Pasado Abierto. Revista del CEHis. Nº17. Mar del Plata. Enero-junio 2023.
ISSN Nº2451-6961. http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/pasadoabierto
Esos hombres que hay que resetear: discursividades sobre masculinidades, sexualidad y poder en la cuarta ola feminista en Argentina
Guido Vespucci
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Centro de Estudios Históricos, Facultad de Humanidades
Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina
Estefanía Martynowskyj
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Instituto de Ciencias Antropológicas
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Argentina
Constanza María Ferrario
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Centro de Estudios Históricos, Facultad de Humanidades
Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina
Recibido: 08/03/2023
Aceptado: 18/05/2023
Resumen
La llamada “cuarta ola feminista”, impulsada en Argentina por la movilización “Ni una menos”, ha puesto en el centro del debate público un amplio espectro de cuestiones vinculadas a la opresión de las mujeres y las disidencias sexuales, entre las cuales la sexualidad y la masculinidad ocupan un lugar clave. Aborto, gestación subrogada, comercio sexual, acoso, consentimiento sexual, masculinidad hegemónica, amor romántico, distribución de tareas de cuidado, son algunos de los temas candentes de debate. Estos ponen de relieve tensiones y controversias sobre el horizonte deseado de transformación feminista, en un contexto más amplio de juridificación y “derechización” donde operan matrices moralizantes y punitivistas, con sus lógicas de “víctima/victimario”, “amigx/enemigx”. En este trabajo describimos y analizamos las discursividades sobre masculinidades, sexualidad y poder que (re)producen seis referentes feministas de la cuarta ola local, que tienen amplio alcance en redes sociales, medios de comunicación e industria editorial masiva.
Palabras clave: cuarta ola feminista, discursividades, masculinidades, sexualidad, poder.
Esos hombres que hay que resetear: discursivities on masculinities, sexuality and power in the fourth feminist wave in Argentina
Abstract
The so-called “fourth feminist wave”, driven in Argentina by the “Ni una menos” mobilization has placed at the center of public debate a broad spectrum of issues linked to the oppression of women and sexual dissidence, in which sexuality and masculinity occupy a key place. Abortion, surrogacy, sex work, harassment, sexual consent, hegemonic masculinity, romantic love, distribution of care tasks, are some of the hot topics of debate. They highlight tensions and controversies about the desired horizon of feminist transformation, in a broader context of juridification and “right-wingization” where moralizing and punitivist matrices also operate, with their “victim/victimizer”, “friend/enemy” logics. In this paper we describe and analyze the discourses on masculinities, sexuality and power (re)produced by six feminist referents of the local fourth feminist wave, which have a wide reach in social networks, media and mass publishing industry.
Keywords: fourth feminist wave, discursivities, masculinities, sexuality, power.
Esos hombres que hay que resetear: discursividades sobre masculinidades, sexualidad y poder en la cuarta ola feminista en Argentina[1]
Introducción
“Los códigos de la masculinidad son un ente vivo,
que muta, que se adapta y que cambia para poder
seguir cumpliendo su objetivo: no perder privilegios”.[2]
“Todo lo que construimos tenemos que hacerlo con perspectiva de género (...)
Yo ya estoy deconstruido, a mí ya me deconstruyeron,
entonces ya lo entendí, pero a muchos no”.[3]
La expansión de lenguajes y demandas feministas ocurrida en nuestro país desde 2015, debido al impulso de la movilización “Ni una menos” y sostenida en el tiempo por otras movilizaciones como el Paro Internacional de Mujeres y la Marea Verde, no sólo puso en el centro del debate público la violencia de género, las desigualdades en los mundos del trabajo y en la distribución de las tareas de cuidados, y la legalización del aborto, sino que cuestionó el rol de los varones en estas problemáticas y en sus posibles soluciones. Esta revitalización local del feminismo -que también es regional y global-, ha sido caracterizada por activistas y académicas como “cuarta ola” por su alcance y potencia de transformación política y cultural (Natalucci y Rey, 2018).[4]
Retomando el postulado clásico de la segunda ola feminista, “lo personal es político”, muchas de las discursividades que se produjeron y circularon en manifestaciones y eventos feministas -y sus desbordes en medios de comunicación, redes sociales y diversas arenas públicas- se propusieron no solo “hacer de la experiencia personal testimonio político”,[5] sino mostrar el carácter estructural de los problemas de las mujeres y las disidencias sexuales. La revitalización y popularización de términos como “patriarcado”, “amor romántico” y “masculinidad hegemónica”, dieron cuenta del intento de correr el foco de actores individuales y ponerlo sobre estructuras sociales de desigualdad. Los clásicos discursos esencialistas de orden biológico, como los que apelan a los instintos sexuales masculinos o a desviaciones y patologías psicológicas, parecen ahora compartir el lugar con otros de corte funcional-estructuralistas[6] que, al desdibujar al sujeto y sus interacciones, dan vida a entes trans históricos y universalistas que producen explicaciones tautológicas de las desigualdades y violencias. El fragmento que utilizamos de epígrafe, del libro de una referente feminista local, es representativo al respecto: no hay un sujeto con algún tipo de racionalidad instrumental -que también quedaría corto como explicación unicausal- sino un ente no humano, los “códigos de masculinidad”, con objetivos propios, “no perder privilegios”.
Estas explicaciones populares con tintes estructural-funcionalistas conviven con otras dos discursividades que las tensionan. Por un lado, el llamado a la “deconstrucción” de la “masculinidad hegemónica”, entendida ya no como una configuración particular de la práctica de género que “legitima con sus discursos y prácticas, un orden jerárquico entre los hombres y las mujeres, entre la masculinidad y la feminidad y entre las propias masculinidades” (De Stéfano Barbero, 2021: 54), sino como un conjunto de atributos más o menos fijos, que portan los varones “machistas”. Algunos autores plantean que la deconstrucción, en tanto que “proceso ético-político de revisión orientado a un cambio” (Jones, 2022: 4) de los valores patriarcales aprendidos (Delgado, 2019), para ser potente precisa ser relacional, incómoda y asumir la pérdida de privilegios colectivos e individuales para los varones. Mientras que, en sintonía con la idea de masculinidad hegemónica como “varones machistas”, suele interpretarse como un proceso de revisión individual, cómodo y guiado por la idea del win-win (Jones, 2022). Así sucede con muchas interpelaciones feministas que instan a los varones a deconstruirse y, a su vez, con enunciados de varones de diversos ámbitos que se declaran deconstruidos o en deconstrucción, tal como lo expresó el actual presidente de la Nación, “yo ya estoy deconstruido”. Por otro lado, las violencias, desigualdades y malestares de género son imputadas a unos sujetos con intencionalidades precisas de dominación masculina, en sintonía con los procesos de juridificación de lo social, propios del neoliberalismo. Estos traducen problemas y demandas sociales al lenguaje jurídico, donde es central la matriz punitiva del derecho penal, estructurada en torno al binomio víctima/victimario (Brown, 2016).
En este trabajo describimos y analizamos las discursividades sobre masculinidades, sexualidad y poder que (re)producen seis referentes feministas de la cuarta ola local, que tienen amplio alcance en redes sociales, medios de comunicación e industria editorial masiva. Nos interesó indagar en la traducción de estas problemáticas de la agenda feminista a cuestionamientos precisos a los varones: cómo los caracterizan, qué les demandan y qué lugar les otorgan en sus horizontes imaginados de transformación social.
Metodología y casos de análisis
Realizamos un análisis cualitativo de los discursos de las referentes feministas en distintos espacios digitales —principalmente Instagram, pero también portales de comunicación y canales de YouTube—, así como a partir de algunos libros que publicaron en el período de análisis, relevantes a los fines de nuestro problema de investigación. A pesar de que llevamos adelante nuestro trabajo de campo mayormente online, entendemos que las fronteras entre lo físico y lo digital, lo online y lo offline se han erosionado fuertemente (Di Prospero, 2017; Ahlin y Fangfang, 2019), dando lugar a mundos híbridos u onlife, donde “la dimensión en línea (online) como la fuera de línea (offline) están integradas en el entramado de diversas prácticas sociales” (Bárcenas Barajas y Preza Carreño, 2019: 136). En nuestro caso particular, los sentidos que se (re)producen online se retroalimentan con los lenguajes y demandas que los feminismos producen en espacios de sociabilidad más tradicionales como marchas, asambleas y encuentros, entre otros. De igual modo, las ideas que las referentes desarrollan en formatos más tradicionales, como los libros, son retomados y puestos a circular en formatos adaptados en sus redes sociales. Siguiendo a Van Dijck (2016), en estos mundos onlife rige una “cultura de la conectividad”, donde la sociabilidad se halla codificada tecnológicamente, a partir de principios económicos neoliberales como la jerarquía, la competencia y el lugar del ganador. De modo que “las plataformas en línea no son un espacio neutro sin capacidad de acción, son un actante” (Gonzáliz Gil y Servil Arroyo, 2017: 65), que habilita (y obtura) ciertas formas discursivas, modos de sociabilidad y criterios de popularidad.
La selección de las seis referentes se efectuó a partir del criterio del impacto en redes sociales, medios de comunicación e industria editorial. Tuvimos en cuenta la cantidad de seguidores en Instagram (más de cien mil), la participación periódica en radios, programas de TV y portales/canales de noticias, y la publicación de libros de tirada masiva, así como la circulación de referencias recíprocas entre ellas, lo que supone una trama discursiva común en la que en muchas oportunidades se refuerzan y retroalimentan sus consignas e interpretaciones. Esto no significa que problematizan y jerarquizan siempre los mismos temas. Incluso, a veces presentan miradas contrapuestas en relación a cuestiones polémicas entre los feminismos como la prostitución/trabajo sexual y, como mostraremos en el análisis, sus estilos discursivos también mantienen diferencias. Sin embargo, en lo que refiere a la caracterización de las masculinidades y a la problematización de la violencia de género y la sexo-afectividad, hallamos sentidos compartidos. Se trata de mujeres jóvenes, de clase media, urbanas y profesionales, que cobraron notoriedad como referentes en temas de género y feminismo a partir del 2015 o 2018, en el marco de su participación en las movilizaciones del “Ni una menos” y/o la “Marea Verde”.[7]
Para este trabajo analizamos sus perfiles de Instagram entre 2015 y 2020, tomando como punto de partida la realización de la primera movilización del “Ni una menos” y, como corte, la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Con perfiles que varían entre 40 y 2.500 publicaciones en dicho período, seleccionamos las que se referían a la masculinidad, la violencia de género, la sexualidad y el amor, y entre ellas elegimos las que presentan ciertas recurrencias en los modos de abordar estos tópicos. Asimismo, analizamos los libros que publicaron en esos años y algunas notas, reportajes o participaciones en programas radiales, televisivos y portales de noticias.
Breve presentación de las referentes feministas
Thelma Inés Fardin Caggiano (1992), es actriz e integra el colectivo Actrices Argentinas, el cual se formó en 2018 en apoyo al proyecto de ley de interrupción legal del embarazo. Se convirtió en referente feminista ese mismo año, luego de denunciar -mediática y penalmente- al actor Juan Darthés por presunta violación. En 2019 publicó su libro El arte de no callar. Autobiografía entre el silencio y la impunidad (Planeta). Su cuenta de Instagram @soythelmafardin tiene con 886 mil seguidores.
Malena Pichot (1982) es actriz, comediante, guionista, directora y escritora feminista. Fue una de las primeras youtubers argentinas, volviéndose popular con sus videos de “La loca de mierda” en 2008. Luego escribió y protagonizó varias series entre las que destaca “Cualca” (2012-2014). Desde 2016 conduce el programa radial Furia Bebe, en FutuRock, junto a Señorita Bimbo. Es autora, junto con Charo Lopez, de Hermostra: Cómo ser hermosa, sexy, joven y hermosa (2017) y de Enojate, Hermana (2019), que compila los textos que publicó en el suplemento feminista “Las12” (Página 12) entre 2017 y 2019. Su cuenta de Instagram @malepichot cuenta con 583 mil seguidores.
Sol Ferreyra (1989), conocida como Sol Despeinada, es médica ginecóloga, docente universitaria en la UBA y divulgadora feminista. Su reconocimiento en temas de género nació en el contexto del debate legislativo por el aborto en 2018, a partir de sus intervenciones pedagógicas en redes sociales, características por su humor irónico. Hace stand up, sostiene un ciclo audiovisual en el canal de youtube de FiloNews y participa del programa de radio que conduce Luciana Peker junto a Darío Z. Su cuenta de Instagram @sol_despeinada tiene con 501 mil seguidores.
María Florencia Freijó (1987) es licenciada en Ciencia Política, especializada en perspectiva de género en el sistema de justicia. Forma parte del colectivo Economía Feminista y se desempeña como asesora legislativa. Es autora de Solas, aun acompañadas (El ateneo, 2019); (Mal) Educadas (Planeta, 2020) y Decididas: amor, sexo y dinero (Planeta, 2022). Su cuenta @florfreijo tiene más de 350 mil seguidores.
María Virginia Godoy (1980), conocida como Señorita Bimbo, es una comediante que trabaja en medios de comunicación, principalmente en radio, donde se desempeñó como locutora del programa Un loco en el camino y formó parte del staff de FutuRock, en el programa Furia Bebe, junto a Malena Pichot. Hace shows de stand up junto con Noelia Custodio. Es activista gorda, canábica, vegana y feminista. Es autora de Bimbotiquin Vol. 1 (FutuRock, 2018). Su cuenta de Instagram @srtabimbo cuenta con 248 mil seguidores.
Luciana Peker (1973) es una periodista especializada en género, reconocida por su trabajo en el equipo de redacción del suplemento feminista “Las12”, del diario Página12. Integra el colectivo “Ni una menos” y actualmente es columnista en portales de noticias nacionales e internacionales y en programas radiales. Ha recibido diversos premios por su labor periodística en favor de la igualdad de las mujeres. Es autora de cinco libros, entre los más recientes se encuentran Putita golosa, por un feminismo del goce (Galerna, 2018), La revolución de las hijas (Paidós, 2019) y Sexteame. Amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (Paidós, 2020). Su cuenta de Instagram @luciana.peker tiene con 166 mil seguidores.
Tinchines, raules y onvres: estereotipos sobre la masculinidad entre la violencia y la incomprensión
Dentro de los numerosos discursos relevados pueden detectarse recurrencias que permiten delinear un perfil o estereotipo de (ser) “varones” -implícitamente cis género y heterosexuales-. Este estereotipo se construye frente a situaciones y temáticas variadas, aunque muy frecuentemente giran en torno a la violencia sexual (violaciones, abuso, acoso), las relaciones desiguales de género en el ámbito público y doméstico, los “vínculos tóxicos” que atraviesan el terreno de las sexo-afectividades (“el amor” o “el amor romántico”), en qué consiste el feminismo o “ser feminista”, así como el patriarcado o “ser machista”. La aparición de tal estereotipo se desencadena en muchas oportunidades a partir de una acción y/o enunciado emitido por un enunciador masculino “real”, concreto o identificable -sea que participa de alguna conversación en alguno de los feed de Instagram o bien porque es citado- como también desde un enunciador “imaginario” -en el sentido de producido o re-creado- que vendría a promediar la visión de “los hombres” o dar cuenta del sentido común masculino. Así, mediante este rastreo discursivo podemos advertir cómo se los caracteriza, qué se les cuestiona, qué se les demanda e incluso cómo reaccionan o reaccionarían y, a la postre, cómo se los representa.
En forma condensada, dicho estereotipo pendula entre dos rasgos maestros, el de la violencia y el de la incomprensión (sea por “ignorancia” o por “desorientación” frente a la avanzada feminista), entre “ser violentos” y “ser tontos”, pudiendo asumir caracteres más matizados o incluso híbridos entre ambos.
El primer rasgo aparece casi de modo omnipresente dada la prevalencia y focalización temática sobre la violencia sexual en sus diversas manifestaciones y tiende a desencadenar espirales de violencia discursiva que en el mejor de los casos admiten registros humorísticos y sarcásticos, y en muchos otros asumen una sinuosa literalidad que se evidencia en la propia espiral y viralización de enunciados de “alta intensidad”.
Como advertíamos en la introducción, es perentorio contextualizar las discursividades sobre la violencia sexual y de género en el marco de la creciente juridificación y mediatización de denuncias sobre casos de femicidio, abuso y acoso sexual, que se dieron sobre todo entre 2017 y 2018, algunos de los cuales implicaban a celebridades y actrices, y que desencadenaron consignas como “Me Too”, “No nos callamos más”, “Yo si te creo”, entre otras. Asimismo, la centralidad del problema de la violencia no sólo responde a la persistencia de agresiones ancladas en desigualdades de género y a la mayor visibilización en la arena pública de los padecimientos de las mujeres, sino a procesos de más largo y amplio alcance, como la constitución del paradigma de la violencia de género en “el modo privilegiado de interpretación y consecuente tratamiento de los padecimientos de los sujetos sexo-genéricamente subalternizadxs, fundamentalmente de las mujeres cis” (Trebisacce, 2020: 120). Este paradigma aglutina fenómenos variopintos como la violencia física y psíquica, la discriminación económica, la supeditación política y todo lo que en otros tiempos se denominaba “opresión”, haciendo referencia a una condición que era el resultado de múltiples constreñimientos que históricamente determinaban a un grupo de sujetos (Pitch, 2003). Para Tamar Pitch, este fenómeno aglutinante en torno a la categoría violencia se produjo por la vía de recurrir al lenguaje del derecho penal y a su potencial simbólico, el cual permite delinear una separación clara entre el agresor y la víctima, desplazándose del plano colectivo al individual, al referirse a una “situación simple que es el resultado de acciones precisas, intencionales y que individualiza solamente a aquellos actores que son los objetos de acciones victimizantes” (Pitch, 2003: 145).
Entre las referentes feministas analizadas, la tematización de la violencia de género se refleja en centenares de notas, entrevistas, post y sus reacciones, tweets y sus hilos, y tiende a formularse de manera sintética y marcadamente asertiva. Por ejemplo, Sol Despeinada posteó “Veo mucha gente diciendo tengo miedo que le pase algo a mi hija pero muy poca gente dice tengo miedo de que mi hijo sea un acosador, un violento”.[8] En sintonía, María Florencia Freijo posteó “No violan y matan ‘algunos hombres’; violan y matan ‘Los Hombres’, en mayúscula, como categoría de análisis, como categoría relacionada a los códigos de la masculinidad”,[9] emparentándose con la afirmación de Malena Pichot respecto de que “hay abusadores por todas partes” y consecutivamente que “para ellos no hay clemencia”,[10] o deslizándose hacia retóricas menos punitivistas, “agradezcan que pedimos igualdad y no venganza”[11] y más institucionalistas, “no buscamos venganza, solo esperamos un mensaje claro por parte del sistema, la sociedad y la justicia que diga BASTA a los abusos”.[12]
Por su parte, también se advierten discursividades argumentativas de estilo pedagógicas. Así, en el artículo “Hijos del patriarcado”, Pichot procura explicar las causas de la violencia sexual:
“Es tiempo de empezar a diferenciar pajero de abusador. Querer tener sexo todo el tiempo nada tiene que ver con abusar de la integridad de otras personas (...) El hombre que abusa de una mujer no lo hace porque no puede contener su semen (...) lo hace exclusivamente para aleccionarla porque le dijo que no o para demostrar su poder (...) cree que eso es ser un hombre, porque lo ha aprendido de esta cultura (...) la moraleja es siempre para nosotras: no salgas, no vivas, nunca para ellos: no violes (...) ojalá te enojes hermana (…) vamos a seguir saliendo, bebiendo, porque es tiempo de que sean los violadores los que tengan miedo”.[13]
En esta concepción, probablemente deudora del encuadre teórico de Rita Segato en Las estructuras elementales de la violencia (2003), la sexualidad es un medio para acumular y demostrar poder, por lo que en el sistema patriarcal las situaciones de violación y abuso revelan más que un fin sexual en sí mismo, un modo de obtener reconocimiento simbólico entre la “fratría o hermandad de hombres” o la “cofradía masculina”, familia de conceptos que también es utilizada por Freijo al referir a “la fraternidad masculina, el pacto de caballeros (...) como dispositivo moralizante”.[14] Más allá de que esta escisión entre la sexualidad como un medio instrumental y el poder simbólico como un fin resulte problemática en términos teóricos,[15] en las discursividades exploradas es más frecuente que la concepción de la masculinidad esté asociada al des-control de la sexualidad y -sinécdoque mediante- sea esa sexualidad la que defina la propia masculinidad (y no otros rasgos). La masculinidad así definida resulta en un sujeto hiper-sexualizado, incluso hasta invertir aquella formulación teórica, por la que el poder vendría a ser un medio para desplegar la sexualidad. Por eso no es llamativo -aunque sea contradictorio teóricamente- que el argumento de Pichot se invierta tiempo después en la sección “Aclaraciones” del mismo artículo publicado, esta vez, en su libro Enojate hermana: “Lo que sigue es un relato clásico de lo que sucede con la mayoría de los hombres jóvenes heterosexuales que por alguna razón alcanzan fama y con ella poder. ¿Qué hacen? Violan a una mujer”.[16]
Esta última aseveración y generalización, es convergente entonces con la sospecha de que cualquier hombre podría ser potencialmente un violador o abusador si “las condiciones estuvieran dadas”, las cuales supondrían ¿que mediante el acceso sexual forzado se demuestra poder o que la acumulación de poder permite el acceso sexual forzado?, ¿o ambas?, ¿se trata solo de los jóvenes que adquieren poder, un machito?, ¿o de “los viejos verdes” con poder?, ¿o de los hombres subalternos que -“resentidos”- no tienen básicamente ningún poder más que el poder de poseer forzadamente a una mujer?, ¿importan en verdad tales distinciones en esta concepción nativa de la masculinidad, si después de todo el punto es que, como afirma Pichot, “hay abusadores por todas partes”?
La proposición -nativa- inversa a la generalización, es la tendencia a la particularización extrema, que se expresa en el protagonismo de la casuística en las discursividades desplegadas en las redes/medios de comunicación, o lo que llamamos “peritaje nativo”. Se trata de enunciados asertivos, en torno a casos concretos o presuntos de violencia, que se proponen determinar la verdad de los mismos sin dar lugar a diálogos orientados por argumentaciones y contra-argumentaciones, sino inscribiéndose en lógicas polarizadas de discusión, que dan como resultado afirmaciones fuertes basadas en encuadres ideológicos y afectivos: “un monstruoso violador”, “enfermo, asesino”, “no fue demostrado el abuso”, “ella lo provocó”.
Está claro que la comprensión del problema de la violencia sexual y de género requiere restituir capas de contextualización o mediaciones a las grandes estructuras asimétricas y desiguales de género –“el patriarcado”– dado que éstas son por sí solas analíticamente insuficientes para determinar la acción social, así como para detectar masculinidades hegemónicas y subalternas, otros marcadores de desigualdad social, feminidades “feministas” y feminidades “machistas”, coyunturas históricas y climas de época, incidencia de los medios y de las redes, relaciones de poder situadas y negociaciones en las relaciones de género, entre otras dimensiones sociales y biográficas -así como sería insuficiente analíticamente omitir las dimensiones macro-estructurales-. Y de cuya omisión, se desprende la polaridad y tensión entre la generalización y la particularización, la oposición estructural y binaria mujeres/hombres por un lado, y la moralización víctimas/victimarios por otro, y su relación de causalidad reversible.
También detectamos esta concepción de masculinidad en la formulación de demandas dirigidas a los hombres, que expresan lo que se espera de ellos. En este sentido, es elocuente de la indignación que produce la violencia sexual el discurso interpelante que expresa Pichot en su nota “Testosterona para el bien”:
“Es la primera vez que leo un texto de hombres realmente indignados, dispuestos a impartir justicia. Eso queremos leer, ¡amenazas! No palabras cuidadas por abogados. ‘Vamos a romperles la cabeza’, eso quiero que digan los chabones. No quiero hombres explicándome cuál es el correcto feminismo (...) Quiero hombres usando su fuerza para el bien, salgan a romperle la cabeza a los violadores. Usen su perra testosterona para algo bueno (...) No estoy hablando de que nadie vaya preso, sino de que alguien le arranque la cabeza a este violín (...) Si sos hombre, y vas a hablarme de feminismo, primero espero que le hayas al menos escupido la cara a un abusador (...) Andá a buscar abusadores, están en todas partes (...) Los violadores no son víctimas del sistema patriarcal, son sus ejecutores, y para ellos no hay clemencia”.[17]
En dirección semejante —aunque en un registro menos punitivista y más pedagógico— Luciana Peker interpela a los hombres invitándolos a reemplazar la posición de complicidad masculina frente al problema de la violencia sexual por otra que implique su intervención comprometida y la consecuente ruptura con “el pacto de caballeros” o su “dividendo patriarcal” en el plano sexual: “Sí, se pueden meter si otro varón agrede a una mujer (…) No dejen de meterse para terminar con el abuso”.[18]
La conmoción por la crueldad de los femicidios y la indignación con el procesamiento judicial de estos casos, volcadas con carga emocional e ideológica en las denuncias de las redes, así como inversa —y confrontativamente— respondidas desde posiciones de descrédito al problema de la violencia de género y ofensivas hacia los reclamos del feminismo en particular, producen espirales de violencia discursiva. Estos, que no solo surgen a raíz del drama de la violencia, sino frente a otras temáticas de la agenda feminista, se encuentran cargados de disposiciones emocionales y morales. Se cristalizan entonces en antagonismos ideológicos, se tiñen de una moral basada en el castigo/revancha y en la lógica culpable/inocente del “peritaje nativo”. Así, habilitan expresiones de justicia por mano propia, descargas punitivistas, invitaciones a los escraches públicos, como la impugnación de las denuncias, la negación del problema de la violencia sexual y de género y la agresión misógina y al movimiento feminista. Bastan solo algunas reacciones a los posteos que denuncian casos de femicidio y reclaman justicia para advertir tales (dis)posiciones emocionales e ideológicas y el tenor de ese tipo de escaladas discursivas: “Ahora se preocupa por la hija / Por estas cosas estoy a favor de la pena de muerte / Me nace una venganza mal! Que yo mismo los mataría / Asco dan los brutos y la (in)justicia argentina, un montón de Machirulos patéticos / No fue feminicidio, la fiscal mintió”;[19] “Habría que joderle la vida pública, escrache, pintadas, que vivir sea para él el infierno al que sometió a sus víctimas”.[20]
En los intersticios de estas sinergias discursivas, se puede advertir nuevamente la representación sobre “la masculinidad hegemónica” o “la visión promedio de los hombres”, que va cediendo lugar desde el estereotipo de violento y potencial abusador, pasando por enemigo de la causa feminista o sospechado de falso aliado, hasta el perfil de idiota funcional al patriarcado. En esa deriva, es elocuente el planteo de Pichot en la nota “Verde feminista”:
“¿Cómo ocurrió que de repente en un debate sobre el aborto en la TV la mayoría esté a favor? ¿Cómo es que despertaron (...)? La cantidad de mujeres y hombres que este año se han sumado a la campaña del aborto puede medirse en esta demanda de pañuelos verdes (...) producidos por una cooperativa de mujeres (...) y que ahora encuentran competencia en unos extraños hombres parados en las esquinas del Congreso que venden pañuelos no exactamente del mismo verde, con no exactamente el mismo logo (...) Estense atentas a estas leves variaciones siniestras, en ellas yace la clave del mensaje final, en esas variaciones está la trampa (...) No me cabe duda que mil veces sufriste en silencio porque la fecha ya había pasado, pero no ibas a molestar todavía a Mati con esto, y entonces, mientras te pasabas el día entero yendo al baño a chequear si te había venido o no, Mati estaba jugando en la Play lo más tranquilo (...) Esta lucha es por definición feminista, y no aceptarlo es una trampa”.[21]
Este segundo rasgo -el no entendimiento de los hombres sobre el feminismo y por tanto como idiotas funcionales al patriarcado- puede observarse en numerosos discursos que infantilizan a los varones y caracterizan las interacciones con estos como “clases” o “explicaciones” en lugar de “discusiones”. Por ejemplo, Sol Despeinada posteó “Otra de esta semana: ‘Una vez una piba desde un auto me gritó cosas, las mujeres también acosan’ PERO VOS TEMES QUE LA PIBA SE BAJE DEL AUTO, TE META ADENTRO Y NO VUELVAS MAS? ah no? pensé que íbamos a discutir feminismo, pero terminó siendo una clase. Andá al recreo Tinchin”,[22] y en la misma línea va el posteo de Flor Freijo “140 caracteres para explicar Not all Men. Sencillo, cosa que no tengas que hacer mucho esfuerzo mental Carlos”.[23] Asimismo, Señorita Bimbo posteó una imagen con el enunciado “Solo ese amigo gay sabe qué mierdunchis regalarte”,[24] mediante el cual se estereotipa “lo gay” e implícitamente se desvaloriza la masculinidad heterosexual desde el estereotipo de “hombre bobo” que “no entiende” en qué consisten los gustos, códigos e intereses genuinos de las mujeres en este contexto en que “el feminismo” se ha vuelto masivo y por ende supuestamente más evidente.
Estas discursividades son extremadamente sintéticas y asertivas, al punto de que se condensan en algunos términos descalificativos de uso frecuente como onvre, Tinchín, chabón, machirulo, Raul, papito, entre otras modulaciones creativas que combinan rasgos o emplean metonimias (“tiene el cerebro en la pija”, “hombre-pene”) y que sintetizan la representación de un modo de ser y de pensar propio de varones cis heterosexuales.
A su vez, las frecuentes reacciones de enojo de sujetos que intervienen en las redes de estas referentes, revelan posiciones anti-feministas y patriarcales (cuando no visiones ya internalizadas) que se producen y reproducen en estos contextos discursivos. Al mismo tiempo, dan cuenta de uno de los efectos del propio etiquetamiento y la devaluación o directa cancelación de esa visión o ideología que se cuestiona. Algunas investigaciones (Nagle, 2015; Nicholas y Agius, 2018) señalan que la reacción (backlash) frente al avance del feminismo es compleja ya que acepta algunas demandas feministas de corte liberal como la igualdad y la elección, pero al mismo tiempo se opone a otras demandas feministas de corte más estructural —oposición encarnada sobre todo por “hombres blancos enojados” (Kimmel, 2015).
Algunas de las referentes plantean que, además de estas formas más “tradicionales” del backlash, ha emergido una nueva reacción que se expresa en un recrudecimiento de la violencia hacia las mujeres y diversidades “deseantes” por parte de los varones al perder el “monopolio del sexo”. En esta línea, Peker sostiene:
“Los feminismos y la diversidad sexual patearon el tablero. Y el deseo ya no es más (y que no descanse ni en paz) un all inclusive masculino. Y ante la rabia por perder el Monopoly sexual recrudecen femicidios y violaciones; se despliegan nuevas formas de violencia frente a las mujeres que gozan (el sexo anal, colectivo o sin preservativo) cuando ellas no quieren (porque si les gusta tener sexo, el machismo revuelve formas de odio para los cuerpos gozosos en donde la crueldad dé vuelta el deseo por el dolor) y, (sin que nunca la violencia sea equivalente a otras formas graduales y distintas de venganza) se clava el visto o se viraliza el escarnio de las deseantes para que también entiendan la lección: o el sexo será a la fuerza o a la fuerza van a tener que abstenerse del sexo”.[25]
Así, el nuevo backlash tendría un peso central en el terreno de los encuentros amorosos y sexuales, donde los varones ejercerían su “castigo machista” volviendo a las mujeres o bien “incogibles” o bien “invisibles”.
Estas reacciones conviven con discursividades argumentativas de estilo pedagógicas, donde se explica en qué consiste el feminismo y el machismo, entre otras temáticas vinculadas ya referidas. Así, en el artículo titulado “Papito”, Malena Pichot argumenta: “No es culpa de tu suegra que tu vida sea horrible, y no es culpa de tu esposa tampoco. Es culpa de que el machismo y todo esto te parezca bien y el feminismo te de bronca. Ahí tenés la pista del culpable, papito”.[26] Sin embargo, este tipo de pedagogía feminista tampoco puede explayarse ni complejizarse demasiado por definición, si consideramos que el perfil del destinatario está (real o virtualmente) negado ideológicamente a aceptar el feminismo o imposibilitado en comprenderlo por formación o de-formación patriarcal, esto es, acorde con los dos rasgos maestros del estereotipo de varón cis heterosexual, “violento patriarcal” (machito, machirulo) / “tonto cultural” (onvre, Tinchín, chabón). De este modo, en el artículo “Machirulos alfa, par favaaarrr”, Pichot argumenta: “Elige tus batallas (…) Mi consejo, reíte de él y pasá a otra cosa, no es tu trabajo convertir en interesantes a gnomos del infierno, y ciertos temas urgentes necesitan ser debatidos por cerebros funcionales y no por secas pasas de uva conformes con el orden de las cosas”.[27]
Como se observa, la discursividad pedagógica encuentra su límite y desplazamiento -el redireccionaiento de su destinatario desde los hombres hacia las mujeres- al toparse con la imagen de un “machirulo irreversible” o un “onvre incapacitado” que ya ha sido en parte previamente construido. Y desde allí parece aflorar, paradójicamente, el fértil terreno para la deconstrucción individual.
De machirulos a “hombres que aman”: ¿deconstrucción para crear “nuevas sensibilidades”?
Las discursividades que describimos y analizamos en el apartado anterior, conviven —como ya advertíamos— con otra discursividad de corte pedagógica que apunta a la posibilidad (y necesidad) de transformación social, apelando a la “deconstrucción” de la “masculinidad hegemónica”. Esto se traduce, en las intervenciones de las referentes exploradas, en un llamado a que los varones (y en algunos casos también las mujeres) “revisen”, “reseteen”, “desaprendan”, “modifiquen” y “abandonen” ciertos rasgos, actitudes y prácticas específicas etiquetadas como “machistas” o “patriarcales”. A la vez que llaman a los varones a abandonar esas características “indeseables”, delinean y alientan un perfil de varón “deconstruido” con rasgos deseables específicos.
En las publicaciones de su Instagram tituladas “¿Qué hombres deseamos?” y “Los hombres que saben amar”, María Florencia Freijo enfatiza:
“Los hombres que se animan a romper la seguridad de ese código que les proporciona el holograma de la fraternidad masculina, tienen que verdaderamente amar (…) Los hombres que aman, son los que entienden que la educación es sexual, y que guardan silencio ante los cuestionamientos para dar lugar a la reflexión. Los hombres que deberían ser, son los hombres que -atendiendo lo difícil, realmente difícil que es correrse de un espacio de enormes beneficios- están dispuestos a hacerlo, porque éticamente entienden que no pueden decir que aman, si eso no significa brindarle un atisbo de libertad y paz a las mujeres que tienen al lado”.[28]
Así, la politóloga apela al desarrollo de la “amorosidad” como uno de los principales rasgos de los “hombres que deseamos”, amorosidad que estaría solo habilitada en aquellos capaces de romper con los “códigos de la masculinidad”. Resulta paradójico que si bien estos códigos, como desarrollamos en la introducción, son caracterizados por la divulgadora como un ente no humano con objetivos propios (garantizar la perpetuación de los privilegios), aparentemente podrían ser “rotos” o al menos debilitados por los hombres “amorosos”. A su vez, y como plantea en esa misma publicación, pareciera que las mujeres también tienen un rol fundamental en la tarea de los varones de cuestionar los privilegios de la masculinidad, “dejar de sostener lo indefendible, de criar a nuestras parejas, de armarles la familia para que ellos sean ´el hombre de verdad´ que la sociedad les exige”.[29] A diferencia del “hombre que deseamos”, el “hombre de verdad” aparece aquí como aquel que encarnaría los rasgos de la “masculinidad hegemónica”.
En su libro Solas, el que recomienda en su Instagram para: “esos hombres que hay que resetear, o quieren reaprender nuevas formas por fuera del mandato de la violencia con el que cargan”,[30] vuelven a aparecer ciertos rasgos que delinean el perfil de varón deseable y que se asocian de modo directo con la disolución de la “cofradía masculina”:
“‘Complicidad’ es una gran palabra para describir lo que sucede con los pactos entre caballeros. Esa complicidad, esos códigos, deben romperse, tienen que traspasarse. Insto a todo varón que quiera reencontrar un lugar que también será para él más pacífico, menos exigido, a que practique la amorosidad, a que alce la voz ante las injusticias, a que ayude y acompañe a cualquier mujer que tenga cerca: hermana, madre, amiga, pareja, compañera de trabajo, a crecer (...) que pueda ceder protagonismo”.[31]
Así, siguiendo las reflexiones de Jones y Blanco (2021), uno de los efectos que se le atribuye a la idea circulante de deconstrucción de la masculinidad es el desarrollo de una “nueva sensibilidad” masculina. Esta sensibilidad, por un lado, les permitiría a los varones una mayor aceptación y acompañamiento frente a las demandas de los feminismos —lo que aparece tematizado en la publicación recuperada en la idea de acompañar las luchas de las mujeres, pero sin querer ocupar un rol protagónico—; y por el otro, los habilitaría públicamente para la expresión de sentimientos afectuosos —lo que se traduce en la apelación recurrente a practicar la amorosidad. En este discurso, la deconstrucción de la masculinidad con el consecuente desarrollo de una nueva sensibilidad, es presentado como algo que puede ser positivo para los propios varones, lo que se visibiliza en la referencia a un lugar “más pacífico” y “menos exigido” para ellos.
Las referencias al amor como responsabilidad de las mujeres, la potencial y deseable amorosidad de los varones y los encuentros y desencuentros amorosos, son una constante en las intervenciones de estas referentes feministas que llaman de uno u otro modo a la deconstrucción de la masculinidad. Dentro de los posicionamientos que apelan a la desorientación de los varones frente a la avanzada feminista, surge una discursividad que apunta a “enseñarles” cómo vincularse de forma no violenta con las mujeres en el terreno de la seducción y el encuentro amoroso y, de ese modo, colaborar en su proceso de “deconstrucción”. En su libro Sexteame, Luciana Peker afirma que hubo un “cambio de época” que hace que se reconfigure la seducción y que los varones “no sepan” que es lo que deben hacer para tener sexo, formar pareja o simplemente acercarse a una mujer (o dejar que ellas se acerquen). Así, la periodista incita a los varones a que modifiquen su “software amoroso” y elabora una guía titulada: “11 tips para varones que buscan encuentros amorosos en la era de las mujeres deseantes” y que en su libro aparecen caracterizados como “tips de ida (para tipos) al viaje de la deconstrucción”. Allí postula:
“Hay que predisponerse al aprendizaje, aceptar el conflicto y apostar al encuentro: la desorientación de muchos varones a los que les cambiaron las reglas de juego es genuina (...) Si surge algún conflicto, discusión, fricción o confusión, pero sin mala leche (sí, esa es la frase justa), no hay problema y se trata solamente de reconfigurar las palabras claves. Hay que bancar el aprendizaje, contar lo que a ustedes les gusta y les disgusta. La deconstrucción no implica que los varones hagan lo que no les gusta o acepten lo que no quieren, sino que potencien su deseo a partir de la vitalidad del encuentro”.[32]
Y luego amplía: “Nunca es tarde, siempre se puede re aprender a comunicarse: la existencia de mujeres deseantes no es una derrota de los varones, sino una posibilidad de potenciar el deseo mutuo”.[33] Distintos autores ya han planteado la desorientación que produjo el cuestionamiento masivo a ciertos privilegios y prácticas consideradas masculinas (Jones y Blanco, 2021), pero lo que se vuelve llamativo de esta guía es que “el viaje” hacia la deconstrucción de esos privilegios es presentado como un camino de aprendizaje que, basado en la comunicación y el intercambio, puede tener consecuencias positivas para los varones: la posibilidad de decir lo que les gusta y lo que quieren, y de ese modo potenciar su propio deseo. Esto encuentra paralelismos con uno de los rasgos que Jones le atribuye a la idea de deconstrucción circulante: “la fantasía del win-win: sostener que ‘con la igualdad de género ganamos todxs´” (Jones, 2022: 4). Este aspecto también aparece sugerido previamente en las intervenciones de Freijo y en su llamamiento a la amorosidad como un espacio que puede ser más pacífico y menos exigente para los varones. Dentro de este posicionamiento, Peker afirma: “El mundo no es el mismo después del huracán feminista (...) pero todavía causa sorpresa que los varones cambien a partir del feminismo. ¿Y quién dijo que cambiar es resignar?”.[34]
La deconstrucción, entendida como un “viaje” de aprendizaje que deben llevar a cabo los varones, también aparece tematizado a partir de la idea de re-educación. Así, en una publicación en Instagram en la que recupera un tweet propio, Sol Despeinada señala: “Los varones más jóvenes bien machitos están que arden, furiosos (...) Y si… les tocó vivir en la época de la revolución feminista, te hicieron creer que podías hacerle a las jóvenes todo lo que otros nos hicieron a nosotras y ahora vas a tener que re-educarte”.[35]
Estos discursos permiten inferir el carácter autocentrado e individualizado que adquiere la idea de deconstrucción circulante (Delgado, 2019; Jones, 2022) y que es desplegado por algunas de las referentes feministas exploradas. En la misma guía para “tipos” que están en viaje hacia la deconstrucción, Peker afirma:
“No se trata de una cuestión de edad, de cultura o de costumbre. Siempre se puede cambiar. ¿O en el 2019 se hubieran imaginado no salir a la calle sin su tapabocas y hacer cola en la carnicería para no amontonarse en el mostrador? La adaptación es una forma de supervivencia y de superación. Si nos podemos cuidar de una pandemia, también nos podemos cuidar para no caer en el machismo”.[36]
Así, generando paralelismos entre las transformaciones que supuso el “huracán feminista” y las que conllevó la pandemia por COVID-19, pareciera que la responsabilidad individual (más allá de la cultura, la edad y la costumbre) fuera el principal motor para transformarse o simplemente “adaptarse”.
Frente al imperativo de la deconstrucción de la “masculinidad hegemónica”, emerge otro perfil de varón que parece oscilar entre “el varón que tenemos” y el “varón que deseamos”: el “aliado”. Comúnmente el término se utiliza para referir a los varones que, luego de haber comenzado un proceso de reflexión y transformación sobre sus pensamientos y prácticas —deconstrucción—, reconocen su lugar histórico como detentadores de privilegios y comienzan a acompañar las demandas y reclamos feministas, sin querer ocupar un rol protagónico. Al mismo tiempo, el término “aliado” es utilizado muchas veces en un tono despectivo para referir a los varones que discursivamente afirman acompañar las demandas feministas pero que, se presupone o en algunas oportunidades se sabe, continúan perpetuando prácticas “machistas” o “patriarcales” en su vida cotidiana. En esta segunda acepción, también suelen utilizarse terminologías afines como “falso aliado”, “aliadin”, “aliade” o “feministo”. Luciana Peker reflexiona al respecto:
“Los aliados, aliades, aliadines son una configuración rara. Por un lado, muchos impostan de feministos y terminan machiruleando peor que si no tuvieran discursos apropiados de las marchas del 8M. Por otro lado, también los gestos de renovación de varones son ridiculizados por sus pares o por las mujeres en el que cuesta encontrar la salida. Pero mucho match y poco sexo. El efecto ‘María La Paz, un paso para atrás’ los encuentra retrocediendo en chancletas: ‘En las fiestas aliadas ni te encaran, no te sacan a bailar, no te tocan. Eso cambió y está bueno, pero a la vez no pasa nada’, critica Valentina, de 35 años, que vive en Santos Lugares (…). Es como que se bajaron porque ya no está todo claro como antes y en vez de ver qué onda este código nuevo se van a dormir”.[37]
Así, en la reflexión que realiza Peker, la figura de aliado parece bifurcarse entre los “verdaderos” o “comprometidos” y los “falsos” e “impostados”. Si bien los que se encuentran en el primer grupo se aproximarían al perfil del “varón que deseamos”, se alejan en tanto aparecen como “desorientados”, sin saber cómo acercarse o “encarar” a una mujer. En este sentido, pareciera que la deconstrucción les permite tomar conciencia sobre el tipo de prácticas que deben abandonar, pero aparece más limitada en cuanto a brindar información que los oriente para saber qué tipo de prácticas sí podrían realizar o de qué modo deberían llevarlas a cabo. La afirmación de que en una fiesta aliada “no pasa nada”, denota la valoración positiva de la transformación de esos “aliados”, pero al mismo tiempo sugiere el aburrimiento que genera su inacción. Dentro del segundo grupo, se encuentran los “falsos aliados” que pueden adoptar dos formas: los “machirulos” que creen que están deconstruidos pero que ignoran que continúan manteniendo prácticas machistas; o bien los “machirulos encubiertos” que reconocen su posición y utilizan esa identidad impostada para continuar perpetuando sus privilegios masculinos.
Parándose en esta segunda acepción, Florencia Freijo recupera un tweet propio en una publicación en Instagram: “Hombres: no tienen que aliarse a nuestra lucha. Ustedes deben romper su pacto entre Caballeros, ahí tiene una misión tan grande que no tendrán ni tiempo de sostenernos la vela a nosotras. Entiendo que ser aliado les amplía la posibilidad de garchar pero please enfoquen en uds”.[38] Y en la descripción agrega: “Armen un nuevo código de la masculinidad, tienen como más de diez siglos para romper”.[39]
Aquí aparece la idea de que identificarse como “aliado” les permite a muchos hombres continuar perpetuando, o incluso mejorando, sus privilegios, en este caso “garchar más”, pero también vuelve a aparecer un rasgo deseable para la “nueva masculinidad”: que sean capaces de callarse y respetar la lucha feminista, enfocándose en su “propio trabajo”. Esta tarea que deberían llevar a cabo los hombres, se figura una vez más a partir de la idea de que deben romper “con su pacto de caballeros”. Nuevamente se advierte el salto de escalas y la reversibilidad, la labor individual de deconstrucción solo puede ser exitosa a condición de transformar la dimensión estructural y esta transformación solo admite comenzar “por casa”.
Reflexiones finales
La masificación feminista trajo consigo la producción y diseminación de discursividades feministas online sobre masculinidades, violencia sexual y desigualdades de género, en las que se pueden advertir registros asertivos, explicativos y pedagógicos. Con la misma rapidez con la que se diseminan entre audiencias amplias a bajos costos, generan apoyo (o rechazo) en un tiempo corto propio de las interacciones veloces habilitadas por las TIC (Accossatto y Sendra, 2018). Estas discursividades oscilan entre el estructural-funcionalismo cliché -donde el patriarcado o los códigos de masculinidad se reproducen de manera independiente a los actores sociales- y la responsabilización individual -que señala la existencia de individuos con intencionalidades precisas de dominación masculina y al mismo tiempo con la obligación de “deconstruirse”-. La masculinidad se caracteriza a partir de una ligazón intrínseca con la violencia de género y, paralelamente, como la encarnación de una posición de incomprensión e idiotez que les impide a los varones entender y evitar reproducir las desigualdades y violencias. De modo que las interpelaciones producidas son paradójicas, en tanto oscilan entre la imputación ideológica de “machirulos irreversibles”, la caracterización de “idiotas funcionales al patriarcado” y la exigencia de la deconstrucción. Las tensiones entre estas caracterizaciones y la exigencia de deconstrucción se expresan en los límites y desplazamientos de la disposición pedagógica de las discursividades, que terminan dirigiéndose hacia las mujeres, como actoras claves para frenar la reproducción de la masculinidad hegemónica.
Asimismo, la prevalencia y focalización temática sobre la violencia sexual y de género, como también otras problemáticas de la agenda feminista, tienden a desencadenar espirales de violencia discursiva que crecen con las interacciones online, entre enunciados de “alta intensidad”, de carácter asertivo y universalizantes, y reacciones de similares características, anti-feministas y patriarcales. Los intercambios en el espacio digital tienden a reproducir lógicas polarizadas de discusión, cargadas de disposiciones emocionales y antagonismos ideológicos, que se tiñen de una moral basada en la oposición amigo/enemigo, buenas/malos, la focalización en el castigo/revancha y en la lógica culpable/inocente del “peritaje nativo”.
Finalmente, si nuestros hallazgos parciales pueden contribuir a un fin más amplio o no, es un aspecto que nos excede. Sin embargo, no está al margen de nuestras expectativas poder contribuir —al menos analíticamente— para “seguir con el problema” de la relación entre discursividades, acción política y horizontes de transformación que se plantea en la era digital, atravesada por el imperativo de inmediatez, la “razón arrogante” y los señalamientos culpabilizadores (Lamas, 2020). Así, nos gustaría dejar planteadas algunas inquietudes vinculadas a lo que Marta Lamas caracteriza, siguiendo a Chamberlain, como la “temporalidad afectiva” de la cuarta ola. Con esto se refiere a las emociones que orientan la acción en este momento particular de efervescencia feminista y que está protagonizada por la indignación, el dolor y la rabia, producto tanto de las injusticias, las desigualdades y las violencias que atraviesan nuestras vidas, como de las (ineficaces) respuestas estatales. Sin impugnar la rabia o el enojo, como emoción que puede operar como catalizador en procesos de cambios sociales positivos, la autora nos llama la atención sobre algunos efectos no deseados de ciertas formas de expresarla, cuando esta se traduce en discursos moralizantes que desplazan la formulación política de los problemas que enfrentamos (y de sus posibles soluciones). Uno de estos problemas resulta central para el tema que abordamos y tiene que ver con la anulación de la escucha y, por consiguiente, del diálogo, como efecto de las discursividades asertivas y universalizantes que se (re)producen en las redes, que toman “la convicción como principio, como la Verdad” (Lamas, 2020: 167). ¿Cómo hacer una política feminista crítica y emancipadora, con posibilidades de construir acuerdos y disputar hegemonía, si no habilitamos instancias de diálogo donde podamos expresar nuestros desacuerdos, así como escuchar a nuestrxs interlocutores y adversarixs? ¿Qué estrategias podríamos implementar para que se produzcan esas instancias de intercambio en la era digital? ¿Y qué lugar le otorgaríamos a las masculinidades en ese diálogo?
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Guido Vespucci es Doctor en Antropología Social por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), Profesor y Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP). Investigador Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) radicado en el Centro de Estudios Históricos (CEHIS, UNMdP). Profesor Adjunto de Sociología de la Cultura (Departamento de Sociología) y Jefe de Trabajos Prácticos de Introducción a la Antropología (Depto. de Historia) de la UNMdP. Miembro y Director de proyectos de investigación en el Grupo de Estudios sobre Familias, Género y Subjetividades, UNMdP. Sus líneas de investigación giran en torno a cuestiones de familia, parentesco, género y diversidad sexual.
Estefanía Martynowskyj es Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y Licenciada en Sociología por la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP). Actualmente es becaria posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), con lugar de trabajo en el Instituto de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires. Jefa de Trabajos Prácticos en Sociología de la Cultura (UNMdP). Integra el Grupo de Estudios sobre Familia, Género y Subjetividades (UNMDP) desde el 2010, donde co-dirige junto con el Dr. Guido Vespucci, un proyecto de investigación sobre masculinidades, feminismos y sexualidades. Investiga sobre mercado sexual, políticas anti-trata y masculinidades.
Constanza Ferrario es Licenciada en Sociología por la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP) y doctoranda en Antropología Social por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Actualmente es becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), y cumple funciones docentes en la cátedra de Sociología de la Cultura (UNMDP) y en el seminario “Con la teoría no basta. Ciencia y ficción en clave feminista” (UNMDP). Forma parte del Grupo de Estudios sobre Familia, Género y Subjetividades (GEFGS-UNMDP) desde 2017. Sus líneas de investigación se orientan a los estudios sobre género, sexualidad, conyugalidad y familia.
Pasado Abierto, Facultad de Humanidades, UNMDP se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
[1] Este artículo es resultado del proyecto de investigación en curso “Sexualidades y masculinidades en la cuarta ola feminista: explorando cambios y continuidades en las representaciones y prácticas sexo-afectivas de varones cis heterocentrados”, dirigido por el Dr. Guido Vespucci y codirigido por la Dra. Estefanía Martynowskyj, en el marco del Grupo de Estudios sobre Familia, Género y Subjetividades, UNMdP.
[2] Freijó, Florencia. (2019). Solas: aún acompañadas. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: El Ateneo.
[3] Palabras del presidente de la Nación, Alberto Fernández, en la presentación de la agenda productiva federal del Consejo Económico y Social, desde el Salón Argentina del Centro Cultural Kirchner el 29 de marzo de 2022. Recuperado de https://www.casarosada.gob.ar/informacion/discursos/48606-palabras-del-presidente-de-la-nacion-alberto-fernandez-en-la-presentacion-de-la-agenda-productiva-federal-del-consejo-economico-y-social-desde-el-salon-argentina-del-centro-cultural-kirchner. Consultado: l1/03/2023.
[4] La cuarta ola feminista se levantó hacia 2015 en un contexto más amplio de transformaciones del régimen de sexualidad, ocurrido a partir de la década de 1980 con la irrupción del lenguaje de derechos humanos en el ámbito de la sexualidad (Carrara, 2015). Al tiempo que la sexualidad se convirtió en una dimensión clave para la búsqueda de “la realización personal, la felicidad, la salud o el bienestar” (Carrara, 2015: 330), habilitando procesos de creciente individualización y reflexividad de las prácticas sexuales -una sexualidad plástica (Giddens, 1995)- y de democratización sexual (Fassin, 2012), también produjo nuevas alteridades y normatividades acordes a una nueva moral sexual que impugna el sexo entre “personas desigualmente investidas de poder (con su sombra de violencia presumida)” y a quienes “parecen ejercer poco o ningún control sobre sus propios impulsos y pasiones” (Carrara, 2015: 332).
[5] Thelma Fardin. [@soythelmafardin]. (2/5/2019). Instagram. https://www.Instagram.com/p/Bw-eBUfAJ6U/?igshid=MDM4ZDc5MmU%3D
[6] Con esto no queremos decir que los discursos analizados se inscriben en las tradiciones teóricas del estructuralismo y el funcionalismo, sino que utilizan algunas ideas que responden a traducciones simplificadas de dichos marcos, como que las estructuras sociales explican unicausalmente la acción de los sujetos y que estos, a su vez, reproducen funcionalmente los roles asignados a las posiciones que ocupan, encarnando una especie de “marionetas estructurales” o “dopados funcionales”. Se desdibujan así las dimensiones de la interacción social y de la subjetividad en la explicación de la acción social.
[7] Una excepción es Luciana Peker, quien ya era una referente en temas de género en el campo periodístico, participando regularmente con notas de opinión en el suplemento feminista “Las12” (Página 12) desde su creación en 1998.
[8] Sol Ferreyra. [@sol_despeinada]. (31/08/2018). Instagram. https://www.Instagram.com/p/BnKYHChgw7Y/
[9] Maria Florencia Feijoo. [@florfreijoo]. (19/9/2019). Instagram. https://www.Instagram.com/p/B2ioh5-gl_1/
[10] Pichot, Malena (2019). Enojate Hermana. Buenos Aires: Ediciones Futurock, p.169.
[11] Sol Ferreyra. [@sol_despeinada]. (3/6/2020). Instagram. https://www.Instagram.com/p/CA-hcp9JMbD/
[12] Thelma Fardin. [@soythelmafardin]. (20/10/2022). Instagram. https://www.Instagram.com/p/Cj9BOsNuITF/?igshid=MDM4ZDc5MmU%3D
[13] Pichot, Malena. “Hijos del patriarcado”. (4/08/2017). Página12. Recuperado de https://www.pagina12.com.ar/54229-hijos-del-patriarcado. Consultado: el 01/03/2023.
[14] Maria Florencia Feijoo. [@florfreijoo]. (23/10/2020). Instagram. https://www.Instagram.com/p/CGtVE06gVtO/
[15] Como hemos señalado en otros trabajos, “si el feminismo radical en la segunda ola, en las décadas de 1960 y 1970, alertaba sobre los peligros que representa el sexo para las mujeres en un contexto patriarcal, en la década de 1980 afirmaba la indistinguibilidad entre sexualidad y violencia, entendida la primera como una relación de dominación masculina y subordinación femenina (MacKinnon, 1987). Aunque esta perspectiva se volviera hegemónica, otras feministas de la segunda ola caracterizadas como “pro sexo”, en el marco del intenso debate conocido como las sex wars, cuestionaron la idoneidad del lenguaje de la dominación (y su matriz de amo-esclava) para explicar la sexualidad en el capitalismo tardío (Fraser, 1997), propusieron distinguir analíticamente sexualidad y género (Rubin, 1989) y valorizaron las experiencias de placer que las mujeres pueden experimentar en este dominio de la vida, sin subestimar el peligro que en ella se nos presenta (Vance, 1989)” (Martynowskyj, 2023).
[16] Pichot, Malena (2019). Enojate Hermana. Buenos Aires: Ediciones Futurock, p. 28.
[17] Pichot, Malena (2019). Enojate Hermana. Buenos Aires: Ediciones Futurock, pp. 168-169.
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[36] Peker, Luciana. “Sexo en reconstrucción: 11 tips para varones que buscan encuentros amorosos en la era de las mujeres deseantes” (24/10/2020). Infobae. Recuperado de https://www.infobae.com/opinion/2020/10/24/sexo-en-reconstruccion-11-tips-para-varones-que-buscan-encuentros-amorosos-en-la-era-de-las-mujeres-deseantes/
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