y todo eso yo lo he escrito como historiador (documentándome, trabajando), he reconstruido partes que no estaban, les digo quién lo hizo, cuál era el sentido de la época, todo: esa es otra forma de escritura.

MT: En el ámbito profesional ¿Cuáles son los problemas que plantean las diferentes naturalezas de los formatos? 

AP: Luego viene el problema profesional, esa forma de escritura: si yo le digo a mi responsable político (el Ministerio) que eso es una parte de mi trabajo de investigador se ríe porque lo primero que me pregunta es cuál es su impacto cliométrico, en qué revista se ha publicado y qué índice de impacto tiene esa revista. Digo, -Mire esto no se ha publicado en una revista ni tiene índice de impacto. Y usted me dice: -claro, no lo incluya porque no se lo puedo evaluar. Es decir, no escribo para las formas para las que ahora se lee y si lo hago la Academia me sanciona porque si yo me voy a presentar a opositar una cátedra y les digo que he hecho una [página] Web, se ríen. Ellos quieren ver un libro impreso en una editorial de prestigio. La cuestión es que eso que he hecho seguramente, activando ese espacio, me ha costado mucho más tiempo que lo otro, pero no está reconocido dentro de la profesión. Entonces, todo eso va en contra de que la gente dedique tiempo a ese tipo de informaciones. Sólo lo hacen determinadas personas que trabajan en lo que podríamos denominar, que en Europa no existe prácticamente, la “Historia Pública”: trabajan en museos, en archivos, en asociaciones. Estas personas sí que trabajan con este tipo de recursos. Ellos saben que trabajan en un campo que tiene que conectar con el público, no tienen que conectar con los pares. Ellos no escriben artículos para sus amigos porque nosotros escribimos para nuestros colegas.

Cuando yo publico en una revista ¿Para quién es eso? ¿Para el público? No. Cuando yo publico en una editorial más o menos de prestigio ¿Esto es para el público en general? No. Luego nos quejamos de que el público no nos escucha porque deberíamos, amén de publicar en revistas o editoriales de prestigio, fomentar también eso otro: la conexión con el público. Se trata de una cosa bastante compleja.

                 

MT: ¿Cómo se hubiera conformado tu tesis doctoral con las aplicaciones actuales?

AP: Por ejemplo, mi investigación sobre la desamortización sería distinta porque yo entonces no tenía las herramientas para tratar con tantos datos. Tenía las mínimas y hoy en día podría utilizar el GPS para cartografiar parte de eso porque las desamortizaciones casi toda eran de [tierras] comunales de montaña; yo podría utilizar el GPS para cartografiar, para mapear todo el territorio y comparar lo que fueron los montes desamortizados con los montes existentes. Está Google Maps y Google Satélite lo metes dentro de otra aplicación y te permite hacer de todo.

Claro, las preguntas que yo hubiera podido hacer no serían las mismas, y yo no presupongo que es mejor, ni peor, es distinto. Yo entiendo que hubiera hecho aquello y esto, y de la combinación de todo, tendría más preguntas, más respuestas y hubiera salido mejor. De aquella manera manual y pedestre podía hacer lo que podía hacer, no podía preguntar más cosas, porque no podía, tampoco tenía tiempo para patearme todo el terreno y ver los límites y preguntarme con el mapa a escala [1:1] eso no podía ser.

Te acuerdas que Borges tenía un texto sobre el mapa uno a uno, pues ese uno a uno está. Yo empiezo uno de mis últimos textos con una referencia a Borges y a Ítalo Calvino que en una de sus crónicas hablan de uno que contratan en el Museo Británico para meter todo el mundo en una castaña y yo empiezo diciendo que aquello, que era una metáfora, hoy en día es una realidad. Todo el mundo cabe en una castaña, que es un disco externo. Porque es que toda tu vida cabe, tú ¿antes que tenías? una caja de zapato con fotos y hoy ya no sabes las fotos que tienes ¿Por qué? Porque la capacidad de almacenamiento es tanta y es tan movible tan portátil es que tu móvil puede almacenar la información, puedes tener una memoria externa ahí, una tarjetita de 32, 64, 128. Entonces esa pulsión que mencionaba [Jacques] Derrida de archivación, eso ya es el colmo de esa pulsión Antes estaba controlada, ahora está desatada. Y ahora hay más gente plasta que te puede decir: “Vente que te voy a pasar la sesión de fotos de mi último viaje” ¡Son 2000 fotos, eso es insoportable! Porque tú antes tenías veinte fotos, ahora tienes doscientas. Han ido los cuatro de la familia de viaje y ahora es algo que tú dices ¡Por favor!, esto no puede ser. Y eso es curioso porque eso se sube, pero eso no tiene un valor en sí, sino que tiene valor como metadatos, las herramientas digitales, lo que le importa a Google o a Facebook no es tu cara, lo que le importa es dónde está hecha, con que máquina está hecha, con que móvil está hecho, en qué momento del día está hecho, de donde viene la persona que la ha hecho, adonde fue después, etc., etc.

Google te dice, de vez en cuando, mire su trayectoria este mes ha ido a tantas ciudades, ha hecho tantas excursiones. Esos son metadatos, eso es lo que le interesa, no tu cara, antes era tu cara en la foto, porque era un papel, pero ahora no es un papel, son ceros y unos, y esos ceros y unos dicen dónde has estado, la cámara, la hora, el momento del día, el lugar, todo, lo dice todo. Cuando tú vuelves a casa en el móvil Google te dice súbalo a las fotos, ha estado usted en tal lugar, este es el sitio. Te lo dice todo, y tú no le has dicho nada. Son los metadatos: cuando tú haces un trabajo en el Word, en el Office y me lo envías a mí, y yo puedo ver los metadatos, quién lo ha hecho, en qué ordenador lo ha hecho, cómo lo ha hecho, todo eso lo puedo ver por dentro. Muchas veces la gente es inconsciente de que cuando haces un Word tiene metadatos, igual que tu foto tiene metadatos, todo lo que haces tiene metadatos, cada vez que pones Twitter, todas las aplicaciones lo tienen. A ellos que más les da que te llames Miguel Ángel o que te llames Cecilia, les da igual, manejan los datos y el negocio está ahí, no está en lo otro.

El Big Data es uno de los elementos centrales de nuestra época y es donde Amazon gana casi más dinero con big data que vendiendo productos. Y quien dice Amazon dice muchos otros y las grandes empresas; y nosotros como si no existiera…

Miguel Taroncher es Doctor en Historia, egresado del Departamento de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia. Es docente e investigador de la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde se desempeña como profesor adjunto regular del Área Teórico-Metodológica del Departamento de Historia. Se ha especializado en la investigación del discurso político en la prensa durante el golpe de estado de 1966 -La caída de Illia. La trama oculta del poder mediático (2009)-. Ha colaborado con trabajos sobre política y discurso en revistas nacionales y extranjeras. Miembro investigador del Grupo Historia y Memoria perteneciente al Centro de Estudios Históricos (UNMDP).

Pasado Abierto, Facultad de Humanidades, UNMDP se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.


[1] Pons, A. (2018). “El pasado fue analógico. El futuro es digital. Nuevas formas de escritura histórica”, Ayer, 110, (2), 2018, pp. 13-18. En: Dossier coordinado por Anaclet Pons y Matilde Eiroa: “Historia digital, una apuesta del siglo XXI”

[2] Pons, Anaclet, “El desorden digital. Guía para historiadores y humanistas”, Madrid, Siglo XXI, 2013.

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