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Cuadernos Medievales - Año de inicio: 2015 - Periodicidad: 2 por año
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Savonarola (1452-1498), sus enemigos y el fracaso de una reforma político-religiosa

SAVONAROLA (1452-1498), HIS ENEMIES AND THE FAILURE OF A POLITICAL AND RELIGIOUS REFORM

Julián Barenstein

Universidad Nacional de San Martín

Universidad del Salvador

Universidad de Buenos Aires

Concejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

aneleutheroi@yahoo.com.ar

 

 

Fecha de recepción: 01/02/2021

Fecha de aprobación: 18/08/2021

Resumen

En este trabajo, articulado en dos partes de extensión desigual, nos proponemos vislumbrar las causas de la caída de Girolamo Savonarola (1472-1498) a través de una identificación de los enemigos que se granjeó con la múltiple reforma que ideó y llevó parcialmente a la práctica en la convulsionada Florencia de fines del Quattrocento. En nuestro trabajo, analizamos las circunstancias y los avatares del itinerario savonaroliano para dar cuenta de cómo su accionar fue tocando uno a uno los nervios sensibles de la Ciudad de la flor y de los asuntos internacionales en los que Florencia se vio envuelta.

Palabras clave

Savonarola – Reforma – Profeta – Florencia – Enemigos

Abstract

This paper, wich has been divided in two parts of unequal extension, aims at reveling the causes of Girolamo Savonarola’s fall (1472-1498) through an identification of the enemies that he earned as a result of the multiple reform plans he devised and partially carried out to practice, in the convulsed Florence during the late Quattrocento. This research focuses on the circumstances and the vicissitudes of the Savonarolian itinerary, in order to develope the way in which his actions annoyed and meddle with both the internal an international affairs of Florence, the city of the lily.

Keywords

Savonarola – Reformation – Prophet – Florence – Enemies

 

 

Introducción

Este trabajo está dividido en dos partes de diferente tenor y extensión. En la primera, vislumbramos el lugar que ocupa Savonarola en el enclave histórico de fines del siglo xv, partiendo de un recuento de las circunstancias en las que el dominico se encuentra en su segunda estadía en Florencia, a partir de 1489. Pues ya, il frate, había predicado en la Ciudad de la flor con poco o ningún éxito, y con alternancias, entre 1482 y 1487. En la segunda, nos centramos en los enemigos que se granjeó mientras llevaba a la práctica su múltiple reforma. Estos enemigos, que proceden de diversos ámbitos y estratos de la sociedad florentina, así como también de otras partes de Italia y de España, a los que se suman algunos desaciertos del fraile, terminarían, como esperamos demostrar, por socavar su autoridad y determinar el fracaso de su reforma.

 

Circunstancias históricas y el lugar de Savonarola

Los planes reformistas de Savonarola para la Florencia de fines del siglo xv están expuestos en sus obras más sistemáticas, a saber, De simplicitate christianae vitae, Triumphus crucis, De veritate prophetica y el Tratatto circa el reggimento e governodellacittà di Firenze (1496-1497). Si en estas se descubre un proyecto político y religioso para la Ciudad de la flor, primero, y para todo el mundo, después, el cual podía atraer a un número considerable de sus contemporáneos, hemos de tener en cuenta que el plan de redacción fue concebido en un ambiente políticamente hostil para el fraile y su entorno.

Las causas del fracaso de Savonarola son múltiples y no están ligadas directamente a los contenidos de sus obras en las que, por otra parte, intenta confirmar su autoridad apelando a una argumentación de tenor escolástico.[1] Buscando entender su proceder, en el recuento de esas causas podríamos comenzar haciendo una lista de los enemigos que se granjeó con su oposición a los Médici (1490), con la separación del convento de San Marco de la congregación lombarda (1493), con la fundación de una nueva congregación (1494) y con su proyecto de reforma múltiple (moral, política y religiosa) pues, aunque, al menos en primera instancia, evitó los peligros que estas acciones representaban, con el tiempo socavarían su autoridad.

Savonarola había arribado a Florencia hacia fines de 1489, reclamado a su orden por Lorenzo De Médici, señor de la ciudad, a instancias de un amigo en común, Giovanni Pico, conde de Mirandola. Ni bien llegado, para sorpresa del Magnífico, el fraile comenzó a atacarlo desde el púlpito, a él y a sus amigos cortesanos, amparado en un rechazo a su supuesto paganismo y llamando al mismo tiempo a una reforma de las costumbres.[2] Lorenzo murió en 1492 sin poder hacerle frente, aunque habiendo advertido el peligro que comportaba para su poder un hombre con el temple de Savonarola. Su hijo Piero, que no tenía la experiencia ni el talento político de Lorenzo, heredó el mando y como regente de Florencia realizó una serie de acrobacias diplomáticas en una embajada al rey francés Carlos VIII, cuando a principios de 1494 este se disponía a entrar en territorio toscano con un numeroso ejército.

Los desaciertos de Piero le valieron ser expulsado de la ciudad por el pueblo y los nobles descontentos. Savonarola logró acercarse al rey y con un discurso de profeta lo convenció de entrar pacíficamente en la Ciudad de la flor. La entrada tuvo lugar el 17 de febrero de 1494, el mismo día que moría Pico. Entonces, por las calles se esparció el pánico: corrió la voz de que antes de su partida, los soldados del rey iban a saquear la ciudad. En tales circunstancias el fraile salió al encuentro del monarca francés y evitó, otra vez, el saqueo. Savonarola pasó así, de estar cuestionado y en medio de polémicas, al lugar más elevado de la política florentina. Ahora bien, con la salida de los Médici la ciudad había quedado dividida en tres bandos: a) el de los nobles, compuesto por todas las familias a los que los Médici no les habían dado lugar en el gobierno de la república, b) el de aquellos que estaban conformes con el gobierno de los Médici y tenían esperanzas de que volvieran rápidamente al poder y c) el de los que veían en la figura de Savonarola la oportunidad para un nuevo comienzo que alejara de manera definitiva la dinastía medicea del gobierno florentino.

Los primeros se autodenominaron arrabbiati, los segundos, palleschi y bigi, y los últimos, fraileschi o piagnoni. Asimismo, los arrabbiati eran apoyados por Roma y Milán, mientras que los dos últimos bandos esperaban contar con el apoyo del rey Carlos, que se dirigía a Nápoles para recuperar la antigua tierra de los Anjou. Empero, el fraile estaba mucho más cerca del rey francés que cualquiera de los palleschi. A sabiendas de que había quedado en un lugar de privilegio, Savonarola comenzó a dar lecciones de filosofía política tomista desde el púlpito y profundizó la reforma moral, social y religiosa que ya había puesto en marcha en el convento de San Marco y en otros de la congregación, al tiempo que predicaba con una renovada pasión que ya había demostrado su poder para atrapar a las multitudes. Al año siguiente, el 31 de marzo de 1495, el papa Borgia, Alejandro VI, conformó la “liga santa” contra el rey francés, ahora dueño de Nápoles. Milán, Venecia, España, el emperador y el rey de Nápoles, destronado, fueron sus miembros. Carlos VIII decidió volver a Francia para evitar la ofensa directa de la Liga y a su regreso debía pasar por Florencia. Otra vez, Savonarola salió a su encuentro, con la idea de evitar un posible saqueo. El fraile quedó, de este modo, muy cerca del rey francés y Florencia, por extensión, filofrancesa.[3]

El lugar de Savonarola en el entramado político y social de la Florencia de fines del Quattrocento es de extremada importancia para nuestro análisis del fracaso de su reforma. Para decirlo con pocas palabras: el fraile se había granjeado una autoridad prácticamente incuestionable entre sus seguidores al tiempo que cargaba con la implacable enemistad de los más poderosos. Y para mantener su posición los tiempos exigían un delicado equilibrio de fuerzas que solo podría haber sido mantenido por un hombre con un temple mediador, pero Savonarola era un hombre de extremos.

 

Enemigos públicos

Tras la caída de los Médici la actuación de Savonarola había provocado malestar desde el principio: al contribuir con la instauración del nuevo gobierno republicano en 1494, el fraile generó desconfianza y rechazo por parte de la oligarquía. Se formaron, así, dos bandos entre los que se distribuían los palleschi, los ottimati y los piagnoni, a saber, el de los bianchi y el de los grigioni: el de los partidarios de la república, compuesto en su mayoría por piagnoni, primero, y ottimati, después, y el de los opositores a la república, compuesto en su mayoría por palleschi y, en segundo lugar, otra vez, por ottimati; se trataba de facciones que en breve llevarían la polarización social en Florencia a niveles proverbiales.[4] El propio Savonarola aceleraría su ruina estigmatizando como opositores de Cristo a todos los que se oponían al nuevo gobierno republicano, y algo más tarde haría lo mismo con los que se oponían a su reforma religiosa.[5] Entre estos últimos estaría, desde ya, el papa.[6]

Ahora bien, desde una perspectiva más precisa, es dable decir que las acciones de Savonarola generaron (1) problemas de orden moral entre cristianos, en general, y sus seguidores, a los que él distinguía como humanistas y verdaderos cristianos, (2) entre el pueblo llano y la nobleza y (3) problemas impositivos, de administración de justicia y problemas, por así llamarlos, (4) jurisdiccionales entre Florencia y la corte papal, (5) así como también entre los mismos Predicadores, y, por último, entre los franciscanos y los dominicos.[7]

 

Problemas entre humanistas y cristianos

En cuando a las asperezas que las imposiciones morales promovidas por Savonarola provocaron entre cristianos y humanistas ocupó un lugar de preeminencia la ley que penalizaba la sodomía, aprobada en fecha temprana, el 31 de diciembre de 1494, poco después de la instauración de la nueva república.[8] Los sodomitas podían, así, ser condenados a la hoguera. El fraile veía esta nueva ley como parte de su reforma moral, i.e., como un aspecto regulador de esta. Pero dado el contexto de su aplicación, hemos de pensar que para muchos florentinos llegó a significar algo muy distinto: un control excesivo sobre todas las actividades privadas. Por lo demás, la tortura y las amenazas eran moneda corriente en los interrogatorios el siglo xv y podían ser lo suficientemente persuasivas como para lograr una confesión.

Llegados a este punto, es interesante notar que los historiadores contemporáneos de la Florencia del Quattrocento se han ocupado de refutar la ya clásica concepción de la época renacentista, según la cual se la podría caracterizar como una Edad Media sin Dios. Su nota distintiva se haría visible en la nueva figura del intelectual humanista, apartado de la religión tradicional y abierto a nuevas prácticas tales como la magia, la astrología, etc. todas disciplinas que darían fundamento a una moral no cristiana, y en la cual, la homosexualidad, entre otras cosas, no estaría prohibida ni mucho menos demonizada.[9] Por el contrario, vistos de cerca los intelectuales más destacados del siglo xv, como Ficino y el ya mencionado Pico, son decididamente cristianos y no solo no se ocuparon de refutar alguno de los lineamientos del cristianismo, sino que incluso procuraron hacer confluir en él todas las corrientes sapienciales y espirituales, las cuales, a su juicio, alcanzaban su plenitud gracias a la religión cristiana.[10]

Con todo, no podemos dejar de señalar que en la época, sobre todo en Florencia, se debía percibir un relajamiento de las costumbres cristianas y la ley impulsada por Savonarola encontraría en este punto su razón de ser.[11] Y más aún: la ley contra la sodomía marcaba el principio del control sobre la moral. Domingo de Pescia, mano derecha del fraile, organizó bajo sus órdenes un ejército de niños cruzados que tenía por fin vigilar las calles y las casas de Florencia en busca de todo lo superfluo y vano, es decir, todo aquello contra lo que el fraile arremetía desde el púlpito: afeites, modas, lujo, con términos bíblicos “vana curiositas”.

Los niños, instruidos en el rigor de un cristianismo reaccionario, delataban cualquier cosa que les llamara la atención: conductas inapropiadas de todo tipo, incluso en los propios padres. El control llegó a ser tan extremo que la gente decía, según escribe Ferdinand Schevill, que los niños gobernaban Florencia.[12] En el marco de este despliegue de control excesivo tuvieron lugar las hogueras de las vanidades en 1497 y en 1498. Se trataba de hogueras en las que se quemaba todo lo que resultaba peligroso para la moral cristiana, desde vestidos de lujo, pinturas, adornos y libros considerados no edificantes, y fueron realizadas durante las fechas de los carnavales; el objetivo no era otro que el de contraponer las fiestas de los devotos cristianos a las de los “impíos” neopagano.[13] Con el mismo espíritu que inspiraba estas persecuciones, Savonarola atacó a los seguidores de Platón. Ficino, blanco preferencial de este ataque, solo se había acercado a Savonarola sin comprometerse demasiado; Pico y Poliziano habían muerto en noviembre de 1494. De este modo, el filósofo de Careggi se distanció del fraile poco después de la muerte de sus amigos; solo quedarían alrededor del reformador algunas figuras menores desde el punto de vista intelectual, entre ellos, los hermanos Benivieni y el sobrino de Pico, Gianfrancesco, dominico y ferviente savonaroliano.

 

El pueblo y los nobles

En cuanto a las controversias entre el pueblo y los nobles, se generaron a partir de la primera embajada de Savonarola ante Carlos VIII, en 1494. Desde ese momento, pues, asumió el título, que él mismo se impuso, de “protector de las libertades florentinas”[14]. Asimismo, la pronta creación del Consiglio grande, órgano de trascendental importancia en la nueva república, engendró diversos problemas, toda vez que el fraile se había pronunciado a favor de instaurar un gobierno que siguiera el modelo veneciano, es decir, de formas republicanas, pero de base oligárquica que, como es obvio, había agradado a los ottimati. La cuestión era la siguiente: el Consiglio incluía unos 3000-3500 miembros, algunas de sus funciones incluían designar a los magistrados, entre ellos los de la Signoria, el máximo órgano ejecutivo de la ciudad. Esto último diluía el poder que inclinaba la balanza hacia el lado de los nobles y fue una fuente de conflictos hasta la caída de Savonarola.

 

Cuestiones impositivas y de administración de justicia

En cuanto al aspecto impositivo de la política savonaroliana, el problema, aunque menor, se originó por contraposición al régimen mediceo: los impuestos, durante el régimen de los Médici, se utilizaban como un medio de represión. Savonarola, por su parte, propuso un único impuesto sobre los beneficios del 10% y dejó abierta la posibilidad de imponer otros porcentajes en casos excepcionales. Así, por una parte, su propuesta zanjaba el tema de la arbitrariedad y, por otra, sentaba las condiciones para que el problema surgiera otra vez. La ambivalencia de su juicio se hizo tan evidente que le fue imposible contentar a todos.

Y todavía hay más: el conflicto más grave desde el punto de vista político era el relativo a la administración de justicia; se trataba de un aspecto de la política impulsada por el fraile que colmaba todas las esferas de su acción pública, y no podía no colmarla. El punto más álgido de este conflicto se alcanzó en el verano de 1497, cuando se descubrió un complot para traer a Florencia a Piero de Médici y restablecer el antiguo régimen. Los protagonistas del complot eran dos ciudadanos preeminentes: Francesco Valori y Bernardo del Nero. Los dos habían estado cerca de los Médici, pero en 1494 cuando los florentinos echaron a Piero, Valori se acercó a Savonarola y se puso a la cabeza de su facción, mientras que del Nero, más cerca de Lorenzo que de Piero, tras la expulsión de los Médici se puso al frente de los ottimati y se convirtió en líder de la oposición a Savonarola. Cuando el complot se descubrió, el nombre de del Nero salió como uno de los principales responsables. Los Otto di Guardia se hicieron cargo del proceso y entre estos estaba Valori,[15] quien presionó a los demás miembros para que se condenara a muerte a los implicados. El proceso fue tan rápido y arbitrario que, según relata Guicciardini,[16] se hizo evidente que se trataba de una vendetta política antes que de un ajusticiamiento.

Hasta aquí la autoridad de Savonarola podría haber quedado ilesa, pero lo grave ocurrió cuando los acusados a muerte solicitaron acogerse a la ley de las seis habas, que se había aprobado en 1495, y cuya esencia consistía en que cuando una persona fuera condenada a muerte o privada de sus bienes de parte de la Signoria o los Otto di Guardia por razones políticas, tenía derecho a apelar la condena al Consiglio grande, el órgano quedaba, así, investido de la autoridad suprema. El propio Savonarola había estado interesado en la aprobación de esta ley porque entregaba al pueblo el último veredicto sobre estas dos penas, las más graves, y a esto se oponía el partido de los ottimati; el fraile había defendido la ley, como tantas otras cuestiones, desde el púlpito, es decir, había muchos testigos de su apoyo a la ley. Los acusados, que figuraban entre los que se habían opuesto a esta ley, apelaron a ella, pero se les negó. Desde el punto de vista moral la apelación podría haber sido un error, pero desde el aspecto legal era algo perfectamente posible. Savonarola —y esto es lo que nos interesa— no dijo una palabra al respecto cuando se les negó este recurso. Maquiavelo escribirá más tarde que fue esto lo que minó su autoridad y, por añadidura, produjo su caída; si era en verdad profeta o no, para el autor de El Príncipe tenía poca o ninguna importancia, pero el quebrantamiento de la ley en una república era, para él, un evento de proporciones catastróficas.[17]

 

Florencia y la corte papal

La corte papal tampoco podía permanecer al margen de las reformas savonarolianas. Alejandro VI había procurado conducirse en Roma como si se tratara de un principado, y como político que era no se le escapaba el peligro que el fraile profeta habría de traer para su autoridad. Savonarola tenía en Roma partidarios y detractores y Alejandro escuchaba a unos y a otros. Además, la corte papal, como todas las del Renacimiento, era un “maquiavélico mentidero”, para utilizar la expresión de Álvaro Huerga, y el papa contaba con el testimonio de hombres de probada valía tanto a favor como en contra del fraile.Con cierta agudeza, entre fines de 1494 y comienzos de 1495, el pontífice envió una serie de embajadas a Florencia para negociar la entrada de la ciudad a la Liga Santa contra Carlos VIII, pero Savonarola no quería dar el brazo a torcer: hacerlo hubiera implicado falsear sus profecías.

Alberto de Orvieto, uno de los embajadores, envió al papa un informe tendencioso sobre las políticas religiosas del reformador. Escribía, pues, de parte de los arrabiati y le sugería que llamara al dominico para que le rindiera cuentas personalmente. Se trataba de una estrategia que, de haber tenido el efecto esperado, habría terminado con el apoyo que le daba la Signoria, que se acercaba y, al mismo tiempo, se distanciaba hábilmente del papa imponiendo, cada vez que podía, silencio a Savonarola.

Advertido de que en Roma se levantaban sospechas contra él, Savonarola se adelantó y le escribió a Alejandro para justificar sus acciones y buscar apoyo. El papa contestó la carta, hoy perdida, el 21 de julio de 1495, invitándolo a Roma. Ante la negativa del fraile, en septiembre del mismo año, expidió un breve en el que anulaba la independencia del convento de san Marco y lo reintegra a la congregación lombarda. En noviembre de 1496 lo anexó a una nueva congregación, la Toscano-Romana. Se trató de una jugada política muy hábil, pues, el fraile quedaba así sometido a la jurisdicción de un provincial de su misma Orden bajo influencia directa del papa. Con todo, Savonarola, junto a los más de doscientos frailes que albergaba el convento marciano, resistieron y se declararon en abierta rebeldía. En tales circunstancias, y haciéndose eco de los enemigos de Savonarola, Alejandro le prohibió predicar, pero el fraile no se dio por aludido: no predica, pero sube al púlpito para “conversar”, dice, con los fieles.

Entretanto, escribirá una y otra vez al papa para refutar los argumentos de sus acusadores, que parecían haber leído el Compendium revelationum en busca de argumentos contra él. Lo cierto es que en una lucha marcada a fuego por cartas que se entrecruzaban de Roma a Florencia y viceversa, el reformador terminó perdiendo la partida, y no podía no perderla: en los primeros meses de 1498 le había llegado la excomunión y esto tampoco lo había obligado a cambiar sus acciones. Durante ese último tiempo (1496-1497) que él veía como “de tribulación”, dio a luz sus obras más importantes: con ellas pretendía fundamentar más ampliamente las causas de su reforma, mostrar la perfecta ortodoxia de sus propuestas y, por sobre todo, aquietar las aguas de la turbulenta Florencia de fin de siglo. Pero sus obras más orgánicas no venían sino a apuntalar un edificio muy difícil de mantener en pie: cuando puso en limpio sus pensamientos y proyectos y los despojó de ambigüedades y contradicciones, estas ya se habían mostrado demasiado evidentes.[18]

 

Las ordenes mendicantes

Savonarola se había granjeado también la enemistad de algunos dominicos y la de los franciscanos. Cabe decir que en Florencia las órdenes mendicantes siempre habían sido rivales: se disputaban los fieles, los lugares de culto y de poder. Entre los dominicos, asimismo, había rivalidad entre conventuales y observantes, cosa que se acentuó con la separación del convento de San Marco de la congregación lombarda; algunos compañeros de Savonarola se alejaron de él, entre ellos, sus amigos y maestros de Bolonia, y, desde ya, los dominicos de Pisa, que veían a Florencia como su opresora.[19]

Entre los franciscanos su comportamiento suscitó gran indignación, tal vez, porque se habían distinguido desde los tiempos de su fundador en tres cuestiones: la evangelización, el voto de pobreza y la predicación. El carisma de los dominicos, por su parte, incluía la dedicación al estudio y a la enseñanza, por lo que coparon desde el comienzo las cátedras universitarias y las universidades en general. El éxito de Savonarola, con su rigorismo ético y ascético, anulaba la identidad de los franciscanos, quienes veían la carrera del fraile como la suma de un agravio tras otro.

El franciscano Domenico da Ponzo, entre otros, después de haber mostrado algunas simpatías hacia él, lo acusó de interferir con los asuntos seculares de la ciudad ya a principios de 1495. Esta acusación fue retomada en 1498 para justificar su ejecución.[20] Más aun, la historia de Savonarola, no debemos olvidarlo, termina de forma grotesca, cuando en mayo de 1498, poco antes de su condena y ejecución, el franciscano Francesco di Puglia lo desafió a una ordalía. Con esta buscaba determinar, aunque las fuentes piagnonas no lo admiten, la validez de la excomunión a la que el fraile no había prestado atención.

El desafío fue tomado por Domenico da Pescia y se fijó el día 7 de abril para la prueba de fuego. Entre idas y venidas se dilató hasta que la lluvia dio la estocada final a los preparativos; la multitud frustrada, instigada por los compagnacci, una facción radical de los ottimati, agredió a los dominicos, los persiguió hasta el convento y lo sitió por tres días. Tuvo que intervenir la Signoria para que se levantara el sitio y al fraile y algunos de sus compañeros, entre ellos el ya nombrado Domenico da Pescia, les iniciaron un proceso por alterar el orden civil. Entretanto, el 7 de abril moría también Francesco Valori: la misma multitud que había encerrado a los frailes en su convento había ido a buscarlo para llevarlo al Palazzo della Signoria, pues, era uno de los Otto di Guardia. Pero un grupo de hombres armados, vengadores y partidarios de los cinco ajusticiados el año anterior le dieron muerte. A la luz de tales circunstancias, Savonarola fue torturado y tras cuatro breves procesos, dos eclesiásticos y dos seculares, resultó condenado a muerte. Los torturadores lo habrían obligado a confesar todo: que era un falso profeta, que instigó a los diversos partidos para que lucharan entre sí, etc. Savonarola se transformó, después de la tortura, en enemigo del orden público en todas sus esferas. La sentencia se cumplió el 23 de mayo de 1498.

 

Conclusión

En nuestro recorrido hemos seguido de cerca los avances y retrocesos de la política reformista de Savonarola en sus diversas aristas, y hemos intentado determinar su incidencia en la sociedad de su época, tanto inmediata —en la Florencia del siglo xv— como mediata —en el contexto geopolítico internacional— a fin de dar cuenta de los enemigos que se granjeó con su actitud extremista, con su intransigencia e incluso con sus flagrantes contradicciones y desaciertos. En medio de una lucha por el poder pocas veces vista, il frate tuvo el temple necesario para, por una parte, saber posicionarse en un lugar de preeminencia y, por otra, encararse con los humanistas, con los nobles, con las autoridades seculares y eclesiásticas, con el papa y los dirigentes de las órdenes mendicantes —incluso con los de la suya—, y finalmente, y para su ruina, también con el pueblo llano.

Así, si, de un lado, podemos decir que el destino de Savonarola estaba signado desde el comienzo por su áspera personalidad y recio carácter, debemos afirmar, de otro, que los tiempos no fueron propicios para la reforma general que predicaba desde el púlpito: ninguna reforma religiosa, moral o política como la que planteaba el Savonarola podría haber tenido consecuencias de larga duración en una ciudad con las características de la Florencia a él contemporánea: altiva, soberbia, dividida hasta niveles proverbiales, y abierta y xenófoba a la vez. Y si al investigar las causas de su caída tenemos la impresión de que él mismo hizo todo lo posible para que sus proyectos no llegaran a buen puerto, puesto que pareciera que solo aplicó la diplomacia con Carlos VIII, no podemos dejar de pensar que fue en ese sentido un hombre del Renacimiento. Muy diferente de Pico y Ficino, y más aun de un Miguel Ángel o un Leonardo, el fraile representa la otra cara de esa época, que es más oscura que luminosa en términos generales; el fracaso y la caída de Savonarola se explica, pues, de dos modos: 1) por su continuo empeño por granjearse enemigos en todos los ámbitos y de todos los estratos sociales, y 2) por los vaivenes de una época de extrema convulsión, de cambios bruscos y, en una palabra, de señales poco claras que permitieran corregir la dirección equivocada.



[1] Hemos trabajado sobre esta cuestión en “Savonarola en Florencia: reforma religiosa y construcción de la autoridad”, Ámbitos, 41 (2019), pp. 11-23.

[2] Este procedimiento de Savonarola se repite no solo en sus diversas presentaciones públicas, sino en sus escritos, véase a modo de ejemplo, Trattato, II.1.

[3] Para reconstruir el contexto de Savonarola hemos consultado las siguientes obras: Jakob Burckhardt, La cultura del Renacimiento en Italia, Madrid, Espasa-Calpe, 1988; Franco CORDERO, Savonarola, Roma-Bari, Laterza, 1986-1988, 4 vols; Álvaro Huerga, Savonarola, Madrid, BAC, 1978; Luis María Lojendio, Savonarola. Estudio biográfico, Madrid, Espasa-Calpe, 1945; Lauro Martines, Fire in the City: Savonarola and The Struggle for the Soul in Renassaince Florence, USA, Oxford University Press, 2006; Roberto Ridolfi, Vita di Girolamo Savonarola, Bologna, Sansoni, 1981; Joseph Schnitzer, Savonarola. Ein Kultur bildaus der Zeit der Renaissance, Munchen, Reinhardt, 1942, 2 vols; Pasquale VILLARI, La storia di Girolamo Savonarola e de sou itempi, Firenze, Le monnier, 1859-1861. 2 vols.; Rudolf VON ALBERTINI, Das florentisiche Staads bewussts einim Übergang von der Republikzum Prinzipat, Berna, Francke, 1955; Stefano Dall’Aglio, L´eremitá e il sínodo. Paolo Giustiniana e l´offensiva medicea contra Girolamo Savonarola (1516-1517), Firenze, Edizioni dell Galluzzo, 2006; Stefano Dall’Aglio, Savonarola and Savonarolism (Jhon Gagné, trans.), Toronto, Centre for Reformation and Renaissance Studies, 2010; y Donald WEINSTEIN, Savonarola, New Haven-London, Yale University Press, 2011. Cabe destacar que, a pesar de coincidir en muchos aspectos históricos y de la cultura intelectual del Quattrocento, los autores mencionados no sostienen el mismo punto de vista respecto de la figura y lugar de Savonarola.

[4] Cf. Lauro Martines, op. cit., pp. 34-84.

[5] Cf. Compendio, p. 360ss.

[6] Cf. Lauro Martines, op. cit., p. 100.

[7] Cf. Roberto García Jurado, “República o democracia: la Florencia de Maquiavelo y Savonarola”, Estudios, 114-XIII (otoño, 2015), pp. 9-35, pp. 23ss.

[8] Para más detalle, remitimos al lector al excelente trabajo de Michael Rocke sobre la homosexualidad en Florencia, aún no superado Michael Rocke, Forbidden Friendship. Homosexuality and Male Culture and Renaissance Florence, New York-Oxford, Oxford University Press, 1996, parte III, cap. 6 “Politics and Sodomy in the Late Fifteenth Century: The Medici, Savonarola and the Abolition of the Night Officers”, pp. 204-221; Lauro Martines, op. cit., p. 102. También cf. Donald Weinstein, op. cit., pp. 88ss.

[9] Cf. Christopher Celenza, The intellectual World of the Italian Renaissance, Cambridge, Cambridge University Press, 2018, esp. pp. 1-16 y 241-286; Para un resumen y compendio de diversas posiciones véase también el ya clásico estudio de Eugenio Garin, Interpretazioni del Rinascimento, Roma, Edizioni di Storia e Letteratura, 2009, 2 vols., esp. vol. 1, pp. 50-77.

[10] Cf. Ficino, M., De christianareligione, caps. 9, 22, 33 et passim; Pico della Mirandola, G., De hominisdignitate, § 17. 92-99 et passim. El punto de vista de Ficino y de Pico, y con ellos el de una legión de autores, había sido sostenido desde los inicios del cristianismo, aunque no con el mismo brío ni con el mismo alcance, sino en una forma, por así decir, seminal. Lo encontramos, en efecto, en los escritos de los Apologistas, a modo de ejemplo cf. Justino, Diálogo con Trifón, 17 et passim.

[11] Para la actitud de Savonarola ante el lujo, p.e., véase De simplicitate, III. 3.

[12] Cf. Ferdinand Schevill, Medieval and Renaissance Florence, New York, Harper & Row, 1963, 2 vols., vol. 2 pp. 433ss También cf. Lauro MARTINES, op. cit., pp. 124ss. y Donald WEINSTEIN, op. cit., esp. cap. 15, pp. 183-195.

[13] En sentido estricto, tanto la utilización de niños a los fines del control social como las hogueras de vanidades, tenían reconocidos antecedentes: el ejército de niños era una emulación de la tristemente célebre cruzada de los niños, mientras que las hogueras de las vanidades ya habían sido practicadas por Bernardino de Siena a principios de siglo, y, algo más tarde, por su discípulo Bernardino de Feltre, a quien el propio Lorenzo había echado de Florencia en 1488.

[14] Cf. Ralph Roeder, El hombre del Renacimiento: Savonarola, Maquiavelo, Castiglione, Aretino, Buenos Aires, Sudamericana, 1946, pp. 89ss.

[15] Cf. Amos EDELHEIT, Ficino, Pico and Savonarola, Leiden-Boston, Brill, 2008, pp. 388-392. También cf. Mark Jurdjevic, Guardians of Republicanism. The Valori Family in the Florentine Renaissance, Oxford, Oxford University Press, 2007, chap. 1 “Francesco Valori and the Savonarolan Republic”, pp. 22-25; Lauro MARTINES, op. cit., pp. 38ss; y Mark Jurdjevic, “Prophets and Politicians: Marsilio Ficino, Savonarola and the Valori Family”, Past & Present, 183 (May, 2004), pp. 55-61.

[16] Cf. Francesco Guicciardini, Historia de Florencia 1378-1509, México, FCE, 2006, pp. 227-239.

[17] “…io non credo che sia cosa di più cattivo esemplo in una republica, che fare una legge e non la osservare; e tanto più, quanto la non è osservata da chil’hafatta.” (Discorsi, I. XLV, pp. 419-420). Para la opinión general de Maquiavelo acerca de Savonarola, ver Discorsi, I.XI, p. 348ss

[18] Para más detalles, véase Alison BROWN, op. cit., esp. chap. II.8.: “Ideology and Faction in Savonarolan Florence”, pp. 201-212. También cf. Donald WEINSTEIN, 2011, chap. 4.

[19] Cf. John Najemy, A History of Florence (1200-1575), USA-UK, Blackwell, 2006, esp. pp. 377ss.

[20] Cf. Álvaro HUERGA, op. cit., pp. 199-205.

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