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Magallánica : revista de historia moderna - Año de inicio: 2014 - Periodicidad: 2 por año
https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/magallanica - ISSN 2422-779X (en línea)

EL IMPACTO DE LA GUERRA DE SUCESIÓN EN LA PLATERÍA LEVANTINA: REESTRUCTURACIÓN GREMIAL Y SUS EFECTOS EN LAS TRAYECTORIAS FAMILIARES (SIGLOS XVIII-XIX)

 

                                                                              

 

Francisco Hidalgo Fernández

Universidad de Cádiz, España

 

 

 

 

Recibido:        08/01/2024

Aceptado:       14/06/2024

 

 

 

 

Resumen

 

El presente artículo analiza las alteraciones producidas en la manufactura valenciana y murciana durante el conflicto sucesorio español de inicios del siglo XVIII, centrándose concretamente en la platería. La oposición de muchas localidades valencianas a la candidatura de Felipe de Anjou supuso, sobre todo tras la victoria del bando Borbón en Almansa, un duro castigo al reino, viendo limitado temporalmente el crecimiento económico que había experimentado hasta la fecha. Por el contrario, el apoyo dado desde Murcia causó un efecto positivo con la otorgación de privilegios, que vino a coincidir con una etapa de auge de la capital murciana. Todo ello queda analizado a través de historias familiares, cuyas trayectorias se vieron especialmente modificadas desde entonces y en adelante.

 

Palabras claves: Guerra de Sucesión; artesanado; platería; Valencia; Murcia; trayectorias familiares.

 

 

THE IMPACT OF THE WAR OF SUCCESSION ON LEVANTINE SULVERSMITHG: GUILD RESTRUCTURING AND ITS EFFECTS ON FAMILY TRAJECTORIES (18TH-19TH CENTURIES)

 

Abstract

This paper analyses the alterations produced in Valencian and Murcian manufacturing during the Spanish succession conflict at the beginning of the 18th century, focusing specifically on silverware. The opposition of many Valencian towns to the candidacy of Philip of Anjou meant, especially after the victory of the Bourbon side at Almansa, a harsh punishment for the kingdom, temporarily limiting the economic growth it had experienced to date. On the other hand, the support given from Murcia had a positive effect with the granting of privileges, which coincided with a period f prosperity for the capital of Murcia. All loft this is to be studied, moreover, through family histories, whose trajectories were especially modified from then onwards.

 

Keywords: War of Spanish Succession; crafts; silverware; Valencia; Murcia; family trajectories.

 

 

 

Francisco Hidalgo Fernández. Profesor del Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte de la Universidad de Cádiz, área de Historia Moderna. Graduado en Historia por la Universidad de Málaga, Máster en Historia de la Monarquía Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid y Doctor en Historia por la Universidad de Málaga, ha realizado estancias de investigación en el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa o en Sorbonne Universié. Miembro del Seminario de Historia Social de la Población de la Universidad de Castilla-La Mancha, del Instituto Universitario de Investigación de Género e Igualdad de la Universidad de Málaga y Secretario General de la Asociación de Demografía Histórica. Su investigación se centra en la historia social, la historia de la familia, la historia del trabajo y la historia de las mujeres, incorporándose a proyectos de investigación nacionales españoles y autonómicos sobre dichas cuestiones, gracias a lo cual cuenta con diferentes publicaciones sobre las trayectorias familiares de los artesanos o los trabajos de las mujeres, todo enclavado cronológicamente en los siglos XVIII y XIX. Correo electrónico: francisco.hidalgo@uca.es

ID ORCID: 0000-0002-3354-3437

 

 

 

El impacto de la Guerra de Sucesión en la platería levantina: reestructuración gremial y sus efectos en las trayectorias familiares (siglos xviii-xix) ·

 

 

 

Introducción

 

El período comprendido entre 1665 y la victoria del duque de Anjou como rey de la Monarquía Hispánica fue escaso en certezas. Las tensiones internas fueron más que palpables, mientras que las potencias internacionales actuaban para ubicarse en la mejor posición del tablero político ante lo que podía llegar a acontecer tras la muerte de Carlos II. Efectivamente, su fallecimiento dio comienzo a un conflicto ya esperado por algunos, y cuyas dimensiones lo convierten en uno de los hitos históricos de mayor relevancia, no solo del reinado de Felipe V, sino de todo el siglo XVIII en términos continentales.

Así las cosas, la Guerra de Sucesión española se ha convertido en una cuestión ampliamente debatida en la historiografía y, a diferencia de otras temáticas, no podemos identificarla como una moda pasajera a la vista de la amplísima producción generada al respecto desde hace décadas. Estuvo, está y estará presente en la investigación modernista, tanto española como internacional. Prueba de ello son las numerosas obras monográficas, dosieres de revista, artículos o encuentros científicos realizados para su análisis; gracias a lo cual se han podido ir perfilando y profundizando las múltiples aristas del proceso.

Su interés, por tanto, no ha palidecido, todo lo contrario, nuevas cuestiones aparecen y otras de tintes más clásicos son revisitadas bajo planteamientos historiográficos renovados. En definitiva, el tema no se agota y, lo más importante, seguimos atentos a aportaciones relevantes, a datos hasta entonces desconocidos y a miradas hasta entonces no utilizadas, como prueba precisamente la organización de este monográfico.

Siguiendo las palabras de una de las mayores especialistas en la Guerra de Sucesión, Carmen Pérez Aparicio escribió que “la incertidumbre acerca del destino de la Monarquía Hispánica se fue apoderando [desde el inicio del reinado de Carlos II] tanto de la corte y de la clase política como del resto de la sociedad” (2009: 325), una afirmación con la que estamos plenamente de acuerdo, pese a que los estudios realizados se hayan centrado mayormente en la corte o en amplios sectores de la élite política, tanto cortesana como de las oligarquías locales, y mucho menos en ese “resto de la sociedad” al que alude la historiadora. Siendo todavía grandes las ausencias en este sentido, lo cierto es que tampoco podemos referirnos a un vacío total, contando con estudios de índole socioeconómica en los que destacar, y sin pretender ser escrupulosos en este punto, los acercamientos demográficos y económicos (RODRÍGUEZ CANCHO y BLANCO CARRASCO, 2007; GARCÍA HERAS, 2020; FRANCH BENAVENT, 2009), así como otros culturales, donde citaríamos la historia de la vida cotidiana (MOLAS RIBALTA, 2009) o la historia del consumo (ROSADO CALATAYUD, 2014; GARCÍA HERAS, 2016). En todos los casos anteriores, hemos de subrayarlo, el peso de las publicaciones centradas en la Corona de Aragón se percibe algo mayor a las de Castilla.

En lo que al presente artículo respecta, queremos tomar la Guerra de Sucesión, más que como un acontecimiento histórico de límites cronológicos muy delimitados, que también, como un proceso generador de cambios en el tiempo medio, cuyas alteraciones pueden ser identificadas en generaciones posteriores que no se vieron implicadas directamente en el conflicto. Para ello, atenderemos primeramente al impacto que tuvieron las posturas políticas del reino de Valencia y de Murcia entre finales del XVII e inicios del XVIII. Posteriormente, estos mismos cambios serán estudiados atendiendo a algunas trayectorias familiares relacionadas con la platería murciana a lo largo de toda la centuria del setecientos; a sus procesos migratorios, de asentamiento e incorporación de las redes de relaciones socioprofesionales.

 

Cambios en la manufactura platera hispánica

 

Las investigaciones en torno a las instituciones gremiales han puesto encima de la mesa las transformaciones a las que estuvieron sujetas a lo largo de la Edad Moderna. Los gremios, lejos de permanecer impasibles ante los cambios propios del proceso histórico, fueron plenamente dinámicos, ya fuese por incidencias externas o por decisiones propias a fin de hacer frente a los nuevos contextos. En este sentido, se revela del todo interesante atender a las modificaciones experimentadas por la platería peninsular a lo largo del XVII e inicios del XVIII, fruto de los problemas económicos atravesados, a sus intensidades y a la reorganización de los centros manufactureros en el marco general de la evolución económica de la Monarquía. A este respecto, los casos valenciano y murciano, que asumen todo nuestro interés, no pueden ser sustraídos de una problemática de mayor extensión a la que debemos hacer referencia, aunque solo sea someramente.

Desde los años finales del siglo XV hasta las puertas del seiscientos, reconocemos algunas inflexiones de primer orden en la articulación y crecimiento de los núcleos orfebres. Así, el proceso de conquista de los territorios americanos, junto con la localización de la Casa de la Contratación en Sevilla; el incremento en la llegada de metales preciosos, sobre todo de plata, mediante la explotación del Cerro del Potosí, Guanajato o Zacatecas; el traslado de la capital a Madrid; o el conflicto político y militar con los Países Bajos, que ocasionó un nuevo impulso del comercio en el Mediterráneo favoreciendo a los enclaves levantinos de Barcelona y Valencia, se cuentan entre los argumentos para tener en cuenta. De todo ello se desprende un mapa del trabajo de la plata en el que la Andalucía occidental, el levante mediterráneo y la capital de la Monarquía, junto a otros importantes enclaves burocráticos del Estado, se imponen como centros de auténtica referencia en productos de alto valor, destinados en su mayoría a la liturgia religiosa y a la suntuosidad social.

Para el XVII, y de manera muy sintética, los problemas económicos ocasionarían el declinar de la platería, frente a unos siglos XVI y XVIII reconocidos como períodos de mayor bonanza. Sin embargo, la lectura no es tan superficial y, en línea con otras investigaciones acerca de aquella centuria, el impacto se dio de manera desigual. Aun careciendo de estudios que planteen una periodización específica, la lectura de buena parte de la producción historiográfica dedicada a la cuestión plantea una sugerente reorganización de los centros de producción platera y de sus redes de influencia. Ya hemos mencionado que Barcelona y Valencia se beneficiaron de los conflictos políticos europeos en la zona occidental, así como de las rutas de la plata con rumbo a Asia (COMÍN COMÍN, 2014: 293-296). Por otro lado, la preponderancia de Valladolid fue perdiéndose desde la pérdida de la capitalidad y los años siguientes en favor de la platería salmantina (BRASAS EGIDO, 1980; PÉREZ HERNÁNDEZ, 1990). Mismas realidades podemos citar en la evolución de la platería toledana o conquense, por citar solo algunos casos (SÁNCHEZ RIVERA, 2012; LÓPEZ-YARTO ELIZALDE, 2004).

Estos cambios a los que aludimos se extendieron más allá de los límites temporales del XVII, fruto precisamente de las repercusiones ocasionadas por la Guerra de Sucesión. No obstante, las alteraciones provocadas por el conflicto tuvieron una incidencia desigual en el tiempo. Su impacto no tuvo por qué conllevar la destrucción total de los centros manufactureros, al menos en lo que a la platería se refiere, sino que pudieron suponer simplemente un bache de pronta recuperación. Este es precisamente el caso de Valencia que, pese a padecer de manera directa las consecuencias de la guerra por parte del bando borbónico, fruto del apoyo de algunas localidades al pretendiente austriaco, vio recuperada su actividad artesanal con relativa celeridad una vez finalizada la contienda (FRANCH BENAVENT, 2009).

Reconocida la importancia manufacturera de Valencia, sobre todo en el ramo de la sedería (FRANCH BENAVENT, 2000), la amplia producción centrada en los movimientos políticos durante el conflicto sucesorio ha venido indicando que, sobre todo tras la batalla de Almansa en 1707, las tropas de Felipe de Anjou fueron especialmente ejemplarizantes en la respuesta aplicada. En este sentido, conviene destacar el que va a ser uno de los núcleos más poblados del reino: Xàtiva (BLESA DUET, 2005). Destruida por un incendio, sobre sus cenizas se levantó una ciudad que llevaría consigo la marca de la conquista, tanto en su propio nombre –San Felipe de Xàtiva– como en las instituciones que en ella se levantaron (BURRIEZA SÁNCHEZ, 1998-1999).

Unas repercusiones ya conocidas que podemos argüir claramente significativas en las experiencias de sus vecinos, suponiendo una inflexión vital en sus trayectorias familiares y personales. Es en este punto donde consideramos que el conflicto trasciende su marco temporal del tiempo corto y puede ser integrado en un análisis más amplio cronológicamente hablando, es decir, atendiendo a unas transformaciones visibles incluso desde el estudio intergeneracional. Dicho esto, y asumiendo las conclusiones obtenidas para otros territorios levantinos, el conflicto tendría una repercusión directa en términos demográficos, no solo por el incremento de los fallecimientos o el descenso de la natalidad, propios de este tipo de episodios, sino también por unos movimientos migratorios en busca de mejores perspectivas.

Aunque faltan estudios que profundicen sobre el verdadero alcance de estos comportamientos poblacionales en la zona, a la luz de los ejemplos que disponemos, y sobre los que tendremos ocasión de centrarnos más adelante, todo parece indicar que el vecino reino de Murcia fue uno de los grandes beneficiados, tanto en términos políticos, algo de lo que conocemos más, como económicos.

 

La platería murciana antes y después de la guerra

 

Si nos fijamos en el caso específico de la ciudad de Murcia, la evolución del gremio de platería, al menos en lo que se refiere al número de integrantes, desde el último tercio del XVII a mediados del XVIII, es claramente positiva, y ello pese a la carencia de estudios que sobre el mundo manufacturero existen para la zona. Concerniente a este último asunto, a la clásica obra de Juan García Abellán sobre los gremios murcianos del setecientos, centrada en el estudio organizativo de las instituciones en línea con la historiográfica de los setenta (GARCÍA ABELLÁN, 1976), el ámbito artesanal no ha sido explorado con la suficiente frecuencia. No obstante, contamos con algunas excepciones entre las que hay que destacar la investigación de la sedería del seiscientos realizada por Pedro Miralles Martínez (2000)[1]. En definitiva, una producción que, aunque escueta, ayuda a construir una base sobre la que apoyarnos.

La primera cuestión que se desprende es el carácter eminentemente agrario de la economía murciana, tanto de su capital, a tenor de la dinámica actividad de la huerta, como del conjunto de la región. En este sentido se expresó Lemeunier (1993) cuando afirmó que “Murcia representaría el paradigma de las agrociudades del Sur peninsular si su carácter de capital provincial, confirmando las ventajas de su emplazamiento, no la colocara encima de las aglomeraciones vecinas” (p. 7). Efectivamente, la población de la ciudad era la más abundante del conjunto del reino. Superados los efectos negativos durante buena parte del siglo XVII, para 1691 se atienda a una recuperación demográfica, a lo que debemos sumar un importantísimo crecimiento vegetativo desde esta fecha hasta 1787, pese a un cierto aletargamiento en la segunda mitad del XVIII (LEMEUNIER, 2004).

Por su parte, en relación con la sedería, Miralles Martínez se preguntó el porqué este sector se caracterizó por su debilidad durante la Alta Edad Moderna, y ello pese a contar con suficiente materia prima. La respuesta se encuentra en la dependencia con otros centros manufactureros, ocasionando la exportación de la materia prima y la importancia de los productos finalizados. Dependencia y debilidad que se mantuvieron durante todo el XVII, aun constatándose un reforzamiento a finales de esta centuria. Ha de señalarse que el impulso no fue exclusivo de la sedería, sino que hemos de vincularlo con el fortalecimiento generalizado del resto de las manufacturas murcianas (CHACÓN JIMÉNEZ, 1986: 141; MIRALLES MARTÍNEZ, 2000: 152).

En cuanto a los plateros, todo parece indicar que el gremio experimentó un crecimiento constante, al menos, desde 1674 hasta 1756, paralelamente al aumento demográfico y al carácter expansivo de la actividad artesana como hemos indicado. Para la primera fecha, el padrón fiscal –estudiado para el caso específico de la sedería– inscribe únicamente a ocho plateros, de los que siete estaban asentados en la parroquia de San Bartolomé (MIRALLES MARTÍNEZ, 2000: 361). Una cifra, como decimos, especialmente reducida al compararlos con los hasta 75 plateros inscritos en las averiguaciones llevadas a cabo a mediados del XVIII en el marco del Catastro del marqués de la Ensenada.[2] Comparativa en estas fechas extremas que llevan a hablar de un aumento medio del 10 % anual a lo largo de los 82 años transcurridos. Pero, más allá de quedarnos con este espectacular desarrollo, quizás desproporcionado, el vecindario de 1734 permite matizarlo. En él, son 30 los plateros registrados, cifra todavía alejada de la consignada dos décadas después; y ello fruto de la manifiesta ausencia de los aprendices.

Efectivamente, si nos fijamos en las denominaciones que reciben los plateros, seis de ellos aparecen como “maestros plateros”, tres como “oficiales de platero” y los 21 restantes como “plateros” u “oficio de platero”.[3] Junto a esto, y dado que se incluyeron las edades de todos ellos, podemos afirmar que los aprendices quedaron fuera del recuento. Por otro lado, y a la vista del Catastro de Ensenada, estos representan un porcentaje importante del total, casi el 39%.[4] Teniendo todo esto en cuenta, los amplios contrastes se suavizan. Si tomamos los 30 plateros de 1734 y los 46 de 1756 –eliminados los aprendices–, el incremento, existiendo y siendo relevante, se situaría en una media anual de 2,4 %. En suma, y volviendo a la cronología de partida –1674-1756–, la tasa de reproducción resultante es de 5,79 anual, cifra intermedia –y, por tanto, más acorde al contexto general– entre las calculadas para los maestros de sastre madrileño en la primera mitad del XVIII, con 7,21 (NIETO SÁNCHEZ y ZOFÍO LLORENTE, 2015: 56), y la de los plateros valencianos para el período 1705 a 1732 –3,8 %– (DÍEZ RODRÍGUEZ, 1990: 65). Una realidad, al menos la dibujada para la platería murciana, que matiza las afirmaciones totalizadoras realizadas para Murcia en el XVII, vista como una ciudad “llena de calamidades y aislada en la periferia peninsular”, del mismo modo que nos resistimos a subrayar que, para el XVIII, la platería fuese la “protagonista indiscutible del siglo” (GARCÍA ZAPATA, 2019: 222). Y decimos que nos resistimos a ello, no por su posible falta de veracidad, sino porque con los estudios que contamos al respecto se hace difícil hacer valoraciones de este tipo.

Aun así, lo cierto es que con los datos expuestos se manifiesta una relevante tendencia alcista de las manufacturas desde el último tercio del XVII, en contraste con la debilidad artesanal defendida por Lemeunier para mediados de la centuria siguiente (1993: 20-21). Además, consideramos que, pese a que la mayor parte de la producción se dirigiese a la alimentación, la construcción, el textil o la elaboración de objetos de uso doméstico o laboral, el aumento demográfico, el mayor grado de autonomía frente a la artesanía valenciana, el enriquecimiento de la diócesis de Cartagena (IRIGOYEN LÓPEZ, 2005), el fortalecimiento de la oligarquía y el cambio de las relaciones políticas experimentadas tras la entronización de la nuevas dinastía (MUÑOZ RODRÍGUEZ, 2010; PRECIOSO IZQUIERDO y HERNÁNDEZ FRANCO, 2016), permitieron que la platería o mejor, el número de plateros, superase, aunque fuese por poco, la media peninsular en el ecuador del XVIII; situada en el 0,55 % frente al 0,50 %. Consideramos, por consiguiente, a la Guerra de Sucesión como un importante punto de inflexión en esta evolución.

 

El impacto de la guerra en las trayectorias familiares

 

Llegados a este punto, parece evidente que sostengamos que parte del crecimiento experimentado por el gremio de plateros de Murcia, lejos de fundamentarse únicamente en la endogamia intergeneracional, se debió a la aportación de mano de obra natural de otras localidades, en tanto que la migración, como sostuviese Josep Ehmer (2016), fue un importante mecanismo de regulación del mercado laboral artesano (p. 172; NIETO SÁNCHEZ, 2014).

En línea con las conclusiones obtenidas por otros trabajos, sobre todo para Madrid (NIETO SÁNCHEZ y ZOFÍO LLORENTE, 2015), Valencia (FRANCH BENAVENT, 2014) y Barcelona (MORENO CALVERÍAS, 2015), en el caso de Murcia, la presencia de trabajadores foráneos creció en relación con la cercanía del territorio de salida. Así, si analizamos los datos para un amplio período como es el que se extiende entre 1734 y 1860, el 45,46 % de los plateros procedieron de municipios propios del reino de Murcia, especialmente de centros de marcado carácter rural como Abanilla, Beniaján o Fortuna. Sin embargo, no hemos de obviar el aporte de otros algo más alejados, destacando en este caso los que partieron del reino de Valencia. Orihuela, Pinoso y, por supuesto, la renombrada San Felipe de Xàtiva se convirtieron en focos emisores de relevancia (HIDALGO FERNÁNDEZ, 2022: 177). Recordando las palabras de la historiadora Maria José Vilalta Escobar (1991), “zones pròsperes un día, poden esdevenir centres decadents que obliguen a una inevitable i sempre dolorosa fugida” (p. 432).

Centrándonos en Xàtiva, una de las primeras noticias que tenemos de sus plateros en Murcia nos la proporciona la entrada de Jacinto Fuentes Esbrí durante la década de 1730. Dada su condición de foráneo, el candidato se encontró de bruces con el rechazo de una parte importante de los miembros que componían la junta gremial, pese a que el proceso, que llegó a los cauces judiciales, puso de manifiesto los apoyos que le llevaron finalmente a conseguir su incorporación, poniendo de relieve las tensiones internas de la junta, pero también las limitaciones de las corporaciones a la hora de mantener el cierre gremial (PRAK, CROWSTON, MUNCK, KISSANE, MINNS, SCHALK y WALLIS, 2020). El candidato hacía constar que su aprendizaje había dado comienzo en su ciudad natal, a las órdenes de Francisco Quinza, para que, seis años más tarde, se trasladase a Murcia y entrase en los talleres, primero, de Andrés Donate y, después, de Pedro Martínez, quien se convirtió en su principal valedor.[5]

Si bien Donate se opuso a la entrada del que había sido su oficial, esto no parece ser más que la respuesta a pasados enfrentamientos, pues “por no querer trabajar en casa de dicho Donate el referido Fuentes, le tendrá a este alguna enemiga y procurará el tirarle para que no se examine”,[6] lo realmente interesante es que el origen de la entrada de Fuentes en el taller de Donate respondió a un criterio de paisanaje, toda vez que el maestro procedía igualmente de Xàtiva.[7] Pero no solo esto, la llegada y final entrada de Jacinto, quien casaría con la hija del platero Antonio Mariscotti, supuso una atracción para otros familiares.

Así las cosas, para 1756, el Catastro de Ensenada registraba a su hermano, Joaquín Fuentes Esbrí, como oficial platero de 40 años, quien había casado dos años antes con María Martínez Lerena.[8] Además, y aunque no hemos podido deducir el vínculo de parentesco, otros Esbrí llegados de Xàtiva habían entrado de igual forma en el Colegio Congregación de San Eloy. Para las mismas fechas, los hermanos Esbrí García estaban ya asentados en Murcia. Nicolás había contraído nupcias con Gertrudis Martínez, hija del maestro orfebre Melchor Martínez,[9] y meses después, en 1757, el mismo aprobaba el examen, elevándolo a la más alta jerarquía gremial.[10] De igual forma, Juan Esbrí García y el sobrino de ambos, Rafael Esbrí, todos de Xàtiva, llegaban a la ciudad, se ocuparon en la platería y tejieron importantes redes sociales y de parentesco que convirtieron a los Esbrí en protagonistas de la platería murciana de los siglos XVIII y XIX.

 

La trayectoria familiar de los Esbrí en la Murcia del XVIII

 

La historia de la familia se ha caracterizado desde hace décadas por relevantes reflexiones metodológicas en torno a las formas de aprehender la organización social en el pasado (CHACÓN JIMÉNEZ, 2014). En la actualidad, las aportaciones de García González (2021) pasan por compaginar la perspectiva transversal con otra de tipo longitudinal. Y ello, porque, por un lado, los acercamientos cuantitativos han ido reduciendo poco a poco su presencia frente a análisis de mayor peso narrativo, donde los estudios de caso quedan ajenos, en muchas ocasiones, a una base numérica que lo sitúe en su contexto. Pero, por otro lado, también hemos de remarcarlo, lo puramente numérico deja preguntas sin resolver, anonimiza las historias de vida y reduce al agente histórico a un mero registro dentro de las bases de datos, más o menos extensas. Frente a estos dos reconocidos problemas, nuestras investigaciones deben sustentarse sobre cifras concretas, desde las cuales pasar a un siguiente estadio de profundidad, este sí, de corte cualitativo que dé importancia, además, a la duración de las realidades históricas analizadas (RUGGIU, 2009).

En relación con esto último, hemos de entender la historia como un continuo, y ello implica considerar el proceso de cambio como una característica intrínseca al paso del tiempo (ORTEGA DEL CERRO, 2018). Por inapreciables que parezcan, los contextos están en un continuo estado de alteración, de mudanza. Partir de esta realidad supone esforzarnos en superar los planteamientos deterministas, en eludir el conocimiento que el historiador tiene del fin de la historia que analiza, en problematizar, a fin de cuentas, conceptos ampliamente extendidos en la historiografía como el de estrategias (GARCÍA GONZÁLEZ, 2021), como si estás fuesen ajenas a las (re)adaptaciones.

Precisamente, y como venimos sosteniendo desde el inicio del artículo, las guerras y, concretamente, la Guerra de Sucesión eliminó las pocas certezas que se barajan en el provenir; del mismo modo, que modificó enormemente las vidas de las gentes. El conflicto tuvo, en consecuencias, unas implicaciones más allá del tiempo corto, pues pueden rastrearse desde el estudio intergeneracional a partir de la reconstrucción de trayectorias familiares. Y sin duda, de las muchas repercusiones ocasionadas, el traslado a otro lugar de residencia, en este caso Murcia, es una de las más visibles y de mayor impacto.

Terminábamos el epígrafe anterior referenciando a algunos plateros que, a lo largo de la primera mitad del XVIII, se incorporaron en la congregación murciana, suponiendo una inflexión vital con importantes efectos de una temporalidad mayor (HIDALGO FERNÁNDEZ y MALDONADO CID, 2023). Así, las relaciones tejidas por los Esbrí a lo largo de la segunda mitad de la centuria hacen multiplicar sus líneas familiares, vinculándose por distintos medios con la mayor parte de los orfebres de la ciudad. No obstante, de manera previa a las noticias de Jacinto Fuentes Esbrí o a los hermanos Esbrí García, de las que ya hemos hablado, la pareja formada por Juan Custodio Esbrí, de Xàtiva, y María García, de Madrid, –padres de estos últimos hermanos– aparecía ya en los libros parroquiales, sin haber podido vincularlos con la artesanía platera, al menos hasta que sus hijos no alcanzasen una edad suficiente para iniciarse en el oficio.

De todos ellos, los dos hermanos, Nicolás y Juan, son orfebres para mediados del XVIII. Como hemos apuntado, el primero contraía nupcias con Gertrudis Martínez-Galarreta, mientras que el segundo lo hizo con Rafaela Ruiz-Funes –tras haber quedado viudo de Antonia González–, ambas hijas de los maestros palteros Melchor Martínez-Galarreta y Antonio Ruiz-Funes –Véase Ilustración N°1–, con quienes posiblemente se instruyesen en el oficio. Una pista de esta última afirmación nos la proporciona la fianza escriturada por Nicolás junto a su suegra Florentina Ramírez de Arellano “para la seguridad de los efectos que entren en su poder, por particulares encargos de algunas personas, así vecinos de esta ciudad como forasteros”,[11] lo que en realidad no dejaba de ser un formalismo incluido en las propias ordenanzas. Juan, sin embargo, tuvo que esperar unos años más para incluirse como maestro del ramo, concretamente en 1763 a la edad de 26 años.[12]

Siendo nuestra intención esbozar las trayectorias del conjunto de la familia y, en especial los lazos de parentesco, del primer matrimonio solo unos de los hijos, Hipólito Esbrí Martínez, siguió los pasos profesionales de su padre, enlazándose a su vez con la familia de los Manresa, con fuertes vínculos en la platería y la tintorería de la ciudad.[13] Por su parte, la descendencia de los Esbrí Ruiz-Funes granjeó a la orfebrería un mayor número de mano de obra, pues todos sus hijos varones se incluyeron del mismo modo en las filas de la congregación (HIDALGO FERNÁNDEZ, 2021). Por último, uno de los sobrinos, Rafael Esbrí Morales casó con Concepción Romero Vergara, hermana del platero Marcelino Romero.[14]

 

Ilustración N°1. Fragmento de la genealogía de los Esbrí (Murcia, siglo XVIII)

Fuente: Elaboración propia. Documentación notarial del AGRM.

 

 

Descendiendo una generación más y, por consiguiente, entrando de lleno en el siglo XIX, lo cierto es que la presencia del apellido Esbrí en la corporación se mantenía, mientras que otras familias presentes a lo largo del XVIII, con mayores raigambres en Murcia, ya había desaparecido del listado de trabajadores de la plata. Los hijos de Hipólito, José y Francisco, mantuvieron un taller de manera conjunta, siguiendo el consejo de su padre[15], mientras que los descendientes de Juan Esbrí García tuvieron que hacer frente a los envites epidémicos que asolaron la ciudad en el primer tercio de la centuria, lo que provocará una nueva y profunda inflexión en la trayectoria familiar (HIDALGO FERNÁNDEZ, 2021).

Pero más allá de estas importantísimas relaciones familiares con una clara simbiosis de las estrategias reproductivas y profesionales claramente endogámicas, hemos de aludir también al capital económico que llegaron a amasar y, por extensión, al lugar preeminente que tomaron con respecto al resto de sus compañeros. A este respecto, nos encontramos con un problema de tipo documental, toda vez que la presencia de inventarios de bienes escriturados por plateros no es algo frecuente; y ello, pese al importante capital que algunos llegaron a amasar. Esta circunstancia plantea de partida un peligro en la ponderación de las haciendas, pues la capacidad comparativa está claramente limitada. Dicho esto, hemos de señalar, por un lado, que la mayoría de los inventarios manejados son del siglo XIX, además de ser estos mismos los de mayor valor. Aun así, creemos que la conjunción entre capital y presencia social ayuda a sostener nuestro análisis y a fundamentar las conclusiones.

Relativo a los Esbrí, las escrituras localizadas son de los ya mencionados Juan Esbrí García, su hijo José Esbrí Ruiz-Funes, Nicolás Esbrí Romero e Hipólito Esbrí Martínez, todas ellas otorgadas entre 1818 y 1840. Aun alejándose mucho de nuestro hito histórico de referencia –la Guerra de Sucesión–, lo que esta documentación hace patente es el posicionamiento económico de los Esbrí, independientemente de la línea a la que hagamos referencia, frente a otros compañeros de oficio. Centrémonos en el primero, Juan Esbrí García, difunto en 1809, cuyo capital ascendía a 225.587 reales, una vez reducidas las bajas comunes por valor de 26.940 reales.[16]

Retrotrayéndonos a las primeras informaciones del platero ya indican una realidad económica holgada. En su primer matrimonio, el caudal aportado es de 22.000 reales, cuando apenas habían pasado dos años de su aprobación como maestro. A ello, habría que sumar la existencia de algunas deudas a favor de manos de compañeros o familiares de estos. Para sus segundas nupcias con Rafaela Ruiz-Funes, el capital propio osciló entre los 24.000 y 30.000 reales de acuerdo con las declaraciones testamentarias por él realizadas más tarde, implicando un incremento de entre el 9,1 y el 36,7 % en el lapso 1765-1769.[17] Desde entonces, y volviendo sobre el caudal integrado en el inventario postmortem antes citado, en 49 años se Juan Esbrí había posibilitado un crecimiento de la hacienda doméstica de entre el 600 y el 761 %.

Especialmente interesante resulta la composición de este capital, pues a diferencia de otros plateros, las ganancias de Juan Esbrí parece provenir de manera prácticamente única de su actividad artesanal, y no de la inversión en bienes inmuebles o el ejercicio de una pluriactividad que generase ingresos de relevancia. Las herramientas, el mobiliario de la tienda y las piezas orfebres a la venta representan en 80 % de la tasación total, sin incluir ninguna vivienda ni tierras de cultivo, algo que, por otro lado, contrastaría con las declaraciones testamentarias en las que dejaba expuesto ser poseedor de dos viviendas, una destinada al obrador y otra como residencia familiar.[18] Aun así, en ningún caso se puede pensar en una diversificación de las fuentes de ingreso. La platería fue hasta su muerte el sustento familiar, gracias a una tienda-taller que debía contar con cierto reconocimiento entre la ciudad, además de ser receptora de una mano de obra, tanto propia de la descendencia, como ajena a esta a través de aprendices y oficiales que favorecieron el incremento de la productividad y las ganancias (WALLIS, 2008: 837).

Por su parte, en lo que concierne a su hermano y sobrino, Nicolás e Hipólito Esbrí, todo parece indicar que su asentamiento en Murcia posibilitó unos beneficios similares, ya hablemos en términos económicos como en otros sociales. En este punto queremos añadir que la tan referida endogamia artesanal no puede ser tratada como un procedimiento reproductivo sistemático sin más, sino que responde a las experiencias del propio agente histórico. No parece nada plausible que, por más que se aprendiese el oficio en el taller familiar, si el negocio no era lo suficientemente rentable este se perpetuara intergeneracionalmente.

Así, Nicolás enseñó a su hijo en el oficio de platería, en cuyo taller se integraría desde una edad temprana. El ciclo vital y los achaques de la edad, sin embargo, obligaron a un acuerdo entre ambos por la reconfiguración de los roles asumidos en el negocio. En 1794, firmaban un acuerdo en el que Hipólito se hacía cargo de la dirección del taller y el propio hogar, posición que se mantuvo hasta que contrajo matrimonio. Por su parte, el propio Hipólito, años más tarde, aconsejaba a sus dos hijos, “continúen unidos en el establecimiento de la platería”, pues como sostenía el otorgante, conocían “la ventaja que produce”.[19]

En suma, se ponían las bases para la conformación de una burguesía de medianos ingresos dentro de la Murcia decimonónica –que no tuvo por qué implicar un cambio de ocupación económica y, menos, social–, y ello pese a partir de una movilidad geográfica originada por los graves problemas que asolaron a Xàtiva y a gran parte de los territorios valencianos en el contexto de la Guerra de Sucesión.

 

Conclusiones

 

La vida, como la historia, es cambio continuo, aunque cabe precisar que la velocidad de estos cambios no siempre es la misma; en ocasiones se ralentiza creando un espejismo de inmovilismo contrario al propio discurrir del tiempo, en otras se acelera tanto que resulta complejo cualquier tipo de previsión por parte del agente que lo experimenta. Estas velocidades vienen determinadas por elementos internos, propios del agente histórico o del colectivo estudiado, o bien por contingencias externas y ajenas, ante las cuales solo cabe reaccionar, readaptar una experiencia que hasta ese momento era cotidiana.

Conocidas son las repercusiones de una guerra en términos sociales. Desde el reclutamiento de los jóvenes de las familias hasta la pérdida o ganancia del patrimonio, los conflictos han de ser entendidos como auténticos momentos disruptivos en la vida de las gentes; vidas que desde ese mismo momento tomarán trayectorias distintas, hasta entonces ignoradas, ni siquiera planteadas como opción. Es por ello, por lo que, a lo largo de estas páginas, hemos querido reflexionar sobre la duración de los acontecimientos que podemos categorizar como de tiempo corto.

En nuestro caso, la Guerra de Sucesión ha sido protagonista de una importante producción historiográfica que permite valorarla desde amplias perspectivas, precisándose su imbricación del marco nacional e internacional, pero también del estatal e intraestatal. Así, desde su dimensión de contienda civil, el levante peninsular se postula como un territorio altamente interesante, fruto de las dimensiones que tomó el apoyo al candidato austriaco. El desarrollo del conflicto y, sobre todo desde la victoria del bando borbónico en Almansa, supuso un duro revés a las pretensiones de algunas localidades valencianas, que tuvieron que sufrir desde entonces el castigo del derrotado. A ello, hemos de sumar un proceso de reorganización económica de temporalidades mayores, pese a que el conflicto las acelerase o cambiase el rumbo. Para las manufacturas hemos podido observar el impacto de los sucesos en el declinar o crecimiento de los centros productores; este fue el caso de Valencia, cuya importante artesanía se vio claramente alterada circunstancialmente, y Murcia, que vivió desde entonces el fortalecimiento en términos económicos, sociales y políticos.

Concretamente, las decisiones tomadas contra Xàtiva, del todo ejemplarizantes, provocaron un movimiento migratorio hacia territorios cercanos geográficamente, pero alejados de la sombra de la deslealtad a la nueva dinastía. Un traslado de mano de obra que favoreció el fortalecimiento de la manufactura murciana, que iba ganando en autonomía en comparación con etapas anteriores. De Xàtiva precisamente llegaron algunos de los más relevantes plateros, en torno a los cuales se configuraron unas redes de paisanaje y parentesco que sirvieron a su vez como polo de atracción. El caso de los Esbrí ha servido de botón de muestra, pues no solo eludieron las repercusiones de la guerra en su localidad natal, sino que la adaptación de su trayectoria permitió un posicionamiento envidiable dentro de su profesión, base para la formación de una capital económica y relacional del que pudieron hacer gala más de un siglo después.

 

 

 

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· Esta publicación es parte del proyecto de I+D+i / Familia, dependencia y ciclo vital en España, 1700-1860, [referencia PID2020-119980GB-I00] financiado por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/ dirigido por Francisco García González (Universidad de Castilla-La Mancha) y Jesús M. González Beltrán (Universidad de Cádiz).

[1] No queremos dejar de referenciar otros trabajos sobre los boticarios (IRIGOYEN LÓPEZ y HERNÁNDEZ FRANCO, 2001), así como las investigaciones llevadas a cabo desde la Historia del Arte, con una presencial especial de las centradas en la platería (GARCÍA ZAPATA, 2019).

[2] Archivo General de la Región de Murcia (AGRM), Catastro del marqués de la Ensenada, Leg. 3845, ff. 211r.-218v.

[3] Archivo Histórico Municipal de Murcia (AHMM), Leg. 1062, Exp. 9, ff. 9r.-60r.

[4] Según los datos del Catastro de Ensenada, los 29 aprendices representarían el 38,67 %, mientras que los maestros y oficial 29,33 % cada uno. AGRM, Catastro del marqués de la Ensenada, Leg. 3845, ff. 211r.-218v.

[5] AHMM, Leg. 4056, ff. 19r.-20v.

[6] AHMM, Leg. 4056, ff. 91v.-92r.

[7] AGRM, escribanía de Francisco Espinosa de los Monteros, NOT. 2786, f. 135r.

[8] AGRM, Catastro de Ensenada, L. 3845, f. 215r.; Archivo Diocesano de Cartagena-Murcia (ADCM), Partidas de Matrimonio, Parroquia San Bartolomé, Vol. 4, ff. 61v.-62r.

[9] ADCM, Partidas Matrimoniales, Parroquia San Bartolomé, Vol. 4, f. 75r.

[10] AGRM, escribanía de Juan Mariscotti, NOT. 2805, ff. 88-89.

[11] AGRM, escribanía de Juan Mariscotti, NOT. 2805, f. 88.

[12] AHMM, Actas Capitulares, L. 381, f. 304v.

[13] AGRM, escribanía de Mariano Gayá y Ansaldo, NOT. 4495, ff. 258r.-262v.

[14] AGRM, escribanía de Lorenzo Justiniano Campillo, NOT. 4372, f. 120r.

[15] AGRM, escribanía de José de Santodomingo Navarro, NOT. 4891, f. 416r.

[16] AGRM, escribanía de Deogracias Serrano de la Parra, NOT. 4577, f. 308v.

[17] AGRM, escribanía de Juan Mateo Atienza, NOT. 2367, f. 143v. y NOT. 4233, f. 136v.

[18] AGRM, escribanía de Juan Mateo Atienza, NOT. 4233, f. 137.

[19] AGRM, escribanía de José de Santodomingo Navarro, NOT. 4891, f. 416r.

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