Federico CANACCINI, La Edad Media en 21 batallas, Barcelona, Pasado & Presente, 2023, 528 pp., ISBN 978-84-125954-3-7
Fecha de recepción: 28/02/2024
Fecha de aprobación: 23/05/2024
Como bien demostró Georges Duby al publicar Le dimanche de Bouvines en 1973, el historiador puede utilizar las batallas como objeto de su estudio y producir trabajos brillantes al tiempo que alejados de la vieja historia événementielle y positivista contra la que tanto luchó la generación de Marc Bloch y las posteriores. Hoy, medio siglo más tarde, al trabajo pionero de Duby pueden citarse un nutrido número de trabajos centrados en el análisis de batallas y en sus repercusiones en distintos ámbitos, intereses estos que han tomado una renovada historia militar que parece, en los últimos tiempos, brillar con intensidad. El libro que reseñamos en estas páginas, Il Medioevo in 21 bataglie (Roma, Laterza, 2022), traducido ahora al castellano por la editorial Pasado & Presente, se incluye dentro de esta línea de estudios atraídos por los aspectos militares del pasado y su influencia en múltiples ámbitos como la propia política, pero también la sociedad, la economía, las instituciones o la historiografía.
Federico Canaccini, medievalista y actualmente profesor en la Università Pontificia Salesiana de Roma, es especialista en las guerras que sacudieron el norte de Italia en el enfrentamiento entre güelfos y gibelinos. Esta última obra que acaba de salir a la luz pretende exponer una historia de la Edad Media a través de la contextualización de veintitrés batallas —los capítulos 2 y 3 incluyen cada uno dos batallas muy próximas en el tiempo y relacionadas entre sí— distribuidas en un espacio y en un tiempo inusuales. La convención entre los historiadores ha tendido a aceptar como límites del Medievo el año 476 en el margen inferior, y por arriba el 1453 o 1492; pero no son raros los estudios que destrozan, en mayor o menor medida, las rebanadas en las que ha solido cortarse el pasado. En este caso, la historia de la Edad Media a través de las batallas de Canaccini parte del año 451, con la batalla de los Campos Cataláunicos, y se detiene entre las llamas y la destrucción de Tenochtitlán, en 1521. Y no solo se dilata en el tiempo; en el espacio ofrece igualmente un enfoque alejado del Occidente medieval y el Mediterráneo que llega hasta lugares y culturas extraeuropeos.
Las batallas explicadas son las siguientes: los Campos Cataláunicos (451), donde los romanos vencieron a los hunos; Tricamerón (553) y Casilino (554), ambas batallas de las campañas de Justiniano con las que consiguió conquistar el África vándala y poner un pie en la Italia ostrogoda respectivamente; Badr (624), que supuso la victoria del profeta Muhammad y sus seguidores contra los Quraysh de La Meca, y la aplastante derrota bizantina en Yarmuk (636) tras la que el naciente califato se anexionó las provincias de Siria, Palestina y Egipto; Poitiers (732), donde el aparentemente imparable avance islámico fue detenido; Talas (751), conflicto que marcó el límite oriental en la expansión islámica y delimitó la frontera con la China de los Tang; el sitio vikingo de París (885), tras el que comenzó una nueva etapa en la relación con los normandos; la derrota y neutralización de facto de los magiares en Lechfeld (955), que, de la misma manera, fue el inicio del acercamiento que culminó con la conversión al catolicismo de su rey, Esteban, en el cambio de milenio; Hastings (1066) y la conquista normanda de Inglaterra; el asedio cruzado de Jerusalén (1099) y la victoria de la Primera Cruzada; la batalla de Tarain (1192), que abrió las puertas del subcontinente indio al islam; las Navas de Tolosa (1212) y la culminación de la conquista feudal en la península ibérica; la ya mencionada Bouvines (1214) y la consolidación de la Francia de Felipe II frente a ingleses e imperiales; el choque del lago Peipus entre teutónicos y Alexandr Nevski que aseguró la supervivencia de Nóvgorod; Ayn Yalut (1260) y la victoria mameluca que comportó el final del avance mongol en Oriente Próximo; las dos fallidas campañas de Kublai Kan contra Japón (1274 y 1281); Cortrique (1302), en la que los flamencos reafirmaron su independencia frente a la monarquía de los Capeto; Azincourt (1415), la última de las grandes victorias inglesas en la Guerra de los Cien Años; la victoria de Florencia sobre Milán en Anghiari (1440), uno de los tantos episodios de las luchas por la hegemonía que salpicaron la Lombardía; el asedio y captura de Constantinopla por parte de los turcos (1453); el triunfo de la armada portuguesa en Diu (1509), que permitió la creación de su imperio colonial en el Índico; y, por último, la captura de Tenochtitlán por parte de los conquistadores castellanos (1521).
Estas batallas pueden dividirse de varias formas: europeas (13) y no europeas (10); asedios (4) y batallas “campales” (19); enfrentamientos terrestres (22) y choques navales (1). De estas divisiones se desprende una gran diversidad de situaciones analizadas, que es una de las principales virtudes del libro. Canaccini, como ya expresa en el prólogo, busca “desvincularse de esta rígida perspectiva”, rompiendo también con los convencionalismos geográficos y temporales que desde antiguo se aplican a la Edad Media (p. 7). Este libro es un ejemplo de una renovada historia militar capaz de ofrecer conocimiento acerca del arte de la guerra, de su impacto en sociedades enteras, información acerca de cuestiones logísticas y la evolución de su percepción a lo largo del tiempo.
Con el correr de cada capítulo las batallas cobran vida y cuentan una historia propia, alejada de antiguos paradigmas historicistas, y que enriquecen la visión del pasado. Muchas de ellas fueron decisivas por cuanto que marcaron un antes y un después para las culturas, facciones y países que en ellas se enfrentaron. Expone ejemplos ya clásicos como el de Hastings, las Navas de Tolosa o Constantinopla; otros, en cambio, son mucho más desconocidos, sobre todo si trascendemos las fronteras europeas. Sin Tarain, no se podría explicar la actual situación en la India y Pakistán; la auténtica talasocracia que Portugal ejerció a partir del siglo xvi es incomprensible sin el descalabro de las flotas de Calicut y sus aliados (entre los que se contaban también los venecianos), en 1509. La visión caleidoscópica que se expone a lo largo de las más de quinientas páginas incluye no solo la contextualización de cada batalla en unas coordenadas geográficas y temporales, sino también sus efectos, tanto a corto como a largo plazo, el equipamiento militar y su influencia en el resultado del combate, y las consecuencias para las sociedades vencidas y aquellas que se alzaban con la victoria. Es también interesante el uso que se le ha dado a algunas de estas batallas por parte de las culturas políticas nacionalistas contemporáneas, como bien muestran los casos de Poitiers, las Navas de Tolosa y Cortrique, parte fundamental del capital histórico de los mitos nacionales francés, español y belga respectivamente.
¿Por qué estas batallas y no otras? Ciertamente, el autor ha logrado establecer un hilo conductor coherente a lo largo de los veintiún capítulos, conectando una batalla con la siguiente sin que penetre en el lector la sensación de estar leyendo una veintena de relatos inconexos. Desde las llanuras de la Galia se traslada al lago Texcoco con la sensación de estar tomando parte de un discurso unitario, que también contribuye a explicar la herencia medieval del mundo moderno: los imperios coloniales, a fin de cuentas, beben de las experiencias que las metrópolis (Portugal y Castilla en el siglo xvi) experimentaron durante los siglos de expansión feudal. Sin embargo, bien podría haber seleccionado otro puñado de batallas y el resultado hubiera sido el mismo, puesto que abundan los sucesos de esta índole —las batallas campales— que, por su propia naturaleza, según han destacado los estudios de historia militar (remitimos, por ejemplo, a Carlos Rodríguez, La batalla campal en la Edad Media, Madrid, La Ergástula, 2018), suelen desenlazar decisivamente los conflictos. Tanto o más devastadora que Azincourt fue para Francia la derrota en Crécy (1346) o, una década después, la de Poitiers; el enfrentamiento naval en el Estrecho entre los Benimerines de Marruecos y las coronas de Castilla y Aragón a principios del siglo xiv abrió las primeras rutas que conectaban a través del Atlántico, el Mediterráneo con la Europa septentrional, por poner un par de casos. Muestra esto que el trabajo del historiador es, ante todo, subjetivo —mas no carece de rigor— y obligado a seleccionar, desde el principio, fuentes, bibliografía, hechos y puntos de vista sobre los que inquirir.
En otro orden de cosas, pese a que es imposible no alabar la obra en su conjunto, en algunos momentos presenta algunas deficiencias. Para el historiador del Estado español del siglo xxi, estas son más visibles en el tratamiento del episodio de las Navas de Tolosa, en el que se reproduce el viejo paradigma de la “Reconquista” puesto desde hace tiempo en cuestión por la historiografía. En la bibliografía citada en las últimas páginas del trabajo se echan en falta a los grandes referentes en los estudios de las Navas de Tolosa, los profesores Martín Alvira Cabrer y Francisco García Fitz, ausencias que contrastan con la presencia de autores ya hace tiempo superados como Claudio Sánchez Albornoz y Ramón Menéndez Pidal.
No obstante, como decíamos, el presente libro constituye una obra magistral que, con un tono accesible y divulgativo, expone la importancia que tuvieron las batallas en la Edad Media y sus repercusiones sobre todo lo demás, particularmente sobre aquel colectivo invisible que actuaba siempre bajo el mando de emperadores, reyes y pontífices logrando las victorias de las que luego daban cuenta los letrados en las crónicas. Un discurso, además, que ilustra lo que fue la Edad Media, y también lo que no fue: el Medievo es más diverso y abarca más que el Occidente medieval; los rígidos límites temporales que hemos ido imponiéndole los historiadores son negociables y seguirán moviéndose en el futuro, y, entre otras muchas ideas, para acabar, es posible profundizar en el campo de la historia militar para ofrecer una visión de conjunto de un milenio fascinante, dinámico y cuyos ecos siguieron sintiéndose en los siglos posteriores en todo el mundo.
José Tébar Gómez
Universitat de València
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