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Magallánica : revista de historia moderna - Año de inicio: 2014 - Periodicidad: 2 por año
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MAGALLÁNICA, Revista de Historia Moderna: 11 / 21 (Instrumentos)

Julio - Diciembre de 2024, ISSN 2422-779X

CREATIVE COMMONS

 

 

MEMORIA Y OLVIDO DE LOS ACONTECIMIENTOS TRAUMÁTICOS EN LA EDAD MODERNA. INTRODUCCIÓN*

 

 

 

Beatriz Álvarez García

Yasmina R. Ben Yessef Garfia

Universidad Complutense de Madrid, España

Universidad de Nápoles “Federico II”, Italia

 

 

 

 

Recibido:        02/07/2024

Aceptado:       21/12/2024

 

 

 

 

Resumen

 

Un terremoto, una erupción volcánica o una guerra han constituido siempre eventos traumáticos cuyas consecuencias resuenan en las sociedades que los vivieron y en las generaciones futuras. El presente monográfico tiene como objetivo analizar los modos en los que se construía, se experimentaba y se transmitía la memoria de estos acontecimientos a lo largo de la Edad Moderna. A partir del análisis de diversos casos de estudio, se enfatizan algunas de las características inherentes al proceso de construcción y comunicación del recuerdo, como su inevitable dinamismo a lo largo de tiempo. Además, se pone de relieve la subjetividad y la falta de neutralidad del fenómeno, puesto que tanto el recuerdo como el olvido respondían a objetivos concretos, dependientes de los intereses de los numerosos agentes que intervenían en su elaboración. Por último, se evidencia cómo la memoria de los acontecimientos traumáticos podía ser también la manifestación de conflictos latentes en la sociedad.   

 

Palabras clave: desastres naturales; Edad Moderna; guerras; memoria; olvido; trauma.

 

 

MEMORY AND OBLIVION OF TRAUMATIC EVENTS IN THE EARLY MODERN AGE. INTRODUCTION

 

Abstract

 

An earthquake, a volcanic eruption or a war have historically been traumatic events whose consequences resonate in the societies that experienced them and in future generations. The objective of this monograph is to analyse the ways in which the memory of these events was constructed, experienced and transmitted throughout the Early Modern Age. Based on the analysis of various case studies, it emphasises some of the inherent characteristics of the process of constructing and communicating memory, such as its inevitable dynamism over time. Furthermore, the subjectivity and lack of neutrality of this process are highlighted, as both the acts of remembering and forgetting are shaped by specific objectives, reflecting the interests of the numerous agents involved in their elaboration. Finally, it is demonstrated how the memory of traumatic events can also be the manifestation of latent conflicts in society.

 

Keywords: natural disasters; Early Modern Age; wars; memory; oblivion; trauma.

 

 

 

Beatriz Álvarez García. Doctora en Historia por la Universidad Complutense de Madrid (2020), actualmente es profesora ayudante doctora en la misma universidad e investigadora adscrita al Centro de Estudios de la Real Diputación de San Andrés de los Flamencos - Fundación Carlos de Amberes. Ha sido investigadora posdoctoral en el proyecto ERC DisComPoSE. Disasters, Communication and Politics in Sothwestern Europe de la Universidad de Nápoles Federico II, donde ha desarrollado una línea de investigación sobre lecturas y prácticas religiosas de la catástrofe. Está especialmente interesada en el papel de la comunicación política en las sociedades de la Edad Moderna. Como resultado de su tesis doctoral, ha publicado recientemente el libro Diplomacia y opinión pública en las relaciones hispano-británicas (1624-1635) (Peter Lang, 2023).

Correo electrónico: beatriz.alvarez@ucm.es

ID ORCID: 0000-0002-4985-3878

 

Yasmina R. Ben Yessef Garfia. Profesora de Historia Moderna en la Universidad de Nápoles “Federico II”. Sus primeras investigaciones se han centrado en las redes mercantiles y en las relaciones entre la república de Génova y la Monarquía Hispánica entre los siglos XVI y XVII. En la actualidad, en el ámbito del proyecto ERC DisComPoSE Disasters, Communication and Politics in Southwestern Europe se ha ocupado del papel de los eclesiásticos en la comunicación y circulación de noticias y en la construcción de memoria y de narraciones sobre los desastres naturales en la América española de la Edad Moderna, en concreto en el virreinato de Perú.

Correo electrónico: yasminarocio.benyessefgarfia@unina.it

ID ORCID: 0000-0002-6931-5268

 

 

 

MEMORIA Y OLVIDO DE LOS ACONTECIMIENTOS TRAUMÁTICOS EN LA EDAD MODERNA. INTRODUCCIÓN

 

 

 

 

 

Hace unos años, la historiadora holandesa Judith Pollmann (2017) publicó Memory in Early Modern Europe, 1500-1800, en el que abogaba por la necesidad de analizar los modos en los que se configuraba la memoria durante la Edad Moderna y argumentaba que, para las sociedades europeas de los siglos XVI a XVIII, el pasado era un territorio contestado, en disputa, y, por lo tanto, sujeto a interpretaciones cambiantes y a distintos usos.[1] Centrándose en el análisis de las prácticas por las que el recuerdo se convertía en “conocimiento público” (p. 1), Pollmann se inscribía dentro de la larga tradición de trabajos sobre la conformación de la memoria histórica (memory studies). Si bien el argumento cuenta con un peso importantísimo en lo que se refiere al estudio de la contemporaneidad, su presencia es todavía residual cuando nos referimos a los siglos de la Edad Moderna. Por fortuna, este vacío historiográfico comienza a verse colmado por nuevos estudios en las últimas décadas que han puesto el acento en la importancia del trauma como factor determinante en los procesos de construcción del recuerdo y del olvido.[2]

Se trata de cuestiones sobre las que pudimos reflexionar en las sesiones del congreso internacional Memoria y olvido de acontecimientos traumáticos en la Edad Moderna, que tuvo lugar en Nápoles los días 27 y 28 de octubre de 2022, organizado en el ámbito del proyecto ERC DisComPoSe Disasters, Communication and Politics in South-Western Europe. The Making of Emergency Response Policies in the Early Modern Age. Entre los objetivos de este último se hallaba el estudio de los procesos de comunicación activados tras un fenómeno natural extremo, la creación de discursos sobre la catástrofe y la institución de una memoria del desastre que permitiera la delimitación de culturas del riesgo. A pesar de que DisComPoSe focalizaba su atención en las manifestaciones naturales de efectos funestos (terremotos, inundaciones, erupciones, etc.), el trauma que caracterizó este tipo de eventos obligaba a afrontar el problema desde presupuestos teóricos y metodológicos más amplios que comprendiesen otros episodios igualmente violentos, como las guerras. Con el objetivo de comprender mejor las estrategias psicológicas, políticas y sociales con las que las sociedades de la Edad Moderna afrontaban las crisis, en este monográfico nos proponemos analizar las prácticas de la memoria desplegadas por diversos sujetos y colectivos en coyunturas bélicas y posdesastres naturales entre los siglos XVI y XVIII.[3]

 

Historizar el trauma en la Edad Moderna

 

La elección de analizar los procesos de memoria y olvido en torno a eventos traumáticos no es casual. Junto a los estudios sobre estas temáticas, las investigaciones sobre el trauma y sus implicaciones (trauma studies) han dado lugar en los últimos decenios a un ámbito disciplinar específico en el que se entrecruzan distintos campos, entre otros, la psicología, la neurociencia, la sociología, la historia, el urbanismo, el arte y la literatura. No es este el lugar para hacer una recopilación sistemática de las variadas y complejas definiciones de “trauma” que se han realizado desde diversas disciplinas.[4] Baste recordar, por el momento, las diversas connotaciones que se han ido atribuyendo progresivamente a dicho concepto desde sus orígenes. No se trata solamente de una experiencia individual, sino de una categoría psiquiátrica que tiene su origen en la interpretación de eventos generales y colectivos. Estos episodios, radicados en la realidad, son después recordados y reelaborados culturalmente de maneras muy distintas, que difieren y cambian a lo largo del tiempo, a través de narraciones subjetivas que atribuyen responsabilidades diferentes a los actores que participan de la misma comunidad del recuerdo. (VIOLI, 2020: 32-36) Entre las muchas respuestas al trauma, la más conocida e importante, por sus consecuencias psiquiátricas, es la imposibilidad de reelaborar los recuerdos, el conocido como síndrome del estrés postraumático.[5] Si esto es así para el individuo, la memoria y el olvido de los acontecimientos causantes del trauma son, también para la sociedad en su conjunto, estrategias de supervivencia fundamentales.

La categoría de olvido se ve aún hoy afectada por una cierta indiferencia desde el punto de vista historiográfico. Su importancia es, sin embargo, reseñable sobre todo si se tiene en cuenta que las fuentes y los testimonios con los que contamos no son depositarios de una memoria total y colectiva, sino siempre parcial. El antropólogo Marc Augé, en su libro Las formas del olvido (1998), puso de relieve las funciones culturales del olvido y sus diversas formas de ritualización como mecanismos sociales necesarios para sobrevivir a determinadas experiencias. Así, señala que este puede poseer, en ocasiones, una “virtud narrativa” que permite vivir el tiempo “como una historia” (AUGÉ, 1998: 33) al eliminar determinados elementos.[6] Más significativamente, Augé habla también de un “deber del olvido” (1998: 101), relativo a la necesidad de darle cabida en nuestras vidas para poder sobrevivir a experiencias traumáticas, refiriéndose especialmente al caso concreto del Holocausto, tema que ha suscitado gran parte de la literatura actual sobre memoria y olvido.   

En ocasiones, la omisión del recuerdo permite también recuperar la concordia y la armonía social, como sucedía a menudo con los procesos de paz que ponían fin a enfrentamientos entre comunidades. (POLLMANN, 2017) Del mismo modo, las catástrofes naturales particularmente violentas funcionaban como instrumentos para cancelar la memoria de los comportamientos precedentes, percibidos inmorales o peligrosos para la cohesión de la comunidad. Las narraciones de la época refieren que, después de un terremoto, de una erupción o de cualquier fenómeno natural de efectos calamitosos, se asistía a la reconciliación de familias, a la confesión pública de los pecados, a la oficialización de las relaciones de personas que vivían en el concubinato y un largo etcétera. El relato de la tragedia que se creaba proponía, por lo tanto, el desastre como un trauma necesario para el olvido de actitudes consideradas una amenaza para el orden social, aludiendo así a una de las principales funciones del olvido, la del retorno al pasado mítico. (AUGÉ, 1998: 66)

El olvido tiene también un carácter instrumental, interesado, ejercido por los propios agentes que silencian episodios no acordes a sus intereses. Por eso, en algunos de los artículos presentados en este monográfico, los silencios narrativos se erigen en verdaderos objetos de estudio en los que identificar estrategias de grupos e individuos dirigidas al establecimiento de versiones del trauma que respondieran a las metas prefijadas y a la mentalidad de cada época.

Todo ello implica que la manera en la que las sociedades del Antiguo Régimen se relacionaron y reelaboraron los recuerdos traumáticos pudo diferir de manera notable a la adoptada por nuestra sociedad actual.[7] Así, por ejemplo, Pollmann (2017: 162) ha señalado que en la Edad Moderna se asiste a una explosión del género conocido como “narrativas de atrocidades” y cómo estas condicionaban también la vivencia de posteriores crueldades. Asimismo, evidencia el modo en el que podían convertirse en memorias “transnacionales” o “cosmopolitas”, superando fronteras e influyendo en las experiencias de otros lugares del globo distantes entre sí.  

La historiadora holandesa, sin embargo, no dedica en su trabajo espacio a otros acontecimientos traumáticos, como los desastres de origen natural. Es más, el estudio de la memoria del trauma en la Edad Moderna se ha concentrado principalmente en el ámbito bélico, en el que ocupan un lugar destacado las investigaciones enfocadas en la construcción del recuerdo de revueltas y revoluciones. (HAFFEMAYER, 2013; MERLE, JETTOT y HERRERO SÁNCHEZ, 2018; BENIGNO, BOURQUIN y HUGON, 2019) No obstante, la destrucción del territorio conocido, la pérdida de campos, casas, lugares de sociabilidad, pueblos, la disgregación momentánea de las estructuras sociales, el vacío temporal producido por la catástrofe, son elementos que causaron -y causan todavía hoy- fenómenos de conmoción generalizada tanto a nivel individual como colectivo. Gabriella Gribaudi (2020) lo ha explicado de manera ejemplar para el caso del terremoto de Irpinia de 1980; para la Edad Moderna, el episodio más conocido para ilustrar la cuestión es el terremoto de Lisboa de 1755.[8] Aunque contamos con análisis rigurosos sobre la memoria de las calamidades naturales para épocas precedentes, (LABBÈ y SCHENCK, 2018; LAVOCAT, 2019; CECERE, 2022; CECERE, 2024) no hay duda del éxito indiscutible que ha gozado el seísmo lisboeta en ámbito historiográfico. La razón no se halla únicamente en la extraordinaria dimensión mediática que alcanzó el acontecimiento, sino también en la idea generalizada durante décadas de que las sociedades de Antiguo Régimen eran incapaces de construir culturas de previsión del riesgo, en parte debido al predominio de una interpretación providencialista del trauma. Desde este punto de vista, las instituciones y la población, atribuyendo la responsabilidad de la catástrofe a Dios, se habrían limitado a acciones dirigidas a aplacar la ira divina y habrían elaborado explicaciones de la calamidad con objetivos meramente moralizadores. Si bien la visión providencialista es incuestionable para los primeros siglos modernos, esta no fue del todo desterrada en el siglo XVIII ni impidió que, ya con anterioridad, la experiencia traumática vivida desde un punto de vista religioso y espiritual se concretara en una memoria de prácticas y saberes de prevención, adaptación y gestión de la crisis que podía desempolvarse ante nuevas amenazas. (WALTER, 2008) El fenómeno evidencia que estas sociedades eran conscientes de la frecuencia de determinados eventos, contaban con instrumentos para comprenderlos que iban más allá de la argumentación religiosa o mágica y, sobre todo, no dudaban en construir una memoria estratégica de los mismos con fines políticos, distorsionando los hechos, ensalzando la labor de ciertos grupos sociales o imponiendo la transmisión en el tiempo de una versión precisa.

 

Tipologías, funciones y agentes de la memoria

 

El gran teórico de la memoria y sociólogo francés Maurice Halbwachs ya señaló en su obra La mémoire collective (1997 [1950]) que esta se halla en continua construcción, es móvil, dinámica y fruto de la inserción de los hechos contemporáneos en un conjunto de recuerdos que se adaptan a nuestras percepciones actuales, en una confrontación constante de distintos testimonios, reales y ficticios (p. 51).[9] En este sentido, podemos decir que la memoria es siempre un proceso y este se manifiesta y se configura a través de productos culturales visuales, escritos u orales. 

Por lo tanto, partiendo de la consideración de la memoria como construcción social, se puede realizar una categorización de sus diversas tipologías y manifestaciones. Seguimos aquí la planteada por Jan Assmann, quien indagó en la vinculación existente entre memoria (conjunto de referencias a un pasado común), identidad (entendida desde el punto de vista de la comunidad política) y continuidad cultural (referida a la formación de una tradición). Las tres dimensiones participan en la conformación de lo que Assmann, siguiendo a Peter Berger y Thomas Luckmann, denomina un “universo simbólico”, es decir, el conjunto de experiencias y expectativas compartidas por una sociedad. (ASSMANN, 2011: 2) Asimismo, Assmann identificó, a partir del reconocimiento del origen colectivo de los recuerdos individuales, (HALBWACHS, 1997 [1950]: 54) cuatro dimensiones externas (o sociales) de la memoria: mimética (aprendizaje por repetición o imitación), de las cosas (el conjunto de objetos que permite recordar las propias vivencias y la de los antepasados), comunicativa y cultural. (ASSMANN, 2011: 5-6) Mientras la memoria comunicativa se refiere a las experiencias históricas en el marco de unas cuatro generaciones y tiene un origen informal, procedente de la interacción entre diversos agentes, la cultural alude a un pasado mítico y tiene un carácter institucionalizado y ritual. (ASSMANN, 2011: 41) Desde este punto de vista, las contribuciones incluidas en este monográfico prestan especial atención a la creación de memorias comunicativas y a los procesos de codificación desarrollados en el tiempo que condujeron a la institucionalización de una memoria cultural.

Por su parte, Aleida Assmann (2009) distingue dos funciones principales de la memoria. En primer lugar la de almacenamiento, que implica toda una serie de técnicas encaminadas a la sistematización de la información y el conocimiento: se habla así de mnemotecnia, es decir, de la ciencia centrada en la organización de la información para que sea más fácil recordarla; una segunda función es precisamente la del recuerdo, concepto que subraya la contribución de la subjetividad humana en la formación de la memoria y que la convierte en el resultado de la interacción entre lo efectivamente recordado, la razón y la imaginación. Se trata de dos aspectos interdependientes que se desarrollan simultáneamente en cualquier proceso de configuración de la memoria. En este sentido, los artículos del monográfico profundizan en los procesos de selección y de organización de la información -en los que jugaron un papel fundamental los fenómenos de circulación y comunicación de noticias- por parte de los diversos agentes, y en su transformación en recuerdos fosilizados, es decir, en una memoria cultural para la posteridad en la que poder identificar distintos elementos de continuidad y ruptura.

Por otro lado, no podemos omitir el hecho de que esta última toma forma gracias a los mediadores y a las políticas específicas, ya que no existe una memoria cultural capaz de autodeterminarse. Los mediadores proporcionan soportes concretos a la memoria humana, que pueden ser la propia escritura, el propio cuerpo e incluso los lugares. En los artículos propuestos, los principales agentes creadores de memoria fueron familias, clero secular y regular, literatos, diplomáticos, autoridades locales y centrales e ingenieros. Algunos de estos actores constituyeron testigos directos de la violencia o vivieron el trauma; otros se erigieron en recopiladores e intérpretes de los acontecimientos observados por otros. Todos ellos realizaron verdaderas proezas de creación de memoria comunicativa y cultural a través de la escritura y de las prácticas, respondiendo a determinados fines individuales, sociales y políticos.

De hecho, en todos los trabajos aquí recopilados se evidencia una característica común fundamental: la construcción de la memoria es esencial en el ejercicio del poder. Esta constatación está en efecto en línea con las teorías propuestas por Arndt Brendecke (2016) que propone concebir las noticias que llegaban al monarca como la traducción de unos intereses concretos, la transformación de lo subjetivo en objetivo (p. 483). Igualmente, si bien la memoria se presenta como un relato de hechos realmente sucedidos, en realidad esta representaba un recuerdo minuciosamente seleccionado, bien para lidiar con el trauma, bien para apoyar determinados intereses. Asimismo, el trauma experimentado se convertía en una ocasión para visibilizar conflictos más o menos latentes entre distintos actores sociales. (LAVOCAT, 2012: 217-272; TUCCILLO, 2021) La contienda política, unida a la necesidad de contar la propria experiencia, explica la escritura y la actividad frenética de las imprentas tras una calamidad natural o política. En concreto las prensas fueron cruciales en la fabricación de la memoria y dieron el pistoletazo de salida a otras batallas, las de las plumas, en las que diversos grupos probaban a imponer su visión sobre lo sucedido. Fueron precisamente las divergencias en la interpretación de los sucesos traumáticos las que, a su vez, justificaban la reimpresión de textos y la escritura sobre los mismos, garantizando la continua transmisión de información y, por lo tanto, la creación de nuevas formas de memoria.  

 

Memorias compartidas, memorias contestadas: agentes, comunicación y conflicto en torno a eventos traumáticos

 

Partiendo de estos presupuestos, nos planteamos las siguientes preguntas: ¿cómo se produjo el proceso de reconstrucción social e individual del recuerdo después de un evento traumático en la Edad Moderna?, ¿cómo se relacionaban dichos procesos con los distintos niveles y ámbitos de poder?, ¿fueron semejantes en todos los casos, más allá de la naturaleza de los acontecimientos?, ¿qué papel jugaron en ellos los testimonios individuales y colectivos, expresados a través de diversos canales? y, por último, ¿de qué manera el soporte impreso y el manuscrito condicionaron la transmisión de la memoria?

Para responder a estas preguntas, es fundamental trascender los habituales marcos delimitadores con los que se han definido los eventos traumáticos en la Edad Moderna para incorporar en su análisis los desastres de origen natural como momentos de ineludible y súbita ruptura del tiempo y de los equilibrios sociales. De esta manera, pretendemos establecer un diálogo entre geografías bien distintas afectadas por acontecimientos bélicos, como la guerra del Monferrato (1613-1617 y 1628-1631), analizada por F. Javier Álvarez García, o por los diversos conflictos político-sociales y diplomáticos en el ámbito del Imperio Otomano, estudiados por Umberto Signori. O bien entre espacios que han experimentado desastres de origen natural, como los presentes en las relaciones de sucesos analizadas por Gennaro Schiano, el terremoto de Málaga de 1680 examinado por Beatriz Álvarez García, las crecidas que afectaron al agro nocerino en 1773, sobre las que se centra el artículo de Diego Carnevale, o las erupciones y terremotos del virreinato de Perú, protagonistas del trabajo de Yasmina R. Ben Yessef Garfia. Aunque los orígenes del trauma en cada caso sean diferentes, en todos ellos la población vivió momentos de inusitada violencia que desencadenaron emergencias sociales e intentos por explicar el acontecimiento. De esta manera, agrupando eventos de diversa naturaleza, pero con consecuencias parangonables, bajo la misma categoría de episodios traumáticos, pretendemos observar e identificar posibles estrategias de respuesta similares. (CECERE y TUCCILLO, 2023: 18)

Asimismo, el monográfico se articula en torno a tres ejes de estudio que se interrelacionan entre sí: los agentes, convertidos en verdaderos motores del recuerdo, y sus testimonios individuales y colectivos; la circulación de la información y la comunicación de dicha memoria; y, por último, el conflicto que se atisba en algunos procesos de creación de la memoria.

Los testimonios y las modalidades discursivas con las que estos se expresaron fueron fundamentales en la reconstrucción de los procesos de memoria (VIOLI, 2020: 39) y en la configuración de una memoria compartida que comprendía elementos pertenecientes a memorias personales y públicas. (POLLMANN, 2017: 13) Los actores de la memoria emplearon diversos vehículos para la transmisión de su propia experiencia, hecho que ha determinado la heterogeneidad de las fuentes empleadas por los autores que han participado en este monográfico. De hecho, los artículos aquí recogidos son el resultado del estudio de documentos de muy diversa naturaleza (oficial, como los informes administrativos o las crónicas religiosas escritas por los frailes designados por su propia orden; privada, como la correspondencia particular; familiar, como los libri di ricordanze; informativa, como las relaciones de sucesos; o ceremonial, como los sermones), cada uno de los cuales está dotado de un potencial heurístico diferente y es capaz de arrojar luz sobre distintos aspectos relacionados, por un lado, con los procesos de creación de la memoria y de transmisión del recuerdo y, por otro, con los intereses de sus protagonistas.

Ambos procesos son el resultado de una cuidadosa elaboración y selección a través de la sistematización de las múltiples noticias que se difundían impresas o manuscritas tan pronto como se producían. En este sentido, las relaciones de sucesos, objeto del artículo de Gennaro Schiano, constituyeron el género informativo por excelencia mediante el cual se transmitían en la Edad Moderna noticias de relativa actualidad que despertaban el interés de gran parte de la población, tales como guerras, noticias criminales, acontecimientos naturales de consecuencias catastróficas o sucesos maravillosos o aterradores como nacimientos deformes, avistamientos de cometas o milagros. En su trabajo, Schiano enfatiza el papel de esta fuente en la configuración de los recuerdos que se comunican a la posteridad (proyectados así hacia el futuro) y en la reconstrucción de los eventos del pasado mediante la aplicación de diferentes fórmulas. En dichas dinámicas, como se detecta en los casos analizados por los otros autores, operaban mecanismos de supresión de voces discordantes con el objetivo de conformar una memoria compartida que permitiera humanizar y comprender la catástrofe, para lo cual era de singular importancia adoptar recursos propios de la cultura oral y popular, como la incorporación de anécdotas.

En lo que se refiere a las fuentes de F. Javier Álvarez García, el autor muestra cómo los egodocumentos y los libros de recuerdos familiares realizados por comerciantes y literatos se convirtieron no solo en vehículos de transmisión en el tiempo de sus vivencias durante la guerra, sino también en la expresión de una experiencia directa con la coyuntura bélica que aleja estas fuentes de la distancia con la que relataron la guerra los informes oficiales. Las experiencias personales narradas en estos documentos evidencian cómo la memoria no sólo se manifestaba en la escritura, sino también en los cuerpos.[10] Por eso, los actos contra los cuerpos referidos por los tres testimonios estudiados por el autor constituyen uno de los mejores intentos de borrar la memoria sobre alguien y sobre lo que representa.

En la escritura y en la formación de la memoria, no cabe duda de que los clérigos jugaron un papel fundamental, especialmente en el ámbito imperial donde la proliferación de agentes sociales destinados a administrar y poblar los territorios recién descubiertos fue de la mano de un incremento de los fenómenos de competencia entre ellos por la conquista de los espacios de poder disponibles. Los artículos de Yasmina R. Ben Yessef y Beatriz Álvarez García ponen precisamente el foco en cómo los religiosos, a través de sus crónicas, sermones y correspondencia, contribuyeron a crear una memoria de los acontecimientos, funcional a los objetivos perseguidos. En ambos casos, los documentos analizados denotan fines bien distintos a los expresados por los libri di ricordanze: junto a los moralizantes, se hallaba el ensalzamiento de los ministros de la Iglesia como gestores de la catástrofe, por encima de otros actores, hecho que denota el poder del trauma, ya mencionado, para hacer emerger rivalidades y conflictividad social. En el caso del estudio de Yasmina R. Ben Yessef, mediante el estudio de tres crónicas oficiales agustinas de los siglos XVII y XVIII, en las que se narran las experiencias de la orden en el virreinato de Perú, la autora destaca cómo los regulares aprovecharon el poder emotivo de los desastres naturales para la defensa de la evangelización católica contra las idolatrías y para articular narrativas triunfantes de su congregación contra los grupos sociales que amenazaban sus intereses en la América meridional. Semejantes procesos se observan en la investigación de Beatriz Álvarez. No solo el terremoto de Málaga de 1680, sino también una serie de pestes y una inundación contribuyeron a la construcción de un recuerdo mitificado alrededor de la figura del arzobispo de Sevilla Ambrosio Ignacio Spínola. De esta manera, la Iglesia creó la memoria de un tiempo ininterrumpido del desastre en el que Spínola era identificado como el mediador privilegiado entre Dios y los hombres y salvador de la catástrofe.

El carácter conflictual de la memoria queda patente igualmente en el caso presentado por Umberto Signori, centrado en la misión franciscana en Esmirna y en las tensiones entre los distintos Estados (las Provincias Unidas, la república de Venecia y el Imperio Otomano) que originó su tutela entre los siglos XVII y XVIII. En este caso, las fuentes principales que examina el autor son las diplomático-consulares con el fin de identificar las distintas memorias construidas en torno a la iglesia de la misión por parte de los actores implicados y de comprender mejor los intereses ocultos que escondían las narraciones y las estrategias de selección del recuerdo.

Entre los agentes artífices de la memoria no podían faltar los técnicos, políticos y administradores centrales y las propias comunidades locales y sus representantes. Estos agentes son los protagonistas del artículo de Diego Carnevale que, mediante el estudio de las crecidas de 1773 del río Sarno, en el reino de Nápoles, evidencia cómo tanto las comunidades locales como los ingenieros y ministros de la Corona hacían uso de una “memoria racionalizada” -entendida esta como las informaciones del pasado de una comunidad, elaboradas por técnicos y administradores, presentes en los archivos y disponibles para quien los solicitara- para defender los distintos intereses en juego. Un tipo de memoria que era, además, la prueba de la existencia de culturas del riesgo caracterizadas por prácticas de gestión y prevención de la emergencia aprehendidas en el tiempo. Los informes de peritos y de ingenieros que componían dicha memoria se comvertían así en un saber técnico al que los distintos grupos sociales y políticos podían acceder con diversos fines y que, a su vez, podía ser instrumentalizado en ocasión de los fenómenos de rivalidad entre las comunidades locales y de estas con los ministros del rey.

La urgencia de comunicar, de narrar, de compartir las experiencias traumáticas se plasmó en la explosión de relatos (orales, impresos y manuscritos) que contenían detalles sobre lo sucedido. Aunque los ritmos de la demanda y de la oferta de noticias fueron desiguales en los distintos siglos de la Edad Moderna, (CECERE, 2023) desde los primeros decenios del siglo XVII y, especialmente a partir de la Guerra de los Treinta Años,[11] los momentos de emergencia constituyeron un catalizador para la difusión de imágenes, relatos y representaciones de la crisis que no pocas veces se erigían en claras manifestaciones de conflictos existentes en el seno de la sociedad. (CECERE y TUCCILLO, 2023: 21, 25) Se trataba de los ladrillos con los que se construirían después las memorias de los eventos traumáticos, hecho que explica la atención especial que gran parte de los artículos del monográfico dedican a la comunicación y a la circulación de la información.

El estudio de los canales y de las formas de comunicación desplegados tras un episodio violento permite dilucidar diversas características sobre los procesos de construcción de memorias compartidas. Así, por ejemplo, según Gennaro Schiano, la inserción del evento calamitoso que había motivado la relación de sucesos en una lista de episodios catastróficos ocurridos en tiempos lejanos contribuía a la creación de un puente entre pasado y presente, a la vinculación del acontecimiento reciente con otros ya conocidos, facilitando, con ello, su comprensión y mitigando el dolor generado. Una función similar a la apuntada por F. Javier Álvarez para los libri di recordanze en los que la enumeración de episodios violentos permitía no solo recordar, sino también humanizar y dimensionar la magnitud de la catástrofe, al tiempo que aportaba marcos y puntos de referencia para el futuro. Esto se conseguía también a través del seguimiento de la evolución de elementos cotidianos, como los precios de los alimentos. En estos casos, los relatos sobre el sufrimiento, el dolor y el trauma de los protagonistas reforzaban su papel en cuanto testigos de la tragedia, confiriendo legitimidad y credibilidad a sus testimonios.

El aspecto de la comunicación es también protagonista en el artículo de Yasmina R. Ben Yessef. A través del estudio intertextual de las crónicas religiosas ya mencionadas, la investigadora rastrea las huellas de la memoria comunicativa evidenciando la desconfianza mostrada por los eclesiásticos ante la imprenta y los procesos de búsqueda y selección de fuentes acreditadas (orales, impresas o manuscritas) para crear, con diversos fines, un relato sobre las erupciones y los terremotos experimentados por la comunidad en el virreinato. Asimismo, el análisis de la autora subraya el papel de los desastres naturales en la narración de la historia de los agustinos y en la transmisión de una memoria cultural con fines moralizantes o de empoderamiento social de la comunidad religiosa.

Como ha demostrado Beatriz Álvarez en su trabajo, el protagonismo de los clérigos y de sus estrategias de comunicación del desastre desde el púlpito o a través de la escritura se revelaron fundamentales en la creación de una memoria del terremoto de Andalucía de 1680 favorable a las acciones de la jerarquía eclesiástica que, a su vez, se traducía en un capital simbólico de cara al futuro. El análisis en un amplio arco cronológico hasta 1755 de las técnicas comunicativas empleadas por la Iglesia para la difusión de una memoria concreta del evento ha permitido a la autora detectar la transición progresiva hacia un mayor énfasis en los rituales colectivos que difuminaría la memoria del trauma fundada sobre la persona del arzobispo Spínola.

La importancia de estos actores, con conocimientos precisos y detallados tanto del ámbito local como de la coyuntura internacional, en la construcción de memorias particulares se pone de manifiesto de manera patente en el artículo de Umberto Signori. En concreto, los representantes consulares venecianos y holandeses y los franciscanos de Esmirna se contendieron la selección de los recuerdos del trauma que debían figurar en la memoria de la Iglesia con el fin de determinar quién debía tutelarla. De esta manera, momentos de vulnerabilidad que atravesó el templo, como guerras, terremotos e incendios, eran olvidados o recordados en función de determinados objetivos, constatando, de esta manera, cómo los diversos agentes resultaban indispensables como mediadores y constructores de una memoria compartida, pero también contestada y, al mismo tiempo, la importancia del olvido como estrategia de promoción de intereses particulares estrechamente vinculada al ejercicio del poder.

Que los desastres y las crisis funcionaron en ocasiones como puntos de referencia para contiendas políticas y tensiones entre comunidades lo demuestra el artículo de Diego Carnevale. En su contribución, el investigador muestra cómo la “memoria tradicionalizada”, basada en las costumbres y convenciones nacidas de la experiencia con las inundaciones pasadas de las comunidades locales, fue instrumentalizada en su rivalidad con otras comunidades y autoridades, a la vez que se beneficiaba de un diálogo cada vez más estrecho con las argumentaciones de tipo técnico procedentes de diversos expertos.

Los estudios recopilados en este volumen ofrecen, en esencia, un mosaico heterogéneo de casos que permiten explorar, desde cronologías y contextos geográficos variados, las distintas formas en que las sociedades del Antiguo Régimen recordaron los acontecimientos traumáticos y los codificaron para su transmisión a la posteridad. Desde perspectivas metodológicas diversas, los artículos analizan la problemática de los intereses particulares exhibidos por los diferentes agentes implicados en el proceso memorístico, las estrategias de selección parcial de los recuerdos y del olvido, los canales de comunicación empleados y la conflictividad inherente a los fenómenos de configuración de la memoria. La participación de actores muy variados, como se pone de manifiesto a lo largo de este monográfico, contribuyó de manera decisiva a enriquecer una esfera comunicativa que sirvió de base para las subsiguientes memorias culturales. Esta dimensión no puede considerarse ajena a las relaciones de poder; por el contrario, se inserta en ella, se interrelaciona y se ve modificada por las mismas, manifestándose en dinámicas que tuvieron un impacto significativo en la creación de memorias compartidas. El presente monográfico aspira, por lo tanto, a arrojar luz sobre la conformación de las memorias en torno a los eventos traumáticos, en cuanto fenómeno fundamental para la interpretación de manera compleja, coherente e histórica de los acontecimientos trágicos presentes y futuros.

 

 

 

Bibliografía  

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* Esta investigación se enmarca en el proyecto ERC Disasters, Communication and Politics in South-Western Europe. The Making of Emergency Response Policies in the Early Modern Age (European Union’s Horizon 2020 research and innovation programme-grant agreement No. 759829).

[1] Sobre la percepción del pasado en las sociedades de la Edad Moderna son también relevantes las conclusiones alcanzadas por Burke (2016).

[2] Sin ánimos de ser exhaustivas, se remite aquí a las obras de Walsham (2012); Kuijpers, Pollmann y Steen (2013); Lavocat (2012); Cecere (2022).

[3] Respecto a las consideraciones a tener en cuenta a la hora de emplear el término desastre “natural”, compartimos las cautelas ya señaladas por Maskrey (1993) y García Acosta (2005).

[4] Véase al respecto las consideraciones de Violi (2020).

[5] Violi (2020) recuerda que la noción de síndrome de estrés postraumático tuvo su origen en el diagnóstico de los síntomas de los veteranos de la guerra de Vietnam (p. 32).

[6] Marc Augé (1998) recupera las palabras de Paul Ricoeur para definirlo como “configuraciones del tiempo” (p. 33).

[7] Al respecto, véanse las consideraciones de Kuijpers (2013: 192).

[8] Si bien la bibliografía sobre el terremoto de Lisboa de 1755 es amplísima, remitimos tan solo a los estudios recogidos en Braun y Radner (2005) como un primer acercamiento al tema.

[9] En 1994 Patrick Geary ya señaló una de las principales limitaciones del trabajo de Halbwachs: la falta de consideración de los parámetros políticos en la construcción de la memoria y la falsa dicotomía establecida entre memoria colectiva e Historia (GEARY, 1994, citado en POLLMANN, 2017: 189).

[10] Pollmann (2017: 20) argumenta que las memorias personales de los hombres y mujeres que vivieron en la Edad Moderna estaban más asociadas con el cuerpo que con las emociones.

[11] Sobre la vinculación del mercado de las noticias con el desarrollo de la Guerra de los Treinta Años, véase la obra de Pettegree (2014).

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