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Magallánica : revista de historia moderna - Año de inicio: 2014 - Periodicidad: 2 por año
https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/magallanica - ISSN 2422-779X (en línea)

Reseña de GONZÁLEZ HERAS, N., (2023). Habitar en el Madrid del siglo XVIII. Formas de residencia y cultura material entre los servidores de la monarquía, Gijón: Trea, 377 pp., ISBN 9788419525918.

 

 

 

Daniel Mena Acevedo*

Universidad de Santiago de Compostela, España

danielsteven.mena.acevedo@usc.es

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Recibido:        04/01/2024

Aceptado:       15/02/2024

 

 

Palabras clave: Madrid; casas; cultura material.

 

Keywords: Madrid; housing; material culture.

 

 

 

 

 

Madrid, villa y corte de la Monarquía Hispánica, ocupa en el seno de la historiografía modernista española un lugar de referencia en las investigaciones centradas en el ámbito doméstico y la cultura material. Este interés radica no solo en la importancia política, económica, social y cultural de la corte madrileña, sino también en la relevancia de los estudios pioneros que, desde finales del siglo pasado, han llevado a cabo las profesoras Victoria López-Cordón Cortezo y Gloria Franco Rubio sobre la elite administrativa española y la vida cotidiana en el Madrid borbónico. Bajo un prólogo de ambas autoras se presenta el libro Habitar en el Madrid del siglo XVIII. Formas de residencia y cultura material entre los servidores de la monarquía, obra de Natalia González Heras, especialista en la materia como acredita su novedosa y sugerente trayectoria investigadora. De entrada, no resulta una tarea sencilla estudiar la vivienda en una ciudad que superaba los 130.000 habitantes a mediados del siglo XVIII, toda vez que supone afrontar un amplio abanico social y un auténtico océano documental. No obstante, la selección de un grupo social específico como los servidores de la monarquía y el acertado trabajo de las fuentes documentales han permitido a la autora abordar el estudio del caserío madrileño a partir de dos grandes perspectivas, a saber: la vivienda en su contexto urbano y el universo material de sus interiores domésticos.

Desde la instalación de la corte en Madrid en 1561, los inmuebles madrileños quedaron condicionados por la saturación de la trama urbana, lo que explica el alto valor económico de los solares y la morfología irregular de las edificaciones. Todo ello resulta clave para explicar las tipologías habitacionales, las formas de ocupación y los espacios residenciales de los servidores de la monarquía, como pone de manifiesto el primer bloque del libro, “Los servidores de la monarquía en el contexto urbano madrileño”. La autora, con rigurosa precisión conceptual, comienza explicando las cuatro grandes tipologías habitacionales del Madrid borbónico: casas, cuartos, casas principales y palacios. La palabra “casa”, por su carácter polisémico, podía hacer referencia a una vivienda o a una edificación que englobaba distintas células habitacionales calificadas de cuartos, cuando estos albergaban al menos una sala y una alcoba. A este respecto, las diferencias socioeconómicas de los vecinos se hacían perceptibles en la distribución de los espacios de habitación por alturas, pero también en las mismas plantas. La autora ilustra bien esta interesante convivencia a partir del papel de las escaleras. Así, algunos proyectos arquitectónicos permiten distinguir entre escaleras que daban acceso a los cuartos principales de los edificios, mientras que otras estaban localizadas en los patios. Las casas principales, modelo de residencia tradicional de la nobleza cortesana, siguieron siendo escenarios de la vida de la elite madrileña dieciochesca, tanto en lo que respecta a las familias de rancio abolengo como a los títulos de nueva creación, por un proceso de emulación social. La ya señalada saturación de la trama urbana de la ciudad condicionó los proyectos de modelos residenciales más modernos como los palacios, término que, referido a miembros ajenos de la realeza, no aparece en Madrid hasta avanzado el siglo XVIII. Precisamente por la necesidad de espacio y el precio del suelo, algunos palacios fueron proyectados en zonas externas al centro. Buen ejemplo de ello es el palacio de Buenavista, encomendado al arquitecto Juan Pedro Arnal por los duques de Alba.

En lo que respecta a los regímenes de ocupación de las viviendas, la autora estudia la propiedad y sus formas de acceso, pero sobre todo el predominio del alquiler. Para ello se ha servido del valioso catastro urbano conocido como Planimetría General de Madrid (1749-1774), las implicaciones de la regalía del aposento y la participación de los servidores de la monarquía en el proceso desamortizador iniciado en 1798, que conllevó interesantes prácticas de especulación urbanística como muestra el caso de don José María de la Dehesa, gentilhombre de la Real Casa del rey. El tratamiento de otra fuente, la Matrícula de vecinos pudientes y distinguidos residentes en la capital de 1798, permitió estudiar la distribución de los vecinos de la elite, en general, y los servidores de la monarquía, en particular, en los ocho cuarteles en los que se dividía la villa y corte. Los cálculos de la autora matizan la imagen tradicional de la distribución de las viviendas de las elites, conforme a la cual estas residencias se concentraban en los barrios de Palacio y Afligidos (cercanos al Palacio Real) y Barquillo y norte de San Sebastián (cercanos al Buen Retiro). Así, el estudio destaca la presencia de vecinos distinguidos en barrios considerados populares como El Avapiés, pero sobre todo pone de relieve el alto porcentaje de servidores de la monarquía entre los vecinos pudientes de San Jerónimo (40,21%).

Al ser Madrid sede de importantes instituciones artísticas como la Academia de Bellas Artes de San Fernando (1752), resulta de especial interés la confrontación entre la teoría arquitectónica que circulaba en la España del siglo XVIII, muy influida por los modelos italianos y franceses, con la realidad del caserío madrileño. Así comienza el primero de los tres capítulos que conforman el segundo bloque del libro, “Interiores, cultura material y prácticas de vida”. En efecto, la autora no se limita a exponer la teoría dieciochesca en materia de distribución de las casas nobles, como la desarrollada por el francés Jacques-François Blondel, sino que ahonda en las ordenanzas de la villa y corte madrileñas, recogidas por Juan de Torrija y Teodoro Ardemans. Así, se concluye que los preceptos teóricos quedaban lejos de poder materializarse en el urbanismo madrileño.

La ordenación de los interiores es analizada a partir de una amplia muestra de 162 viviendas cuya información procede de licencias de obras conservadas en el Archivo de Villa de Madrid y escrituras notariales custodiadas en el Archivo Histórico de Protocolos Notariales. La autora explora las distintas estancias de la casa, desde el binomio sala-alcoba (estancias suficientes para que un espacio adquiriera la categoría de vivienda) hasta aquellas estancias domésticas más especializadas y propias de las viviendas de la elite social. Tal era el caso de los oratorios, representativos de un elevado estatus social, que fueron característicos de los hogares de la nobleza tradicional, aunque también tuvieron lugar procesos de emulación por parte de los individuos que ascendieron en la pirámide social al servicio de la monarquía como, por ejemplo, Juan Miguel Fajardo Uztáriz, secretario de su majestad y de Decretos en la Secretaría de Despacho Universal de Guerra. Al analizar los interiores de las viviendas madrileñas, González Heras aborda además cuestiones fundamentales de la vida cotidiana como los olores, los ruidos, el vertido de residuos, el suministro de agua y el acondicionamiento térmico.

El último y más extenso de los capítulos está centrado en los objetos, sus usos y significados. Los bienes de las casas podían ser transmitidos generacionalmente, pero también comprados y prestados. En una metrópolis urbana, donde confluían miembros de la administración cuyas estancias en la corte podían ser temporales, resulta lógico que se desarrollara el negocio del préstamo de muebles. La dificultad estriba, empero, en la identificación de las fuentes que permitan estudiar esa actividad. En este sentido, la escritura de liquidación, cuenta, partición y distribución de los bienes de Roberto Fourdinier, fallecido en 1803, permitió a la autora adentrarse en esa cuestión.

La función de recibir ocupó un lugar central en los hogares de los servidores de la monarquía, por lo que el mobiliario doméstico debía responder a las necesidades de ostentación, moda y comodidad. Así, no resultaba inusual que las estancias de recepción fueran adornadas con papel pintado, cuadros, espejos, mamparas, biombos, escritorios, papeleras, burós, relojes o mesas de juego, entre otros. Los objetos también nos permiten profundizar en las necesidades básicas del ser humano como la alimentación, el descanso y la higiene, así como en tareas domésticas como cocinar, limpiar, iluminar y calentar. Asimismo, la cultura material de los hogares ofrece múltiples posibilidades de análisis sobre las prácticas culturales y devocionales, a partir de las bibliotecas y las imágenes. La autora analiza todo este universo de objetos desentrañando sus usos y procurando en todo momento la búsqueda del ejemplo significativo. No solo eso, el trabajo realizado va más allá de la información aportada por las escrituras notariales, abarcando así otras fuentes como los relatos de viajeros o la prensa periódica.

Cabe destacar aquellos servidores de la monarquía que entraron en contacto con otras cortes europeas, toda vez que contribuyeron a la difusión de nuevas realidades materiales y hábitos culturales. Buen ejemplo de ello es el de Pedro Pablo Abarca Bolea, conde de Aranda, que se desempeñó como embajador en París. El mismo aristócrata fue precisamente quien impulsó el establecimiento de la Real Fábrica de Papeles Pintados, una solución económica y moderna frente al gasto que suponían tejidos costosos como las sedas.

El libro se cierra con tres apéndices. El primero, sobre planos de edificaciones, permite visualizar las explicaciones desarrolladas en el primer bloque. El segundo y el tercero constituyen valiosas herramientas de consulta para cualquier investigación que verse sobre servidores de la monarquía en el siglo XVIII. Así, se aporta la información de los planos trabajados (incluyendo propietarios y sus respectivos empleos) y un variado corpus de referencias a individuos y sus familias, extraídos de la documentación notarial (dotes, testamentos e inventarios).

En definitiva, estamos ante un libro que no solo explica con brillantez el comportamiento residencial y el modo de vida de los servidores de la monarquía en el Madrid borbónico, sino que nos invita a reflexionar sobre el complejo y dinámico universo social, económico y cultural que encerraron las casas y los objetos del pasado.

 

 

 



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