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Algunos/as jóvenes de las periferias urbanas transitan su cotidiano entre las calles o esquinas de sus barrios y las escuelas a las que concurren en la semana. Entre estos ámbitos que podrían parecer opuestos, existen vínculos que se materializan en diversas prácticas. Algunas consisten en el ejercicio de acciones autoritarias que se despliegan a partir de la reproducción de roles definidos que van ocupando diferentes actores.
Si en los barrios las Fuerzas de Seguridad asignan a los jóvenes roles que implican subordinación, en sus escuelas algunos de los mismos se corren de ese lugar para ser ellos quienes se “engorran” frente a otros de sus compañeros. Así, los tratos violentos que implican parte de las rutinas policiales cambian su contenido al ser reproducidos por actores diferentes que no cuentan con legitimidad institucional, pero mantienen muchas de sus formas al ser parte del rol que implica “ponerse la gorra”.
A partir de la observación participante en talleres en escuelas de Quilmes enmarcados en un Proyecto de la Universidad del distrito fue posible percibir que algunos jóvenes que son parte de los más violentados por las Fuerzas de Seguridad, a la vez que suelen justificar el hostigamiento tienden a reproducir dichas prácticas con aquellos compañeros de clase a los que ordenan callar y acatar órdenes.
Lo que proponemos, aquí, es pensar la relación existente entre la calle y la escuela para analizar los roles que se van poniendo en juego en diferentes situaciones que componen el cotidiano de algunos jóvenes de Quilmes.