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La primera experiencia de práctica docentenos envía e repensar todo el bagaje teórico que tan pacientemente atesoramosdurante nuestros años de formación. Y también, aunque  quizás menos académico,  no menos importante, nos enfrenta connosotros mismos. De la voraz lectora que fui en la adolescencia a la lectoraadiestrada en que me convertí, mi pasión por la literatura no ha mermado,seguramente, se ha enriquecido. Pero, de las esperanzas acariciadas cuandocomencé la carrera docente a la (casi) profesora de hoy,  no puedo decir lo mismo. Hoy la realidad estáahí, frente a mí, materializada en 34 adolescentes a los que no pareceinteresarles en lo más mínimo compartir el gusto por la lectura. Tras laprimera clase, mi decepción fue absoluta. Mientras estaba frente a ellos,intentando atraerlos al diálogo acerca de los textos leídos, vi sus carasdesinteresadas y no pude reprimir un pensamiento infeccioso. Esto no sirve paranada. Todo esto está mal. La noción misma de la escuela está mal. Pero claro,me dije, si lo hemos leído y discutido durante todos los años de formaciónpedagógica. ¿Ahora me sorprendo? Entonces, era verdad. Y sin embargo, no.

Práctica docente; aprendizaje, vínculo; cambio de rol; confrontación teórica