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La escuela es vista tradicionalmente como el dominio de lo cognitivo. Hay una obsesión por el saber y no se escucha con frecuencia que el docente pregunte a un niño ¿cómo te sentís?. A veces un maestro se interesa por los problemas de un alumno, los conoce por su nombre, se relaciona de manera afectuosa con ellos, piensa ¡cómo le voy a enseñar algo a este alumno si no me quiere! Pero en realidad la trama de los afectos, de las emociones se ha mantenido oculta a pesar de que la reconocemos como parte fundamental de la vida de la institución educativa y de sus integrantes. Hay una hegemonía de la dimensión intelectual. Se han silenciado los sentimientos. Pero ¿qué ocurre cuando una docente manifiesta a través de su trabajo con niños la marca de sensibilidad y amor por enseñar que recibió cuando era niña, por parte de una docente que la marcó afectiva e intelectualmente, su modelo ¿Qué ocurre cuando la relación entre educadora y educandos es una cuestión del proceso de conocer para enseñar y para aprender, cuando la autoridad y la libertad que hacen a la identidad cultural ayudan a crecer? Este trabajo intenta demostrar la importancia que una huella afectiva deja en la vida profesional.

conocer; enseñar; aprender; afecto; huellas