MAGALLÁNICA, Revista de Historia Moderna: 11 / 21 (Instrumentos) Julio - Diciembre de 2024, ISSN 2422-779X
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LA MEMORIA DE LAS CATÁSTROFES EN LOS GÉNEROS INFORMATIVOS DE LA ALTA EDAD MODERNA*
Gennaro Schiano
Universidad de Nápoles “Federico II”, Italia
Recibido: 02/07/2024
Aceptado: 21/12/2024
Resumen
Las relaciones de sucesos representan de manera significativa la conexión entre los eventos calamitosos y la memoria. En primer lugar, los opúsculos informativos consagrados a los desastres acuden a la memoria de las calamidades pasadas para elaborar un discurso que explique unos eventos que parecen incomprensibles. En segundo lugar, los reporteros se apresuran a elaborar una versión confiable del presente, ya una memoria fidedigna del presente, para hacer frente a la multitud de voces que intentan relatar el evento con perspectivas distintas, a veces opuestas. Al imponer visiones más ciertas y verdaderas que otras en un entramado mediático ya denso y articulado, estos textos muestran una atención hacia la memoria futura, a saber, hacia la narración del desastre para las generaciones venideras.
Palabras clave: desastres de origen natural; relaciones de sucesos; lugares de la memoria; periodismo; literatura informativa; literatura de cordel.
THE MEMORY OF CATASTROPHES IN THE PAMPHLET NEWS OF THE EARLY MODERN PERIOD
Abstract
The Pamphlet News significantly represent the connection between calamitous events and memory. Firstly, pamphlets dedicated to disasters draw upon the memory of past calamities to construct a discourse that explains seemingly incomprehensible events. Secondly, reporters rush to craft a reliable account of the present, already a faithful memory of the present, to contend with the multitude of voices attempting to narrate the event from different, sometimes opposing perspectives. By imposing more certain and truthful views than others within an already dense and articulated media framework, these texts demonstrate an attention towards future memory, namely, towards the narration of the disaster for future generations.
Keywords: natural disasters; pamphlet news; places of memory; journalism; informative literature; popular literature.
Gennaro Schiano. Investigador (tdB) de literatura española en la Universidad de Nápoles Federico II. Sus intereses de investigación se centran en los géneros informativos populares y su relación con la literatura culta, en particular en la representación de las catástrofes naturales en las relaciones de sucesos publicadas en los territorios de la Monarquía Hispánica, tema sobre el que ha publicado recientemente la monografía Relatar la catástrofe en el Siglo de Oro. Entre noticia y narración (Berlín, Peter Lang, 2021) y la edición del Llanto de Menardo de Duarte Núñez de Acosta (Salamanca, SEMYR, 2023). También trabaja sobre el diálogo renacentista y es miembro del proyecto Bidialogyca (Universidad de Verona), dedicado a las traducciones al italiano de los diálogos españoles publicados en los siglos XVI-XVII.
Además, ha trabajado sobre la literatura del siglo XX, con especial atención al género autobiográfico y su relación con la novela, la obra del escritor madrileño Ramón Gómez de la Serna y la tradición literaria del género de las greguerías. Ha publicado una monografía sobre el género autobiográfico titulada Paradigmi autobiografici. Ramón Gómez de la Serna, Christopher Isherwood, Michel Leiris, Alberto Savinio (Pisa, Pacini, 2015).
Correo electrónico: gennaro.schiano@unina.it
ID ORCID: 0000-0002-3373-6140
LA MEMORIA DE LAS CATÁSTROFES EN LOS GÉNEROS INFORMATIVOS DE LA ALTA EDAD MODERNA
1.
Para intentar resumir algunas de las claves de lectura que los géneros informativos proporcionan sobre la conexión entre memoria y catástrofe, parece apropiado comenzar por la relación privativa que los desastres de origen natural mantienen con el recuerdo[1]. No cabe duda de que estos son eventos inauditos, que, sin embargo, se presentan de manera cíclica. La última erupción, el último terremoto, la última inundación son acontecimientos extraordinarios, trágicos, pero también representan la enésima ocurrencia de un fenómeno de larga duración que se repite a lo largo del tiempo con mayor o menor frecuencia. Los estudios de Patrizia Violi (2014)[2] han demostrado cómo los mismos lugares de la catástrofe mantienen un vínculo peculiar con la acción de recordar, convirtiéndose en verdaderos paisajes de la memoria. Lo testimonian patentemente, por ejemplo, las coladas de lava aún presentes en los lugares cercanos a los volcanes, como las trágicamente famosas del Etna.[3] Además, la forma misma de los volcanes constituye una evidencia de los rastros dejados por erupciones pasadas: piénsese en la actual estructura del Vesubio que se debe todavía al sensible cambio de su morfología con ocasión de la erupción de 1631.[4] Asimismo, son lugares de memoria los escombros aún presentes como fantasmas en las zonas destruidas por los terremotos, así como los centros habitados reconstruidos después de los temblores. En efecto, este tema se discutió extensamente con motivo del cuadragésimo aniversario del terremoto de Irpinia en noviembre de 2020, retomando la problemática de la restauración de la antigua fisionomía de los pueblos arrasados por el sismo de 1980.[5] Del mismo modo, las ciudades sumergidas por los ríos crean peculiares lugares de memoria, a menudo marcados por placas conmemorativas de los niveles alcanzados por las aguas fluviales durante las inundaciones y crecidas pasadas.[6]
El asunto de la memoria se vincula también con otro factor crucial de la reflexión sobre los desastres: las prácticas de gestión de los tiempos calamitosos. De hecho, el carácter recurrente de las catástrofes permite elaborar paulatinamente un conocimiento común, un recuerdo compartido, apto para comprender unos eventos que se muestran descomunales con el fin de enfrentarlos en el futuro.[7]
Judith Pollmann, en Memory in Early Modern Europe (2017), subraya cómo los momentos críticos de la historia, como guerras o desastres naturales, interrumpen el flujo cotidiano del tiempo en las comunidades afectadas, creando un abismo entre un “antes” y un “después”. Este quiebre temporal, que separa el tiempo ordinario del calamitoso, genera una necesidad urgente de narrar la catástrofe, lo que constituye un intento de comprender lo desconocido y de resistir lo inaudito. Esta narrativa busca reparar la fractura temporal, trasladando la experiencia catastrófica al ámbito de lo conocido, de lo compartido, lo que a su vez la humaniza y la hace más comprensible.
Por otro lado, esa atención hacia el pasado también plantea la exigencia de narrar el presente de manera confiable, con el propósito de construir la memoria para el futuro. Si las comunidades actuales se benefician de los relatos de desastres pasados, es igualmente necesario garantizar que las generaciones venideras cuenten con este mismo respaldo para enfrentar sus propios desafíos históricos.
Este estudio se dedica a las relaciones de sucesos, es decir, a uno de los géneros editoriales más difundidos en la Alta Edad Moderna y que interpreta y reelabora de manera significativa estas complejas prácticas de la memoria de la catástrofe entre presente, pasado y futuro. En primer lugar, estos opúsculos informativos consagrados a los desastres de origen natural acuden a la memoria de las pasadas calamidades para elaborar un discurso que explique unos eventos que parecen incomprensibles. En segundo lugar, los reporteros se apresuran a elaborar una versión confiable del presente, ya una memoria fidedigna del presente, para hacer frente a la multitud de voces que intentan relatar el evento con perspectivas distintas, a veces opuestas. Al imponer visiones más ciertas y verdaderas que otras en un entramado mediático ya denso y articulado, estos textos muestran una atención hacia la memoria futura, a saber, hacia la narración del desastre para las generaciones venideras. El corpus de textos examinado incluye relaciones de sucesos dedicadas a catástrofes de origen natural y publicadas entre los territorios de España e Italia en el siglo XVII.[8]
2.
El primer caso analizado permite abordar una cuestión más amplia relacionada con el vínculo que, en términos generales, los desastres de origen natural mantienen con otros eventos catastróficos. En la Alta Edad Moderna, las calamidades naturales rara vez limitan sus efectos al tiempo y lugares en los que ocurren. Efectivamente, estos siempre remiten analógicamente a otros acontecimientos. Lo han demostrado, por ejemplo, Domenico Cecere y Giancarlo Alfano en los sendos casos de los terremotos de Nápoles y Lima de 1688, y de las distintas catástrofes que asolaron el reino napolitano durante las décadas del siglo XVII, incluyendo la erupción del Vesubio, una epidemia de peste y una revuelta popular.[9] La analogía entre acontecimientos distintos es, entre otras cosas, un fenómeno recurrente de la literatura noticiera; las mismas publicaciones pueden informar sobre varios eventos, ocurridos en otra época o de naturaleza diferente. Por lo que atañe a la narración de los desastres se trata, en concreto, de una estructura retórica y en cierto modo pragmática que remite todavía a una visión figurada, alegórica, del mundo, al vínculo con las catástrofes bíblicas y que relaciona, por ejemplo, las inundaciones con el Diluvio Universal, con el Apocalipsis o el fin de Sodoma y Gomorra.
Encontramos un ejemplo muy llamativo de este concepto en una relación sobre el terremoto andaluz de 1680, y, en particular, sobre los daños sufridos por Málaga, epicentro del sismo. El autor anónimo parece conectar el evento a una serie de calamidades previas, desde la sequía que afecta a Andalucía, hasta la peste y las tormentas que causan graves daños en la cosecha en el mismo 1680:
“Lo repetido de nuestros grandes pecados ha motivado a la justicia de Dios arroje sobre nosotros lo severo de sus iras […] Con lágrimas de sangre llora Málaga estas experiencias; pues habiendo estado sorda a tantos golpes, como en breves años la han sobrevenido por muchas culpas, ya en pestilentes contagios, y en la falta de terrestres frutos, ya en soberbias borrascas en el mar, perdiéndose a su vista en el mismo puerto (dos años ha) cinco bajeles cargados de trigo, bacalao y otros frutos, que para su sustento y socorro venían; ahora la tierra infecta por sus habitadores, no pudiéndolos ya sufrir, a unos los arrojaba, a otros mató, y a todos abriendo bocas se los quería tragar.” (Relación verdadera, 1680 ca.: fol. 1r).[10]
La ciudad de Málaga, sorda a las numerosas advertencias que en pocos años Dios ha enviado desde los cielos, ahora paga por sus culpas. Al no haber comprendido las señales de la peste, la sequía y las tormentas, sus ciudadanos expían un castigo aún mayor, con la tierra que, sacudida por el terremoto, parece engullir al pueblo malagueño.
Esta perspectiva analógica también se refleja en los largos párrafos dedicados en muchas relaciones a una historia enciclopédica de las catástrofes pasadas. Como han demostrado los estudios de Françoise Lavocat, estas extensas cronologías tienen la función de “atesorar” el desastre, es decir, de insertarlo en una serie de otros eventos calamitosos; mejor dicho, de devolverlo a una historia común y compartida para convertirlo en un suceso consabido.[11] Traer a la memoria que Nápoles ha superado la erupción del Vesubio del 79 significa instar a superar también la de 1631. Esta no es, por tanto, una circunstancia totalmente extraña. En su relación sobre la erupción del Vesubio de 1631, Simón de Ayala parte de la historia de los veinte “incendios” precedentes:
“De aquí es que el Vesubio cuando redunda el fuego, algunas veces se enciende, y suele causar grandes terremotos y ruinas. De los incendios que hasta este último ha habido, he procurado con toda diligencia revolviendo autores, sacar el número y todos los que he podido hallar son 20 […]. Comenzando, pues, a contar los incendios por su orden (que me parece será bien para dar entera noticia de este monte, refiriendo juntamente antes de entrar en la relación del que ahora ha sucedido)” (AYALA, 1632: fol. 1r).
Lo que resulta muy interesante y que, quizás, se ha subrayado poco a partir de la intuición de Lavocat, es que la referencia a la memoria pasada del desastre no es un elemento accesorio en la narración del presente. No representa un componente periférico o un friso rudimentario del relato sobre la tragedia presente. Las largas cadenas de eventos son parte integral del discurso sobre la actualidad. Para justificarlas, los autores a menudo recurren a una fórmula tópica de la escritura epistolar, “dar entera noticia”, como leemos, por otra parte, en el mismo texto de Ayala (1632): “refiriendo juntamente para dar entera noticia”. Es sabido que la epistolografía es una de las fuentes o de las tradiciones discursivas que forjan a las relaciones.[12] Efectivamente, muchos opúsculos informativos se titulan aún en el siglo XVII -es decir, cuando las relaciones se han convertido ya en un género editorial sin vínculo directo con la comunicación epistolar, oficial o privada-, Copia de Carta, Carta de relación, etc. No ha de sorprendernos, por tanto, que los reporteros acudan todavía a los patrones de la escritura epistolográfica, como así lo demuestra la frase anteriormente citada. Esta revela que volver a la memoria significa narrar de manera completa el evento presente, dar noticia completa del mismo. Hay más: que, en aquella época, el pasado es parte esencial de la representación de los desastres.
Como se ha señalado más arriba, del relato de las relaciones de desastres emerge también otra acción memorial que se proyecta también hacia el pasado, pero, con unos matices nostálgicos muy llamativos. A menudo los reporteros aluden al contraste dramático entre el presente de la catástrofe y el pasado feliz, idílico de las ciudades afectadas:
“Una de las ciudades más favorecidas del cielo por la bondad de su sitio, riqueza de sus naturales, abundancia de frutos, concurso de ciudadanos y amenidad de todas las cosas que se requieren para pasar con gusto la vida humana es la ciudad de Granada […]. Llamose antiguamente Illiberis, nombre que hoy conserva una puerta […]. Después haciéndole los Moros cabeza de su imperio la llamaron Granada a semejanza (como se cree) de la fruta deste nombre por verse tantas fuerzas unidas dentro de su corteza que merecieron ser coronadas. A tantas felicidades parece que envidiosos los elementos, conjurados se opusieron a veinte y ocho de agosto desde año de mil y seiscientos veinte y nueve […] porque las casas que solían ser defensa de sus habitadores eran su ruina, los templos que eran el socorro de los afligidos eran mayor terror, los Alcázares de que esta ciudad es entre todas las de España abundantísima […] temían destrozo. Finalmente ningún lugar había seguro” (Relación de tempestad, 1629: fol. 1r).
En esta relación anónima consagrada a la serie de tormentas que azotaron Granada en los últimos días de agosto de 1629, la narración comienza desde el esplendor pasado de la ciudad andaluza. La representación enfática permite, en primer lugar, comparar la imagen de la magnificencia de Granada, una vez defensa y socorro para sus habitantes, con el cuadro desolador de las ruinas y del terror causado por el ímpetu de la tormenta. La distancia entre el antes y el después revela la magnitud de la catástrofe, ofrece una perspectiva útil para comprender sus consecuencias y apunta a conmover el auditorio.
Al igual que las analogías y las relaciones diacrónicas con las calamidades del pasado, también en la descripción del esplendor de las ciudades transformadas por el desastre emerge una dinámica memorialística significativa. Efectivamente, la riqueza pasada sirve para descifrar mejor la tragedia y sus efectos en el presente, pero también es útil para preservar la memoria de esa ya antigua magnificencia en el tiempo, para volver a conectar vigorosamente los hilos de un pasado cuyas huellas corren el riesgo de ser borradas por la furia de la naturaleza.
3.
Como se ha adelantado en el primer párrafo, la memoria de la catástrofe elaborada por los humildes reporteros no se traduce solo en la reconstrucción de un pasado reconfortante ni en una denodada conservación de tiempos antiguos ya desvanecidos. En concreto, el relato noticiero de la catástrofe revela también una extraordinaria necesidad de construir rápidamente una reminiscencia compartida sobre los eventos recién acaecidos. Los opúsculos son un producto editorial masivo, popular, a menudo de baja calidad. Sin embargo, a esta fisionomía efímera, volátil, se opone una notable capacidad para crear en muy poco tiempo una memoria contemporánea del presente. Este fenómeno es evidente desde dos niveles diferentes de lectura del texto: por un lado, en las numerosas referencias a otras relaciones ya escritas sobre un mismo evento; por otro, en el tupido intertexto de anécdotas al que todos los autores recurren proporcionando versiones distintas.
En enero de 1632, en su Relatione dell’irato Vesuvio, Scipione Cardassi admite que ya en ese momento, con más erudición que él habían escrito “il Trigliotta, il Bove, Orlando, Capredosso, Apollonio, Fucci, Oliva, Braccino, il Lotti in rima, il Faria in Spagnolo, etc.” (CARDASSI, 1632: 46). Solo estamos a principios del 1632: la historia de la catástrofe no solo ha llegado a los lectores/oyentes de distintos territorios del imperio, sino que se ha construido ya una versión estereotipada del acontecimiento, un recuerdo constante al que es necesario referirse.
La sedimentación de una temprana memoria del evento catastrófico elaborada in fieri por la escritura informativa no se traduce únicamente en la referencia a un relato coral compartido y legitimado por los propios autores. Adoptando algunos de los fenómenos típicos de la cultura oral y popular, las relaciones tejen una densa red intertextual de anécdotas del desastre que pronto se convierten en componentes fundamentales e indispensables de cualquier relato sobre el evento. En palabras de Burke (1978: 175), los episodios gradualmente se convierten en tonos que cada autor armoniza de manera diferente para realizar su propia versión de los hechos.
Lo demuestra de manera manifiesta una anécdota muy famosa de las noticias sobre el terremoto calabrés de 1638. Se trata del episodio de la muerte de una de las víctimas ilustres, el príncipe de Castiglione, Señor de Nicastro:
“Nicastro città bellissima di mille fuochi tutte è in terra, vi sono morte da tre mila persona, col Sig. principe di Castiglione che n’era padrone, e questo prencipe si trovava avere da trecentomila scudi tra contanti, gioie e argentarie, che sono rimaste sotto le ruine. Si dice che si sia ritrovata la principessa sua moglie con una figliola sotto la volta d’un arco molto maltrattate” (Vera relazione, 1638: fol. 2v).
“Sdiroccò la città di Nicastro, con morte dell’Eccellentissimo principe di Castiglione, moglie e unica figlia” (COLLA AURIGEMMA, 1638: fol. 2r).
“La terra s’ha inghiottito affatto la città di Nicastro con molti casali […]. Castiglione è sommerso tutto, insieme con il principe padre, e con il figliuolo che l’aveva appresso di sé, e la principessa si è trovata mezza viva sotterrata fino al busto, che perciò viene estinta la sua casa” (Compassionevole relazione, 1638: fol. 2r).
A Arndt Brendecke (2016) se le debe la definición de la gestión del poder en la Alta Edad Moderna como un sistema empírico que encuentra en la información y el conocimiento dos componentes cruciales. El ejercicio de la memoria ciertamente forma parte de la administración empírica del poder, entre los elementos constitutivos del proceso de gobierno junto con otras prácticas de organización jerárquica de la vida en la corte.[13] Sin embargo, esta operación inducida por las autoridades también se enfrenta a otro fenómeno social, cultural y político debido a la proliferación y difusión masiva de la imprenta. Guerras de plumas y polémicas mediáticas obligan hasta a los monarcas a imponer su versión de los hechos. De la misma manera que las crónicas, también la literatura informativa asume la tarea de narrar bien el presente para asegurarse de que sea recordado correctamente en la posteridad.
La perspectiva sobre la memoria a transmitir para las futuras generaciones es clara, por ejemplo, en el texto de Juan de Quiñones, quien cierra su famosa relación sobre la erupción del Vesubio refiriéndose una vez más al destinatario de la obra, es decir, Felipe IV: “Señor, las cosas grandes y raras que suceden en los reinos pueden notarse y dejar escritas a las futuras edades, por aquellos a cuya noticia llegaron, para que la tengan los que han de suceder” (QUIÑONES, 1632: fol. 56r).
Quiñones concluye un discurso construido a través de una atención obsesiva a las fuentes y a su fiabilidad, tanto pasadas como presentes. A menudo las corrige, como por ejemplo a Boccaccio en su obra De Montibus. El autor del Decameron es culpable de fallar la datación de la erupción pliniana, contextualizada erróneamente bajo el mandato de Nerón en lugar del de Tito.[14] Quiñones otorga por tanto a la escritura de relaciones una importancia similar a la de las crónicas u obras históricas a las que acude. Al igual que estas, las relaciones dejan una huella del pasado en el tiempo. Construyen la memoria para las generaciones futuras.
A este mismo objetivo responden los numerosos opúsculos que se aseguran, incluso a distancia de tiempo, de que una cierta versión de los hechos sea recordada y suprima, de alguna manera, las voces disidentes o simplemente discordantes. Un ejemplo significativo se encuentra en una larga y detallada relación sobre la gestión del conde de Monterrey en el Reino de Nápoles, desde su nombramiento en mayo de 1631 hasta 1636. El extenso listado de las extraordinarias mejoras realizadas para la vida de los napolitanos, solo dedica un párrafo al momento dramático de la erupción:
“Fue esta prevención tan acertada y su ejecución tuvo tan preciso efecto que fue creciendo grandemente la abundancia en Nápoles sin que se llegas a sentir la menor falta y bien se pudo reconocer esto con el suceso que de allí a poco sobrevino del incendio de la montaña de Soma. Pues, habiendo entrado en Nápoles más de 4000 personas huyendo del riesgo que amenazaba tan horrendo accidente y faltado muchos molinos que servían de moler harina, para el sustento de la ciudad, unos llevados de los arroyos de agua que, al mismo tiempo que montañas de fuego, salían juntos de la boca que se abrió y otros cubiertos de cenizas que arrojaba del monte estuvieron las calles y las plazas tan abundantes de pan y tan sin alterarse el precio ni la calidad del que no se reconoció la menor falta” (Relación de los socorros, 1637 ca.: 4).
El discurso conecta las condiciones extraordinarias causadas por la erupción con la mejora general del abastecimiento de la ciudad, que no sufre alteraciones ni siquiera en el momento de crisis debido a la catástrofe, con la llegada de 4000 personas adicionales huyendo del volcán, y cuando ceniza y lava impidieron el funcionamiento de los molinos.
Es interesante, además, la referencia manifiesta a una memoria ya erigida por las numerosas relaciones publicadas, en las cuales, como se sabe, el tono laudatorio hacia Monterrey es muy común. Es un relato que, al igual que en las relaciones sobre la erupción, se tiñe de matices épicos y ensalza el heroísmo del virrey nunca cansado, a pesar de las condiciones físicas adversas:
“No será fuera de lugar el decir aquí cuánto obró, previno, y dispuso la vigilancia de su Excelencia y su piedad en el tiempo del referido incendio que por haber dado la novedad y su horror ocasión a tantas relaciones como se escribieron, no se hace aquí memoria particular” (Relación de los socorros, 1637 ca.: 5).
El autor considera que no hay nada más que añadir sobre ese relato que se ha depositado ya en la memoria colectiva. Al igual que la comunicación oficial, también la relación intenta borrar de la historia el malestar latente de un período de crisis dramática. Sin embargo, como los juegos involuntarios y latentes de la memoria, la inquietud de esos días tan trágicos emerge del bosque de escritos de la época. Lo demuestra el conocido pasquín citado por el embajador veneciano Padavino, que, como ha demostrado Lorenza Gianfrancesco (2014), ofrece a la memoria futura un retrato totalmente diferente del virrey napolitano.
4.
El último caso abordado analiza una relación muy diferente de las citadas hasta ahora: en primer lugar, no se trata de una relación propiamente dicha sobre una catástrofe. El autor aclara de inmediato que no está agregando nueva información a los hechos relatados en los meses anteriores por otras relaciones. O, más bien, el desastre no es el verdadero objeto del opúsculo; en segundo lugar, la exploración del tema de la memoria y su relación con la calamidad adquiere connotaciones muy distintas respecto al mínimo canon al que se ha hecho referencia hasta el momento.
En 1626, con motivo de las lluvias que devastaron Andalucía y provocaron la inundación del río Guadalquivir, afectando también a Córdoba, precisamente en la ciudad cordobesa se publica la extraordinaria Relación de algunos edificios y obras antiguas que descubrió el río Guadalquivir cerca de Córdoba, con la gran creciente que trajo estos días (DÍAZ DE RIVAS, 1626 ca.). El autor es Pedro Díaz de Rivas que es conocido como poeta, arqueólogo e historiador, además de ser uno de los primeros comentaristas de Góngora. Escribió varios libros sobre las antigüedades cordobesas.[15] Su opúsculo relata la riada sufrida por la urbe (no tan trágica como la experimentada por Sevilla), pero se centra principalmente en algunos restos arqueológicos sacados a la luz por la crecida del río.
A lo largo de las páginas es posible detectar muchas de las declinaciones del tema de la memoria sintetizadas más arriba y que, en la obra de Díaz de Rivas, sirven sobre todo para matizar la vertiente arqueológica del texto. En las primeras líneas, se alude, por ejemplo, al relato colectivo sobre las inundaciones andaluzas, que ya se había difundido; además, se refiere a otras relaciones, afirmando que su relato no añadirá nada a todo lo que ya se ha escrito y publicado; compara los daños sufridos por Córdoba con las consecuencias causadas por la crecida del río en otras ciudades. Por último, reconstruye la memoria de las catástrofes pasadas:
“De Sevilla, Lisboa, Madrid, Salamanca, y otras partes hemos oído relaciones muy lastimosas de las inundaciones soberbias que hicieron sus ríos, y de los daños grandes que causaron en los campos, en los ganados, edificio y personas. El río Guadalquivir, enojado y furioso hinchó sus corrientes, aumentado con las lluvias tan frecuentes y principalmente con las nieves derretidas de las sierras vecinas, pasó sus antiguos límites, e inundó las campañas con destrozo de las heredadas bien labradas y de los ganados. Creció con tanta demasía que sobrepujó las señales antiguas, que se ven en el humilladero de la Fuensanta, donde está señalado el lugar, donde llegó la mayor creciente que en nuestro siglos se vio año de mil y quinientos y cincuenta cuatro” (DÍAZ DE RIVAS, 1626 ca.: fol. 1r).
El autor se refiere en particular a la inundación de 1554, otra riada calamitosa del Guadalquivir en Córdoba, y menciona, quizás, una placa que recuerda el nivel dramático alcanzado por el agua en esa ocasión. Enseguida, Díaz de Rivas hace una clara alusión al ejercicio de la memoria como práctica de gestión de la emergencia: pasa, de hecho, a una descripción precisa, casi ingenieril, de la configuración del lecho del río, aclarando que los daños en Córdoba no fueron tan dramáticos, especialmente en la zona de Campo de la Verdad, que sería una especie de península rodeada por el río, por dos simples motivos:
“Con todo esto fue nuestro Señor servido que tan gran diluvio no hiciese daño en esta ciudad, ni en el Campo de la verdad, que como v.m. sabe, es un barrio de la otra parte del río, bien que por todo él se derramaron las aguas y subieron cerca de dos varas en alto. A la ciudad no pudieron empecer ni a los vecinos della. Y esto es cosa admirable, bañando el río gran parte della y estando asentada en sitio muy llano. Todo lo cual proviene del maravilloso asiento que tiene, levantándose un poco desde la orilla del río, al cual tiene inclinadas moderadamente las vertientes y con la postura y traza que le dieron sus fundadores ayudada de la observancia de los daños que podían causar las avenidas y con las obras que después hicieron los Moros con reparos y con el modo de la fundación de los Alcázares” (DÍAZ DE RIVAS, 1626 ca.: fol. 1r).
Córdoba no sufrió los mismos daños que otras ciudades: en primer lugar, debido a la configuración del territorio, ya que había sido fundada a una altitud más elevada y en un terreno más inclinado que otros pueblos asentados en otras secciones del Guadalquivir. Sin embargo, la menor gravedad de los efectos sufridos se debe sobre todo a que, a lo largo del tiempo, la observación de los daños de las inundaciones pasadas había impulsado trabajos de mejora en la gestión del lecho del río, intervenciones que hallaron su razón de ser en la dominación morisca y en un sistema de construcción similar al de los Alcázares. La experiencia y la memoria de las inundaciones pretéritas generan conocimiento, crean la información que permite que Córdoba no sufra la violencia del agua del río.
Es una memoria ligada al pasado de la ciudad, a la presencia árabe y al papel muy importante de Córdoba en la historia del califato y de Al-Ándalus. Sin embargo, como se ha comentado, el objeto del relato del erudito cordobés no es la configuración del río ni la fundación de la ciudad, sino el extraordinario hallazgo debido precisamente a la acción destructiva del agua, que ha sacado a la luz reliquias antiguas anteriormente sumergidas. Según explica el autor, son restos que de alguna manera habían sido señalados en el pasado y que a la sazón se identificaban como los vestigios de un antiguo monasterio mozárabe, el de San Cristóbal, definido como una especie de última legión cristiana durante la dominación musulmana, y donde, según los cronistas, estaban sepultados San Gumersindo y Servideo.
Mediante un cuidadoso estudio de los materiales y técnicas de construcción de los restos encontrados, Díaz de Rivas refuta esta antigua creencia, o más bien tradición, confirmada por crónicas y hagiografías, y demuestra que la alberca, la piscina encontrada, es un edificio de origen árabe necesario para el riego de los huertos, cuya existencia estaría confirmada por la Crónica General de Alfonso X el Sabio.
No es este el lugar para detenerse en la polémica desencadenada por la relación de Díaz de Rivas y el enfrentamiento con varios eclesiásticos de la ciudad. La controversia sobre la existencia y ubicación del monasterio de San Cristóbal también proporciona un testimonio muy útil sobre el método arqueológico y la relación entre observación directa y fuentes cronísticas. Sobre el asunto, se remite a un estudio interesante de Elvira Muriel (2019).
Lo que se pretende destacar, sin extenderse demasiado, es que el texto muestra ante todo una conexión entre la catástrofe y la memoria decididamente diferente, particular y paradójica. A pesar de los daños, limitados según el autor, la relación de Díaz de Rivas parece ante todo narrar el desastre desde una perspectiva opuesta a la espantosa y dramática que se atisba en otros impresos informativos similares. Si, como describe magistralmente Agustín Redondo (1996), la narración de los eventos extraordinarios siempre está suspendida entre el polo negativo del miedo y el positivo de lo maravilloso, en el texto, la catástrofe adquiere los rasgos de un evento prodigioso y admirable. El stupor que emerge de las páginas del opúsculo es visible también en los matices cobrados por la peculiar representación de la memoria. Por pura y trágica casualidad, la inundación, que suele sumergir la historia y destinarla al olvido, descubre el velo del pasado y permite reconstruir y reinterpretar los recuerdos de toda una comunidad. Lo hace, además, sacando a la luz fortuitamente el pasado de un lugar que precisamente las catástrofes previas habían ya convertido en un valioso y singular lugar de memoria.
5.
En definitiva, la rapidez informativa de las relaciones de sucesos crea una memoria inmediata del presente trágico, en la que se entremezclan otras anécdotas, historias e, incluso, opúsculos conocidos por un público ávido de noticias. Los escritores de relaciones de sucesos hacen referencia a este bagaje común y crean un relato coral sobre un conocimiento popular ya sedimentado y conocido. A la naturaleza efímera de las relaciones se oponen, en ocasiones, relatos que arraigan velozmente en el imaginario común. El ejemplo vesubiano demuestra cuán crucial es el control sobre este relato como factor de legitimación presente y futura.
Al narrar la catástrofe, los escritores de relaciones muestran un interés especial en la evocación del pasado y reflexionan sobre la construcción de la memoria para la posteridad. Esta característica estimula la naturaleza proteica de los opúsculos noticieros, permitiendo a los autores explorar las potencialidades de la escritura informativa, que desemboca, en los ejemplos sondeados, en la tratadística de corte historiográfico o arqueológico. Los largos párrafos dedicados a la memoria de las erupciones pasadas en las relaciones vesubianas muestran que el evento sin precedentes de 1631 es en realidad parte de una historia ya conocida por los habitantes de esos lugares; la finalidad arqueológica de la relación de Díaz de Rivas demuestra paradójicamente que las consecuencias dramáticas de la catástrofe no solo conllevan la dispersión de las memorias de comunidades enteras, sino también la oportunidad de reconstruir esas mismas memorias y destinarlas a las épocas futuras en una versión más confiable. A través de esta confrontación entre pasado y presente se mide el alcance de la catástrofe contemporánea. De esta manera, mediante la inserción en una memoria común, el evento trágico se vuelve comprensible y asimilable.
Bibliografía
Fuentes primarias
ANÓNIMO, (1629). Relación de la tempestad y diluvio que sobrevino este año de 1629 a 28 del mes de agosto, día de San Agustín en la ciudad de Granada, donde se da cuenta de la gente que peligró y casas que se anegaron, Barcelona: Esteban Liberós. Biblioteca Nacional de España, VE/170/50.
ANÓNIMO, (1637 ca.). Relación de los socorros de gente y dinero con que el Excelentísimo Señor Conde de Monterey ha asistido a diferentes partes, para defensa de la Monarquía, y otras prevenciones hechas por su Excelencia, desde el mes de mayo de 631, que tomó posesión del cargo de Virrey, y Capitán general del Reyno de Nápoles, hasta fines del de 636, s.l., s.e., s.a. Biblioteca Casanatense de Roma, VOL MISC.1501 4.
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* Esta investigación se enmarca en el proyecto ERC Disasters, Communication and Politics in South-Western Europe. The Making of Emergency Response Policies in the Early Modern Age (European Union’s Horizon 2020 research and innovation programme-grant agreement No. 759829).
[1] El presente trabajo se origina de una contribución presentada en el marco del congreso “Memoria e oblio di evento traumatici nell’Età Moderna” (Universidad de Nápoles Federico II – 27-28 de octubre de 2022). Las fructíferas jornadas de estudio fueron una oportunidad para revisar y reelaborar ideas de investigación ya sondeadas en otros artículos dedicados a la relación entre la memoria y la narración de la catástrofe. Véanse Schiano (2021c; 2022).
[2] Sobre la relación entre espacio y memoria véase también Gribaudi (2020).
[3] Como la de 1992, todavía recordada por la extraordinaria desviación que fue necesaria para evitar que llegara al pueblo de Zafferana Etnea.
[4] Al respecto, véase Nazzaro (2014).
[5] A propósito de las distintas cuestiones relativas a la reconstrucción después del sismo del 1980, véase Gribaudi, Mastroberti y Senatore (2021).
[6] Sobre las inundaciones, véase al menos Alberola Romá (2010).
[7] No parece casualidad que durante los siglos de la Alta Edad Moderna las inundaciones sean las catástrofes que presentan un mayor desarrollo de prácticas de gestión de la emergencia. Riadas y crecidas, de hecho, son mucho más recurrentes que sismos o erupciones volcánicas. Sobre los rasgos de una «cultura de gestión de las inundaciones», véase Rohr (2013). Este estudio reelabora y amplía otros trabajos dedicados a la relación entre la memoria y la narración de la catástrofe.
[8] Se trata de un género editorial que se origina de distintas tradiciones textuales, desde la epistolografía hasta la poesía narrativa popular. Lo textos presentan, de hecho, una identidad poliédrica que hibrida intenciones informativas y narrativas, retóricas evenemenciales y ficticias, relatos detallados y patéticos. A pesar de la configuración de género plástica y permeable, las relaciones presentan sin embargo una función comunicativa homogénea: se trata de textos que narran, en prosa o en verso, eventos que han ocurrido recientemente, y por lo tanto son de relativa actualidad, y que conciernen al ámbito político o bélico —sucesiones dinásticas, batallas—, festivo —nacimientos, muertes, entradas reales—, hechos extraordinarios —crónica negra, patíbulos, milagros, desastres de origen natural—. Desde el punto de vista material, las relaciones se imprimen principalmente en cuarto, raramente en folio o en octavo, y en su mayoría tienen una extensión breve que no supera las dos hojas. De la misma manera que en mucha literatura popular impresa, los títulos y las portadas desempeñan un papel informativo y comercial fundamental, atrayendo a los potenciales lectores con fórmulas seductoras y con el anuncio sintético de la noticia divulgada, a menudo también a través de xilografías de gran impacto visual —a pesar de la baja calidad artística—. Al respecto, véanse, al menos, Ettinghausen (2015) y Ruiz Astiz y Pena Sueiro (2019). A Henry Ettinghausen se debe también la definición de los opúsculos informativos como un género paneuropeo. Efectivamente, a pesar de las distintas denominaciones cobradas en los diferentes territorios europeos (avvisi a stampa, canards, Flugschriften, Flugblätter, occasionnels, newsletters, neue Zeitungen, relazioni), comparten tanto unas características materiales como unos rasgos textuales que permiten considerarlos como un único género informativo, pródromo del periodismo moderno. Más en general, sobre el periodismo y el desarrollo de la información pública durante la Alta Edad Moderna, véanse Infelise (2002), Rospocher (2012), Pettegree (2014), Raymond y Moxham (2016).
[9] El sermón valenciano de Vicente Noguera analizado por Domenico Cecere (2019) conecta los terremotos de Nápoles y Lima (5 de junio y 20 de octubre de 1688). Los dos desastres ocurridos lejos de Valencia construyeron “una precisa etiología de los fenómenos naturales extremos y advirtieron a los fieles valencianos recordándoles cuáles podrían ser las consecuencias de la ira de Dios” (p. 811). Giancarlo Alfano (2018) ha destacado cómo la erupción del Vesubio, la revuelta popular y la epidemia de peste, que sacudieron la ciudad de Nápoles en 1631, 1647 y 1656 respectivamente, fueron interpretadas por la literatura de la época —no solo religiosa— a través de una “red metafórica tensa y coherente” que señalaba la epidemia como el punto culminante de un conflicto único entre el bien y el mal.
[10] En las transcripciones de las relaciones citadas se utilizan mínimos criterios de modernización, siguiendo las indicaciones del grupo de investigación SIELAE.
[11] Lavocat (2012) demuestra cómo estos capítulos soportan la explicación de la catástrofe. En concreto, la inserción de estos largos apartados cambia la estructura editorial de los opúsculos que cobran los rasgos de las así nombradas relaciones largas (o en forma de libro), difundidas principalmente por la temática festiva. Véase, al respecto, López Poza (1999) y Schiano (2021a: 115).
[12] Sobre la relación entre opúsculos informativos y epistolografía, véase Cátedra (1996).
[13] Como confirma Fernando Bouza (2008): “todos los poderes parecen haber necesitado ser vistos para ser reconocidos como tales” (p. 74). El control de la información iba de la mano de la organización pomposa y rigurosamente jerárquica de la vida de corte y sus ceremonias.
[14] Sobre la postura de Quiñones con respecto a sus fuentes, véase Schiano (2021c).
[15] Véase Díaz de Rivas (1627).
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